martes, 30 de diciembre de 2008

Sermón para comenzar el año

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8
1 Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a
Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“La seguridad del Cristiano al empezar el año está en Jesús”
Textos del Día
ROMANOS 8:31-39

31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36 Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. 37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
SERMÓN
Por lo regular, el primer día del año nuevo es tiempo de hacer inventario. El comerciante cierra sus libros de contabilidad para ver si hay balance favorable y si se han liquidado las mercancías compradas durante el año pasado.
También, hablando históricamente, tratamos de analizar todo lo que ha ocurrido durante los últimos doce meses. Estamos viviendo en una época de la historia de este mundo en que los cambios, sean éstos de índole política, social o material, pueden ser fenomenales.
El hombre en la actualidad no sólo se esfuerza por dominar su ambiente, su nación o el mundo entero, sino también por conquistar aun el éter y los planetas. Hay ahora, en una sola década, más cambios, más experiencias nuevas, más invenciones fantásticas, más exploraciones orprendentes, que las que hubo en el primer milenio cristiano o durante cualquiera de los siglos desde el año mil hasta principios del siglo veinte.
Una de las revistas que goza de gran renombre mundial, al redactar y publicar las noticias semanales, tiene la costumbre de escoger al principio de enero a la persona que haya influido más que cualquiera otra en la corriente histórica durante el año anterior. Es interesante la lista de los que han recibido este honor. En esa lista hay políticos que trataron de propagar en sus países ideologías nuevas. Hay caudillos militares que revisaron los mapas geográficos. Hay atletas que por su dedicación al deporte han contribuido al adelanto de las fuerzas físicas del cuerpo humano. Hay hombres de ciencia que por sus estudios y sus descubrimientos han abierto nuevos horizontes a las capacidades de la raza humana. Hay profesores cuya devoción ha inculcado y grabado en la mente de la generación venidera lo mejor de la sabiduría de nuestra civilización. Hay teólogos que a causa de sus esfuerzos han impedido que la humanidad haya caído por completo en el abismo de la inmoralidad.
En todas estas categorías han aparecido hombres, grandes por su influencia, cuyos nombres nunca desaparecerán de los anales de la historia. Pero son ellos también los que llenan las páginas del drama histórico con temor e incertidumbre, con vistas magnificas de un porvenir lujoso pero entenebrecido por las tempestades incubadas en el odio y la venganza, con progreso tecnológico manchado con el orgullo y el egoísmo.
Por eso, con razón, miramos conmovidos y atormentados hacia los tiempos venideros y nos preguntamos: ¿Qué nos traerá el mañana? Si ya el hombre tiene a su alcance el poder necesario para dominar el universo, ¿cómo lo va a gobernar? Si el hombre fracasa y el mundo está por deshacerse en una columna de vapor atómico, ¿dónde encontraré yo la seguridad para afrontar lo futuro?
El hombre, si se deja a sus propios recursos ante el fantasma del desarrollo científico de nuestra época, tiene que confesar como un eminente político panameño: No hay esfuerzos espirituales al alcance del hombre natural capaces de gobernar e interpretar los pasos de las décadas venideras sin arriesgarse a los desastres y las derrotas que amenazan. Si se buscan las personalidades más poderosas del año pasado como las contrabalanzas de la historia, San Pablo nos presenta, como la clave de la seguridad, el nombre de uno que lleva en su mano todas las posibilidades de lo futuro. Hoy en el calendario cristiano celebramos la Fiesta del Nombre de Jesús, la cual se conmemora ocho días después del nacimiento del Niño de Belén, el día en que Él recibió su nombre, según la costumbre de los judíos.
Es el nombre que fue indicado a su madre María y a su padre terrenal José por el arcángel: “Llamarás su nombre JESÚS (San Lucas 1:31); porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (San Mateo 1:21). Pero, ¿cómo fue ese Jesús la solución a los problemas de aquel entonces, y cómo lo es en la actualidad? Para San Pablo es asunto muy natural. Empieza nuestro texto diciendo: “¿Pues qué diremos a esto? Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?”
Con ese argumento, yo creo, todos están muy de acuerdo. Pero el “si” del argumento es la raíz de la duda o inseguridad que sentimos en esta vida.
Si Dios está a nuestro lado, no tememos nada. Pero, ¿cómo puedo yo estar seguro de que Dios está a mi lado? ¿Cómo puedo yo calmar las inquietudes que abruman las entrañas y me roban la paz espiritual que busco? En este capítulo ocho de la Epístola a los Romanos el apóstol San Pablo habla de la relación que existe entre Dios y el ser humano, sobre todo, en lo referente a la manera como Dios mostró su interés en cuanto a lo humano. Al fondo de ese interés divino, aclara San Pablo, hallamos siempre el amor de Dios.
Conmovido por un amor transcendente, Dios abrió la cortina que lo separa de la mirada de la humanidad. ¿Qué vemos? ¿Es un Dios iracundo a causa de las muchas transgresiones de los espíritus rebeldes que pueblan el mundo? ¿Se ve un Creador desinteresado, que ya no se ocupa en los millones de personas que, como hormigas, pasan sus pocos días sobre la faz de la tierra?
¿Es un Padre indulgente que se muestra indiferente hacia la conducta de sus criaturas, o que celebra sus maldades, como si fueran meramente travesuras de niños?
No, lo que vemos se puede entender sólo de la manera como San Pablo mismo lo entendió. Para él Dios garantiza su benevolencia hacia la humanidad, porque Él es el “que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros.”
Acabamos de celebrar la Navidad. Durante esa fiesta nos acordamos del don de Dios para la humanidad. Es especialmente la fiesta dedicada a Dios Padre, por el amor profundo que mostró para con los hombres, al entregar Él lo más tierno, lo más íntimo, lo más precioso de la majestad divina, y enviarlo al mundo.
Allí vemos, por la cortina que el Padre abrió, el mero corazón de Dios. No cercenó esfuerzos, no evadió los fines amargos y dolorosos, sino, como explica San Pablo en otro lugar, el Hijo de Dios “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la
condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8).

Lo que muchas veces se olvida durante la estación de la Navidad es que el don de Dios sobre el cual se basan las festividades religiosas de esas semanas costó lo máximo al donante. La entrega del Hijo de Dios, empezando con su nacimiento en el pesebre de Belén, no terminó hasta que fue crucificado en el Calvario.
No vino el Hijo de Dios para servir como un embajador celestial entre los hombres, sino que llegó para hacerse sacrificio, un sacrificio tan completo que aun la misma Víctima tuvo que clamar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (San Mateo 27:46). Si podemos entender cómo en esos momentos el mismo Hijo de Dios se encontró desamparado, condenado por su Padre celestial, empezaremos a darnos cuenta de qué quiere decir cargar el pecado del mundo.
Esa entrega del Hijo por el Padre fue tan completa que el Padre no le perdonó, no le libró de la responsabilidad de realizar esa tarea pesada que le separó por el momento del amor divino para padecer los tormentos de los infiernos. Por eso, razona el apóstol, si el amor de Dios fue tal, entonces, “¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Si ha sacrificado Dios lo máximo para nuestro bienestar espiritual, ¿nos va a negar lo mínimo de lo que nos falta?
Observamos cómo recalca San Pablo que todo resulta del amor y de la gracia de Dios. “¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?” No merecemos lo que recibimos de Dios. Dios nos da todo gratuitamente. No tenemos que pagarle nada porque todo es gratis. Con la mayor claridad el Dr. Martín Lutero, en su Catecismo Menor, explica así el primer artículo del Credo Apostólico: “Me provee abundante y diariamente de todo lo necesario para la vida, me ampara contra todo peligro, y me guarda y protege de todo mal; y todo esto lo hace únicamente por su bondad y misericordia divina y paternal, sin ningún mérito o dignidad alguna de mi parte; por todo esto debo darle gracias, alabarlo, servirle y obedecerle.”
Pero al oír esas palabras estamos siempre dispuestos a sobreponer positivamente nuestra propia interpretación de esos bienes prometidos. Al mencionar “todas las cosas” despertamos sólo las visiones de “cosas agradables”, es decir, desde nuestro punto de vista. Sin embargo, la aclaración de San Pablo en los versículos anteriores del mismo capítulo, nos sugiere una definición más inclusiva: “A los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien” (v. 28). Todo lo que nos ayuda a bien es saludable al cristiano, aunque incluya experiencias tales que, si tuviéramos nuestra preferencia, nunca las escogeríamos.
Durante este año que acaba de empezar habrá para muchos de nosotros valles de sombras, días amargos, pruebas de fe, tentaciones seductoras, enfermedades, fracasos y aun muerte. Si en este momento tuviéramos que escoger entre esas cosas, ¿cuáles preferiríamos? Todos, estoy seguro,
desearían eliminar tales desvíos del camino de los siguientes doce meses. Estamos dispuestos a encomendar nuestro ser a la voluntad divina, pero siempre con la reserva de que Dios no nos pida que suframos o que perdamos algo de lo que pueda concedernos la poca alegría que encontramos en esta peregrinación.
Éste es precisamente el problema que San Pablo nos resuelve. Pregunta y responde él: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.”
Al entrar en la senda de lo desconocido, siempre podemos asegurarnos, frente a los que traten de desanimarnos con la tentación de que lo que nos acontezca, no importa cuán amargo o severo, procede de la ira de Dios. Nuestro consuelo se arraiga en el hecho de que nadie puede acusarnos como pecadores que merecen los sufrimientos y las tristezas que nos rodean. Nadie puede reprobarnos con la idea de que Dios es muy justo y que su justicia siempre desemboca en las experiencias dolorosas de los pecadores.
El que vive en el vínculo del amor divino, eslabonado por el perdón conseguido por Cristo y consolado diariamente con la convicción de que el Cristo que se entregó en la muerte para pagar el rescate de su redención, es el mismo Cristo que resucitó de entre los muertos para conquistar a todos los enemigos del hombre, puede contar con el mismo Cristo que ahora se halla a la diestra de Dios Padre, intercediendo por su alma. Tal cristiano no puede experimentar ningún temor.
No hay duda de que somos pecadores, y que diariamente pecamos. Pero nuestros pecados son perdonados por Dios. Ante todo, nos humilla pensar que fueron nuestros delitos los que mandaron a Cristo a la cruz. Es nuestra vida imperfecta lo que indujo al amor perfecto a sacrificarse en el madero.
Pero al confesar al Padre celestial este dolor que sentimos, al abrir nuestra alma para que Dios pueda conocer la pesadumbre que nos inquieta, nos acordamos de nuestro Redentor, que nos sirve de abogado, presentando nuestro caso ante el trono de la justicia divina y mostrando al Juez que el Justo había muerto en lugar del injusto.
Los sufrimientos en la vida del cristiano no acontecen, pues, como resultado del pecado, sino sólo como resultado del amor perdonador de Dios.
“Dios es el que justifica.” Él determina lo que es justo para esta vida aun cuando parezca que Él permite que sea estorbada su propia voluntad como consecuencia de las malas intenciones de los hombres. Si tememos que vuelva el temor o que se vayan a repetir tales pesadillas, podemos calmar los presentimientos al darnos cuenta de que Dios no nos dejará solos. Él sólo nos está probando a fin de que no confiemos en nuestros propios esfuerzos.
Es estrategia divina que el sufrimiento coopere al bien del creyente. José fue maltratado por sus hermanos, fue vendido como esclavo a los madianitas, fue calumniado por la mujer del oficial egipcio y fue encarcelado, el que fue ayudado por José en la prisión se olvidó de él después, pero al fin, la mano divina que le había guiado por todas esas pruebas lo colocó en la silla de primer ministro de Egipto para salvar a su pueblo. ¿No podemos decir lo mismo de Moisés, David, Daniel, San Pedro, San Pablo, y muchos otros fieles de los tiempos pasados?
Cuando las doce tribus estaban por entrar en la tierra prometida, fueron sobrecogidas de incertidumbre. Moisés, el que había guiado a los israelitas por espacio de cuarenta años, había muerto. Ante las columnas se halló Josué, fiel compañero de Moisés y después su sucesor. A éste dijo Dios: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida: como yo fui con Moisés, seré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5).
El autor de la Epístola a los Hebreos cita este mismo pasaje, subrayando el cumplimiento de esta promesa de Dios en medio de las tribulaciones por las cuales tuvieron que pasar aquellos firmes creyentes. El consuelo del que está tentado a desesperar es siempre éste: “Sean las costumbres vuestras sin avaricia; contentos de lo presente; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).
También San Pablo había pasado por esas tentaciones que tratan de quebrantar la confianza que el creyente deposita en Dios mediante el oficio salvador de Cristo. A pesar de los peligros por los que pasó y las experiencias que casi le llevaron a la muerte, San Pablo seguía alabando a Dios por fidelidad y misericordia, al declarar: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación? o ¿Angustia? o ¿Persecución? o ¿Hambre? o ¿Desnudez? o ¿Peligro? o ¿Cuchillo?”
Esta lista encierra casi todo lo que la inhumanidad puede infligir a sus hermanos. No cabe duda de que muchos de nosotros hemos sufrido durante nuestra vida. Hemos tenido nuestros propios problemas, cargas que nos afligen, penas y angustias que atormentan la mente, y aun persecuciones por haber sostenido la rectitud y la verdad. Pero a pesar de eso, yo creo que no hay nadie que haya sufrido tanto por causa de Cristo, como el gran apóstol de los gentiles. Sin embargo, San Pablo no vacila en su convicción de que ninguna tentación o aflicción puede quitarle al corazón del creyente la gracia que ha sido prometida por Dios. Es verdad que, como lo expresa San Pablo mismo, el mundo no entiende esa locura. El hombre mundano no encuentra ningún consuelo en las palabras del salmista, citadas ahora por el apóstol: “Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos estimados como ovejas de matadero.”
Pero tampoco pudo aceptar ese mismo mundo el reto paradójico del Señor: “El que hallare su vida, la perderá; y el que perdiere su vida por causa de mí, la hallará” (San Mateo 10:39). En el sufrimiento hay gozo, en la aflicción hay consuelo. ¿Cómo puede ser esto?
Agrega San Pablo: “Antes, en todas estas cosas”, por severas que sean, “hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó.” El gozo no se encuentra en el sufrimiento mismo. El consuelo no se halla en la aflicción misma. El cristiano puede aceptar empero los dolores y trabajos con paciencia y puede alegrarse y consolarse en saber que esta condición tendrá su fin.
¿Cuándo tendrá su fin? Eso queda en las manos del Dios amoroso.
Firme en ese pensamiento, el creyente afronta cada día sin abrigar el menor temor. Cuando desaparece el temor, se establece la seguridad. “Por lo cual estoy cierto”, sigue diciendo el apóstol, “que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios.”
Otra vez nos llevan estas palabras hasta lo más extremado de las pruebas en la vida del ser humano. Al principio el apóstol habla de los enemigos espirituales. Dice: “Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida.” Estos términos encierran nuestra existencia desde el comienzo hasta el fin.
Entramos en el mundo, pasamos nuestros años, y para cada uno llega eventualmente la hora de salida. Vivimos y morimos: ésta es la biografía de cada hombre y cada mujer.
Pero muchos temen el fin. No están preparados para recibir el llamamiento postrero de Dios. En cada corazón humano se esconde siempre esa sombra de temor, porque es desconocido el pasar por la puerta de la muerte. Sin embargo, dice San Pablo, no hay razón alguna para temer a la muerte.
Dios es más grande que la muerte. Dios está al otro lado del valle.
La verdad es que los seres humanos se encuentran en un lado, como si fuera un lado del globo terrestre, desde el cual no pueden ver el otro lado. O podemos decir que se hallan en una playa del mar, pero no pueden ver la otra. Eso empero no quiere decir que no existe la otra playa. Si se cruza el mar, si nos elevamos hasta cierta altura quizás podemos ver el lado opuesto. Los que viven en cierta parte del mundo pueden ver la cruz del sur, más los que viven en otra parte, no pueden ver esa configuración de estrellas. Pero esto no quiere decir que no existe la cruz del sur.
Dios está allende la muerte, aunque no siempre podamos apreciarlo. Dios, que es más poderoso que la vida, porque Él mismo es la fuente de ella, le presta la vida al hombre. Después, al llegar el hombre al fin de sus días terrestres, Dios vuelve a pedirle la vida. “El polvo se torna a la tierra, como era, y el espíritu se vuelve a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7).
Pero el cambio, el momento en que uno se despide de esta existencia para entrar en la otra, es para el cristiano sólo un cambio de perspectiva. Allá se experimentará desde más cerca la presencia de Dios, se verá en todo su esplendor celestial, la paz de Dios. Eso no será causa de temor. “En amor no hay temor: mas el perfecto amor echa fuera el temor” “(I Juan 4:18).
Añade además: “Estoy cierto que.... ni ángeles, ni principados, ni potestades” nos podrán apartar del amor de Dios. ¿Quiénes son esos ángeles, principados, y potencias? Según las Escrituras los ángeles son las criaturas de Dios creadas para servirle a Él, y también los ángeles caídos, los espíritus que ahora sirven sólo a fines diabólicos. Si se acercan éstos al cristiano para quitarle la fe y la confianza que ha depositado en Dios, tratando de persuadirle de que su esperanza no tiene fundamento, no tienen poder conquistador, siempre que el cristiano se aferré bien al amor de Dios. Porque no existe poder, sea de ángeles o de diablos, que pueda vencer el amor de Dios. Es verdad que son poderosos, pero no son omnipotentes o todopoderosos, como Dios.
Tampoco debemos temer “ni lo presente, ni lo por venir.” Después de hablar de lo que atañe a lo espiritual, el apóstol entonces empieza a tratar algo que nos es más conocido. Entendemos la realidad del tiempo, de lo pasado, de lo presente, y de lo futuro. Pero respecto a lo pasado nada podemos hacer.
Estamos viviendo en lo presente y tenemos que afrontar lo futuro. Eso tampoco podemos evadir.
Sin embargo, hay mucha gente que teme lo futuro, porque lo futuro es siempre ambiguo y nebuloso comparado con lo presente. Al llegar al principio de otro año y no saber qué nos traerán los próximos doce meses, nos sentimos débiles ante lo incierto.
Los que están acercándose a las más avanzadas décadas de esta vida, no saben si ésta será la última. Es la temporada de la vida cuando el cuerpo da señales de sus flaquezas. Las enfermedades son por lo regular más frecuentes y, por ende, también los sufrimientos.
Los más jóvenes se preguntan qué habrá de su porvenir, de su carrera. ¿Deberé estudiar más? ¿Habrá posibilidades de sostenerme durante los años universitarios? ¿Valdrá la pena? ¿O será mejor buscar trabajo y tratar de mejorar mi condición mediante mis propios esfuerzos? ¿Qué oficio deberé seguir, qué clase de trabajo? Estas son preguntas muy serias para la juventud de hoy, porque la inseguridad extiende su manto de incertidumbre sobre todos los campos y esfuerzos de la actualidad.
El apóstol empero nos asegura que es inútil abrigar temor; que el temor no logra ningún fin. No hay necesidad de temer lo futuro, ni lo presente, porque ambos están en la mano de Dios. Él determina las cosas, pero espera que el hombre se esfuerce, poniéndole a É1 por delante.
Lo peor que puede pasar es que alguien, por falta de confianza y por temor a lo futuro, no haga nada, sino que sólo espere que Dios le guíe sin investigar los caminos que le están abiertos. La persona inactiva, inmóvil y al fin resentida, porque piensa que Dios la ha abandonado y por lo tanto no hace nada para mejorar su vida, no puede culpar a Dios por su fracaso.
No es justo culpar a Dios por la timidez, que a veces se esconde tras una máscara de indolencia. Muchas veces aprecian más la salida del sol los que han estado trabajando antes del amanecer.
Esto exige una actitud, como observa el apóstol en otro lugar, de “redimir el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:16).
Si el año entrante nos presenta la bendita oportunidad diaria de veinticuatro horas más de trescientas sesenta veces, no podemos excusarnos si ese tiempo no se invierte según nuestras propias capacidades y de acuerdo con la voluntad de Dios. El porvenir es oro, pero así como el explorador tiene que luchar incansablemente antes de disfrutar del fruto de sus esfuerzos, asimismo cada uno puede extraer todas las bendiciones que se hallan ocultas en el uso del tiempo. Y por último, declara el apóstol: “Ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios.” En la época de San Pablo el concepto de lo alto y lo bajo no tenía el mismo sentido que en la actualidad. En aquel tiempo se medía lo alto y lo bajo sólo con una escalera. Actualmente hablamos de millones de kilómetros y de años que sólo se aprecian por la distancia que viaja la luz que procede de las estrellas. Ahora nos damos cuenta de la inmensidad y grandeza de este universo en que vivimos. Nos reduce a la insignificancia del polvo todo lo que sabemos ahora acerca de la infinidad de los espacios que rodean a esta tierra. ¿Será posible que una ráfaga de viento atómico pueda soplarnos de la faz del globo?
Pero ni siquiera tal acontecimiento, aunque posible a las capacidades humanas, nos perturba, no nos hace desesperar, porque estamos seguros de que el amor de Dios sobrepasa el abuso diabólico que puedan hacer de las maquinaciones humanas los secretos científicos recién descubiertos. “El que mora en los cielos” es todavía “el Señor” que “se burlará” de los que “consultarán unidos contra Jehová” y los suyos (Salmo 2:2-4).
Pues bien, ese Dios que parece estar tan lejos, ¿cómo se acerca a nosotros? Si el hombre ya tiene mayor conocimiento de lo infinito ¿cómo puede penetrar en lo infinito de lo divino para ponerse en contacto con el Creador omnipotente?
Nada nos puede apartar de Dios, declara finalmente San Pablo, porque es el amor de Dios lo que ha penetrado nuestra atmósfera, y lo que, como prueba de ese amor, ha mandado al mundo un visitante interplanetario, “que es.... Cristo Jesús Señor nuestro.”
De modo que el cristiano no se allega a Dios por medio de sus propios esfuerzos, ni por medio de sus propios estudios. Su religión no es una filosofía que ha fabricado en su propia mente, ni que procede de lo que ha aprendido de otros, aunque sean éstos los más sabios de la historia humana.
El cristiano se atiene sólo al amor de Dios, testificado por la vida de su Hijo unigénito Jesucristo.
Es por esta razón que el estudio de estos versículos nos abre una vista tan maravillosa para el principio del año nuevo, sin haberse apartado aún la sombra de la Navidad. Porque en el nacimiento del Hijo de Dios vemos la realidad del cumplimiento de la promesa de Dios de que enviaría a su Hijo al mundo para salvar al mundo del pecado. Son las transgresiones del ser humano lo que separa a éste del Creador por un abismo mil veces más grande que los espacios que separan los planetas y las estrellas.
Pero en la persona de Jesucristo el cristiano puede pasar por alto las incertidumbres mundiales, los miles de aspectos de ideas religiosas que están entretejidas en las historias de naciones y culturas, que hoy día especialmente confunden el entendimiento de muchos por la propaganda que se promulga y difunde mediante las publicaciones y las emisoras.
El que quiere vencer los terrores de nuestra época; el que quiere hallar la fuerza moral que resista a las profecías del temor y de las promesas de secretos que solucionen toda clase de problemas, siempre procedentes de cierta fuente; el que quiere librarse de tales charlatanes para experimentar personalmente el amor de Dios, sólo necesita acudir a aquel que nos abre el corazón divino y nos muestra cómo Dios nos ama.
El mensajero de la salvación divina es “Cristo Jesús Señor nuestro”, dice San Pablo. Fue una persona histórica, que nació, que vivió entre los hombres por más de treinta años, que pasó por las puertas de la muerte, pero que no quedó vencido por ese enemigo final de la humanidad. El Cristo de Dios resucitó, saliendo de la tumba, glorioso, victorioso, las primicias de la conquista final de todo aquel que lo acepta como a su único Salvador y Redentor.
Donde hay tal fe en tal Salvador hay también una confianza que nadie ni nada en este mundo pueden destruir. Su ancla está firme, porque descansa en la realidad de una victoria verdadera. Por esa razón el cristiano puede hacer frente a la vida, sin inquietadle las consecuencias, porque nunca pierde su sentido de seguridad.
En estos días hay muchos que tratan de pronosticar lo futuro. Quieren predecir lo que va a acontecer durante los meses que vienen. Las ideas de estos profetas, estos clarividentes, estos pronosticadores se publican en los diarios y en las revistas. Nos preguntamos si se cumplirán sus predicciones y conjeturas. Puesto que esos predicadores de lo oculto se glorían en pintar escenas espantosas dominadas por lo negro del sufrimiento y lo rojo del desastre y la guerra, nuestros espíritus se abaten por el temor a la posibilidad de que también nuestra vida sea víctima de esas tinieblas.
Ya que somos hijos de Dios mediante la fe en Jesucristo, no nos importa lo que pueda pasar durante los doce meses que vienen, porque estamos siempre seguros de que poseemos la fe, basada sobre la roca de Cristo. Con el mismo apóstol declaramos que somos vencedores por medio de Aquel que nos amó. Si Dios permite sufrimientos, angustias, dolores, persecuciones, aun la pérdida de algún ser querido, de algún amigo íntimo, en fin, de todo, nada ni nadie nos podrán “apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” El mismo Dios, que mandó a su unigénito Hijo, me guardará, me fortalecerá a fin de que yo pueda vencer y salir victorioso.
Los cristianos que marchan hacia el año nuevo confiesan su propia incapacidad de aceptar solos todo lo que lleve lo futuro. Pero al admitir lo imposible, piden que Dios les ayude a cumplir aun con lo imposible, porque para con Dios nada es imposible.
No encontramos nuestra seguridad en nosotros mismos, sino en Dios. Esa seguridad no se encuentra empero en un Dios Impersonal lejano, sino en “Cristo Jesús Señor nuestro”, que nos guiará y fortalecerá de día en día hasta que nos llame para estar con Él. ¡Que Dios nos acreciente tal fe, y que diariamente nos enriquezca para que venzamos, no por nuestros esfuerzos, sino por el poder divino que recibimos “en Cristo Jesús Señor nuestro”!
Pedimos todo esto en su nombre. Amén.
Roberto F. Gussick. Adaptado Gustavo Lavia
Creí, por lo cual hablé5 .
Texto del día
Romanos 8:31-39 31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra
nosotros? 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará
también con él todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién
es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de
Dios, el que también intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36 Como está escrito: Por causa de ti somos
muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. 37 Antes, en todas estas cosas somos más
que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

sábado, 27 de diciembre de 2008

1º Domingo después de Navidad.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

1 Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a
Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Adviento. El tiempo de Adviento surge con la idea de preparar el corazón y el espíritu para celebrar la llegada nuestro Señor. Asumir el verdadero significado de la navidad implica conocer y comprender el sacrificio de Jesucristo. Así nos preparamos a través de una profunda reflexión que alimenta la
esperanza mientras confiamos preparamos el camino para la segunda venida del Señor en gloria.

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 61:10-62:3

La Epístola: Gálatas 4:4-7

El Evangelio: Lucas 2:22-40

22 Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor 23 (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), 24 y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor:
Un par de tórtolas, o dos palominos. 25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por
el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, 28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: 29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; 30 Porque han visto mis ojos tu salvación, 31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel. 33 Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él. 34 Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha 35 (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. 36 Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, 37 y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. 38 Ésta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén. 39 Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.

Sermón

En los versículos que acabamos de leer como nuestro texto observamos a un anciano, cuya vida había saboreado muchos años. Este anciano se encontraba en el templo el mismo día en que María había traído al niño Jesús, según la ley mosaica, cuarenta días después de haber nacido el niño, para redimirlo ante Dios como el primogénito y para purificarse ella misma de acuerdo con las costumbres religiosas. En esta ocasión el anciano toma a Jesús en sus brazos y lo bendice.

Este anciano, podemos decir, simboliza el tipo de individuo que se representa en las caricaturas
como el año recién pasado. Es un hombre de edad avanzada, con mucha barba. Está encorvado por el peso de los años porque ha gozado de muy larga vida. Ahora espera el fin de sus días. Esta escena que ya nos presenta el texto es el climax, el punto culminante, que estaba esperando.

Como Simeón, en lo que hizo y expresó ante la manifestación del Mesías, fue inspirado por el Espíritu Santo, pedimos que ese mismo Espíritu Santo nos guíe al considerar La Adoración de Simeón Nuestro texto comienza así: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba…” Estas palabras nos relatan mucho en cuanto al carácter de Simeón. Tal vez aparecen estas características en el mero rostro del hombre, como las líneas del retrato capturadas por el artista revelan la índole de la persona: si es la de un espíritu simpático o la de un tirano tosco.

Éste enseña al mundo un rostro que refleja tranquilidad y serenidad. Éste es hombre que con los años ha aprendido a aceptar su carga año tras año, cada uno a su vez. Pero este cuadro de paz, irradiado por la vida del santo, no es una característica adquirida por accidente. Esta personalidad no se desenvolvió sin haber tenido sus raíces en el suelo de lo pasado.

Hay los que dicen: Cuando lleguemos a viejos, hay tiempo para empezar a pensar en Dios, a tratar de formar una vida que complazca al Padre celestial, grabando en este tronco envejecido algo que pueda agradar al Juez divino. Y en su juventud, tales personas piensan que debieran divertirse y obtener de esta vida cuanto se pueda para satisfacer los apetitos juveniles. Pero después, cuando ya no hay nada más que logre excitar la llama de la juventud, se puede empezar a desarrollar la personalidad reflejada en el anciano que se menciona en el texto.

Olvidan empero que el ser reconocido como “justo y piadoso”, como lo fue Simeón, es la tarea de la vida entera.

No es algo que sucede en unos momentos. Es la personalidad que crece, que se desarrolla, dentro del individuo, hora tras hora, día tras día, semana tras semana, año tras año. Como el escultor que labora el bloque de mármol, esquirla tras esquirla. Se echa años en su trabajo para sacar de la piedra blanca y dura la forma del hombre, revelando su gracia y su grandeza como éstas fueron preservadas en su vida.

A muchos les gustaría esculpir la estatua de su vida con sólo un martillazo. Pero no se dan cuenta de que de esta manera van a emplear el resto de su vida recogiendo todos los pedazos. Así no se forman hombres o mujeres “justos y piadosos.”

Lo que íntimamente ayudaba a la personalidad del patriarca Simeón era su actitud. Él, dice el texto, “esperaba”.

¡Cuántos hay que tienen miedo de la vejez! No la esperan, sino que huyen de ella. Quieren quitarse la idea de que un día llegaran a ser ancianos. Por eso tratan de retardar la hora y el año en que se hallen contados entre los viejos.

Con ese fin se venden en el mercado, siempre garantizado, todos los remedios y todas las medicinas y curaciones, desde las glándulas de los monos hasta la cirugía plástica, que prometen proteger al individuo frente al avance de los años. Se afirma que todos estos artilugios pueden aplazar la llegada de la temporada cuando debemos admitir que nuestra vida y nuestro tiempo están cerca de su fin. Para cada ser humano, como escribe el apóstol, existe también un “cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4).

Muchas veces la vanidad humana nos permite afrontar este hecho. Tratamos de esconder nuestra edad con un amplio surtido de mañas. Esto ya no es sólo un arte femenino. Pero los que así tratan de huir de los años son los que tienen miedo y no quieren confesar que la vida es pasajera y que todos los que participan de esta experiencia diaria están dando, día tras día, un paso más que los pone cerca del fin.

Simeón nos presenta un aspecto de cómo el hombre de Dios puede esperar. Esperamos y aceptamos lo que Dios nos proporciona. Por supuesto, que en la vejez hay muchos aspectos negativos. Al ponernos más viejos debemos abandonar muchas de las actividades de las cuales gozábamos anteriormente. El cuerpo ya no resiste todo lo que antes, en la juventud, era natural.

Esta restricción forma parte rígida del último capítulo de la vida.

También se pone más débil el cuerpo y sufre más de los achaques y enfermedades comunes de la humanidad. En estos días podemos prevenir mucho de eso, pero todavía es un hecho innegable que, cuanto más envejece una persona, tanto más la agobian los dolores y los trabajos de la vida.

El cuerpo se deteriora, como una máquina, y la condición física general muestra su decadencia.

Además, los placeres disminuyen. El apetito pierde su agudeza. Muchas de las comidas preferidas de la juventud ya molestan el estómago. Debemos recordar que este órgano rebelde, constantemente nos indica que en los años finales el sistema no necesita tanta alimentación como en las primeras décadas. Cicerón escribió que el anciano espera el punto final de esta experiencia terrestre. La muerte es cierta. Cada ser humano pasa por esa puerta común. Al avanzar a través de los años, también debemos tener en cuenta esta realidad.

De esa certidumbre muchos sienten temor. Escribió sobre este asunto un escritor inglés que se jacta de unos 78 años: “Yo me reservo el derecho de atemorizarme al pensar en mi propio fallecimiento y de llorar por la muerte de los que he amado o ni siquiera he conocido.” (E. M. Forster en London Magasine, citado en Time, 2 de dic, 1957, p. 33.)

Pero a pesar de todo lo negativo respecto al asunto, los últimos años pueden ser años muy ricos.

En esa época de la vida, como en el caso de Simeón, se puede disfrutar de las bendiciones de Dios.

Pues la persona avanzada en años posee al mismo tiempo madurez y experiencia. La mente ha sido preparada por los muchos años de experiencia.

Muchas de las obras literarias de fama mundial fueron el resultado del fruto de la vejez, de la pluma de personas que habían gozado de larga vida.

Debemos utilizar los poderes creadores. Somos todavía útiles y nuestras capacidades pueden ejercerse. Sólo tenemos que reconocer que al envejecernos es necesario ajustamos a los cambios que se efectúan dentro del organismo y alrededor de la persona.

Quizás la razón básica que conservaba la personalidad de Simeón tan equilibrada, como hombre “justo y piadoso”, mientras “esperaba” con tanta paciencia, era la meta de su esperanza.

Nos dice el texto: “Esperaba la consolación de Israel”. En eso consistía el propósito de su vida. Él quiso ver el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a su pueblo.

Servía de satisfacción a su alma piadosa lo que tenía valor eterno. Sus ojos, como su corazón, escudriñaban diariamente el horizonte con fines de ver cumplido lo que los profetas habían dicho a “la consolación de Israel.”

Supo el patriarca que “la consolación” vendría como “la simiente” de la mujer (Génesis 3:15); como “la bendición” de la familia de Abraham hacia todas las familias del mundo (Génesis 12:2-3 ); como el “Pacificador”, según la promesa de Jacob (Génesis 49:10); como “el renuevo justo” que brotaría de la familia de David (Jeremías 23:5); como el “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”, según Isaías (Isaías 9:6); que nacería en “Belén Éfrata”, como indicó Miqueas (Miqueas 5:2).

Pero la fe de Simeón en las promesas que Dios había hecho a su pueblo no era sólo un conocimiento superficial de los rollos sagrados. Suya era una devoción íntima y diaria a la Palabra divina; suya era una fe no fingida, sino sincera; suyo era un deseo profundo y genuino de ver, durante su vida, el cumplimiento del advenimiento del Mesías. Dios le conservó viva esa esperanza. Dios lo conservó muy íntimamente asociado con la casa de Dios y su Palabra. También leemos tres veces en estos versículos que Simeón gozó de ciertas bendiciones especiales de parte del Espíritu Santo.

“El Espíritu Santo era sobre él. Y había recibido respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Cristo del Señor. Y vino por Espíritu al templo.”

En qué forma experimentó él esa presencia del Espíritu de Dios, no sabemos. Pero Dios le había asegurado que no moriría antes de haber visto el advenimiento del Mesías.

De modo que no fue accidente el que aquel día entrara María en el templo con el Niño en los brazos y el anciano Simeón, siguiendo las tareas y devociones usuales, fuera atraído por esa entrada. Quizás no pudo explicar Simeón el porqué, pero sí sintió en ese momento la seguridad que en lo que veía se estaba cumpliendo el anhelo sobre el cual reposaba la esperanza de toda su vida.

Al ver el rostro del Niño, como que oía una voz que le decía: “Esto es lo que esperabas; éste es el Mesías esperado por tantos siglos”. “Entonces él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios”, nos relata el evangelista. El momento había llegado. Su vida estaba completa. Su alma había participado de lo que buscaba para saciarse.

Tal vez preguntes: “¿Acaso fue eso un privilegio tan importante? ¿Valía la pena esperar toda la vida para solamente tomar en los brazos a un niño por unos minutos? ¿No era eso una vida malgastada? ¿No pudo Simeón haber desempeñado un papel de mayor importancia con los años que Dios le había concedido?” ¿Puede el hombre prestar su vida para fines más nobles que realizar el propósito donde puede ver consumada la meta que le había puesto Dios para el fin de sus años? No son muchos los que pueden gloriarse de una vida planeada y realizada con la misma medida de éxito como el santo Simeón.

El anciano Simeón había dedicado su vida para mostrar que Dios, aún más, su Palabra, es fiel y que cumple sus promesas. Y la prueba está en aquel Niño que sostienen los débiles brazos del anciano Simeón.

Simeón vio reflejado en el rostro del Niño todo el amor de Dios para con él mismo y para con su pueblo. Fue testimonio del cumplimiento de todas las profecías la presencia del Infante divino en la casa de Dios. Simeón había encontrado “la perla de gran precio” (Mateo 13:46.). En aquel Niño descubrió el secreto de la seguridad que sólo se halla en la promesa y el consuelo divinos. Simeón no pudo contar este tesoro como dinero depositado en el banco.

Pero tampoco había consumido su vida, como muchos, buscando una seguridad que sólo podía salvar el cuerpo o que sólo podía garantizar unos cuantos años de descanso después de las duras faenas de una larga vida. La seguridad empero que alcanzó, pertenecía al alma y le aseguraba que, pasara lo que pasara, siempre abrigaba la confianza de que Dios le estaba guiando y guardando.

Básicamente el problema es de valores. ¿Vale la pena invertir la vida de tal manera que sólo produzca al fin una seguridad temporal, o que el ser humano goce de una seguridad eterna? ¿Cuál vale más?

Muchas veces hay que invertir mucho para realizar muy poco, midiendo los esfuerzos según nuestro modo humano de avaluar, pero si lo poco vale más que lo mucho, el trabajo no ha sido hecho en vano. En la vida del patriarca Simeón en tanto que esperaba él el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho, valió la pena, porque disfrutó de lo que expresó con tanta alegría: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel”.

Simeón ya había llegado al fin del curso de su vida. Bien pudo decir, como dijo Pablo más tarde: “He acabado la carrera”, y añadir: “Ahora, Señor, déjame ir, porque tu siervo ha visto el cumplimiento de tu salvación conforme a tu promesa.” Había conocido “la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).

Esta paz, el fruto de la reconciliación que Dios iba a preparar mediante la vida de aquel Niño divino que el anciano Simeón sostenía en sus brazos, fue reconocida luego por el anciano como “la consolación de Israel”. No sólo fue Simeón uno de los primeros en reconocer esta paz, sino también en reclamarla como suya.

Por supuesto, el santo Simeón no pudo discernir todos los detalles que eran necesarios antes de que esta paz pudiera realizarse. No pudo darse cuenta ni apreciar el costo de su salvación como por ejemplo, el apóstol Pedro, cuando exclamó: “Habiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,” (1 Pedro 1:18-19).

Pero de una manera que su propia experiencia le dictaba, el patriarca llevaba la carga de la misma debilidad espiritual, la herencia de sus padres, el peso del pecado a causa del cual nunca podía alcanzar el nivel de perfección, ni de pureza moral, con que el alma humana pudiese ser recibida como sana por la justicia divina.

La paz que buscaba el anciano Simeón, permeada en el concepto del Mesías de su época, debiera de haber incluido la idea de sacrificio, porque todos los animales sacrificados día tras día en el templo, en lo cual se había fijado Simeón, prefiguraban el pago divino del pecado humano. Ese Mesías, que llegaría para cancelar la deuda humana ante el tribunal eterno, había sido profetizado por Isaías: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53:5-6).

La herencia de pecado, ese poder destructor que yace dentro del pecho de cada ser humano, lo desvía y lo lleva y lo pone muy lejos de la voluntad de Dios. Esa misma herencia fue la que causó la disolución religiosa del pueblo de Israel, y la que actualmente influye en el alma de todos los que viven en el mundo, y que los pone como puso a sus antepasados del Antiguo Testamento, bajo la misma condenación que pronunció el profeta: “este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;” (Isaías 29:13).

Pero esa herencia, ese veneno fatal, encuentra su antídoto, la medicina que destruye su poder mortal, en Aquel que vino para ser “herido”, “molido” y “castigado por nuestra paz”, porque Dios “cargó en él el pecado de todos nosotros”(Isaías 53:5).

Cuando Simeón se dio cuenta de que había tomado en sus brazos ese gran tesoro, de que en este Niño Dios cumpliría la promesa de tal paz, para quitarle la perdición pasada y abrirle las posibilidades de lo futuro, en su corazón indudablemente sintió lo que sintió el apóstol Juan, cuando exclamó en los primeros versículos de su primera epístola:
“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.”(1 Juan 1:1-3).

Las manos de Simeón también tocaron al “Verbo de vida” y al igual que San Juan, el discípulo amado, Simeón no se contentó con sólo haber participado de ese gran privilegio. Al haber tomado en sus brazos al mismo Mesías, no estuvo satisfecho con sólo el contacto íntimo sino que como una chispa que enciende la selva, extrayendo todas las fuerzas físicas que posee, Simeón tuvo que incluir en su canto a “todos los pueblos” a los cuales sería revelada esa Luz, tanto a los gentiles como al pueblo de Israel.

Otra vez se nos permite una mirada dentro del alma del santo Simeón. Ya que el patriarca Simeón era judío, no nos sorprendería si lo oyéramos hablar como a muchos de sus contemporáneos para los cuales los gentiles eran el lodo de los zapatos. Impulsados por el miedo de contaminarse con los que adoraban ídolos, los israelitas abominaban cualquier contacto con los gentiles. Este prejuicio, sembrado en el suelo de un fanatismo religioso, cuyo fin era conservar al judío libre de todas las influencias ajenas, floreció en una aplicación tan severa y legalista que, en vez de aborrecer al paganismo, sin dejar de reconocer al pagano como a otro ser humano, el israelita hizo a la persona misma el objeto de su odio, y la separación religiosa se convirtió en dos islas, la una para los hijos de Abraham y la otra para los de Beelzebú.

Si estamos prestos a criticar lo angosto de la perspectiva de aquellos israelitas, ¿cuántos entre los cristianos no han caído en la misma trampa de no distinguir entre el pecado y el pecador, de tratar de guardar un círculo cristiano tan exclusivista que los ajenos no puedan entrar, de pensar que sólo una denominación ofrece la puerta por la cual se entra al cielo, y que todas las demás, a pesar de que enseñan que Cristo es el único Salvador, están conduciendo almas al infierno?

Pero entre éstos no podemos contar al anciano Simeón. En él, que sintió la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, que vio con sus propios ojos “la consolación de Israel”, que experimentó el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, que pudo probar la verdad del testimonio del Espíritu Santo, no hubo lugar para tales restricciones. La paz de Dios es para “todos los pueblos”, aún más, será la “luz para ser revelada a los gentiles.”

Aunque quizás la vista ya estaba empañada por los años, los ojos del patriarca pudieron distinguir la verdad divina en cuanto a la llegada del Salvador. Esa luz se pondría sobre el monte de Sión para alumbrar a cada alma a fin de que todos los pueblos gozaran de la salvación prometida.

En el cántico del santo Simeón se ve completa su adoración. Aunque las raíces se hundieron en las riquezas del Antiguo Testamento, no alienta la flor del prejuicio de su época. El egoísmo no forma ni una sombra para obscurecer el concepto claro de que el Niño vendría para salvar a todo el mundo. Caminando por los últimos párrafos del Antiguo Testamento, su mirada está fija en el horizonte ancho del Nuevo Testamento, cuando del judaísmo nacería la Luz para todas las naciones y saldría la buena nueva que bendeciría a cada ser humano.

¿Hay pecado? ¡Aquí está el remedio! ¿Hay pecador? ¡Aquí está el Redentor! En esa adoración sencilla, expresada en su cántico, conocido desde los principios de la era cristiana como uno de los cánticos más preciosos del Nuevo Testamento, escuchamos al hombre de fe confesando su firme confianza en el Dios fiel que cumple sus promesas en todo tiempo y las lleva a cabo sin excepción o distinción alguna.

Cuando se canta este himno como parte de las vísperas, según la costumbre de la cristiandad ya hace tiempo, nos acordamos de aquel que entonó por primera vez estas palabras áureas en vísperas del fin de su vida, después de haber experimentado la fidelidad de Dios y de haber sostenido en sus brazos la “consolación de Israel” que sería para “todos los pueblos.”

El que posee tal fe, tal certeza, tal seguridad, no abriga temor, bien que sea joven o anciano. Tal fe destruye el temor y otorga paz. Tal fe es suficiente para esta vida, sea breve o larga, y prepara y consuela al alma para su despedida final.

“Un día”, escribió alguien , “me desperté y miré. Eran las cuatro horas y la estrella de la mañana brillaba por la ventana en un cielo despejado. Me acordé de las palabras de Cristo: Yo soy... la estrella resplandeciente, y de la mañana (Apocalipsis 22:16). Para mí Cristo es todo eso en este mundo, “hasta el alba” (Hechos 20:11). Me dormí, y cuando desperté ya el sol llenaba con su luz la habitación. Así será en el día de la resurrección.” (Andrew A. Bonar, Lutheran Companion, 7 de agosto de 1957.)

Sí, así será en el momento cuando me despida, dejando atrás la “Luz para revelación a los gentiles” por el Sol de justicia que me ha redimido y me espera en su mansiones eternas.

Encomiendo mi alma en sus brazos y podré repetir con Simeón: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación”. Amén. R. F. G.

Adaptado Gustavo Lavia

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sermón de Navidad.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8
1 Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a
Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Adviento. El tiempo de Adviento surge con la idea de preparar el corazón y el espíritu para celebrar la llegada nuestro Señor. Asumir el verdadero significado de la navidad implica conocer y comprender el sacrificio de Jesucristo. Así nos preparamos a través de una profunda reflexión que alimenta la esperanza mientras confiamos preparamos el camino para la segunda venida del Señor en gloria.

Navidad

“Dios nos trae la verdadera Navidad”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 62:10-12

La Epístola: Tito 3:4-7

El Evangelio: Lucas 2:1-14

1 Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. 2 Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. 3 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. 4 Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; 5 para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. 6 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. 8 Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. 9 Y he aquí, se les presentó un angel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. 12 Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. 13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: 14 ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! 15 Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros:
Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. 16 Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. 18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. 19 Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.

Tema: Dios es quien nos invita a celebrar la Navidad

Objetivo: Comprender que solo por medio de la Palabra de Dios lo encontraremos

Sermón

Gracia, misericordia y paz en nombre del nuestro Dios Trino, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Así como los pastores “velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño”, de los cuales nos relata el Evangelio de hoy, así también nosotros estamos congregados en torno a la Palabra de Dios, para oír el Evangelio de Dios, para oír el Anuncio Divino sobre la Navidad, para oír:“No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor”. Que Dios obre en nuestros corazones y mentes. Amén.

Pues bien, ¿De qué va el Anuncio de Navidad? ¿Qué es eso? En verdad, estos dos versos anteriores hablan de la verdadera historia de Navidad, la cual fue originada porque DIOS mismo se hizo presente en carne y hueso en la historia de la humanidad y lo cuál era deseado y esperado por muchas personas.

Hay un chiste que cuenta de una persona borracha tirada en el piso buscando las llaves de su coche y que se acerca a él una persona y se le ayuda a buscar las dichosas llaves. Al cabo de unos minutos la persona le pregunta al borracho si vio por dónde se habían caído las llaves. A lo cual el borracho le responde que se le han caído en el parque que está a unos cien metros hacia atrás. La persona, que no sale del asombro, le pregunta porque está buscando las llaves en este sitio, si se le han caído en otro muy lejano. Luego de pensarlo, el borracho le responde que las busca en este sitio porque allí hay más luz. Nosotros éramos como ese borracho, buscando a Dios en los lugares equivocados y muy alejados de dónde Dios se encuentra, nunca habríamos sabido de esta Buena Nueva de gran alegría si no se nos hubiese revelado en la Palabra de Dios o pronunciada por
medio de ángeles, de pastores, maestros o de nuestros mismos padres. Con toda seguridad también es cierto que aún hoy día necesitemos saber dónde encontrar este misericordioso Salvador, para luego confiar en el Verbo Encarnado de Dios. Pues por nosotros mismos, por nuestra propia razón o fuerza no sabríamos dónde encontrar al Salvador y nos veríamos imposibilitados de llegar a él. No necesitamos sólo de la promesa de Dios de un Salvador, sino que también necesitamos imperiosamente el regalo de la Fe que es creado por la Palabra de Dios,
porque ciertamente, “sin fe es imposible agradar a Dios” Hebreos 11:6.

Surge la pregunta ¿Dónde puedo encontrar a este Dios misericordioso?

Consideremos a los pastores que habían oído la Buena Nueva de Nacimiento de Señor. ¿Dónde creerían ellos que podrían encontrar al Mesías esperado que recién ha nacido? ¿Dónde deberían dirigirse en Belén para verlo? Quizá pensaron en la casa más lujosa de la ciudad, quizá el mejor hotel del pueblo, ya sería raro pensar en un Hostal, al fin y al cabo se trata del nacimiento del Hijo de David, el que restauraría la Gloria de Israel.

¿Dónde estaría durmiendo Cristo el Señor y qué tendría puesto?... Como toda madre, la suya trataría de darle la mejor ropa a su alcance y como un Rey no tiene problemas de dinero, seguro estaría durmiendo envuelto en la exquisitez de un manto púrpura y acurrucado en una cuna de oro.

¿No suena lógico pensar así de un Gran Rey? ¿No lo pensarías tu? Otra cosa, seguramente para poder ver al Cristo, el Señor, en la Ciudad de David uno deberá poseer y presentar una invitación de la realeza de lo contrario solo se podría estar con la multitud a muchos metros de distancia... especialmente si uno es un pastor maloliente y con suciedad bajo sus uñas. Ciertamente, los pastores han oído la Proclamación de Navidad de parte del ángel del Señor. Lo que necesitan ahora, en este tiempo y lugar, es La Invitación de Navidad.

Esta Invitación no tarda en llegar, aquí tienen los datos para hallar al Salvador del mundo: “. 12 Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. 13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: 14 ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”

El obrar del SEÑOR, nuestro Dios, está muy distante de nuestros pensamientos y deseos.
¿Quién podría haber pensado que el nacimiento del Salvador de la humanidad sería así? Un ángel del Señor anuncia la primera Navidad a un puñado de hombres comunes que están trabajando en los campos de Belén, y este anuncio viene secundado por el canto a varias voces de ángeles que desde lo más alto de cielo traen un mensaje para lo más bajo en tierra. La proclamación que anuncian es la invitación para que estos humildes pastores de oveja puedan visitar al Salvador recién nacido, que es Cristo el SEÑOR, el Emmanuel, o sea “Dios con nosotros”, la Paz en tierra en su propia persona. Junto con el anuncio llegan las señales para encontrar al sublime Redentor. “os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”.

Si a estos pastores no se les hubiese dado esta la invitación o características del nacimiento del Señor, sin duda aún estarían buscándolo, porque en el mejor de los casos hubiesen estado en las calles de Belén, averiguado entre todas las casas en la Ciudad de David, preguntando dónde pueden encontrar al Cristo el Señor que había nacido.

Imagine el número de puertas que habrían sido cerradas de un golpe en sus caras ante la consulta de que si en esa casa ha nacido el Mesías esperado por siglos. Sin la ayuda Divina de dónde encontrar a Jesús ¿dónde mirarían los pastores? ¿Dónde está El Salvador en Belén? Está claro, que se dieron cuenta de que se les había otorgado una invitación Celestial, que se les había dado una participación única en la historia de la humanidad y que sin ella nunca podrían haber conocido al Redentor. Pero ¿Por qué necesitamos que se nos diga dónde está Cristo Jesús? Y que se nos repita una y otra vez dónde está este Cristo Misericordioso y Encarnado. El profeta
Isaías habla de todo el género humano... de sí mismo, de aquellos pastores y de nosotros hoy día: “Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos.”. Isaías 59:9-10.

Gracias sean dadas por siempre a nuestro bondadoso Dios que no nos dejó en tal condición de oscuridad y ceguera, en la cual todos nos hubiésemos perdido eternamente. Otro profeta llamado Miqueas, en comunión con Isaías, había recibido una revelación especial de parte del Señor y escribió tal Palabra de Dios, incluyendo una profecía sobre el nacimiento del Salvador, tan anunciado y prometido: La profecía afirmaba que Belén sería el lugar del primer Advenimiento del Señor... este Rey cuyo origen estaba determinado desde los comienzos de la humanidad, desde los días antiguos. Así que Miqueas escribe: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.” (Miqueas 5:2).

Repentinamente los ángeles se van y todo vuelve a estar quieto otra vez y la noche queda como estaba antes del anuncio, como estuvo en muchas oportunidades anteriores de la vida pastoril.

Pero los pastores no queda igual, han recibido un mensaje de Dios y les queda la pregunta ¿Qué deberemos hacer? Note se que estos hombres de campo no están ofendidos de que Dios naciera en un pesebre, o que el Cristo es un niño desvalido e indefenso, o que el Rey está envuelto con pañales, o que el lugar de nacimiento sea un granero o establo y que tenga una atmósfera maloliente donde los animales comen, beben, duermen y pasan gran parte de sus vidas.

Estas cosas que iban en contra de su lógica, expectativas y deseos no los frenaron y se dijeron unos a otros:
Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado.

Estos hombres aprovechan bien esta oportunidad y no resultan ofendidos por la invitación del ángel. El Señor ha venido a ellos y les ha dado el camino para encontrarse con ellos. Camino que resulta simple y concreto, que va en contra de toda razón humana y deseos de gloria y poder.

Aunque fue el mensajero que habló a los pastores, la Palabra transmitida nace del mismo Señor, que hizo que estas cosas sucedan y las ha dado a conocer a ellos y a nosotros.

De esta manera, Dios nuestro Salvador “Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. (Lucas 1:52).

Esta manera de presentarse ante la humanidad puede resultar chocante para nosotros y nuestra sociedad ¿Estás ofendido de este Salvador, que yace en tal humilde pesebre? ¿Qué el Rey de la creación sea puesto en la cuna en un establo, te parece absurdo? O ¿Qué la Palabra hecha carne, aquel que intercede por ti, nazca de manera silenciosa, es inverosímil? Si esto te produce alguna ofensa o duda, recuerda que también serás ofendido cuando este niño comience a profetizar que es necesario que para nuestra salvación, que él muera en la cruz por nuestros pecados. Si esto te escandaliza o te es difícil de creer, luego será más difícil que veas en él al Rey de Reyes, cuyo trono será un madero cruzado formando la cruz, o cuya corona real es una de espinas y de cuya cara y manos emana la sangre preciosas de Dios y el sudor de Divino, y de su costado, de corazón perforado, fluya “sangre y agua” (Juan 19:34). Si te desilusiona este Rey de los judíos, cuando mires un crucifijo... solo veras en él, un cadáver en la cruz y solo podrás apreciar la cruz como una atroz maldición y ella solo te declarará que ni siquiera la Justicia divina es correcta.

Pero para los cristianos esto no es así. Espero que para ti no lo sea. Porque estamos aquí, entorno a la Palabra de Dios, para alegrarnos, disfrutar y afirmarnos en la celebración de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo. Entonces ¿Te unirás a los pastores e irás a Belén y verás esta cosa que han ocurrido? Creo que a todos nos gustaría hacer eso, ir al pesebre y ver la escena original, pero no lo podemos hacer pues esta promesa nos ha sido dada a nosotros. Mientras que la promesa de que “he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: 11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” nos incluye a ti y a mi, la promesa de hallar “al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” fue dada sólo solo a los pastores, esta fue sólo para un lugar específico: un pesebre de Belén y para un tiempo particular aproximadamente unos 2.000 años atrás. Un tiempo y lugar tan específicos que si los pastores hubiesen decidido no ir a la posada se habrían perdido de estar en la Presencia del Señor Jesús y si hubieran esperado cuarenta días antes visitar el sitio del pesebre, no habrían visto a Cristo el Señor. Pero no esperaron. Fueron “pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. En la oscuridad de esa noche, los pastores fueron guiados por la Palabra de Dios, La Palabra entregada por un mensajero del Señor, dirigiéndolos al único lugar donde su Salvador estaba y esos hombres entraron en la misma presencia del Salvador, que es Cristo el Señor, y pasaron a formar parte de la Sagrada Familia de Dios, congregada alrededor del pesebre “Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. 18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían.”

¿Y nosotros que, solo nos quedamos con la postal del Nacimiento? ¿Hay alguna promesa para nosotros...,una oportunidad para estar en la presencia misericordiosa del Señor?

La respuesta es un gran Sí, porque “en tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” 2 Corintios 6:2.
Otra vez Sí hay una promesa para ti y para mi, pues el Señor Jesús han prometido, “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Mateo 18:20.

Comenzamos en ese momento de Servicio de parte de Dios esta mañana en su Nombre, cuando nos reunimos e invocamos al Padre y al de Dios y al Espíritu Santo. Así es que todos, grandes y niños somos congregados aquí en la presencia del Señor. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. (1 Juan 1:9) y en la
absolución la misma Palabra de Dios anuncia ese perdón que es para los niños, para cualquier visita que se reunió en este lugar y para los miembros de la congregación.

Entonces allí, mejor dicho aquí, en esta pequeña Belén... en esta Casa de Pan está esa la Presencia
especial, sacramental, verdadera del Señor. Ese es el mejor regalo de Navidad hacia nosotros, él se da a sí mismo a su Iglesia, donde Jesús dice: “esto es mi Cuerpo, esto es mi Sangre dada y derramada para el perdón de los pecados”. Así que Dios mismo nos prepara por su Palabra para la recepción de su mismo Cuerpo nacido de la virgen María y de la misma Sangre derramada en la cruz. Estás invitado a participar de y en el Señor Jesucristo.

¿Qué hacer después de recibir y oír esta Invitación de Navidad? Dos cosas específicas vienen a la mente en base a lo que hemos leído y oído de parte de Dios, a saber: ser como María y ser como los pastores. ¿Qué hicieron ellos? Veamos en la Palabra: “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho”.

Guardemos este mensaje de Navidad, que Cristo se hace presente y nos dice que lo encontramos en su Palabra y Sacramentos para el perdón de nuestros pecados. Es por ello que podemos glorificar y alabar a Dios por todas las cosas que nos ha prometido y cumplido en Cristo Jesús.

Amén.
Creí, por lo cual hablé .

lunes, 22 de diciembre de 2008

4º Domingo de Adviento.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Adviento. El tiempo de Adviento surge con la idea de preparar el corazón y el espíritu para celebrar la llegada nuestro Señor. Asumir el verdadero significado de la navidad implica conocer y comprender el sacrificio de Jesucristo. Así nos preparamos a través de una profunda reflexión que alimenta la esperanza mientras confiamos preparamos el camino para la segunda venida del Señor en gloria.

“El Dios que se hace presente en tu vida”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: 2ª Samuel 7:1-11,16

La Epístola: Romanos 16:25-27

Evangelio del día

LUCAS 1:26-38
26 Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. 28 Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. 29 Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. 30 Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. 31 Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. 32 Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; 33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. 34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. 35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. 36 Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; 37 porque nada hay imposible para Dios. 38 Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.

Tema: Dios con nosotros

Objetivo: Que nos sepamos benditos por la obra salvadora de Dios al enviarnos a Cristo

Sermón

Al sexto mes del embarazo de Elisabet (Madre de Juan el Bautista) Dios le encomienda otra misión a su Ángel Gabriel. La primera fue anunciarle a Zacarías que tendría un hijo. Elisabet y su esposo Zacarías eran ya muy mayores y ella era estéril, por lo tanto era “imposible” de tener hijos, aunque sus oraciones nunca cesaron delante de Dios para solicitar esto. Pero los tiempos y circunstancias en que Dios ve oportuno hacer las cosas no siempre coinciden con los nuestros.

Cuando Zacarias y Elisabet ya habían perdido toda esperanza de ser padres, es justo cuando Dios les da la noticia de que lo serán. Dios no descarta a las personas por su edad, aún cuando incluso ellas se auto excluyan por razones de lógicas humanas. Para Dios nunca es tarde, ni hay nada imposible.

Nuestra sociedad lamentablemente categoriza y descarta a las personas por edades. Pero tenemos que saber que Dios no actúa así, y que él sigue llamando y usando a las personas de fe incluso hasta cuando ellas hayan perdido toda perspectiva de servicio. Dios irrumpe en las vidas.

Se hace presente con un mensaje. Nos mira, nos escoge y nos da un propósito y una misión en esta vida. Aun cuando ni siquiera lo imaginamos, Dios está pendiente de nosotros. A su tiempo él nos vocaciona.

MARÍA, UNA MUJER NORMAL

Ahora Dios envía al ángel Gabriel para que le de un mensaje de su parte a María. Ella no tenía en sus planes inmediatos quedar embarazada, mucho menos pretendía ser la madre del Mesías.

María llevaba una vida normal y no sospechaba lo que iba a acontecer con ella. Dios la había mirado y escogido para una misión especial, sin que ella lo pidiera ni se percatase de ello. Así actúa Dios, por iniciativa y motivos propios e incluso inescrutables a nuestra mente. Así lo ha hecho contigo, llamándote por fe a seguirle.

María era una joven judía que estaba comprometida en matrimonio con José. Sus anhelos y expectativas estaban puestos en ese acontecimiento. Sin embargo Dios se hace presente con un mensaje y todo cobra otra dimensión.

UN SALUDO ESPECIAL

¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. ¿Qué clase de saludo es este? ¿Qué quiere decir el Ángel Gabriel? El saludo desconcertó hasta a la propia María que se preguntó como nosotros ¿Qué salutación sería esta? María no tiene conciencia de ser más que nadie ni merecedora de nada distinto que los demás. No hay en ella indicio de que se creyera distinta o superior. Es más, queda sorprendida e incluso temerosa por el saludo del Ángel. ¿Por qué Dios la favorece?

Muy favorecida. María es objeto de la gracia del Señor. Es objeto del favor de Dios. Eso es lo realmente hermoso de este evangelio. Dios, sin merecimiento alguno por parte de María, la elige para un propósito maravilloso: Dar a luz a Cristo en este mundo. Mucho podemos aprender sobre la gracia de Dios aquí. María es, y debe considerarse, una “agraciada”, pues Dios la visitó con su gracia.

¡Qué hermoso es sabernos favorecidos y agraciados por el amor de Dios! ¡Qué hermoso es reconocer que no hay cualidades en nosotros que muevan a Dios a amarnos, sino que lo hace por puro amor y misericordia! Solo así toma realmente relevancia la Gracia, la misericordia, el amor y la obra que Dios ha hecho en Cristo Jesús.

“El Señor es contigo”. Estas son palabras profundas, llenas de consuelo y Paz. Dios es y está con los suyos. Esta es una afirmación tan necesaria de oír y recordar diariamente que se convierte en vital. Dios nos da la certeza y la seguridad de que Él está con nosotros. No puede ser de otra manera, sino estaríamos perdidos. María y todos nosotros, necesitamos escuchar y reafirmar esa verdad, de lo contrario estaríamos huérfanos y sin esperanzas ni fuerzas para afrontar las misiones de Dios en esta vida.

Dios se revela con su Palabra, te saluda dándote a conocer que su gracia te ha visitado, y te asegura su presencia y compañía para enfrentar tu vocación. El Señor está contigo para que lleves adelante tu familia, tu trabajo, tus estudios, tus tareas en la iglesia. Y si el Señor está contigo ¿Quién en contra? ¿A quién temeré? (Ro. 8:31)

No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. ISAIAS 41:10-13

Era muy importante para María saber de qué Dios estaba con ella y que no la dejaría sola en la empresa que le daría. Eso fortalece la fe. María debería enfrentar grandes problemas y conflictos por la tarea encomendada. Sin embargo la presencia de Dios la respaldaba, así como te ha prometido que está y estará contigo en toda tu vida.

En tu Bautismo Dios se ha acercado a ti y te ha dado una nueva vida. Cuando te reúnes con tus hermanos de fe en torno al nombre de Jesucristo, Él está ahí. Cuando confiesas tus pecados puedes estar seguro que es el Espíritu Santo que te convence de ello y Cristo el que te otorga el perdón. Cuando se te da el pan y el vino puedes estar seguro que Jesús está realmente presente en cuerpo y sangre así como te lo ha prometido. Dios está cercano, está a nuestro lado como lo prometió: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” Mt. 28:20

“Bendita tú entre las mujeres”. Está claro que María fue bendecida por Dios con una tarea única e irrepetible. Cristo fue engendrado por obra del Espíritu Santo en su vientre y ella dio a luz y vivió con el salvador del mundo la mayor parte de su vida. ¿Quién puede ostentar la misma dicha que María? Nadie. Por lo tanto bien puesta está esa frase. De entre todas las mujeres María fue bendecida con tan loable tarea. ¿Por qué a María? No lo sabemos.

La elección: Dios podría haber elegido a cualquier otra, pero eligió a María. La voluntad de Dios y sus designios ¿Quién podrá entenderlos o cuestionarlos? Es un bien aceptarlos sin más y dar gracias porque así lo ha querido. Dios es quien escoge. Por eso son tan perniciosas y atentan directamente contra la doctrina de la gracia aquellas falsas enseñanzas que se empeñan en decir que el ser humano es quien decide por Dios, quien lo elige y quien lo acepta. Jesús le dijo a sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” Jn. 15:16.

Pero cada uno de nosotros también podemos llamarnos benditos entre todos los demás, ya que a cada uno se nos da por realizar una tarea particular en un entorno especial. Piensa en tu familia, trabajo, estudios, vecindario. Tú eres único e irrepetible y las situaciones y circunstancias que atraviesas por fe, son las que Dios te ha querido poner a ti y solo a ti. Pero recuerda que en última instancia el mensajero no es lo importante sino el mensaje que transporta. Dios llama a personas determinadas a lo largo de la historia de la salvación y les encomienda tareas. Así lo hizo con Abraham, con Moisés, con David, con los profetas, los apóstoles, etc. También lo hizo así con Lutero y hoy lo hace contigo. Tú eres un instrumento en las manos de Dios para llevar a Cristo y darlo a luz en este mundo. Pero lo verdaderamente importante es Cristo, pues sólo él salva vidas.

Ni Maria, ni Lutero ni tú pueden salvar a nadie, sino solo Cristo. ¡Qué bendita tarea se te ha encomendado! ¡Asúmela y vívela con alegría!

EL TEMOR DE MARIA

El saludo de la “Gracia” produce planteos y temores ¿Porque? Es significativo que un mensaje de amor y perdón gratuito produzca temor. Lo gratis, es decir, lo verdaderamente gratis, nos confunde y nos produce un conflicto. Creemos que todo lo tenemos que ganar, conseguir, pagar o merecer. Nosotros somos los que aceptamos, decidimos, etc. Somos plenamente consientes de nuestra finura y que estamos en deuda con Dios y por ello no esperamos nada bueno y menos gratis. La paga del pecado es muerte, y eso está latente en nosotros. Nunca terminamos de entender, creer y confiar plenamente en el mensaje de Gracia absoluta y plena de Dios, que produce tanto el querer como el hacer por su buena voluntad. Nuestra naturaleza se resiste. Un mensaje de Gracia, la Buena Noticia, no lo esperamos y por ende nos produce temor e incluso desconfianza ¿Que será esto? Nos desequilibra porque nos hace depender por completo de Dios y no de nosotros, y eso asusta a cualquiera.

María teme. El saludo del Ángel la ha turbado. Es un temor natural, incluso lógico, intrínseco a la naturaleza de todo ser humano pecador. Ella conoce y reconoce su bajeza (1:48) y que no merece “favores” de Dios. La voz de lo sagrado la descoloca. Es la reacción de quien se sabe humano y pecador y es confrontado con la presencia de lo divino y santo. El temor a Dios es algo que está en nosotros. Es el temor que llevó a Adán y Eva a esconderse de Dios luego de haber pecado. Es el temor que se pone en evidencia cuando el Dios todopoderoso se hace presente en nuestras vidas.

Es en el fondo el no querer confrontarnos con Dios, y mantenernos en un segundo plano en la relación con él, pues sabemos que su intervención genera desconcierto y crisis.

Como María, tememos a la Palabra de Dios que nos habla directamente a nosotros y nos involucra en sus planes. Esa Palabra nos sacude, desestabiliza y cambia el rumbo de nuestras vidas. Es el poder de la Palabra de Dios que te confronta ante tu finura. El temor al castigo es el que espanta a tantos que prefieren rechazar o negar a Dios y su Palabra. Es el miedo que hace que no profundicemos en lo que Dios dice, pues seguro que eso nos traerá conflicto a nuestra monótona pero acomodada vida. Cuando Dios aparece de repente todo cambia en nuestras vidas, y el cambio produce temor ¿Qué querrá Dios conmigo? Pero tranquilo, Dios viene con una Buena Noticia.

EL CONSUELO DEL MENSAJERO

Dios contuvo a María y el ángel salió al encuentro de su temor con una palabra de consuelo. NO TEMAS. No hay ya de que temer, pues Dios ha tenido misericordia de nosotros e hizo un plan para salvarnos. Hemos hallado gracia delante de Dios, y por ende perdón, paz y vida eterna. Dios es quien te calma todos tus temores. NO TEMAS. Porque no hay de lo que temer. Dios se acerca a ti para darte una nueva vida. El Dios de Gracia te llena de favores. El Señor está contigo, y en Cristo ha venido a salvarte de ti mismo para que vivas por Él.

EL DIOS QUE COMISIONA.

Es interesante ver en el relato que en ningún momento se le pregunta a María si quiere, o qué le parece. No es una propuesta, sino que se le dice: “concebirás, darás a luz y llamarás su nombre Jesús”. Cuando el Dios de gracia trata con las personas no se anda con rodeos. Y una vez que te ha llamado inevitablemente has quedado tocado. Difícilmente podrás desentenderte del asunto sin caer en el pecado de la incredulidad. Sino preguntémosle a Jonás, aquel misionero que se resistía a hacer la misión que Dios le había encomendado. Dios produce el querer y el hacer (Fil. 2:13). Por lo tanto no anda con preguntas. Son afirmaciones categóricas que se entienden y aceptan por fe. El plan de salvación no está en manos de los seres humanos, no depende de qué o cómo lo haríamos nosotros o si preferimos que sea de esta manera u otra. Podemos descansar tranquilos en que Dios es quien se encarga del plan de Salvación así como de la realización.

Nosotros somos instrumentos.

Cristo, el Dios eterno y todopoderoso venía a traer la salvación y se valió de una humilde mujer para nacer a este mundo. El salvador ha venido y ha hecho su obra al morir en esa cruz por los pecados del mundo. Es el firme propósito de Dios salvar a las personas por “la locura de la predicación” (1ª Co. 1:21) y hoy se sigue valiendo de personas sin mérito alguno de su parte para anunciar y dar a conocer al Cristo Salvador, al Señor de Señores y Rey de reyes. Reconócete bendito, porque tú formas parte de los comisionados a esta hermosa tarea.

Conclusión

Dios es el protagonista absoluto de la obra de salvación. Dios toma la iniciativa, a tal punto que sorprende a María que no se esperaba esto, ni mucho menos se sentía digna de ello. Lo que a uno lo hace digno, no son los propios meritos, sino el obrar amoroso de Dios en nosotros que nos da a Cristo, nuestro salvador.

Dios es el que mira y escoge a María, el que le envía mensajeros, el que tiene el “favor” hacia ella y toda la humanidad al pensar y concretar su plan de salvación. Él es quien da su Palabra, el que consuela cuando María teme, el que se hace presente en la vida, el que determina los planes, el que envía al Espíritu Santo a hacer su obra, el que hace posible lo que para el ser humano es imposible, y sobre todo el que actúa por Gracia.

De María encontramos lo que todos tenemos, temores, dudas, cuestionamientos, incapacidad natural para comprender el poder y las posibilidades de Dios. Al final la obra de Dios se hace patente en nosotros al darnos la fe y en ella entregarnos al actuar de Dios así como María: “Aquí está la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra”. Así es como confiamos y nos entregamos en el poder de Dios, quien no nos escogió por listos o buenos (1ª Co. 1:27-29). Somos frágiles vasijas de barro que contenemos portadoras de un tesoro (2ª Co. 4:7), El poder de Dios se asienta y actua en nuestra debilidad (2ª Co. 12:9). Por eso lo mejor es afirmar el corazón en la gracia (He. 13:9) y crecer en ella (2ª P 3:18) NADA HAY IMPOSIBLE PARA DIOS. Amén.

Pastor Walter Daniel Rallli

sábado, 13 de diciembre de 2008

3º domingo de Adviento.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17
Adviento es el primer periodo del año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento del Salvador. Se celebran durante los cuatro anteriores a la fiesta de Navidad. Marca el inicio del año litúrgico en casi todas las confesiones cristianas. Durante este periodo los feligreses se preparan para celebrar la conmemoración del nacimiento de Jesucristo y para renovar la esperanza en su segunda Venida, al final de los tiempos.

“Jesús viene a salvarnos de manera sencilla”
Textos del Día:
El Antiguo Testamento: Isaías 61:1-3, 10-11
La Epístola: 1 Tesalonicenses 5:16-24

EVANGELIO DEL DÍA
Juan 1:6-8, 19-28 6 Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. 7 Éste vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. 8 No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
19 Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? 20 Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. 21 Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. 22 Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? 23 Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. 24 Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. 25 Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? 26 Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; más en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. 27 Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. 28 Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Sermón
Hay algo que llama poderosamente la atención en Juan el Bautista. No creo que sea su vestuario, de pelo de camello o su dieta que consistía en langostas y miel silvestre. Hay autoridad en su mensaje, algo que le hace detenerse y clamar a gran voz en el desierto. Algo debe haber ya que toda Judea se agrupa para oír a este hombre que se viste de manera extraña, ansiando oír un mensaje de bautismo y arrepentimiento. Él habla con una autoridad distinta a la de los fariseos y escribas. Por su vestimenta, dieta y manera de hablar algunos piensan que él no puede ser Juan, el hijo de Zacarías. Él debe ser algo más.
¿Será el Cristo? Se preguntaban. De esta manera todo tendría más sentido. Este hombre poderoso no tendrá miedo de nadie. Es la persona que le dirá a los soldados qué deben hacer y los llevará a la victoria. Israel había esperado por mucho tiempo al Cristo, el que vencería a sus enemigos y llevaría a Israel a la gloria perdida. ¿Será este Juan el Mesías prometido del Antiguo Testamento? No. Él confiesa abiertamente “yo no soy el Cristo".
¿Quién más puede ser? ¿Será Elías? Siguen insistiendo. También podría ser el regreso de Elías, el profeta que proclamó la palabra de Dios y trajo hambruna a la tierra por mucho tiempo, y que habló otra vez y trajo las lluvias necesarias para cosechar. El hombre que resucitó el hijo de la viuda, quien clamó por fuego de cielo y aniquiló a 400 profetas de Baal. Él fue llevado al cielo en una carroza de fuego. Quizá él apareciera ahora bajo la apariencia de Juan el Bautista. ¿eres Elías? Preguntan. “no lo soy” dice Juan.
¿Eres el Profeta? Debes ser alguien especial, pero se nos acaban las promesas. El gran profeta Moisés anunció que Dios enviaría otro más poderoso que él a predicarle a las personas de Israel. Muy rápido afloran los recuerdos del tiempo de Moisés, las diez plagas que liberaron a Israel de su opresor, el mar Rojo que se abrió en dos y el maná caído del cielo. Si consideramos la posibilidad de que Juan sea el gran Profeta, no es de extrañar los resultados de su predicación y de la llegada de todo el mundo para oírlo. Era para entusiasmarse, pronto sería libres y poderosos. Entonces surge la pregunta ¿eres el Profeta? Su respuesta es un “no” claro, rotundo y simple.
Los enviados, se rinden, ya no tienen más opciones, deciden hacerlo simple, así que ahora le preguntan “¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Juan contesta, “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Así de simple. Juan es la voz. A pesar de toda su autoridad, su presencia y su carisma, él es simplemente “el preparador”, “el precursor”. La voz que prepara el terreno para nada más ni nada menos que el SEÑOR. Juan no es el Cristo. Pero su mensaje anuncia que el Cristo viene y surge la pregunta y muchas ideas de que si éste es el mensajero ¿cómo será el Cristo que está por venir? Sin duda alguna él sobresaldrá más que Juan, será imposible no reconocerlo. Será más elegante que su mensajero, tendrá más poder que este, su fuerza y autoridad será visible para todos, atraerá a más personas a su presencia que Juan. Así debería de ser, porque si el Cristo es el mismo ungido de Dios para salvar a las personas, que viene a gobernar a todos los imperios y levantar al pueblo de Israel por siempre, desde luego que debe ser más fuerte y poderoso que Juan.
Los pensamientos anteriores eran razonables, deseables y muy convincentes para las personas de la época. Un líder debe sobresalir, tener poder, autoridad y convocar multitudes. Es así que la presencia de Juan quiere decir que él pronto viene, que está por llegar en cualquier momento.
Sin lugar a dudas será reconocido en cuánto se lo vea. Pero había más preguntas para Juan, ya que él no era ninguna de las personas a las cuales esperaban, los fariseos inquirieron “¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; más en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Éste es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado”.
Con sus palabras Juan acaba de lanzar una bomba. ¿Qué dijo? “en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis”. Él ya está allí. Está parado entre ellos, el que es más grande que Juan, que no es digno de desatar la correa de su sandalia. Él está allí, en medio de la gente. Pero no lo conocen. Es un poco extraño. Cualquiera pensaría que sería fácil reconocer a alguien que es mayor que Juan, Elías o Moisés. Como no reconocer al propio Mesías, al que a sus pasos “Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados” Lucas 3.5. Es quién se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6. Teniendo estas características indudablemente las personas que lo rodearían sentirían algo o les llamaría su atención. Pero no lo hacen. No le reconocen. Él no tiene la gracia o forma especial que se espera, que le haga sobresalir. Aparentemente, no hay belleza alguna que le haga atractivo o deseable de estar bajo su mando. Él es simplemente una cara en el montón, uno más en el pueblo. He aquí el choque entre las fantasías populares y la realidad de Dios. Porque Juan da a entender que al verdadero Cristo a quien él quiere presentar no se lo puede juzgar por las apariencias y preconceptos humanos. Para reconocer al verdadero Cristo se tendrá que observar lo que él hace y oír lo que él dice, simplemente para estar seguro de que es el Salvador. Las apariencias quedan descartadas.
Supongo que en ellos surge una pregunta ¿quién es él? ¿Cómo reconocer a ese que está en medio nuestro y no lo vemos? Para encontrar la respuesta no tienen que esperar mucho tiempo, solo hasta al día siguiente, y nosotros solo tenemos que ir al siguiente verso de la lección del Evangelio de hoy, allí leemos: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29.
Allí está el Salvador del mundo, ha estado estando parado entre ellos. Juan justamente lo llamaría más tarde “León de la tribu de Judá” Apocalipsis 5:5, pero ahora es presentado como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Cuando uno piensa en términos de reyes y conquistadores poderosos, la imagen de un cordero usualmente no viene a nuestra mente. Los corderos no van al frente de batalla, no pelean y se ocupan de otros. No me imagino a nadie gritando “Siga Al Cordero”. Este no es un grito de guerra edificante. Porque a menos que se los cuide y guíe, andarán perdidos hasta que son atacados o mueren por falta de agua y alimento. Para los Israelitas la imagen del cordero era muy usual. Los sacerdotes tomaban corderos y los sacrifican, derramando la sangre de estas víctimas que no oponían resistencia.
¿Por qué Juan dice que Jesús es el Cordero de Dios? ¿No es fuerte y poderoso, acaso no es Dios mismo? Sin duda que lo es. Es fuerte, de hecho es todopoderoso, omnipotente. Pero también es manso y va a liberar a sus enemigos, a nosotros, por medio de esta mansedumbre. Ese mismo día, a orillas del Jordán, él no se pronuncia como superior a otros. Sino que se somete a Juan el Bautista, algo así como el resto de las personas. Él no va a salvar a la humanidad dominando u oprimiendo a otros, sino que lo hará sirviendo. Él no llamará a sus seguidores a la fuerza para que sean parte de su “cuerpo”, sino que los llevará a sí mismo por su servicio de entrega y amor hacia a ellos. En vez de castigar a sus enemigos se someterá a su castigo y su desprecio. Así que toda la obra de salvación y redención la realizará por medio de su sacrificio, ofreciéndose a Dios en la cruz por los pecados del mundo. Su sangre será derramada, al igual que aquellos corderos en el altar. Su preciosa sangre será suficiente para expiar los pecados de todos. Por esto es que él es el Cordero de Dios que quita los pecados de mundo. Esto está de acuerdo con los anuncios de los profetas del Antiguo Testamento. Dios predice a lo largo del Antiguo Testamento que el Salvador vendría de manera poderosa pero que sería afligido, golpeado brutalmente y muerto por nuestras iniquidades. Pero los pecadores no van a creen en estas palabras, sino que juzgaran por las apariencias.
El pecado sigue siendo atractivo a los ojos. Porque nuestro sentido de bien y del mal se ha distorsionado por completo a causa de nuestro pecado es que un Mesías debe parecerse a un guerrero poderoso. Él debería tener un palacio y ocupar el trono, no un pesebre y mucho menos terminar el reinado en una cruz. Es así que las personas juzgan por las apariencias, así es que desconocen al salvador, le negarán intencionalmente o les parecerá anticuado o insignificante su manera de venir a nosotros. Pero hay otras personas que oirán a su Palabra. Oyendo su Palabra, creerán. A pesar de las apariencias, mirarán entre las cosas comunes y allí verán a aquel que fue atravesado en la cruz, y oirán “este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”.
¡Ya hemos pasado la mitad del tiempo de Adviento! Solemos cantar el Sanctus: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Cuando cantamos esto, declaramos que Dios se ha convertido en hombre para salvarnos. Dentro de poco en la liturgia diremos el kirie, porque Juan el Bautista preparó el terreno del Señor. Nos regocijamos porque Dios se convirtió en hombre para tener piedad de nosotros. También cantamos con Juan el Bautista un cántico litúrgico llamado el Agnus Dei, que está en latín y significa “cordero de Dios”, ¡OH Cristo Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros!, ¡OH Cristo! Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. ¡OH Cristo! Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, Danos tu Paz. Amén
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan expresa estas palabras porque Jesús está completamente presente en cuerpo y sangre. Él es humilde y manso, apenas perceptible, pero él está allí para salvar y no para hacer grandes pompas. Él está de camino hacia la cruz y su bautismo es un alto importante en el camino que le espera hacia la cruz. Él se presenta para ser bautizado junto con pecadores, para lavar completamente los pecados de ellos y cargarlos sobre él. Él llevará esa terrible carga hacia la cruz y morirá por ellos allí.
Hoy mismo, uniremos nuestras voces diciendo: “¡Oh Cristo! Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”. No hacemos esto solo para recordar los hechos pasados, sino por la realidad presente.
Con las palabras del Agnus Dei le pedimos a Dios, por medio de su Hijo que se hizo hombre, que tenga misericordia de nosotros aquí y ahora. Si, aquí y ahora. Porque Él se hace realidad aquí y ahora de la misma manera en que lo hizo ante Juan y el resto de las personas que estaban reunidos en el Jordán.
Así es que por medio de su muerte y resurrección él ha vencido al pecado y la muerte y se ha levantado victorioso de la tumba y se ha sentado a la diestra del Padre todopoderoso y desde allí gobierna todas las cosas. Pero el estar sentado a la diestra de Dios no implica que está lejos, sino que viene a nosotros humildemente. Él todavía viene a ti para servirte. Él está presente ante ti cuando su Palabra es proclamada. Él es la Palabra hecha carne. Así es que cuando la Palabra está aquí, él mismo está aquí. Él está presente en la pila bautismal, en esas aguas del santo Bautismo. También lo está cuando tus pecados son perdonados, son lavados por medio de él porque fue él quien sufrió por ellos en la cruz. Él está aquí en el pan y el vino, dándote su cuerpo y su sangre para el perdón de pecados.
Fíjate que simple, casi pasa desapercibido, son cosas humildes, palabras comunes, agua, el pan y el vino. Son elementos poco interesantes que se pueden encontrar en cualquier supermercado. Es así, su apariencia fue muy poco interesante a orillas del Jordán, pero él estaba presente allí. Tú tienes su promesa que él está del mismo modo aquí contigo, por su Palabra y Sacramentos.
Insisto con la simpleza i sencillez de su presencia porque en este lugar yace el peligro donde muchos se pierden en el uso de su razón. Cegados por la naturaleza pecaminosa, muchos irán corriendo a buscar a Dios, pero solo van a buscarlos donde él no puede ser encontrado. Más que buscarlo huyen de él. Seguirán a líderes carismáticos que transmiten mensajes populares pero que ignorarán el Evangelio. Pero por más que se lo nombre Jesús no está allí. Leerán la Palabra de Dios y tratarán de encontrar a Jesús en sus sentimientos o sus experiencias, afirmando que ésta es la voluntad del Espíritu Santo. Pero Jesús nunca promete ser encontrado allí. Mostrarán o juzgarán a las iglesias como “exitosas” en los términos humanos, basados en su crecimiento, número de programas o la manera de alabar u orar. Pero si la Palabra no es predicada y los Sacramentos no son administrados, este por seguro de que allí Jesús no está presente.
Como cristianos, nosotros caminamos por fe no por las apariencias o por lo que vemos. Creemos en la Palabra de Dios, no en las apariencias o nuestra razón. Por consiguiente, nos regocijamos en lo que Jesús promete: Él está con nosotros, presente de manera completa, donde él promete estar: La Palabra, el Bautismo y la Santa Cena. Ésta manera de estar presente puede verse como humilde y poco interesante, pero aquí está el Señor y allí pronuncia la verdad más milagrosa y poderosa: “eres perdonado de todo tus pecados”. Por esto es que cantamos el Agnus Dei: “Oh Cristo, Cordero de Dios que quitas el pecado de mundo, ten piedad de nosotros". Cantamos esto, reconociendo que el Señor viene a nosotros humildemente. El Hijo de Dios, a por medio de quien todas las cosas fueron creadas, viene a ti a servirte.
Quizá no lo veas glorioso o atractivo pero ten por seguro que lo es. Esto tiene que ver mucho con nuestra vida diaria. Algunas veces somos llevados a pensar que, como cristiano, tendríamos que tener una vida extraordinaria. Los milagros deberían ser visibles, dónde las pruebas del amor de Dios deberían ser vistas por todos. La prosperidad, la buena salud y el reconocimiento tendría que ser una constante en tu vida si eres un cristiano verdadero. Por lo cual, se deduce que si tu vida es rutinaria y poco interesante, debe haber algo incorrecto en ella. Pero ten por seguro de no hay nada incorrecto en absoluto. Ten presente de que el Señor trabaja de formas poco interesantes a fin tu salvación, de la misma manera él trabaja para tus otras necesidades. En vez de curarte de las enfermedades o lesiones en un segundo desplegando su glorioso poder, él utiliza a los doctores y las enfermeras para realizar este trabajo. En vez hacer que caiga maná o alimento del cielo, él provee los medios necesario a través de su empleo y la comida a través de la tienda. Una vida común no indica la ausencia de Dios. Solo nos dice que es así cómo él trabaja, detrás de la escena, para proveerte de lo necesario. Así como Jesús no era reconocido en el río Jordán, tú también puedes vivir una vida no reconocida. Recuerda que él sufrió la tentación, la aflicción y la muerte como el Cordero de Dios para que tú seas su discípulo. Esto es así, eres la oveja del Cordero de Dios que quita el pecado de mundo, porque por medio de él eres perdonado de todos tus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén
Que la paz sea contigo. Atte. Pastor Gustavo Lavia.