lunes, 31 de agosto de 2009

13º domingo después de Pentecostés

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Jesús, mediador de la justicia verdadera”

Sermón

Sermón vespertino de Pentecostés predicado por el Dr. Martín Lutero, basado en el 3º Articulo del Credo Apostólico: Creo en el Espíritu Santo; la santa iglesia cristiana, la comunión de los santos; el perdón de los pecados; la resurrección de la carne y la vida perdurable.

I. Nuestra justicia se basa en el perdón de los pecados logrado por Cristo.

La justicia del cristiano está oculta aún bajo el pecado.

Esta mañana oísteis hablar del Espíritu Santo. Oísteis que la tarea del Espíritu Santo es predicarnos aquella doctrina que nos muestra cómo se obtiene el perdón de los pecados. Y oísteis también que cada cristiano debe poner todo empeño en aprender este artículo del perdón; porque el querer aprenderlo sólo en el momento en que se lo necesite, resultará harto difícil, ya que entonces, Satanás y sus secuaces arremeten tan encarnizadamente contra esta enseñanza que su comprensión se hace poco menos que imposible, aun para aquel que la conoce.

La justicia del cristiano ha de llamarse, pues, "perdón de los pecados". Y este perdón debe entenderse no como una acción que se lleva a cabo en unos breves instantes, sino como una realidad de validez permanente, pero una realidad en la cual hemos sido y estamos colocados, no una realidad que tuviera su origen en nosotros. De la misma manera deben hacerse resaltar los artículos de la resurrección de la carne, y de la vida perdurable.

Debe ponerse en claro: somos santos, y al mismo tiempo no lo somos; tenemos el perdón de los pecados, y por otra parte no lo tenemos; asimismo, hemos resucitado de entre los muertos, y no hemos resucitado; tenemos la vida perdurable, y no la tenemos. Esto es así por cuanto nuestra santidad no consiste en lo que ya hemos alcanzado. Aquel perdón de los pecados existe, es un hecho respecto del cual no cabe la menor duda; pero aún no nos lo hemos apropiado del todo. Así existe también la resurrección de la carne como un hecho innegable, pero todavía no la veo. E igualmente existe la vida perdurable, puesto que existe Aquel que la comenzó en nosotros; donde él está con los creyentes, no hay en ellos ni pecado ni depravación, ni muerte.

Con esto se ha dado respuesta a los que dicen: todo lo que los cristianos predican, debe ser perceptible a los sentidos. ¡No! ¡Cuántas veces ocurre que anda entre nosotros un padre de familia, o un ama de casa, un peón, una sirvienta, y no nos damos cuenta de que en esta persona se nos presenta un santo viviente, y lo que es más, ni esa persona misma se da cuenta de ello! Es que a Cristo no le ves, como tampoco ves mi santidad, y sin embargo, en Cristo yo soy un santo. Para esto tengo las señales del bautismo y de la santa cena que me dicen que aquí no se trata de una justicia que radica en mí mismo; antes bien, la justicia que da forma al cristiano es una justicia que le viene de fuera: el cristiano incorpora a Cristo en sí mismo, por decir así, como objeto de su fe, de modo que tiene a Cristo en lo profundo de su corazón. Ha echado mano de Cristo; y éste es su reconciliador y su perdonador, y por causa de esta fe, el creyente es un santo, a pesar de que en sí es un pecador.

La justicia del cristiano es participación en la justicia Cristo.

Si nuestra salvación depende de la justicia y santidad que se halla en nosotros mismos, estamos perdidos. Lo que necesitamos es una justicia que proviene de Dios. Pero esa justicia de Cristo debe estar dentro de nosotros, no sólo fuera de nosotros. Él mismo es la vid, nosotros somos los pámpanos (Juan 15:5); mediante la fe, él está dentro de nosotros, a pesar de que en sí está fuera de nosotros. En los mismos términos se expresa Pablo a este respecto: "Prosigo por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús" (Filipenses 3:12). "Fui asido", pero "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gálatas 2:20). Algo análogo dice en otra oportunidad en su carta a los gálatas: "Conocéis a Dios, o más bien, sois conocidos por Dios" (Gálatas 4:9). Ya estoy dentro, puesto que he sido bautizado, suelo comulgar, y tengo la palabra de Dios. Pero ahí está lo que me falta todavía: asir todo esto así como yo fui asido. A este punto se refiere Pablo tanto en su carta a los gálatas como también en su carta a los romanos. A los gálatas les escribe: "Nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia" (Gálatas 5:5); y a los romanos: "Vivo de tal manera que mi justicia por la cual he de ser justificado radica sólo en la fe y en la esperanza. No la veo, pero la aguardo en esperanza, y esto mediante la fe y por gracia". Si consulto con la razón, no me puede dar una respuesta; porque siento en mí el pecado, y veo cómo se decapita a los mártires de modo que tienen que morir como si fuesen unos sediciosos. Y no obstante: los que abrigan esta esperanza, son santos vivientes sin pecado alguno; vivos están, y al morir no mueren, puesto que la Escritura nos habla de la esperanza de la vida, esperanza de la salvación, esperanza de la justicia. Las cosas no han de ocurrir según lo que es práctica en el mundo, sino de una manera espiritual. La razón no puede hacerse a la idea de que se puede ser un hombre justo, y sin embargo no ser consciente de ello.

Por esto, la razón, la carne y la sangre deben guardar silencio, llevar cautivo todo pensamiento propio y reflexionar en cómo asir mediante la fe, y esperar mediante la fe, lo que nos ha de ser revelado. Atengámonos pues a la palabra de Dios; fuera de ella no hay quien pueda aconsejarnos y ayudarnos. La única forma como podemos llegar a entender todo esto es mediante la palabra del evangelio, la santa cena, el bautismo. Cualquier otra cosa de que yo quisiera jactarme proviene de Satanás. Es una idea proveniente del diablo si queremos depositar nuestra confianza en algo que ya poseemos. "Esperamos", dice la Escritura, "prosigo por ver si logro asir aquello para lo cual también fui asido". Nosotros hemos ascendido con Cristo a los lugares celestiales, como leemos en la carta a los efesios, cap. 2 (v. 6), porque de la misma manera como él fue al cielo, iremos también nosotros, puesto que por su resurrección, él entró en sociedad con nosotros para ser nuestra verdadera resurrección y para ejercer el gobierno juntamente con nosotros, a fin de que él sea el que encierra en sí todas las cosas. Lo que falta aún es que yo lo comprenda cabalmente. Pasa con esto como con una madre que lleva en brazos a su hijo: el hijo no se da cuenta de ello, ni tampoco conoce a su madre de la misma manera como ella le conoce a él. Es que el hijo todavía no tiene el entendimiento y la razón suficientes; por lo tanto es incapaz de decir: yo soy tu hijita, y tú eres mi madre. Pero con el tiempo aumenta el entendimiento de la niña, de modo que algún día podrá decir: "Querida madre".

Así ocurrirá también con nosotros.

La justicia del cristiano no se basa en su propia manera de ser.

Por ahora es preciso que creamos, a fin de que nuestra relación con Dios no esté basada en cualidades inherentes a nuestro propio ser, como es el caso con la justicia jurídica. Ésta es, dicen, una voluntad constante y permanente en virtud de la cual cada uno quiere hacer aquello que según su criterio es lo correcto. Bien dicho, sin duda, al menos conforme al modo de ver del mundo y de la razón humana. Pero en lo que atañe a la justicia cristiana, no puedo decir que ésta consista en mi propia voluntad de hacer esto o aquello otro. Antes bien, la justicia cristiana consiste en que yo crea con absoluta firmeza que la resurrección de Cristo, su ascensión y su estar sentado a la diestra del Padre es mi resurrección, mi ascensión, que yo estoy sentado en su regazo y en íntima compañía con él.

Reconocer así a Cristo como justicia mía no puede ser obra de mi voluntad; para esto es necesaria mi fe. Una vez que haya llegado al lugar que Cristo me tiene preparado, se acabará todo lo que todavía es impuro. Cristo debe ser una parte de mi justicia, o sea, una parte de mi justicia debe ser el hecho de que Cristo resucitó, subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre. La otra parte debe ser el hecho de que tú creas esta verdad. Si tal es el caso, posees como propiedad personal tuya esa justicia que da forma al cristiano. Y si entonces todavía hay en ti pecados, estos pecados están cubiertos y tapados; ya no se habla más de ellos, sino que ahora se habla sólo del perdón de los pecados. Esto es lo que nos predica el Espíritu Santo.

II. Nuestra justicia presupone la unión de Cristo con nosotros. Mediante la fe, Cristo está en nosotros, a pesar de nuestros pecados.

Ahora bien: para que todo esto pueda acontecer, no debo tener a Cristo solamente fuera de mi, de suerte que él esté sentado allá en los cielos, y yo siga aquí en mis pecados. ¡No! Yo debo haber salido ya del infierno y del pecado, y sin embargo, vivir aún aquí abajo, en la fe. Cristo permanece allá arriba, no desciende a la tierra; yo en cambio debo desprender y apartar mi corazón de los lazos terrenales y aferrarme al que habita en las alturas. Mediante esta fe, yo estoy con él y él está conmigo, y con esto, ambos ya estamos arriba en el cielo. Si el cristiano está en el cielo, necesariamente tiene que estar libre ya del pecado; y si muere, no permanecerá en la muerte, ya que está sentado con Cristo en el reino de los cielos. Tampoco está sujeto ya a Satanás ni a la muerte ni a la ley. Y no obstante: al observar mi carne, veo que sí estoy sujeto a la muerte y al pecado.

Pero esto no tiene por qué importarme; si me perturba, estoy en vías de tornarme un papista. Es inevitable que tenga que pelearme con los pecados y la muerte hasta el día en que no los sienta más. Los papistas por supuesto nos dirán: "¿Por qué no hacéis la prueba con arrepentimiento y obras meritorias?" Hablan como el ciego de los colores. Quieren enseñarnos algo a lo cual ellos mismos no le han tomado el gusto. Quieren condenar esta doctrina de justicia, fe y perdón y erigirse en jueces de ella, sin haber entendido de ella un ápice. Son incapaces de combinar a Cristo con la fe del pecador. Para ellos, la justicia tiene que ser una voluntad decidida que se empeña en hacer, junto con nuestro Dios y Señor, lo que los mandamientos de éste demandan. Si oyen a uno hablar de manera diferente, ya piensan que está diciendo herejías. Yo por mi parte no me atrevería a decir en presencia de ellos que nuestra justicia es el perdón de los pecados. Pero así está escrito, que Cristo está en los cielos, y que por la fe, yo llego a estar junto a él y soy hecho partícipe en todos estos bienes. Esto sí: todavía no lo veo, sino que lo que poseo, lo poseo en esperanza; lo que se espera, no se posee aún ni se ve.

La unión con Cristo está basada en la palabra comunicada por el Espíritu.

Cosa asombrosa es que tengamos vida y justicia, y sin embargo no la veamos ni sintamos. Pero sólo así es posible que uno se mantenga firme en la necesidad y en el infortunio. Si siente la miseria de su existencia carnal, terrenal, no desespera, sino que rehúsa tomar en cuenta lo que siente, y lo mismo hace al padecer los embates de Satanás y del pecado.

Mi justicia, dice, es ésta: no debo fijar mi atención en un bien que poseo, sino que debo esperar, en fe y en espíritu, sin cuidarme de lo que diga mi carne y sangre, y aguardar pacientemente a que lo esperado sea manifestado.

Siendo así las cosas, lo único que puede conducirnos a la meta es la palabra; pues "la fe es por el oír" (Romanos 6:17). Por esto es que en el día de Pentecostés, el Espíritu Santo repartió a los apóstoles aquellas lenguas de fuego. Nadie puede llegar a la fe ni ponerse en posesión del tesoro del perdón de los pecados sino por medio de las lenguas de fuego".

De ahí que exista tanta enemistad contra esta palabra del evangelio. El papa la persigue a sangre y fuego y con interpretaciones falsas. En suma: recurre a las medidas más desgraciadas en su insano afán por volver a apagar las lenguas de fuego. Y sin embargo, no tenemos otra cosa que la palabra, y solamente por medio de ella podemos obtener el perdón de los pecados. No obstante, si pueden, algún día dirán que el Espíritu Santo, el Dador de la palabra, no es Dios. Si ya no cuento con la palabra, y si las lenguas de fuego están extinguidas, todo está perdido. Así, todo está basado en esa palabra que nos enseña lo que no vemos: las manos amorosas de Dios que sin embargo ya nos tienen asidos; y si tú permaneces en la palabra, a su tiempo lo verás en rica medida y por tu parte asirás lo que Dios te ofrece. Aprenderás y verás lo que ya ahora eres mediante tu fe. Ahora lo poseemos todo pasivamente. Entonces lo poseeremos en forma activa.

Por Cristo, nuestra justicia ha sido liberada de la ley. El Espíritu Santo coloca al creyente por encima de todas las leyes.

Ya ves cuan incorrectamente explicaban los papistas este artículo de la fe. Sostenían que el Espíritu Santo viene para dar a la iglesia nuevos artículos de la fe, por ejemplo respecto de la manera cómo se debe ayunar, —esto lo puede decidir también un padre de familia y jefe del hogar— o si hay que llevar cogulla gris o negra —esto me lo puede enseñar también mi sastre—. ¡Como si el Espíritu Santo se ocupara en producir tales leyes!

Esto es lo que resulta de la ceguedad de esa gente que no entiende estos artículos: "Creo en el Espíritu Santo", etcétera. En efecto: el Espíritu viene en oposición a la ley, y te quiere ayudar a liberarte de ella. Su voluntad es que tu alma no esté sometida ni a la muerte ni al pecado ni al diablo ni tampoco a la ley. Antes bien, él quiere colocarte por encima de todas las leyes, y te dice que es tuyo el perdón de los pecados, tuyos también la resurrección de Cristo y su estar sentado a la diestra de Dios Padre, y tuya la vida eterna, no porque vivas en obediencia a la ley y te abstengas de comer carne, sino porque Cristo resucitó de entre los muertos y subió a los cielos. Quede entonces tu justicia donde quisiere, de todos modos, Cristo no descenderá de su lugar a la diestra del Padre.

El Espíritu Santo nos ayuda a producir obras buenas.

No puedo decir: El Cristo que resucitó de entre los muertos es una ley. ¡No! Él vive en una vida que está por encima de la ley. Ya no está sujeto a ninguna ley, a ninguna muerte, a ningún pecado, sino que es Señor sobre todo aquello. Así, pues, el Espíritu Santo habla en primer lugar de esto, de que por Cristo hemos sido liberados de la ley, de la muerte y del diablo: y sólo después derrama en nuestro corazón el amor y la misericordia para con el prójimo. Pero al hablar de Cristo, el Espíritu Santo no habla en modo alguno de una ley, sino muy al contrario: se dirige contra las leyes. Por eso, el Papa y sus partidarios estuvieron poseídos por todos los diablos cuando afirmaron que el Espíritu Santo imparte leyes acerca de cómo debe disponer el hombre su vida. Es preciso, por lo tanto, que aprendamos muy bien estos artículos, a fin de que sepamos discernir entre el oficio en que el Espíritu Santo nos enseña a conocer a Cristo, y sus otros oficios. Y bien: enseñen todas las leyes que quieran, siempre que éstas no se conviertan en lazos para la conciencia. Yo por mi parte quiero estar por encima de los Diez Mandamientos.

Quiero poseer una justicia mejor y más santa, y una santidad mayor que la de los Diez Mandamientos. Y esta santidad consiste en que el Hijo de Dios resucitó de entre los muertos y está sentado a la diestra de Dios Padre. Este Cristo posee mayor santidad que los Diez Mandamientos y todas las obras hechas conforme a ellos. De este modo, Cristo mismo es la justicia que forma mi ser.

El Espíritu Santo hace que seamos un solo cuerpo con Cristo.

Cuando el papa oye esto, se vuelve loco de tonta indignación. Ellos inventan un Cristo que está sentado en el cielo jugando con los ángeles. Hacen de él un ser totalmente extraño para nosotros, e incluso un ser que está en oposición a nosotros. El Espíritu Santo en cambio quiere que Cristo llegue a ser un solo cuerpo con nosotros. Ahí tienes una prueba de la desvergüenza con que los papistas enseñaban estos artículos. De esto podéis desprender por qué Cristo llama al Espíritu Santo "el Consolador" (Juan 14:16, 26; 15:26; 16:7): en efecto, ¿qué mejor manera hay de consolar una conciencia afligida, que decirle: "A pesar de que no guardaste los Diez Mandamientos, yo te daré algo mejor"? Yo anduve en cilicio con intención de guardar los Diez Mandamientos y hacer buenas obras y granjearme el favor de Dios; pero todo esto no me trajo consuelo alguno. Y también tú tienes que decirte: "Aunque haya guardado todos los mandamientos, esto no me sirve de nada ante Dios." Pero ahora viene el Consolador y nos dice: Yo te doy algo más grande; en lo que yo te doy no hay mancha, sino justicia perfecta. Si crees en Cristo, tu fe te será contada como si hubieses guardado más que todos los Diez Mandamientos juntos. Pues Cristo será tu resurrección y ascensión, como él mismo lo afirma: "Yo soy la resurrección y la vida (Juan 11:25), la gracia y la verdad". No dice "yo te regalo la resurrección, etcétera", sino "yo soy". El papa empero hace de Cristo un Dios que habita en una región muy remota y que nos envía desde allá algunos dones. Todo lo contrario: Cristo está con nosotros, y nosotros estamos con él en el cielo, y todo esto por medio de la fe y de la palabra.

1ª Corintios 13:8-13

8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. 11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. 12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. 13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.

Hebreos 11:1-3

1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. 2 Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. 3 Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

lunes, 24 de agosto de 2009

12º Domingo de Resurrección.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo limpia nuestros corazones”

Textos del Día:

Primera lección: Isaías 29:11-19

La Epístola: Efesios 5:22-23

El Evangelio: Marcos 7:1-16

TEXTO DEL DIA

1. Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén;
2. los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban.
3. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen.
4. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos.
5. Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas?
6. Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí.
7. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.
8. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.
9. Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.
10. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente.
11. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte,
12. y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre,
13. invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas.
14. Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended:
15. Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre.
16. Si alguno tiene oídos para oír, oiga.

Atiende tu corazón:
Hebreos 4:7: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros CORAZONES.
Lucas 21:34: Mirad también por vosotros mismos, que vuestros CORAZONES no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.
Marcos 7:21: Porque de dentro, del CORAZÓN de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios,
Lucas 16:15: Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros CORAZONES; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.
Lucas 10:27: Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu CORAZÓN, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
1 Timoteo 1:5: Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de CORAZÓN limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida,
Romanos 10:9-10: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu CORAZÓN que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el CORAZÓN se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Hechos 15:9: purificando por la fe sus CORAZONES.
Efesios 3:17: para que habite Cristo por la fe en vuestros CORAZONES
Romanos 5:5: y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros CORAZONES por el Espíritu Santo que nos fue dado.
Lucas 6:45: El hombre bueno, del buen tesoro de su CORAZÓN saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su CORAZÓN saca lo malo; porque de la abundancia del CORAZÓN habla la boca.
Colosenses 3:15: Y la paz de Dios gobierne en vuestros CORAZONES, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
Colosenses 3:16: La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros CORAZONES al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.
Hebreos 13:9: No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el CORAZÓN con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas.
Colosenses 3:22-23: Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con CORAZÓN sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de CORAZÓN, como para el Señor y no para los hombres;
Efesios 6:6: no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de CORAZÓN haciendo la voluntad de Dios;
2 Tesalonicenses 3:5: Y el Señor encamine vuestros CORAZONES al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo.
Hechos 1:24: Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los CORAZONES de todos
Hebreos 4:12: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del CORAZÓN.
1 Juan 3:17: Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su CORAZÓN, ¿cómo mora el amor de Dios en él?
Hebreos 10:22: acerquémonos con CORAZÓN sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.
Filipenses 4:7: Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros CORAZONES y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
1 Pedro 3:15: santificad a Dios el Señor en vuestros CORAZONES, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros;


Sermón

Durante tres generaciones el sabroso pavo al horno era la comida distintiva con que las mujeres de la familia Gonzáles agasajaban a sus maridos e invitados. Una receta que se trasmitía oralmente y una forma indiscutible de prepararlo, que al parecer, daba ese exquisito toque peculiar. Un día, el marido de Sofía, nieta de la pionera de ese arte culinario, cuestionó el hecho de que cortaran las patas del pavo y no las cocinaran, guardándolas para hacer otra comida.

“¡Seguro que estarían muy sabrosas!”. Sofía ofendida dijo: Siempre se ha hecho así. Así es la receta y así seguirá. El marido desconcertado fue a preguntar a la abuela el motivo de tal exclusión, la cual le respondió: “ten por seguro que si mi horno hubiese sido tan grande como el vuestro, yo también hubiese incluido las patas”.

Las costumbres o tradiciones pueden adquirir carácter normativo, aún cuando no lo tienen.

¿Tradición humana o mandato de Dios?

A primera vista, en el Evangelio de hoy, podríamos decir que los fariseos y escribas, exponentes de la religiosidad judía, eran muy escrupulosos con la higiene y los discípulos de Jesús unos descuidados. Nadie discutiría a estos judíos la validez de su norma de higiene, sin embargo ese acto iba más allá.

Esto, que a priori puede ser un debate sobre salubridad, en verdad es un reproche religioso con su correspondiente condena. Estas normas constituían reglas ceremonias de purificación elevadas al rango de mandamiento divino y por lo tanto en su cumplimiento se ponía en juego la fidelidad a Dios. Los fariseos y escribas van a Jesús para acusar a sus discípulos de transgredir estas normas que ellos consideraban vitales para mostrar piedad religiosa, y por ende una buena comunión con Dios. No son pocas las ocasiones que llevamos temas seculares o indiferentes a dimensiones espirituales y hacemos de ellos normas divinas. Mucho daño se produce cuando los seres humanos te exigen en nombre de Dios cosas que Dios no te exige, cortándole así “las patas” al Evangelio sin sentido alguno.

Es un trágico desorden darle prioridad a las ordenanzas de los seres humanos y anteponerlas a las de Dios. El amor propio está encantado de hacer tal cambio y darle a los vasos, jarros y manos la aplicación de limpieza y pureza que Dios pide que se de al corazón. Es mucho más fácil cumplir ciertas ceremonias externas para dejar tranquilas nuestras conciencias delante de los demás. ¡He cumplido! ¿Quién podrá reprocharme algo? Sin embargo ¿Qué hay dentro de nosotros?

Cuando La tradición humana pretende anular el mandamiento de Dios.
A veces actos exteriores intentan cubrir lo interior. Debemos cuidarnos de ello. Las manifestaciones externas no siempre son sinónimos de piedad. En ocasiones lo son de hipocresía o vanagloria, siendo nuestra intención oculta mostrar “lo bueno que somos” y alcanzar así la tan ansiada recompensa del aplauso y los halagos. La religión puede convertirse en un buen escondite o plataforma para ello.

La pseudo piedad puede ser una excusa para hacer lo que realmente nos apetece, que por lo general consiste en saltarnos los mandamientos de Dios para imponer criterios humanos. Y esto lo hacemos aparentemente en nombre de Dios y bajo “un manto” de santidad. ¡Pero la verdad siempre prevalece!

Según nos dice Cristo, estas normas farisaicas eran capaces de anular las leyes de Dios en los diez mandamientos. Un hombre, ante el deber de asistir a sus padres ancianos, podía excusarse diciendo que su dinero estaba destinado como ofrenda a Dios. Y se quedaba tan tranquilo, con la conciencia limpia y desligada de prestar la ayuda exigida por Dios. Lutero decía que esto es como si un hijo en su necedad dijera a su padre: “Padre mío, te daría de buena gana lo que pueda socorrerte en los días de tu vejez, pero he hecho de ello una ofrenda. Vale más que lo consagre a Dios, tú sacarás así mayor provecho”. Definitivamente este hijo necio se está saltando su responsabilidad recogida en el 4º mandamiento, e incluso puede estar incurriendo en la transgresión de la parte positiva del 5º que es hacer todo lo que esté en nuestra manos para el bien de mi prójimo.

1ª Juan 3:17: Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? (Leer también Santiago2:15-16)
Misericordia quiero y no sacrificios.

En ocasiones, por lo abrumador de las necesidades de los demás o simplemente por indiferencia o individualismo, nos hacemos inmunes a los sufrimientos ajenos, incluso con los de nuestra propia casa. Creamos nuestras particulares normas para intentar auto justificarnos y las elevamos al rango de sagradas. Vemos necesidades y decimos: ¡pobre! ¡Qué pena me da verlo así!, ¡mejor me doy la vuelta para no verlo más! Incluso quizás estemos dispuestos a orar por ello, pero con las manos bien metidas en el bolsillo. Y quizás luego nos vayamos a un bar para debatir intensamente de la caótica situación socioeconómica que está imperando y dejando a mucha gente en la necesidad. Pero peor es cuando no ayudamos al prójimo porque no tenemos público.

En muchas ocasiones la presencia de testigos cambia nuestra conducta. Y no me refiero solo a mendigos ocasionales que todos sabemos de su compleja situación. Me refiero a involucrarnos realmente con nuestro prójimo, que no solo es el que pide una moneda en el semáforo. Los cristianos debemos cuidarnos mucho de no colar el pelo y tragarnos el camello.

El texto deja claro que podemos llegar a ser tan miserables que incluso usamos malamente a Dios para intentar cubrir nuestras miserias internas con actos aparentemente nobles. Podemos convertirnos en altruistas religiosos que aparentan santidad a costa de aquellos a quienes verdaderamente Dios pide que ayudemos. Y también, por el otro extremo podemos caer en la actitud farisaica de hacer de la ayuda a los demás un medio de exhibición y publicación de nuestra bondad, que busca en el fondo alimentar el ego. También habló Cristo contra esto suficientemente claro (Mateo 6:1-4)

Hoy también se infiltra esta filosofía y actitudes farisaicas en las comunidades cristianas que ponen nuevas normas y exigen a los feligreses más de lo que Dios pide y tergiversan así los mandatos de Dios, e incluso lo sustituyen por otros propios, más acorde a las necesidades o “visiones” del profeta de turno. Exigen diezmos, peregrinaciones, manifestaciones visibles, presencia en este o aquel acto, purificaciones externas de no contaminarse en este o aquel ambiente, y reclaman todo el tiempo de sus vidas para cumplir las exigencias humanas con pinceladas “bíblicas”, y con eso impiden que se puedan cumplir los verdaderos mandamientos de amor solicitados por Dios.

Adiáforas:

Los rituales, ceremonias o liturgias no son malos en sí. Por el contrario, son un buen y necesario medio que Dios ha preservado para la vida del ser humano que tiende al desorden. Todos los seres humanos necesitamos formas y orden para expresar las cosas de la vida. Lo malo es ponerlas a la altura de mandato de Dios y ocultar tras ellos nuestro sucio corazón. Pero esto se llama hipocresía y no necesita una liturgia formal para cubrirse, ya que ella existe aún en ambientes muy informales.

Por eso en la iglesia Luterana distinguimos entre cosas adiafotas, es decir, cosas que no son ordenadas ni prohibidas por Dios pero que en la libertad cristiana que tenemos las incorporamos porque son útiles para nosotros, y los mandamientos. Hacer la señal de la cruz por ejemplo. Eso no nos hace más o menos cristianos, sino que lo usamos como un signo externo para manifestar nuestro pensamiento en la cruz de Cristo, en la trinidad y como recordatorio de nuestro bautismo. Sin embargo si no lo hacemos no pecamos. Los fariseos “condenaban” a los demás midiéndolos bajo normas propias. Cuando la medida de lo que está bien o es condenable no la pone Dios sino las tradiciones humanas o las interpretaciones convenientes de turno, estamos en grave peligro. ¡Dios nos libre de ello!

Chantaje emocional o extorsión espiritual

“¡Si no haces esto o aquello es que no tienes fe!” Ya bastante tenemos con las pruebas que vienen solas como para tener que lidiar con estas exigencias humanas. Quizás no te lo digan directamente pero la presión y el cuestionamiento se notará en el aire. Ninguna comunidad cristiana está exenta de la hipocresía, ya que la componemos seres humanos, pero las leyes humanas favorecen las actitudes forzadas o simulaciones y fomentan el chantaje.

La confesión privada o auricular es una buena práctica, pero no es una ley condicionante. Elevarla a norma obligatoria ha producido mucha hipocresía en quienes no querían confesarse simplemente por no saber que decir, pero se sentían obligados a hacerlo para poder participar en la eucaristía o bajo presión de condenación, y por ello algunos confesaban banalidades o incluso mentían.

También he visto en iglesias “carismáticas” el requisito tácito de hablar en lenguas como evidencia de que se tiene el Espíritu Santo. Y muchos, para no ser menos y quedarse fuera, simulaban hablar en lenguas, y por consecuencia también el intérprete debía improvisar. Existen normas implícitas de lo que se espera del “buen cristiano” como que no vaya a bailes o beba alcohol, y que de vez en cuando cuente alguna experiencia mística para ver que su fe sigue activa. Una vez me contó un “evangélico” que se inventó un testimonio por la presión que sentía debido a la insistencia de su pastor de oírlo.

Algunas comunidades cristianas, bajo apariencias de santidad, exigen el diezmo a sus miembros o votos similares. Si a alguien le alcanza con el diez por ciento de su sueldo para vivir, si quiere que ponga el 90 % como ofrenda. Pero si la ofrenda, que es libre y voluntaria, se vuelve una carga pesada que mide y condiciona que clase de relación o compromiso tienes con Dios o es el termómetro para medir la fe, esto ya es grave. Pero peor aún, si por hacernos cumplir esa norma desatendemos las responsabilidades que Dios ha establecido para nuestras vidas, como puede ser ayudar a la familia.

La viuda pobre dio todo lo que tenía en la ofrenda y no se lo quitó a nadie más que a sí misma. Sin embargo el hombre rico quizás puso el 10%, pero eso ante Dios, que ve los corazones, no es más que un acto externo, pues dio las sobras, la calderilla, las migajas Dios. Por eso Dice “Cada uno dé como propuso en su CORAZÓN: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. 2 Co 9:7

El corazón:

Los seremos humanos podemos convertir una sana tradición o costumbre en una ley a causa de la dureza de nuestro corazón. ¿Qué hay de malo en lavarse las manos? Incluso si se hace como una ceremonia religiosa no está mal en sí misma. Lo malo es creernos mejores por hacerlo e imponer esto como cuestión de fe, cargando así las conciencias e invalidando las verdaderas ordenanzas de Dios.

Es imposible no tener adiáforas, normas y órdenes humanos para dirigirnos. Es necesario, y más aún cuando Dios nos dice que él es un Dios de orden. Pero todo lo externo debe ser un canal saludable, sin manipulaciones ni presiones innecesarias, para que nuestro corazón pueda manifestar a Cristo. Adorar en espíritu y verdad es la sana dimensión y esto se expresa en “formas” que también deben ser sanas.

Debemos comprender que lo que contamina, lo que nos hace daño a los seres humanos es la maldad que nace y se produce dentro nuestro. Lo que sale del corazón. Pues de ahí proceden todos nuestros males. El egoísmo, la ambición, la soberbia, malos pensamientos, envidias, rivalidad, etc. Todo eso no lo recibes a través de ningún acto externo, sino que tú ser corrupto lo produce. Por eso necesitamos llenar nuestro corazón de la bondad y misericordia de Dios y esto se hace a través del alimento que el nos da en su palabra. Debemos meditar diariamente de forma concienzuda en la Palabra de Dios, incluso “día y noche” como dice el Salmista, a fin de poder distinguir entre mandamientos de Dios y mandamientos de hombres y denunciar cuando se producen los abusos, tal cual como lo hizo nuestro Señor Jesucristo. Vivir en la libertad de Cristo es maravilloso. ¡Cuidémosla!

Limpia tu corazón a diario:

Tú corazón es el lugar a tener en cuenta y a cultivar con la Palabra de Dios. Lo que ahí siembres a diario, será lo que coseches “de lo que abunda el corazón habla la boca”. Haz como el rey David y dí cada mañana al Señor “Purifícame con hispo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve… crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” Salmo 51:8, 10.

Lucha a diario, con las fuerzas de Cristo, contra las inclinaciones de tu corazón hacia todo lo malo.

Porque el mandamiento es a amar a Dios con todo el corazón, alma, fuerza y mente, y a tu prójimo como a ti mismo. Y si en tu corazón habita la Palabra de Dios, seguro que “él cumplirá los deseos de tu corazón” Sal. 37:4 pues tus deseos serán los deseos de Dios. Amén

Pastor Walter Daniel Ralli

lunes, 17 de agosto de 2009

11º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo alimenta nuestro espíritu”

Textos del Día:

Primera lección: Éxodo 16:2-15

Segunda Lección: Efesios 4:17-24

El Evangelio: Juan 6:24-35

Éxodo 16:2-15
2 Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; 3 y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.
4 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. 5 Mas en el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día. 6 Entonces dijeron Moisés y Aarón a todos los hijos de Israel: En la tarde sabréis que Jehová os ha sacado de la tierra de Egipto, 7 y a la mañana veréis la gloria de Jehová; porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; porque nosotros, ¿qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros? 8 Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová.
9 Y dijo Moisés a Aarón: Di a toda la congregación de los hijos de Israel: Acercaos a la presencia de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones. 10 Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube. 11 Y Jehová habló a Moisés, diciendo: 12 Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel; háblales, diciendo: Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios.
13 Y venida la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento; y por la mañana descendió rocío en derredor del campamento. 14 Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. 15 Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer.

Juan 6:24-35
24 Cuando vio, pues, la gente que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a Capernaum, buscando a Jesús.
25 Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? 26 Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. 27 Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre. 28 Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? 29 Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. 30 Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? 31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. 32 Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. 34 Le dijeron: Señor, danos siempre este pan.
35 Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.

Sermón

La reflexión que sigue está tomada del libro “Predicando a Cristo” de CPH. 1º lección y el Evangelio.

PRIMERA LECCIÓN: ÉXODO 16:2-15

Esta lección toca un mal muy generalizado en los distintos campos de actividad, y en especial en el espiritual, el olvidarse del pasado. Muchos dicen: Es cierto, Dios nos redimió enviando a su Hijo al mundo para morir y resucitar al tercer día; pero eso ya hace tanto tiempo. ¿Qué ha hecho entretanto?

Una cosa que sorprende en esta lección es lo olvidadizos que eran los israelitas. Hacía sólo un mes que Dios los había librado de la esclavitud en Egipto. En esa oportunidad ellos habían sido testigos de grandísimos milagros hechos por Dios. Pero ya lo habían olvidado, o se sentían desengañados porque Dios no había hecho nada últimamente, por la falta de comida, en especial de carne, y se ponen a murmurar. No se acuerdan de sus sufrimientos en Egipto, sólo de lo bueno que experimentaron allí. Al mismo tiempo critican los motivos que tuvo Moisés al sacarlos de Egipto.

Murmuraban contra Moisés y Aarón, pero en verdad sus murmuraciones eran contra el Señor, pues ¿quiénes eran Moisés y Aarón para que murmurasen contra ellos?
Pero, cuán instructiva fue para los israelitas la reacción de Dios. Él hubiera tenido todo el derecho de enojarse con ellos por su ingratitud, por poner en duda sus motivos y su amor para con ellos.

Sin embargo, les responde con bondad y compasión, proveyéndoles de pan del cielo para sostener sus cuerpos y vidas. La lección describe el maná y las codornices como el pan del cielo. Cada día les proveía de la porción necesaria para cada día. No debían juntar más que lo que necesitaban para el día, seguros de que Dios les daría mañana otra vez lo necesario. De no hacerlo así, indicarían que no confiaban en Dios. Pero, viviendo así cada día de lo que Dios les proveía, ellos aprenderían a depender de Dios y a confiar en él.

Eso mismo se expresa también en la cuarta petición del Padrenuestro: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy." El pan de cada día, no el pan de mañana, o el de pasado mañana, sino el de cada día. Dios nos provee ese pan a diario y en abundancia. Lutero explica en su Catecismo Menor que el pan de cada día significa todo lo que pertenece al sustento y la necesidad de la vida. Pero Dios no nos provee sólo pan para el cuerpo sino también para el alma. El pan físico que Dios proveyó a los Israelitas es como una figura del pan del cielo, Jesucristo (Jn. 4). Y por cierto, hay numerosas analogías entre los dos. A diferencia del maná, Jesús es pan que permanece. A diferencia del pan para el cuerpo, Jesús es pan para vida eterna. A diferencia del pan proveído mediante Moisés, Jesús mismo es el pan de la vida. Este pan se nos da "en, con y bajo" el pan y el vino en la Santa Cena. Él continúa dándonos lo necesario para nuestra peregrinación por esta vida. Nos fortalece para nuestro tránsito a través del desierto de la vida.

Es fácil criticar a los israelitas y, sin duda, fue censurable su olvido, pero ¿Somos mejores? Los domingos vamos a la iglesia, oímos el evangelio, recibimos la absolución y la Santa Cena, somos bendecidos y alimentados espiritualmente por Dios. Pero luego volvemos a nuestra rutina diaria y ¿No será que también nos olvidamos de Dios y vivimos como si Dios no existiera, como si no supiéramos de su gracia? Más aún, murmuramos por problemas económicos, familiares, sociales, etc., aunque sólo unos días antes Dios nos llenó con sus bendiciones. Es hora que no olvidemos lo que Dios no da a diario y en abundancia.

SANTO EVANGELIO: JUAN 6:24-35

En esta lección hay tres palabras claves para entenderla y que, al mismo tiempo, pueden ayudar en el desarrollo del sermón. Esas palabras son "pan", "obra" y "vida". Pero veamos primero las circunstancias bajo las cuales sucedió lo que narra la lección. Jesús le había enseñado a la gente que le había seguido, luego hizo el milagro de la multiplicación de los panes. A la noche, se retiró él solo a la montaña. Entretanto, los discípulos subieron a sus botes para cruzar el lago. Tenían que remar contra fuertes vientos. Mientras hacían eso, Jesús vino a ellos caminando sobre las aguas. Luego subió también al bote y siguió con ellos a Capemaúrn. Al día siguiente mucha gente se juntó cerca del lugar donde Jesús había alimentado a la multitud. Pensaban que debía estar por allí pues había estado una sola barca y Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, pero no lo podían encontrar. Entretanto llegaron algunas barcas.

Entonces la gente se subió a ellas para volver a Capemaúrn y buscar allí a Jesús. Finalmente lo hallaron, y la lección nos narra parte de la conversación que se entabló entonces entre ellos. La gente quería saber cuándo había llegado, pero Jesús no les respondió, pues quería enseñarles algo muy importante, y fue directo al tema. Había un problema, pues la gente tenía un interés y un concepto totalmente: equivocado en cuanto a Jesús y su ministerio.

Jesús les habló con toda honestidad acerca de ello. Les dijo que no lo buscaban porque habían visto las señales que hacía, como la multiplicación de los panes, sino porque habían comido el pan y se habían saciado (v. 26b). Luego les aconseja: "Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre.

Sobre éste ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación" (v. 27). Con estas palabras Jesús los hizo pensar, de manera que ahora le preguntan: "¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige?" A lo cual Jesús responde: "Ésta es la obra de Dios: que crean en aquel a quien él envió." Esa fe aún no la tenían.

Los milagros que hacía les venían bien, pero eso era todo por ahora. Por eso le piden que les diera una señal que les ayudara a creer que en verdad vino y les ministraba en lugar del Padre. Y tratan de apoyar su petición con un hecho del pasado. Dicen: "Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto", al cual llaman "pan del cielo". Y preguntan: "¿Qué puedes hacer?" (v. 30).

Jesús les contesta: "Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo" (v. 33). Luego los insta a comer de ese "pan" del cielo que da vida al mundo.

¡Cuánto necesitaban ese pan! Le ruegan: "Señor, danos siempre este pan" (v. 34). Y Jesús les responde: "Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed" (v. 35). Esa fe aún no la tenían. Su ser todavía estaba apegado al pan terrenal, no al pan que era Cristo. Por eso les dice Jesús: "Ésta es la obra de Dios, que crean en aquel a quien él envió" (v. 29). Como puede observarse, esta lección está muy relacionada al tema y la enseñanza de las lecciones previas.

PENSAMIENTO DE LA SEMANA

Un pensamiento que latente en las lecciones de hoy es los falsos motivos por los cuales la gente busca a Dios o a Jesús: curiosidad, materialismo, seguridad camal. Dios conoce esta realidad humana y desea cambiarla.

Relacionado a esto está lo que podría denominarse la vida adicional a la vida física que recibe el cristiano, cuando nace de nuevo, de modo que entonces tiene dos clases de vidas, la física y la espiritual. Y como tiene dos clases de vidas, también necesita ahora dos clases de comidas, el pan físico y el espiritual. Jesús dice que no sólo de pan vive el hombre. Para ambos provee abundantemente Dios. Lo trágico es que ha muchos sólo le apetece el pan físico y desechan o a lo menos relegan el espiritual. Dios quiere que se remedie esa situación y quiere darnos la vida abundante. No descuides tu ser interior, Dios quiere alimentarlo cada mañana con su Palabra. Sé agradecido y reconoce las bondades de Dios. No te quejes tanto, no reniegues tanto, sino mira todas las bendiciones que has recibido a lo largo de tu vida. Y cuando atravieses momentos difíciles, no uses esos lindos recuerdos para renegar del presente, sino que ellos te traigan esperanza y fortalezcan tu confianza en Jesús, el Pan de Vida que ha prometido que nunca te dejará, y que te dará cada día lo que necesites. Amén

viernes, 14 de agosto de 2009

10º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

"Cristo, el pan de vida”

Textos del Día: 09-

Primera lección: 1ª Reyes 19:1-8

La Epístola: Efesios 4:17-5:2

El Evangelio: Juan 6:35-51

TEXTO DEL DIA

35 Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. 36 Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. 37 Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. 38 Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. 39 Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. 40 Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
41 Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. 42 Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? 43 Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. 44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. 45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. 46 No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. 47 De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de vida. 49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. 50 Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. 51 Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.

Sermón

¿Ver para creer?

Muy a menudo nos quedamos incrédulos ante ciertas cosas y decimos “si no lo veo no lo creo”. Ser incrédulo o no creer ciertas afirmaciones es algo bastante más habitual de lo que pensamos. “¿verdad? ¡No me lo creo!” Nuestras mentes necesitan comprobar por si mismas la realidad de las cosas. Tomás fue quien popularizó esa frase al poner en duda la afirmación de sus colegas que declaraban firmemente la resurrección de Cristo. Los cristianos también experimentamos la incredulidad y la desconfianza, ya que promesas recibimos a diario y los timos proliferan. Pero la desconfianza no solo se da en promesas humanas, sino que también en ocasiones dudamos de las promesas de Dios.

Creer es confiar en que algo es real e implicarse con ello aunque no lo vea o no logre comprenderlo en toda su magnitud. Es confiar en alguien que nos dice algo que aún no ha sucedido o que no hemos visto. Según se define Hebreos 11:1 la fe es la “certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. La fe nos hace estar seguros y convencidos de que recibiéremos lo que aún no tenemos ni vemos. Por eso Jesús dice “bienaventurado el que creen sin haber visto”. Pues cuando vemos ya no necesitamos fe. Una vez adquirida la promesa ya no esperamos que ese acontecimiento suceda, salvo que la promesa tenga una continuidad en el tiempo, como por ejemplo: “Todos los días tendrás pan que comer”; hoy he comido y se cumplió la promesa, pero mañana tendré que esperar nuevamente a que suceda. Otra promesa continua es “En Cristo hay abundante perdón”. Pero ya en el cielo no necesitaremos fe. Veremos cara a cara. La fe pasará dice 1ª Co. 13, porque cuando recibes lo que esperas, ya no lo esperas mas. Y en el cielo todas las promesas serán cumplidas. Pero mientras tanto en esta tierra esperamos en fe las misericordias de Dios que se renueva cada mañana. “Vosotros, que lo amáis (a Cristo) sin haberlo visto, creyendo en él aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de lustras almas”. 1º P 1:8-9

Una fe diaria en continuo crecimiento.

La fe puede darse en cosas y momentos puntuales, o la fe puede estar depositada en la persona de Cristo y por lo tanto ser mucho más amplia y permanente. Yo creo en Cristo como mi Salvador y creo que me ha salvado, pero necesito seguir en fe pues su salvación aún no la tengo en toda su magnitud y dimensión. Llegará o se hará visible para mí el día de mi muerte. Sin embargo mi fe se alimenta de su promesa fiable de que esa salvación ya la tengo pues él la ha logrado para mí y Cristo no miente. Eso se llama “el ya y todavía no” de la fe. Lo tengo, pero aún está por venir. Y por eso la fe es algo diario que se alimenta y estimula con las promesas firmes de Dios.

Creer para ver

Muchos dicen falazmente “si veo creo”. A menudo se cae en ese error. Incluso los cristianos, con afán de querer que las personas crean en Cristo, intentan desenfrenadamente mostrarles cosas o querer hacerle ver cosas para que el incrédulo obtenga la fe.

Cristo es contundente en esto y dice “ya os he dicho que aunque me habéis visto, no creéis”. Hubo gente que vio a Cristo, presenció sus milagros y aún así no creía en él. Muchos solo seguían a Cristo para saciarse el estómago. Buscaban un favor y una vez alanzado el objetivo ya no lo necesitaban más. Cristo se convertía así para ellos en un salvador temporal y material. También hoy día se busca a Cristo o se recurre a la fe para salir de situaciones críticas puntuales y luego, como los nueve leprosos que fueron sanados, jamás regresan a Cristo hasta un nuevo problema.

Pero quienes seguimos a Cristo sabemos y declaramos que “Por fe andamos y no por vista” 2 Co 5:7. Si tienes fe puedes ver y puedes entender. Sin fe es imposible. Por lo tanto en el reino de Dios hay que creer para ver, al contrario que en el reino de este mundo que necesitamos ver para creer. Porque al que cree todo le es posible.

Cristo afirma que es el pan de vida. El pan es algo tangible, palpable, visible. Pero al ser Cristo Pan de vida eterna, solo se puede ver y palpar por medio de la fe. Gustad y ved que bueno es el Señor, ¡Bienaventurado el hombre que confía en el! Salmo 34:8

El mana que recibió el pueblo de Israel en el desierto era material y saciaba el hambre temporalmente. El pan material solo nutre el cuerpo de forma momentánea, pero acabado su efecto se siente hambre de nuevo. Lo material es siempre pasajero. Nuestro apego al materialismo como algo que vemos y en lo cual basamos nuestra seguridad es engañoso. Desnudos vinimos al mundo y desnudos nos marcharemos. El verdadero pan del cielo, aquel que alimentar eternamente es Cristo en quien creemos sin haber visto, y que por creer, lo vemos.

¡Cree y aliméntate, aliméntate y cree!

Aunque veían a Jesús, no veían al “Pan de Vida”

¿No es Jesús el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo dice ahora: “del cielo he descendido”?

Ver o hablar de Cristo no significa que te alimentes del Pan de Vida. En nuestro texto Jesús hace dos declaraciones contundentes:

1. La fe es un don de Dios.

Dios mismo es quien nos lleva a Cristo en fe. Por nuestra propia vista humana jamás podremos generar fe. Quien obra la fe es Dios por medio de su Palabra.

Bienaventurado fue Pedro porque “esto no te lo revelo carne ni sangre, sino mi Padre que esta en los cielos”. Nosotros también somos bienaventurados puesto que Cristo es nuestro pan de vida, y esto no lo descubrimos nosotros ni lo decidimos creer. Solo Dios pudo lograr que eso sea real en nosotros.

2. En Cristo, y solo en Cristo, nuestro ser es saciado.

En Cristo no tenemos más hambre ni sed, eso es una afirmación rotunda. No necesitamos alimentarnos con otras comidas pasajeras, ni buscar otras fuentes para clamar esa inagotable sed interior con que nace todo ser humano. Cristo colma nuestra necesidad.

Nosotros hemos sido llevados a Cristo por el Padre mismo y se nos ha dado la fe para creer en Cristo, por lo tanto tenemos una promesa segura y fiable: Nunca tendremos hambre, ni jamás tendremos sed. En Cristo estamos satisfechos. En él tenemos perdón de pecados, paz y vida eterna. En él encontramos el sentido a nuestra existencia y descanso para nuestras almas.

Por fe entendemos que Dios nos hizo nacer de nuevo por el agua y el espíritu en nuestro Bautismo, aun cuando no teníamos la capacidad de elegir. Por fe estamos seguros que como dice Jesús, él no hecha fuera a los que el Padre les envía. Por fe esperamos recibir lo que se nos promete y recibimos a Cristo el Pan de vida en la Santa Cena. Por fe estamos seguros que nuestros pecados son realmente perdonados en Cristo. Por fe anunciamos a Cristo, el pan que da vida eterna. Que así sea. Amén
Pastor Walter Daniel Ralli

9º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“La Iglesia es el Templo de Dios”

Textos del Día:

La Epístola: Efesios 4:1-16

El Evangelio: Juan 6:22-35

Efesios 2:18-20 porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.

Sermón

EFESIOS 2:18-20

Desde la eternidad, cuando Dios concibió el establecimiento de la Santa Iglesia Cristiana, Dios siempre pensó en su Iglesia en relación a las almas de hombres, almas unidas a Él mediante su Hijo Jesús, atraídas y sostenidas por el Espíritu Santo mediante la Palabra de Dios. Por esta razón la palabra Iglesia en las Sagradas Escrituras nunca se refiere a un edificio, nunca a una construcción, sino siempre a personas unidas en la fe con Jesús, ya sean éstas esparcidas y distribuidas por el mundo entero, o congregadas en una ciudad, en un país, o en una región.

¿Querrá decir esto que cuando Dios en la eternidad concibió el establecimiento de la Santa Iglesia Cristiana pensó también en mí? ¡Por cierto que sí! Pensó en mí, en vosotros, en toda la humanidad. 2 Pedro 3:9. Dios desea que todos los hombres se unan a Él y se salven. Veamos entonces si verdaderamente somos miembros de esta Santa Iglesia Cristiana, el templo que Dios el Padre concibió, que Jesús fundó, y que el Espíritu Santo organizó.

La Santa Iglesia Cristiana no fue ideada, planeada o edificada por hombres. La Santa Iglesia Cristiana es completamente la obra de Dios, sin cooperación ni ayuda de hombres. Dios el Padre es el arquitecto de la Iglesia. Desde la eternidad ya concibió una comunión de los santos, unidos mediante Cristo Jesús, como se nos dice en Efesios 1:3-6:“Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a sí mismo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.

Desde la eternidad Dios también vio la necesidad de un coordinador, de un organizador. La Iglesia se fundaría en Cristo Jesús, la piedra angular, y el Espíritu Santo revelaría a Jesús mediante la Palabra de Dios. El Espíritu Santo hablaría de la reconciliación, y así por medio de Jesús, atraería los unos y los otros al Padre, como nos dice el v. 18: “Por él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” Aquí vemos que desde la eternidad Dios ideó, planeó y organizó la Santa Iglesia Cristiana, la comunión de los santos.

Desde la eternidad Jesús fue nombrado el fundamento, la piedra angular, el eje de la Iglesia, la base de la reconciliación, v. 20. En la era del Antiguo Testamento los profetas fueron inspirados a escribir promesa tras promesa acerca del Mesías, el Salvador, el Reconciliador. Dios reveló a Isaías que iba a fun­dar su Iglesia sobre una piedra y roca. “Por tanto, el Señor Jehová dice así: He aquí que yo fundo en Sión una piedra, pie­dra de fortaleza, de esquina, de precio, de cimiento estable.” Isaías 28 :16. En Salmo 118:22 leemos: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo.” En San Lucas 20:17 Jesús recuerda esa profecía al pueblo rebelde. San Pedro y San Juan también se refieren al Salmo 118:22 cuando anuncian a sus acusadores, Hechos 4:10-12: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros crucificasteis y Dios le resucitó de los muertos, por él este nombre está en vuestra presencia. Ésta es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salud, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Por este mensaje de San Pedro podemos entender mejor las palabras de Jesús en San Mateo 16:18: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” Jesús se refiere a la piedra, la confesión de Pedro en el v. 16: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Sobre este Cristo, la piedra angular, sobre quien Pedro estaba fundado, edificaría Cristo su iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerían contra ella.

Desde la eternidad Jesús fue declarado la piedra angular. En el tiempo del Antiguo Testamento los profetas anunciaron que Él, el Mesías, sería la piedra angular. Cristo mismo acepta este nombre. Los discípulos, especialmente San Pedro en Hechos 4:11 y en 1 Pedro 2:6-8, declaran que Cristo es la piedra angular.

Preguntamos entonces: ¿Qué significa ser piedra angular? La piedra angular no es la única piedra en un edificio, pero sí es la más importante. La piedra angular une, sostiene, sirve para conservar a todas las otras piedras en perfecta simetría. Sin la piedra angular no hay unión, no hay seguridad; hay peligro empero de que tarde o temprano se derrumbe el edificio.

¿Cómo es Jesús la piedra angular de la Santa Iglesia Cristiana? ¿Cómo une, sostiene, y conserva Jesús a todos los hombres en perfecta armonía con Dios? Tenemos que recordar que sin Jesús no hay base de unión, de armonía, de paz. En vez de haber paz y armonía, por razón de nuestro pecado, existe enemistad entre Dios y los hombres. Los hombres son rebeldes. El hombre sigue insultando a Dios, despreciando lo que Dios en su bondad le ofrece. El hombre cree que con sus obras merece favores de Dios. Cuando Dios no acepta sus obras, el hombre reacciona como el niño que se enoja y llora cuando su madre no acepta para comer las tortas de barro que el niño le ofrece. Así en su estado natural, quiere decir, sin fe en Jesús, Dios ve al hombre como a un rebelde, un cadáver, un parásito, incapaz de agradar a Dios, algo repulsivo a Dios, digno sólo de eterna condenación y perdición.

Es imposible pensar en unión, fraternidad, armonía, paz si con nuestros pecados insultamos así a nuestro Dios. Sin reconciliación no puede haber paz, unión, comunión. Como esta reconciliación no podían realizarla los hombres, como dice el Salmo 49:7-8: “Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate, (porque la redención de su vida es de gran precio, y no se hará jamás)”, Dios mismo tuvo que obrar la reconciliación. Su amado y eterno Hijo Jesús tuvo que cumplir perfectamente los requisitos de la Ley, satisfacer por completo la santa voluntad de Dios, además aplacar la justa ira de Dios a causa de todos los pecados y todas las ofensas cometidas por los hombres.

En el tiempo fijado en la eternidad llegó el reconciliador, como nos dice san Pablo en Gálatas 4:4-5: “Venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.” Leemos también en 3:13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición; (porque está escrito: Maldito cualquiera que es colgado en madero.)” En 2 Corintios 5:19 se nos dice: “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a si, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de reconciliación.” ¿Como Dios podía estar reconciliado con el hombre pecador? V. 21: “Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” En este último pasaje Dios el Padre no deja duda alguna, sino que abiertamente declara que estaba reconciliado con los hombres por medio de Jesús.

Según Dios el Padre, Jesús cumplió los requisitos de la Ley, Jesús pagó con su vida todos los pecados y ofensas. Por medio de Jesús, Dios el Padre puede mirar a cualquier hombre con misericordia y amor. Por los méritos de Jesús, Dios el Padre puede perdonar al más vil pecador. Jesús es la diferencia. Jesús es el eje. Jesús es el centro. Jesús es la persona que nos une al Padre. Sin Jesús no hay perdón, reconciliación, paz, unión, comunión, vida eterna. Dios mismo declara a Jesús la piedra angular, la piedra de la Santa Iglesia que une a todo el edificio. En 1 Corintios 3:11 Dios inspira a San Pablo a declarar que Jesús es el único fundamento: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.”

¿Cuándo comenzó a funcionar esta Santa Iglesia Cristiana? Comenzó a funcionar en el momento en que fue concebida en la eternidad. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, fueron los primeros en esta tierra en hacerse miembros de la Iglesia. Antes de entrar el pecado en el mundo hubo un constante intercambio de pensamientos entre Dios y el hombre; hubo perfecta armonía, perfecta unión.

Cuando Adán y Eva se rebelaron contra Dios, se desprendieron de Él. A causa del pecado cayeron del poder de Dios a un poder distinto, a un poder enemigo al de Dios. Cayeron bajo el poder del pecado y de la muerte. Otro poder ejercía entonces en sus miembros y los movía a hacer todo lo contrario a la voluntad de Dios. En vez de amar a Dios como antes, tenían miedo a Dios; en vez de escuchar su Palabra, se oponían a ella; en vez de confesar que habían pecado, argumentaban, acusaban, y se excusaban. En medio de todo esto no podía haber armonía, unión, comunión entre Dios y el hombre. Dios no había creado al hombre para que éste muriera y viviera separado de Él, sino para que viviera siempre con Él. Según su decisión eterna, Dios anunció su plan de reconciliación. Antes de echarlos del Edén, el Espíritu Santo les anunció el protoevangelio, Génesis 3:15. En el momento en que se arrepintieron y aceptaron la promesa de salvación, volvieron a unirse íntimamente con Dios. Mediante la fe en la promesa de salvación estaban edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, v. 20.

Desde que el hombre cayó en el pecado, el Espíritu Santo ha seguido llamando, iluminando y convirtiendo a los hombres la fe en Jesús. El mismo Espíritu Santo inspiró a hombres a escribir la Palabra, como nos dice San Pedro: “La profecía no fue en los tiempos pasados traída por voluntad humana, sino los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo.” Mediante el fundamento de los apóstoles y profetas, el Espíritu Santo reveló al hombre el plan de salvación por medio de la fe en Jesús. Mediante la Palabra, el Espíritu Santo invita, insta, convence, fortifica. El fundamento de su mensaje es siempre Jesús. Sin Jesús las Sagradas Escrituras no tendrían fundamento ni mensaje. Pero Jesús, la piedra angular, une el primer libro de los profetas con el último de los apóstoles y evangelistas en un glorioso mensaje.

Otro hecho que no podemos olvidar: Nadie puede llegar a ser miembro de la Santa Iglesia Cristiana sin el Espíritu Santo. En el v. 18 se nos dice: “Por él, Jesús, los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” 1 Corintios 12:3 lo explica así: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.” El Espíritu Santo aplica la receta que Dios Padre ha prescrito y el Hijo Jesús ha llenado.

El Espíritu Santo asegura, además, a los que por la fe en Jesús son miembros de la Iglesia, las bendiciones de esta comunión de los santos. Aunque por naturaleza erais miembros de otro reino, de otro poder, ya por Jesús no sois extranjeros ni advenedizos, sino juntamente ciudadanos con los santos y domésticos de Dios, v. 10. San Pablo repite aquí algo que ya había anunciado en los vs. 12 y 13: “En aquel tiempo estabais lejos... mas ahora habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” Por la sangre de Cristo somos santos y domésticos de Dios. 1 Juan 1:7: “La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.” Limpio de todo pecado significa santo. Si ya no tenemos pecado, tampoco hay condenación, como nos dice Romanos 8:1: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al espíritu.” El haber sido declarados justos por medio de Jesús significa que existe paz y estamos en unión con Dios. Romanos 5:1: “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.”

Vemos, pues, que la Santa Iglesia Cristiana es el templo de Dios. Fue planeado por Dios, fundado por Jesús, organizado y preservado por el Espíritu Santo. La Iglesia es santa porque ella es obra de Dios. Es santa también porque los miembros son santos, santificados mediante la fe en la redención de Jesús. A la Iglesia pertenecen únicamente los creyentes en Cristo Jesús. El que no acepta a Jesús como a su único y suficiente Salvador, no es miembro, aunque sea el más rico comerciante, el alumno más inteligente, el trabajador más esmerado. Y a la Iglesia pertenecen todos los creyentes. Aun los más pobres y despreciados, los que a su vez pueden haber sido los más viles pecadores, los de débil fe, todos pertenecen, todos son hijos de Dios, todos son miembros de la Iglesia, la comunión de los santos.

¿Eres tú miembro de la Santa Iglesia Cristiana? Recuerda que no basta decir: “Yo fui bautizado, yo fui confirmado, yo voy a la iglesia, yo contribuyo con regularidad, yo enseño a niños y adultos, yo distribuyo folletos.” Nada de esto te hace miembro de la Santa Iglesia Cristiana. Sólo la fe en los méritos de Jesús te hace miembro de la Iglesia. Si puedes decir: “No confío en mí mismo; sólo en el amor y sacrificio de Jesús”, entonces eres miembro de la Santa Iglesia Cristiana.

Como no te es posible llamar a Jesús Señor sin el Espíritu Santo, tampoco te es posible sin Él permanecer en la fe. Es necesario que cada día te aferres más en la Palabra de los apóstoles y profetas, la Palabra de Dios, y digas con San Pablo en Romanos 1: 16: “No me avergüenzo del evangelio; porque es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree.” Amén.

Roberto G. Huebner.