sábado, 31 de octubre de 2009

22º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo nos otorga la bienaventuranza”

Textos del Día:

Primera Lectura: Apocalipsis 7:9-17

La Epístola: 1 Juan 3:1-3

El Evangelio: Mateo 5:1-12

Sermón

¿A quién no le gustaría que sus necesidades sean suplidas en abundancia, heredar el Reino de los cielos, ser consolado, tener una gran herencia o recibir siempre el perdón de Dios? ¿Sabes qué? Puedes tener todo esto. Pero para ello deberás ser un santo.

¿Qué es ser santo? Un santo es una persona que no tiene pecado, que está santificada, que ha sido hecha santa. Por consiguiente, si no tienes pecados, eres un santo.

¿Qué hace un santo? En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia las “Bienaventuranzas”, las cualidades de esos que serán benditos. Éste es un pasaje muy leído en las Sagradas Escrituras y Dios por medio de él nos quiere otorgar gran placer y bendición. Sin embargo, también es a menudo retorcido e incomprendido llevándonos a desesperarnos.

¡Basta de Bienaventuranzas! A menudo he oído a personas decir: “El mensaje que me dejan las Bienaventuranzas es que si hiciera estas cosas, sería feliz y el mundo sería un mundo mejor. Si soy lo suficientemente bueno en estas cosas, entonces seré bienaventurado, bendecido, llegaré a parecerme a un santo”. El problema que tenemos es que nos movemos por los datos que dan los sondeos. Así que llegamos a pensar que “si soy mejor en este punto que el promedio del población, entonces voy por buen camino”. ¿Pero funciona este método para la relación con Dios?

Veamos las Bienaventuranzas y aclararemos si somos bastantes buenos conservándolas. Una pequeña muestra debería resolver este problema.

Jesús dice “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Jesús da fe de que los santos, los que heredarán la tierra, son mansos. Tengamos presente que mansedumbre es el poder bajo control. Por lo tanto una persona que es mansa usa su poder, su autoridad, su posición y sus habilidades en función de otros, no para sí mismo. Entonces la pregunta es ¿Eres lo suficientemente manso? ¿Usas tu poder, posición y talentos en función de otros? Expresándolo de otra manera ¿cómo tratas a tu familia? ¿Vives en una actitud de servicio hacia ellos, considerando sus cuestiones más importantes que las tuyas? ¿Has perdido la calma o quieres que todos se sometan a tus deseos? ¿Eres un servidor humilde en tu casa?

La mansedumbre tiene que ver con cómo manejamos nuestros recursos. ¿Acostumbras a que los demás te sirvan? ¿Esperas de los demás sin pensar en dar de ti mismo? ¿Necesitas comprar cosas bonitas para ti, sin pensar en regalar a otros? ¿Puedes vivir con menos cosas de las que tienes? ¿Ayudas a otros tanto como esperas ser ayudado?

Podríamos seguir haciéndonos preguntas de esta manera. Pero ante tal examen la respuesta de nuestra naturaleza pecaminosa es “claro que podría ser más manso, pero soy lo suficientemente manso” o “soy más manso que la mayoría de las personas que conozco”. Pero este es el problema, Jesús dice “bienaventurados los mansos”. Él no dice, “bienaventurados es esos que creen que son lo suficientemente mansos”. Cuando él exige mansedumbre, demanda mansedumbre perfecta. No es su medida que sea importante o superior a la media de la población, la exigencia de Dios todopoderoso es la santidad. Creer que somos lo suficientemente mansos, según los estándares de Dios, es arrogancia y orgullo, lo opuesto a la mansedumbre.

En otra afirmación Jesús dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Estar hambriento y tener sed de justicia es desear las cosas de Dios, su fe, su pureza. Aquellos que estén hambrientos y tengan sed aprovecharán cada oportunidad de ser alimentados y saciados. Si realizamos un sondeo, veremos que las personas darán una variedad de respuestas de lo que quiere decir tener hambre y sed de justicia y de cómo saciarla. Algunos dirán que es suficiente asistir al Oficio en Navidad y Pascua, mientras los otros insistirán en que es necesario por lo menos cuatro veces al año. Algunos afirmarán que la asistencia dominical indica un deseo fervoroso, mientras otros sumarán una actividad en la mitad de semana durante el Advenimiento o Cuaresma. Y qué pasa con ese hambre y sed fuera del Oficio, ¿Tienes devociones diarias? ¿Dedicas el tiempo suficiente a las Sagradas Escrituras? ¿Has aprendido de memoria textos claves de la misma para saciar tu hambre y sed y vivir una vida justa?

Otra vez, la respuesta de nuestro interior querrá decir, “yo tengo hambre y sed de justicia, porque mis esfuerzos son para el bien común”. “Necesito calmar mi hambre y mi sed por eso ayudo a los que puedo”. Pero Jesús no dice: “benditos aquellos que están hambrientos y sed por sus propios pensamientos”. Él no pone calificadores. Creer que estamos hambrientos y tenemos sed de justicia es otra vez, una arrogancia muy perjudicial y un gran orgullo.

En otra de las bienaventuranzas Jesús declara: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Otra vez, ver a Dios es un privilegio que solo tendrán los santos, quienes le verán en gloria por la eternidad. Por supuesto, para estar puro en corazón, no tienes que tener ni pensamientos perversos, ni malos deseos o codicia. Tendrías que conformarte perfectamente con las cosas que tienes, confiar en Dios cuándo surgen las pruebas y no temer mal alguno. No deberías verte afectado por el prejuicio o racismo, ni siquiera darte el lujo de permitirte murmurar o guardar rencor a aquel que te hizo mal.

Ahora, vemos que ninguna persona cristiana o no cristiana, puede tener un corazón absolutamente puro. Es imposible. Por esto es que nuestro interior saca pensamientos erróneos para ocultar este problema: “soy así y no lo puedo evitar” “es la tendencia humana y podría ser mucho peor de lo que soy, además no soy tan malo como el resto”. Pero oigamos otra vez la Bienaventuranza: “Bienaventurados los de limpio corazón”. Él no dice, “bienaventurados los que tienen más pureza en el corazón”. Si decimos o creemos que somos puros de corazón o incluso lo suficientemente puros para ver a Dios, damos prueba de que nuestros corazones están muy distantes de ser puros.

Comenzamos con las Bienaventuranzas afirmando que muchos creen que “si haces estas cosas, serás bendecido por Dios y alcanzarás la felicidad”. Ésta es una enseñanza engañosa, porque para alcanzar la felicidad debes hacer estas cosas perfectamente, todo el tiempo, sino no hay bendición y ni felicidad.

¡Si examinas lo que estas Bienaventuranzas requieren de ti, es más probable que grites “¡Basta de Bienaventuranzas! Prometen bendecirme si cumplo los requisitos, pero no los puedo cumplir. ¡Basta de Bienaventuranzas! Son más de lo que puedo hacer “.

Si llegas a esta conclusión, tengo buenas noticias para ti. Eres bienaventurado. Bendito eres porque, por la gracia de Dios y el trabajo del Espíritu Santo, has hecho una confesión honesta de tu condición de pecador. Te has examinado en el espejo de la Ley de Dios y has concluido que no puedes estar a la altura de esas exigencias. Si crees que es tu decisión el ser manso, compasivo y puro, estás sin esperanza. Esto es muy cierto.

Ahora está de acuerdo con la Ley de Dios que no puedes hacer nada para amarlo o ganar su salvación, para ser bendecido o perdonado. Ahora estás preparado para saber que Él te ha salvado y es quien, de manera gratuita te hace bienaventurado.

De esta manera desaparecen la aflicción que se crea al pensar que puedes lograr la santidad por tus propias fuerzas, porque no está en ti el lograrlo. Si crees que has hecho bastante por ser manso y misericordioso (y todo lo demás), para ganar la aprobación de Dios y convertirte en un santo, déjame decirte que alegas razones contra las Sagradas Escrituras y vas encaminándote a la desesperación. Es la aflicción que produce el creer que haces un trabajo “muy bueno” de rectitud para complacer a Dios.

Es una atractiva tentación proclamar estas Bienaventuranzas como si fueran dadoras de poder o felicidad. Incentivar a las personas a ser mansos y humildes, compasivos y tranquilos, alentarlos a que serán felices si hacen estas cosas al pie de la letra. Pero si esto es lo que se predica o se cree, se creará un gran perjuicio. En primer lugar, porque se enseña que se puede por medio de la razón y obras realizar cosas para la satisfacción de Dios. Mucho peor, si le enseña que lo puedes hacer por tus medios, porque luego no tendría sentido que se te enseñe que necesitas un Salvador, porque no lo necesitas ya que puedes solo.

Entonces ¡basta de Bienaventuranzas! Al menos, basta de esta idea que podemos alegrarnos y ser benditos si hacemos estas cosas los suficientemente bien, porque nunca será así. Si reconocemos que no podemos quiere decir que estamos listos a escuchar acerca del que ha hecho todo por nosotros.

Ya vimos que no podemos cumplir con los requisitos de estas Bienaventuranzas, de ninguna manera posible. En primer lugar, necesitamos saber de nuestro pecado. Pero por otro lado, estas Bienaventuranzas nos dan la oportunidad de mirar y gozarnos en nuestro Salvador, Jesucristo. Él ha cumplido estas Bienaventuranzas perfectamente. Es más, él las ha mantenido perfectamente por ti y por mí.

Escuchemos y regocijémonos. “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” dice Jesús. Nadie ha sido lo suficientemente pobre en espíritu, excepto él. La humildad interminable durante la vida del Salvador desde su nacimiento hasta la cruz. Si él hubiese exigido mucho, cómodamente sentado en su trono, él sólo habría pedido lo que merecía.

Pero el Señor no llegó para ser servido, sino para dar servicio y sacrificar su vida como rescate por muchos. Humildemente, el Hijo del Dios todopoderoso te sirvió y sirvió a otros. Él sanó a los enfermos, alimentó a los hambrientos, enseñó al pecador, perdonó al penitente, resucitó a los muertos. Él no practicó un servicio de orgullo, de demanda y de gloria. Él prestó su humilde servicio, aun al punto de la muerte en la cruz. Él se hizo pobre de espíritu, para que nosotros podemos tener el reino de los cielos.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Jesús no lloró solo por la muerte de un ser querido como Lázaro, sino por el efecto aniquilador del pecado en el hombre. Él se entristeció por Jerusalén, porque sabía que muchos de sus habitantes no se arrepentirían. Él sufrió la más cruel de las muertes para que nosotros podamos ser confortados.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” Recuerde, la mansedumbre es poder bajo control, usada en función de otros. Jesús no destinó su poder omnipotente para su propia ganancia, sino que lo uso a favor de otros, curó enfermedades, multiplicó pan y pescados y expulsó a demonios. Sufriendo un juicio injusto y una condena dolorosa en manos de pecadores, no los arrasó con una palabra, ni exigió a Dios que los destruyera. Dócilmente, el Hijo de Dios permitió ser crucificado. Él ha sido lo suficientemente manso, a fin de que tu y yo podamos ser llevados al cielo nuevo y la tierra nueva.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Recuerda la tentación de Cristo, en de salvaje desierto, Jesús sufrió hambre y sed y a la vez oía las tentaciones del diablo para que convierta las piedras en pan. Él estuvo hambriento pero su deseo de justicia hizo que se aferre a la Palabra de Dios para que tú y yo podamos ser llenos del perdón de Dios. Recuerde las palabras de su boca seca, al borde de la muerte en la cruz, “tengo sed”. Él ha tenido sed y ha muerto en esa cruz, derramando su sangre para darte de beber vida eterna.

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia”. Ser compasivo no es dar a un malhechor lo que él merece. Otra vez, el Señor Jesús no destruyó a los que lo arrestaron, blasfemaron, crucificaron y se burlaron de él. Él lo podría haber hecho. Pudo haber bajado de la cruz, pudo haberse salvado y pudo haber destruido completamente a sus enemigos.

En lugar de darles lo que merecían, los perdonó y murió por ellos, para dar a los pecadores lo que no merecen: El perdón de sus pecados. En lugar de condenarle, los perdona.

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. De Jesús, Hebreos 4:15 declara que “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado”. ¿Jesús fue perfectamente puro de corazón y por qué? Hebreos 4:16 nos dice eso porque él estaba sin pecado, “Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro”. Por ello podemos acceder a su trono de gracia con confianza. Jesús ha sido puro en corazón a fin de que tu y yo pudiésemos ver a Dios en la gloria eterna.

“Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. El Señor Jesucristo hizo las paces. Él hizo las paces entre el hombre y Dios, derrumbando la pared de separación entre los dos (Efesios 2:14), quitando el pecado que nos privaba de acceder a la presencia de Dios. Él ha hecho la paz a fin de que seamos Hijos de Dios y herederos de cielo.

“Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando os vituperan y os persiguen, y dicen toda clase de mal contra vosotros por mi causa, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos; pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. ¿Y quién ha sido más deshonrado, perseguido que Jesús mismo? ¿Quién ha sido insultado, golpeado y difamado falsamente que el Señor? Él ha sufrido estas cosas y suyo es el reino de los cielos. Una y otra vez, ha hecho estas cosas por ti y por mí. Comparte su victoria sobre el pecado y la muerte con nosotros, así que nuestro es el reino de los cielos.

Cuando oímos lo que tuvimos que hacer para cumplir con las Bienaventuranzas, vimos que no lo podríamos ni aun de cerca. “Basta de Bienaventuranzas” no las podemos ganar por nosotros mismos. Sólo nos mostraron qué tan profundo y oscuro es nuestro pecado, cuán terribles son nuestros fracasos. Pero todo cambia cuando consideramos las Bienaventuranzas desde la vida de Cristo: ¡Ahora puedes ver tu salvación! Él ha cumplido con las Bienaventuranzas, ha hecho estas cosas perfectamente y las ha hecho para ti y para mí. El gran cambio ha tenido lugar: Cristo Jesús ha quitado sus pecados en la cruz, él ha sufrido la furia de Dios por tus fracasos. Pero al quitar nuestros pecados, no nos ha dejado vacios. En lugar de eso, nos ha dado el poder del Espíritu Santo para poder vivir en su obediencia y disfrutar de las Bienaventuranzas. Porque él ha hecho eso, el Padre Eterno cuida de ti y dice, “no veo pecado en ti, porque mi Hijo ha quitado todo. Ahora, por su bien cuando te miro, veo uno que es pobre de espíritu, triste y manso, con hambre y sed de justicia, un santo. Te veo en el reino de los cielos".

Qué extraño parece al principio: No somos o nos hacemos santos por cumplir bien con las Bienaventuranzas. Más bien, somos santificados porque, por el trabajo del Espíritu, reconocemos que no los podemos conservar como debemos. Y si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de todo malo. Esto es por qué la vida del cristiano es una de arrepentimiento continuo, confesando nuestros pecados, regocijándonos en lo que Jesús ha hecho lo que no podíamos hacer. ¿Que se necesita para ser santo? Necesitamos estar sin pecado. Así que se es santo no por sus obras o falta de ellas, pues nunca son suficientes, se es santo por el sacrificio que de Jesús. Él ha hecho todo el trabajo y ha pagado el precio con su sacrificio. Por consiguiente, estimados en Cristo, bendito eres tú y todos los santos de Dios, porque eres perdonado de todos tus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

sábado, 17 de octubre de 2009

20º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Dios y nuestra riqueza”

Textos del Día:

Primera lección: Eclesiastés 5:10-20

La Epístola: Hebreos 4:1-13

El Evangelio: Marcos 10:23-31

23 Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: --¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! 24 Los discípulos se asombraron por sus palabras; pero Jesús, respondiendo de nuevo, les dijo: --Hijitos, ¡cuán difícil es entrar en el reino de Dios! 25 Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios. 26 Pero ellos quedaron aun más atónitos diciendo entre sí: --¿Y quién podrá ser salvo? 27 Entonces Jesús, mirándolos, les dijo: --Para los hombres es imposible; pero no para Dios. Porque para Dios todas las cosas son posibles. 28 Pedro comenzó a decirle: --He aquí, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido. 29 Jesús le dijo: --De cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por causa de mí y del evangelio, 30 que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y en la edad venidera, la vida eterna. 31 Pero muchos primeros serán los últimos, y los últimos, primeros.

Sermón

El evangelio del hoy sigue tenemos apreciarlo como la continuación de lo sucedido entre Jesús y el joven rico en Marcos 10:17-22. En el cuál vemos cómo se este joven rico se fue afligido porque se dio cuenta de que la piedad y el intentar cumplir con los mandamientos no lo harían heredar la vida eterna ya que Jesús le mostró que el dinero era su dios.

En el texto de esta semana, Jesús usa la imposibilidad de que este joven tuvo para entrar al reino de Dios con el objeto de enseñarnos que ninguno de nosotros, rico o pobre, puede entrar en el Reino de Dios por si mismo. En lugar de esto, el Reino de Dios viene a nosotros porque nada es imposible para Dios y lo ha mostrado de manera tangible por medio de la obra de Cristo. Si somos ricos o pobres, el regalo de la fe del Espíritu Santo en la obra de Jesucristo nos hace parte del Reino de Dios ahora mismo y nos asegura la continuidad en el mismo por la eternidad.

Las palabras de Jesús en el Evangelio del hoy deberían aterrorizar a cada persona. Jesús dijo, “es más fácil para un camello pasar a través del ojo de una aguja que una para persona de dinero entre en el reino de Dios.”

En nuestra cultura hay una cierta especial admiración hacia aquellas personas que toman un voluntario voto de pobreza para servir a otros. Admiramos al doctor que deja su cómodo sitio en un gran hospital con todos los recursos para ir a asistir a los pobres en una ciudad o pueblo alejado de todas las comodidades. Admiramos a la persona que deja un buen trabajo para ir y ayudar a alimentar a los pobres en algún país en donde son más las personas que no comen a diario que las que si lo hacen. La mayor parte de nosotros admiramos el trabajo que la Madre Teresa realizó entre los pobres en India.

Hoy hemos oído que las palabras de Jesús sobre riqueza, pero estas a menudo han sido usadas para afianzar la idea de que los pobres tienen un lugar de especial en el corazón de Dios, mientras que los ricos, por el contrario, son los malvados y rechazados y acusados por este. Pero estas ideas no eran así en el primer siglo entre la gente de Israel. Por esto las palabras Jesús son más sorprendentes cuando estudiamos el papel de personas adineradas en Israel durante el primer siglo.

En la cultura Bíblica ciertamente se miraba con malos ojos a las personas que se requirieron de manera ilegal, pero a aquellos que lograron acumular una considerable riqueza a través del trabajo diligente y duro se los consideraba que eran favorecidos por parte de Dios. Los lugares de honra tanto en las sinagogas como en el cielo se pensaba que estaban destinados a personas que obtuvieron sus riquezas de manera legal y la utilizaron para ayudar a la iglesia y a la comunidad.

Los discípulos habrían pensado que los ricos honestos serías las personas que más probabilidades
tenían de entrar en cielo pues eran los favorecidos de Dios. Por el contrario, los pobres y a quienes aquejaban problemas, como Job, se creía que era por algún tipo de castigo divino a causa de algún pecado cometido, tanto por ellos o por algún familiar. De allí que al encontrarse Jesús con un ciego los discípulos preguntan “Rabí ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Juan 9.2.

Estas creencias hacen que las enseñanzas de Jesús en donde se comparan los pobres y los ricos sean muy sorprendentes para las personas en aquellos días. Jesús sin lugar a dudas que habrá hecho pensar a los discípulos y quienes lo oyeron cuando señaló la ofrenda de la viuda pobre y dijo “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos éstos de su abundancia echaron a las ofrendas; pero ésta, de su pobreza, echó todo el sustento que tenía.” Lucas 21:3-4

Podemos ver la confusión de los discípulos en su respuesta para Jesús en el Evangelio del hoy “Pero ellos quedaron aun más atónitos diciendo entre sí: --¿Y quién podrá ser salvo?” ¿Si las probabilidades de los ricos equivalen a las probabilidades de ese camello, entonces quién puede entrar en el Reino de Dios? Si los ricos que han sido honestos, como el joven que se acaba de ir no pueden entrar, entonces ninguno de nosotros tiene ni siquiera chances de pensarlo.

Ninguno de nosotros tiene oportunidad de entrar. Ese es el mensaje de la Ley en el Evangelio del hoy. La enseñanza en el texto de Marcos de hoy no es que es malo ser una persona rica, sino que nadie puede entrar en el Reino de Dios con sus recursos, sean bienes materiales u obras que creemos meritorias ante Dios. Cuando Jesús dijo que los miembros más respetados de la cultura no podrían ganar su entrada al Reino de Dios, él no decía que ninguna persona rica o pobre puede tener un lugar en el Reino de Dios. Él quería enseñar que todos tenemos tantas posibilidades de entrar en el Reino de Dios por nuestros medios como las de un camello a atravesar el ojo de una aguja.

El Espíritu Santo inspiró a David a escribir, “He aquí, en maldad he nacido, y en pecado me concibió mi madre” Salmo 51:5. Jesús nos dice que “Lo que ha nacido de la carne, carne es” Juan 3:6. Pablo escribe “así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” Romanos 5:12. Pablo escribió sobre alguno de esos pecados en Gálatas y luego llegó a una conclusión, “de las cuales os advierto, como ya lo hice antes, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios” Gálatas 5:21. Todos estos versos nos revelan y hablan de nuestra naturaleza pecaminosa y nos dicen la consecuencia del mismo. Somos pecadores desde nuestra concepción y la única cosa que ocurre con seguridad es que nuestros pecados crecen y maduran, además nos ponemos más imaginativos y destructivos en la ejecución de los mismos. Como hombres es verdaderamente imposible heredar el Reino de Dios ya que los mismos nos separan de él.

Mientras que para el hombre es imposible entrar al Reino de Dios, para Dios es posible hacerlo entrar. “Para los hombres es imposible; pero no para Dios. Porque para Dios todas las cosas son posibles”. Dios es todopoderoso y él nos ama con u amor muy profundo. Porque “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” Juan 3:16-17. No tenemos los recursos para entrar en el Reino de Dios, pero el Reino de Dios tiene lo que se requiere para que nosotros entremos. No oramos para alcanzar o establecer el Reino de Dios aquí en la tierra. En lugar de eso oramos en el nuestro Padre nuestro diciendo: “Venga a nosotros tu Reino.”

El Reino de Dios viene a nosotros en el Dios-Hombre, en Cristo Jesús. En Jesucristo, Dios tomo la naturaleza humana y se humilló, estuvo viviendo con nosotros bajo la ley. En su humildad, cumplió la ley por nosotros. Pero se humilló aún más al morir en la cruz pagando así por nuestros pecados. Su muerte, la muerte de un hombre inocente perfecto y santo, hizo por nosotros lo que era imposible que nosotros hagamos por nosotros mismos: Cumplir la ley de Dios. Él lo hizo posible a fin de que el Reino de Dios esté entre nosotros y para que nosotros estemos en el Reino de Dios.

El Espíritu Santo provee el acabado final para obra de Dios en nosotros. Él hace que lo imposible sea posible. El Espíritu Santo viene junto con la Palabra de Dios. El Espíritu Santo nos da a esa Palabra de muchas maneras. Cuando leemos la Biblia en nuestro tiempo privado. Al compartirla entre nosotros cuando nos encontramos con nuestros hermanos y hermanas en la fe para aprenderla y estudiarla. Al oír las lecturas en el Oficio Divino y la saboreamos de manera especial cuando Cristo nos entrega su verdadera sangre y su verdadero cuerpo con y bajo el pan y el vino de la Santa Cena. El Espíritu Santo usa todos estos caminos para alimentar nuestros espíritus con la Palabra de Dios. A través de esta Palabra, él crea y sostiene fe en nosotros. Él nos da la fe que cree que los sufrimientos y la muerte de Jesucristo nos quita y limpia todos nuestros pecados. A través de esa fe el camello atraviesa el ojo de la aguja, es decir, los ricos y los pobres entran en el Reino de Dios por la Gracia de Dios mostrada en Jesús.

Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, porque es él quien puede, desea y hace realidad que tus pecados sean quitados de tu vida, sea limpio y puedas ser parte del Reino de Dios aquí en la tierra y también el día que te llame a su presencia. Porque en Cristo has sido perdonado de todos tus pecados ve en la paz de Dios y sírvelo con alegría. Comparte este gran tesoro que te hace una persona rica, un gran heredero y te llena de la paz de Dios en tu vida.

Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia

miércoles, 14 de octubre de 2009

19º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“En Cristo no hay rivalidades”

Textos del Día:

Primera lección: Números 11:16, 24-29

Segunda Lección: Santiago 4:7-12

El Evangelio: Marcos 9:38-42

EVANGELIO
38Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. 39Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. 40Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. 41Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
42Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar.

Las rivalidades.

Desde que Adán y Eva, por concejo del diablo, quisieron ser igual a Dios y que Caín matara a Abel por envidia parece que todo sigue el mismo curso aquí bajo el sol. Las rivalidades siguen existiendo. Rivalidades entre bandas callejeras, entre países, aficiones de futbol, compañeros de trabajo o estudio, y como no, también entre familias y en las familias. Padres contra hijos o hijos contra padres, hermanos, e incluso existe rivalidades dentro del matrimonio. Existe la llamada “guerra de sexos”, la rivalidad comercial entre marcas y por supuesto rivalidad política. En cualquier ámbito podemos encontrar un rival. Para obtener algún beneficio material, emocional,
social, etc., pareciera que siempre debemos competir contra alguien. Un rival es alguien que nos supone algún tipo de amenaza a nuestra posición o deseo, y al cual hay que intentar derrotar sacando ventaja sobre él.

Naturaleza de la rivalidad

Por naturaleza nacemos seres egoístas. “Esto es mío, mío, todo mío”. Envidia, celos, contiendas peleas, etc. Se evidencian desde muy temprano. No hay quien se libre de ello. La existencia de guerras a grandes escalas es la evidencia clara de nuestras pequeñas guerras o batallas personales diarias por conquistar un lugar y gobernarlo. Puede que un puesto de trabajo ocupado lo deseen muchos y difícilmente alguien duraría si tienen la oportunidad de hacerse con él. Buscamos nuestro propio bien y casi siempre, en esta realidad, va en detrimento de alguien.

Contexto del Evangelio de hoy (Mr. 9 33-37)

Los apóstoles habían estado discutiendo quien de ellos era el más importante. Puntualmente este texto dice que discutían por ver quien era “el mayor entre ellos”. En la escala de “Mayores” siempre tiene que haber MENORES o INFERIORES. Esa necesidad humana de establecer rangos de superioridad, de sentirnos más que el otro o de luchar por conseguir los primeros lugares en detrimento del otro, los Apóstoles también la tenía y pretendieron trasladarla al reino de Dios. Pero Jesús les presenta el principio “del Reino” que es diametralmente opuesto: “si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”; y poniendo un niño en medio les dice que si en su nombre, es decir movidos por la fe y el amor de Cristo, simplemente reciben a un niño que es la representación de la sencillez, en ese acto de fe simple harán la obra de Cristo y Cristo estará confirmando su presencia ellos. “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino el que se quiera hacer grande entre vosotros será vuestro siervo”. Mt. 20:25-26. Jesús sabe el manejo de las cosas en el mundo, pero su reino es diferente.

El conflicto

Al terminar de oír las palabras de Jesús (vrs. 37) “cualquiera que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió” a Juan le vino a la mente un acontecimiento reciente. Los discípulos se habían encontrado a un hombre que echaba demonios en nombre de Cristo. Sin embargo este hombre no pertenecía al grupo de 12 apóstoles que seguía a Cristo, entonces ¿Y este quien es?
¿Tiene derechos de hacer lo que hace? Pues ellos concluyeron que no y por eso se lo prohibieron. Imaginaros que si los discípulos estaban discutiendo entre ellos quien era el mayor y más importante ¿cómo iban a permitir que un extraño al particular grupo de los 12 haga lo que “solo” ellos tenían autoridad para hacer?

Razonamiento humano de los apóstoles

Si ellos habían dejado literalmente todo para seguir a Cristo cuando él los llamó especialmente a que lo siguieran. Si habían caminado lado a lado con el Señor pasando penurias y siendo testigos de increíbles prodigios ¿Cómo no se iban a sentir superiores? ¿Cómo no se iban a sentir con más derechos y privilegios que otros? ¡Si es que llevaban más años en la fe que cualquiera! Nuestra naturaleza humana construye sobre estos parámetros para medir y marcar rangos.

Lamentablemente los creyentes también traemos nuestra naturaleza humana a la vida de la iglesia, y en muchas ocasiones es esta naturaleza corrupta la que prevalece e intenta imponer sus principios. Pero a Dios gracias, la Palabra de Cristo está presente para denunciar esa actitud, perdonar a los que ven el error y se arrepienten y corregir esa actitud con la ayuda del Espíritu Santo.

Complejo de superioridad y de inferioridad

El llamado complejo de superioridad y el de inferioridad están muy relacionados. Pues para que uno se sienta inferior debe haber alguien a quien se vea superior y viceversa. Esto nada tiene que ver con la necesidad de definir correctamente los roles y la autoridad, sino con sentimientos psicológicos desmedidos y malsanos de la personalidad. Si alguien me dicen todo el tiempo que yo no puedo, que no valgo, etc., si me lo termino creyendo pueden pasar dos cosas: 1. Creer que efectivamente no valgo para nada y aislarme 2. Ver que los demás son mejores y tienen más derechos y más virtudes que yo. Esto último en ocasiones retroalimenta la idea del que se siente superior y dice “Nadie lo hace mejor que yo”, y que quizás luego reclama ¿Pero es que nadie hace nada?

En asuntos de fe puede pasar lo mismo, se puede llegar a medir, comparar y competir a ver quien tiene más frutos, tiempo dedicado, curriculum de servicio, etc. Esto, claro está, siempre va en detrimento de alguno que será “el perdedor” o “el inferior”. Así es como muchos se pueden sentir acomplejados con su fe, y esto es por no tener una doctrina clara en cuanto a ella, sumado a la mala actitud que muchas veces, sin darnos cuenta, podemos tener respeto al tema de la fe y la expectativa que ponemos en los demás.

Pero Jesús dijo que en cuestión de fe y salvación somos todos iguales. Ya no hay griego ni judío, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer. No hay categorías, sino seres humanos pecadores, todos por igual, por el cual Cristo dio su vida. Por lo tanto la fe de aquel que cree en Cristo obtiene la recompensa. Incluso si en esa fe damos un insignificante vaso de agua a alguien. Es decir, aunque las obras visibles de esa fe no parezcan extraordinarias sino normales, del día a día. No debemos menospreciar nuestra propia fe ni la de los demás, siempre debemos estimularla con la Palabra de Dios.

Distintos dones.

Es verdad que Dios repartió distintos dones y que no todos hacemos lo mismo. Pero Dios usa el principio de “complemento” o “ayuda idónea” que usó para establecer la relación matrimonial entre el hombre y la mujer. Ni el hombre puede ser mujer ni la mujer hombre, y ambos se necesitan, cada uno con los roles y funciones que Dios ha establecido. Intentar cambiar esto solo puede traer confusión. Y no por ser distintos debe haber competencia, sino que debemos aprender a valorar las sanas diferencias complementarias y necesarias establecidas por Dios.

Quien aspire por envidia o rivalidad a ocupar lugares, no solo se está dañando a sí mismo, sino que también está poniendo en peligro a los demás. Lo mismo pasa con el cuerpo de Cristo, su iglesia. También Dios dio diferentes oficios y responsabilidades que deben ser ejercidas en base a talentos y a aptitudes dadas por el Espíritu. Pero eso no tiene que generar envidia ni rivalidad, y aunque nuestra naturaleza humana lo intentará, debemos recordar que “entre nosotros no será así”, y debemos leer y seguir el consejo de la gráfica del cuerpo: 1 Co. 12:12-27.

Es cierto también que algunos solo anhelan puestos, títulos, poder en la iglesia y si no lo consiguen en un lugar se van a otro para adquirirlo o montan su propio reino donde poder ser “reyes”. Es lamentable, pero no es nuevo y de eso Jesús también nos advirtió. Hay lobos disfrazados de corderos que solo buscan su propio bien y cumplir su particular sueño. Por lo tanto no debemos confundir la valoración y el estímulo de la fe de todos quienes la tienen, con el hecho de que todos deban hacer todo en el cuerpo de Cristo. Ni tampoco debemos dejar de ser precavidos en cuanto a quienes usan el nombre de Cristo para engañar con doctrinas distorsionadas, solo para su encubierta gloria personal.

Dios quiere que nos apartemos de la comunión de quienes cambian el mensaje

No había evidencias de que el hombre que expulsaba demonios en nombre de Cristo haya sido un falso profeta que anunciaba un mensaje distinto o distorsionado. Al contrario, Cristo dice: “no se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagros en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no está contra nosotros, por nosotros es”. Cristo les dice a los discípulos que este hombre estaba usando su nombre y el poder de la Palabra correctamente, que estaba con ellos en la misma fe y por lo tanto no iba a “decir mal de mí”, es decir hablar doctrina errónea acerca de Cristo.

Sin embargo también la Escritura nos advierte en cuanto a los que desean “ganar” protagonismo, autoridad, poder, prestigio, etc. y usan la religión como una fuente de ganancia, no solo económica sino como realización personal. Y de hecho se ve como proliferan estos lobos. Se levantan nuevos iluminados y se autoproclaman pastores, maestros, apóstoles, etc. Sin embargo no todos hablan lo correcto de Cristo y ahí si que hay una diferencia. Pues somos llamados a contrastar con la Palabra el mensaje que se anuncia porque: “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, 4está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, 5disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales”. 1ª Ti 6:3-5

Vivir en la paz de Cristo como iglesia

La rivalidad es una realidad humana y nadie está ajeno a ella. Nadie. Necesitamos asumir eso.
Debemos saber que convivimos con una inclinación innata a la competencia. Nuestra naturaleza humana es capaz de corromper hasta lo más sagrado. 10Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. 11Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. 12Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. 1ª Co 1:10-12

En las iglesias se cuelan estos conflictos y contiendas y para ello la única solución es contrarrestarlas con la meditación en la Palabra y un constante autoexamen de nuestras actitudes: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Fil 2:3-4

Tenemos diferentes done y funciones y eso no debe ser un problema sino motivote alegría. Con lo que tenemos que luchar es contra el orgullo, envidia, rivalidad, vanagloria, etc., y no entre nosotros, porque todos somos siervos y todos servimos por igual y a todos, por medio de la fe, se nos da la misma recompensa obtenida y donada por Cristo: El perdón de pecados y la vida eterna. Desde la fe del que agoniza en un hospital y no puede hacer más que esperar su hora; la de un bebe que en el agua Bautismal recibe nueva vida y que pasarán algunos años para que veamos frutos externos, hasta la del más activo evangelista, toda es fe engendrada por el Espíritu Santo por medio de la Palabra y por lo tanto debemos valorarla y respetarla, cuidarla y animarla como lo que es: Un don de Dios. Nuestras actitudes en base a principios equivocados pueden hacer tropezar a “los pequeños que creen en mí”. Por lo tanto no pongamos tan alto el listón de la fe para que solo lleguen algunos. Que cada uno de lo que tiene y si alguno en su interior quiere ser el mayor, que se ponga a servir humildemente a demás.

Debemos estimular la fe de todos. Y recibir como si de Cristo mismo se tratara, a los más pequeños que creen en él. Debemos animarles y recordarle que Dios les ha dado la fe en Cristo en el Bautismo, y que por lo tanto no deben despreciarla ni menospreciarse por compararla con la de otros. Uno tiene que amar, valorar y cultivar aquello que sí tiene, pues Dios es el dador. Cuidemos nuestras actitudes.

La iglesia es universal

Podemos estar alegres porque Dios tiene poder para hacer su obra simultáneamente en todas partes del mundo. Mientras nosotros estamos aquí con nuestras tareas de anunciar el evangelio, también está sucediendo lo mismo en otros lugares y hay gente que oye el mensaje por el anuncio de otro que no soy yo. Y aunque esto parezca una obviedad, no siempre lo es. En ocasiones llegamos a creernos tan imprescindibles que pensamos inconcientemente que si nosotros no hacemos las cosas las cosas no suceden. Pero gracias a Dios las cosas son muy distintas. El Espíritu Santo es quien hace el trabajo de conversión y para ellos usa los medios de gracia (Palabra y sacramento). Nosotros tenemos la tarea de anunciar el mensaje, pero si no lo hacemos, Dios puede hacer que lo hagan las piedras. Por lo tanto pongámonos cada uno en su lugar, sirvamos fielmente y demos a Dios la gloria por siempre. Amén
Walter Daniel Ralli

“Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor. 23Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. 24Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; 25que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, 26y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él. 2ª Timoteo 2:14

domingo, 4 de octubre de 2009

18º Domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“El matrimonio según Dios”
Textos del Día:
Primera lección: Génesis 2:18-25
La Epístola: Hebreos 2:1-13
El Evangelio: Marcos 10:2-16

Marcos 10:2-16
2 Entonces se acercaron unos fariseos para probarle, y le preguntaron si era lícito al marido divorciarse de su mujer. 3 Pero él respondió y les dijo: --¿Qué os mandó Moisés? 4 Ellos dijeron: --Moisés permitió escribir carta de divorcio y despedirla. 5 Pero Jesús les dijo: --Ante vuestra dureza de corazón, os escribió este mandamiento. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; 8 y serán los dos una sola carne. Así que, ya no son más dos, sino una sola carne. 9 Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. 10 En casa sus discípulos volvieron a preguntarle acerca de esto. 11 Él les dijo: --Cualquiera que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella. 12 Y si la mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio. 13 Y le presentaban niños para que los tocase, pero los discípulos los reprendieron. 14 Al verlo, Jesús se indignó y les dijo: "Dejad a los niños venir a mí, y no les impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. 15 De cierto os digo que cualquiera que no reciba el reino de Dios como un niño, jamás entrará en él." 16 Entonces tomándolos en los brazos, puso las manos sobre ellos y los bendijo.
Sermón
Cuentan que durante las invasiones que realizaba Napoleón pudo observar y aprender algo muy importante que luego le sirvió para fundar los nuevos poblados en su territorio. Observó que los pueblos que se dedicaban a la agricultura anual no oponían resistencia de ser conquistados y saqueados. Tampoco tenían problemas en incendiar sus graneros y cultivos y huir. Pero aquellos que se dedicaban al cultivo de la vid, que para lograr una cosecha de calidad necesitaban muchos años, presentaban lucha y resistencia. Napoleón llegó a la conclusión de que las personas defendían con más ahincó aquello que le había costado mucho trabajo adquirir y que representaba un gran valor en sus vidas. Hoy queremos habar del matrimonio, para algunos es un campo con cosecha anual, ante las situaciones difíciles lo dejan abandonado y a su suerte, pero que para otros es un campo muy precioso, que mientras más tiempo y sacrificio se invierte en él, más satisfacción y entrega merece. Napoleón estableció en las fronteras de su territorio asentamientos y los ayudó para que se dediquen exclusivamente al cuidado de la vid, a fin de que las personas protejan con entrega y valor sus poblados. Dios desde el principio ha hecho lo mismo, le ha dado al matrimonio un lugar preponderante y vital para que el hombre se entregue
con todo su ser a defenderlo, cuidarlo y disfrutar de los hermosos frutos que da.
Se dice que el matrimonio es una institución en el que muchos de los que están fuera quieren entrar y muchos de los que están dentro quieren salir. Sin duda es una de las instituciones que ha perdido valor y en la cual se invierte cada vez menos tiempo y recursos. Se ha convertido en una cosa descartable, que una vez terminada su batería, se lo puede tirar y cambiar por otro sin mayores problemas. Me pregunto cómo hablar del perfecto plan de Dios para el matrimonio al ver cómo van muchos de ellos a nuestro alrededor. Es cierto que hay muchos matrimonios que funcionan bien, con amor, paciencia, perdón. Pero también vemos matrimonios arruinados, divorcios, infidelidad, mentiras, violencia. Cómo hablar del Dios creador del hombre y la mujer para tener una relación de matrimonio para toda la vida sin cargar con más culpabilidad a las personas que se han divorciado, o que han tenido problemas en su matrimonio. Pues bien, en primer lugar necesitamos que la Palabra de de Dios nos hable y nos diga de qué va esto.
Necesitamos ver qué está diciendo Jesús en el texto del día de hoy. Necesitamos ver el propósito de Dios para nuestros matrimonios.
Lo que llama la atención de hoy es la primera frase que abre el tema de conversación
“Entonces se acercaron unos fariseos para probarle”. Estas personas, estos fariseos, quieren “probar” a Jesús. Es necesario recalcar que la pregunta que le hacen sobre del divorcio fue un debate teológico muy importante en aquellos días. Se había formado dos bandos o escuelas teológicas al respecto. Los líderes religiosos de un bando sostenían la opinión de que Dios sólo permitía el divorcio por razones de “infidelidad y abandono”. Los otros decían que el divorcio era posible por un montón de otras razones, aunque sean insignificantes, como por ejemplo que una comida no le gustase al marido. ¿Nos suena de algo esto en nuestros días? La pregunta que realizan sobre “si era lícito al marido divorciarse de su mujer”, no es realmente una pregunta sobre el divorcio y la legalidad o no del mismo, esa pregunta fue pensada y expresada para poner a Jesús en medio de una disputa. Querían atraparle haciendo que se ponga a favor y en contra de uno de los bandos, que tome partido en la discusión. Querían ponerle entre la espada y la pared.
Hemos visto a lo largo de los Evangelios que es una mala idea intentar atrapar a Jesús en este tipo de discusiones. En todas las discusiones Jesús no es atrapado y en lugar de eso él cambia la situación y responde con una pregunta a quienes lo indagan para que sean ellos los que queden atrapados en sus hipocresías. Él salta la trampa que le han tendido y los pone a ellos en medio. Lo hace preguntando a los preguntadores. “¿Qué os mandó Moisés?” Es una pregunta muy sencilla que cualquiera de ellos puede contestar. “Ellos dijeron: Moisés permitió escribir carta de divorcio y despedirla”. El caso parece cerrado y zanjado, salvo que Jesús cambia la dirección de la conversación, llevando a la raíz de la pregunta formulada.
Jesús les dijo: “Ante vuestra dureza de corazón, os escribió este mandamiento. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; 8 y serán los dos una sola carne. Así que, ya no son más dos, sino una sola carne. 9 Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.” Marcos 10:5-9.
Jesús comienza a enseñar sobre una parte diferente de la Biblia. Es como si les dijese “Vosotros leéis en el lugar equivocado sobre este asunto. Vosotros necesitáis remontarse al mismo comienzo. Allí Dios creó al hombre y a la mujer para unirlos por toda la vida, una carne. ¡Dios no pensó ni permite el divorcio por ningún motivo! No es lícito divorciarse en absoluto”. Jesús le ha dado vuelta por completo a su manera de pensar. Ellos preguntaron qué motivo es lícito, él les dice Ninguno. Querían atraparle con el debate y él acaba el debate llevando la discusión hacia el origen de todo, la Creación, al propósito del Dios creador del universo y del matrimonio.
Aquí estamos también nosotros. Oímos a Jesús y nos encogemos de miedo, así como lo hicieron los fariseos. Ellos y nosotros muchas veces buscamos excepciones para las reglas de Dios. En nuestro interior deseamos y creamos excepciones a las reglas de Dios. Aquí es dónde nos preguntamos: “¿Qué hacer ante un esposo infiel? ¿Qué pasa cuando un matrimonio es realmente malo y dañino para los integrantes? ¿Qué cuando hay violencia hacia los niños? ¿Qué decir cuando la vida de una esposa está corriendo peligro? ¿Qué hago cuando ya no lo amo más?”.
Jesús pasa por encima de todas estas preguntas. Él no habla de todas estas cosas podridas, pecaminosas, torcidas, egoístas que los seres humanos traemos a nuestras relaciones. Él no habla de cómo el pecado destruye lo qué Dios ha unido. Él habla de cómo Dios diseñó la unión permanente del matrimonio. Él habla sobre lo que Dios quiere para las personas casadas. Lo que tenemos en común con los fariseos es que queremos hablar de las excepciones. Queremos saber cuándo podemos divorciarnos. Queremos saber cómo hacerlo correctamente. Jesús contesta con la creación perfecta del mundo.
La respuesta de Dios es “No lo hagas, nunca”. En otras palabras el divorcio no ha estado nunca en la voluntad de Dios para el matrimonio. Eso no quiere decir que el divorcio no ocurra. Pero ese no es el punto que Jesús trae aquí. No hay manera de introducirse en un debate sobre “excepciones” sin tener que hablar de optar entre los males que aquejan a esta institución.
Algunas veces tenemos al divorcio como el menor de dos males. Sabemos que algunas veces en este mundo pecaminoso se producirán divorcios. Pero el divorcio es siempre pecaminoso. El problema es que todo el mundo luego piensa que su situación debe caer en las excepciones y en puede usar el divorcio como el mal menor, creyendo que es el camino correcto y justificándolo ante Dios. Jesús se salta el debate. “¡No lo hagas!” dice. Pero nos siguen quedando dudas.
Queremos justificarnos o a nuestros parientes. Pues bien, los discípulos tuvieron las mismas preguntas. Más tarde cuando están con Jesús a solas, le hacen la pregunta otra vez. Y Jesús da otra respuesta muy clara.
Les dijo: “Cualquiera que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella. 12 Y si la mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.” Marcos 10:11-12.
Una vez más Jesús pone patas para arriba nuestras ideas. Podremos decir “Pues bien, y ¿qué sobre esta situación o este caso familiar?”. Jesús sólo nos dice lo que Dios espera. Es duro escuchar que algún familiar, amigo, compañero o nosotros mismos somos condenados. Esa es la ley de Dios frente a nosotros. Nos dice que transformamos el regalo de Dios del matrimonio en algo totalmente contrario a cómo Dios lo da. Podríamos enojarnos con Dios sobre esto y decir “pues bien, si esa es la manera que Dios piensa, este no es el Dios al que quiero adorar y servir.”
Pero en esta situación hemos ido al comienzo de todo, al origen del matrimonio, al Génesis de la cuestión.
Al hablar de estas cosas nuestro ser pecador lleva a que pensemos que tenemos mejor criterio que Dios. Es el mismo corazón pecador que lleva a que queramos decidir por nosotros mismos lo que es mejor según nuestros criterios. Ese corazón quiere ocupar el lugar de Dios dentro de nosotros mismos. Ese es el pecado que vive en nuestros corazones hablando y haciendo que nos inclinemos por sendas erróneas. Por supuesto, ese pecado no está correctamente relacionado con la idea de Dios sobre el matrimonio. Queremos tener el control de cada aspecto de nuestras vidas. Queremos poder odiar o ignorar a otros porque piensa diferentemente que nosotros.
Queremos estar de acuerdo con nuestros vecinos sobre asuntos éticos-morales, aún cuando están en desacuerdo con las Sagradas Escrituras. Deseamos poder defraudar o aprovecharnos, aunque sea un poco, en nuestros trabajos, ante el gobierno, colegas y demás para sacar un poco más de provecho o prestigio. Queremos hablar de cómo los otros miembros de la iglesia no hacen su parte en el trabajo, en la ofrenda o asistencia, sin ofrecernos nosotros mismos a ayudar. Pero recalco que no son los pecados que hacemos, es el pecado que está en nuestros corazones el mayor de nuestros problemas. Este quiere decidir por nosotros mismos qué es lo correcto y qué no lo es, llegando a ser nuestro dios. Ese es el pecado que nos separa del Dios verdadero y nos mantendría así. Pero gracias a Dios que no nos deja separados de su presencia, sino que por medio de Jesús viene a anular el poder del pecado en nosotros.
Una de las formas que nos pueden ayudar a comprender lo que Jesús ha hecho por nosotros para poner fin a nuestra separación con Dios es considerar matrimonio y el camino que Dios quiere dentro de este para nosotros. Eso es simplemente lo que hace el apóstol Pablo en su carta para los Efesios.
“Las casadas estén sujetas a sus propios esposos como al Señor, porque el esposo es cabeza de la esposa, así como Cristo es cabeza de la iglesia, y él mismo es salvador de su cuerpo. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, de igual manera las esposas lo estén a sus esposos en todo.
Esposos, amad a vuestras esposas, así como también Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, a fin de santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua con la palabra, para presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que sea santa y sin falta”. Efesios 5:22-27.
Cuándo vemos el matrimonio como Dios lo ve, nos encontramos con un cuadro donde abunda el amor Dios y el perdón en Jesús. No he celebrado ninguna boda aquí pero, pero cuándo la tenga sin duda traeré en la celebración este punto, iniciando la boda así como iniciamos el Oficio Divino, con una confesión y una absolución de pecados. El perdón en Jesucristo es la fundación de un matrimonio bueno y exitoso. Es la base de en la cual las esposas se someten a sus maridos y sus maridos aman a sus esposas… “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.”
El perdón es la base de nuestra relación con Dios. Tal como dice Pablo, es todo lo que Cristo hizo por nosotros, él es el novio y nosotros somos su prometida. Él nos santifica, limpiándonos por medio del agua y la Palabra. Al estar bautizado y creer en el pacto de perdón que Dios nos ha hecho de ser nuestro Dios y nosotros sus hijo, allí eres hecho miembro de la iglesia, de la prometida de Cristo. Estar bautizado es estar lavado por completo de todos los pecados, incluso del pecado de no querer someterse al Novio y la Palabra de Dios sobre el matrimonio o cualquier otra cosa. Pablo dice que Cristo se entregó por la Iglesia, por su prometida. Eso habla de la cruz.
Un marido debe dar la vida por su prometida, proveerle de lo necesario, protegerla, para mantener su bienestar por encima del propio, sacrificar todo para ella. Eso es lo que hizo Jesús.
Nuestro pecado, nuestro rechazo sobre el control de Dios sobre nuestras vidas merece un divorcio permanente de parte Dios. Pero Jesús nos trae a Dios como su prometida perfecta porque él lleva nuestro castigo, ocupa nuestro lugar al pagar la culpa. Él mantiene nuestro bienestar por encima del suyo. Él sacrifica su vida para que nosotros vivamos. Él sufre la separación de Dios en la cruz, por eso él grita “Dios Mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” Mateo 27:46. Así que nuestra apariencia ante Dios en el día del juicio será muy distinta si vamos de la mano de Jesús, porque con Jesús, Dios verá que hemos sido lavados por completo, que estemos sin dobles o arruga o cualesquier cosa que nos separe de él, que somos “santos y sin mancha”.
En estos días puede haber muchas conversaciones sobre el matrimonio, pero ninguna tan importante como la que Dios nos da sobre ello, para que comprendamos su relación con nosotros por medio de Jesús. A causa de lo que Jesús ha hecho por nosotros, no queremos tener un matrimonio distinto al que él nos presenta en la Biblia. Por lo que Jesús ha hecho por nosotros, nos sometemos a su voluntad en nuestras vidas y nuestros matrimonios. Por lo que Jesús ha hecho en nosotros somos hecho UNO en nuestra relación con Dios, a través una fe en Cristo Jesús. Amén.

Atte. Pastor Gustavo Lavia