miércoles, 29 de abril de 2009

3º Domingo de Cuaresma

“Jesús nos da entendimiento”

Textos del Día:

1ª Lección: Hechos 3:11-21

2ª Lección: 1ª Juan 3:1-7

El Evangelio: Lucas 24:36-49

36 Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. 37 Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu. 38 Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? 39 Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. 40 Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. 41 Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? 42 Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. 43 Y él lo tomó, y comió delante de ellos.
44 Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. 45 Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; 46 y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; 47 y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. 48 Y vosotros sois testigos de estas cosas. 49 He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.

Sermón

¡Ahora entiendo!, ¡ahora caigo! Esas son frases que usamos cuando por fin llegamos a la comprensión de algo que hasta el momento no lográbamos descifrar. ¡Qué alegría nos da cuando por fin captamos la idea! Nos sentimos liberados.

La falta de comprensión o entendimiento en muchas ocasiones puede generar en nosotros miedo, inseguridad, desconfianza y finalmente la elaboración de una conclusión desacertada y un mito que luego regirá nuestra acción. Un ejemplo de esto es que, cuando se pensaba que la tierra era plana, se creía que tras el horizonte se encontraba el abismo y por lo tanto se evitaba ya que nadie pretendía caer en él. También respecto a Cristo podemos concebimos falsa ideas.

Ya nos han registrado los Evangelios que Jesús achacó a sus discípulos falta de entendimiento sobre asuntos de fe. Uno de esos casos fue cuando les anunciaba su muerte y resurrección: “El Hijo del hombre será entregado en manos de hombres, y lo matarán; pero, después de muerto, resucitará al tercer día. Pero ellos no entendían esta palabra, y tenían miedo de preguntarle”

Marcos 9:31-32

El entendimiento espiritual es algo que debemos pedir a Dios, pues nuestra mente humana rápidamente se cierra haciéndose nula. “No seas como las mulas… sin entendimiento” Sal 32:9 (ver 1º Jn, 5:20 Ro. 12:2)

14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. 1ª Co 2:14
7 Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo. 2ª Timoteo 2:7
Nos cuenta Lucas que los discípulos estaban reunidos comentando la resurrección de Cristo y algunas apariciones que ellos habían experimentado. La última fue a los “discípulos de Emaús”.

La resurrección era un hecho que cada vez tenían más claro. La tumba estaba vacía. Había testimonio de que el Señor andaba por ahí, sin embargo aún no tenían pleno entendimiento de lo que esto significaba. Por lo tanto había confusión, miedo y por supuesto, ocasión para las conclusiones distorsionadas. Y es en base a estas que surgen las falsas doctrinas. Pero gracias a Dios Cristo nos aclara las confusiones con su presencia y su Palabra.

Cuando nos imaginamos de Cristo cosas que no es.

Por aquellos tiempos la gente creía erróneamente que el alma de los muertos podía vagar libremente por la tierra e interactuar con los vivos. Aún hoy día esta idea persiste en la mente de muchos. Los discípulos ya habían dado muestra de este concepto erróneo cuando confundieron a Cristo y le atribuyeron ser un fantasma (Mt. 14:26). Había entonces un gran temor a los fantasmas. Sin embargo era impensable que una persona muerta pudiera aparecerse corporalmente.

Es importante dejar claro en este punto que los muertos no pueden entrar en contacto con el mundo de los vivos. Sin embargo Cristo es distinto, pues él venció a la muerte y ha resucitado. Más que asustarnos, esta noticia debe producirnos mucha alegría. ¡Cristo vive! ¡Cristo está conmigo!

El Jesús resucitado y glorificado no está limitado a barreras físicas. Los discípulos estaban encerrados y Jesús igualmente entró en la habitación donde estaban reunidos. Tampoco lo limitó aquella piedra sellada, ni la guardia romana para salir de aquel sepulcro. Esta noticia es muy consoladora para nosotros. Jesús está presente donde hay dos o tres reunidos en su nombre. Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo y no hay barreras que lo impidan. Jesús se hace presente en cuerpo y sangre a través del pan y el vino en la Santa Cena y no hay impedimento alguno para que esto sea así y se cumpla su Palabra: Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre para perdón de pecados. Así como nosotros palpamos en este misterio su cuerpo y su sangre realmente, así quiso mostrarse a sus discípulos para que no caigan en ideas falsas.

Jesús da luz a nuestro entendimiento

Esto era importante para calmar a estos espantados y atemorizados discípulos. Y así lo hizo. Con su cuerpo glorificado se presento delante de todos los que estaban reunidos.

Su saludo fue familiar a ellos: “Paz a vosotros”. Un palabra que Dios usa con un significado distinto al que damos como sociedades. La paz para nosotros es la ausencia de guerra, de amenaza, de conflicto, de problemas y por lo tanto está restringida a momentos especiales. Sin embargo, lo hermoso que nos trae Jesús es que su paz es permanente y no depende de circunstancias especiales. Su Paz es un estado en el que nos deja a través del perdón que nos da diaria y abundantemente. “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” Juan 14:27. Esta es una paz que no depende de nosotros, ni de lo que hagamos, pues es una paz que nos es dada, una paz que logró Jesús para nosotros al morir por nuestros pecados y resucitar victorioso de la muerte.

La paz que nos trae Jesús es aquella que nos reconcilia con Dios, ahí radica el verdadero sentido de la paz. Estar en paz con el creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible, nos da el verdadero reposo a nuestras atribuladas almas. Esta es la Paz del perdón. Esta es la paz que trae y hace efectiva el resucitado, quien y se hace presente personalmente para anunciársela a sus discípulos. La presencia de Cristo a través de su Palabra y Sacramentos trae paz a nuestras temerosas vidas.

Pero… ¡Cuánta falta de entendimiento sigue afligiendo a las personas! Cuantos mitos y distorsiones acerca de Jesús siguen haciendo que muchos creen, hagan y esperen cosas irreales para su vida de fe. Irreales por cuanto Cristo no lo ha dicho así. Las distorsiones hacen que desconfiemos de las verdaderas promesas de Dios. Generan una imagen errónea de nuestro Salvador ¡Cuántos siguen confiando en sus propias obras o la de otros para obtener la gracia de Dios! ¡Cuántos aun no entienden la obra completa de Cristo en nuestro favor! ¡Cuantos se desentienden de la Palabra y desprecian los sacramentos! Pero no nos aflijamos, pues para eso hay un remedio ¡Cristo se hace presente por su palabra para darnos luz!

¿Por qué estáis turbados?

Jesús plantea preguntas para poder ir al meollo del problema ¿De donde surgen vuestros miedos? ¿De cosas fundadas o infundadas? ¿Por qué vienen estos pensamientos malos a vuestro corazón y os perturban?

Muchas veces en nuestra vida de fe experimentamos desasosiego, confusión, espanto y queremos escapar o encerrarnos. ¡Vemos Fantasmas! Nuestro corazón se turba y es a causa de los pensamientos malos o ideas erróneas que vienen a inquietarnos y hacen que hasta la presencia del mismísimo Cristo pueda ser causa de miedo.

Estos discípulos eran los que deberían llevar adelante la obra de predicación del Evangelio, y miradlos, ahí se encuentran con pensamientos que los afligen en vez de fortalecer su fe en la Palabra de Dios que afirmaba por activa y por pasiva que Cristo resucitaría. La falta de confianza y el temor en asuntos de fe vienen por la falta de apego o entendimiento que nuestra naturaleza humana nos aflige con pensamiento que hacen desconfiar, olvidar o no tener presente la Palabra de Dios.

Por este motivo Cristo se ocupó de dejar bien claro en su Palabra quién es y cuál es la obra que realizó en nuestro favor. No es un Profeta, no es un nuevo legislador, no es un amuleto de la suerte ni un genio de la lámpara. No es un fantasma. Es Cristo resucitado, el que venció a la muerte y al diablo para darte a ti vida. ¡No temas!

Jesús actúa cariñosamente con los asustados discípulos

Jesús los convence de que no es un fantasma. Lo mejor en este momento era mostrarles que conserva los atributos físicos, y por eso les enseña sus manos y come con ellos. ¡Los fantasmas no tienen cuerpo! ¡Cristo sí! El Señor quiere darles la seguridad de su presencia ya que eso echaría por la borda todo temor proveniente de ideas erróneas. Porque “si Dios es por nosotros ¿Quién contra nosotros?” Ro. 8:31. Pues “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré. El Señor es la fortaleza de mi vida ¿de quién he de atemorizarme? Salmo 27:1. “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?... ante todas esas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” Ro. 8:35,37

Por esto es tan importante seguir sosteniendo el principio Biblico “Solo Cristo” Pues quien conoce a Cristo, ya todo lo demás, mitos, miedos, talismanes, etc. le sobra. Esas cosas caen por su propio peso.

En ocasiones nos enzarzamos con luchas intelectuales intentando convencer a los demás de ideas erróneas sobre Cristo, y gastamos mucho tiempo y energía y nos desgastamos con esas cuestiones. Pero lo importante es predicar a Cristo, este quién se presenta vivo y real en tu vida.

Luego se disiparán las dudas, los miedos y los errores. Porque la Presencia de Cristo calmará los ánimos y a partir de la Paz que solo él puede infundir con su Perdón, todo lo que no proviene de él sobrará. Todo lo demás lo estimaremos como pérdida.

La Lucha

Hay una gran lucha en el corazón de los cristianos entre el gozo de creer y entregarse sin miedo y por completo a eso y el temor a ser engañados. Así es como lucha la fe con la duda en el corazón del cristiano. Estas también son tus luchas y las mías.

Ahora bien, Cristo no solo se muestra corporalmente para que vean que es el mismo Cristo que anduvo con ellos, sino que ahora muestra que su mensaje también es el mismo.

Jesús les recuerda que todo su ministerio es un cumplimiento de las Escrituras. Muestra la fidelidad y fiabilidad de su Palabra y su obra. Dios es fiel en cumplir sus promesas y el primero en confiar y experimentar esa fiabilidad fue Cristo que renunciando a todo se entregó por completo en confianza a esa Palabra. ¡Resucitaría! Y de hecho resucitó. Esa confianza en la Palabra es de un valor incalculable.

Cristo nos llama a confiar plenamente en sus promesas, en el cumplimiento de aquello que nos anuncia. En esta confianza el miedo, que nos paraliza o espanta, se disipa para dar lugar al gozo.

¿Cuáles son tus dudas? ¿Cuáles son tus temores? No dejes que los malos pensamientos bombardeen tu corazón y dinamiten tu confianza en la promesa de Cristo. Él resucitó. Él está contigo. Él te perdona y te pone en paz con Dios, contigo mismo y con tu prójimo. Él te asegura su compañía y su asistencia. Cristo te dice que nada te podrá separar de su amor. Él ya te ha preparado un lugar en el cielo para que vivas eternamente. Tu nombre está escrito en el libro de la vida. ¡Confía y alégrate!

La misión

El Señor abre el entendimiento de sus discípulos a través de la exposición de las Escrituras.
Nosotros hoy no lo vemos como ellos lo han visto cara a cara, sin embargo tenemos su Palabra y eso le basta a nuestra fe.

Jesús concluye dándoles a los discípulos un mandato y una promesa que se extiende hasta nosotros. Su tarea sería la de predicar el Evangelio a todas las naciones, dando testimonio de todo lo que han visto y oído. Gracias a que Dios los bendijo en su tarea y fueron fieles en su misión, hoy nosotros podemos conocer a Cristo y considerarnos herederos de la misión y la promesa. El mensaje es: En Cristo hay perdón de pecados para el pecador arrepentido.

Es una tarea muy grande la que Jesús nos da, pero junto a ella nos da también una promesa: Seréis investidos con poder desde lo alto.

El Poder de lo alto, con el cual aquellos discípulos fueron investidos, también tú lo tienes. En el Bautismo has sido revestido de Cristo y el Espíritu Santo te ha hecho nacer de nuevo y te ha dado la fe para que confíes en él y su Palabra. El Evangelio es la buena noticia que te ha dado Cristo y que tú tienes la tarea de anunciar a otros. Este Evangelio es poder de Dios para salvación de los que creen.

Dale gracias a Dios por darte entendiendo para comprender esto y hacerte parte de su misión. Alimenta tu fe en las verdades y certezas que te da la Palabra y los sacramentos y vive en la Paz que Cristo de ha dejado.

Amén.

sábado, 18 de abril de 2009

2º Domingo después de Resurrección.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

2º Domingo después de Resurrección

“¿Ver para creer o creer para ver?”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Hechos 4:32-35

La Epístola: 1 Juan 1:1-2:2

El Evangelio: Juan 20:19-31

EVANGELIO DEL DIA

Juan 20:19-31

19 Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 20 Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. 21 Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. 22 Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos. 24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. 26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis
manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! 29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. 30 Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31 Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.


Sermón
El Problema con Tomás siempre ha sido su incredulidad. He oído mensajes en los cuales se lo criticaba mucho. Pero me pregunto ¿es necesario ser tan duro con él?

Por mucho tiempo ha sido llamado “el escéptico” o incluso “el incrédulo” por no creer inmediatamente en la resurrección y pedir pruebas al respecto.

Junto con los otros diez discípulos, Tomas ha oído las noticias del ángel dada a las mujeres de que Jesús ha sido levantado de entre los muertos. Por supuesto, ninguno de ellos lo cree al principio. Esa noche, sin embargo, Jesús se aparece ante sus discípulos. Están en un cuarto bien cerrado a fin de que nadie pueda entrar, pero repentinamente, Jesús está en medio de ellos. Él les declara su paz, sopla sobre ellos y les da el Espíritu Santo y pide que prediquen su Palabra, perdonando o reteniendo los pecados a las personas. Los discípulos saben que
Jesús ha resucitado porque lo han visto en persona. Han estado en su presencia. Le han visto a él y le han oído.

Desafortunadamente Tomas no estaba allí.
Cuando los demás le dicen lo que ha ocurrido, Tomás sigue escéptico y renuente a creer: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”. El problema con Tomás es que él es un hombre muy pragmático: Ver para creer.

Después de ocho días, Jesús se presenta nuevamente a sus discípulos, y esta vez Tomás está con ellos. Jesús otra vez declara la paz a los suyos y luego habla directamente con Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”

Eso es suficiente para Tomás: Él ha visto al Salvador resucitado. La Palabra de Dios no queda vacía, produce su fruto en Tomás y le otorga la fe, así que este declara: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Pero Jesús no ha terminado con Tomás y una ahora sigue una reprensión: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.

Es fácil de criticar a Tomás, el escéptico: Él solo creería al ver y tocar a Jesús y el Señor le dio el lujo de ver y de tocarlo. Nosotros no tenemos ese privilegio, pero está bien, porque en definitiva La Palabra de Dios es lo que otorga la fe.

Confesamos que la fe llega por oír la Palabra (Romanos 10:17) y andamos por fe, no por vista (2 Corintios 5:7). Tomás ha recibido la Palabra, antes de la crucifixión, ya que Jesús en varias oportunidades declaró que él moriría y resucitaría.

Después de la resurrección, las mujeres y los discípulos le anunciaron la Palabra de Dios que Jesús ha resucitado. Tomás tuvo la Palabra de Dios constantemente, así como la tenemos tu y yo. Cuando él dudó, consiguió ver a Jesús y su Palabra fue la que afirmó su fe en el resucitado. Cuando nuestra fe flaquea o duda todo lo que tenemos que hacer es ir a la Palabra, allí se nos presenta el resucitado para animarnos y fortalecernos.

Creerás cuando oigas. Muchas personas hoy día utilizan el lema de Tomás: “creeré cuándo lo vea”. ¿Esta tan mal este lema? Después de todo, tú y yo lo practicamos constantemente, nos movemos mucho en “creeré en mis percepciones”. No se compra una propiedad sin primero verla. No creemos al vendedor de un coche cuando dice “confíe en mí, llévelo con los ojos cerrados” o cuando nos llaman ofreciendo los mejores negocios por teléfono, en dónde nos ahorraremos una pasta si hacemos lo que se nos pide. Ni qué decir si hablamos de las promesas de muchos políticos antes de las elecciones. Sin embargo, vivimos nuestras vidas diciendo, “lo creeré cuándo lo vea”. De hecho, en este mundo, éste es un principio sano con el que vivir.

Pero ¿Por qué vivimos diciendo “creeré cuando lo vea”? La respuesta es simple: Somos pecadores. Muchas personas son engañosas, deshonestas y negligentes. Pero también a los que tienen buenas intenciones se les olvida estar a la altura de sus promesas. Éste ya no es un mundo dónde los negocios se cierran con un apretón de manos o donde se toma en cuenta la palabra de la persona, porque las personas no están a la altura de sus palabras y promesas. Hay que tomar recaudos para no ser defraudados. Por eso es que se tiene contrato y seguros para casi todo, así los derechos de las personas quedan amparadas por la ley.
De manera simple, si fuésemos siempre honestos y fieles a nuestros ompromisos, no tendríamos que exigir primero las pruebas o avales correspondientes.

Podríamos confiar solo en la palabra dada. Pero estamos muy afectados por el pecado, así es que dudamos de la palabra del otro. Necesitamos ver para creer.

Desde esta perspectiva hemos sido un poco duro con Tomás por actuar naturalmente como cualquiera de nosotros.

El problema de Tomás y el nuestro es que este dicho de “creeré cuándo lo vea” tiene sentido en lo que se refiere a personas. Pero cuando Tomás duda en el texto del evangelio de hoy, no está cuestionando la honradez de otra persona influida por el pecado. Él está cuestiona la honradez de Dios y su Palabra.

Éste es el verdadero pecado que encontramos aquí. Exigir pruebas a las promesas de Dios es dudar de la honradez de Dios. Es como decir que el Señor es deshonesto, que no es confiable cien por ciento o que algunas veces se le olvida cumplir su Palabra. Dudar de la Palabra de Dios es cuestionar la integridad de Dios.

Pero la integridad de Dios no está sobre la mesa, porque él siempre dice verdad y siempre cumple sus promesas. Al respecto dice el apóstol Pablo: “De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4). Mentimos cuando decimos “creo” y recitamos el Credo, pero luego exigimos signos
y señales para tener una comprobación de que Dios existe.

Como cristianos, estamos llamados a alegrarnos en que la Palabra de Dios es segura, de que Él cumple sus promesas. No necesitamos más pruebas, porque allí se nos manifiesta sobre el Señor que nos ha redimido a un alto precio y El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Es verdad que los pecadores, tu y yo incluidos, siempre queremos ver antes de que creer. Hoy día no son pocos lo que demandan de Dios una prueba de su existencia para creer y su amor por medio de milagros y señales: “¿Si existe Dios por qué hay tanto sufrimiento en el mundo, o tanto hambre?” “Si hace que el ciego vea o al sordo oír, o al enfermo curarse, entonces creeré”. O quizá más comúnmente son quienes en los momentos de angustia oran diciendo: “Señor, sácame de este grave problema, tu tienes poder para ello, así podré creer con más firmeza. Cuando vea tu intervención, creeré más”. Pero no necesitas tales señales y milagros para creer. ¿Por qué? Porque tienes la Palabra de Dios y en su Palabra, oyes de los milagros que Jesús ha hecho, el ciego pudo ver, los sordos oír y los enfermos ser restaurados. Tienes el fiel testimonio de que los ha hecho y puede volver a hacer cosas así. Allí tienes su promesa que te dará todo a su tiempo. Más importante aún, tienes su Palabra de que ya te ha salvado de la muerte, del diablo y del pecado. ¿Qué necesidad tienes de más pruebas de la que el Señor te ha dado? ¿Después de pagar el precio de tu rescate con su sangre derramada en la cruz, piensas que ahora será desleal o se olvidará de ti? El Señor ciertamente puede realizar tales milagros hoy, y cuando da vista a los ciegos o audición a los sordos y por ello le damos gracias. Pero no basamos nuestra fe en los milagros ocasionales que se pueden ver. Creemos porque hemos oído la Palabra de Jesús, quien fue crucificado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación eterna, creemos porque nos ha llamado a la fe y nos la ha otorgado, así como llama a todo el mundo y desea otorgarle la fe a todos.

Queda claro que ya no es necesario probar a Dios y su interés por nosotros, ya nos ha demostrado su amor de sobrada manera en Cristo y su obra en nuestro favor. Es por esto que para nosotros los testimonios personales del obrar de Dios son eso, testimonio personales, pero no pueden estar a la altura de la Palabra de Dios y nunca una persona llegará a creer por algo que no sea la Palabra. Le damos gracias a Dios por todas las buenas cosas, por supuesto, pero no creemos en él por los milagros que vemos u oímos. Creemos en él por el gran hecho que
ha realizado para todos nosotros: la redención del mundo en la cruz. No necesitamos más pruebas. No necesitamos que nada más nos convenza, porque él dice en su Palabra que ya nos ha salvado del pecado, muerte y el diablo.

En lugar de exigirle ver milagros, nos alegramos de que tenemos la Palabra de Dios. Su Verbo Santo nos trae la fe ya sea por la proclamación, en la Absolución, añadida a en el agua del Bautismo, o pronunciada sobre el pan y el vino en la Santa Comunión. Es por estos medios que el Señor nos trae a la fe. Una y otra vez, afrontamos el problema de que a menudo somos tentados a dejar estos medios de gracia a un lado para aferrarnos a otro camino dónde parece que Dios realmente está obrando. Somos tentados a creer que deberíamos confiar en Dios por lo que vemos, sentimos o por lo que experimentamos. ¿Pero esto nos trae de nuevo al pecado de Tomás? ¿O es que acaso Dios no ha hecho lo suficiente como para ganar tu confianza? Porque sino para ti tendrá que seguir haciendo más cosas espectaculares. Por eso es bueno oír al Salvador decirnos “Porque me has visto creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”

En este mundo, “ver para creer” es una filosofía muy buena porque las personas no dan la vida por lo que dicen. Sin embargo, el Señor si dio su vida por lo que dijo. Él ha muerto para cumplir con su Palabra. Esta Palabra concede fe y perdón. Por consiguiente, oírla es necesario para creer.

Así es que oye este Palabra del Señor: El Señor Jesucristo ha muerto por ti y por cada alma, muerta en pecado, vacilante, desilusionada y descarriada. Como escuchamos el relato de su Pasión semanas pasadas, quienes le crucificaron fueron guiados por sus pecados. Por estos pecados, y por todos los pecados, Jesús murió en la cruz: El mismo ha sido llamado “El testigo fiel y verdadero” (Apocalipsis 3:14) padeciendo por todos los pecados, la infidelidad y mentiras, del género humano. Él ha pagado el precio de todos tus pecados allí. Esto es cierto, porque Dios así lo dice.

Además, el Señor Jesús fue levantado de entre los muertos a fin de que pueda compartir su vida eterna contigo.

En esta lección del Evangelio Jesús sopla sobre los discípulos, los envía como sus embajadores y les dice que deben perdonar los pecados por medio de su Palabra. Es por esto que cuando oyes al pastor u otro cristiano declararte la Absolución, el perdón de los pecados, puedes tener la seguridad de que eres perdonado como si el si Dios mismo te dirigiera tales palabras. Esto es cierto porque es obra de la Palabra del Señor.

También Dios promete que está presente con su perdón en las aguas del Bautismo. Tu sólo ves agua en la fuente bautismal. Pero el Señor declara que allí comparte su muerte y resurrección contigo, a fin de que tengas perdón y vida eterna. También creemos que el Señor está presente en, con y bajo el pan y el vino en la Santa Cena, “para la remisión de los pecados” y “fortalecernos y le conservarnos en la única y verdadera fe hasta el día en que venga”. El Señor viene a perdonar, tan presente como lo estuvo con los discípulos en el cuarto cerrado.
Así, como declaró “Paz a vosotros” a los discípulos, el pastor anuncia que su Señor te dice “la paz del Señor esté a contigo siempre”. Esto es muy cierto porque es Palabra de Dios.

Hay personas que aún así quieren más pruebas. A veces cuando se oye la Absolución, no se siente nada especial, no se percibe que se haya sido perdonado y muchos concluyen que no lo fue. En otras palabras, afirman que “la promesa de Dios no es buena, porque no ha sentido nada”. Otras veces, algunos se reirán de la idea de que el Señor puede estar presente en el pan y el vino para tu salvación.

Pero esto es simplemente una tonta discusión: Hablamos del mismo Señor que estuvo presente en la tierra, con y bajo un cuerpo humano por 33 años más o menos. Hablamos del mismo Jesús que murió y resucitó.

Hablamos del mismo Señor Jesucristo que repentinamente apareció en medio de los discípulos con la puerta cerrada. El Señor puede estar presente en el pan y el vino porque así lo dice. Ésta es la Palabra del Señor.

Además, Jesús te declara que el reino de los cielos y la vida eterna son tuyos porque él ha hecho todo para que sea así. Tu no ves el cielo aún, pero tienes su Palabra de que es así. Sin embargo, el diablo aplicará toda clase de tribulaciones en tu camino y luego susurrará: “Ves, no se puede confiar en Jesús”. Por lo cual si ves con tus ojos, la propuesta del diablo puede parecer razonable. Pero dónde el diablo expresa que “en Jesús no se puede confiar” debes responder “Claro que se puede confiar en él. El Señor nunca se le olvida cumplir su Palabra”.

Todo esto es cierto, porque el Señor dice que lo es. Ha muerto para redimirte y ha resucitado para darte vida.

Él viene a ti en sus medios de gracia para darte perdón, fe y salvación. Él te promete que eres su hijo amado y que el cielo es tuyo. ¿Lo ves con tus ojos? No. Pero ¿Es cierto eso? Sí, porque el Señor lo dice.
¿Aún habrá dudas y querremos ver pruebas? Seguro que si, nuestro viejo Adam se batirá en nosotros hasta el fin de los días. Pero esto no quiere decir que pierdas la fe y la salvación. No, oye otra vez la Palabra del Señor:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”(1 Juan 1:9). El Señor ha muerto por estos pecados de duda, así que no nos desalentamos por ellos.

En lugar de eso los confesamos con palabras como estas: “Padre, confieso que dudo de tu Palabra y tu fidelidad y busco otras pruebas de tu amor. Pero sé por tu Palabra que tu Hijo ha muerto por este pecado. Te suplico que me perdones este pecado, en el nombre de Jesús”. No dejes que tales dudas te convenzan de que estás perdido o ya no te guía la Palabra. Confiésalo y se perdonado, el Señor promete perdonar.

Tenemos Palabra del Señor que declara continuamente el perdón y vida eterna. Por ahora, sólo escucha y lee acerca de estas cosas, camina por la fe, no por vista. Seguramente tendrás que esperar pero verá como el Señor cumple con todas sus promesas, ya verás. Dios te declara “Bendito” porque no has visto y aún así crees. Ve en la certeza de que por la Palabra de Dios, eres perdonado de todos tus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia

martes, 14 de abril de 2009

Domingo de Resurrección.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cree en Cristo”

El Antiguo Testamento: Nahúm 21:4-9

La Epístola: Efesios 2:1-10

El Evangelio del Día: Juan 3:14-21

14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, 15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. 21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

Martín Lutero

Sermón para la Fiesta de la Pascua

Fecha: 28 de marzo de 1535

Texto:
Juan 20:11-18.

Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.

INTRODUCCIÓN:

Sin duda habéis oído ya más de un sermón acerca del artículo de nuestro Credo que reza: "Al tercer día resucitó de entre los muertos". Y creo que os he enseñado con suficiente claridad y frecuencia cuál debe ser vuestra actitud ante este artículo, ya que hace más de 20 años que vengo predicando en vuestro medio, sin haber faltado por enfermedad en una sola fiesta de Pascua. No obstante, quiero volver una vez más sobre el mismo tema; quizás sea ésta la última vez.

PRIMERA PARTE

Las palabras de amable ironía de los ángeles a la afligida María
1. Si creemos en la resurrección de Cristo, somos compañeros de los ángeles. Me propuse hablaros hoy acerca de María Magdalena y la conversación que tuvo, primero con el ángel y luego con el Señor mismo. ¿Por qué será que estos detalles quedaron grabados con tanta nitidez en la memoria de los discípulos? Seguramente para que os pudieran hacer saber qué es la resurrección de Cristo, y quiénes son sus beneficiarios. En lo tocante a su propia persona, Cristo no tenía ninguna necesidad de manifestarse en público, tampoco había motivo para hacerlo en interés de los ángeles, pues éstos ya le conocían de antemano. Antes bien, todo aquello sucedió y fue escrito para que nosotros aprendiésemos a creerlo y a aferramos a ello. Fijaos, pues, al oír la historia de la resurrección, en la manera amistosa en que los santos ángeles hablan con María Magdalena y las demás mujeres, como si quisieran bromear con Magdalena. Casi parece que, estando ellos mismos tan seguros y tan llenos de gozo, se burlaran un poco de la pobre mujer y su triste llanto, diciéndole: "¡Buena tontita eres con tus lágrimas en momentos en que reina una tan grande alegría!" Hablan con ella como con una compañera de juegos, como una persona amiga con otra, y como si desde chicos se hubiesen criado juntos. María Magdalena es para los ángeles como una querida hermana; virtual-mente ya la ven reunida con ellos en el reino de los cielos. Con esto nos instan a acostumbrarnos al modo de pensar de ellos mismos, como si ya estuviésemos sentados con ellos en el cielo y los tuviéramos por hermanos y hermanas, y como si pudiéramos tratarlos como compañeros de juego a quienes conocíamos desde los días de la infancia. Esto sucede para consuelo y fortalecimiento nuestro, a fin de que nos familiaricemos con ese artículo de la resurrección, sabiendo que ella es un hecho real y concreto, no ya sólo una mera promesa. En efecto: Cristo, la Cabeza, ya subió a los cielos; ya no es, como lo había sido anteriormente, aquel cuya resurrección se esperaba según la letra y las palabras de la Escritura, sino que fue resucitado en persona, fue hecho dueño y señor de la muerte., y venció a la muerte en su propio cuerpo. De ahí que ese artículo esté cumplido en más de la mitad también en lo que concierne a nosotros. De ahí también el trato tan amistoso de los ángeles con la gente, en particular con estas mujeres junto al sepulcro vacío, de modo que en su rebosante alegría bromean' con María y se burlan un poco de ella, como diciéndole: "Éa, María, ¿no eres acaso nuestra compañera en el cielo? Tu llanto está completamente fuera de lugar. Pues no sólo no has perdido a tu Señor, sino que puedes alegrarte con nosotros por toda la eternidad; porque Cristo ya resucitó."

2. Si no nos sentimos alegres como los ángeles, nos gobierna el "viejo Adán".

A esto apunta nuestra fe. Quien no cree que Cristo resucitó, quien no tiene a la resurrección por un hecho cierto, está perdido. Muchos cantan de ella, y mayor aún es el número de los que creen entenderla; pero cuando vamos al grano, vemos que en todos ellos reina más el Adán viejo y muerto que el Cristo viviente. Lo único que saben es gastar bellas palabras, bellas, pero inútiles.

Y sin embargo, quieren saber más de estas cosas que el mismo Espíritu Santo y los ángeles; pero cuando tienen que dar una prueba de su saber, se descubre en ellos el viejo Adán, muerto y pecaminoso. Todavía no le han tomado el gusto a: este artículo, no han penetrado hasta su médula, sino que siguen metidos dentro de su viejo Adán; él es quien les dicta sus
pensamientos y acciones, como lo vemos en los espíritus fanáticos y también en nosotros
mismos, en nuestra avaricia, nuestra altanería, etcétera. Donde es Adán el que manda, junto con
el pecado y la muerte, no hay lugar para Cristo. El gozo inherente en la resurrección de Cristo es
predicado a causa de María y los demás compañeros de los ángeles. Quien no quiere compartirlo,
quédese a un lado. Nosotros empero vimos y oímos este artículo, y sentimos su efecto, de modo
que no tenemos excusa si permanecemos en la indiferencia.

Notemos, pues, en primer lugar, que los ángeles fortalecen nuestra fe y se muestran con
nosotros tan amables como con Magdalena y las demás mujeres. Se comportan con nosotros, los
cristianos, como si ya estuviéramos en el cielo, se acercan a nosotros, toman forma visible,
aparecen en vestiduras resplandecientes, y hacen como si nuestra resurrección para vida eterna ya fuese un hecho consumado. Tampoco hacen diferencia alguna entre nosotros y ellos, y nuestras lágrimas, cuitas y lamentaciones casi las toman a risa. Evidentemente, María Magdalena es imagen y ejemplo nuestro, y en cierto modo nuestra precursora: el comportamiento de ella nos muestra cuan débilmente creemos nosotros en el artículo de la resurrección. María Magdalena está aún envuelta en la vieja piel de Eva; le resulta imposible adaptarse a la vida venidera y a la compañía de los ángeles. Y no obstante, la buena noticia que recibe le despierta el ánimo, y finalmente también ella cree que el Señor resucitó. Quien, al igual que los ángeles, pudiera creer y tomar en serio el mensaje de que Cristo ha resucitado, quien pudiera creer que Cristo el Resucitado está aquí con nosotros de modo que ya no tenemos que "buscar entre los muertos al que vive" (Lucas 24:5), el tal sin duda sentiría también el mismo gozo que sintieron los ángeles.

Cuanto más viva sea la fe en este artículo, tanto más vigor cobrará el ánimo y el espíritu. Ya no
temerá ni al diablo ni a Pilatos ni a Heredes. En cambio, si no experimentamos ese gozo que
experimentaron los ángeles, ello es señal de que no tenemos fe, o no la tenemos en medida
suficiente. ¡Cuídese pues cada cual y examínese, no sea que nos engañemos a nosotros mismos
teniéndonos por buenos cristianos, cuando lo que menos hacemos es creer! En tal case, el que
vive en nosotros es Adán, y Cristo está muerto. Esto significa entonces estar en compañía del
diablo, caer del Cristo viviente en el Adán muerto. Ejemplos para ello no faltan; los podemos ver
a diario.

SEGUNDA PARTE

El consuelo fraternal de Cristo para María y los discípulos

1. Bondadosamente, Cristo llama "hermanos" a sus discípulos.

Aunque el mensaje angelical no es aceptado por la totalidad de quienes lo oímos, algunos
sí lo aceptan. Y éstos disfrutan no sólo de la presencia de los santos ángeles, quienes en la certeza
de que también nosotros resucitaremos de la muerte, se burlan un poco de nuestras
preocupaciones, sino que disfrutan también de la presencia de Cristo mismo quien nos trata de un modo enteramente familiar, aún más de lo que pudieran hacerlo los ángeles, y con quien nos une un Tazo aún más estrecho que con éstos. Pues los ángeles no tienen carne y sangre humanas, y no obstante se portaron como alegres camaradas con Magdalena, es decir, con todos nosotros. Cristo empero, el que adoptó nuestra naturaleza humana, se nos acerca aún más; porque él vino no por causa de sí mismo, sino por causa de Magdalena, y por amor a nosotros. Por eso le dice: "Vé a mis hermanos, y cuéntaselo". Esto va mucho más allá de lo que dijeron los ángeles. Las palabras de Cristo son incomparablemente más bondadosas y amistosas que las palabras de los ángeles quienes en su propia alegría se sienten movidos a risa ante el innecesario dolor ajeno. Si Dios le abriera a uno el corazón para captar esto, el tal nunca más se podría sentir triste, porque siempre tendría presente la bondad con que el Señor trató a María, que había tenido siete demonios (Lucas 8:2) y que era una mujer como cualquier otra, y un ser humano como todos los demás. Asimismo, Pedro y aquellos otros a quienes Cristo llama "hermanos", tampoco eran mejores que nosotros, porque ellos y nosotros hemos sido formados de la misma pasta. Si ellos se destacan sobre otros, no es porque les sea innato, sino que se lo deben a aquel que aquí los llama hermanos, confiriéndoles así un rango especial. Quizás hayan dicho después: "¡Y sin embargo se fue de nosotros y ya no está en esta vida! ¿Por qué nos llama entonces hermanos? Antes sí esto podía haber tenido visos de verosimilitud, cuando Cristo vivía todavía sobre esta tierra, cuando todavía no estaba clarificado ni había entrado en la gloria. En aquel entonces habría sido apropiado, y habría sonado muy bien, que él nos dijera: 'Vosotros sois mis hermanos, y yo el vuestro; mi Padre es vuestro Padre, y vuestro Padre es mi Padre'. Ahora en cambio que se ha producido entre nosotros un distanciamiento tan grande que nosotros estamos aún aquí en el extranjero mientras que él ya se halla en su reino celestial, arrebatado de los lazos de la muerte — ahora nos parece extraño que él nos llame hermanos, y que nos llame así sólo ahora, en especial a Pedro que le había negado, y a los otros que le habían abandonado. Ésta es una gloria que sobrepasa toda otra gloria".

2. También nosotros somos hermanos del que es Señor sobre pecado y muerte.

De esta palabra "hermano" los cristianos podemos asirnos, y fortalecer con ella nuestro
corazón contra el diablo vil y contra la muerte, pues por boca de Cristo mismo se te anuncia: "¡Tú
eres su hermano!" ¿Quién puede expresar con palabras y comprender cabalmente qué gloria se
adjudica con esto al cristiano que es de veras un creyente? Muchos hay, sin duda, que se
consuelan con lo del "hermano"; pero pocos son los que lo aceptan seria y sinceramente, y que
dicen en lo profundo de su corazón: "Esta palabra de que Cristo me llama hermano es incuestionablemente cierta. ¡Qué hombre admirable! ¡Decirme que puedo ir mano a mano con
Pedro y Pablo, que puedo llamarme santo, sabio, puro, justo y grande al igual que ellos!"

Considera pues qué mensaje es el que Cristo encarga a Magdalena: "Vé a mis hermanos". Sin
duda la llamó también a ella "hermana". Pues si los discípulos son llamados por él hermanos, sus
palabras dichas a Magdalena tienen este significado: "Vé, querida hermana, y di a los siervos de
mi Padre y criados de mi Dios que ellos son mis co-hermanos y consiervos y co-señores." ¡Qué
hermanos y hermanas más ricos han de ser aquellos que pueden decir de sí mismos con legitimo
orgullo: "Nosotros somos hermanos de aquel que ya no yace en el sepulcro, y ya no está sujeto a
la muerte y al pecado, sino que es el Señor en persona que arrojó a la muerte a sus pies y condenó el pecado"! ¡Oh, ruegue, quien pueda, que Dios le conceda esta fe!
Pero esto no es todo: esta admirable predicación sale de la boca del propio Cristo, no de la
de los ángeles. Los ángeles no dicen: "Vé y diles a los hermanos del Señor" ni tampoco "a
nuestros hermanos". Antes bien, dejan para él el honor de llamar hermanos a los que le
abandonaron, a los que le negaron, a los que son débiles en la fe. Y en verdad les era muy
necesario que Cristo les hablara en un tono tan amistoso. A pesar de que ya anteriormente les
había dicho: "Vosotros sois mis amigos, a quienes el Padre les ha dado a conocer todas las
cosas", y a pesar de que esto ya había sido honor suficiente: ahora ya no podían esperar tales
palabras. Pedro ya habría estado más que contento con que el Señor le dijera: "No te voy a
rechazar". Pero ¿qué ocurre? No sólo no los rechaza, no sólo les perdona sus pecados y los
vuelve a aceptar como amigos, sino que le dice a Magdalena: "Diles que son mis hermanos". Esto
sí que se llama hablar cariñosamente al corazón, al corazón de un hombre desesperado y afligido,
de modo que éste puede decir ahora: "Cristo es la Boca de la Verdad, la Palabra de la Verdad,
¿no es cierto? Entonces aceptaré como verdad lo que él me dice."

TERCERA PARTE

El mensaje de lo, resurrección exige fe

1. Sobre los que reciben este mensaje con ingratitud, caerá un terrible castigo.

5
En cambio, la plaga más grande que uno puede imaginarse es si no queremos aceptar esta
relación de compañeros y hermanos, más aún, si hasta perseguimos a los hermanos de Cristo y
derramamos su sangre, mostrándonos así desagradecidos y mezquinos. Mas los que quieran
aceptarla, guarden este texto en su corazón perpetuamente, para que obtengan la vida eterna.

¿Quién, sin embargo, lo hace? A una predicación tan consoladora y sublime se la trata como si
fueran palabras habladas al aire, o un cuento mentiroso de turcos y tártaros; no las aceptamos
como dichas a nosotros, no nos mueven a la alegría ni a canciones de júbilo, y sin embargo
pregonan una alegría tan grande que incluso los ángeles se llenan de gozo, a pesar dé que las
palabras no fueron dirigidas a ellos. San Pedro escribe a este respecto: "A vosotros se os anuncian
cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles" (1ª Pedro 1:12). ¿Y nosotros, que somos los
destinatarios de esta predicación, habríamos de permanecer indiferentes? No nos engañemos: el
Señor caerá sobre nosotros y castigará nuestra ingratitud de tal manera que se podrán aplicar a
nosotros las palabras aire fueran dichos con respecto a Judas: "Mejor le fuera a este horrible no
haber nacido" (Mateo 26:24).

Nada puede ser más claro que estas palabras: "Yo soy vuestro hermano, y vosotros sois
mis hermanos". ¿O acaso se esconde en ellas una doctrina herética, diabólica? ¡Efectivamente, el
mundo es del diablo, no sólo diez veces, sino cien mil veces! Pues no sólo condena esta doctrina,
sino que ni siquiera le presta atención.

2. Creyendo en el Cristo resucitado, ya, estamos por la mitad en el cielo.

Por esto, ¡alégrese todo aquel que alegrarse pueda! Ríes Cristo no resucitó de entre los
muertos para ser nuestro juez; antes bien: él que va anteriormente había sido nuestro armero
(Juan 15:14), es ahora nuestro hermano: el que ya anteriormente nos había amado (Juan 13:1),
nos ama ahora mucho más aún. Ahora rige lo que dicen las Escrituran: "El que os toca a vosotros,
me tocó a mí, vuestro hermano primogénito". ¿Con quiénes habla Cristo de este modo? Con
cristianos que han sido bautizados, que oyen y creen su palabra para dar intrepidez y vigor a su
fe. María es llamada su hermana, los apóstoles y nosotros somos llamados sus hermanos, a despecho de que también nosotros somos pecadores que, como Pedro, sufrimos más de una caída.

Ahora puede decirse, por lo tanto: el reino de los cielos ya ha entrado en vigencia, pues laresurrección de Cristo ya se consumó; la Cabeza ya está fuera de la muerte, y nosotros, los
miembros, mediante la fe estamos fuera de ella al menos en cuanto al alma; sólo el cuerpo está
sujeto todavía a esta vida perecedera. Todos los cristianos ya han resucitado por más de la mitad;
pues Cristo ya ha sido trasladado a la vida celestial, y con él las almas de los creyentes; sólo el
saco, es decir, el cuerpo en que está metido el alma, se halla todavía aquí. Pero también el cuerpo
resucitará una vez que la Cabeza, Cristo, ha sido llevado de aquí. El alma —podríamos llamarla
también el grano— ya goza de la bienaventuranza, la meta de su fe; la cáscara, o sea el cuerpo,
tampoco quedará atrás. Aprendamos por lo tanto a creer con entera firmeza que resucitaremos
con Cristo y seremos llevados con él al cielo, y que ya por más de la mitad estamos en aquella
vida. Y no dudemos de ello en lo más mínimo, puesto que él es nuestro hermano, y nosotros,
hermanos suyos. ¡El Dios de la misericordia nos ayude a ello, para que podamos creerlo y
gozarnos en tal fe!

viernes, 10 de abril de 2009

Domingo de Ramos.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Domingo de Ramos

“Cristo transforma la Cruz como símbolo de triunfo ”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Zacarias 9:9-12

La Epístola: Filemón 2:5-11

El Evangelio: Juan 12:20-43

20 Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. 21 Éstos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. 22 Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús. 23 Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. 24 De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. 25 El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. 26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor.

Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. 27 Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. 28 Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. 29 Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. 30 Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. 32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. 33 Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.

La cruz. ¿Puedes ir a algún sitio sin ver una cruz en tu camino? En la parte superior de una capilla. En una lápida del cementerio. Grabada en un anillo o suspendida en una cadena. La cruz es el símbolo universal de Cristiandad.

¿Una extraña elección, no crees? Es extraño que una herramienta de tortura llegase a ser un símbolo de esperanza. Los símbolos de otras religiones son más positivos o bonitos: La Estrella de
David, la Luna Creciente de mahometismo, la flor del loto para el budismo. Pero ¿una cruz para el Cristianismo? ¿Un instrumento de ejecución como estandarte?. Sería como llevar puesta una silla eléctrica diminuta alrededor de su cuello o una soga de ahorcamiento colgada en la pared.

¿Imprimirías un cuadro con un pelotón de fusilamiento en una tarjeta de presentación. Pero si hacemos estas cosas con la cruz.

Muchos aun hacemos la señal de la cruz cuando oramos. ¿Harías el signo de una guillotina? Está claro que no tenemos la misma percepción entre una señal y la otra.

¿Por qué lo cruz es el símbolo es de nuestra fe? Para encontrar la respuesta no necesitamos ir más allá de la cruz misma. Su diseño no podría ser más simple. Una viga horizontal la otra vertical. Una muestra el alcance del amor de Dios. La otra la santidad de Dios. Una representa la anchura de su amor, la otra refleja la altura de su Santidad. La cruz es la intersección. La cruz está donde Dios perdonó a la humanidad sin dejar de lado su justicia y su Ley. ¿Cómo pudo hacer él esto? Dios puso nuestro pecado en su Hijo y lo castigó allí.

Sermón

SAN JUAN 12:20-33

Nos encontramos en el final del tiempo de Cuaresma. En este tiempo acompañamos espiritualmente a Jesús camino al Gólgota y nos ocupamos en la cruz del Salvador. Seguramente ningún creyente quisiera privarse de este tiempo de meditación, porque la cruz ocupa el primer plano en este tiempo que nos hace recordar la muerte de Cristo y también nuestra propia muerte. Por ello hasta los incrédulos más notorios sienten algo del profundo respeto que infunde la cruz con su mensaje sobre la Pasión y muerte, y llevan una vida de recogimiento al acercarse el Viernes Santo.

Para el creyente el tiempo de Cuaresma no es simplemente un tiempo de compasión y de emoción vaga, sino más bien un tiempo de bendiciones, porque el creyente sabe que de la cruz brota la vida para el mundo, pues el tiempo de Cuaresma es un período preparatorio para la Pascua de Resurrección, la fiesta máxima de la cristiandad.

A fin de obtener el máximo provecho de este tiempo, debemos entender con la mayor claridad la obra de Jesús. Escuchemos a Jesús mismo explicar su obra, en tanto que explica en nuestro texto el Triunfo de la Cruz y como este se manifiesta en la conversión de pecadores; y en la santificación de los mismos.

Jesús fue a Jerusalén por última vez. Había ido con la intención de cumplir “todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre.” (Lucas 18:31.). Así como se pone Sevilla a esta altura del año, la ciudad de Jerusalén estaba dominada por la un gran espíritu festivo, producido por los millares de peregrinos procedentes de todos los países. Habían ido a Jerusalén para asistir a la fiesta nacional de la Pascua judía. El pueblo abrigaba la esperanza de la aparición repentina del Mesías. Los judíos creían que podría acontecer en cualquier momento, en cualquiera oportunidad, porque sentían que había llegado el tiempo predicho por los profetas.

Creían que cualquiera de ellos, ungido por el Espíritu de Dios, podría revelarse como el Mesías prometido. Un grupo entusiasmado preparó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, como nos lo relata el texto para el Domingo de Ramos. La excepción a este entusiasmo estaba dada por el grupo de los fariseos, que acerbamente comentaron: “He aquí, que el mundo se va tras él.”

Entre los peregrinos que habían llegado para la fiesta, se encontraban ciertos griegos. Habían abandonado la idolatría grosera del pueblo y se habían convertido al Dios vivo. Conocían el Antiguo Testamento y sabían que vendría un Salvador. Por esta razón estaban ansiosos de ver a Jesús y así cerciorarse si era el Cristo. Se acercaron, pues, a Felipe, que les inspiraba simpatía y confianza, por su nombre griego, o quizás porque ya le habían conocido personalmente en Betsaida de Galilea, región donde vivían muchos paganos mezclados con los judíos. Expresaron el siguiente deseo a Felipe: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” No era esto una mera curiosidad, sino el ardiente deseo que sentían de seguirle, si es que era el Mesías, y ser salvos por la fe en Él.

La presencia de los griegos recordó a Jesús que se había cumplido el tiempo de que habían hablado los profetas. (Isaías 2, Génesis 49:10.) La conversión de los gentiles era el principio del endurecimiento del pueblo judío, ante el cual Cristo aparecería por última vez, como reo, entregado en manos de los gentiles. Pero por su Pasión y muerte se convertirían los pecadores y sería glorificado el nombre de Dios. Por lo tanto, habló a los griegos acerca del triunfo de la cruz.

(23 - 24.)

Para hablar de su muerte, Jesús se vale del ejemplo del grano de trigo. El grano debe caer en la tierra, antes de dar fruto. Sería una insensatez guardar el grano en un valioso recipiente, pues nada produciría. Para el hombre ignorante puede parecer insensato echar el trigo en tierra sucia, húmeda, oscura, donde, según su opinión, se echará a perder. Mas la experiencia demuestra que la disolución es necesaria para la reproducción: el exterior del grano se deshace para alimentar el germen que la semilla lleva en sí, para así dar origen a una nueva planta, vida y fruto abundante.

Un Mesías terrenal, como el que esperaba el pueblo, para elevarlo material y políticamente por encima de todas las naciones, para nada serviría respecto a la eternidad. Tampoco habría valido un Mesías espiritual, aunque habría sido glorificado sin ver la muerte y subido al cielo, como Enoc o como Elias, porque su obra no habría sido suficiente para salvar a los pecadores. Pero ahora su vida y su obra desembocarán en la muerte. Su cuerpo será quebrado en la cruz. El que nació de una virgen será puesto en un sepulcro virgen. El que de casualidad hubiera sido espectador, podría haber dicho: “Éste es el fin de su misión.” Pero la cruz triunfa. Por su muerte y resurrección Cristo se manifiesta como Salvador del mundo, que convierte pecadores, transforma vidas, como se observa en el caso del malhechor a su derecha en la cruz, que de malhechor fue convertido en santo digno del paraíso; del publicano Mateo, que fue convertido en apóstol; de la mujer pecadora, que fue convertida en creyente en Jesús. (Lucas 7:36.)

Asimismo debemos nosotros ver a Jesús. El que ve en Él sólo un ejemplo que se debe imitar, un mártir de su convicción, un hombre ejemplar, como lo presentan los modernistas y otros que dicen llamarse cristianos liberales, no ha visto a Jesús, como Él mismo se presenta. Para esa persona el mensaje de la cruz es insensatez.

Pero el que ve a Jesús, como lo describen los profetas del Antiguo Testamento y como Él mismo se presenta a los griegos, la cruz le es poder de Dios para la salvación; pues por fe en Jesús alcanza la vida verdadera, la gloria del mundo venidero que es la meta que Dios nos destinó desde un principio.

Por la muerte de Jesús, Dios es glorificado.

Jesús es verdadero hombre para poder, como representante de los hombres, cumplir la Ley, sufrir y morir.

Como hombre, no es insensible, pues su alma se inquieta ante la perspectiva de tener que cargar o llevar los pecados del mundo, y sufrir la muerte, que es la paga del pecado. Por esta razón pregunta “¿Y qué diré?” Acaso pida: “Padre, sálvame de esta hora.” No. Esto no dirá, porque “por esto mismo vine a esta hora.” Según la voluntad de Dios sufrirá la muerte del pecador, por ser el único medio de convertir al pecador y darle ánimo de volverse del pecado hacia Dios.

Por ello es fortalecido por la voz del cielo, que acredita el mensaje de su muerte, por la que Dios es glorificado y el diablo echado de este mundo. Pues la muerte de Jesús es el juicio de Dios sobre el pecado. A causa de ella el diablo pierde el derecho sobre los hombres y es desechado como acusador; pero por medio de ella Cristo entra en su reino para dominar todas las cosas y principalmente gobernar y proteger a su Iglesia. La voz del cielo prosigue en la predicación del Evangelio, que para unos es voz de trueno, u olor de muerte para muerte, pero para otros es voz de ángeles u olor de vida para vida. (2 Cor. 2:16.).

El triunfo de la Cruz se manifiesta en la santificación del pecador (25-26.). Por la conversión, el pecador aún no ha alcanzado el estado de la perfección de la vida cristiana, sino que mientras vive, tiene que luchar contra el diablo, que aunque es desechado como acusador, anda alrededor
como león rugiente buscando a quien pueda devorar. A éste debemos resistir, y proseguir en la lucha, para crecer en la vida cristiana o la santificación. En el ejemplo del grano de trigo debemos ver nuestra propia condición. El que quiere vivir en Cristo debe morir antes a la carne y al pecado.

En Cristo el sentido nuestra vida toma otro camino, esto es, disfruta de otro, rehuir ganancias sórdidas, renunciar a comodidades que impidan servir a Dios, sacrificar nuestro tiempo para trabajar por el bien de la congregación de Cristo y desprendernos de nuestro dinero para divulgar el reino de Dios. Los que así proceden buscan la santificación y es señal de que la cruz del Salvador ha triunfado en ellos. El Salvador también vino, no para hacerse servir, sino para servir y dar su vida por muchos.

El hombre que trata de impedir el triunfo de la cruz, procede de manera diferente, porque ama su vida terrenal. Sólo busca su comodidad y piensa así: “¿De qué me aprovecha ir a la iglesia, contribuir con mi dinero, sacrificar mi comodidad y perder el tiempo? Más valor tiene para mí quedarme en casa y aprovechar el tiempo para aumentar mis ingresos, o descansar de la tarea de la semana.” Cree que está empleando bien su vida, si la aprovecha para su progreso material, y cree que está perdiendo el tiempo que dedica a buscar la santidad. Mas perderá su vida. La perderá tarde o temprano, y si muere sin haber alcanzado la paz de Dios por la fe en Cristo,
perderá también su alma, pues el que no cree, será condenado. Si cuesta mucho el ser creyente, más cuesta el no serlo, porque el impío pierde esta vida y la venidera; “la piedad empero para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera.” (1 Timoteo 4:8.)
Esta santificación es el triunfo de la cruz, en el creyente. Al considerar cómo Jesús aceleraba su obra, aunque ésta significaba su Pasión y muerte, el creyente es impulsado a llevar sobre sí su cruz. Y al pensar en el indecible dolor en cuerpo y alma que sufrió Jesús para pagar nuestras transgresiones, el creyente es impulsado para sacrificar su carne con todas las concupiscencias y malos deseos.

Si se aleja la cruz de la religión cristiana, ésta quedaría reducida a una suma de preceptos morales, como es el caso en las religiones paganas, a las que el diablo usa para que sus adictos no acepten la cruz.

Sin la cruz el hombre pecador no puede entrar en comunión con Dios. Mas ella es el medio de reconciliar el amor de Dios con su santidad. Con ella se quita la pared que separa al hombre de Dios. Por eso dice Jesús: “Y yo”, el Hijo de Dios, capaz de vencer el pecado, la muerte y el diablo, el Hijo del hombre, capaz de sufrir y morir para pagar el castigo como substituto de todos los hombres, levantado de la tierra a la cruz y de la cruz al cielo, “a todos atraeré a mí mismo.” Éste es el triunfo de la cruz.

Es por el Evangelio de la cruz que Dios realmente es glorificado. Puede haber mucha actividad en una iglesia, puede tener mucho éxito aparente un pastor, pero la conversión del pecador se consigue únicamente por medio del mensaje de la cruz. Los hombres fácilmente pueden cansarse de oír hablar aun a grandes oradores sobre hombres famosos, pero jamás se cansará el mundo de oír el mensaje de la cruz, aunque ese mensaje sea presentado con humildad, porque en él está el Espíritu Santo, que toca el corazón.

Aprovechemos pues este tiempo de Cuaresma para buscar a Jesús donde, según su propia promesa, podemos encontrarle, a saber: en su Palabra, la que se debe escudriñar; donde es la voluntad de Dios salvar al pecador mediante la insensatez de la predicación (1 Corintios 1:21); en su Santa Cena, donde Jesús mismo explica el misterio de la cruz, declarando que su cuerpo fue dado y su sangre derramada para la remisión de los pecados.

Y el Señor bendiga su Palabra para que la cruz triunfe en nosotros y se cumpla en nosotros la siguiente promesa de nuestro texto: “En donde yo estoy, allí también estará mi servidor.” Amén.

J. Felahuer.

Adaptado por Pastor Gustavo Lavia.