sábado, 17 de abril de 2010

2º Domingo después de Resurrección.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a

La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Pascua de resurrección, que se extiende hasta Pentecostés. La palabra hebrea Pascha tiene el significado de Pasar (por alto o de largo), y rememora la preservación de la vida de los primogénitos judíos en la décima plaga en Egipto Aquí la iglesia cristiana medita sobre la implicancia de la muerte y resurrección de Cristo en la vida de los seres humanos que creen en Él. Se conmemora que Cristo liberó al mundo de la esclavitud del pecado y de la muerte. Esta fiesta se celebra hasta el domingo de Pentecostés.

“El Buen Pastor Conoce sus Ovejas”

Textos del Día:

Primera Lección: Ezequiel 34:11-16

Segunda Lección: 1 Pedro 2:21-25

El Evangelio: Juan 10:11-16

Juan 10:11-16 11 Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. 12 Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. 13 Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. 14 Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, 15 así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. 16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.


Sermón

Hace tiempo, cierto estudiante preguntó a un conocido fi­lósofo:
“¿A cuál de los animales se parece más el ser humano?”

A esto le contestó el filósofo: “Pues, a la oveja.”
“¿A la oveja? Yo pensé que era al gorila. ¿Por qué a la oveja?”

“Bueno”, siguió el filósofo, “los dos son tontos y estúpidos, tanto el hombre como la oveja. Los dos tienen que ser vigilados cuidadosamente; porque si no, se enredan fácilmente. Los dos son fáciles de engañar y de alejar de lo bueno. Y los dos, des­pués de salir de grandes peligros, vuelven a buscar los mismos peligros.”

Estemos de acuerdo o no con dicho filósofo, la Biblia mis­ma nos compara con la oveja por razones parecidas, presentán­donos en este cuadro tres personajes más: a Cristo, el Buen Pas­tor; al diablo, o el lobo; y al falso profeta, o el asalariado.

Hoy es el Domingo “Misericordias Domini”, que significa: “La misericordia del Señor”. Recibe su nombre latino del in­troito del día, el cual (basado en el Salmo 33) dice: “De la mi­sericordia de Jehová está llena la tierra”. El evangelio de este mismo día, la historia del Buen Pastor, nos describe fielmente la bondad y el amor del Señor. En el texto que acabamos de leer, tenemos elocuente ejemplo de la misericordia de Jehová especialmente en las palabras del versículo 14: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”.

He aquí, pues, el tema del mensaje de hoy: El buen pastor conoce sus ovejas.
¡Él nos conoce! Así como un padre conoce a su hijo, asi­mismo nos conoce Cristo. Aun nuestros padres no nos conocen del todo. Hay cosas en tu vida que te darían pena confesarlas a tu padre terrenal. “¡Espero que no se entere mi padre!” habrás pensado más de una vez en tu vida. ¡Pero Cristo te conoce me­jor que tú mismo padre!

É1 conoce, en primer lugar, tus necesidades y debilidades espirituales.
La mayor debilidad de la oveja es que se extravía con fa­cilidad. Se aparta fácilmente del rebaño y se descarría. Tiene los ojos puestos en el suelo, en la hierba que la rodea; no alza los ojos para mirar hacia dónde va. Sin darse cuenta, se aleja.

Es por esta razón que Cristo nos compara con la oveja. É1 conoce nuestra mayor debilidad; nos extraviamos fácilmente. Nos apartamos de Él y empezamos a vagar. Tenemos los ojos puestos en las cosas de este mundo; pocas veces los alzamos ha­cia el cielo. Al interesarnos tanto por las cosas pasajeras de esta vida, olvidamos a menudo las cosas eternas. Y por tanto, vamos apartándonos y entramos por el camino del pecado.

A los grandes puertos comerciales de diferentes países lle­gan marineros de todas partes del mundo. Los marineros por lo regular reciben dos o tres días de permiso para ir a tierra. Al pisar tierra, lo primero que a algunos les interesa son los muchos bares, cabarets, o casas de mal vivir.

Hay quien entra en uno de esos lugares y se queda allí varios días. Según nos cuenta cierto capitán, hay marineros que regresan al barco enfermos, sin dinero y sin fuerza moral.
Quizás digas: “Pero, yo no soy así. Mi familia no puede avergonzarse de mi comportamiento, porque nunca me meto en cosas malas. Soy una persona decente”.

¡Bien! En los ojos de los hombres que no te conocen ínti­mamente, serás buena persona. Cristo empero nos conoce me­jor de lo que nosotros mismos nos conocemos. Él ve todo lo feo que llevamos adentro: el orgullo, la arrogancia, la avaricia, los malos pensamientos, el odio, la envidia, todo eso lo ve. Y cuando decimos una mentira, o blasfemamos contra Él, o maldecimos, o somos respondones a los padres, o peleamos sin razón, todo eso lo oye. Cuando somos culpables de una acción fea, cuando da­mos la espalda a la iglesia, cuando engañamos al prójimo, todo eso lo sabe.

Nacemos con una naturaleza espiritualmente corrupta. Por eso es tan fácil apartarnos del Buen Pastor. Y el diablo, a quien Cristo llama el lobo, contribuye a este alejamiento.

El diablo adorna lo malo de un atractivo especial y a lo bueno hace aparecer repulsivo. Por ejemplo, a la inmoralidad la viste a veces de “hombría”.

El matrimonio en sí no es malo. Al contrario, es una ins­titución divina. El Creador mandó que el marido y la mujer tuvieran hijos.

Pero el diablo se opone a la voluntad de Dios. Hace creer al hombre que no necesita limitarse por el matrimonio, que no necesita guardarse puro para su mujer, que debe serle infiel para demostrar que es hombre. Así el diablo le convence de que debe ser inmoral para probar que es hombre. En realidad, lo que hace es demostrar ser animal.

Y a lo bueno, el diablo hace aparecer repulsivo. En varios países es raro que los hombres asistan a la iglesia porque el diablo los hace creer que haciéndolo, se rebajan. Los hace co­bardes. Los hace temer la crítica de sus compañeros. Hay quien piensa de esta forma: “Adorar al Creador y al Redentor del mundo, eso es para las mujeres. Entonar himnos al que murió por nosotros, ¡que lo hagan los niños! Luchar por extender el reino de Dios en la tierra, eso es trabajo para ancianas y viudas. Yo soy hombre”. Lo que debía de decir tal persona es: “Sin­ceramente, soy cobarde. Soy esclavo del diablo. Tengo miedo de ponerme públicamente al lado de las ovejas del Señor”.

Estas y otras muchas debilidades espirituales las conoce perfectamente el Buen Pastor. Pero también conoce al lobo, al diablo, que quiere alejarnos del rebaño y llevarnos a la conde­nación eterna. Contra él luchó y lo venció. El diablo logró que crucificaran a Cristo. Pero esa misma derrota fue también una victoria. Porque así, Cristo pagó el precio de nuestras rebe­liones y nos reconcilió con su Padre celestial. Y el Padre le re­sucitó de entre los muertos, le sentó a su diestra en el cielo; y ahora rige y gobierna y llena el universo entero. Si estamos cerca del Buen Pastor, el diablo no se atreve a dañarnos. Pero si nos alejamos de Él, el diablo nos vence fácilmente; nos lleva a la perdición. Sigamos, pues, fieles al rebaño del Salvador.

II Él Buen Pastor conoce, en segundo lugar, tus necesidades y debilidades físicas.

El Salvador no ha olvidado que nuestro cuerpo tiene nece­sidades. Isaías promete que el Señor “apacentará como pastor a su rebaño; en su brazo cogerá los corderos, y en su seno los llevará” (40:11).

Algunas religiones enseñan ideas ridículas en cuanto a las necesidades físicas del ser humano. Afirman que todo lo ma­terial es de por sí malo, que el alma es prisionera del cuerpo y que remediar lo que el cuerpo necesita es siempre malo. “Cas­tiguemos el cuerpo para mejorar el alma”, dicen. “Cuanto más pobre y miserable eres, tanto más te amará Dios”, declaran.

Ahora bien, Dios nos creó con ciertas necesidades físicas, que estamos en la obligación de remediar. Es nuestro deber trabajar para tener el dinero necesario para subsistir. Con el dinero vivimos. Con el dinero podemos hacer mucho bien. El creyente que gana bastante di­nero, tiene en sus manos un poder para servir a Dios y al pró­jimo. Todos los días debemos pedir al Buen Pastor: “Ayúdame a ganar dinero, pues quiero sostener mi familia, socorrer al ne­cesitado y contribuir a la extensión de tu reino en la tierra”.

El dinero de por sí no es ni bueno ni malo. La manera como lo ganamos y la forma en que lo usamos determinan la parte buena o mala. Ganarlo honradamente, usar una cantidad para la obra de Dios es fin que persigue todo verdadero creyente.

Pero desgraciadamente, hay quienes ganan su dinero em­pleando medios que deshonran el nombre de Cristo. El comer­ciante que se lleva los clientes de otro por medio de la calumnia o el desprestigio, no debe considerarse parte del rebaño del Señor.

Otros gastan su dinero en cosas que deshonran el nombre de Jesús el Buen Pastor. Lo usan para lucirse, para agradar a su propia vanidad, para satisfacer las pasiones bajas.

Hay cosas que el dinero no puede comprar: ni el cielo, ni la reconciliación con Dios, ni una buena conciencia delante de Él. Y los que viven del dinero que lleva la mancha del pecado no tienen tranquilidad. Sobre ellos, así como sobre Judas, el di­nero que lleva la mancha del pecado trae la ira del Padre celes­tial y el desesperar de la misericordia divina.

Ganemos honradamente lo poco y lo mucho; hagamos pla­nes por aumentar siempre nuestros ingresos y después, deje­mos el resultado al Buen Pastor, que dijo:

“No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de ves­tir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo; no siembran, ni siegan, ni allegan en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? Además, ¿quién de vosotros puede, por mucho que se afane, prolongar su vida? En cuanto al vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los li­rios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; más os di­go, que ni aun Salomón, en todo su esplendor, vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo que hoy es, y mañana la echan en el horno, Dios la viste así, ¿no lo hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os afanéis, di­ciendo: “¿Qué hemos de comer?” o “¿qué hemos de beber?” o “¿con qué nos hemos de vestir?”' Porque en busca de todas estas cosas van los gentiles y vuestro Padre celestial sabe que de todas ellas tenéis necesidad. Mas buscad primeramen­te el reino y la justicia de Dios, y todas estas cosas os serán dadas por añadidura." (Mateo 6:25-33.)

El Buen Pastor conoce las necesidades y debilidades físicas de sus ovejas y promete remediarlas con buenos pastos.

El Buen Pastor conoce, en tercer lugar, tus necesidades y debilidades de orden sentimental.
El Buen Pastor no sólo conoce tus necesidades espirituales y físicas, sino que también conoce, en tercer lugar, tus necesida­des y debilidades de orden sentimental.

Hace pocos años, los doctores Liddel y Moore, dos científi­cos norteamericanos, hicieron un experimento muy interesante. Seleccionaron varias ovejas y a cada una, en una pierna trasera, le amarraron un alambre fino. A cada rato, le pasaban por el alambre una corriente eléctrica muy débil. Era tan baja la car­ga eléctrica, que apenas se sentía. Movían un poco la pierna y seguían comiendo. Después de pocos días, los científicos inicia­ron una segunda fase del experimento: tocaron una campanilla antes de poner la corriente eléctrica. Ya las ovejas se molesta­ron más; pero después de un momento, seguían comiendo otra vez. Pasadas varias semanas, las pequeñas pero constantes mo­lestias afectaron la digestión de la comida. Ya las ovejas perdie­ron las ganas de comer. Se debilitaron. Con el tiempo, prefirie­ron sentarse en vez de caminar. Por fin, enfermaron por com­pleto. Y si los científicos hubieran seguido el experimento, las ovejas habrían muerto. Las pequeñas pero constantes molestias afectaron el cuerpo de cada oveja, además de su cerebro y su estado de ánimo.

Así sucede con nosotros. Las preocupaciones de la vida mo­derna, las pequeñas molestias, los temores insignificantes, el co­rrer para acá y para allá de cada día, van afectando el cuerpo, el cerebro y todo nuestro estado de ánimo.

El Dr. Schindler, Director de la Clínica Monroe de Wisconsin, EE. UU., afirma que el ochenta y cinco por ciento de los do­lores que sentimos en el pecho, en el cuello, o en la sección pos­terior de la cabeza, se deben a las pequeñas ansiedades, preocu­paciones y molestias que sufrimos. Los músculos se contraen y se inflaman, lo que resulta en reumatismo de los músculos.

Cuando nos enojamos, se cierra la salida del estómago y la comida se aprisiona allí. Como resultado, se trastorna la ela­boración de los alimentos. La presión sube de su condición nor­mal de unos 130 hasta llegar a unos 230. En vez de palpitar unas ochenta veces por minuto, el corazón palpita a una veloci­dad dos veces más rápida; por tanto, la sangre tiende a coagularse dentro de las arterias, produciendo dolores y hasta daño al corazón. Cuando la ira es demasiado violenta, puede causar la muerte.

Gran parte de nuestros problemas son de orden sentimental. ¿Cómo podemos, pues, resolver las dificultades íntimas de nues­tro ser?

Primero, debemos recordar que el Buen Pastor las conoce todas. Él experimentó una ira violenta cuando vio el templo convertido en casa de comercio y cueva de ladrones. Él sintió las espinas de la censura cuando los enemigos le llamaron: “be­bedor de vino”, “el que pervierte la nación”. La tristeza, la des­ilusión, la traición: todo esto lo sintió personalmente.

Segundo, debemos ver en el Buen Pastor el Dios omnipo­tente que declara: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Él salvó nuestra alma. Él cuida nuestro cuerpo. Él calma nuestros sentimientos. Cuando vienen los trastornos, grandes o pequeños, pensemos en el Buen Pastor. Imaginémo­nos que somos como un cordero en sus poderosos brazos. Allí estamos tranquilos, seguros, cómodos.

Federico Pankow. Pulpito Cristiano.

Adaptado: Pastor Gustavo Lavia