domingo, 31 de mayo de 2009

Domingo de Pentecostés.

d las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“La Iglesia Cristiana es una Institución Divina”
Textos del Día:
Primera lección: Ezequiel 37:1-14
La Epístola: Hechos 2:2-21
El Evangelio: Juan 15:26-27, 16:4b-15

EVANGELIO DEL DIA

Hechos 2:2-21 2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. 5 Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6 Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7 Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8 ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9 Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10 en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13 Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto. 14 Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. 15 Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. 16 Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 17 Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; 18 Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. 19 Y daré prodigios arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo; 20 El sol se convertirá en tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto; 21 Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.



Sermón
“Creo en la Santa Iglesia Cristiana, la comunión de los santos” es una de las declaraciones claras y definidas del Credo Apostólico. La Iglesia Cristiana incluye a todos los creyentes en la tierra. Sólo mediante la fe en Cristo puede hacerse santa una persona. Y sólo así puede pertenecer a la comunión de los santos, la congregación de personas santas. La Iglesia está compuesta de personas que de por sí no son santas, sino que se han hecho santas porque sus pecados han sido lavados por la preciosa sangre de Jesucristo.
Se ha mencionado esto porque queremos considerar hoy el nacimiento de la Iglesia. Cuando Jesús estaba por subir a los cielos, cuarenta días antes de Pentecostés, dijo a sus discípulos que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen el cumplimiento de la promesa del Padre. Ésta era la gran promesa del bautismo con el Espíritu Santo. El Señor agregó: “Cuando venga el Espíritu Santo sobre vosotros, recibiréis poder, y seréis mis testigos”. El día de Pentecostés es el día que Dios había escogido para el cumplimiento de esa promesa. Con el derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos empezó la obra de la edificación de la Iglesia Cristiana como templo de Dios. Desde su mero comienzo sabemos que es verdaderamente obra de la mano de Dios. Él la comenzó y Él la ha conservado hasta el día de hoy. Que el Espíritu de Dios nos guíe mientras meditamos sobre el siguiente pensamiento:
La Iglesia Cristiana Es Institución de Dios
1. Tuvo un comienzo milagroso;
2. Tuvo un efecto maravilloso.
Dios siempre sabe escoger el momento oportuno para realizar sus poderosas obras. Durante la fiesta de Pentecostés mucha gente acudía a Jerusalén.
Pentecostés era una de las grandes fiestas del calendario eclesiástico judío. Esto quería decir que por lo menos todos los varones que eran miembros de la iglesia se reunían en Jerusalén en esa fecha para participar en la fiesta. Dios había escogido ese día como ocasión para cumplir la gran promesa que había hecho a sus discípulos. Jesús, que había puesto el fundamento de la Iglesia Cristiana mediante su Pasión y muerte y había subido a los cielos para entrar otra vez en el uso completo de su majestad y gloria, ya estaba pronto a cumplir la promesa que había hecho a los discípulos. Ya que Él les había hablado sobre esa promesa, ellos no ignoraban el hecho de que algo extraordinario iba a suceder, aunque no sabían el tiempo exacto. Sabían que el Espíritu Santo vendría sobre ellos, pero no sabían cuándo ni cómo acontecería. Día tras día esperaban con ansias el acontecimiento, pues Jesús les había dicho que sucedería “no muchos días después”. En la mañana de Pentecostés estaban listos para la celebración de aquella importante fiesta. Se nos dice que “estaban todos unánimes juntos”, es decir, que estaban todos juntos en un mismo lugar.
Súbitamente empezó a realizarse el milagro. La tranquilidad de la mañana fue interrumpida inesperadamente por un sonido que procedía del cielo; un sonido como de viento que soplaba con ímpetu. El cielo empero no dada señales de tiempo borrascoso. Mas el sonido como de viento que soplaba con ímpetu fue oído claramente por todos los habitantes de Jerusalén. Sabían que procedía del cielo. También sabían a qué lugar iba. Llenó toda la casa donde estaban sentados los discípulos. Todo esto fue muy extraordinario. Parecía como una gran tormenta y sin embargo no causaba estrago alguno. Aun la casa donde se concentraba el sonido no daba ninguna señal de averías.
Este acontecimiento extraño atrajo a la multitud. Al mirar a los discípulos, observaron que sobre cada uno de ellos se asentaban lenguas, como de fuego. Había fuego, pero no quemaba ni consumía nada. La llama ni siquiera chamuscaba los cabellos de la cabeza de los discípulos.
Realmente, se podía observar que todo era un milagro celestial. Quizás haya algunos en la actualidad que se burlen del milagro que se relata en este texto. Quizás no les sea posible creer que pueda haber el sonido del viento sin que haya viento, o que haya una flama que no queme.
No importa lo que se diga acerca del milagro; sabemos que la multitud que allí se reunió no podía negarlo. Todos estaban atónitos y perplejos, diciéndose el uno al otro: “¿Qué quiere decir esto?”
Los fenómenos que se observaban eran simplemente circunstancias que acompañaban al milagro que se estaba realizando. En tanto que sucedía todo esto, todos los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo. Esto no quiere decir que nunca habían recibido el Espíritu Santo, pues sin Él jamás hubieran podido hacerse discípulos. Además, sabemos que el domingo de Pascua por la noche, cuando Jesús les apareció, les dijo Él: “Recibid el Espíritu Santo”. Esto quiere decir empero que recibieron el Espíritu Santo en mayor medida y que por medio de Él habían conocido más a fondo la verdad y habían obtenido mayor poder, aun el poder de obrar milagros.
El efecto de todo esto fue al instante, también a la multitud. Estos hombres, a quienes los judíos conocían como cobardes que habían huido cuando Cristo fue aprehendido en el huerto de Getsemaní; estos hombres, que repetidas veces se habían reunido tras puertas cerradas porque temían a los judíos, repentinamente tuvieron gran valor y empezaron a predicar con sorprendente osadía. Pero esto no fue todo. Afrontaron al pueblo con la misma clase de predicación que había llevado a Cristo a la muerte. No anduvieron con rodeos, sino que se dirigieron a aquella muchedumbre con palabras que no daban cabida a duda. Les dijeron que habían cometido un gran crimen, cuando por manos de inicuos prendieron a Cristo y le crucificaron. Nos maravillamos de este valor. Nos sorprende el cambio repentino de la cobardía al valor. Pero en realidad nada de esto debe sorprendernos. Todo es prueba adicional del hecho de que Dios estaba obrando un milagro para establecer su Iglesia y que la Iglesia Cristiana es indudablemente obra de la mano de Dios.
La multitud también pudo observar en aquella ocasión otra cosa extraordinaria: aquellos discípulos aparentemente incultos, muchos de los cuales habían sido pescadores galileos, de repente empezaron a hablar en diferentes lenguas; lenguas que jamás habían estudiado o aprendido; aún más, lenguas que desconocían por completo. Y lo que hablaban no eran meros chapúrreos o meros sonidos guturales que nadie podía entender y que actualmente hay quienes quieren pasarlos por don de lenguas. No; los discípulos estaban hablando y predicando en lenguas que los oyentes podían entender con la mayor claridad. Es verdad que algunos se burlaban y decían que los discípulos estaban ebrios. Sin embargo, otros decían con la mayor franqueza: “¿Cómo, pues, oímos cada uno de nosotros hablar en la lengua en que hemos nacido?” Y otra vez: “Los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.” No cabe duda de que Dios concedió a los discípulos el uso de aquellas lenguas que eran necesarias en aquella ocasión para promulgar el mensaje de la crucifixión y la muerte y la resurrección de Cristo, y mostrar la culpabilidad de los que habían pedido la muerte del Mesías y le habían llevado al madero del Calvario, y por fin recalcar el gran perdón de Dios para con los pecadores.
A veces se pregunta por qué en la actualidad todos esos milagros no acompañan a la predicación del Evangelio. Precisa recordar empero que el Señor en aquel primer día de Pentecostés quería establecer su Iglesia. La pequeña congregación en Jerusalén afrontaba la más acérrima oposición. Pero ya los cristianos debían promulgar las mismas verdades que Cristo había promulgado; el mismo Salvador; el mismo camino de la salvación. Ya debían acusar a los pecadores de haber crucificado a Cristo. Ya debían proclamar la resurrección de Cristo. Es verdad que nada de esto tenía la aprobación de los jefes religiosos de aquel tiempo. Y debemos recordar que aquellos jefes religiosos eran capaces de influir en la multitud e incitarla a la oposición. También precisa recordar que los paganos, a quienes la Iglesia debía ir con el mensaje del Evangelio, estaban saturados de la idolatría y era de esperarse que se opusieran a una doctrina que condenaba sus ídolos y enseñaba que la salvación eterna se podía obtener sólo mediante la fe en Cristo. La Iglesia tenía, pues, que mostrar las más convincentes credenciales para establecerse en medio de tan acerba oposición. Es por esta razón que el Señor Jesús, que había venido a establecer su Iglesia, equipó a los discípulos con maravillosas credenciales. Aun los peores enemigos tenían que admitir que aquella obra era de Dios y no de hombres. Nunca jamás había sucedido cosa tal. Desde su mero comienzo la Iglesia llevaba el sello de que era una institución divina. En la actualidad esto es un hecho establecido y que ya no necesita credenciales. Dondequiera que existe la predicación a la manera del primer Pentecostés tenemos la Palabra de poder, la Palabra del poder de Dios, y ésta jamás ha perdido su efecto. Si en la predicación siempre se recalcan las verdades de la Palabra de Dios, no se necesitarán credenciales.
II Desde su mero comienzo esta institución de Dios, la Iglesia Cristiana, tuvo un efecto maravilloso.
Dios reunió a la multitud. La había llamado a escuchar la primera predicación de la Iglesia del Nuevo Testamento. A todos les fue dada la oportunidad de observar las maravillosas obras de Dios promulgadas con la mayor intrepidez. Se nos ha relatado lo más substancial de la predicación de aquel día; en particular, el resumen del sermón predicado por Simón Pedro a aquella multitud es ya un asunto de la narración bíblica. Nos impresiona grandemente la claridad y el poder de aquella predicación. También nos impresiona grandemente la maravillosa capacidad con que el Espíritu Santo dotó a Simón Pedro para promulgar las verdades divinas.
Ese primer sermón merece ser estudiado detenidamente. Revela que aquellos hombres, sobre quienes reposaba el Espíritu de Dios, sabían presentar magistralmente las verdades de Dios a oyentes de diferentes lugares. Se observará que hicieron referencia a profecías que los judíos conocían muy bien y que profesaban como parte de su fe. Aquellas profecías eran una promesa clara y definida de lo que precisamente estaban presenciando ellos en aquel momento. Además, el sermón condenaba directamente a los que habían sido culpables de la crucifixión del Hijo unigénito de Dios. No andaba con efugios para disimular la verdad. Los calificaba de culpables ante Dios. Pero también contenía la oferta del perdón, pues Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos según lo que había profetizado David. A ese Jesús, a quien ellos habían crucificado, Dios le había hecho Señor y Cristo.
Aquel poderoso sermón hirió en lo vivo a la multitud. El historiador sagrado describe así el efecto del sermón en los oyentes: “Al oír esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” Esto proporcionó a los apóstoles la oportunidad de proclamar el retumbante llamamiento al arrepentimiento; de ofrecerles la salvación que Cristo habla consumado; de llamarlos al bautismo para la remisión de los pecados.
¡Era una situación verdaderamente extraordinaria! Los enemigos se estremecen y tiemblan y preguntan a aquellos humildes predicadores qué deben hacer. Tres mil almas se arrepintieron y fueron bautizados. ¡Verdaderamente maravilloso fue aquel, comienzo!
Por supuesto, hubo algunos que se burlaron; hubo algunos que obstinadamente rehusaron entregarse a la obra del Espíritu Santo. No se arrepintieron. Siempre habrá algunos que se opondrán a las verdades divinas. Dondequiera que se predica la Palabra de Dios en su verdad y pureza, no sólo ganará ésta almas para Cristo, sino que también extraerá el fuego de la burla. Así como en aquella ocasión hubo quienes dijeron: “Estos hombres están llenos de mosto”, asimismo en la actualidad muchos llaman insensatez a la predicación del Evangelio. Esto no es culpa del Evangelio, sino de la corrupción y hostilidad humanas. La predicación del Evangelio divide a la humanidad en dos grupos: los que la aceptan y la creen, y los que la menosprecian. Es lo uno o lo otro; es esto o aquello. No nos sorprende, pues, el que los incrédulos se opongan a la predicación del Evangelio.
Hay algo más que merece ser observado. El hecho de que en aquella multitud había representantes de diferentes naciones muestra que la Iglesia tuvo un efecto maravilloso en su mero comienzo. El escritor sagrado menciona más de quince diferentes nacionalidades y lenguas.
Aquellos hombres oyeron las verdades de Dios promulgadas en la lengua en que hablan nacido. Muchos de ellos, verdaderamente convertidos, volvieron a su tierra y se hicieron embajadores de Cristo. Ya que ellos mismos habían sido convertidos, reunían los requisitos necesarios para ser misioneros en su propia tierra. Esto es prueba adicional de que Dios escogió un día apropiado para enviar su Espíritu Santo sobre sus discípulos. Fue oportuno el tiempo para establecer la Iglesia. Proporcionó crecimiento rápido a la Iglesia Cristiana. El regreso de aquellos hombres a su propia tierra y el hacerse testigos de Cristo contribuyeron a la obra efectiva de la Iglesia Cristiana en el mundo. Cuando más tarde los apóstoles llegaron a esos lugares, hallaron personas que ya creían en Cristo.
Razón tenemos, pues, para dar gracias a Dios por haber establecido su Iglesia de una manera tan maravillosa. Nosotros tenemos ahora el privilegio de ser miembros de esa Iglesia. El Espíritu Santo ha obrado la fe en nuestros corazones mediante el Evangelio de Jesucristo. Al igual que los miembros de la Iglesia primitiva, agradezcamos sinceramente esta bendición divina. Sigamos también el ejemplo de ellos y llevemos el Evangelio a todos los confines de la tierra. Y así, por medio del Espíritu Santo, muchos serán añadidos diariamente a la Iglesia Cristiana, la comunión de los santos. Amén.
J. W. B.

domingo, 24 de mayo de 2009

7º Domingo de Pascua.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Unidos en Cristo, proclamamos fielmente”

Textos del Día:

Primera lección: Hechos 1:15-26

La Epístola: 1 Juan 4:13-21

El Evangelio: Juan 17:11-20

Juan 17:11-20 17:11 Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. 17:12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. 17:13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. 17:14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.17:15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 17:16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17:17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 17:18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. 17:19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. 17:20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,

Sermón

Cristo no está en el mundo

Ante de afrontar la muerte en la cruz, Jesús se detiene a orar pues sabe que partirá de este mundo. La resurrección de Cristo en cuerpo glorificado hace que el Señor ya no esté en este mundo en la manera y forma que lo estuvo con sus primeros discípulos. Esto no debemos confundirlo con la presencia de Cristo entre nosotros. Él abandonó, en su glorificación, el espacio físico que ocupaba en términos humanos, pero aún está con nosotros así como lo prometió: “donde haya dos o tres reunidos en mi nombre allí estaré”, “por mi parte yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Cristo está presente en su pueblo a través del Bautismo, donde “somos revestidos de Cristo”, en la Santa Cena donde realmente comemos y bebemos su cuerpo y sangre bajo el pan y el vino, y está presente dónde la Palabra es anunciada. Jesús es el “Emmanuel”, el Dios con nosotros.

Cristo ora porque su presencia sería distinta a partir de la resurrección y esto podría asustar y desconcertar a sus discípulos. El Señor prevé todo y antes de emprender el camino a la cruz tiene fuerzas y piensa en los que dejaría aquí en la tierra. ¡que maravilloso Cristo! Piensa en todos los detalles necesarios que atañen a nuestra vida. Y como el Señor no tiene intención de sacarlos de momento de este mundo, necesita que sean guardados, protegidos, y que tengan gozo aún en medio de los problemas y sufrimientos que les sobrevendrían para realizar la tarea que se les encomienda.

Cristo se presenta en oración al Padre

¿Por qué oraba Cristo al Padre?

¿Por qué busca la voluntad del Padre en la oración y no hace lo que quiere? La unidad de Dios es indiscutible. Son tres personas y un solo Dios. No hay mentiras ni engaños, ni rivalidad, ni contradicción en Dios. Lo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desean es exactamente lo mismo. Sin embargo el Dios hecho hombre renuncio a su gloria, como dice Filipenses 2, para hacerse obediente hasta la cruz y cumplir perfectamente la voluntad del Padre. Por lo tanto se sometió incluso en oración. Cristo era igual en todo a nosotros pero sin pecado, y por eso en el Getsemaní enfrenta un momento mucho más difícil que el nuestro a la hora de enfrentar la muerte, ya que nosotros merecemos morir aunque no queremos, sin embargo Cristo no había hecho nada que mereciese ese castigo, y en su muerte asumiría todo el peso de la ira de Dios sobre él. Por lo tanto ora apelando a que se haga la voluntad de su Padre. ¿Cuánto más nosotros deberíamos buscar la voluntad de Dios y no la nuestra?

Cristo hizo todo lo que estaba escrito “para que se cumpliese la escritura”, a fin de cumplir la perfecta voluntad del Padre, por la cual él se había hecho hombre. Por lo tanto entre Cristo y el Padre no hay diferencia de pensamiento o voluntad, Cristo ha venido a hacer la voluntad del Padre.

¿Por quien ora Cristo?

En esta ocasión el Señor intercede por sus discípulos. Ellos son los que el Padre le dio, y a los cuales le fue revelado el “nombre de Dios”, es decir a Dios mismo. A estos discípulo guardó Cristo mientras estuvo caminando a su lado, pues ellos fueron escogidos para propagar la verdad de Dios. Estos discípulos recibirían poder de lo alto, el Espíritu Santo, quien los inspiraría para escribir la Palabra, la cual Dios conservaría en las escrituras del Nuevo Testamento para que nosotros podamos hoy conocer la verdad que nos hace libres y ser también discípulos del Señor. Por lo tanto la oración de Cristo se proyecta hasta nosotros y aún hasta el fin del mundo al decir: “Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (vrs. 20)

¿Para qué ora Cristo por sus discípulos?

Jesús en su omnisciencia sabe de los peligros a los que se enfrentarán sus discípulos. Satanás como un león rugiente andará buscando a quien devorar. Habrá sectores no cristianos de la sociedad que se opondrán abiertamente al cristianismo. Sufrirán persecución. Habrá intento de divisiones en el seno de la iglesia por falsos profetas que intentaran introducir falsas doctrinas. Y como si no fuera poco habrá apostasías como la de Judas. Todo esta presión y dificultad pronto desanimaría a cualquiera. Pero el plan de Dios incluye a estos discípulos para realizar su obra y por eso ahora los vuelve a encomendar al cuidado y protección del Padre para que él los guarde en la unidad. El Señor intercede para que estén unidos, para que sean uno en él, bajo el nombre de Dios y la verdad de su Palabra. ¡Que Dios nos guarde también a nosotros!

El gozo aún en la aflicción

Vista la difícil situación que les espera a los discípulos, poco lugar podrían encontrar para el gozo humano. Sin embargo ni la persecución, ni la apostasía pueden ser un obstáculo para vivir en el gozo de Cristo. El gozo de Cristo está en cumplir la voluntad del Padre al desarrollar su obra de amor en beneficio del ser humano caído en pecado. Los seguidores de Cristo vivimos en su gozo cuando disfrutamos de su obra de perdón y somos consagrados a la misión que Jesús nos ha encomendado, ya que ahí encontramos sentido para nuestra permanencia en este mundo. El gozo es uno de los nueve frutos que produce el Espíritu Santo en la vida de los creyentes. Es el mismo gozo que vivió Cristo al realizar la obra de amor y misericordia. Es el gozo de la fe que permanece en la adversidad. Y Cristo oró “para que tengan mi gozo completo en sí mismos” (13)

La Palabra de verdad en la que son santificados

Cristo conserva a estos 11 discípulos iniciales. La santificación es la separación que Dios hace de algo para una tarea especial. Dios, por medio de su Palabra de verdad los saca de la ignorancia y la mentira para darles vida en Cristo al hacerles conocer la obra redentora. Conocer la verdad los hace libres y por lo tanto están separados de aquella esclavitud que los mantenía cautivos. Cristo pide al Padre que los conserve en esta palabra de verdad, pues así como Cristo fue enviado al mundo para realizar la obra del Padre, ellos ahora son enviados también al mundo para predicar esta palabra de verdad que trae libertad.

No somos del mundo

La palabra mundo tiene dos connotaciones distintas en la Palabra de Dios. Una se refiere a la creación de Dios en general y abarca a todos los seres humanos del mundo a lo largo de la historia de la humanidad. De este mundo habla Dios en Juan 3:16. Dios ama a sus criaturas. Pero también la palabra “mundo” es aplicada al sistema de autoridad y poder que está bajo el control del príncipe de maldad que es Satanás. Y en este sentido se nos habla en Juan 17. Los cristianos ya no pertenecen a este régimen, porque fueron “santificados” por Cristo, apartados de ahí, para vivir bajo su gobierno y autoridad.

“Jesús no los saca del mundo porque tiene una tarea para ellos”

Pero Jesús no saca a sus discípulos del mundo ¿Qué significa esto? No somos, pero estamos.
Convivimos con un reino de maldad, pero no pertenecemos al él. No porque no sigamos haciendo el mal, que también lo hacemos, sino porque Cristo es nuestra justificación y nuestra santificación.

A su vez Cristo declara que no pertenecemos a esta forma de existencia para siempre ya que es temporal. Estamos de paso, somos peregrinos. Pues nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos.

Todo ser humano es creación de Dios y humanamente no hay diferencia. Y todos nacemos bajo la misma condición humana: “lo que nace de la carne carnes es”. Y “no hay diferencia por cuanto todos pecaron”. Sin embargo Dios nos ha hecho “nacer de nuevo” y esto es por el agua y el espíritu y por su palabra. Nos ha dado la fe por la cual nos apropiamos del perdón que Cristo logro para todo ser humano al morir en la cruz. Cristo nos liberó de las cadenas del pecado, la muerte, el diablo y el mundo. Ahora le pertenecemos a él. Él nos compró con su sangre. No somos más propiedad de este mundo corrupto. Aunque estamos en el mundo y sufrimos la corrupción y generamos corrupción. No debemos perder de vista jamás, que aún estamos en la carne. Nuestra naturaleza pecadora sigue luchando contra el espíritu. Por eso Cristo pide que Dios nos guarde.

No debemos olvidar de dónde venimos. En el versículo 6 dice “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu Palabra”.

Todos pertenecemos al mundo, y es de ahí de donde Dios nos saca y no por mérito propio o porque Dios haya visto algo bueno en nosotros sino por gracias. Por lo tanto el mundo es el lugar de dónde Dios llama a las personas y les da la fe. Jesús lo dejó claro al decir que “no ha venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Por lo tanto cuando nos referimos al mundo no debemos hacerlo despectivamente, pues Dios no lo ha hecho así. Las personas “del mundo” o que no son cristianas, son creación de Dios a la cual él ama y desea salvar. Y es de ahí donde llama y da nueva vida. Nosotros estamos en este mundo para ser instrumentos para este propósito de Dios.

La iglesia de Cristo está aquí y estará hasta el fin para ser sal y luz de este mundo.
No es que no somos de este mundo por ser mejores que los demás, es porque Cristo es quién nos ha dado vida cuando nosotros estábamos muertos. Por lo tanto no hay jactancia, ni vanagloria. No podemos mirar despectivamente ni con superioridad a quienes no creen en Cristo, sino imitar a Cristo y ponernos como siervos al servicio de la voluntad de Dios, la cual es que todos vengan al conocimiento de la verdad. Dios quiere obrar fe por la “locura de la predicación”, porque Dios amó al mundo, a tal punto que envió a su hijo a morir. Cristo no vino en aquella ocasión a condenar al mundo, sino a salvarlo.

Modelo de unidad

Cristo ora al Padre para que sus discípulos estén unidos. Él retornaba al Padre y esto podría traer disensiones que terminen en divisiones. El Señor sabe que permanecer en la unidad es un camino difícil lleno de trabas humanas y diabólicas. A Causa de nuestro pecado, egoísmo, orgullo, etc deseamos imponer nuestra voluntad. Aún siendo discípulos de Cristo tenemos nuestros desacuerdos. Por eso es imprescindible saber que significa la unidad que Cristo desea para nosotros y dónde se da. Así podremos trabajar en ella y por ella.

Nuestro corazón desea la unidad al igual que Cristo y acudimos al igual que él en oración para que Dios “nos guarde en su nombre” para que seamos “uno”. Pero ¿en qué debemos ser uno?

¿Qué es ser uno? Cristo nos lo aclara: el modelo de esta unidad debe basarse en la unidad que hay entre el Padre y el Hijo. Es decir que sean “uno, así como nosotros”. El modelo de unidad por el cual ora Cristo es la unidad que hay en Dios mismo. Y en Dios Trino hay un acuerdo perfecto de voluntades puesto de manifiesto en la Palabra de verdad.

Los cristianos debemos desear, pedir y buscar como Cristo la unidad. Sabemos que en una casa dividida hay peligros de ruptura. Pero la unidad debe ser al estilo del Padre con el Hijo. La unidad se da en la voluntad de Dios declarada en su Palabra. Si hay desigualdad doctrinal, debemos cuidarnos de no forzar la fidelidad a la palabra en nombre del la unión, pues el fundamento de la unión es la Palabra de Dios. En ocasiones es fácil confundir el deseo de unidad con el unionismo a costa de cualquier cosa. Cristo ora para que Dios nos guarde en la unidad que él había dado a sus discípulos. “han guardado tu palabra” (6), “porque las palabras que me diste les he dado” (8) ”yo les he dado tu palabra” (14) “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (17).

No podemos buscar y trabajar sobre la unidad en cosas periféricas. ¿en que basamos nosotros la unidad?

La Palabra de Dios es verdad. Y no hay contradicción en ella. Eso nos da plena seguridad. Pero no hay que perder de vista que esa palabra de verdad es justamente la que Satanás intenta distorsionar, anular o contradecir en nuestras mentes y corazones como lo hizo con Adán y Eva. ¡Que Dios nos guarde!

Estamos en el mundo
Tenemos una misión.
En ocasiones los cristianos agrupados en congregaciones perdemos el rumbo y nos desorientamos. Perdemos valioso tiempo, esfuerzo, recursos en cosas ajenas a la Palabra de Dios. Cuando no tenemos claro lo que creemos ni lo que tenemos que hacer quedamos “ociosos de espíritu”. Inventamos leyes para aplicar a los demás, nos peleamos, etc. Buscamos caminos de “santificación” haciendo cosas y más cosas que no sirven para nada. Nos aislamos del “mundo” para “no contaminarnos” y creemos que eso es “santificación”. Pero lejos de esto está la santificación de la que habla Cristo, pues él declara que el acto de santificar pertenece a Dios, quien es el que nos santifica. Esto es: nos aparta para un trabajo especial y distinto. Este trabajo se da en este mundo hostil y por lo tanto no nos quita de aquí. Su iglesia debe permanecer fiel en este mundo y no distraerse con tonterías porque su misión requiere tener claro quien es y para qué está. La Palabra de verdad es la fuente de nuestra santificación. Cristo dice “santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad”. La palabra es la fuente que usa el Espíritu Santo para llevarnos “a toda verdad”. Por la fe que se nos ha dado ya hemos sido santificados, consagrados, hechos nuevas criaturas en Cristo y permanecemos en este mundo para anunciar la Buna Noticia. Los miembros de la iglesia de Cristo nos vamos relevando en el tiempo. Nos vamos pasando la posta, que es la Palabra de verdad, de generación en generación para que siempre se predique la obra de Jesús.

Cristo ha orado por ti y por los que vendrán

En esta oración que el Señor eleva a Padre estabas incluido tu y yo. Somos los que “hemos creído por la palabra anunciada por los primeros discípulos”. ¡Que bendita perspectiva! Es hermoso saberse ya previsto y parte de aquella oración que Cristo hizo. Pero la historia de la salvación no termina en ti, cuando el Señor te ha dado la fe, sino que se extiende en este tiempo de gracia a los que creerán. ¿Quiénes son? Pues ni tu ni yo lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que Dios sigue obrando fe por la predicación de su Palabra. Y para ello envía su Espíritu Santo. El próximo domingo es día de Pentecostés, y nos preparamos para profundizar en la obra que el Espíritu hace en nosotros día a día. ¡Que Dios nos guarde!
Pastor Walter Ralli

lunes, 18 de mayo de 2009

6º Domingo después de Resurrección.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Escogidos por Dios”

Textos del Día:

Primera lección: Hechos 10:34-48

La Epístola: 1 Juan 5:1-8

EVANGELIO DEL DIA

Juan 15:9-17 9 Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. 12 Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. 13 Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. 16 No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. 17 Esto os mando: Que os améis unos a otros..


Sermón

“¿Ah, trabajas en eso? Cada vez son menos ¿No?”. “No te ofendas, pero yo no creo en esas cosas, me parecen totalmente ridículas y pasadas de moda”. “Para mi son todos iguales, a todos les
interesa el dinero y lavarte la cabeza para que sigas fielmente las doctrinas que enseñan”. “Yo no creo, no porque no quiera, sino porque dentro de la iglesia hay muchísimos hipócritas”.

Estas son algunas de las frases con que me he encontrado últimamente, no solo por decir que soy pastor de una Iglesia, sino simplemente al decir que soy cristiano. Sin duda que en esta sociedad, que no solo es postmoderna, sino que además es postcristiana, tú y yo somos una raza extraña, aparentemente en extinción, más propios de un museo, si es que aún no se consideran a los edificios eclesiásticos como tales, a gente común y corriente que anda por la vida.

Por otro lado, aquellos que tienen inquietudes espirituales no tienen mucha idea de religiones.

Una persona al verme con un alza cuello me preguntó si era un pastor Pentecostal. Otra quiso saber a qué sector del catolicismo pertenecíamos ya que me había visto con el alza cuello. Sin mencionar a quienes preguntan si los luteranos somos cristianos o somos alguna nueva religión que ha surgido ahora o tenemos algo que ver con la cienciología.

El otro día encontré una frase que me ha hecho pensar en todo esto, una persona dijo “es un lujo ser comprendido”. Incluso dentro del mundo evangélico somos vistos de manera rara. Es así que creo que como luteranos, no podemos dejarnos encasillar y creer que somos “una raza extraña”, antes que vernos como bichos raros en este mundo y recluirnos en lo que se piensa de nosotros, lo más importante es saber quiénes somos. Ante esta sociedad que exige respuestas de todo, es necesario saber porqué somos cristianos y cuál es la confesión de fe específica que nos identifica.

Que por ejemplo NO enseñamos que los luteranos somos los únicos que van a heredar el cielo. De hecho, consideramos que cualquier iglesia que se crea que es el único camino al cielo está divulgando y sosteniendo una gran mentira. Y que SI sostenemos que dondequiera que la Palabra de Dios es leía, oída o proclamada, allí Dios puede tener personas, de hecho lo hace, que integran su Iglesia.

Entonces ¿Qué nos hace distintos a las otras religiones? Brevemente, aunque parezca reiterativo y no se vean diferencias sustanciales con el resto de los protestantes, nosotros enseñamos que somos salvos por la sola gracia de Dios a través de la fe en Cristo, quien ha pagado completamente por todos nuestros pecados y los del mundo entero en la cruz. Ésta es una doctrina central en la Biblia. Al mismo tiempo, puede sonar similar a los católicos romanos, enseñamos que los Sacramentos son los medios de gracia por los cuales el Señor nos da el perdón completo y total de todos nuestros pecados y nos reafirma en la fe. Ésta, también, es una doctrina Bíblica.

Crea en estas dos enseñanzas y no estará lejos de ser luterano, pero si estará distante de los otros cristianos que estén a su alrededor. Algunos se plantean que estas diferencias doctrinales deberían ser minimizadas, desestimadas e incluso ignoradas en pro de la unión entre las religiones. En ocasiones uno se pregunta, si esto que Dios nos ha dado de pertenecer a una iglesia que tiene sus creencias escritas es una gran bendición.

Considero que esto de tener un cuerpo doctrinal escrito es una gran tranquilidad para ti y para mí y a pesar de que muchos lo nieguen, todas las religiones tienen sus doctrinas, sean escritas o verbales, incluso aquellos que dicen vivir su religión de manera individual.

A diario estamos expuestos a muchos tipos de inseguridades, temores y desilusiones. En esto cada uno tiene su propia experiencia. Últimamente parece que los virus están de moda, y no me refiero solo a los que atacan los ordenadores, sino no nos llegan por medio de las vacas locas, vienen volando con la gripe aviar y sino también llegan volando de México pero esta vez tiene el nombre de gripe porcina. Si salimos de viaje, tener un accidente en la carretera o cualquier incidente. Si trabajas, está la tensión de perder el empleo. Los jóvenes están preocupados por su aspecto general, no quedar fuera de la moda, tener algo de popularidad. Si bien la crisis económica ha frenado los divorcios, pero no quita que en casa haya problemas, peleas y tensiones constantes, agresiones. Sabemos de la soledad, aunque estemos rodeados de personas, nuestro interior muchas veces experimenta ese vacío de tener a alguien con quien compartir los vaivenes de la vida. Ni que hablar de llegar a fin de mes y las deudas que nos crispan los nervios y nos quitan el sueño.

A todos estos motivos seguramente podrá agregar con facilidad muchos más a esta la lista. Es así que en apariencia nuestras vidas no son muy distintas a la de quienes nos rodean y no creen en Dios. Ya al salmista sus enemigos y escarnecedores le hacían una pregunta que más de uno habrá recibido: “¿Dónde está Tu Dios?” Salmo 42.10. Con la presión de esta pregunta por parte de quienes nos rodena o incluso sin ella nuestro viejo hombre fácilmente hará que nos preguntemos: “Con todos estos problemas, ¿será que realmente Dios me ama? ¿Cómo puedo estar seguro de su compañía y amor?”

¿Qué os parece?

Las deudas, las enfermedades, los problemas familiares, la adolescencia, las dudas, los amores no correspondidos, las frustraciones, los desengaños, el futuro incierto, lo que dicen u opinan de nosotros. Lamentablemente nada de esto nos ayuda, sino que nos expone ante el resto de la humanidad y hace que seamos cuestionados sobre la fe que tenemos, la esperanza que abrigamos de que Dios es nuestro socorro. Sin duda estas situaciones pueden conducirnos a una crisis espiritual: “si Dios me ama, ¿por qué me pasa lo que me pasa?” O “todos saben que soy cristiano, pero continúo haciendo cosas tontas por medio de las cuales las personas ponen en duda la veracidad de mi fe, y me pregunto si en realidad soy cristiano. ¿Qué decir o creer en estos casos?

Si oyes las voces populares o incluso a tu voz interior, la respuesta será algo como esto: “Tu puedes tener la seguridad de que eres un cristiano al que Dios ama si aceptas a Jesús como tu Salvador y Señor. Si has tomado esta decisión hacia él, puedes estar totalmente seguro de que Dios te ama”. Estas palabras suenan muy bien, hasta podrías recibir textos bíblicos que afirmen que así debe ser, pero creo que hay que tener cuidado con esta afirmación. Porque tarde o temprano, vas a fallar y cometer algún pecado, porque el viejo hombre que llevamos dentro no va a dejar de trabajar en nosotros a fin de que caigamos en pecado. Allí es cuando nos llevará a pensar: “¿Porqué es que hago estas cosas? Pensé que había aceptado a Jesús, pero ahora veo que no, porque lo he rechazado al pecar. ¿Será que lo he aceptado realmente? ¿Fui totalmente sincero en mi decisión, o solo fue un sentimiento momentáneo por miedo a ser castigado?”. Si perseveramos en esta manera de pensar y creer lo más razonable que se nos dirá será algo como: “Bueno, debes aceptar a Jesús otra vez. De esta manera podrás estar seguro de tu fe. Pero esta vez ten cuidado de esta totalmente seguro”.

Esto se convertirá en un círculo vicioso: porque toda persona que base su relación con Dios por medio de su “aceptar a Jesús”, andará bien para algunos días. Luego volverá a cometer algún pecado y nuevamente determinará que no ha aceptado a Jesús lo suficiente como para mantenerse fiel a su Señor. Así que tendrá que tomar una y otra vez esta decisión. Porque pecará una y otra vez contra Dios. Es así que muchos viven en un péndulo espiritual, preguntándose constantemente si tiene realmente lo que se necesita para ser un cristiano verdadero o peligrosamente intentando negar sus pecados y malas inclinaciones. Este problema se sumará a todos los demás problemas que hemos mencionado, así que no solo nos vemos agobiados por los problemas cotidianos, sino que ahora le sumamos un problema eterno, que tiene que ver con el amor de Dios y nuestra relación con él.

Es el problema inevitable si uno enseña sólo la cruz, pero no el camino de la Gracia. Quedamos como los soldados romanos que echaron a suerte la túnica de Jesús, estaban cerca de la cruz pero muy lejos del Salvador. Por su muerte en la cruz, Jesús ha pagado por todos los pecados, por aquellos que parecen insignificantes y por aquellos que parecen terribles. Pero para muchas personas no hay medios de gracia por los cuales Dios nos confiera su total perdón y es por ello que lo tienen que obtener por medio de sus decisiones u obras, por lo cual nunca se puede confiar que han hecho lo suficiente. Nadie puede por este camino.

La buena noticia es que hay algo mucho mejor para oír y en lo cual basar nuestra fe: la muerte de Cristo por nuestros pecados y sus medios de Gracia. Tenemos la certeza y alegría de se goza de lo que nuestro Señor resucitado nos dice: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros”.

¿Cómo podemos tener la seguridad de que Dios nos ama?

En primer lugar, podemos tener la seguridad de que Dios nos ama porque Jesús murió por los pecados de mundo. Esto no ha sido una obra nuestra, sino pura y exclusivamente suya. Y si murió por los pecados del mundo y tú y yo somos parte de ese mundo, por consiguiente ha muerto por tus pecados y los míos. Así que puedes estar completamente seguro de que has sido incluido en su plan de redención.

En segundo lugar, podemos estar seguros del favor de Dios porque él es quien viene a nosotros. Él no está sentado en cielo a la espera de que tu y yo nos comprometamos con él. Muy por el contrario, él es quien se ha comprometido y viene a nosotros. En nuestro baptismo, Dios nos escogió. Él quitó todos nuestros pecados y nos unió con la muerte y resurrección de Cristo. Allí él promete ser fiel: en caso de que dudemos de la gracia dada en nuestro baptismo, si le negamos o si incluso caemos en el descreimiento, el Señor seguirá siendo fiel a sus promesas, buscándonos y llamándonos al arrepentimiento. Dios hizo todo lo que había que hacer en nuestro bautismo, y cuando Dios hace todo, eso ya es suficiente. Cuando él hace una promesa siempre mantiene su palabra.

Además, nuestro Señor, continúa haciéndonos llegar su palabra. Él no solo habla sobre perdón y espera que tu y yo lo tomemos, simplemente Él nos lo da a por medio de su Palabra. Derrama su perdón en nuestros oídos, a menos que la rechacemos abiertamente. ¿Aun haces cosas estúpidas y pecaminosas? Sí, entonces Jesús se mantiene anunciándote el perdón por medio de su Palabra, por ejemplo en la Absolución durante un Oficio. Él se mantiene dándole su perdón. Cuando les contamos a otros sobre la muerte y resurrección de Jesús para su redención, allí les da el perdón.

¿Estás débil? ¿Exhausto? ¿Golpeado? En tales ocasiones, encontrarás que no tendrás energías para apoyarte en ti mismo. Así es que él viene a ti en tu debilidad y te dice: “Toma y Come, éste es Mi Cuerpo”, “Toma y bebe, ésta es mi sangre, dada y derramada para el perdón de tus pecados”.

Tu no lo escogiste, Él te ha escogido. Y porque él te ha hecho aceptable a sus ojos, es que puedes tener la completa seguridad de que eso es suficiente. Sean cuales sean tus problemas, dudas o temores, tu situación social o económica, estas cosas permanecen inamovibles y eternas: A causa de nuestros pecados, nunca podríamos escoger a Dios, y tampoco podríamos confiar en nosotros mismos para cumplir con su voluntad de manera perfecta. Pero también es cierto: Él nos ha escogido. Él ha muerto en la cruz por nuestros pecados. Él ha resucitado para asegurarnos que la vida eterna es una realidad para nosotros. Él viene a nosotros los medios de gracia que escogió:
Palabra y Sacramentos.

Hay muchas cosas de las cuales no estaremos seguros en esta vida, pero si podemos estar seguros de esto: tu eres un hijo de Dios, porque él te ha escogido y sellado esta realidad en tu bautismo, además de que eres perdonado de todos tus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

Un abrazo en Cristo. Atte. Gustavo Lavia. Pastor.

sábado, 9 de mayo de 2009

5º Domingo después de Resurrección.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Dios Patrocina nuestro encuentro por su Espíritu”
Textos del Día:
Primera lección: Hechos 8:26-40
La Epístola: 1 Juan 4:1-11

EVANGELIO DEL DIA

Hechos De los Apóstoles 8:26-40 26 Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. 27 Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, 28 volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. 29 Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. 30 Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31 Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. 32 El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; Y como cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su boca. 33 En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. 34 Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? 35 Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. 36 Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? 37 Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. 38 Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 39 Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. 40 Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.


Sermón
Es muy interesante pensar que mientras nosotros estamos ocupados en nuestras actividades, Dios está preparando los corazones de las personas para que conozcan su Evangelio. Visualizar el obrar de Dios desde esta amplia perspectiva nos hace ver que todo está en sus manos. Su providencia divina sustenta la predicación del Evangelio. Él tiene un plan y te hace parte de él. Mientras tu duermes, trabajas, estudias o te recreas, el Espíritu incansablemente sigue haciendo su labor. Te sigue preparando “citas”.
Oír al Espíritu
Debemos ser más y más sensibles al actuar del Espíritu y tener nuestro entendimiento espiritual atento. Sé que este es un tema complejo porque tendemos a los extremos, y debemos cuidarnos de no tomar el nombre de Dios en vano diciendo “es que Dios me ha dicho”, una frase que algunos usan de excusa para hacer su propia voluntad. Lo que Dios tenía para decir ya lo ha dicho en su Palabra, y nos lo dijo a todos por igual. Dios desea que los seres humanos le creamos que en Cristo él nos perdona todos nuestros pecados y nos da la salvación. Y por este motivo el Señor nos envía a anunciar este mensaje a “toda criatura”. Porque Dios estableció valerse de los cristianos para dar a conocer su mensaje. Y es ahí donde entra el trabajo personal que el Espíritu Santo hace con nosotros, usándonos como instrumentos para hacer la voluntad de Dios, que es la predicación de su evangelio.
Por lo tanto tengamos por cierto que el Espíritu Santo es real y actúa en nosotros a través de la Palabra. En muchas ocasiones por nosotros mismos no haríamos cosas que consideraríamos, por el motivo que sea, inviables, inadecuadas, ridículas, vergonzosas, etc. En esto de dar a conocer el Evangelio pensamos mucho en las consecuencias negativas y ello nos frena para actuar con libertad y naturalidad. Por lo general intentamos movernos por “terrenos seguros” y tendemos a cortarnos o ser excesivamente precavidos. El miedo a ir a otros siempre está latente, más cuando no los conocemos o son diferentes. Miedo al rechazo, a la exposición, etc. Necesitamos autoridad, convicción y certeza para ir sin miedo al encuentro del otro. Y eso lo da el Espíritu Santo.
Movidos por el Espíritu
Por eso el Espíritu Santo trabaja en nosotros. Quizás alguna vez hayas pensado en alguien o tenido un impulso de hablar de Cristo a alguna persona, o simplemente el deseo de acercarte para decirle si necesita algo. Está claro que si nunca salimos de nosotros mismo jamás vamos a encontrar oportunidades. Por eso el Espíritu Santo movió a Felipe a ir hacia el Etíope. El Espíritu es quien nos mueve, motiva y rompe aquello que nos hace quedarnos estáticos o evitar a los que son diferentes. Necesitamos un empujón extra y el Espíritu Santo es el que nos lo da. Cuando tengas el deseo o pienses en alguien para hablar de Cristo ten por seguro que es el Espíritu Santo quien te mueve, ya que tu propia carne rehuirá a eso y el Diablo no está interesado en que anuncies a Cristo.
La universalidad del mensaje
A toda criatura. Cristo dio su vida por todos y cada de los hombres y mujeres que habitamos este mundo. Cristo no discriminó a nadie. Esta es una doctrina que sustenta la Palabra de Dios y la iglesia Luterana. Por lo tanto puedes estar seguro que Cristo amó y murió por tu enemigo también y desea que sea salvo y venga al conocimiento de la verdad al igual que lo has hecho tú.
El problema de la discriminación es una cuestión del pecado humano y no de Dios. Su obra es para todos, sin excepción ni acepción de personas. Todos somos pecadores y estamos caídos por igual. Y no hay mérito ninguno en nosotros que nos hace ser mejores que los demás o estar en una situación de privilegio delante de Dios. Cristo murió por todos, por el judío, por el musulmán, por el budista, por el agnóstico, por el negro, por el colorado, por los que tienen pecados públicos y por los que los esconden.
La universalidad de la obra y el mensaje de Cristo nos sacude ya que el Señor murió por la prostituta, por el cliente y por el proxeneta. Cristo no murió solo para los “socialmente buenos y respetables”, sino por todos y cada uno de los seres humanos, sin distinción. Nosotros no debemos discriminar a quién darle el mensaje. Cristo nos envía con los que hay afinidad pero también a los que nos son diferentes, incluso al que me es enemigo. Está claro que sin el Espíritu Santo esta tarea es imposible, pues nuestra carne y el diablo se oponen abiertamente, incluso a veces con excusas ingeniosas, a esa tarea.
Por dónde comenzar
Sin embargo “Todas Las naciones” comienzan en alguien. De hecho a Felipe se le envía de Samaria, una región poblada, a un lugar solitario, dónde un solo hombre era la causa de su envío. Debía ir por un camino poco transitado y desértico. Esto pudo haberle sonado extraño a Felipe, incluso pudo haber pensado en ideas mejores, sin embargo el relato nos dice que Felipe obedeció.
No siempre tenemos grandes masas dónde exponer el Evangelio, pero para Dios es importante cada individuo, al punto que envía a Felipe al etíope. Muchas veces nos preguntamos ¿vale la pena el esfuerzo por un solo hombre? Y nuestra iglesia luterana en España tiene experiencia en eso. Debemos tener presente siempre que Cristo murió por cada uno de los seres humanos y su muerte por cada uno de nosotros valió la pena.
El etíope cayó en buenas manos
El etíope era un alto funcionario extranjero, con certeza de raza negra. Aparentemente era un prosélito judío, impedido de ser parte plena del pueblo por ser eunuco. Leía con avidez el texto de Isaías pues realmente estaba interesado en su salvación. Pero no entendía. Seguramente en Jerusalén o en la sinagoga de su país le sobrarían los maestro dispuestos a explicarle las Escrituras pero ¿podrían haberle dado luz los religiosos judaizantes sobre la duda del Etíope? ¿De quién está hablando el profeta Isaías?
Es muy importante saber quiénes son los maestros que nos cruzamos en el camino. Los hay que son ciegos guías de otros ciegos. Pero tú eres uno que puede ayudar a muchos. No dejes pasar la oportunidad, pues la gente que está deseosa de aprender puede caer en manos de personas que no siempre tienen claridad para enseñar la verdad del evangelio. Felipe asume el desafío y va al etíope ¡Que bendito ejemplo el de Felipe! ¡Señor, danos la obediencia y la claridad de Felipe!
La Palabra es el medio, Cristo es el tema
Astutos y mansos. No nos envía con espada y recordad que nuestra lengua puede ser una espada afilada que produce muerte. Debemos evitar los complejos de inferioridad, pero también los de superioridad. El medio es la Palabra y el centro es Jesucristo. Hay muchas personas a tu alrededor como el etíope que están en contacto con la Palabra pero que no entienden. Tú puedes alumbrarle el camino, pues “¿cómo oirán si no hay quien os predique?” El texto que Felipe oye es el de Isaías 53. El corazón del mensaje del Evangelio. No se enreda en otras cuestiones, sino en exponer a Cristo y su obra a través y con las escrituras. Como diría Pablo: “Solo a Cristo y a este crucificado”
Dios nos ha enviado, y la iglesia te envía a través del llamado que tienes como “sacerdote universal”. Tú debes seguir creciendo en el conocimiento y la vivencia de la Palabra. Es verdad que hay personas que fueron llamadas a cargos diferentes y no todos los miembros del cuerpo de Cristo cumplimos las mismas funciones. Hay dones repartidos. Sin embargo compartir el Evangelio es algo tan simple como decir lo que crees. Dar testimonio de la obra de Cristo. No se trata de convencer con argumentos elaborados, sino compartir a través de la Palabra como hizo Felipe. No desde la superioridad, sino desde la humildad y simpleza. Y aunque no todos estén tan receptivos como el etíope, debemos seguir.
Intencionalidad del envío.
Debemos tener convicción e intencionalidad. Dios la tiene. Dios está seguro de su plan de salvación y apuesta por él. Está convencido que el camino debe ser “la locura de la predicación”.
La pregunta que debemos hacernos nosotros es: ¿estamos tan convencidos nosotros? Y cuando hablamos de predicación no nos referimos a el púlpito en exclusiva, sino a la presentación del Evangelio que todos y cada uno de los cristianos hacemos bajo el lema “Creí, por lo cual hablé”. Necesitamos tener la intención de hablar.
Las diferentes situaciones
Las situaciones adversas Dios las puede usar como oportunidades. Pablo consideraba que cada situación que vivía era una magnífica oportunidad dada por Dios para anunciar su glorioso mensaje, ya sea que estuviera preso, o haciendo tiendas de campaña, para él todas eran oportunidades.
Pero ¿qué hubiese sucedido si en Felipe hubiese prevalecido su carne (recordemos que lucha contra el espíritu) ahogando el impulso del Espíritu? Seguramente Dios habría hecho su obra igual pues dice que si nosotros no hablamos hasta las piedras podrían ocupar nuestro lugar, incluso una vez se valió de una burra para hacerlo. Pero el caso sería que Felipe no aparecería en la historia como el hombre que se dejó guiar por el Espíritu, sino como el que pecó resistiendo al Espíritu. Lo mismo pasa con nosotros, La obra se hace igual, el tema es: ¿en qué lugar quedas tú en la historia?
Tenemos casos como el de Jonás en dónde se resiste a hacer la voluntad de Dios. Debemos recordad que anunciar el Evangelio es un mandato, no es una opción. Es la voluntad de Dios claramente expuesta en su palabra. Es un bendito privilegio que se nos da de amar a Dios y a nuestro prójimo al que le sirvo anunciándole o recordándole que Cristo dio su vida por él para perdonarle sus pecados y darle vida eterna. Es un fruto, una consecuencia lógica y natural de nuestra fe “creí, por lo cual hablé”, “No podemos dejar de hablar de aquello que hemos visto y oído”. La gran comisión nos involucra a todos. Quizás nos seas catequista, ni maestro de escuela bíblica, ni evangelista, ni pastor, pero eres un hijo de Dios que conoce un hermoso mensaje que tiene el poder de cambiar la muerte en vida. Que puede hacer que el ciego vea. No te dejes vencer o convencer por las excusas que pone nuestra carne, déjate guiar por el Espíritu Santo quien te guía a otros y haz de cada situación una oportunidad.
El ministerio de catequético
Exponer la Palabra de Dios es amar y servir a Dios y a mi prójimo. ¿Entiendes lo que lees? Le preguntó Felipe ¿Y cómo podré si alguien no me enseña? Le contestó el etíope ¡Que bendita tarea la de los maestro de la fe! Aquellos que dedican su tiempo a exponer y explicar el contenido de la Palabra de Dios. El objetivo siempre es Cristo. Unir a Cristo. Pues como dice el evangelio de hoy “separados de Cristo nada podemos hacer”
Es interesante notar que la exposición del Evangelio incluyó la necesidad del bautismo que movió al etíope a preguntar ¿qué impide que yo sea bautizado?. El bautismo es una doctrina que nunca deberíamos dejar afuera en nuestra exposición de Evangelio. El Eunuco no podía ser plenamente parte del pueblo de Israel por su condición, en el bautismo no hay acepción de personas, ni siquiera los bebes, sino que todos somos hecho hijos de Dios en él. El hecho de que se tratase de un adulto hizo necesaria su declaración de fe “creo que Jesucristo es el hijo de Dios”
Actitudes a imitar de Felipe en este caso concreto
Felipe es sensible y dócil al Espíritu Santo. En esta ocasión venció a su carne que de seguro se oponía a los deseos del Espíritu. Obedece al envío de ir al otro, aun cuando no conocía al otro. Está dispuesto a sumir caminos difíciles, solitarios y desérticos a causa del envío. No busca gloria personal ni grandes masas. Va dónde se le manda.
Felipe conoce las Escrituras y resuenan enseguida en su mente al oírla de boca del etíope. Felipe se acerca. No le importa que sea un extranjero de piel negra, ni que sea un alto funcionario.
Felipe se acerca e interrumpe al etíope con una pregunta ¿entiendes lo que lees? No se detiene a pensar en la conveniencia de interrumpir o molestar al etíope. Quedarse en esa idea de no molestar hubiese sido un error. Vivimos en una sociedad bastante individualista dónde se nos advierte de no meternos en los asuntos del otro y no molestarlo. Sin embargo Cristo nos envía a ir con un mensaje.
La respuesta del etíope fue afable. Podría haber sido otra: “y a ti que te interesa”, pero no fue así. Es importante tomar conciencia que también puede existir la posibilidad de que el otro esté deseoso de que alguien le explique las escrituras. Si no preguntamos no saldremos de la duda. A veces nos llenamos de pensamientos negativos “a nadie le importa hoy el evangelio” nadie quiere oír, etc. Puede que sean tiempos difíciles y la tierra dura, pero uno nunca sabe cuando se va a topar con “el etíope”. No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que el Dios omnipresente trabaja los corazones.
Felipe nos enseña que en ocasiones una pregunta es la mejor forma de empezar un diálogo. No con actitud de sabelotodos sino preguntando sobre lo que al otro le sucede con la Palabra ¿la entiendes?
La providencia Divina nos pone en el camino del otro. Incluso nos hace tomar caminos que no tenemos en mente para un propósito concreto “dar a conocer a Cristo a alguien”. Felipe es un ejemplo.
El etíope está entregado. Ni el orgullo, ni la vergüenza, ni las diferencias de rango son un impedimento para reconocer su incapacidad de entender lo que lee y su necesidad de un maestro. Hay mucha gente lista para recibir la buena noticia. Dios prepara los caminos y los terrenos. Felipe está dispuesto y presto a servir como maestro. Actúa inmediatamente y no deja pasar la oportunidad. Un siervo de Dios intenta no dejar pasar las oportunidades que se presentan para exponer el Evangelio.
La visita a Jerusalén no había dado lo que el etíope necesitaba. Él era un hombre importante, con dinero que podía ir incluso al centro de la religión y tenía las Escrituras, sin embargo fue un simple hombre como Felipe, caminando por una camino desértico quien le muestra a Cristo en las Escrituras. Tu puedes ser ese mismo hombre simple que de luz a través de la exposición de la Palabra, y de hecho lo eres y lo haces cada vez que compartes con alguien la obra de Cristo.
Fortalece tu fe a través de la Palabra y los sacramentos y ponte al servicio de Dios. Amén
Pastor Walter Ralli