sábado, 31 de julio de 2010

8º Domingo después de Trinidad.

“Deudores, hijos y herederos de Dios”

Textos del Día:

Primera Lección: Jeremías 23:16-29

Segunda Lección: Romanos 8:12-17

El Evangelio: Mateo 7:15-23

Sermón

En nuestro texto de Romanos 8 me llama la tención tres cosas diferentes. En primer lugar, directamente y sin más vacilación nos llama “deudores”.

¿Estás metido en deudas con alguien o algo por el estilo? ¿Con quién? ¿Qué es exactamente lo que adeudas? Medita cuidadosamente, porque quienquiera o cualquier cosa que deba se convertirá en su amo, porque no serás puesto en libertad de tu obligación hasta que la deuda sea pagada. En los tiempos del Nuevo Testamento, literalmente esto era lo que quería decir ser deudor: A quién le debas te posee. Muchos de los que estaban metidos en deudas se convertían en esclavos para cancelar la deuda. Entonces ¿A quién le debes? ¿A quién le debes y qué es lo que debes? Esto es de vital importancia, porque en el contexto de la carta a los Romanos, también es cierto que cualquier cosa que sea su amo también será su dios.

Uno puede librarse o evitar las deudas monetarias. Pero en materia espiritual es muy fácil ser deudor, debido a nuestra naturaleza pecaminosa: En esta área es imposible no ser deudor.

Nuestra epístola advierte contra esto, porque nuestra naturaleza es un amo que no te puede salvar. Examínate sobre tus pecados favoritos y tus persistentes debilidades, ellos bien pueden ser el amo que al que le debes y al cual le pagas cotidianamente tus deudas.

Por ejemplo. Si tu pecado favorito es la vanidad, la deuda es clara: Si eres banal, le debes a tu amo lucir y verte a ti mismo por encima de los otros. Pasarás tu tiempo en función de tus intereses personales y no en relación a aquellos que te rodean. Canalizarás tus energías en tu mantenimiento personal, tu apariencia y tu conservación. Usarás tus recursos para cuidar de ti y complacerte, a expensas de ayudar otros, iglesia incluida. Si tu pecado favorito es la vanidad, eres un deudor hacia ella. Crees y trabajas duramente para satisfacer las demandas de tu vanidad. ¿Suena a una tontería el ser deudor hacia algo tan superficial, no crees? Pero es una realidad, una terrible realidad en nuestras vidas y en la vida de muchos que nos rodean. La vanidad es un amo cruel. En un mundo de pecado y decadencia, es imposible conservar a dicha vanidad feliz en todo tiempo. Como comiences a titubear, exigirá mucho de ti, deberás pagar con amargura y resentimiento hacia Dios y los otros. Ya que verás que no siempre estás por sobre los demás y que nunca estas por sobre Dios. Desbaratará tu fe, la cual querrá servir a otros en lugar de servirte a ti mismo. Aún hay algo peor que eso: A la larga cuando mueras, la vanidad no podrá darte la salvación y la vida eterna junto a Dios, no podrá declararte libre de pecado.

Si tu pecado favorito es el orgullo, la deuda es igualmente obvia: lo que debes a tu amo es no admitir los agravios, errores o las culpas. Lo que debes a tu orgullo es crear razones para afianzarte en que los pecados realmente no fueron tan pecaminosos o que la discusión y el enfado fueron el camino correcto, lo que se debía hacer. El orgullo es un amo solitario, porque a casi nadie le gusta estar con alguien a su lado si este sostiene que siempre tiene la razón y que el resto de los mortales están siempre equivocados. Pero eso no es lo peor de todo esto: Al rehusarse a admitir las fallas, errores, pecados, te rehúsas a admitir la necesidad de perdón. En las relaciones humanas, esto destruye toda clase de vínculos. En materias de salvación, debilita tu fe, porque te rehusarás a confesar tus pecados para recibir el perdón que te da vida eterna.

Si tu pecado favorito son tus pasiones, le debes a tu amo consentir e intentar llevar a cabo, cualquier tipo de vicio o deseo que se aparezca. Seguro que en muchos de los puntos de vista de la Biblia donde dice “no hagas esto, ni aquello” podrías estar dispuesto a aceptar estas cuestiones como líneas directivas para la mayoría de los aspectos de tu vida, pero no para las áreas que tu amo. Si tu amo son las pasiones, estarás dispuesto a pagar con tu honor, tu reputación, tu integridad y tu conciencia para servirle. Esa es realmente una deuda que se debe pagar a un amo que exigirá mucho y cada vez más, hasta que estés completamente arruinado.

Si la codicia es tu amo, entonces estás dispuesto a pagar por dinero. Puede sonar como un buen principio inversor, pero no es lo que quiero decir, aquí solo hay perdida. Bajo el poder de este amo estarás dispuesto a sacrificar el tiempo con tu familia, tu ética y salud para ganar tanto dinero como quieras. Ese es el precio que estás dispuesto a pagar, esa es la deuda que la avaricia exige ser pagada.

Por otro lado si la pereza es tu amo, entonces tu deuda es un pago de y en tiempo. En vez de invertir tu vida en llenar tu mente de cosas divinas, ayudando otros, mejorando tu educación y tu carácter, enfocarás exclusivamente tu atención en los vídeos juegos, las secciones de chismes, la TV o en la red. Te darás prisa de culpar otros de ser aburridos o anticuados. Cuando la pereza es tu amo, la deuda es desperdicio y una muerte larga y lenta de tu mente y fe… seguida, eventualmente, por la muerte eterna.

Cada uno debe examinarse para ver cuáles son esos amos a los cuales estamos sujetos. Haz una lista de amos reales y potenciales, confróntate con ellos y honestamente contesta cómo el estar bajo el poder de estos amos desgasta tu verdadera vida. ¿Usualmente llenas tu mente de pensamientos que provienen de tus bajos deseos o llenas tu mente de cosas divinas que provienen de la Palabra de Dios? ¿Te agrada estar en iglesia en las mañanas de domingo o solo te apetece hacer cosas que encuentras más agradables? ¿Lees y meditas regularmente en la
Palabra de Dios, o te escudas en que no la entiendes o no te resulta atractiva y carente de interés? Cualquier camino que prefieras o escojas será tu amo. Por la gracia de Dios, tu examen puede conducirte al arrepentimiento y a los pies de Cristo para implorar su perdón y ayuda.

Todos estos pecados son lo suficientemente comunes para que los encontremos en nuestras vidas y todos ellos son amos terribles. Cada demanda a la que te entregas para satisfacer a estos amos niegan a tu Salvador Jesús. Cada uno requiere grandes sacrificios sin dar nada bueno a cambio. Cada uno es un dios falso, no es más vivo que una roca con una cara tallada, lo cual quiere decir simplemente esto: Ninguno de estos te puede dar una verdadera vida, ni en esta vida ni en la venidera. Por esto es que Pablo afirma en Romanos que la paga del pecado es la muerte y eso es lo que te es requerido si es que eres un deudor en la carne, un deudor a estos amos.

La Buena Noticia es que según nuestro texto no eres un deudor según la carne. Hasta ahora solo hemos mencionado pecados personales que surgen de nuestro interior, pero deberíamos pensar también en aquellos pecados que a menudo son producto de las tentaciones que se presentan en nuestras vidas por medio de nuestras relaciones con otras personas. Piense acerca del profesor que dice: “andarás bien en mi asignatura con tal de que niegues la Palabra de Dios y escribas y opines como yo te digo”. Piense sobre aquel amor que dice “podemos tener una gran vida juntos pero sólo debes dejar esto de Jesús y la Iglesia”. Piense acerca del amigo de fin de semana que dice “sería genial ir juntos este fin de semana, pero sólo lo puedo hacer en las mañanas de los domingos así que deberás dejar de ir a la iglesia”. Piensa sobre aquel jefe que dice “vas a tener que dejar de lado algunas posturas éticas y ensuciarte un poco para beneficiar a la empresa… de lo contrario”. Piensa acerca del miembro familiar que dice: “no vas a obedecer esa parte de la Palabra de Dios por el bien de la paz familiar ¿no?”. Algunas de estas declaraciones son amenazadoras, otras son muy atractivas. Todas ellas requieren una paga: Todas ellas dicen: “tienes que sacrificar algo, pagar algo, para estar conmigo”. Quienquiera que diga esto intenta hacerte deudor y él o ella, su amo. Pero ninguno de ellos puede darte lo que más necesita: la gracia y la salvación. Todos ellos también morirán, pues también son deudores, y ninguno te puede levantar de entre muertos para darte vida eterna junto al Padre.

Así nuestro texto dice que no eres un deudor hacia la carne, ni estas en este mundo para vivir según la carne. Si usted vive según la carne, sufrirás la condenación eterna.

Como cristiano, todavía eres un deudor, pero no hacia la carne. Eres un deudor hacia el Señor Dios todopoderoso. En primer lugar porque él te creo y dio vida y sólo por esto es correcto que le sirvamos. Él continúa dándote vida y todo lo que necesitas. Por eso, en el Catecismo Menor afirmamos en el primer artículo del Credo que “creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra”, a lo que la explicación que le sigue dice “Creo que Dios me ha creado a mí juntamente con las demás criaturas; que me ha dado cuerpo y alma, ojos y oídos y todos los sentidos, la razón y todos los sentidos; y los sostiene aún; además, me da vestido y calzado, comida y bebida, casa y hogar, consorte e hijos, campos, animales y toda clase de bienes; que me provee diaria y abundantemente, me protege de todo peligro y me preserva y libra de todo mal.

Y todo esto lo hace por pura bondad y misericordia paternales y divinas, sin que yo lo merezca, ni sea digno de ello. Por tanto, estoy obligado a darle gracias por todo y ensalzarle, servirle y obedecerle. Esto es ciertamente la verdad”. Esto es con toda seguridad la verdad. Creado por Dios, es correcto que le sirvas.

Sin embargo hay más que eso. El Señor también te ha salvado. Él ha redimido tu vida del foso del pecado y la muerte. Él ha conquistado el mundo y al diablo para liberarte. Él te ha dado perdón, salvación y vida eterna. Él te dio todo esto a ti en tu bautismo. Aún viene a ti en su Palabra y Santa Cena para afirmar ese pacto.

Claramente le adeudas tu vida. Por siempre y para siempre serás deudos con Dios. Estás en deuda. Así que él es tu amo por siempre.

Pero ¿qué es lo que realmente le debes a Dios? ¿Qué deuda tiene apuntada el Señor por darte tales bendiciones? El resumen de la misma es: Nada. Todo te lo ha dado de manera gratuita. Al menos, es gratis para ti. Fuiste comprado por un precio: Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo carne por ti. Él vivió para ti, vivió una vida en la que no sirvió a otro amo que no haya sido su Padre en cielo. Él no tuvo deuda con ningún pecado y pero pagó los el precio de todos tus pecados muriendo en la cruz. ¿Para quién? Para ti. Para ti y para todo el mundo. Y él fue levantado de
entre los muertos. Ahora él derrama su perdón, vida y salvación en ti, de manera libre, porque la deuda ya ha sido pagada. El único sacrificio que tienes que hacer es un sacrificio de alabanza, de decir gracias por todo lo que Dios te ha dado de manera gratuita.

¿Así de fácil? ¿No hay que hacer nada? ¿Qué de las buenas obras? ¿No tenemos que hacer buenas obras? Me gustaría que pensara acerca de esto de otra forma. Las buenas obras serían lo contrario de las malas obras, que definimos como pecados. Jesús le ha rescatado de todos esos pecados que exigen una deuda de los cuales la paga es la muerte. Él le ha puesto en libertad de todos ellos, te ha librado de su poder. Por la obra del Espíritu Santo, te arrepientes y eres perdonado: Así será hasta que mueras. ¿Si eres puesto en libertad del pecado, de las “obras malas”, que queda por hacer? Solo el bien. No hace estas buenas obras porque tienes que hacerlas, sino porque puedes hacerlas. Has sido puesto en libertad.

Ahora hablaremos de la segunda cosa del texto que llama la atención. El mismo lo llama deudor.

Si eres un deudor según la carne y cometes los pecados de tu amo, tienes asegurada la muerte eterna y el sufrimiento por siempre. Si eres un deudor para con el Señor, el precio está pagado y la vida eterna es tuya, todo fue cubierto con la sangre de Jesús.

Si eres deudor para con Dios nuestro texto no te llama justamente deudor. Te llama “hijo”.

Recuerda: La deuda te hace esclavo hacia a quien le debes. Pero Dios no quiere ser conocido como un autoritario o tirano. Desde que la deuda fue pagada, él no te exige que trabajes como esclavo. Él te llama “hijo”. Por el Bautismo, te ha adoptado en su familia, y por el trabajo del Espíritu, tu le puedes llamar: “Abba.”

“Abba” es una palabra íntima dirigida hacia un padre, es equivalente a decir “papito”.
Aquí se expresa de una manera muy grande el amor de Dios hacia ti. Él no te llama “miserable”, porque ha decidido dejarte entrar en cielo por la obra de Jesús. Él no te llama “esclavo” que le adeuda una cuantiosa suma por la crucifixión de Jesús. Ni siquiera te llama “la oveja negra de la familia” a la cual tolera. Antes que todas estas cosas te llama “hijo”, muestra de eso es que le puedes llamar “Papa”. Él expresa su profundo amor de esta manera.

Por último, sabemos que por la fe en Cristo, todos somos hijos de Dios. Pues si usted es un hijo de Dios, también eres heredero. ¡Un heredero! Esa es la tercera cosa que nuestras el texto de hoy.

En ocasiones, un hijo heredó todo mientras los otros hijos tuvieron que encontrar una fortuna en otro sitio. Jesús, el primogénito de entre los resucitados, no ha ganado la salvación para algunos hijos de Dios, sino para todos. Si eres perdonado, eres hijo de Dios, y si eres hijo de Dios, también eres un heredero del reino de los cielos. El reino de Dios es tuyo para siempre: El Espíritu mismo da testimonio de esto cada vez que te da el perdón por medio de Jesús, pues cada regalo de perdón renueva en ti la promesa de Dios de que el cielo es suyo.

Tu no es un deudor hacia la carne. Eres un deudor hacia el Señor, pero la deuda ya ha sido pagada por Jesús en la cruz. Por consiguiente, eres un hijo de Dios y un heredero del reino de los cielos. Ten presente: El diablo, el mundo y tu propia carne no recibe bien esta Buena Nueva. Ellos te quieren endeudado con ellos. Cada día, te tentarán, todos esos presuntos amos de la carne que mencionamos antes trabajaran para esclavizarte. Como te rehúses, puedes esperar sufrir por eso. Solo basta con contemplar cómo trató el mundo a nuestro salvador, tu amo.

Espera lo mismo para ti. Por esto es que nuestro texto concluye que lo haremos “si es que padecemos juntamente con él”. No es que ganemos la salvación sufriendo o debamos pagar una deuda de dolor para alcanzar el perdón. El perdón y la salvación son tuyas, comprados y pagados por Cristo. Pero el diablo, el mundo y tu carne odian estas noticias y así es que te deben atacar a ti porque no pueden derrotar a tu amo.

Tu amo es Jesús y ha conquistado estos enemigos por medio de su muerte y resurrección. Él no te llama esclavo, sino hijo. Y si eres hijo, eres heredero de Dios y de todo su reino. Alégrate de esto, eres hijo y herederos de Dios, porque has sido perdonado de todos tus pecados. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Romanos 8: 12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne, 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
14 Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios, 15 pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!»
16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

viernes, 30 de julio de 2010

7º Domingo después de Trinidad.

“Cristo cuida de nosotros”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
1º Lección: Isaías 62:6-12
2ª Lección: Romanos 6:19-23
Evangelio: Marcos 8:1-9

EVANGELIO DEL DÍA
Marcos 8:1-9
En aquellos días, como había una gran multitud, y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y si los enviare en ayunas a sus casas, se desmayarán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos. Sus discípulos le respondieron: ¿De dónde podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto? El les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos dijeron: Siete. Entonces mandó a la multitud que se recostase en tierra; y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y los pusieron delante de la multitud. Tenían también unos pocos pececillos; y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante. Y comieron, y se saciaron; y recogieron de los pedazos que habían sobrado, siete canastas. Eran los que comieron, como cuatro mil; y los despidió.

Sermón

En el texto que acabamos de leer, Jesús alimenta milagrosamente a cuatro mil hombres. Este milagro no debe confundirse con un milagro previo, donde Jesús dio de comer a cinco mil. Dos veces alimentó Jesús milagrosamente a una multitud. Los dos milagros se realizaron al este del río Jordán, y en los dos casos Jesús, después del milagro, cruzó el lago de Genesaret y volvió a Galilea.
En el primer milagro, cuando Jesús alimentó a cinco mil, hubo un muchacho con cinco panes y dos peces. En el segundo milagro, que estudiamos hoy, hubo siete panes y unos pocos pececillos.
Cuando Jesús dio de comer a los cinco mil hubo allí mucha hierba. Cuando dio de comer a los cuatro mil, no hubo más que el desierto y la tierra dura y seca. Cuando Jesús alimentó a cinco mil, Andrés se puso a calcular. Cuando alimentó a cuatro mil, los discípulos dejaron todo en manos de Jesús. Después del primer milagro recogieron doce cestos de fragmentos. Después del segundo milagro recogieron de los pedazos siete cestas. Después del primer milagro querían hacer rey a Jesús, pero Jesús, ya en Galilea, les dijo: "Trabajad no por la comida que perece. - Yo soy el pan de vida'' (Juan 6:27.35). Después del segundo milagro advirtió Jesús a sus discípulos, diciendo: "Guardaos de la levadura de los Fariseos" (Marcos 8: 15).
Así es que hubo dos distintos milagros. Nuestro evangelista, San Marcos, describe los dos milagros (Marcos 6:34-44 y Marcos 8:1-9). Jesús habla de las dos ocasiones, al decir: "¿Ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántos cestos alzasteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuantas canastas tomasteis?" (Mateo 16:9.10). El segundo de estos milagros nos llama la atención hoy. Meditemos, pues, en el tema,
JESUS DA DE COMER A CUATRO MIL HOMBRES.
I
En nuestro texto el Salvador se encuentra en una región que se llamaba Decápolis. Habiendo dejado la tierra de Tiro y de Sidón, donde había sanado a la hija de la sirofenisa, Jesús cruzó Galilea, y ahora se ve al este del mar de Galilea (Marcos 7: 31). Ahí en el desierto llegó a Jesús mucha gente. Claro que Jesús se habrá aprovechado de la oportunidad de enseñarles el Evangelio. Además se presentaron a Jesús los cojos, los ciegos, los mudos, en fin, enfermos de toda índole. Y Jesús sanó a todos, de modo que la gente, maravillada, pronunció las conocidas palabras: "Bien lo ha hecho todo: hace a los sordos oír, y a los mudos hablar" (Marcos 7:37).
Tres días esa multitud se quedó con el Salvador. Tanto se interesaban en la compañía de Jesús que se olvidaron de su comida. Dijo Jesús: "Ya hace tres días que están conmigo Y no tienen qué comer." Lo cual habla bien de esa multitud. En ella hallamos un ejemplo de gente que buscaba ''primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mateo 6:33).
¿Qué hará el Salvador en semejante situación? El había venido "a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10). Es decir, Él había venido a este mundo para conseguirles a los pecadores la vida eterna.
Pero no por eso cierra el Salvador los ojos al bienestar temporal de los suyos. Contemplando a la multitud, dice Jesús: "Tengo compasión de la multitud" y sigue hablando el Señor: “y si los enviare en ayunas (sin comer) a sus casas, desmayarán en el camino, pues muchos de ellos han venido de lejos”. Jesús mira a la gente, siente piedad, y se empeña en ayudarles.
Los discípulos comparten esa solicitud, pues agregan: "¿De dónde podrá alguien hartar a éstos de pan aquí en el desierto?" Es corno si dijeran: "No hay pueblo por acá. No hay tienda en ninguna parte. En este desierto no hay panadería que nos venda pan."
Pero ¿para qué esa pregunta de parte de los discípulos? ¿Ya no recordaban cómo Jesús había alimentado a cinco mil en un ambiente parecido? Tan pronto puede uno olvidar. ¿O querían decir: "Señor Tú sabes qué hacer; nosotros no tenemos solución alguna; nos damos por vencidos; entregamos todo el problema en tus manos? Cuando Jesús pregunta, ¿Cuantos panes tenéis? ya no se ponen a calcular como lo hizo Andrés en otra ocasión; no ofrecen consejo alguno: responden lacónicamente, con una sola palabra: “Siete”.
El benigno Salvador sí sabía qué hacer y cómo proceder. Los siete panes que los discípulos habían traído consigo no era gran cosa. Apenas hubieran cerrado el apetito de cincuenta personas. Pero en este caso eran comida suficiente. Jesús no necesitaba más. Mandó que la multitud se recostase en tierra. Faltaba en esta ocasión la hierba que abundaba en el suelo cuando se recostaron los cinco mil. Nos cuenta el texto.: "y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, partió, y dio a sus discípulos que los pusiesen delante. "
Los discípulos funcionaron como camareros, tomando los panes de las manos de Jesús y llevándolos a la gente recostada en el suelo. Parece que a medida que recibían el pan de las manos del Salvador, más pan llenaba dichas santas manos. Fue una repetición del milagro de Sarepta en los días de Elías, cuando "la tinaja harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite” (1 Reyes 17:16).
Tampoco faltaba la carne. Los discípulos habían traído también “unos pocos pececillos". No eran pues, ballenas, ni peces grandes: Eran pececillos. Pero respecto a estos pececillos nos relata el texto: "y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante. Y comieron, y se hartaron."
Parece que lo de los pececillos fue un rito separado. De todos modos los pececillos se multiplicaron, como se habían multiplicado anteriormente los panes.
En esta forma hizo Jesús comida suficiente para toda aquella multitud en el desierto, pues leemos: "y comieron, y se hartaron, y levantaron de los pedazos que habían sobrado, siete cestos; y eran los que comieron, como cuatro mil: y los despidió. "
II
Nosotros por la gracia inmerecida del Espíritu Santo pertenecemos a la misma clase que esa multitud que encontramos en el desierto de Decápolis. El Espíritu Santo nos ha dirigido igualmente a Jesucristo. Nos ha inspirado confianza y fe en El. Nos ha puesto en su rebaño, donde disfrutamos la compañía y la bendita comunión con el Salvador y Buen Pastor. En su compañía oímos también la voz del Buen Pastor que dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; y yo les doy vida eterna" (Juan 10:28). Todas las bendiciones espirituales las hallamos en la compañía de Jesús, y a la postre nos espera la comunión con Él en la vida eterna.
Pero el misericordioso Salvador piensa también en nuestras bendiciones temporales. ¿Podrá Él que dio su vida para darnos la vida eterna, olvidarnos cuando se trata de nuestro bienestar en esta vida? De ninguna manera. Nos asegura el inspirado apóstol: "El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:22). Sí, todas las cosas buenas nos promete Dios en Cristo. Algunas de estas cosas se enumeran en el Primer Artículo de nuestro Credo: "Y los sostiene aún. Además me da vestido y calzado, comida y bebida, casa y hogar, esposa e hijos, hacienda y ganado y todos los bienes. Me provee abundante y diariamente de todo lo necesario para la vida."
Pero a veces nos parece que el Señor se olvida de nosotros. Nos toca estar enfermos, sufrir pérdidas, ser víctimas del engaño y de la perfidia del mundo. Entra en nuestra casa, sin invitación, la muerte y se lleva de ahí a uno de nuestros seres queridos, de modo que a veces nos sentimos con la tentación de preguntar: "¿Es justo esto? ¿Hay un Señor justo en el cielo?"
Pero no obstante tales supuestas pérdidas, el Señor Jesús piensa en nuestro bien. Nosotros no somos capaces de entender sus pensamientos, sus caminos. El mismo nos declara mediante su profeta Isaías: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos" (Is. 55:8.9).
Los caminos de nuestro Salvador muy a menudo nos parecen extraños, pero siempre resultan buenos. Nos consuela el apóstol así: "Sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28). Por lo tanto es verdad lo que confesamos en nuestro Credo: "Me ampara contra todo peligro, y me guarda y protege de todo mal."
Nuestro Evangelio para este día nos enseña que vale la pena quedarnos con Jesús y su Palabra. Nos enseña lo que Jesús declara en su sermón de la Montaña: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33). Amén.
Señor Dios, Padre celestial, gracias te damos por tus múltiples dones espirituales y temporales que has derramado sobre nosotros. Ayúdanos a buscar primeramente tu reino y tu justicia, y entonces ayúdanos a recibir con cada vez más acciones de gracias nuestro pan de cada día. Rogamos esto en el nombre de tu santo Hijo, nuestro misericordioso Redentor. Amén.

Sermones sobre los Evangelio Históricos








miércoles, 28 de julio de 2010

6º Domingo después de Trinidad.

“Muertos, pero al pecado”


Textos del Día:

Primera Lección: Rut 1:1-18

Segunda Lección: Romanos 6:1-11

El Evangelio: Mateo 5:20-26

Sermón

Ha llegado el verano, tiempo de relax y distención, de descanso y desconectarnos de muchas cosas que nos han agobiado a lo largo de este año. Somos buenos en buscar actividades para lograr estas cosas. Pero hay algo en lo cual muchas veces no somos muy buenos. No somos muy buenos en “ser buenos”. Como luteranos muchas veces nos aferramos y mantenemos fuertes y firmes en la enseñanza de que somos salvos por la gracia a través de la fe en Cristo y no por las obras. Pero somos tentados, y en muchas oportunidades caemos en ella, en hacer un énfasis sobrenatural en la parte que decimos y afirmamos el “no por obras”, y así nos desligamos u olvidamos hacer las buenas obras para las cuales fuimos creados. En ocasiones podríamos recibir el mote de “los escogidos inmóviles” olvidándosenos de tratar a otros con bondad, compasión y amor con el cual fuimos tratados. A menudo nos enredamos en divisiones, discusiones, rencores y cotilleos, en vez de buscar la unión en el amor construyendo relaciones y trabajando para ser reconciliadores. Demasiadas veces hablamos, confesamos y vivimos nuestro cristianismo los domingos por la mañana. Abundan nuestros pensamientos e intenciones piadosas cuando estamos sentados en la iglesia. Pero durante la semana emprendemos nuestros negocios como siempre, con poco o ningún pensamiento acerca de Dios o del tipo de vida que deberíamos vivir.

Pablo dice, “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” En otras palabras, usaremos el perdón gratuito de nuestros pecados como una licencia para pecar libremente. Acaso es nuestra inmunidad diplomática, a fin de que cada vez que seamos atrapados por el pecado sacamos nuestra tarjeta “de gracia” y decir: “¡No Importa! ¡Estoy recubierto de Cristo! ¡Puedo hacer cualquier cosa que quiera y aún así seré perdonado!”

Podemos arrepentirnos de esa clase de actitud en esta mañana de domingo. Pero algunas veces, no pocas, actuamos de ese modo. Cuando nos damos cuenta de que pecamos, podemos encogernos de hombros como quien dice “y bueno de cualquier manera voy a pecar”. Decimos una pequeña oración pidiendo perdón y luego vamos por la vida como si nada ocurriese. Pero podemos hacer lo mismo nuevamente en cuestión de días, horas o aun en minutos, sin el menor remordimiento.

En lugar de relajarnos y distendernos, deberíamos trabajar duro para evitar pecado. Deberíamos poner nuestra mente, cuerpo y alma en contra cometer cualquier pecado. En lugar de indiferencia, deberíamos oponernos con nuestras fuerzas al pecar.

Pablo dice, “consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Como Cristo murió una vez al pecado, nunca morirá otra vez, lo mismo pasa contigo y conmigo. Ya hemos muerto al pecado y nunca más sucederá otra vez.

Tu y yo hemos sido unidos muy estrechamente con Cristo, de tal manera que Su muerte es nuestra muerte. Su vida es nuestra vida. Así que tu y yo vivimos una vida prestada.

La fecha de tu muerte hacia el pecado fue la fecha de tu bautismo. Esa es también la fecha de tu nuevo nacimiento a una nueva vida. En el mismo momento en que el agua y la Palabra te tocaron, el Espíritu Santo te unió a la muerte de Jesús, 2.000 años atrás, cuando Él murió sobre la cruz en el monte Calvario. Allí tu pecado fue crucificado en los clavos de esa cruz. Tú has muerto con Cristo y nunca tendrás que morir otra vez.

El Espíritu también te levantó a la vida en el bautismo. Así como has sido ligado con su muerte, también has sido relacionado con la Resurrección de Cristo en día de Pascua. Allí has sido vuelto a la vida para Dios, vida resucitada y otorgada que nadie puede quitar, no puede el diablo y todo su poder, ni todas sus estrategias.

Así es que Pablo dice: “vosotros consideraos muertos al pecado”, piensa acerca de ti mismo como una nueva criatura que fue creada y pertenece a Dios.

Qué sucede cuando en nuestra vida aparece la tentación. Imagina una gran tentación, una en la cual has caído antes y que probablemente caerás otra vez tarde o temprano. Recuerda que no eres esclavo del pecado y que ya has muerto al pecar por medio de Cristo en el bautismo, recordarás que el pecado no tiene verdadero poder sobre ti. Eres libre del poder del pecado. La tentación no es un poderoso y horrible monstruo que nadie puede vencer. No, la tentación ha sido derrotada y debilitada, porque tu vida está en Cristo. Acordarse de que en Cristo has sido hecho una nueva criatura ayuda a oponerse a la tentación.

Si vemos las tentaciones a las cuales somos sometidos podemos decir que “la tentación se ve muy bien y apetecible”. Es así, por supuesto que esto es un engaño. Si no se viese bien, no sería tentación.

Pensemos acerca de un esclavo que ha sido liberado de su amo. El antiguo amo le dice: “¿Porqué no regresas conmigo y haces todo el trabajo que te ordene que hagas? Vive como un esclavo otra vez”. ¿Qué esclavo en su sano juicio regresaría a la situación de servidumbre? Tendría menos sentido si el amo le siguiera ofreciendo la misma comida de esclavo y una fosa dónde dormir solo para seducirle, sólo un esclavo loco regresaría.

Cuánto deberíamos evitar volver a nuestro viejo amo, el pecado, un amo ofensivo que promete buenas cosas, pero que al fin solo da sólo dolor y muerte. La tentación te promete que las cosas irán bien y tendrás placer y felicidad. Esto lo hace por la razón de que el pecado intenta introducir en ti la muerte. Para alimentar a alguien con una píldora tan amarga, es necesario cubrirlo con una capa de azúcar. Así es que las tentaciones se presentan para ser saboreadas de manera dulce, hasta que se muestra la realidad de su amargura que conduce a la muerte.

La buena noticia es que has sido liberado de la muerte. Ya no tiene sentido seguir alimentándose y entregándose a una muerte azucarada, de tentaciones que se conocen las consecuencias y de pecados que no nos ayudan en nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos.

Debemos recordar que hemos sido bautizados en Cristo y que por esto hemos muerto al pecado. Si recuerdas que Cristo te ha hecho suyo y que perteneces a él en su muerte y resurrección, entonces esto te ayudará a oponerte a la tentación.

Una cuestión a tener presente es que el poder a hacer las cosas de mejor manera en tu vida no viene de tus energías. No proviene de tus fuerzas. No viene de ti en absoluto. Viene del Espíritu Santo trabajando en ti a través de la Palabra de Dios. Si quieres hacer las cosas de una mejor manera en tu vida (todos los cristianos deberíamos desearlo), necesitamos mantenernos oyendo o leyendo la Palabra a fin de que al Espíritu le sobren oportunidades para trabajar en nosotros, en nuestro carácter, en nuestra manera de pensar, de ver las cosas.

Lutero escribió en el Catecismo Menor que es bueno cada mañana hacer la señal de la cruz para recordarnos a nosotros mismos que somos hijos de Dios porque Dios así lo prometió en nuestro bautismo. Esta es una buena práctica, porque somos humanos pecaminosos y en materia espiritual nos pasa lo que hace referencia una publicidad de coches, “tenemos memoria de pez”.

Nos olvidamos con facilidad las Palabras y promesas del Señor, distorsionamos la imagen del Dios verdadero y nos construimos un dios a nuestra imagen, semejanza y caprichos. También escribió Lutero que cada vez que lavemos nuestro rostro hagamos memoria de nuestro bautismo, recordando de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos.

Esto no quiere decir que necesites probar cuán duro eres y cuánto te protege Dios de caer en las tentaciones. Pablo dijo que él todavía no hacia todas las cosas buenas que quería hacer. Todos los cristianos mientras estemos en este mundo somos todavía pecadores y quedaremos así hasta el día de nuestra muerte física.

Necesitamos estar atentos y prestar atención en nuestras vidas el no permitirnos tomar como excusa el perdón para permitirnos vivir en pecado. Necesitamos estar atentos y despabilarnos contra las acostumbres de nuestros propios errores y comodidades de los pecados que nos son cotidianos y continuos, porque una vez que el pecado se vuelve común en nuestras vidas el siguiente paso es el de olvidar qué tan valioso es nuestro Salvador. Si piensas que no tiene importancia si pecas aunque sea con un pecado pequeño e insignificante, entonces la Cruz es nada, ya no tiene sentido en tu vida. Que Dios nos prevenga de esto.

Por esto es necesario en todo tiempo y lugar recordar lo qué Cristo ha hecho por ti y por mi. Su muerte por tus pecados, hace que estés muerto al pecado. ¿Qué puede hacer un muerto? ¡Nada! En un tiempo, estabas muerto en el pecado. No podías hacer nada para agradar a Dios. Ahora también estás muerto, pero muerto hacia el pecado. Un cadáver no puede pecar, no puede hacer nada, está muerto. Solo yace en algún sitio inmóvil. Estás muerto hacia el pecado. Los pecados que cometes están completamente cubiertos por la sangre de Cristo. Cada transgresión es quitada de ti y remitida a la cruz. En Cristo, eres perfecto, puesto que su sangre te limpia de tu condición de pecador. El pecado no tiene fuerza para acusarte y condenarte ante Dios. No te puede destruir. No te puede arrastrar a la ruina del infierno. Porque en Cristo eres limpiado de todos ellos.

En tu bautismo has muerto al pecado y has sido vivificado. La paga de pecado es la muerte y Cristo te ha liberado del pecado. Así es que la muerte no te puede reclamar. Perteneces a Alguien que es más fuerte que la muerte. Has sido comprado no con oro o plata, sino con la santa y preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo, para que seas suyo y le sirvas en su reino.

Cuando nos encontramos haciendo exactamente las cosas que sabemos que los cristianos no hacen, vemos nuestra debilidad, vemos nuestra necesidad de mantenernos mirando hacia nuestro Señor y depender de su misericordia. Pero también vemos por qué vino Jesús, por qué fue tratado así por los escribas y los fariseos. Por qué fue colgado en una cruz, por qué fue abandonado por Su Padre, el por qué tuvo que morir y finalmente por qué tuvo que resucitar de entre los muertos. También es el por qué nos da la Santa Cena como un Sacramento a ser celebrado en todas las oportunidades posibles, a fin de darnos la seguridad y vincularnos una y otra vez con su muerte y resurrección de entre los muertos, para el perdón de nuestros pecados y seguridad de nuestra vida eterna.

Ésta es nuestra esperanza, nuestra confianza. La descripción que Jesús da en la lectura del Evangelio no siempre nos describe. De hecho, realmente nunca lo hace. Pero esta descripción describe a Jesús y por su gracia y su misericordia, otorgadas en nuestro bautismo, allí se ve como

Si nos describe. Así es, como según nuestra fe, no entramos al reino de los cielos, sino que somos introducidos por la obra de Cristo en la cruz.

Ese mismo Jesús se presenta en la Santa Cena, para darte su cuerpo y su sangre para el perdón de pecados. Así que podemos regocijarnos y celebrar que la justicia superior nos es otorgada por medio de Cristo. Estimados vivamos en los caminos del Señor sabiendo que hemos sido perdonados de todos nuestros pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo.


Romanos 6:1-11¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.