viernes, 27 de febrero de 2009

Cómo meditar en la Pasión de Cristo.

Martín Lutero



1519



Formas equivocadas de meditar en la pasión de Cristo

Algunas personas meditan en la pasión de Cristo y se enojan con los judíos. Cantan y hablan mucho sobre Judas también. Sólo hacen lo de siempre. Les gusta quejarse de los demás. Pasan todo su tiempo condenando a sus enemigos. Supongo que es una meditación de cierta clase, pero no es una meditación sobre el sufrimiento de Cristo, sino sólo una meditación sobre la maldad de los judíos y de Judas.

Otros a quienes les gusta hablar del beneficio de meditar en la pasión de Cristo no entienden de que se trata. Algo que Alberto dijo puede ser muy engañoso: Pensar en la pasión es mejor que ayunar todo el año o rezar los salmos todos los días. Algunos ciegamente lo siguen, toman su comentario en el sentido literal, y luego actúan contrariamente a la pasión de Cristo. Sólo buscan sus propios intereses, tratando de evitar hacer otras cosas. En forma supersticiosa se adornan con imágenes y libritos, cartas y crucifijos. Otros hasta imaginan que haciendo estas cosas se están protegiendo contra ahogarse, quemarse, la espada y toda clase de peligros. Tratan de usar los sufrimientos de Cristo para evitar que algún sufrimiento venga a su vida, lo cual, por supuesto, es totalmente contrario a como es la vida en realidad.

Además hay la gente a quien le gusta simpatizar emocionalmente con Cristo. Lloran y derraman lágrimas sobre él porque fue tan inocente. Son como las mujeres que siguieron a Cristo en el camino desde Jerusalén. ¡Él las reprendió! Les dijo que deberían llorar por ellas mismas y por sus hijos. Entran en la estación de la pasión pensando que reciben un gran beneficio pensando profundamente en cómo Jesús salió de Betania, o en los dolores y penas que sufrió la virgen María. Meditan en estas cosas durante horas y horas, pero nunca avanzan. De alguna forma, no llegan realmente a meditar en el verdadero sufrimiento y muerte de Cristo. Sólo Dios sabe si hacen esto más bien para dormir que para vigilar y esperar con Cristo. Esta clase de gente incluye a los fanáticos que tratan de enseñar a la gente que reciben una gran bendición sólo asistiendo a la celebración de la Santa Cena, parándose allí y viendo que se celebre. Tratan de convencer a la gente que sólo presentarse y ver una misa automáticamente obra la bendición por el acto mismo de hacerlo. Quisieran llevar a la gente a creer que la Cena del Señor no tiene nada que ver con la fe en la promesa de la Santa Cena, ni de ser digno para recibir la Santa Cena. La cena no fue instituida para su propio beneficio, como si el propósito fuera sólo celebrarla. Se dio con el fin de meditar en la pasión de Cristo. Si no lo hacemos, convertimos la Santa Cena en una obra humana. La hacemos algo inútil, no importa que tan buena sea en sí misma. ¿De qué te sirve que Dios sea Dios, si no lo es para ti? ¿Qué utilidad tiene comer y beber si no te beneficia a ti?

Debemos tener miedo de pensar que nos haremos mejores sólo porque celebramos mucho la Santa Cena, mientras que al mismo tiempo no recibimos su verdadero beneficio.


La Manera Correcta De Pensar En La Pasión De Cristo

Cuando meditamos correctamente en la pasión de Cristo, vemos a Cristo y nos aterramos por el espectáculo. Nuestra conciencia se hunde en la desesperación. Este sentimiento de terror necesita ocurrir para que comencemos a reconocer plenamente cuán grande es la ira de Dios contra el pecado y los pecadores. Entendemos esto cuando vemos que Dios libra a los pecadores sólo porque su muy querido Hijo — su Hijo único — pagó un rescate tan costoso por nosotros, como dice Isaías 53:8: “por la rebelión de mi pueblo fue herido”.

¿Qué sucede cuando vemos al querido Hijo de Dios fulminado en esta forma? Reconocemos cuán indecible, hasta insoportable, es el compromiso total del Hijo con la salvación de los pecadores.

¿De qué otra forma podemos sentirnos cuando reconocemos que una persona tan grandiosa como Cristo salió para enfrentar este destino, sufriendo y muriendo por los pecadores? Si reflexionas verdadera y profundamente en el hecho de que el Hijo de Dios, la Sabiduría eterna de Dios, sufre, te llenarás de terror. Entre más reflexionas en esto, más terror sentirás.

Debes creer profundamente, y nunca dudar, que en verdad eres tú el que mató a Cristo. Tus pecados le hicieron esto a él. San Pedro aterró los corazones de los judíos cuando dijo en Hechos 2:36-37: “vosotros (lo) crucificasteis”. Tres mil personas se llenaron de tanto terror que temblando de miedo, clamaron a los apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?” Así, cuando mires los clavos penetrando sus manos, cree firmemente que es obra tuya. ¿Ves su corona de espinas? Estas espinas son tus malos pensamientos.

¡Mira! Cuando una espina traspasa a Cristo, debes saber que más de mil deberían traspasarte a ti. Deberían traspasarte por toda la eternidad en una forma aun más dolorosa que traspasaron a Cristo. Cuando veas los clavos traspasar las manos y los pies de Cristo, date cuenta que tú debes estar sufriendo esto por toda la eternidad, con clavos aun más dolorosos. Todo el que mira los sufrimientos de Cristo y los olvida, pensando que no valen nada, sufrirá tal destino por toda la eternidad. La pasión de Cristo es un espejo de lo que viene. Este espejo no es ninguna mentira ni broma. Todo lo que Cristo dice que pasará, en efecto sucederá.

Bernardo estuvo tan aterrado por los sufrimientos de Cristo que dijo: “En un tiempo pensaba que estaba seguro. No sabía nada acerca del juicio que se había pronunciado sobre mí en el cielo, hasta que vi que el Hijo eterno de Dios tuvo misericordia de mí. Vi que él se adelantó y se ofreció en mi beneficio, recibiendo mi juicio y tomando mi lugar. Ya no puedo sentirme tan despreocupado cuando reconozco cuán serios son los sufrimientos de Cristo”. Por eso mandó Cristo a las mujeres: “no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas” (Lucas 23:28).
Es como si Jesús dijera: “Aprende de mi muerte lo que has ganado y lo que mereces recibir”. Es como matar a un perro pequeño para asustar al perro grande. Por eso el profeta dijo: “Todas las generaciones harán lamentación por él”. No dice que lo lamentan a él. Lamentan su propio destino. Esto explica por qué la gente se llenó de terror en Hechos 2:37, como ya lo mencioné, y dijo a los apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?” La iglesia canta: “Esto pensaré con diligencia y mi alma se marchitará”.

Se debe considerar este punto con cuidado. El beneficio de los sufrimientos de Cristo depende totalmente de que se llegue a conocer bien a sí mismo y se llene de terror hasta el punto de morir. Si no se llega a este punto, los sufrimientos de Cristo realmente no lo beneficiarán. Los sufrimientos de Cristo en realidad hacen a todas las personas iguales. Así como Cristo muere en forma horrible en su cuerpo y alma por nuestros pecados, nosotros, como él, tenemos que morir en nuestra conciencia por causa de nuestro pecado. Esto no sucede con muchas palabras, sino meditando y reconociendo profundamente nuestros pecados. Permite que ilustre mi punto.

Digamos que una persona mala mata al hijo de un príncipe o rey sin molestarte a ti, y sigues cantando y jugando como si fueras totalmente inocente. Luego te arrestan y te convencen que por tu causa el niño fue asesinado. ¡Te daría horror! Tu conciencia te afligiría profundamente. Así debes estar aun más afligido cuando consideres los sufrimientos de Cristo. Los judíos que mataron a Cristo, y que ahora han sido juzgados y exiliados por Dios, sólo fueron los siervos de tus pecados. En verdad tú eres el que estranguló y crucificó al Hijo de Dios por medio de tus pecados.

Si alguien es tan frío e insensible que no se aterra cuando ve los sufrimientos de Cristo, debe temblar de terror. Debes llegar a ser como las imágenes del sufrimiento de Cristo. No puede ser de otra manera. O aquí en el tiempo y en el infierno por toda la eternidad. Al momento de tu muerte, si no antes, tendrás que llenarte de terror, temblar y agitarte con temor, y experimentar todo lo que Cristo sufrió en la cruz. Es terrible esperar hasta el momento de la muerte para hacer esto. Pide a Dios y ruega que él suavice tu corazón ahora para que puedas meditar en los sufrimientos de Cristo en una forma que lleve fruto. Es imposible meditar en los sufrimientos de Cristo por nuestra propia habilidad y poder. Dios tiene que implantar estos sufrimientos en nuestro corazón. Esta meditación en el sufrimiento de Cristo, como sucede con todas las doctrinas divinas, no se te da para que puedas salir y hacer con ella lo que te dé la gana. No, siempre primero debes buscar la gracia de Dios y anhelarla. Por ti mismo, no puedes hacer nada. Todo depende de la gracia de Dios. Los que nunca ven correctamente los sufrimientos de Cristo son los que nunca invocan a Dios para pedir que los ayude. En lugar de eso, tratan de considerar el sufrimiento de Cristo por sí solos, y terminan considerando los sufrimientos de Cristo en una forma sólo humana y sin fruto.

Permite que diga esto en forma clara y abierta, para que todos lo oigan. Todo el que medita en los sufrimientos de Cristo en la forma correcta por un día, una hora, aun por quince minutos, está haciendo algo mucho mejor que ayunar por todo un año, rezar los salmos todos los días, o escuchar cien misas. La meditación correcta en el sufrimiento cambia el carácter de la persona.

Como en el bautismo, la persona nace de nuevo con esta meditación. Entonces los sufrimientos de Cristo logran su obra verdadera, natural y noble. Matan el viejo Adán. Eliminan de nosotros toda lascivia, placer y seguridad que tal vez pensemos que una criatura de Dios nos podría dar, así como Cristo fue abandonado por todos, inclusive por Dios.

Necesitamos reconocer que sentir que nacemos de nuevo no es algo que depende de nosotros. Puede ser que a veces oremos por ello, pero no lo recibimos en el momento. No debemos desesperarnos, sino seguir orando. A veces viene cuando no estamos pidiéndolo. Dios sabe lo que necesitamos. Hará lo que más nos conviene. Es libre y sin límites. Puede ser que cuando nuestra conciencia nos causa angustia y estamos profundamente insatisfechos con nuestra vida y lo que hemos hecho, no lo reconocemos, pero la pasión de Cristo está haciendo esto en nosotros. Por otro lado, algunos pueden pensar que están meditando en la pasión de Cristo, pero se enredan tanto en pensar en ellos mismos que no pueden encontrar la salida. El primer grupo realmente medita en la pasión de Cristo, los otros sólo presentan un espectáculo que resulta falso.


El Consuelo Del Sufrimiento De Cristo

Hasta este punto en nuestra discusión, es como si estuviéramos en la Semana de la Pasión y el Viernes Santo. Ahora llegamos a la Pascua y la resurrección de Cristo. Cuando alguien, con la conciencia llena de terror, entiende de esta forma sus pecados, necesita cuidarse para que sus pecados no se queden en su conciencia, porque entonces no resultaría nada sino sólo la duda. Así como nuestros pecados fluyeron de Cristo y nos hicimos conscientes de ellos, debemos volver a derramarlos sobre él y librar nuestra conciencia. Cuídense de no morderse y devorarse unos a otros con los pecados en el corazón, corriendo aquí y allá con sus propias buenas obras, tratando de hacer satisfacción por ellos, intentando obrar la liberación de su pecado mediante indulgencias. ¡Es imposible! Desgraciadamente, todavía muchos, en muchas partes, piensan que encuentran un refugio en estas satisfacciones y peregrinajes.

Toma tus pecados y échalos sobre Cristo. Cree con un espíritu gozoso que tus pecados son sus heridas y sufrimientos. Él los lleva y hace satisfacción por ellos, como dice Isaías 53:6: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Pedro dice en 1 Pedro 2:24: “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”. En 2 Corintios 5:21 Pablo dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él”. Debes confiar en versículos como éstos en la Biblia con toda tu fuerza, aun más cuando tu conciencia trate de matarte. Nunca hallarás la paz si pierdes esta oportunidad para tranquilizar tu corazón.

Tendrás tantas dudas que te desesperarás. Si pensamos demasiado en nuestros pecados, repasándolos una y otra vez en nuestra conciencia, manteniéndolos en nuestro corazón, pronto serán demasiados para que los podamos manejar y vivirán para siempre.

Pero cuando vemos nuestros pecados puestos en Cristo y lo vemos triunfar sobre ellos con su resurrección, y sin temor lo creemos, nuestros pecados están muertos y se desaparecen. No quedan sobre Cristo, sino son tragados por su resurrección. Ahora no ves ninguna herida, ningún dolor, ningún pecado en absoluto en él. Por eso Pablo dice en Romanos 4:25 que Jesús “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. En su sufrimiento Cristo hizo conocer nuestros pecados y fue crucificado por ellos. Por su resurrección nos hace justos y libra de todo pecado. Si no lo puedes creer, pide a Dios la fe. Esto depende totalmente de Dios. A veces él da la fe en una forma muy dramática y abierta, en otras ocasiones en forma secreta y tranquila.

Por tanto, esto es lo que debes hacer. Primero, deja de mirar los sufrimientos de Cristo ya. Han hecho su obra y te han aterrado. Sigue adelante a través de todas las dificultades y mira su corazón amistoso. Ve cuán lleno de amor está el corazón de Dios hacia ti. Este amor lo motivó a sobrellevar la pesada carga de tu conciencia y tu pecado. Si haces esto, tu corazón se llenará de dulce amor hacia él. La seguridad de tu fe se fortalecerá. Asciende más alto a través del corazón de Cristo al corazón de Dios y verás que Cristo no podría haberte amado si Dios no habría querido esto con su amor eterno. Cristo es obediente a este amor, y así te ama. En el corazón de Dios hallarás un corazón divino, bondadoso, paternal. Como dice Cristo, serás atraído al Padre por medio de Cristo. Entonces entenderás lo que Cristo quería decir cuando dijo en Juan 3:16: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. Así conocemos a Dios como él quiere que lo conozcamos. No lo conocemos por su poder y sabiduría, que nos aterran, sino por su bondad y amor, Allí nuestra fe y confianza están inamovibles. Así la persona realmente nace de nuevo en Dios.

Cuando tu corazón está puesto en Cristo, eres un enemigo del pecado, por causa del amor y no porque temes el castigo. Los sufrimientos de Cristo deben ser un ejemplo para toda tu vida.

Debes meditar en ellos de otra forma. Hasta ahora hemos considerado la pasión de Cristo como un sacramento que obra en nosotros. Ahora queremos considerarla de otra forma, como algo que obra en nosotros cuando sufrimos. Cuando llegue el día en que la enfermedad y el dolor pesen sobre ti, piensa cuán poco monto es en comparación con las espinas y los clavos de Cristo. Si tienes que hacer algo que no quieres, o no puedes hacer algo que quieres, piensa cómo Cristo fue conducido por otros, atado como prisionero. ¿Te hiere el orgullo? Piensa cómo el Señor fue burlado y avergonzado en compañía con los asesinos. ¿Te llegan pensamientos sexuales impuros y lascivia, imponiéndose en ti? Piensa en qué amargo fue para Cristo que se le rompiera su tierna carne, fuera lacerado y azotado, una y otra vez. ¿Hay odio y envidia luchando en ti, o buscas vengarte? Recuerda cómo Cristo oró por ti, y por todos sus enemigos, con muchas lágrimas y gritos. ¡Él tuvo más razón que tú para buscar la venganza! Si algún problema o adversidad te molesta en cuerpo o alma, ¡ten ánimo! Di: “¿Por qué no debo yo también sufrir un poco, puesto que mi Señor sudó sangre en el huerto a causa de su angustia y dolor? Sería un siervo flojo y vergonzoso si sólo quisiera acostarme en mi cama mientras mi Señor tiene que batallar con una muerte dolorosa”.

De esta forma hallas fortaleza en Cristo y te consuelas cuando luchas con toda clase de vicio y malas costumbres. Así se debe meditar en la pasión de Cristo. Éste es el fruto de su sufrimiento.

Por eso el que medita en la pasión de Cristo de esta forma realmente hace algo mejor que oír la lectura de toda la historia de la pasión, o leer toda clase de misas. Las personas que hacen la vida y el nombre de Cristo parte de su propia vida con toda razón reciben el nombre de cristianos, como dice Pablo en Gálatas 5:24: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Tenemos necesidad de meditar en la pasión de Cristo, no con muchas palabras o con una exhibición impresionante, sino usándola debidamente en nuestra vida. Pablo nos amonesta en Hebreos 12:3: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. Pedro dice en 1ª Pedro 4:1: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento”. Pero esta clase de meditación en la pasión de Cristo no se usa mucho. Es muy excepcional, aunque las epístolas de Pablo y Pedro están llenas de ella. Hemos cambiado la esencia de la meditación en la pasión de Cristo en un espectáculo, y sencillamente hemos pintado la meditación de la pasión de Cristo en letras y en las paredes.

¡A Dios solo sea la gloria!

Martín Lutero, 1519

domingo, 22 de febrero de 2009

Domingo de Transfiguración.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Oigamos a Cristo”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: 2ª Reyes 2:1-12

La Epístola: 2ª Corintios 3:12-13

El Evangelio: Marcos 9:2-9

2 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. 3 Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. 4 Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. 5 Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. 6 Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados. 7 Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. 8 Y luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo.
9 Y descendiendo ellos del monte, les mandó que a nadie dijesen lo que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los muertos.

Sermón
AGUDICEMOS LOS OIDOS.
¡Hay tanto para oír a nuestro alrededor! Desde una variada gama de sonidos de la naturaleza como puede ser el cantar de un pajarillo hasta los molestos ruidos de alguna obra cercana. Oímos el móvil sonar, oímos el despertador, la radio, el sonido de un coche. Oímos mensaje en la publicidad o distintas versiones de un mismo tema en las tertulias. Oímos propuestas decentes pero también indecentes. Incluso oímos la voz de la conciencia. En ocasiones oímos lo que queremos y en otras solo lo que nos conviene. Podemos oír con atención o solo por compromiso.
Puede que en ocasiones oigamos lo que nos interesa y hagamos “oído sordo” a lo que no nos significa nada. Hay momento donde nuestra mente está en otro sitio cuando alguien habla pues “desconectamos”
Nos asombraríamos al saber la cantidad de mensajes que oímos al día de personas que conocemos e incluso de personas que entran a nuestra vida a través de medios que no nos permiten conocerlas personalmente ni mantener un diálogo con ellas cara a cara. Me refiero a la televisión, radio, Internet, teléfono, literatura, etc.
Dios sabe que estamos bombardeados diariamente por sonidos e incluso multitud de ruidos. Sabe de la cantidad de mensajes que recibimos a diario para llamar nuestra atención y captar nuestro interés. Sabe que en ocasiones nos hartamos de oír a las personas. Sabe que podemos acostumbrarnos al sonido de las palabras y quedar indiferentes e inmunes a su contenido. Pero por sobre todo esto sabe cuál es el bien mayor para nuestra vida y por eso hoy nos dice: “este es mi hijo amado, al él oíd”. Y de él habla toda la Escritura. Toda la Biblia es Palabra de Cristo.
Porque ella da testimonio de él. “Mi conciencia está cautiva por la Palabra de Dios” (Lutero).
¿OYES TÚ A CRISTO?
Podrían surgir preguntas como: ¿Y porque tiene Dios interés en que oigamos a su Hijo? ¿Qué mensaje relevante tiene Cristo para mi vida que Dios se empeña en que le oiga? ¿Por qué Dios en un momento tan “mágico” para los discípulos (monte de la transfiguración) no sigue con la buena idea de ellos de hacer tres tiendas para continuar ahí, sino que les dice que hay que oír a Cristo y los hace bajar? Dios quiere que centremos la atención en, y solo en, Cristo y su Palabra, pues solo ahí hay Perdón, Paz, Vida y Salvación ¿Deseas tú oírlo?
Nuestros ensuciamos:
Los tres discípulos estaban extasiados en el monte de la transfiguración, o como dicen los chavales hoy en día “flipaban en colores”. Cristo se manifestó, se mostro ante sus ojos de forma gloriosa y vieron a Moisés y a Elías hablar con él sobre la obra que llevaría a cabo: muerte y resurrección por el pecado del mundo. Sin duda fue una experiencia fantástica. Cristo, irradiando una blancura inigualable, se muestra como el Dios hecho hombre, el Dios de Isaac y de Jacob, el Dios del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. El Dios que caminaba con ellos. El Dios que asumió nuestro lugar en la cruz. El Dios que también hoy se presenta en tu vida y camina a tu lado: Cristo, la Palabra hecha carne, el Dios hecho hombre. Tu Señor y salvador.
¿Quién de nosotros no hubiese querido detener ese instante glorioso y quedarse para siempre en él? Los discípulos lo intentaron. Pedro propuso hacer tiendas y quedarse ahí. La idea de vivir constantemente en ese glorioso momento lo entusiasmo a tal punto que deseaba retenerlo y no le faltaron ideas para ello.
Todos experimentamos en esta vida momentos gloriosos, estupendos, fascinantes, de esplendor y plenitud. Son momentos que no deseamos que pasen jamás. Desearíamos perpetuarlos, y una vez pasados los recordamos con nostalgia o quizás algunos hasta anhelen volver atrás en el tiempo para experimentarlos nuevamente.
Por ejemplo, los comienzos del noviazgo suelen trasmitir sensaciones hermosas e irrepetibles. Vivimos momentos “mágicos” y no queremos que se acaben. Quisiéramos establecer nuestro campamento ahí. A menudo recordamos con Paola (mi esposa) aquellos momentos del noviazgo en los cuales parecíamos caminar por el aire. Aquella inexplicable ebullición del enamoramiento nos envolvía y atrapaba. No había momento ni horario malo para desear oír la voz amada y estar juntos. Son esos momentos de cosquilleo que uno luego descubre que pasan para asentarse de una forma distinta, aunque no por ella menos verdadera, firme y magnífica.
A propósito de esto Lutero decía respecto al matrimonio: “La mejor gracia de Dios es que en el matrimonio los casados se quieran de todo corazón y con amor firme y perdurable. El amor de primera hora es fecundo y fuerte; nos ciega y lanza como borrachos. Pero cuando hemos dormido la borrachera es cuando en los temerosos de Dios queda el amor honrado y en los impíos el pesar”.
Pero como los discípulos, todos necesitamos, por nuestro bien, bajar de la montaña o “despertar de la borrachera” ¿y con qué nos quedaremos al bajar? Algunos se empecinan en querer permanecer o regresar a aquel momento, pero ya pasó, ya no está. Ahora hay otra cosa. Dios nos dice “bajad y oíd a Cristo”.
Momentos efervescentes en la vida de fe.
En la vida de fe cristiana también atravesamos momentos magníficos, idílicos que desearíamos que nunca acabasen. Parece que podemos tocar el cielo con las manos. Es un “enamoramiento efervescente” que tenemos de Cristo y su palabra. Pero estas sensaciones pasan. Y es bueno que pasen, de lo contrario viviríamos en una burbuja. Nuestra vida de fe se va asentando, creciendo y madurando. Necesitamos bajar a la ciudad. Hay personas que por no sentir ese “cosquilleo” permanentemente se desilusionan, se frustran y creen que ya no tienen fe o que Cristo ya no está más con ellos. Y por eso se pasan su vida intentando recuperar esas sensaciones.
En ocasiones nos entusiasmamos fácilmente. Cristo y su figura pueden llamarnos la atención. Vemos cosas maravillosas de Él. Quedamos prendidos a una vivencia puntual de fe y deseamos perpetuarla. Son sensaciones que nos hacen vibrar. Momentos estupendos que a todos nos gusta vivir. Puede que nos quedemos prendidos a la figura de Cristo, y que en su nombre queramos hacer cosas. La imagen de Cristo puede conmovernos hasta las lágrimas, pero sin embargo Dios espera otra cosa en la relación con Cristo. ¡Quiere que le oigamos!
Es interesante observar que la semana santa predispone un ambiente especial y algunos reviven “la pasión” y recuperan esa sensibilidad emocional, mística-religiosa, que llena de vida muchas calles de España. Vivir ciertas sensaciones espirituales no está mal, pero basar nuestra fe en esas sensaciones es un grave error. Pues él único lugar seguro para afirmar nuestra fe es la Palabra.
La fe salvadora vive y se alimenta de la Palabra de Dios.
He visto en las procesiones de semana santa personas realmente conmovidas y entregadas por completo a ese momento. Nadie puede juzgar ni poner en entre dicho la sinceridad de esos sentimientos. Puede que sea su momento de éxtasis. Pero la pregunta que nos cabe es ¿y qué cuando eso acaba? ¿Oyen a Cristo? Habrá los que sí, y habrá los que no, como en todo. Pero la confrontación de Dios sigue siendo directa a ti ¿oyes tú a Cristo?
Dios sabe que podemos caer en la trampa de querer permanecer en un ensueño y aferrarnos a una idea idílica que hemos guardado en nuestra mente, pero también sabe que eso no nos llevará a ningún sitio ni nos aportará nada significativo. Dios quiere que oigamos a Cristo y que atendamos a lo que él tiene para decirnos.
Los cristianos en ocasiones experimentamos momentos gloriosos y parece que estamos en lo alto de un monte viendo cara a cara la gloria de Cristo. Algunos llaman erróneamente a este momento “la conversión”. Pero no necesariamente tiene que ser. Estos tres discípulos de Cristo tenían fe en él antes de subir al monte y sin embargo vivieron una experiencia especial, de la cual lo más importante fue la voz de Dios Padre diciendo “Este es mi Hijo amado, a él oíd”. Esto de estar en el monte y disfrutar de este momento está muy bien, pero lo verdaderamente importante y trascendental para nuestra vida de fe es lo que Dios nos dice al bajar: “a él oíd”
¿OIR A CRISTO?
No siempre dedicamos tiempo a sentarnos y oír al Señor. Estamos atareados como Marta y nos perdemos la mejor porción. Puede que hayas perdido la motivación para leer la biblia. Algunos no le encuentran el “gustito” y se aburren, y otros la encuentran muy compleja para comprenderla.
También podemos ser tentados a seguir a Cristo pero no oírlo. Lo que dice Cristo a veces incomoda y supone un conflicto, por lo tanto hacemos caso omiso a su palabra. Incluso están los que caen en la tentación de alterar la palabra de Cristo para adecuarla a sus propios ideales y conveniencias según las demandas sociales.
Podemos caer en la trampa de usar el nombre de Cristo para seguir ambiciones y afanes egoístas de gloria personal, y así buscar un renombre utilizando a Cristo como trampolín.
Puede que sigamos a Cristo por tradición o costumbre. Se participa en los ritos y ceremonias de alguna iglesia pero no se conoce lo que Cristo dice para la salvación.
También están los que con buena voluntad desean enterarse de lo que Cristo dice pero no saben cómo hacerlo o dónde oír, o puede que tampoco comprendan al principio lo que Cristo dice.
Hay de todo. Las situaciones en las que te encuentres pueden ser variadas, pero hoy Dios te confronta a su declaración “a él oíd” y te da una nueva oportunidad para comenzar otra vez. Te brinda su perdón y motivación.
¿Por qué? ¿Por qué Dios hace tanto hincapié en que oigas a Cristo? Pues porque te ama y quiere lo mejor para ti. Pues él sabe que todo a nuestro alrededor es pasajero. Todo puede acabar de un momento a otros. La crisis financiera ha evidenciado que incluso empresas sólidas y seguras pueden encontrar su fin. Pero en medio de lo efímero y pasajero Dios viene y nos dice “oye a mi Hijo”. Dios quiere darnos algo sólido, estable, seguro y permanente dónde poder construir nuestra vida y familia. Porque dice Cristo: “cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mr. 13:31). Su Palabra es la roca inamovible donde podemos estar seguros (Mt. 7: 24-27)
¿Pero qué pasa cuando bajamos de la montaña?
La fe no se vasa en un sentimiento momentáneo. La fe se sustenta en la palabra de Dios. Las situaciones especiales que experimentamos pueden animarnos, pero la fe se afirma y aferra a las declaraciones del Señor. Dios se ocupa de dejar claro qué es a lo que realmente los discípulos tienen que prestarle atención. Pues los momentos idílicos pasan, pero lo que queda es la Palabra de Dios.
Lo mismo para cuando tenemos momentos difíciles. Lo único fiable y perdurable es la palabra de Dios y su promesa. El rey David lo dice claramente en el Salmo 23 al explicar que aún en los valles de sombra y de muerte no temerá mal alguno porque Dios estará con su vara y cayado haciendo clara referencia a su Palabra.
En definitiva, Dios quiere que bajemos a nuestra vida diaria, a nuestra familia, trabajo, estudios, vecindario y que oigamos a Cristo y seamos fieles a su Palabra. Aquí abajo es dónde necesitamos andar con la Palabra de Cristo. Aquí necesitamos alumbrar: “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino”. Sal. 119:105
¡OYE A CRISTO!
Pedro entendió el mensaje y dijo: “Señor ¿A quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna”. Jn. 6:68
Oír a Cristo implica saber dejar de lado y abandonar nuestras “buenas ideas y ocurrencias”. Esto es una cosa complicada, pues ¿qué puede haber mejor que una idea que se me haya ocurrido a nosotros? Debemos aprender que por más que la idea de montar tres tiendas sea buena para nuestros intereses inmediatos, Dios ve a largo plazo y nos hace bajar de ahí a la realidad cotidiana y nos dice “a oíd a mi hijo, pues en él hay salvación”.
Oír a Cristo significa dejarle a él que nos diga quién es, para que vino al mundo, por qué murió en una cruz. Que sea él quien nos explique en qué nos beneficia su muerte y resurrección y cómo podemos ser salvo. Que nos diga si podemos estar seguros que tenemos un lugar en el cielo para vivir eternamente a su lado.
Oír a Cristo significa ir a la Biblia y disponernos a oír lo que Dios tiene para decirnos. Pedirle a él que nos de su Espíritu Santo para que nos haga entender lo que nos quiere decir. Oír a Cristo significa créele a Cristo, pues solo así su palabra será una autoridad en tu vida que resuene profunda en tu ser. Oír a Cristo es implica buscar su consejo constante. Buscar su voluntad y no la nuestra.
Dios quiere que oigas a Cristo, pues él tiene palabra de vida eterna, pues su palabra te hace libre. Te perdona pecados, te alienta en tus luchas, te fortalece y te da la alegría y el gozo de saberse amado por Dios.
Ya sea que estés mal o sea que estés bien, oye a Cristo que te dice ven a mí. Te amo. Te perdono. Te doy fe y vida eterna. Te doy sentido. Te cuido. Te envío a anunciar esta misma palabra que oyes.
Oye a Cristo que te llama a nutrirte con su palabra y a participar de los sacramentos dónde él se hace presente de forma tangible. Disfruta de su compañía. Amén.
Pastor Walter Daniel Ralli

lunes, 16 de febrero de 2009

6º domingo después de Epifanía.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

La palabra griega epifanía, en su uso religioso, significa "manifestación". Se refiere a una manifestación visible del Dios invisible, ora en forma de una aparición personal, ora por medio de alguna demostración de poder que da a entender que está presente. En esta temporada de Epifanía tendrá usted oportunidad de leer y oir acerca de varias ocasiones en que Jesucristo, cuyo Nacimiento hemos ya celebrado hace poco, se manifestó como el mismo Hijo de Dios,
nuestro Señor y Salvador divino. Es importante que lo hagamos, ya que es fácil creer por su nacimiento que era sencillamente un ser humano que nos enseñó acerca del amor, sin entender que era Dios mismo, muriendo en nuestro lugar para que seamos unidos a Él en su vida divina por toda la eternidad.
“El Señor está dispuesto a restaurarnos”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Deuteronomio 18:15-20

La Epístola: 1 Corintios 8:1-13

El Evangelio: Marcos 1:40-45

40 Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. 41 Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. 42 Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio. 43 Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, 44 y le dijo: Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al
sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos. 45 Pero ido él, comenzó a publicarlo mucho y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes.


Sermón

Mientras Jesús está viajando y enseñando de un pueblo a otro, en Galilea, es que se le acerca un leproso. Él es un hombre muerto en vida: La lepra era una enfermedad tan incurable como fatal y contagiosa.
De hecho, la ley exigía que tal persona sea excluida y viva lejos de todo el mundo. Sin embargo aquí lo tenemos, viniendo a Jesús.
¿Cuál sería la reacción de aquellos que están alrededor del Señor? ¿Quién es este chiflado?
¿Quién se pensará que es? ¡Qué valor que posee para acercarse al resto de las personas! ¿Por qué este hombre nos hace desaprovechar el tiempo de Jesús? El Señor ciertamente tiene mejores cosas para hacer, brindar ayuda a lo que se pueden ayudar. ¿Además, qué tiene este leproso para ofrecer?
Sabemos cómo nos manejamos en el mundo, para conseguir algo generalmente debemos tener algo que dar. No existe tal cosa como “la asistencia médica libre y gratuita” y alguien con tantos dones como Jesús debería poner un precio elevado para sus curaciones. ¿Quién se piensa que es?
Él no tiene riquezas o posesiones con las que pueda pagar. Su salud y sus fuerzas son tan débiles, así es que no se sabe como podrá hacer algo para agradar o complacer a Jesús.
A los ojos del mundo, este hombre no tiene nada. Este hombre no es nada. Él justamente debía mantenerse alejado de todos y todo. A los ojos de Dios, sin embargo, este hombre es alguien por quien Jesús nace y muere para salvarlo. Él no desaprovecha el tiempo de Jesús, porque El Salvador está allí para algo semejante como esto. Contempla lo que ocurre después. Oye lo que el leproso dice, y maravíllate de la gracia de Dios, asómbrate de la confesión de fe.
“Si quieres, puedes limpiarme.” Es cierto que al oír esto, en un principio, no se ve como a una asombrosa confesión de fe. Así es que meditemos un momento para ver qué es lo que dice este texto acerca del leproso y acerca de Jesús.
¿Qué dice el leproso acerca de él? Creo que es mejor preguntarse qué es lo que NO dice o qué es lo que NO hace este hombre. Él no negocia. No cuenta su pasado o dice: “Señor, he obrado muy bien en mi vida, así que pienso que merezco una buena retribución por soportar esta enfermedad.” Él no hace promesas acerca del futuro como “Si usted me sana ahora, dedicaré mi vida a tu servicio.” Él no intenta comprar la ayuda o regatear el precio de ella. Él no dice “Jesús, tienes que sanarme por quién soy, por lo que tengo o por lo que puedo hacer.” De hecho, todo lo que el leproso dice acerca de sí mismo es que él está sucio que está enfermo y necesita ser curado. El leproso dice “Si me sanas, no es por mérito o cualidad de mi parte.”
¿Y qué dice acerca de Jesús? Pienso que es natural enfocarnos en “puedes limpiarme.”
Naturalmente que somos atraídos a ver la parte sobre la sanación milagrosa de la lepra. Esto es absolutamente cierto. Como parte de su gracia hacia la maldición del pecado, Jesús viene a curarnos y limpiarnos. Él puede realizar milagros. En esto nos regocijamos, esto es correcto y necesario que confiemos y esperemos, pues Jesús es capaz de ello. Pero no perdamos de vista la primera parte de la frase: “Si quieres”.
Del mismo modo que el leproso declara que no hay nada en él que pudiera intercambiar para ser curado, también da fe de que Jesús lo puede sanar de esa terrible enfermedad: No por lo que el leproso es, sino por quién Jesús es: “Señor, yo no soy nada” dice el leproso, “y no tengo nada que darte, solo mi enfermedad. A pesar de esto tu me puedes sanar si así lo deseas, porque tú eres El Salvador que tiene el poder y la victoria sobre la lepra, una enfermedad de muerte en vida y sobre muerte, la muerte física y la eterna.” Esa es la confesión del leproso: “Estoy enfermo y no tengo nada que dar. Pero aún así me puedes sanar de cualquier manera, porque tú eres Jesús, e Hijo de Dios. Hágase tu voluntad.”
¿Por qué esto es tan asombroso? Simplemente porque es verdad, la verdad que el leproso no puede hacer nada a excepción de esperar la gracia de Dios. En su interior siempre oirá una voz que le incitará a creer que tiene algo que negociar para obtener la ayuda de Dios. Pero por la gracia de Dios, el leproso dice la verdad: “No merezco tu ayuda. Pero tienes el poder para ayudarme, hágase tu voluntad.” Y así es que El Salvador responde: “Quiero, Sé limpo.” Él está dispuesto y es capaz. Él pronuncia su Palabra poderosa y el hombre es curado.
¿Qué tiene que ver esto contigo y conmigo? Por lo menos no tengo conocimiento de contar con algún leproso entre la gente con la cual me rodeo habitualmente. Pero me gustaría que veamos un versículo de la Biblia que constantemente repetimos en la iglesia. Se trata del Salmo 32:5: “Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.”
Para alguien que afirma tal cosa, el mundo tiene sólo una respuesta: “¿Estás chiflado? Se te ha ido la olla. Eso era en otros tiempos. Ya es arcaico seguir en esa creencia”. Después de todo, así no es cómo trabaja el mundo. Si quieres la ayuda de alguien, tienes que poner manos a la obra para ello. Necesitas tener algo con que comerciar. Podrían ser bienes o servicios, una buena reputación, pertenecer da determinado grupo. No entras en la oficina de tu jefe y le dices: “me gustaría un aumento, pero primero déjeme decirle cuántas veces he perdido el tiempo y los recursos de esta empresa.” Si quieres que el oficial de policía te de solo una advertencia en lugar de una multa, no le digas: “ésta no es la primera vez que he cometido esta infracción, aquí hay una larga lista de todas mis infracciones.” Así es cómo trabaja el mundo: Es casi necesario ganarse la aprobación de las autoridades y superiores, o de quienes nos rodean. Y donde hay desorden, hay que aparentar orden y taparlo, barriendo los problemas debajo de la alfombra. No es aconsejable poner los peores errores y muestras de incompetencia en tu curriculum vitae, ni siquiera se pueden presentar los sitios de dónde te han despedido.
Ahora, en estos ejemplos, sólo hablamos de un jefe o un oficial de policía. El ser honesto con ellos tiene consecuencias que son lo suficientemente grandes como para pensar en qué hacer. ¿Qué pasa cuando se nos presenta la idea del día en que debamos compadecer ante el Señor del cielo y la tierra y decir: “te he desobedecido diariamente y mucho, he desaprovechado todos tus regalos y me he esmerado en anteponer mis deseos a tu voluntad”? Tendríamos que estar más que chalados. Pero esa voz interior trabajará para hacerte creer que no debes presentarte así, sino que debes ocultar la realidad, trabajará para persuadirte de que tal confesión es una pérdida de tiempo alocada y que te traerá más complicaciones.
Pero ante Dios debemos asumir esa realidad y en todo caso ser chiflados como el leproso. En otras palabras, decir la verdad, “confesar” es decir la misma cosa con otro. Y cuando confiesas tus pecados, dices lo mismo que dice Dios acerca de ti. Por su gracia, haces la confesión del leproso: “Válgame Dios, no hay nada en mí para merecer tu ayuda. Estoy sucio, impuro, malvado, soy pecaminoso. No hay nada que yo puedo hacer para ganar tu ayuda, pero necesito de manera urgente tu ayuda”. Esa es una confesión honesta de quién eres. Y por la gracia de Dios, está de acuerdo con la confesión de quién verdaderamente es Dios: “Así que Señor, no
has dicho que me ayudarás por mi bondad o mis obras. No has dicho que me ayudarás porque siempre obro limpiamente en mi vida o hago grandes cosas para ti. No, tú declaras en tu Palabra que has hecho todo para perdonarme, no por quién soy, sino por quién Tú eres. Como si esto fuera poco, declaras que me has perdonado, no por lo que he hecho, sino por medio de Jesucristo, quien ha muerto en la cruz por mí. De ningún modo merezco tu gracia. Pero estás dispuesto y eres capaz de limpiarme y perdonarme.” Esa es la confesión de un cristiano. Esa es una confesión fe asombrosa.
¿Por qué esto es tan asombroso? Porque nuestro interior pelea en contra de esto y no hay forma en que puedas creer esta verdad a no ser por la fe dada por Dios. Sólo por su gracia es que puedes decir: “soy pecador, pero Dios siempre está dispuesto y es capaz de limpiarme y perdonarme.” De hecho, las otras religiones en el mundo enseñan que debes probar tu valor hacia Dios antes de que él te salve. Las otras religiones piensan de la misma manera que el mundo obra, no según la voluntad de Dios.
Sin duda alguna que a parte de tu interior no le gusta esta confesión ni un poquito. Buscará trabajar duro para hacer que niegues esta verdad de que Dios tiene el poder y lo ha hecho real en Cristo para perdonarte. Una parte de ti no negará que no merezca la gracia de Dios, o que Dios te la otorgue y que sea capaz de perdonarte solo por medio de Jesús. Aun dentro de la iglesia visible hoy día, es enseñado que Jesús ofrece el perdón PERO tú te lo tienes que ganar por medio de tus obras. Este ganar el perdón, que puede sonar insignificante, niega que seas un pecador y afirma que puedes hacer algo para salvarse.
Aun dentro de la iglesia visible hoy día, se enseña que Jesús te perdona a condición de que busques enmendar tu vida pecaminosa, que renovará su gracia a cambio de que hagas cosas en el futuro. Y aun hoy, los predicadores impetuosamente declaran que “no eres pobre, que no eres miserable y que no eres un pecador.”
Nuestras Confesiones Luteranas, han tomado de la Palabra y tienen mucho cuidado en conservar esta doctrina. ¿Por qué insistir en esto? Creemos que hay consecuencias funestas para las personas cuando se entiende mal esta situación del hombre ante Dios. Por ejemplo, si entendemos mal y creemos que hay algo en nosotros que gana el favor de Dios, nos oponemos a las sagradas Escrituras y afirmamos que Dios no puede declarar a alguien justo por su Gracia, hacemos que esta dependa de las personas. Además, si una parte de nosotros necesita ser digna para ganar el favor de Dios, nunca podremos estar seguros si somos lo suficientemente dignos y nuestra salvación ya no es segura. Por otra parte, si entendemos mal y declaramos que Dios necesita que nosotros deseemos y seamos capaces de ayudar en nuestra salvación, entonces despojamos a Jesús de su gloria. Erróneamente afirmamos que su sufrimiento y muerte no fueron suficientes para ganar nuestra salvación y que necesita de nuestra ayuda para que nos salve. Esto es como un paciente con un paro cardíaco diciendo “El doctor no me hubiese salvado la vida si yo no hubiese estado allí colaborando.”
Es decir, después de todo, en el área espiritual somos muertos vivientes, perdidos en el pecado y completamente incapaces de salvarnos.
Ten cuidado con creer que tu lepra no es tan mala, que no necesitas ser curado. Si bien podemos usar nuestro criterio, sabiendo desde nuestra fe que la salvación es toda una obra del Señor, podemos ser tentados de otra manera. En tiempos de pruebas, es fácil intentar negociar con Dios por medio de la oración: “Ayúdame Dios, si me salvas de esta situación, luego haré esto otro.” O “Si sólo tuviese más fe, seguro que él me ayudaría.” Esto es como decir: “Señor, creo que debo hacer algo por ti antes de que hagas esto por mí.” Ante tales oraciones, arrepiéntase y alégrese de que el Señor ya promete asistirte, por medio de Jesús, según su voluntad.
Asimismo, cuando nos invade la preocupación es fácil de pensar: “¿Qué he hecho para merecer el castigo de Dios? Todavía debe estar furioso conmigo por mis pecados.” Esta manera de pensar se debe porque creemos que Jesús no ha muerto por todos nuestros pecados. Creemos que Dios nos querrá más si sólo obramos mejor. Pero el Evangelio es la buena noticia y dista de esta manera de creer: ¡Dios ya te ama, no te puede amar más! Lo ha mostrado por medio de Cristo. Otra vez, arrepiéntete de tales oraciones y regocíjate de que el Señor afirma que te ama y promete asistirte en tus necesidades.
Por esto es que nos congrega aquí. Infectados por la lepra del pecado, es humanamente imposible que podamos acercarnos a Dios. Así es que el Señor se acerca a nosotros en su camino de gracia para darnos perdón, vida y salvación. Puedes llegar aquí contrito, con la lepra de la culpabilidad carcomiendo tu alma.
Pero el Señor te dice: “tu conciencia te muestra tu enfermedad y que no puedes salvarte. Yo puedo salvarte y estoy dispuesto: Se limpio. Eres perdonado. Ve en paz”
Puedes llegar agobiado por una enfermedad atemorizante, angustiado por el deterioro que ves en tu cuerpo. El Señor declara, “Mira al leproso en el texto. Fui capaz y dispuesto a limpiarlo, soy capaz y estoy dispuesto a limpiarte, en mis tiempos, según mi voluntad. Y mientras esperas a sanarte de esa enfermedad, puedes tener la seguridad de que es mi voluntad en este mismo día es perdonar todos tus pecados, declararte puro, santo y justo. Estoy dispuesto: Se limpio.”
Puedes arribar lleno de abatimiento, una vida de desesperación con voces interiores dándote azotes en tu espalda, tratando de persuadirte que la lectura de la Palabra es un desperdicio, algo sin valor y que lo has hecho muchas veces y no ha pasado nada, pero esto es porque la gracia de Dios mata a esos malos pensamientos, y ese viejo hombre se resiste y lucha contra la Palabra. Aquí el Señor declara “Si no fuera por mí, estarías enfermo y sucio con el pecado acarreando la muerte. Pero soy capaz y deseo liberarte y para eso es que estoy aquí: Se limpio.” Ésta es la solución para el descontento con Oficio Divino, con la lectura de la Palabra y la participación de la Santa Cena. Cuando comprendemos la profundidad de nuestro pecado y la enormidad de gracia de Dios en Cristo, vamos corriendo a su Palabra y al Sacramento del Altar como un paciente moribundo va a toda prisa buscando la cura milagrosa, porque esto es precisamente lo que somos y su medio de gracia es.
En su Palabra y medios de Gracia vemos la gracia de nuestro Señor Jesucristo y lo que verdaderamente es: Gratuitamente, la purificación, completamente por la obra del Señor y su mérito. Él nació y fue crucificado y murió por ti. Por esto es que puedes estar completamente seguro de tu salvación: El Señor ya te ha limpiado de tus impurezas, así es que eres perdonado de todo tus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

jueves, 12 de febrero de 2009

5º domingo después de Epifanía.


Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oí­r, por la palabra de Dios Ro. 10:17


La palabra griega epifaní­a, en su uso religioso, significa "manifestación". Se refiere a una manifestación visible del Dios invisible, ora en forma de unaaparición personal, ora por medio de alguna demostración de poder que da aentender que está presente.


En esta temporada de Epifanía tendrá usted oportunidad de leer y oír acerca de varias ocasiones en que Jesucristo, cuyoNacimiento hemos ya celebrado hace poco, se manifestó como el mismo Hijo de Dios, nuestro Señor y Salvador divino. Es importante que lo hagamos, ya que es fácil creer por su nacimiento que era sencillamente un ser humano que nos enseñó acerca del amor, sin entender que era Dios mismo, muriendo en nuestro lugar para que seamos unidos a Él en su vida divina por toda la eternidad.

¡Jesús ha venido a sanarnos!


Textos del Dí­a:


El Antiguo Testamento: Isaí­as 40:21-31


La Epí­stola: 1ª Corintios 9:16-27


El Evangelio: Marcos 1:29-39


29 Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan.30 Y la suegra de Simón estaba acostada con fiebre; y en seguida le hablaron de ella. 31 Entonces Él se acercó, y la tomó de la mano y la levantó; einmediatamente le dejó la fiebre, y ella les servía.32 Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los quetenían enfermedades, y a los endemoniados; 33 y toda la ciudad se agolpó a lapuerta. 34 Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían.35 Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allá­ oraba. 36 Y le buscó Simón, y los que con Él estaban; 37 y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. 38 El les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allá; porque para esto he venido. 39 Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios.


Sermón


¿ESTÁ EL MUNDO ENFERMO?

A todos nos asustan las enfermedades. ¡Jesús quiere sanarnos!


“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil, también. Que siempre ha habido chorros (ladrones), maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, barones y dublés. Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá, insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados.”


Así­ reza la letra del famoso tango “cambalache” de Enrique Santos Discépolo,escrita en el año 1935 y que es muy conocida en el mundo “tanguero” por su estrofa “siglo XX cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no afana (roba) es un gil (tonto). Dale nomás, dale que va, que allá en el horno nos vamos a encontrar”, y así­ sigue el compositor describiendo su visión de la situación mundial, que a su parecer, y a lo largo de los siglos, siempre ha sido una mezcla rara de cosas buenas y malas, pero que ahora ha visto empeorar.


Me pregunto “¿Qué escribiría del siglo XXI?” También he visto oportuno agregar una imagen de Mafalda, el personaje de un conocido Comic contemplando triste y desconcertada a un mundo maltrecho. ¿Será que es para tanto la situación o es solo la estrecha visión pesimista que tienen algunos en un momento determinado de sus vidas? Miro las noticias y leo los periódicos y el desgarrador dolor de los padres,familiares, vecinos y amigos que deambulan con el corazón roto buscando a Marta me salpica lo suficiente como para sentir por un instante yo también esa angustiosa pérdida. Y que os voy a contar de la atroz situación en Gaza; veo casas destruidas y familias desconcertadas y me estremezco. Veo que hay seres humanos durmiendo en la calle, que hay personas que comercian y consumen pornografía infantil, que hay maltrato físico y emocional hacia las personas con las que comparten su vida. Que se abandonan y matan bebes, que gente muere de hambre, que miles de personas se están quedando sin empleo, y un sinfín de malas noticias que podemos enumerar. Y éstas no son solo noticias vacías del telediario, son realidades que están viviendo seres humanos como tú o como yo. ¿Por qué? Me miro a mí­ mismo y veo aún tanto egoí­smo, orgullo, etc. Y me pregunto “¿de dónde salen estas cosas?


Cada uno de nosotros peleamos nuestras propias batallas dialécticas con nuestros semejantes.


Defendemos nuestras posiciones porque nos sentimos atacados o invadidos. Vemos enemigos por todos lados. Nos atrincheramos. La utopía de construir un mundo justo para todos se sigue escurriendo. Veo mezquindad, orgullo, vanagloria, rivalidad, envidia, etc. Y me pregunto “¿Somos los seres humanos portadores de algún virus maligno?”También hago un esfuerzo por buscar situaciones inversas, esperanzadoras, donde encontramos personas que se entregan a hacer el bien, que las hay, y muchas, como puedes ser tú o yo, y me digo, pero aún allí veo una pulsión que nos inclina a lo malo. No hay entre nosotros perfectos. Ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque. Ecl. 7:20. Si es verdad que estamos enfermos, nuestra enfermedad va más allá de algunas acciones que podamos mostrar ya sean buenas o malas. Quien se conoce a sí mismo se da cuenta del significado profundo de ser pecador y debe admitir con la palabra de Dios la frase: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” 1ª Juan 1:8 Y no hay excusas o escapatoria válidas. No hay justificación. Necesitamos ponernos bajo tratamiento. Necesitamos tomar de por vida algún medicamento. Necesitamos un Doctor.


Expertos: Creo que todos nos hemos doctorado en el Área de “Mundología”, esto es, somos expertos analistas que diagnosticamos cuan enfermo está nuestro mundo. Algunos dicen que tiene una herida de muerte y que no tiene esperanza de vida. Otros, por el contrario, son muy optimistas y dicen que hay mundo para rato y que podemos crear el mundo perfecto. Hay gente pesimista y ven todo negro, hay quienes son optimistas y ven todo bonito, están los que dicen ser realistas y también existen aquellos quienes cierran los ojos a su alrededor y no quieren ver nada.


Por supuesto que al margen de la variedad de diagnósticos también existe una gran variedad de recetas y tratamientos recomendados. Desde la postura Bí­blica y Cristiana está muy claro que este mundo tendrá un fin, el fin del mundo vendrá y eso es algo que no está en nuestras manos resolver, ya que Dios no nos ha revelado el dí­a ni la hora, pero lo que sí­ está en nuestras manos es cómo vivimos y qué hacemos mientras estamos en este mundo. ¿Qué diremos? ¡A vivir que son dos días! ¡Vivamos y comamos que mañana moriremos!¡Sálvese quien pueda! Os nos preguntaremos: ¿Qué mundo le dejaremos a nuestrosnietos y bisnietos? ¿Qué sociedades serán? ¿Cómo estará la naturaleza, que esen definitiva el hogar de toda la humanidad? ¿Les dejaremos una Buena Noticia de Salvación?


Lo cierto es que el mundo de momento sigue, y más cierto aún es que nosotros somos y hacemos el mundo en que estamos, pues somos los que lo habitamos. Es el mundo dónde Dios nos ha permitido seguir viviendo ¿Estaremos los seres humanos enfermos de algún virus malicioso que nos impulsa a la autodestrucción? Si estamos enfermos ¿Dónde radica esta enfermedad? ¿Hay doctor que pueda curarnos? ¿Cuál es el tratamiento? He oí­do muchas veces que se critican a los telediarios por mostrar siempre lonegativo, las malas noticias. Yo no quiero caer en eso, sino traeros buenasnoticias. Para eso hay que mirar a Cristo, el sin pecado ¿Qué hizo nuestro Maestro y Señor cuando estuvo caminando por estas tierras? ¿Cómo podemos andar sus caminos?El corazón, raí­z de los males. Donde está vuestro tesoro, allá­ estará también vuestro corazón. Mt 6:21¿Cuál es tu tesoro? ¿Qué es lo realmente valioso para ti? Jesús nos ha dichoque del corazón del ser humano salen los problemas. Él identificó dónde estabael virus que se expande por todo el cuerpo. Nuestro corazón es el lugar a observar:“Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre.Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:18-19) y “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12:34) y “Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a semejanza de Dios; de la misma boca proceden bendición y maldición.” Hermanos míoos, esto no debe ser así. St. 3:9-10.


Hay una batalla interna entre el bien y el mal dentro de nosotros. Sí­, y eso sucede en tu corazón. Las células malignas quieren ganar terreno. Hay algo en nosotros que nos pide que no demos la otra mejilla, que pensemos mal e interpretemos todo en el peor sentido, que no perdonemos, que no extendamos nuestra manos al necesitado, que ambicionemos dinero ego­ístamente, que no seamos del todo honrados en nuestro trabajo, etc.. El apóstol Pablo lo reconoce al decir “Yo sé que en mí­, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí­, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” Así que, queriendo yo hacer el bien hallo esta ley: que el mal está en mí. Por ello necesitamos ponernos en tratamiento. Todo sale de nuestro corazón. Hay una pulsión dentro que late y hay que neutralizar cada dí­a. Cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraí­do y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. St. 1:14-15 Y sabemos que “la paga del pecado es muerte, pero “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.” Ro. 6:23


Nuestra enfermedad es causa de nuestra necesidad de sanación.Justamente el hecho que nos espanta del ser humano, esa naturaleza corrupta que late constantemente en nosotros, fue el objetivo de que Cristo, el Dios hecho hombre, viniese a este mundo. “los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”, “misericordia quiero y no sacrificios, porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” Mt. 9:13-13


¿Entre cuales te encuentras tú?, ¿Eres de los sanos o los enfermos? ¿Necesitas que Cristo te limpie y sane tus heridas?, ¿Deseas el perdón de tus pecados o te crees justo?Hay dos alternativas: Trabajar para herir y destruir o trabajar sanar y construir. Incluso en ocasiones pensando en que estamos construyendo, lo que hacemos sin darnos cuenta es destruir.A veces pensamos que lo mejor que le podemos dar a nuestros hijos es un bienestar económico para que no pasen ningún tipo de necesidad y trauma. Incluso para que no pasen un complejo de inferioridad antes sus colegas que tienen más que Él. Y lo que nuestros hijos o familia necesitan es calidad de tiempo, bienes morales, emocionales, paseos, abrazos, vida espiritual. En ocasiones hacemos mal el diagnóstico y aplicamos medicinas contraproducentes creyendo hacer un bien.


Todos nos podemos equivocar y de hecho lo hacemos produciendo heridas en nosotros y en los demás, pero debemos recordar que Jesús ha venido a Sanar. Él destruyó el poder de Satanás, nos liberó del pecado y de la muerte eterna. ¡Esto es una Buena Noticia!Creo que todos tenemos que pedir perdón a Dios y a nuestro prójimo por dejarescapar oportunidades de remangarnos las mangas e invertir los talentos que Dios nos ha dado y administrar los remedios que Cristo nos ha dado. Cristo es el Buen samaritano que pasa delante del moribundo y se detiene y lo asiste. Así­ ha hecho contigo. Cristo desea que tú sigas su ejemplo, no el de los fariseos que pasan de largo, sino el de Cristo que se detiene ante la necesidad del que está tirado en el camino. Cristo es el médico que no se cura a sí­ mismo y aún agonizando en la cruz rechaza esa idea y asume una mejor diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” Porque Él entrega su propia vida para curar la tuya, la mí­a y la de todo el mundo.Decimos, y estoy convencido que es verdad, que hay mucha necesidad espiritual. Que hay mucho vacío espiritual. Y que Cristo es la solución.


Ahora bien, ¿Cómo estamos aportando esa solución a las necesidades del mundo que nos rodea?Jesús ha venido a sanar:Jesús ha venido a darnos un corazón que ama a Dios sobre todas las cosas y que ama a su prójimo como a si­ mismo. Ese es el resumen de los mandamientos y todos se resumen en: Dios es amor. Y “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el crea no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Jn. 3:16. Jesús no vino a condenar al mundo sino a salvarlo. Él ha sufrido las heridas, el odio, el abandono hasta la injusta muerte en la cruz para que tú obtengas la sanación. La enfermedad maligna y terminal que poseemos los seres humanos encuentra en Cristo su freno. Dios declara abiertamente que pone vendas a nuestras heridas sangrantes. Él hace posible que podamos andar lo que nos queda de camino en su Perdón y Paz. El tratamiento. En Cristo hemos sido Bautizados y de Cristo estamos revestidos. Él nos ha hecho nacer de nuevo por el agua y el Espí­ritu. Tenemos una vida distinta en Cristo. Le llamamos la vida en el espí­ritu. Vemos en Gálatas 5:16-26 hacia dónde nuestra carne, o lo que se llama la naturaleza humana corrupta, nos lleva. Manifiestas son la obra de la carne, que son: adulterio, fornicación,inmundicia, lujuria, idolatrí­a, hechicerí­as, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgí­as, y cosas semejantes a éstas.” Pero así­ mismo debemos saber que Dios nos ha puesto en el tratamiento de Jesús, de su gracia y su perdón. Vivir en este tratamiento produce efectos, produce resultados, produce frutos, pues su medicina es eficaz.“Pero el fruto del Espí­ritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”Jesús nos motiva a llevar una buena noticia. No lograremos erradicar el mal de nosotros hasta la muerte. Por eso debemos estar en tratamiento de por vida y medicados para controlarlo y que no se expanda. La lucha interna que llevaba el apóstol Pablo le hizo decir: “¡Miserable de mí­!, ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro! Ro. 7:24-25.


Nosotros también debemos dar gracias a Dios por enviarnos a Jesucristo, el doctor que atiende nuestras dolencias y nos pone bajo el tratamiento de su gracia. Quien nos perdona los pecados, nos consuela, anima y alienta a transitar este mundo con una mirada de misericordia. Jesús nos da la medicina que nos mantiene estables, nos da su Palabra y los sacramentos. Ahí­, y sólo ahí­, encontraremos paz y calma para nuestros dolores. Tú puedes guiar a otros hacia este médico infalible. Hay malas noticias a nuestro alrededor. Tú puedes aportar la Buena Noticia del Evangelio, con palabras y con los frutos del espí­ritu. Cristo y su amor para con nosotros es la motivación para salir a ofrecer lo que está a nuestro alcance para contribuir con el bien. Amén.

Pastor Walter Daniel Ralli