miércoles, 27 de agosto de 2008

15º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

“Cristo nos da su Cruz”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Jeremías 15.15-21

La Epístola: Romanos 12.1-8

El Evangelio: Mateo 16:21-26

Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo. 21 Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. 22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. 23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. 24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 25 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. 26 Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

Sermón

La semana pasada leímos sobre cómo Jesús le decía a Pedro que era “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Pero en la lectura de esta semana, oímos que Jesús no llama a Pedro “bienaventurado”. Él lo llama “Satanás”. Veamos porqué se da esto.

Hasta ahora, Jesús ha estado preparando a sus discípulos, enseñando su Palabra y realizando los milagros que realizó, para lo que está a punto de decirles. Las pruebas de quién es Jesús son abrumadoras para ellos y Pedro correctamente ha que es “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” (Mateo 16.16). A los discípulos se les ha revelado “quien” es Jesús. Ahora él les dirá el “cómo”, “dónde” y el “por qué”: De manera que “desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”. (16:21).

Para Ti y para mí, estas son noticias viejas, cosas que no nos asombran porque sabemos que ha pasado. Pero ésta es la primera vez que los discípulos las han oído. Hasta ahora no tuvieron oposición hacia Jesús, porque en gran parte del tiempo había estado enseñando y realizando milagros. Ahora Jesús anuncia su sufrimiento y muerte.

¿Cómo reaccionan los discípulos? No permitirán que ocurra tal cosa, no si Pedro tiene algo para interponerse en medio de esto, como lo hizo en el huerto de Getsemaní al cortarle la oreja a Malco. Él es quien toma la iniciativa de salvar al Salvador, como un amigo y un discípulo, él tiene que obligar a Jesús a suspender la concreción de lo que ha dicho. Él empuja a Jesús a un lado para hacer justamente eso: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”. Sin duda alguna, Pedro está muy preocupado por Jesús y no quiere que muera. Nadie puede dudar de que Pedro actúe movido por las mejores intenciones

¡Quítate de delante de mí, Satanás!, me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. ¿Cabe preguntarnos porqué Jesús hace una llamado de atención tan fuerte hacia esta actitud de Pedro? Probablemente esto deja sin habla a Pedro y duro al resto de discípulos. Es extraña la reacción de Jesús solo porque Pedro piensa y opina qué es lo más conveniente para él.

Sin importar la razón de Pedro, el pecado de Pedro es el peor de los males. La profecía sobre la muerte de Jesús no es una conversación alocada, sino que es la voluntad del Padre. Hace mucho tiempo, concretamente hacia Adam y Eva, Dios dio fe de que El Salvador aplastaría cabeza de Satanás y sufriría la muerte allí mismo (Génesis 3:15). Es la voluntad de Dios que su Hijo vaya a la cruz y muera por los pecados de mundo.

Así es que cuando Pedro contradice a Jesús, aun con la mejor de las intenciones, él está diciendo: “Señor, no deseo que se haga tu voluntad, sino la mía. Tengo un mejor criterio que Ti y lo que tu deseas no debe ocurrir”. Cuando Pedro desafía a Jesús, está diciendo que Jesús está equivocado y que la Palabra de Dios que ha manifestado es falsa. Póngalo así: Cuando Pedro reacciona tratando de impedir que Jesús vaya hacia la cruz, él está tratando de impedir la redención del mundo. Él cierra el paso hacia la cruz. Él trata de impedir el ser perdonado de todos sus pecados.

No es extraño que Jesús llame a Pedro “Satanás”: Esto es exactamente lo que el diablo desea.
Pedro está haciendo el trabajo del diablo, porque Pedro sigue a un dios falso y peligroso, el dios del “yo”. Ese ego pecaminoso es lo suficientemente malvado, porque diariamente quiere desafiar, desacreditar y negar las órdenes de Dios. En este caso, sin embargo, comete un mal mucho mayor: Pedro entiende ese dios pequeño, cegado designado “ego”, él se pierde en sus rebeliones y peca. Y si él anula el camino de Jesús a la cruz, todos nosotros estamos perdidos, no tendremos perdón.

Pero hay esperanza para Pedro. Jesús no va a hacer lo que Pedro quiere. Él va a hacer lo que Pedro y nosotros más necesitamos. Él no va a hacer la voluntad de Pedro. Él va a apegarse a la voluntad de su Padre.

Jesús irá a Jerusalén, sufrirá en manos de los Ancianos, los Sumos Sacerdotes y los Escribas, esos líderes religiosos que declaran una salvación falsa. Él será muerto, clavado en la cruz, y resucitará en el tercer día. No hará esto para sí mismo. Lo hará para Pedro y el resto de mundo.
Jesús anuncia esta salvación para los discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 25 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.

A pesar de ese pecado Pedro no quedó abandonado, pues en el pasaje anterior está el anuncio de salvación para él y para todos los que somos como él: Cada día, podrá negarse a sí mismo por la gracia de Dios.

En otras palabras, diariamente confesará que su confianza en usted mismo, sus buenas intenciones y sus planes egoístas son lo que son ante Dios: pecados. Negará las ideas pecaminosas que tienes constantemente. Luego las llevará hacia los pies de Jesús en la cruz donde se entregó por ellos. Él declara “No haga su voluntad, Pedro, porque su voluntad no lo puede salvar. Su voluntad no puede, pero la mía si. He muerto su muerte que tu merecías por tus pecados, he sacrificado mi vida en la cruz por ti. Por consiguiente, mi muerte es tu muerte. Mi cruz es tu cruz, si lleva mi muerte y mi cruz por la fe, el pecado ya no lo tiene sujeta a la muerte”.

Pedro llevará la cruz de Jesús, caminará en el perdón que Cristo ha ganado en esa cruz.

Aunque sea atacado por el mundo, el diablo y su propia carne, sabrá que sus pecados están pagados y esa vida eterna está segura. Allí sufrirá y adversidad, pero cuando él sufre estará en paz porque Jesús ya ha resistido el mayor sufrimiento por sus pecados y le ha dado a Pedro su cruz.

En el Catecismo Menor, Lutero nos alienta a comenzar y acabar cada día con una oración. Lo llamativo es que para empezar esas oraciones, él recomienda hacer el signo de la Santa Cruz o santiguarse. Ésta es otra forma de repetir la enseñanza de Jesús, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Hay una buena razón para esto.

Diariamente, somos acosados y seducidos por un persistente dios falso. Está todo el tiempo con nosotros y no hay escape hasta nuestra partida al cielo. Nos ofrece una religión atractiva, a este dios falso le gusta la felicidad y detesta la infelicidad. Le gusta evitar situaciones llenas de tensión y justamente no puede aguantar cosas que no le son agradables. Constantemente buscará mostrarnos cosas que aparentan ser las más convenientes para nosotros y que apreciamos mucho como individuos. Pero seguir a este dios solo nos llevará a la destrucción.

Este dios falso no es nada más que nuestra naturaleza pecaminosa, nuestro ego. Seguramente ya ha conocido este enemigo y es usted mismo. Es nuestra naturaleza pecaminosa, nuestro ego pecaminoso, eso que nos hace tan egoístas, cuidando de nosotros a expensas de todo lo demás y todos los otros. Es la respuesta al por qué en medio de cuarto lleno de juguetes con dos niños, un niño querrá sólo el juguete con que el otro juega.

Incluso se manifiesta dentro de la iglesia. Su viejo Adán le dirá que las 9:00 es demasiado temprano para el Oficio mientras que las 12:00 le corta por la mitad el día y por eso ir la iglesia es un inconveniente. También le añadirá que si el Oficio no es agradable o vibrante, por no es bueno y no merece la pena ir. Este dios le mostrará toda clase cosas de mejores en las cuales puede usar su dinero en lugar de ofrendarlo. Todo estas cosas son pruebas del trabajo de su viejo hombre, de la naturaleza pecadora, dentro suyo, que busca hacer su voluntad y no la voluntad de Dios. Todas estas cosas son pecados y están en ti y mí, que nos hacen culpables. En otras palabras, cuando actuamos de esta forma, no podemos decir: “soy inocente, nos es a mi a quien deben culpar”.

No podemos separarnos de nuestra naturaleza pecaminosa. Somos nosotros mismos y somos culpables ante Dios. Por ello es qué Jesús declara: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Ésta no es una terrible tarea, es la vida del cristiano. Por la Ley de Dios, sabemos lo que nuestra naturaleza pecaminosa es, con todas sus tendencias egoístas. Por la gracia de Dios, nos negamos nosotros mismos, rechazamos servir a nuestro ego pecaminoso y desechamos los deseos del viejo hombre. Confesaos al Señor que naturalmente seguimos nuestra propia voluntad y deseos, desechando los de él y oramos para que nos perdone por medio de su Hijo crucificado. Esto lo decimos y hacemos regularmente, pero con palabras diferentes. En las liturgias familiares y en los Oficios Divinos llevamos a cabo un punto que se llama “confesión de Pecados” donde de muchas maneras decimos: “¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos”. Oramos para que él que murió por nuestros pecados nos perdone.

Lo maravilloso de esto es que ¡Él lo hace! Es así que oyes la verdad proclamada en palabras como estas: “En el lugar y por mandato de Cristo, os perdono todos sus pecados”. El pastor anuncia que Jesús te perdona y quita todos tus pecados. Además, generalmente se hace el signo de la cruz, de esta manera también se comunica esta estupenda verdad: Eres perdonado porque Cristo ha muerto en la cruz. Otra de las experiencias que vivimos en el Oficio es el de compartir el sacramento del bautismo dónde se nos afirma que Jesús es quien nos reviste con su santidad y justicia. Así puedes estar seguro de que su muerte ha sido en tu lugar, que su cruz es tu cruz.

Ésta es la cruz que soportas. Pablo lo deja claro en Gálatas 2.20 “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”. También dice en Romanos 6:4 “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.”. Jesús ha colocado su cruz y su victoria sobre el pecado en ti y esa es la cruz que debes soportar y cargar.

Es por esto que Lutero aconseja que hagamos la señal de la cruz cada mañana, así podremos recordar constantemente que llevamos sobre nuestras espadas la cruz en la cual murió por nuestros pecados. Porque por medio de su Palabra él derrama su gracia y nos da la fe, así es que diariamente confesamos nuestros pecados, los dejamos en Cristo y vivimos como personas perdonadas.

A nuestra vieja naturaleza no le gusta eso. Sacará a relucir toda clase de razones para que confíes en ti mismo más que en Dios. Tratará de que creas que a Dios no le importas nada. En medio de la enfermedad y aflicción te dirá que Dios te ha olvidado. En el estrés y la ansiedad afirmará que Dios es débil o cruel contigo. En tales ocasiones es preciso que te niegues a ti mismo y te aferres a la cruz.

Ésta es la vida y la batalla del cristiano: El ego versus el Hijo de Dios crucificado y resucitado. Es por ellos que le damos gracias a Dios, porque nos da la victoria a través de nuestro Señor Jesucristo, quien nos da esa gracia a través de su Palabra y Sacramentos y en la proclamación del Evangelio.

Quizás te preguntes porqué traigo a colación el tema de os Oficios Divinos o de los cultos familiares. Porque creo que en torno a ellos se cierne un peligroso pecado. Es cierto que afrontaremos a diario las luchas egoístas, pero mientras que la cruz esté a la vista podemos ser perdonados. Sin embargo, recuerde que lo peor del pecado de Pedro no fue que busco su camino, sino que intentó evitar a Jesús el camino de la cruz.

Las buenas noticias son que, según las palabras de nuestro Salvador, la obra de redención “Está Consumada”. No le podemos impedir a Jesús marchar hacia la cruz porque ya ha muerto en ella, se ha levantado y ha ascendido al cielo. Sin embargo, siempre es una tentación que la Iglesia aparte a los pecadores de la cruz, aun con las mejores intenciones. La forma del Oficio Divino no lo hacemos porque siempre se ha hecho así, sino porque en ese Oficio se proclama nuestro pecado y la gracia que nuestro Señor tiene para con nosotros. Con la Invocación y la confesión de pecados, el nos enseña que Cristo ha lavado nuestros pecados, vistiéndonos con su rectitud. Con las lecturas y el sermón, el Oficio apunta con el dedo a su Palabra, donde Jesús nos perdona. El servicio de la Santa Cena señala donde Jesús nos da Su cuerpo y su sangre para el perdón de nuestros pecados. En el Oficio seguimos lo que Jesús dice: Confesamos nuestro pecado y recibimos perdón. Nos negamos a nosotros mismos y llevamos su cruz.

Es una gran tentación modificar el Oficio y readaptarlo a nuestra sociedad. Somos invitados a hablar menos de pecado y así parecer más positivos, a hablar menos de la obra de Cristo y más de sobre nuestras alabanzas y el servicio que le podemos brindar a él. Nos es dicho que debemos hablar menos de su muerte y más de cómo vivir nuestras vidas positivamente. Deberíamos enfatizar más en las personas y menos en las doctrinas. Estos cambios deben tener lugar, eso se dice, por el bien del evangelismo. Debemos cambiar cómo adoramos para alcanzar a más personas.

Pero ¿Estas sugerencias están hechas con buenas intenciones? Puede ser, pero la pregunta es ¿Estos cambios ensombrecen la cruz? ¿O hacen de las personas el papel principal del Oficio relegando el perdón a un segundo plano? Si hablamos menos del pecado y más sobre nuestras alabanzas y nuestras obras, podemos deducir que no nos negamos a nosotros mismos. Si hablamos menos de su muerte y más de nuestras vidas, se entiende que no se proclama su cruz.

Lo cierto es que por la gracia de Dios nos negamos a nosotros mismos y cargamos con su cruz, lo cierto es que somos perdonados. Lo cierto es que Dios se hace presente en su Palabra y Sacramentos, con su gracia, para perdonarnos. Así que si nuestro culto cambia a fin de que no se hable más de confesión y el perdón quede relegado a un segundo plano, esto se reflejará a lo largo de nuestras vidas y nuestra fe, de otra manera dónde seremos perdonados.
No nos soltamos de la Palabra de nuestro Señor, el Verbo encarnado, el Cristo, el Hijo de Dios del Dios vivo que sufrió, murió y resucitó. Así que alégrese al negarse y confesar sus pecados, haga eso en la seguridad de que el Señor ha hacho lo necesario para ponerlo en libertad de su vieja naturaleza egoísta, pecaminosa que trata de matarle. Alégrese de que el Señor es quien murió su muerte y le ha dado su cruz. Que reafirme esto constantemente dándole su cruz en su Palabra y su Sacramentos. Sin duda batallará cada día con su ego, pero el Señor está presente con su Gracia, para ayudarlo, auxiliarlo y perdonarlo de todo sus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

viernes, 22 de agosto de 2008

14º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

14º domingo después de Pentecostés

“Cristo es nuestra Roca”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Éxodo 6:2-8

La Epístola: Romanos 11:33-36

El Evangelio:


Mateo 16:13-19 13 Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? 14 Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. 15 Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Sermón

No soy experto de la construcción. Pero lo se que es que si se desea es un buen edificio, se necesita una buena base. Si la base es buena, el resto de piezas calzarán. Si la base es mala, nada quedará recto y en escuadrada.

A veces en las Sagradas Escrituras, la Iglesia es comparada con un edificio, este edificio debe permanecer en pie y firme por siempre, por esta razón la piedra angular, la base debe ser seleccionada cuidadosamente.

I. Pedro: de la solidez a la inestabilidad.

Algunas veces Pedro es tan sólido como una roca. Después de todo, el nombre “Pedro” quiere decir “piedra, roca”. En el Evangelio de hoy, Jesús le pregunta a los discípulos que dicen las personas sobre quién es él y responden con la letanía de rumores: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”. Muchas opiniones y creencias sinceras, pero todas equivocadas. Jesús les hace otra pregunta, “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Es Pedro quien toma la iniciativa “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. La confesión de Pedro es correcta. La mayoría de las personas pensaban que Jesús era un ser humano importante, pero nada más. Pedro declara que Jesús es el Cristo, el Ungido de Dios para lograr la salvación de todas las personas. Es una confesión extraordinaria de fe y Jesús dice que esto le ha sido revelado por Dios. No es una conclusión lógica lograda por una mente despabilada, sino que es una declaración de fe dada por Dios. Es una declaración basada en la roca de que Jesús es el Salvador tan esperado.

Así es que Jesús continúa hablándole a Pedro: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. En otras palabras, “Pedro, has reconocido que soy El Salvador y la iglesia se construirá sobre mí. Pues soy la roca que será rechazada, pero seré la piedra angular principal. Tú me proclamarás, anunciando a todos que se arrepientan de sus pecados y crean en mí. Cuando las personas oigan este Evangelio y crean en mí, las puertas del cielo se abrirán de par en par para ellos. Pero si me rechazan y no creen en mí, las puertas del cielo estarán cerradas para ellos”.

Así es cómo Pedro usará las llaves del reino: Él proclamará la Ley y el Evangelio, predicará a Cristo, el Hijo de Dios, él crucificado. A quienes creen, el cielo les será abierto. A quienes no lo hacen, las puerta del cielo permanecerán cerradas. La salvación sólo se encuentra en Jesucristo y él es la Roca en la cual la Iglesia está basada.

Algunos sostienen la opinión de que la roca es Pedro, que la Iglesia está basada en primer lugar en los apóstoles. En otras palabras, todos los cristianos de aquel entonces, se debían someter a la autoridad de Pedro. Y después de que Pedro muriera, todos los cristianos se deberían someter al obispo que asuma el control en lugar de Pedro. Para ser un cristiano, uno debe someterse a esa autoridad, esta es la posición doctrinal de la Iglesia Católica Apostólica Romana, la cual llama a todos someterse a la autoridad del papa.

Pero debemos hacernos la pregunta: ¿Es Pedro realmente la roca de quien habla Jesús? ¿Está la Iglesia construida sobre este apóstol? Algunas veces Pedro es sólido como la roca en lo que él dice, así como lo escuchamos en la lección de Evangelio. Otras veces, no lo es. ¿Qué ocurre en los siguientes versos de Mateo 16? Ahora que los discípulos saben que Jesús es El Salvador, Jesús procede a decirles cómo es que va a ser El Salvador. Les dice que debe ir a Jerusalén, que debe sufrir muchas cosas en manos de los ancianos, de los Sumos Sacerdotes y los escribas, debe morir y que al tercer día resucitará (Mateo 16:21). Ninguno de los discípulos se alegra con ésta noticia, pero es Pedro quien lleva a Jesús a un lado y le reprende:”Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mate. 16:22). Sin lugar a dudas trata de cuidar a Jesús. Pero lo que Pedro dice es: “Señor, no es necesario que vayas a morir en la cruz para pagar por mis pecados o los de cualquier otra persona. ¡Voy a realizar el máximo esfuerzo para evitarlo, para que no tengas que redimirnos”.

En un momento Pedro es bien fundado parece una roca inamovible, al instante, rueda como una pequeña piedra. Algunos capítulos más adelante, en Mateo 26, Jesús y los discípulos están en camino hacia el Huerto de Getsemaní, Jesús está a punto de ser traicionado y crucificado. Pedro declara atrevidamente, “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.”(Mateo 26:33). Para cuando el gallo canta, Pedro ya había negado al Señor tres veces. Un minuto, él es una roca, pero al siguiente minuto, parece una pequeña piedra que la lleva el viento.
Además de lo que vive Pedro, es necesario analizar lo que dice en Hechos 4:8-13. Pedro y Juan han estado arrestados porque Pedro sanó a un hombre y predicó acerca de Jesús, crucificado y resucitado. El mismo gentío que arregló la crucifixión de Jesús ahora les pone a prueba. ¿Qué sucede? Pedro da un paso adelante y habla, predica al concejo de que habían crucificado injustamente a Jesucristo y que este había resucitado de entre los muertos. Él les dice que Jesús es el cumplimiento de Salmo 118, que “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.” En otras palabras, Pedro les dice que Jesús es la Roca en quien la Iglesia es creada y basada. Les dice que no hay salvación en ningún otro que no sea Jesús. Allí mismo Pedro está usando las llaves del reino: Cree en Jesús y las puertas del cielo estarán abiertas aunque lo hayas condenado a muerte. Niégalo y la entrada se cerrará a menos que se arrepienta.

Es un duro sermón, de pura doctrina hacia estos que lo podrían matar. Es de admirar la confesión de fe que Pedro hace ante el concejo en Hechos 4. Pero otra vez más, Pedro vacilará. Después de predicar salvación en Cristo en Hechos 4, llegamos a Gálatas 2 donde Pablo confronta a Pedro y se opone a él en su cara por su hipocresía y Pedro debe arrepentirse otra vez (Gálatas. 2:11). Allí parece que es una roca. Aquí, es solo una piedra que rueda.
A pesar de esto doy gracias por la confesión de fe que él hace y oro para que podamos seguir su ejemplo. Pero aun así no hay razones para darle alguna primacía entre los discípulos, pues simplemente sirve para transmitir la Palabra de Dios al igual que cualquier discípulo. Por lo que vemos, Pedro, no es una roca sólida, que no se mueve. Él rueda, vacila, peca. A su favor podemos decir que él sabe todo esto. Él no dice que sea la “Roca” (Hechos 4). Sino que señala a Jesús como la principal piedra angular. En 1 Pedro 2, él otra vez da testimonio de que Jesús es la piedra viva y la piedra angular en la cual la Iglesia es fundada y sostenida. Él señala a Jesús por una buena razón, porque sabe que su estado ante Dios es de un ser pecador. Pedro no es un redentor, sino que tiene necesidad de redención. Él es salvado por Jesús, que abre las puertas de cielo para nosotros.

Así es que no glorificamos a Pedro. Más bien, le damos gracias a Dios por la confesión que le permitió hacer. Oramos a fin de que, por la gracia de Dios, podamos seguir los pasos de su atrevida confesión, que podamos proclamar a Jesús como el único Salvador. Oramos para que, por la gracia de Dios, podamos seguir los pasos de su arrepentimiento cuando pecamos. Nos alegramos de la confesión de Pedro, porque él señala a la Roca que no rodará y no será movida: Él nos enseña con el dedo a Jesucristo, el Hijo de Dios.

II. Cristo, la Piedra Angular

Desde que Pedro niega que él es la Roca en la cual la Iglesia es fundada y en lugar de eso señala a Cristo, no tratamos de hacer a Pedro el papá de la Iglesia. Asimismo, no creemos que uno deba someterse a un obispo en Roma, o cualquier otra parte, para ser en parte de la Iglesia. Pero también advertimos que las personas caen en un error mucho mas sutil, confunden la Roca y basan su fe en modelos humanos y no en Cristo.
Hay muchas personas populares que dicen ser cristianas y proclaman la importancia de la obediencia de la Palabra de Dios. Por lo cual para muchos otros es fácil concluir que la vida del cristiano se trata de obediencia y vivir una vida santa, basada en el ejemplo de estas personas. Pero con el paso del tiempo, y en ocasiones no hace falta mucho, en sus vidas salen a relucir vidas manchadas por pecados manifiestos que escandalizan a la opinión pública. Ellos no son rocas. Son piedras que rodaron.

Por lo tanto si usted basa su fe en la obediencia pura y santa de personas pecadoras, debe saber que será desilusionado en cuestión de tiempo. Además tales ejemplos bien pueden causar el comentario de que el cristianismo es una falsa apariencia, hipócrita, de haz lo que digo pero no lo que hago y nada más.

Otro de los errores más comunes es cuando la fe de una persona está basada en la persona y la habilidad del predicador o pastor de su iglesia local. Porque el pastor es agradable, carismático y parece que es un buen ejemplo, entonces cualquier cosa que él enseñe debe ser cierta. Pero si por el contrarío es parco, habla tranquilamente, no da saltos ni gritos, cualquier cosa que le enseñe no debe ser tan cierta, o al menos no vale estar por ahí para escuchar.
Esto presenta varios peligros. En primer lugar, los falsos maestros pueden ser personas muy agradables y atraer a las personas porque son tipos carismáticos, que hablan amistosamente. Pero si no predican a Cristo como la piedra angular, no importa cuán lindo sea oírlos, ellos rodarán directamente a la destrucción y llevarán destrucción a quienes los siguen. Hay muchas personas que dicen “fuimos a una iglesia donde el pastor no enseñó nada incorrecto. Pero justamente no nos gustó él o la forma del Oficio Divino, así es que decidimos no ir más, preferimos las emociones fuertes…”. Creo que esta excusa está diciendo algo así como: “nos señaló con el dedo hacia Cristo y nos alimentó su cuerpo y sangre para el perdón de pecados.

Pero nos sentimos incómodos por nuestros gustos y porque no nos dejaba hacer lo que queríamos, así es que nos fuimos otro sitio”. No creo que sea una buena excusa para usarla ante el Señor en el último Día.

Además, los pastores son personas pecaminosas. No base su fe en el ejemplo o en el modo de predicar de su pastor, sino en el Salvador que él proclama por medio de la Palabra Divina. Los pastores no son rocas, también son piedras que en ocasiones ruedan, y necesitan de perdón. Pero Cristo permanece fijo e inamovible.

Si la Iglesia no salva, los grandes personajes populares por más creyentes que sean, tampoco, si los líderes religiosos no lo hacen… entonces ¿Sólo nos queda Cristo? La respuesta es negativa, aún nos queda uno de los íconos en quién más se confía: uno mismo. Es una tentación natural que cada pecador se considere confiable y responsable, porque ¿Si usted no puede confiar en usted mismo, entonces en quién puede confiar?

Cada pecador quiere ser una roca firme, que no rueda. ¿Cuántas promesas hizo para este verano? Estar tranquilo, no comer en exceso, hacer ejercicio en las vacaciones, etc ¿Además si usted es una roca, por qué pierde la calma? ¿Por qué se impacienta? ¿Por qué se mantiene reincidiendo en ese mismo pecado? ¿Por qué todavía se queja continuamente? ¿Por qué se deleita en los chismes y hace suposiciones infundadas acerca de las personas? ¿Por qué no siempre mantiene las promesas y algunas veces hace promesas hacia los niños que no tiene intención de cumplir? ¿Por qué le entusiasma ser cristiano a veces y está tan disconforme con eso en otras oportunidades? ¿Por qué, aún cuando falla, su primer instinto es culpar otros? Y ¿por qué, aun después de todo esto, todavía quiere confiar en usted mismo?

Para que sepas, no eres una roca. Eres una piedra que rueda. No eres una base sólida, sino un pecador en necesidad de perdón. Esto es por qué nos remontamos a las confesiones de fe de Pedro. Esto es por qué recurrimos otra vez a Jesucristo, el Hijo de Dios del Dios vivo, pues no hay nombre bajo cielo dado entre hombres por los cuales debemos salvarnos.
Cristo sigue siendo la Piedra Angular. Él no vacila, no rueda o cambia de idea hacia ti. ¿Te vuelves enojado o impaciente? Él paciente y amablemente te llama a confesar tu pecado a fin de que puedas ser perdonado. ¿Cedes a la tentación? El que sin pecado soportó tu pecado en la cruz te ofrece su perdón. ¿Quebrantas las promesas, dices mentiras? El Señor dice la verdad y conserva sus promesas. ¿Los otros te traicionan y abandonan? Él permanece, como lo ha prometido. Él dice, “Aquí estoy con mi gracia y perdón porque lo he conseguido para ti en la cruz”.

“Heme aquí, porque prometí en tu Bautismo que nunca te dejaría ni te abandonaría y siempre conservo mis promesas. Heme aquí, al hablar o leer mi Palabra estoy contigo y siempre estarás firmes en mi Palabra. Aquí estoy con mi cuerpo y sangre, toma y come, toma y bebe, es para el perdón de todos tus pecados. Heme aquí, y las puertas de cielo están abiertas para ti, porque soy la Roca”.

En el himno 219 cantamos “Aunque yo aparezca fiel, y aunque llore si cesar del pecado no podré justificación lograr, solo en Ti teniendo fe, puedo mi perdón hallar” En nadie más que en Cristo está el perdón, ni en Pedro, ni en mí, ni en usted, ni en ninguna otra persona o cosa. En este mismo día recuerda la confesión de Pedro, tenemos muchísimas razones para las agradecer a Dios: Jesús permanece, el Cristo, el Hijo de Dios del Dios viviente, quien ha comprado tu redención por medio del derramamiento de su sangre. Él ha muerto y ha resucitado, nada puede cambiar esa realidad, nada puede moverlo como tu roca firme. La muerte no tiene poder para cambiar esta realidad porque fue vencida por Jesús para que ya no le temas y todos los demonios juntos no pueden impedir decirle que Dios lo ha redimido. Pues usted es perdonado de todo sus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia

jueves, 21 de agosto de 2008

13º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

13º domingo después de Pentecostés

“El cristiano se aferra a la Palabra de Dios”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 56:1, 6-8

La Epístola: Romanos 11:13-15, 28-32

El Evangelio: Mateo 15:21-28

EL EVANGELIO DEL DÍA

Texto: Mateo 15:21-28. Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y Sidón. Y he aquí una mujer cananea que ha­bía salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Se­ñor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus dis­cípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Enton­ces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socó­rreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieras. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

Sermón

"Bienaventurado el varón que soporta la prueba" (Santiago 1:12).

1. La primera prueba: Cristo no responde al ruego de la mujer.

La fe en su expresión máxima se aferra a la palabra y vence a Dios.
El Evangelio de hoy se lee especialmente por lo que nos re­lata de la expulsión de un demonio. La iglesia de ahora y de todos los tiempos sólo puede subsistir si sus miembros luchan sin descanso contra el Tentador y Acusador, confesando humil­demente sus pecados, permaneciendo fieles a la palabra que han oído, y viviendo conforme a ella.

La mujer de que se nos habla en el Evangelio tiene no sólo una fe común, sino una fe perfecta, verdaderamente heroica, una fe que obtiene la victoria hasta sobre Dios mismo. No cuesta mucho confiar en que Dios sea capaz de proveer a nues­tras necesidades materiales. Tampoco merece el calificativo de "fuerte" la fe con que crees que tus pecados te son perdonados; en cambio, "fe suprema" es cuando Dios mismo se pone en contra de nosotros, y nosotros tenemos que trabarnos en lucha con él — cuando en estas circunstancias poseemos una fuerza tan grande que vencemos al propio Dios.

Una fe de esta naturaleza tenía el patriarca Jacob, como leemos (en Génesis 32:24 y sigts.): "Cuando permaneció solo aquende el río entregado a la oración, vino un ángel y luchó con él y quiso quitarle la vida". (Este ángel tomó allí el lugar de Dios.) ¿Qué fuerzas tenía Jacob en comparación con el án­gel? Y no obstante luchó con él hasta que rayaba el alba: y tan ardua fue la lucha que a Jacob le parecía que Dios mismo estaba luchando contra él. Se aferró entonces a la palabra que el Señor le había dicho: "Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar" (Génesis 32:12), y no dejó a su contendedor hasta que éste le bendijo. Como la mujer cananea luchó con Cristo, así Jacob luchó en aquel día con Dios. Por esto el Señor le dio el nombre de "Israel", o sea "uno que lucha con Dios", como queriendo decir: "Si puedes vencer a Dios, ¡cuánto más podrás vencer a los hombres!" "Uno que lu­cha con Dios y obtiene la victoria" — ¡en verdad, un nombre ex­celso para un ser humano!

La mujer cree en la palabra oída, aunque todo parece estar en su contra.

Una lucha similar, digo, libró la mujer de que nos habla el Evangelio. Era una mujer cananea, no pertenecía al pueblo de Israel. La historia ocurre en circunstancias en que Cristo resuelve salir de las comarcas de Israel y pasar a territorio pa­gano, con la intención de permanecer oculto por cierto tiempo. En aquel día en que el Señor llega a la región de Tiro y Sidón, la mujer se arma de coraje y corre a encontrarse con él y le implora que la socorra. Marcos agrega que la mujer había oído hablar de Jesús; quiere decir: en todas partes de Judea corría la voz de que este hombre prestaba su ayuda a cual­quiera que se la solicitaba. En esta fama se encendió la fe de la mujer: ella confía en que Jesús puede ayudarle también a ella; de lo contrario, no habría corrido detrás de él. Animada por su fe grita tras él: no dudó de su poder y voluntad de socorrerla, ni se calló la boca hasta que el Señor accedió a su clamor. No fue poco atrevimiento venir a Cristo, ante todo si tenemos en cuenta que la mujer era una sirofenicia, o como dice Mateo, una cananea (ambas designaciones son correctas). Tanto más merece destacarse su valiente actitud de dirigirse sin más ni más a Cristo pidiendo que la socorra, a pesar de ser ella una mujer pagana.

Mas he aquí: Cristo reacciona de una manera muy diferente de lo que era de esperar a base de lo que se contaba de él. Hace malograr el intento de la mujer y no le responde palabra. No obstante, ella piensa: "A todos ayudó. ¿La culpa de quién me hace pagar? ¿Por qué me trata justamente a mí con tanta as­pereza?" Fue sin duda un rudo golpe para su fe. Imaginaos: ¡precisamente aquel en quien ella confía, la rechaza en forma tan brusca! Menos penoso fue lo que le pasó a aquel ciego de que oímos hace dos semanas: a aquél le habían tratado de acobardar los hombres que circunstancialmente se hallaban en derredor de él; pero aquí el que acobarda es Cristo, de quien se espera que consuele. ¿Qué haríamos nosotros si Dios contraria­se de tal manera nuestros planes y deseos? Pero la mujer no se arredra por ello; hace como si no se hubiera dado cuenta, o como si ella fuese un yunque, hecho para recibir impasible los golpes. Pese a todo sigue ateniéndose a lo que, según Marcos, había oído decir acerca de Cristo. De esto no la saca nadie: "Este Jesús es un hombre bondadoso que no le niega su ayuda a ninguno". Tan lleno está su corazón de la buena fama que había oído, que no le viene la menor duda acerca de si Cristo es realmente así como cuenta la gente.

La fe verdadera se envuelve en la palabra y no la suelta.

Ésta es la doctrina de que ya os hemos hablado a menudo: que la fe se ase sola y exclusivamente de la palabra. Cierra los ojos y los oídos y todo y no quiere saber nada sino que Cristo es el Salvador. En estas palabras se envuelve, y no permite que nadie se las quite; antes tendrían que juntarse el cielo con la tierra. Si el diablo nos "desenvuelve" y nos hace pensar en algo distinto de la palabra, estamos perdidos; porque nuestro único remedio, nuestra única ayuda es la palabra. En Isaías (46:3) el Señor dice: "Oídme, todo el resto, vosotros sois traídos por mí desde el vientre". En el pasaje mencionado, el Señor llama a su palabra "vientre materno". En esta palabra yacemos, en ella somos preparados y formados como las criaturas en el seno de su madre. La misma figura la emplea Pablo al decir: "Yo os engendré por medio del evangelio" (1ª Corintios 4:15), o sea: "El evangelio es mi seno materno por medio del cual os engen­dré". La cristiandad entera, por su parte, también tiene, como Pablo, la misión de criar y formar hijos para la vida eterna. Por ende no se debe despreciar la palabra, porque ésta lo encierra todo. De esta manera procede la mujer cananea: no permite que nada la aparte de la palabra. Ve que Cristo se calla, que le vuelve las espaldas, cosas todas que a cualquier otro le habrían hecho entrar en sospechas; en estos momentos decisivos, ella sola persevera en la palabra en la cual está envuelta.

2. La segunda prueba: Cristo dice que vino n servir sólo a los de Israel.

La fe de la mujer no se aviene a renunciar n la ayuda del Señor.
La fe de la mujer es expuesta a una segunda prueba, más dura todavía que la primera. Intervienen los apóstoles, como intercesores, y le dicen a Jesús: "¿No querías permanecer ocul­to, Señor? ¡Buen método has elegido para ello:" Oigamos lo que relata Marcos: "Jesús no quiso que nadie supiese que él estaba allí; sin embargo, no pudo esconderse, porque una mujer había oído de su presencia". Pero en esta oportunidad, ni la inter­cesión de los apóstoles sirvió de algo. Es un fuerte consuelo sa­ber que otros oran por nosotros, particularmente si estos "otros" son personas a quienes su fe les da la certeza de gozar del favor divino. Por la oración de una sola de tales personas, yo entregaría gustosamente todos los bienes y tesoros de esta tierra. Pues Jesús prometió a sus discípulos: "Todo cuanto pi­diereis al Padre en mi nombre, os lo daré" (Juan 16:23). Pero aquí, ante la mujer cananea, el Señor deniega por segunda vez lo que se le estaba solicitando, en contra de su propia pala­bra y promesa. Su motivo es: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Esa mujer, en cambio, no perte­nece a la casa de Israel sino que es cananea. Con esto, Jesús aclara sin rodeos por qué no le quiere ayudar. En verdad, un golpe aplicado con maestría: "Es cierto, prometí escuchar oraciones; pero no es a ti a quien se lo prometí". Cuando a uno le quitan esta esperanza, ya no le vale ninguna ayuda, ningún consejo; porque todos los que querían interceder por mí, se retirarán si Jesús dice que él es enviado con sus bienes y bendiciones a los de la casa de Israel, pero que yo no soy israelita. Esto significa rechazarlo a uno no sólo con gestos sino también con palabras. En efecto: Jesús afirma que la mujer no tiene nada que ver con su palabra. ¿O no es esto lo que expresa al decir: "Yo tengo que desempeñar la tarea para la cual fui enviado, a saber, para ser el Salvador de Is­rael"? Si la mujer cananea hubiese tenido una fe débil, habría desistido ahora de pedir socorro a Jesús; cien otros suplican­tes habrían perdido el ánimo. Pero ella no se deja arrebatar una palabra por otra. Se prende de lo que había oído decir acerca de Cristo, aun cuando él mismo quiere arrebatarle su seguridad y confianza con sus gestos y sus palabras.

A la palabra de prueba, la fe opone la palabra de la promesa.

Dios tiene dos clases de palabras. Lo primero que dice lo dice en serio, a saber, cuando nos hace anunciar el perdón de los pecados por causa de Cristo. Este mensaje es la piedra angular sobre la cual ha de basarse la fe. Ahora bien: si Dios opusiese a esta primera palabra una segunda, también palabra de Dios, pero de sentido contrario a la primera, en tal caso yo debería decir: "Sus palabras son dobles. La primera pala­bra, la que Dios dijo en un principio, a ésta me atengo y me adhiero; porque allí habló en serio. Por esto persevero en ella. Si él hace lo contrario, no me importa. Aunque todos, incluso Dios mismo, dijesen otra palabra, contraria a la primera, sin embargo no me habré de apartar de la primera." La segunda palabra la dice Moisés, y lo hace para ponerte a prueba, para ver si realmente quieres atenerte con entera firmeza a la pri­mera palabra. Aplicado al caso de la mujer cananea: esa mujer debiera haber tomado aquellas primeras palabras acer­ca de Cristo en otro sentido, y debiera haberse atenido a la segunda palabra, de que Cristo fue enviado sólo a los de la casa de Israel. Pero no; ella piensa: “Debo quedarme con la primera palabra, con aquella noticia que recibí acerca del buen Señor que está dispuesto a ayudar a todos. Si después de esta primera palabra hay otras, que las explique él mismo como le parezca bien; a mí no me importa. La segunda palabra no la dice tan en serio". Así debemos pensar también nosotros: "Lo uno como lo otro es palabra de Dios, pero la primera palabra la dice en serio, la segunda no. Por supuesto, honraré también su segunda palabra como palabra de Dios; pero con todo, no la dice en serio". Al fin verás entonces que todo lo amargo se torna dulce. De este modo adhirió también Jacob a la palabra primera a pesar de que siguió una segunda.

Cuando a base de nuestro bautismo conocemos a Cristo como Salvador nuestro, y cuando sientes que las palabras que en aquella oportunidad hizo pronunciar sobre ti las dijo en serio, entonces debes dejar de lado, a causa de aquellas pa­labras, a todas las creaturas con sus dudas y objeciones, de lo contrario, tu bautismo no te sirve de nada. Si Cristo te dijera primeramente: "Tu bautismo tiene tal y tal poder", y luego dijera: "No te valdrá de nada", tendremos que perseve­rar en su primera palabra. Así es como hace la mujer cananea: se queda con lo que comentaba la gente, que Cristo es un Señor bondadoso, y piensa: "Por más que me diga que no fue enviado a mí, ¿qué me importa? Yo yazgo en la primera palabra como un niño en el vientre de su madre." De este modo la mujer rebate la palabra de Dios con la palabra de Dios; rechaza a Dios con Dios. ¡Esto sí que es un arte: desechar la palabra de Dios por causa de la palabra de Dios, desdeñar a Dios por causa de Dios!

3. La tercera prueba: Cristo niega el pan a los "perros".

La fe no se deja acobardar ni siquiera por las palabras despectivas de Cristo.

Acto seguido, Cristo asesta a la mujer el tercer golpe. La fe en la primera palabra la impulsa a
implorar al Señor por socorro; pero en este momento, él asume una actitud aún más extraña, y réplica: "No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos". Esto significa lisa y llanamente: el que no es de la casa de Israel, es un perro. ¡Pero mira qué criterio más raro el de Jesús! Sin embargo la mujer, haciendo gala de una presencia de ánimo y de un coraje increíble, recoge la propia palabra de Jesús y le responde: "Está bien, haz lo que dijiste, da el pan a los hijos. No obstante, no me privarás del derecho que tiene el perro: aunque no se le permite co­mer en la mesa, sin embargo come de las migajas que caen de la mesa de sus amos". A esta observación de la mujer, Cris­to no puede contestar nada, pues ella no había hecho ninguna objeción a lo que él le acababa de decir. Al contrario: admite que ella pertenece a los perros, y dice: "Que los israelitas reciban todo el tesoro que trajiste para ellos; pero algo quedará también para nosotros los gentiles". La fe en el corazón de esta mujer es más fuerte que nunca: se ase de aquella palabra primera, y al mismo tiempo reconoce que todo lo que sale de la boca de Cristo, son palabras de Dios. Si Cristo hablara así contigo, caerías en la más profunda de las desesperacio­nes. La mujer cananea en cambio se atiene a la regla: "La primera palabra es la que debe quedar en pie. Todo lo de­más no me puede afectar en mi corazón, porque éste se atiene a la primera palabra." De esta manera, la mujer obtiene la vic­toria por su adhesión incondicional a la palabra primera. Ahora ya no pertenece a la categoría de "perros", sino que Cristo le dice: "Hágase contigo como quieres". Se acabaron las palabras duras de unos momentos antes, y queda confirmada la verdad: La primera palabra es la que se debe aprender y saber; la se­gunda sólo sirve para probar la fortaleza de la fe.

Quien admite el juicio de Dios, puede buscar también la gra­cia de Dios,
Vemos, pues; que durante su vida terrenal, el cristiano es tentado no sólo por Satanás y por el mundo, sino también por Dios. Es necesario, por lo tanto, que también nosotros aprendamos el arte que aquella mujer cananea dominaba a la per­fección: asentir a lo que Dios dice. Si pudiéramos dar nuestro Sí a toda palabra proveniente de la boca de Dios, seríamos sal­vos y eternamente bienaventurados. La mujer cananea admitid sin protesta alguna la sentencia: "Tú eres un pecador, sujeto a la muerte y al infierno". Este juicio pesa sobre todos los hom­bres, puesto que todos somos pecadores, y "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23). Sin embargo, nosotros quisiéra­mos revertir dicha sentencia para no ser calificados de peca­dores, mediante la práctica de lo que nosotros llamamos "bue­nas obras", "anulando así el acta que nos es contraria"'. Nuestra naturaleza humana queda aterrada por ese juicio. Co­rre de un lado a otro, afanosa de hacer buenas obras. Le resulta intolerable la ira divina, y quiere inventar un remedio contra ella. Pero lo único que te puede ayudar es decir "Sí" a la sen­tencia de Dios, como lo hizo aquella mujer. No creas empero que sea un arto desdeñable poder decir de todo corazón: "Es verdad, por mis pecados soy presa de Satanás". Si puedes decir esto, puedes decir también aquello otro: "Y bien, Señor, dame tam­bién el derecho que tiene el pecador, a saber, el derecho de confiar .en tu misericordia. Tú prometes a los pecadores pleno perdón de sus pecados; tú haces descender al infierno, y haces subir (1ª Samuel 2:6). Así rezan tus propias palabras. Siendo pues yo un pecador condenado, a estar de lo que tú mismo di­ces, haz también conmigo conforme a tu promesa dada a los pecadores". De esta manera lo comprometo a Dios mediante sus propias palabras. En tal sentido confiesa David: "Contra ti solo he pecado, para que seas reconocido justo en tu pala­bra" (Salmo 51:4). Y Pablo observa al respecto: La justicia de Dios es una gran cosa en la cual debiera deleitarme con toda razón, vale decir: "Confieso sinceramente que tú pro­nunciaste un juicio veraz, a saber, que yo soy un hombre con­denado; confieso también que no hago lo que debiera hacer, y que tú tienes razón en todo lo que haces"'". Si tributamos a Dios este honor, él a su vez nos enaltece, como leemos en 1ª Samuel 2 (v. 7): "El Señor empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece". Aprendamos esto, para no tener que temer el juicio de Dios, y confesemos que es veraz su veredicto de que somos pecadores condenados. Entonces con toda seguridad te "hará subir también a ti del infierno".

Dr. Martín Lutero

Sermón predicado para el Domingo de Reminiscere.

Fecha: 25 de febrero de 1526.

lunes, 18 de agosto de 2008

12º domingo de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!



“Cada paso con Jesús es una experiencia de fe”
Textos del Día:
El Antiguo Testamento: 1ª Reyes 19:9-18
La Epístola: Romanos 9:1-5
El Evangelio: Mateo 14:22-33

22 En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. 23 Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. 24 Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. 25 Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. 26 Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. 27 Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
28 Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. 29 Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 30 Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! 31 Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? 32 Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. 33 Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.

Sermón
La situación.
Sin darnos respiro el relato de Mateo encadena la multiplicación de los panes y los peses con la porción del Evangelio para hoy. Los discípulos, seguramente perplejos y admirados por la enseñanza práctica que recibieron de su Maestro de darse al prójimo aún en momentos que deseamos para nosotros poniendo en las manos de Dios aquello que incluso a nosotros nos parece insignificante, subieron a la barca por orden de Jesús sin plantearse mucho de porqué los enviaba solos. Ellos únicamente obedecieron su palabra. Confiaron y obedecieron. Éstas son las consecuencias de quien recibe fortaleza de su fe por oír la vivencial y poderosa Palabra de Dios.
Jesús busca la soledad.
Jesús luego de despedir a la multitud retoma aquello que había dejado aparcado por la necesidad de su prójimo. Nos dice el Evangelio que “subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche estaba allí solo”. La necesidad de retiro no había sido sino postergada. Cristo quiere estar a solas en oración. Tú también necesitas buscar estos momentos de subir a tu monte y orar a tu Padre celestial. Cristo nos mostro esa necesidad y su importancia.
Jesús y su método poco ortodoxo al caminar sobre el agua.
No siempre hizo Jesús uso de su divinidad para manifestarse, pero en ocasiones veía preciso reafirmar en sus discípulos la idea de que él era el poderoso Dios hecho hombre, el Mesías. Claro está que las acciones sobrenaturales que Jesús ejercía no constituían el pilar o fundamento de fe, ya que pronto eran olvidadas y las dudas que acechaban emergían instantáneamente. Muchos que vieron milagros no creyeron. Incluso los discípulos, cuando Jesús murió, no terminaban de creer en su resurrección. Los milagros o acciones poderosas de Dios no constituyen el centro de la fe y relación de confianza con Dios. Pues estas tienen en nuestra torpe mente el impacto de cualquier sustancia adictiva: necesitamos constantemente más y más de ellas para experimentar por un corto de tiempo su efecto. Sin embargo el fundamento de la fe es más estable y no es alucinógeno. La fe, la confianza, recaer únicamente en la persona de Jesucristo y su Palabra, y por ella vemos lo imposible.
Ver fantasmas.
Eran entre las tres y las seis de la mañana (4ª vigilia), había viento en contra y oleaje. Estaban cansados de un arduo día lleno de experiencias hermosas pero que desgastaban mucho debido a su intensidad. Los discípulos ven a alguien caminar sobre el agua. Se turban. Lo primero que repercute es sus cuerpos es el miedo. ¡Algo malo será aquello que viene! Y enseguida alguno le pone nombre para asentar y reafirmar el miedo en todos: ¡Un fantasma! Lo último que se les ocurrió pesar es que podía ser Jesús, aquel Maestro que andaba con ellos y que era capaz de alimentar a una multitud de más de 5.000 personas solo con dos panes y cinco peses.
Nuestra mente ingeniosa siempre está dispuesta a ver cosas raras o atribuir nombres o personajes ficticios a Cristo. Inventar novelas sobre Dios nos sale naturalmente. En situaciones confusas, como puede ser la que los discípulos estaban viviendo, nuestra mente corre ágil a inventar cosas extrañas. Se pone en marcha el mecanismo de defensa y el temor aflora haciéndonos poner en tensión, a la defensiva. Vemos lo que no es. Nuestra mente es muy “imaginativa”. Debemos tener cuidado de ella.
Nuestra mente, ante la presencia de Cristo, puede que nos traiga algunos fantasmas que aporten temor a nuestras vidas. El fantasma asusta. Muchas incertidumbres y miedo vienen como producto de nuestras mentes de la mano de Cristo. Cuando somos nuevos en la fe hay muchos planteos e incertidumbres. Vienen muchos fantasmas. El fantasma del qué dirán los demás puede ser uno de ellos, pero estos fantasmas toman diferentes formas, las que nosotros le demos según nuestra historia, situación y entorno. Estos fantasmas se siguen creando y apareciendo a lo largo de nuestra vida de fe. Pero lo que queda claro es que Jesús espanta todos nuestros fantasmas.
Jesús nos calma
Nuestras mentes disparan nuestros temores. Pensamos en lo malo, nos preocupamos, nos desesperamos. No vemos bien en la oscuridad, pero vemos fantasmas nítidamente. Pero Jesús habla. Quiere que le oigamos antes que ser guiados por nuestra vista. Su Palabra de calma llega a nuestras agitadas vidas. La buena noticia llega en medio del miedo, la inseguridad y la desesperación. Cristo está con nosotros. ¡No temáis, soy yo. Tened ánimo!
El ánimo que nos infunde Jesús contrarresta el temor. Cristo nos trae ánimo. Su presencia clama nuestros miedos infundados. Aquellos que son producto de nuestra imaginación, de nuestro cansancio, de nuestra falta de visibilidad clara, de nuestra mente fantasiosa. Hay muchas personas que viven angustiadas por sus temores, mitos, leyendas, fantasías, etc. La presencia de Cristo quiere disipar todo ese temor con su Palabra. Es Cristo él está con nosotros ¿Quién en contra?
Miedo a la muerte, a las enfermedades, a las brujerías, a la falta de trabajo, etc. Vivimos siempre en tención a causa de los temores que genera esta vida tormentosa y oscura y nuestra visión acotada. ¿Pero qué podemos hacer contra un fantasma que nos atormenta? ¿Cómo luchar contra él? ¿Cuáles son tus fantasmas? ¿Cuáles tus temores que te hacen angustiar y te paralizan? Nuestra vista nos engaña, la Palabra de Cristo nos trae la Paz.
Cristo trae calma en medio de la oscuridad y la tormenta. Nos da la seguridad de su presencia por medio de su Palabra: “Soy yo”, “estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, “dónde haya dos o tres reunidos en mi nombre allí estaré”. “Tomad comed, esto es mi cuerpo… tomad bebed, esta es mi sangre”. ¡Confía en él!
¡Queremos pruebas!
Pero hay personas, como Pedro, impulsivas, desconfiadas, que como Tomás dicen “sino no veo y no toco, no creo” Sin pensárselo mucho se lanzan a plantear y pedir, en ocasiones sin saber lo que piden, a quién se lo piden y porqué se lo piden. Pero ellos van para adelante con sus impulsos que demandan ser satisfechos. No es una virtud del creyente pedir a Dios pruebas para que su mente racional sacie sus dudas. Es una virtud dada por la fe creer en Cristo sin más: “bienaventurado el que cree sin haber visto”.
Pedro no se conforma con oír a Cristo sino que busca confirmar la Palabra de Jesús. “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Pedro mismo propone el método por el cual confiar y creer en lo que Jesús dice. Como si no le fuera suficiente ver a Cristo caminar sobre las aguas, luego de haberlo visto multiplicar panes y peses, él dice ¡Yo también quiero ir! Quiero experimentar con mi propia vida. No le basta la Palabra.
Cristo en esta ocasión accede a la petición de Pedro, no porque nuestros Señor necesite dar pruebas de su existencia y presencia, su Palabra es suficiente y debe bastarnos. Cristo accede pues quiere mostrar a Pedro que sus inseguridades e inestabilidades necesitan ser confrontadas a la luz de un problema mayor: Su auto seguridad.
Jesús le dice: ven.
Cristo llama a Pedro a una experiencia arriesgada. Era de noche, había tormenta y estaban en el mar. El llamado de Jesús suponía desafiar a las leyes de la naturaleza y confiar en el poder del Señor de la naturaleza. Pedro va. No sabemos si en un acto de inconsciencia, o por un impulso incontrolable, por no querer quedar expuesto y echarse atrás en último momento, o por confianza en Cristo. Lo cierto es que se lanza a la aventura que él mismo había propuesto por una duda y a la cual Cristo permite.
Pedro camina sobre el agua. Comprueba que quien calmaba con su Palabra los temores que ellos habían generado con su mente imaginativa (un fantasma), es el Señor Jesucristo. Pedro camina y sacia por un instante su curiosidad, sacia su mente inquisidora, incrédula. Pero pronto todo se tuerce. La experiencia no basta. Falta algo.

Sálvame Señor.
La experiencia duró poco. Pedro “VE” y pone su atención en las condiciones externas y no en el Señor que lo llama. Ve el fuerte viento a su alrededor y regresa el miedo en Pedro, quien teme por su vida. Su falta de confianza se evidencia y comienza a hundirse. Nada podía hacer. Sus dudas, sus planteos, ya no le servían de nada. Desespera de sí mismo. Aquello que por fe era firme y lo sostenía se desvanece a sus pies. En su desesperación ya no hay lugar a ingeniosos cuestionamientos mentales. Sólo hay lugar para la fe. Sólo existen ojos para Cristo. Sólo queda una desesperada petición que proviene de la fe: ¡Señor, sálvame!
En ocasiones los discípulos de Cristo, como lo era Pedro o como lo eres tú, debemos pasar experiencias que nos hagan desesperar totalmente de nosotros mismos. Siguiendo a Cristo puede que nos distraigamos y nos volvamos confiados en nuestros planteos y peticiones. Seguros en nosotros mismos y no en la Palabra que nos brinda el Señor. Puede que queramos tener todo controlado bajo el amparo y dominio de nuestra mente. Con cuestionamientos en ocasiones evidenciamos nuestra falta de confianza y dependencia absoluta a la Palabra de Dios. Pero Cristo sigue allí, a nuestro lado, y nos extiende su mano salvadora y nos sostiene. Nos rescata de nosotros mismos, de nuestra fangosa desconfianza, de nuestra miseria encubierta de vana valentía.
La fe es lo que Cristo quiere fortalecer.
Solo la confianza en Cristo y su Palabra hecha a fuera la desconfianza, la inseguridad, el miedo, la incertidumbre. El problema de Pedro era que no descansaba en la Palabra de Dios sino que se dejaba llevar por sus emociones, racionalismo, etc. Esa es la lucha que los cristianos entablamos con nosotros mismos. Pero la fe es certeza y convicción de lo que no se ve pero que se espera. Por ello la fe es locura para los que no creen. Por eso esa fe es capaz de mover las montañas del hades y abrirnos las puertas del Cielo, porque la fe cree que Cristo lo puede hacer posible, que Cristo lo ha hecho posible, que es verdad lo que nos dice y por ello lo recibe.
El resultado final de toda la hazaña de Pedro revela un diagnostico claro por parte de nuestro Señor: Su problema es de fe. Cristo lo reprende diciendo ¡hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Vaya varapalo que recibe Pedro. El hombre que parecía más lanzado, mas decidido, el que habla, cuestiona, el que pide, el que parece el más valiente, termina siendo cuestionado en su fe. Algunos solo aprendemos a fuerza de golpes esto de ser humildes.
Lo milagroso no es garantía de fe.
Queda evidenciado, tras la experiencia de Pedro, que lo milagroso no es sinónimo ni garantía de fe. Pedro se distraía mucho, se despistaba. Había muchas cosas a su alrededor que le infundían más temor que la seguridad que le podría brindar la palabra y la presencia de Cristo. Esto nos sucede a nosotros también. Por eso necesitamos meditar en la Palabra de Dios y aferrarnos a ella de todo corazón. Ella nos dice como debemos fortalecer la fe: Puestos los ojos en Cristo, autor y consumador de la fe. Por fe andamos y no por vista. Dios nos pide que seamos ciegos a los temores de este mundo y que veamos las promesas que él no da y sus seguridades.
Cristo busca fortalecer la fe.
La fe confía, la fe nos acerca a Cristo, la fe nos lleva a adorarle y la fe nos lleva a confesarle. ¡Cuántas verdades encierra el versículo 33!: “Entonces los que estaban en la barca se acercaron y le adoraron diciendo: Verdaderamente eres el Hijo de Dios” ¿Será que antes no lo creían? Pues sí, lo creían, pero cada día necesitamos confesar en fe esa misma verdad. Reafirmar eso para nosotros y para los demás. Jesús es el Hijo de Dios. Es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es nuestro Salvador. Esta confesión enriquece nuestra pobre fe que es a diario asechada por las dudas y se hunde en nuestras propias pantanosas miserias y miedos.
Gracias a Dios no tenemos que pasar por la experiencia de caminar sobre el agua para llegar a esas conclusiones, nuestra experiencia con el agua fue otra. Hemos sido bautizados y revestidos de Cristo. Las aguas Bautismales nos dieron la fe, nos regeneraron. Y por la fe que nos fue dada nos basta oír el relato del Evangelio y creerlo y confiar en Cristo. El Evangelio nos muestra como Pedro tuvo que pasar su fe por el fuego. Eso nos fortalece.
Nuestros desafíos sin duda serán otros, los proyectos que emprendemos en nombre de Cristo y a través de la iglesia requieren confianza. Navegamos con viento en contra y en la oscuridad, pero con la seguridad de que Cristo está con nosotros y con su palabra amorosa nos brinda consuelo y disipa todo temor. Nos quita el miedo que producen nuestros “fantasmas”. Nos da ánimo y cuando nos hundimos por nuestra debilidad y clamamos a él podemos estar seguro que está ahí, dispuesto a extender su mano salvadora hacia nosotros y sostenernos. Amén.Pastor Walter
Daniel Ralli

jueves, 14 de agosto de 2008

11º domingo de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

11º domingo después de Pentecostés

“Jesús nos enseña a darnos a los demás”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 55:1-5

La Epístola: Romanos 8:35-39

El Evangelio: Mateo 14:13-21

Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.

Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador:Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.

Sermón

La situación.

Jesús es avisado de la muerte de Juan el Bautista. Éste no era solo su pariente, sino aquel que le precedió y anunció en su ministerio. Juan había nacido con un propósito claro y definido que cumplió en todo momento. Incluso su muerte fue por causa de su fidelidad al mensaje que predicó hasta las últimas consecuencias.

Pero la muerte de aquel hombre fiel a Dios era la manifestación de la paga del pecado. La carne debe morir y aunque Juan el Bautista fue el más grande de los profetas de Dios, era un ser humano nacido en pecado. Él no era el Cristo. Él, por más elocuente predicador de la ley y el arrepentimiento que fuese, tenía claro que no era digno de desatarle las sandalias a Jesús. Era consciente que tenía que menguar su figura para que se vea con toda nitidez la de Cristo. Él señaló el camino incluso a sus propios discípulos: “este es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Aquel hombre al que Dios le dio un papel importante en su plan de salvación, moría de una forma cruel y desgarradora. Le cortaron la cabeza. Sin duda esta era una noticia impactante para Jesús.

Jesús busca la soledad.

Jesús se apartó. Él solo. A un lugar desierto. El texto parece querer enfatizar una necesidad imperativa de Jesús de retiro. No quería gente a su alrededor. Jesús sabía que la muerte de Juan podía acontecer, y aún así el dolor de la pérdida humana se palpaba. Jesús en su humanidad necesita distanciarse de la actividad, del ruido. Parece necesitar un tiempo para él solo.
El dolor humano no lo anula la fe ni viceversa. La necesidad del retiro está presente. Ir a nuestros desiertos a meditar y digerir los tragos amargos es parte de la vida del cristiano. No somos superhéroes a los que las cosas no le afectan. Ni siquiera Cristo actuó así. La fe no anula los sentimientos, sino que en ella encontramos consuelo para que éstos salgan y no nos ahoguen.

En ocasiones necesitamos nuestros retiros, salirnos del ruido y la rutina para pensar y encontrarnos a solas con nosotros mismos y Dios. Debemos aprender a respeta e incluso estimular estos momentos en los demás y pedir que también los respeten con nosotros. Son útiles y necesarios. Sin embargo estos retiros y esta necesidad personal en la vida de Jesús no estuvieron por encima del amor, la compasión y la misericordia hacia el prójimo. A veces incluso eso debe postergarse y renunciar a ello por causa y amor del evangelio y el prójimo.

La gente lo seguía.

Las multitudes buscan orientación. Veían en Cristo la respuesta a sus necesidades. Querían oír de él. Confiaban en lo que él tenía para decirles. Lo seguían. Recorrían muchos kilómetros a pie, para estar en su presencia y oír de su boca palabras de consuelo, de perdón. Necesitaban encontrar un pastor que vele por ellos, que les brinde su cuidado y protección. Que las oriente, le de orden y claridad en sus pasos. Que sepa dónde llevarlas.
Jesús los ve y tiene compasión de ellos.

Jesús renuncia a su necesidad de soledad para darse a la necesidad de los demás. ¡Qué ejemplo de entrega! Dar de nuestro tiempo a los demás es un acto de amor que en ocasiones pasa desapercibido. Pero no hablamos aquí de dar de lo que nos sobra sino de aquello que necesitamos para nosotros y que por un acto de amor renunciamos a ello para brindárselo a otro.
En ocasiones se nos pone como una exigencia, como lo que nos corresponde. Es un reclamo. Sin embargo no es así. Solo renuncia a lo suyo aquel que ama tanto a su prójimo como se ama a sí mismo. Pensar en nosotros y solo en nosotros es fácil. Es parte de nuestra naturaleza egoísta.
Comprar y comprar para nosotros y los nuestros y acumular lo mejor. Gastar todo nuestro tiempo en nuestros placeres personales. Juntarnos con aquellos que nos brindan bienestar son actos reflejos de nuestro egoísmo que quiere todo para sí mismo.

Jesús renuncia a eso porque ama, ve a los demás y no solo a sí mismo. ¡Cuánto tiempo pasamos revolcándonos en nuestros problemas, dolores y sufrimiento! Eso nos impide levantar la vista y prestar ayuda, oído o dar una palabra de aliento al desvalido. ¡La cosa está muy mal! Son muletilla que usamos como barreras para que nadie se acerque y ose demandarnos algo que “nos pertenece”. Pero Jesús está aquí para enseñarnos algo diferente.
El prójimo nos saca de esa ceguera. Nos da una oportunidad de salir del encierro, de la cárcel que me pone mi ego. Nos presenta un desafío. En definitiva, la necesidad de nuestro prójimo nos rescata de nosotros mismos. Ver esto no es fácil. Sin embargo es posible. Pues lo imposible para los hombres es posible para Dios. Esta es la lección que Cristo le quiere dar a sus discípulos.

Quiere enseñarles a sentir compasión y a tener misericordia al punto de renunciar a sí mismos e involucrarse con las necesidades de los demás y entregarse a ellas.

Jesús ve.

Él no tiene los ojos vendados ni tapados por sus propias preocupaciones. No mira su ombligo sino que levanta la cabeza y ve que hay gente que lo necesita y que lo busca a tientas. Pídele a Dios que quite la venda egoísta y egocéntrica que te impide ver la necesidad de los demás y tener misericordia de ellos. Ejercítate en esto. Invierte tiempo no solo en ti y los tuyo, sino en mirar a tú alrededor y eso repercutirá en un bien para ti. Te liberará. No porque necesites ganar nada o mostrarte bueno, no por el cumplimiento de una ley pesada que te exige a fuerza de amenazas, sino por el contrario, porqué tu prójimo te presenta una oportunidad de renunciar a ti mismo y en él amarte sanamente a ti mismo. Y en esa oportunidad tú saldrás enriquecido también. Recuerda que nosotros amamos porque Dios no amó primero, y esto es una cadena de amor.

Los sanaba.

Dice el texto que Jesús ve, siente compasión y actúa. Extiende su mano hacia el necesitado. En este caso lo sana. ¿Cuántas dolencias y enfermedades podemos curar con una buena palabra? Con dedicarle un poco de tiempo a los demás. Con oírlos. Con darles una caricia o un abrazo. Con solo decirle estoy contigo. Con hablarle del Perdón en Cristo. Las enfermedades, las dolencias, lo grandes males y pestes de nuestros tiempos son afectivas y espirituales.
Los texto paralelos como Marcos 6:34 nos dicen que Jesús “tuvo compasión de ellos porque andaban como ovejas que no tenían pastor” Es decir perdidos, desorientados en esta vida, sin rumbo fijo y a la merced de cualquier peligro y depredador. Por esto Jesús toma de su tiempo de retiro para dárselo a ellos. Considera más importante orientar a esta gente que su propio descanso o reposo. Se pone manos a la obra y “comenzó a enseñarles muchas cosas”. Esta también es nuestra tarea: enseñar movidos por la compasión al afligido.

Llega la noche.

La noche llega incluso para Jesús. El tiempo pasa volando cuando te involucras con el prójimo y lo ayudas. Te olvidas de tus propios problemas. Pero la ayuda a los demás trae inconvenientes. Presenta dificultades. Acarrea desafíos nuevos. La noche llega y con ella situaciones oscuras o difíciles.
Estas son las que por lo general queremos evitar. No nos queremos complicar demasiado la vida y menos por la culpa o a causa de otros. Por eso incluso con cálculos razonables recurrimos al “despido”.
Las buenas intenciones que despide a la gente.
¿Hasta dónde o hasta cuándo ayudar al otro? Los demás nos pueden absorbernos y eso tampoco es bueno. ¡Habrá que despedirlos en algún momento antes que su presencia nos complique la vida! Esto es un punto difícil y conflictivo en la entrega y ayuda a los demás.
Los discípulos habían renunciado a un poco de tiempo y descanso, pero hasta ahí llegaban. Sin embargo Jesús quiere llevarlos un poco más allá.
En muchas ocasiones nuestras “buenas intenciones” son una tapadera para sacarnos de encima un problema. Vemos las cosas de manera pesimista. Ponemos pegas para auto convencernos de que hasta aquí podemos llegar y que lo mejor es despedir el problema de los demás antes que nos traiga más problemas. No pensamos en los demás sino en nosotros mismos. No tenemos en cuenta que Jesús, el todopoderoso, está a nuestro lado.
“El lugar es desierto y la hora avanzada. Despide a la multitud para que vayan por las aldeas y compren algo para comer”. Despedir a los demás para que se busquen la vida es lo sencillo, es lo humano, es lo que aportaban los discípulos al texto de hoy. Involucrarse con su necesidad aún cuando a nuestra lógica le parezca imposible o absurdo es lo celestial, es lo que aporta Cristo a este texto.

Pero Jesús les presenta un desafío. Él está dispuesto a enseñarles a sus discípulos una lección que jamás deberán olvidar. Quiere que entreguen y pongan por la causa de esta multitud hasta lo último que tienen. Incluso aquello que ellos no tienen en cuenta, aquello que ven insignificante o no lo valoran como algo que aportar.
Dadles vosotros de comer.
En ocasiones nos preguntamos ¿qué podemos dar a los demás? A veces nos refugiamos en buenas ideas y planteos para eludir los problemas y no involucrarnos con ellos. Despedir, desviar aquello que nos supone un desafío es el camino más rápido e incluso lo hacemos en el nombre de Jesús ¡Despide a la gente Jesús! El prójimo nos acarreara problemas. No está en nosotros la posibilidad de solucionarlos. Caemos en un pesimismo. No podemos. Es muy grande el problema. El desafío me supera. Pero Jesús nos ataja y confronta: ¡Dadles!
Nunca debemos perder de vista que “lo imposible para los hombres es posible para Dios”. Dios quiere usarte para hacer posible lo que tú ves imposible. Es imposible que alguien tenga fe por ti, sin embargo Dios quiere usarte como mensajero y así él hacer posible que otros crean. En Dios todo es posible si puedes creer. Por lo tanto en Cristo necesitamos entregarnos en plena confianza y certidumbre. Pensar y reflexionar, calcular para edificar la casa sí, está bien, pero tienes que saber que tú nunca tendrás todos los materiales. Por lo tanto deberás confiar en Cristo que te dice “dales de comer”. Tienes que confiar en el poder de Cristo y no en el de tus fuerzas.
A menudo renunciamos asumir desafíos porque creemos que todo depende de nosotros, de nuestras capacidades, de lo mucho o poco que tenemos, de nuestras fuerzas, y así todo parece demasiado pesado. Pero en fe renuncias a muchas cosas, incluso a la idea de que de ti dependen las cosas. En fe pones tu vida al servicio de Dios y los demás. Eso no es poco ni cae en saco roto. Dios sabe usar y sacar provecho a lo inimaginable. Él tiene poder para multiplicar. Él tiene capacidad de sacarle partido a aquello que puede ser desestimado. Incluso de ti.

No tengas en poco lo que Dios puede usar para mucho.

Cinco panes y dos peses en verdad no dan para mucho desde la perspectiva humana. Pero Cristo estaba allí y eso cambia las cuentas. Pensad como comenzó nuestra misión en España. Muchas pequeñas cosas que se aportaron, tiempo, ofrenda, talentos, casa para reunirnos, tinta para imprimir materiales, comida, y un sinfín de pequeños granos de arena, han hecho de que hoy en España seamos una iglesia misional bien establecida. En ocasiones los desafíos, lo conflictos, los problemas que nos presenta este mundo nos acobardan y nos hacen desentendernos de ellos y tirar la toalla. Hoy Cristo nos enseña a confiar en él aún cuando los números no nos cierren. Hoy nos enseña a ver que lo que en ocasiones no aportamos por verlo insignificante es justamente lo que él espera que traigas para usarlo para su reino. Nunca una palabra de aliento o una palabra que muestre la herida sangrante es insignificante si se da en el nombre de nuestros Señor y por amor a él y nuestro prójimo.

Allí donde vayamos siempre habrá gente que tenga necesidad de oír la Buna Noticia, aquella que dice que Dios no nos ha dejado tirados, sino que vio nuestra situación, tuvo compasión de nosotros y vino y se involucro a tal punto para resolver nuestro conflicto que dio su propia vida para que nosotros a través de la fe en Jesucristo tengamos Perdón, Paz y Vida Eterna.
Ten en cuanta, ahora que vienen tus vacaciones, que incluso en el tiempo de descanso habrá a tu alrededor personas necesitadas, no de ti, sino del Cristo en ti. El Cristo que te mueve y envía a darte a los demás, no para ganar nada, pues ya lo tienes todo, sino por amor. Ten compasión así como Dios tuvo compasión contigo. Y no temas, confía en Cristo y en el poder de su palabra. Pon tu vida a su servició. Pon todo cuanto tienes incluso aquello que consideras insignificante o poco en las manos del Señor. Ora. El Señor sabrá hacer con ello. Sabrá multiplicar con su poder. Sabrá saciar a los hambrientos, así como te sacia a ti con su Palabra y Sacramentos.

Pastor Walter Daniel Ralli

miércoles, 13 de agosto de 2008

10º domingo de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

10º domingo después de Pentecostés

“El Reino de Dios: Un Hallazgo Afortunado”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: 1 Reyes 3:5-12

La Epístola: Romanos 8:28-30

El Evangelio del día: Mateo 13:44-52

El Evangelio para el Sermón: Mateo 13:44-46

Evangelio del día

44 Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.
45 También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas,
46 que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.
47 Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces;
48 y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera.
49 Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos,
50 y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
51 Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor.
52 El les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.

Tema: Dios nos confronta en el ofrecimiento de su Reino a asumir una entrega y renuncia completas.

Objetivo: Que reconozcamos y valoremos el llamado que por gracia Dios nos ha dado a ser parte del Reino eterno.

Sermón

El reconocido erudito del Nuevo Testamento T. W. Manson escribió en referencia a las parábolas que consideraremos hoy: “El Reino de Dios es una riqueza que devalúa todas las monedas.”

Efectivamente, en estas pequeñas parábolas gemelas encontramos un tesoro inmenso de sabiduría que nos invita a considerar nuestra apreciación de lo que Dios ha revelado en nuestras vidas por gracia y para salvación eterna, confrontado con todo aquello que también está a nuestro alcance y que reviste cierto valor, sea material, intelectual o sentimental.

Solo por Derecha

La porción bíblica nos muestra dos escenas. Ambas quieren mostrarnos una misma realidad. Pero, ¿qué quieren mostrarnos?. Tenemos dos opciones: (1) Destacar el valor supremo del Reino de Dios, o (2) dejar en claro lo que significa ser parte del Reino de Dios.
Los oyentes de Jesús no tenían necesidad de escuchar acerca del valor del Reino, era algo que esperaban, era un anhelo muy profundo del pueblo judío en aquellos días, mal comprendido, sin dudas, pero tenían conciencia de este tema y una gran expectativa. Entonces vamos a la segunda opción: Jesús enfatiza hacia el final de esta sección de enseñanzas parabólicas (capítulo 13 de Mateo) que ser parte del Reino de Dios expone a toda persona, después de haberlo encontrado, a decidir sobre lo que hará.

Imaginemos por unos momentos al campesino que de manera inesperada encuentra durante su tiempo de trabajo un tesoro escondido en un campo. Extraña reacción la del hombre, esconde nuevamente el tesoro, y movido por una alegría incontrolable renuncia a todas sus posesiones vendiéndolas para adquirir ese terreno que le asegurará el tesoro descubierto.

¿Acaso no hubiera sido más fácil robarlo?, ¿Qué necesidad tenía de vender lo suyo para comprar algo que ya poseía en conocimiento?. Un simple y bien organizado movimiento nocturno le hubiera permitido quedarse con todo: lo propio y el botín descubierto. Sin embargo, esta parábola también nos asegura que hay una sola forma de tomar posesión del tesoro que Dios nos ofrece. El Reino es de Dios, le pertenece solo a Él y a quien se los revela. Allí no entran ladrones, nadie se mete por la ventana a escondidas, ni forzando la puerta. Toda persona que crea o piense que controla o establece el acceso al Reino de Dios se sorprenderá cuando llegue el momento (ver Mateo 6:20 y 7:21-23, Lucas 16:16, y Mateo 25:10-12).

Solo hay una forma de entrar al reino de Dios y es por su invitación. En esta primera parábola el hallazgo del tesoro fue inesperado y fortuito, pero aun así fue reconocido y apreciado, de tal manera que generó una inmensa alegría capaz de movilizar absolutamente todo en la vida de este campesino para no dejar pasar esta oportunidad única en su vida. El Tesoro bien valía la renuncia, porque su vida ya no era la misma después de este momento tan significativo.
Dios irrumpe en nuestra realidad con un tesoro en sus manos: Su amor profundo confirmado en la cruz del Calvario, en donde vemos a Su Hijo entregando su vida para que tengamos vida, absorbiendo en su sangre derramada nuestras penas, culpas, maldades y pecados, liberando la carga que llevamos para darnos una alegría inmensa en las palabras: “Tus pecados son perdonados.”

Ni Cualquiera ni todas, solo la más valiosa
En la segunda parábola encontramos una situación similar aunque no idéntica. En este caso no hay sorpresa, sino búsqueda cuidadosa. Encontramos a un comerciante de perlas finas que recorre el mundo entero buscando la mejor de todas. Después de tanto esfuerzo la encuentra y sin dudarlo vende todo lo que posee y adquiere su anhelada perla.
Quien conoce bien el valor de lo que encuentra no duda ni vacila en conseguirlo. Este es el caso del comerciante de la segunda parábola. En todo el camino que había recorrido, a lo largo de su experiencia pudo comprender que nada mejor podría aparecer, ni nada de lo ya conocido se comparaba a este nuevo descubrimiento. Valía la pena desprenderse de tantas otras perlas acumuladas, guardadas y atesoradas por tanto tiempo, pero que ahora se transformaban en inútiles e insignificantes en comparación con “la perla preciosa.”

¡Qué contraste tan marcado con la realidad relativista que nos toca vivir! ¡Cuántas personas vemos alrededor, buscando y acumulando “perlitas”! Viven una religión a la carta, sumando creencias, adhiriendo a filosofías y estilos de pensamiento que aunque opuestos entre sí, parecen satisfacer la razón y calmar (en realidad anestesiar) una conciencia que reconoce un vacío cada vez más difícil de llenar.

En medio de esta realidad relativizada en donde ninguna “perla” vale más que la otra, Dios nos recuerda que debemos desafiar este concepto con la verdad del Evangelio, la “Perla Preciosa”. No todo puede ser verdad, ni todo puede tener algo de verdad. Es necesario tomar una posición y ser fiel a lo que consideramos como verdad incuestionable y revelada desde lo alto con la sabiduría y poder de Dios.

Recordemos lo que confiesa el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses,

7 Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.
8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,
9 y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;
10 a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte. (Filipenses 3:7-10)


Para el apóstol la realidad estaba muy clara: todo lo que había dado razón a su existencia y había guiado en cada una de sus decisiones, su historia y formación ahora llegado a ser una pérdida, una basura, algo inútil. No porque todo su pasado haya sido un desperdicio de tiempo, sino porque carecía de Cristo, su amor y justicia (ver Mateo 6: 33)

Ahora con Cristo en el centro de su existencia, como eje de todo su accionar todo lo que fue y podía ser adquiere un nuevo valor y objetivo: conocer a Cristo, unido a él en todo, su padecimiento y resurrección para servicio y vida eterna.

¿qué dirán?

Las parábolas no comentan nada sobre la reacción de quienes contemplan las decisiones tan definidas del campesino y el comerciante. Ambos inesperadamente cambian todo por algo que consideran de mayor valor. Los invito a pensarlo, tal vez hasta podrán recordar alguna situación similar en sus propias vidas.

En el mejor de los casos algunos habrán mostrado admiración diciendo: ¡qué valiente!, ¡Qué desprendido!, ¡Qué arriesgado! Quizás destacando el desapego por las posesiones y el coraje de cambiar radicalmente.

En el otro extremo otros habrán dicho: ¡qué inútil!, ¡Qué ridículo!, ¡Qué locura! Sin dudas cuestionando y hasta juzgando como innecesario renunciar a lo seguro y conocido para iniciar un nuevo camino que solo conduce a lo desconocido.

Preguntas humanas, reacciones más humanas aún, muy propias de cada uno de nosotros. Pero, la pregunta que nos debe importar es la que Dios hace. ¿Qué dice Dios?, ¿Qué nos muestra en su Palabra, en el Evangelio?, ¿Qué nos propone Jesús?

¡Sigueme!

El llamado del Reino de Dios en la voz de Jesús, El Señor es claro:

9 Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.
10 Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.
11 Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
12 Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
13 Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.(Mateo 9:9-13)

Nuevamente, otro testimonio, en este caso el de Mateo, que representa en acción la verdad de las parábolas hoy presentadas. Él se levanta, deja todo y sigue al Maestro. Dios, en Jesús nos dice: Sígueme. Nos llama el Señor a caminar a su lado y para que este caminar sea significativo nos habla de un seguimiento que se manifiesta en dependencia de él y renuncia.

El seguimiento del Señor Jesús encuentra un llamado a reconocer en primer lugar nuestra condición como pecadores que solo pueden apelar a la misericordia divina por una respuesta, una solución a su problema. En segundo lugar a confiar, por la obra redentora de Jesús, que es voluntad del Padre darnos su mayor bendición, el don del Espíritu Santo (Lucas 11:13) para que nos guíe y enseñe el camino del arrepentimiento y la confesión de pecados de modo que seamos sanados, renovados y preservados para la eternidad. Amén.

Aplicaciones a la vida diaria:

· Da gracias a Dios porque ha sido su voluntad revelar tan gran tesoro ante tus ojos para que lo disfrutes junto a tu familia diariamente.

· Anímate con la certeza que el tesoro que has recibido no corre riesgos, sino que está bien resguardado por un Dios poderoso que no se olvida de ninguno de sus hijos.

· Valora la verdad que tienes en tu mente y corazón para compartirla con quienes aun andan buscando y coleccionando falsas perlas que nada valen.

· Aprende día a día de Jesucristo. Pídele que te ayude a crecer en el conocimiento de su Palabra. Llévale tus cargas. Toma tu cruz y síguele.

· Reconoce que necesitas del perdón de tu Señor por tus pecados. Que el arrepentimiento y la confesión sean un fruto digno de la fe que tienes.

· Reúnete en una iglesia que predique fielmente la Palabra y administre correctamente los Sacramentos. Busca en la Santa Cena el perdón y la Paz que Cristo ahí te brinda con su presencia.

Pastor Sergio Rubén Schelske.

lunes, 4 de agosto de 2008

9º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

“La cizaña y el trigo”
Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Joel 3:12-16

La Epístola: Romanos 8:26-27

El Evangelio: Mateo 13:24-30, 36-46

Sermón

Separar lo bueno de lo malo es algo que nos gusta hacer. Nos constituirnos en jueces. Elegimos y separamos. Pero lo bueno y lo malo en nosotros es muy relativo, pues está confundido. Por lo tanto a nosotros Dios no nos envía a juzgar, ni condenar a las personas en este gran campo que es el mundo, sino a sembrar trigo.

El domingo pasado Jesús nos habló por medio de la parábola de las semilla y nos mostró los distintos terrenos, bien podríamos llamarle corazones, en los cual cae la semilla del Evangelio. Este domingo nos habla el Señor de esa misma buena semilla de la Palabra que germina, crece y produce trigo. Pero no crece sola, pues al lado de ella crece también cizaña.

La cizaña

Era la pesadilla de los agricultores hebreos. Es una planta tan parecida al trigo que le llamaban “trigo bastardo”. Los ojos no expertos solo perciben la diferencia cuando da la espiga.
La cizaña es una planta toxica. Junto a la planta crece en el grano un paracito que lo infecta con una sustancia venenosa llamada “temulina”.
En la siega era importante separar el trigo de la cizaña ya que si se mezclan los granos y se muelen juntos la harina de trigo resultante podría ser más oscura y llevar grados de toxicidad. Una vez crecida la cizaña entre el trigo no podía arrancarse ya que las raíces entrelazadas podrían arrancar el trigo también.
La separación se realizaba después de la siega, donde se separaba la espiga de trigo de la de cizaña. Esta última, que tiene un tono más grisáceo, se agrupaba en fardos para luego ser quemada.

El crecimiento de la maliciosa cizaña suponía para los agricultores un doble trabajo, paciencia y la lección de que su valioso trigo debía convivir hasta la siega con la plaga de la cizaña, la cual solo vería su fin en la cosecha.

La paciencia en la convivencia

Los Israelitas cayeron presos de un muy mal entendido gestado en su corazón orgulloso, y como todo lo malo en esta vida, producto de la distorsión de la Palabra de Dios. Ellos habían sido constituidos una nación santa, un pueblo especial de Dios, es verdad, pero no para separarse del resto, menospreciarlo y condenarlo. Ellos fueron constituido pueblo de Dios para ser “luz de las naciones”. El sentimiento de superioridad que generaron trajo consigo soberbia e hipocresía, mucha hipocresía. Al considerarse mejor que los demás por su propia extirpe y méritos, se hicieron esclavos de la ley que intentaban cumplir con rigurosidad absoluta, y cuando esto no les era posible, aparentaban cumplirla con la misma rigurosidad. Creían erróneamente que la diferencia radicaba en ellos mismos y no en el Dios que los había creado para un propósito.

Por esto cuestionaban tanto a Jesús, pues Él comía con pecadores, se juntaba con ellos. ¿Qué clase de Mesías era que no separaba y quemaba a los que no son “trigo limpio”?
El Evangelio lo deja claro: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Juan 3:17
La cosecha y la separación vendrán, pero ahora no es el tiempo. Ahora estamos en un tiempo de Gracia, tiempo que necesitamos para crecer y proporcionar los frutos del Evangelio, de la Buena
Noticia del Reino.

Juntos pero no revueltos

Jesús no se separó de las personas de este mundo. Al contrario, él se hizo hombre y vino y habitó en este mundo. Y hasta el final de su vida, hasta su resurrección, muchos no lo vieron distinto al resto mortal. Lo veían como un hombre más o como un profeta más.
Sólo a los ajos de la fe de sus discípulos se podía distinguir al Dios hecho Hombre, al Salvador. Su apariencia era similar a cualquier otro, es más dice Isaías que “no hay hermosura en él, ni esplendor” (Is. 53:2), y sin embargo su fruto fue la salvación. Jesús no se separó, sino que habitó entre nosotros y sin embargo su fruto fue la redención del mundo pecador.

Nosotros, los que hemos sido constituidos trigo por la semilla del evangelio, crecemos y vivimos al lado de la cizaña. La diferencia está en que no seremos molidos juntos, pues eso no produciría la haría pura de Dios. Sin embargo hasta la cosecha final no seremos separados. Incluso puede que a simple vista no se distinga nuestra planta de la de la cizaña, y que las obras de los creyentes no parezcan tan majestuosas como la de los no creyentes. Sin embargo Dios sabe distinguir muy bien las obras de las fe, aquella que transitamos y las cuales él mismo preparó de ante mano, de aquellas que no son producto de su siembra. Efesios 2:8-10.

Una parábola realista

Ésta es una parábola en contra de las utopías vanas. Esas que tienen como objetivo crear un mundo idílico, sin dolor ni sufrimiento. Eso es imposible y cuanto más rápido te des cuenta de ello y lo asumas más tiempo tendrás para la verdadera labor que se nos encomendó. No lucharás vanamente queriendo atrapar el viento.
Cuantas más semillas de trigo esparzamos más trigo habrá. Sembrar es lo nuestro y no arrancar.
La falta de paciencia, la impulsividad, la ira desatada por el crecimiento de la cizaña solo pueden traer estragos al trigo. No podemos erradicar el mal. Las utopías paradisiacas aquí en la tierra son sueños absurdos. Solo la siega final de Dios pondrá a la cizaña en su lugar. No somos jueces, no somos segadores, sólo Dios es quien puede atribuirse esa función.
Nuestra tarea es, como aprendimos en la parábola de la semilla, sembrar sin cansancio la Buena Noticia de Jesucristo y enraizarnos más y más en él. Alimentarnos con su Palabra y Sacramento a fin de crecer, y que nuestra espiga de granos abundantes de misericordia, paz, perdón y amor.
El Señor nos pide paciencia, pero a su vez nos muestra un horizonte de justicia. No se le colará a él en la cosecha la cizaña. Y su fin será el fuego.

La cizaña en el mundo

La cizaña que sembró Satanás en el Edén halló cabida en el corazón de Adán y Eva. El Señor dijo que por haber comido del árbol que mandó no comer “maldita será la tierra por tu causa” y por consecuencia “Espinos y cardos te producirá” (Gn. 3:17-18). La semilla de la cizaña de Satanás encontró en este mundo una tierra dónde poder crecer y expandirse.
“Si vuestro padre fuera Dios, entonces me amarías, porque yo de Dios he salido y he venido, pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira. Pero a mí, que digo la verdad, no me creéis”. Juan 8:42-45

Jesús atribuye a Satanás, el enemigo, encargarse de la siembra, consiente y bien planeada, de la cizaña. La intención de extender en este mundo la siembra y la producción de de cizaña no es ocasional o algo aislado. Tampoco es producto de la casualidad. Es consecuencia del trabajo activo del Diablo. El mal tiene su origen y su patrocinador. Esto es algo que no debiéramos perder de vista. El mal se siembra, se trabaja para ello, y así como hay sembradores de trigo, también hay afanosos sembradores de cizaña.

El rechazo a la Palabra de Cristo nunca es inocente. Arrancar la semilla de la Palabra es para poner otra siembra. Porque creéis que la “descristianización” que se patrocina en España trae como resultado las prisas de la promoción de valores anti bíblicos apoyados en leyes e incluso en la “formación de los ciudadanos” con una serie de doctrinas bien articuladas nacidas de semillas bien claras.

Pensemos en el cambio urgente que se dio a la base social que se fundamentaba en la familia y ésta en el matrimonio heterosexual. A priori parecía favorecer derechos de algunos, pero ¿Qué frutos recogeremos como sociedad a lo largo de algunas generaciones? ¿Qué pasará con los niños criados por parejas homosexuales?
O qué decir del cambio de identidad sexual con el beneplácito de las autoridades legitimado con un documento que acredite lo que cada cual quiera ser. ¿Cómo harán nuestros nietos o bisnietos para saber si se ponen de novios con una mujer o con un hombre que se ha cambiado el sexo?

Dependerá de la honestidad, ya camuflada y casi imperceptible hoy en el sacrosanto concepto del derecho a la privacidad personal por encima del bien social. O solo se dará cuenta cuando no puedan procrear, pero a esa altura ya será demasiado tarde y le ofrecerán infinidad de variantes para solucionar “ese pequeño inconveniente” en nombre del permisivo amor y libertad absoluta. Qué decir de la promoción del “feminismo” como reacción y respuesta al “machismo”, o el apoyo y promoción del aborto indiscriminado, y multitud de leyes que se siembran y crecen en este mundo con apariencia de buenas intenciones, pero en sí mismas tienen un parásito venenoso.

La cizaña en el ser humano.

No solo la autoridades están sembrando y legitimando el veneno de la cizaña, pues esta semilla es esparcida por todos lados, en todos los campos. El corazón humano es tierra dónde la cizaña crece (Mt. 15:18-20) y a partir de allí se extiende por todos los campos dónde el ser humano anda. El odio, el egoísmo, la vanagloria, la envidia, las peleas, la corrupción, la pereza, las adicciones, etc., todos esos frutos nacen y crecen en el corazón humano.

La cizaña en la teología

Si el problema de fondo es la siembra, está claro que Satanás siembra cizañan también en la teología. Siembra plantas doctrinales que pueden parecer a priori trigo verdadero pero que el fruto que produce es amargo y venenoso. En muchas denominaciones cristianas crece junto a la semilla de Evangelio enseñanzas doctrinales erróneas. Distinguir esto es importante y necesario. Debemos agudizar nuestra vista para poder distinguir qué es trigo y qué es cizaña.
La cizaña del legalismo, del racionalismo, del humanismo, se camufla muy bien entre el trigo del Evangelio puro, de la gracia pura, de la fe pura. Del Solo Cristo. Del Solo a Dios la Gloria.

La cizaña en la iglesia

Pablo denuncia la presencia de falsos hermanos en las congregaciones. Nos es imposible arrancar la cizaña pues no conocemos los corazones. Sin embargo sí nos es posible ser trigo fuerte y saludable, creciendo y dando frutos. Es posible como lo hemos aprendido en la parábola del domingo pasado, seguir sembrando la Palabra de Dios.

Un día el Señor segará

La cizaña será echada al fuego. Si bien en este tiempo crece y se expande su fin será el fuego. Esta es la triste realidad que le espera a los que se aferran a la semilla de Satanás. Pero también debemos saber que los que se aferran a la semilla de la palabra de Dios, los que son nacidos de Dios, vivirán eternamente.

La cizaña en nosotros

No debemos olvidar que incluso en nosotros, los cristianos, habita el parásito que hace venenosa a la cizaña. No debemos olvidar que nosotros mismo somos simultáneamente Justos en Cristo y por lo tanto trigo limpio, pero sin embargo también somos simultáneamente pecadores y por lo ello contaminados en nuestra carne pecaminosa.

Un día incluso en nuestro cuerpo se segará y se hará la separación. Y ahí seremos separados de nuestra naturaleza pecadora. Sólo ahí nuestra carne dejará de producir veneno. Solo ahí seremos perfectos con un cuerpo glorificado.

Recuerda que tú, en ti mismo, no eres trigo. Que tu corazón tiene el parásito venenoso que afecta a la cizaña. Eres trigo porque la semilla del evangelio fue plantada en ti y por el bautismo has sido revestido de Cristo.

El Cristo en ti hace que seas planta de Dios. Limpia cada día en el perdón de Cristo todo el veneno parasitario.

Pastor Walter Daniel Ralli