sábado, 29 de enero de 2011

4º Domingo después de Epifanía.

“¡BIENAVENTURADOS EN CRISTO!”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Miqueas 6:1-8

La Epístola: 1 Corintios 1:26-32

El Evangelio: Mateo 5:1-12

Sermón

INTRODUCCIÓN: Creemos que un bienaventurado es aquel al que las cosas le van bien, todo le sucede de acuerdo a sus planes, tiene un buen trabajo, una buena familia, muchos amigos y no tiene mayores problemas en esta vida. Es fácil pensar que, si en estas cosas tengo éxito, entonces voy a ser feliz. Si soy afortunado en estas cosas, entonces voy a estar bajo la gracia de Dios. ¿Es realmente así? Echemos un vistazo a algunas bienaventuranzas, para ver si somos lo suficientemente buenos para ser “bienaventurados por Dios”.

I. LAS BIENAVENTURANZAS DE ACUERDO CON LA LEY: La Ley dice: si cumples estos requisitos, serás bienaventurado, pero si no los cumples, no serás bienaventurado. De acuerdo a la Ley, tú tienes que cumplir con estos requisitos para lograr la recompensa. Lo atractivo de la predicación de las bienaventuranzas, de acuerdo a la Ley, es que el sermón puede ser de mucha motivación: hay una gran cantidad de bendiciones para ti... si cumples con los requisitos de Dios. Veamos:

“Bienaventurados los pobres de espíritu…”. De acuerdo a la Ley, esto significa que el reino de los cielos es tuyo, siempre y cuando seas pobre de espíritu. Mientras seas humilde y no te enorgullezcas de ti mismo o tus obras, entonces serás bendecido. Si hay orgullo en ti o en lo que te motiva, entonces no serás bienaventurado. La pregunta aquí es ¿Eres realmente pobre de espíritu? ¿Cuán pobre de espíritu se tiene que ser para ser bienaventurado?

“Bienaventurados los que lloran…”. De acuerdo con la Ley, se te consolará cuando llores. ¿Llorar por qué y cuánto? ¿Cómo saber que has llorado lo suficiente como para ser bienaventurado? ¿Es suficiente llorar por cualquier cosa, por el sufrimiento, un problema o una triste película?

“Bienaventurados los mansos…”. Los mansos no suelen dominar el mundo. Pero mientras seas lo suficientemente manso, la tierra será tuya. Pero, ¿cómo de manso tengo que ser? ¿Hasta dónde tengo que aguantar y no explotar de ira o rabia contenida?

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…”. ¿Tienes suficiente hambre? ¿Cuánto anhelas la justicia? ¿Qué justicia deseas, la divina o humana?

“Bienaventurados los misericordiosos…”. Si eres misericordioso con los demás, Dios será misericordioso contigo. ¿Cuán misericordioso tienes que ser? ¿Cuán misericordioso para estar seguro de la bendición de Dios?

“Bienaventurados los de limpios de corazón…” Un pecador no puede ver el rostro de Dios y vivir. Tienes que ser puro, no sólo en el exterior, sino de corazón. Así que si eres puro, verás a Dios. Pero... ¿cuán puro de corazón tienes que ser? Puedes ser puro en un 99% y contaminado en un 1%. Entonces ya no serás realmente puro.

“Bienaventurados los pacificadores…”. Estar en paz con los demás, hacer amigos de los enemigos. Llevar la paz a otras personas que están en desacuerdo unos con otros. Te hace ser un hijo de Dios, un heredero del cielo. La pregunta es una vez más: ¿Cuántas veces tienes que llevar esta paz antes de ser considerado como hijo de Dios?

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia…”. No tienes que ir a buscar la persecución. Si trabajas duro para vivir de acuerdo a estas bienaventuranzas, vas a encontrar persecución muy pronto. Pero cabe preguntarse cuánta persecución tienes que soportar para obtener la bienaventuranza. Sería terrible llegar a un 9 sobre 10 en la escala de perseguidos, y luego rendirte justo antes de heredar el cielo.

Estamos acostumbrados a vivir la vida de acuerdo a la Ley, porque en esta vida se vive así. “Bienaventurados los que estudian mucho, porque van a obtener buenas calificaciones”. “Bienaventurados los que hacer un esfuerzo adicional en el trabajo, porque obtendrán reconocimiento y mejoras laborales”. “Bienaventurados los que ayudan con las tareas domésticas, porque ellos recibirán la aprobación del cónyuge”. Así es como la vida funciona. Sin embargo, en las bienaventuranzas no estamos hablando de éxito humano, ellas hablan de la bendición del favor de Dios, la bendición de ser justos delante de Él.

Cuando se trata de la justicia divina, no hay medias tintas: eres justo o pecador, eres bendecido o maldecido. Tienes que llorar perfectamente, ser perfectamente manso y misericordioso y puro, para poder recibir estas bendiciones. En otras palabras, esto es un “No” a tus pretensiones de ser bienaventurado, sencillamente porque no puedes hacerlo de forma perfecta. No puedes alcanzar estas bendiciones por ti mismo, y esto nos deja con dos opciones. Por un lado se puede abusar de la Ley y reducir sus expectativas, se le puede llamar a esto tener “actitudes positivas para ser feliz”. Así, acabaremos diciendo: “cuanto más cosas "buenas" haga, más seré bendecido”. Pero, ¡esto no es lo que dice Dios! La otra opción es pensar: “sólo puedo ser bendecido si cumplo la Ley al pie de la letra, pero yo no puedo hacerlo, por lo cual ciertamente no seré bendito”. No obstante, hay una mejor manera de enfocar el problema: vivir las bienaventuranzas según la visión de Cristo.

II. VIVIR SEGÚN LAS BIENAVENTURANZAS DE CRISTO.

“Bienaventurados los pobres de espíritu…” Si quieres ver la humildad perfecta, mira a Jesús. Mira al Hijo de Dios, que dejó el cielo para nacer de María, yaciendo en un pesebre. Mira al Rey de Reyes que vino a vivir sin un hogar, a llamar a los suyos, y que humildemente pagó por tus pecados en la cruz. Jesús no podía ser culpable de orgullo. Anduvo en la mayor humildad, de modo que por medio de Él eres perdonado por tus pecados de orgullo. Suyo es el Reino de los cielos, y Él te lo ofrece.

“Bienaventurados los que lloran…”. Jesús lloró. Lloró por la muerte de Lázaro, porque es la muerte es la paga del pecado. Pero Él hizo mucho más que llorar: fue a la cruz para destruir la muerte. Lo hizo con la confianza de que su Padre lo levantaría de los muertos, y con su muerte logró la salvación para todos. Él no se deleitó en la difícil situación del hombre, o miró para otro lado y lo abandonó en su condena. Él lloró sin segundas intenciones, sin egoísmos, de modo que gracias a Él eres librado de la muerte y consolado con la vida eterna en Cristo.

“Bienaventurados los mansos…” Jesús no ganó la salvación con una demostración de poder, sino por su humilde obediencia hasta la muerte en la cruz. Así es como Él derrotó al príncipe de este mundo. La tierra entera es suya, y va a crear algo nuevo en el último día para ti.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…” Por el bien de nuestra justicia, Jesús sufrió hambre en el inicio de su ministerio y sed al final. Ayunó en el desierto, mientras que resistía la tentación del diablo, y seguía siendo justo. En la cruz, exclamó: “Tengo sed”, y allí su Padre lo condenó por toda tu maldad, por lo que tu necesidad de perdón fue satisfecha en la cruz.

“Bienaventurados los misericordiosos…”. Gracias a Dios, Cristo fue a la cruz para anular la maldición del pecado, resucitando de entre los muertos. Él tiene misericordia y gracia para darte en abundancia y te las hace llegar por los medios que Él ha establecido: su Palabra y los Sacramentos.

“Bienaventurados los de corazón limpio…” Una vez resucitado, el Hijo de Dios ascendió a los cielos, está sentado junto al Padre y ve a Dios. Y porque te ha perdonado, te llevará al cielo. Los purificados por su sangre, verán a Dios.

“Bienaventurados los pacificadores…” El Unigénito Hijo de Dios se hizo carne para restaurar la paz entre Dios y el hombre pecador. Esto cantaron los ángeles la noche en que nació. Las palabras a sus discípulos después de la resurrección fueron: “Paz a vosotros”. Él te deja en paz con Dios al perdonar tus pecados y te hace Hijo de Dios.

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia…” ¿Quién sufrió en esto más que el propio Jesús? Pilato le declaró inocente y justo hasta tres veces. Pero a pesar de este veredicto, Jesús fue azotado, golpeado y crucificado precisamente por ser el justo Hijo de Dios. Pero ese sufrimiento, a ti te abrió el camino al cielo, Su Reino. Y el Reino de los cielos pertenece a Jesús.

CONCLUSIÓN: Si las bienaventuranzas son meras exigencias sobre aquello que tenemos que hacer con el fin de ser bendecidos, o son ideales que nunca se podrán alcanzar, entonces nunca seremos bienaventurados. Pero Cristo ha hecho todas estas cosas para ti, y es ahora, con Su perdón por tus pecados, cuando te da hasta la última de estas bendiciones. Tú eres bienaventurado en Cristo, con todo lo bueno que viene de Dios. Estas bienaventuranzas son Palabra de Dios, y los creyentes confiamos en que su Palabra es verdad por medio de la fe. No necesitamos ver para creer. Cada uno de nosotros tenemos pruebas y sufrimientos: algunos de ellos son conocidos, otros se viven en el silencio y la intimidad. Pero a pesar de estas dificultades, sabemos que somos bendecidos. Las bienaventuranzas son el modelo de vida del creyente, pero tú confía únicamente en Cristo para tu perdón y salvación. No veas las bienaventuranzas como una simple escalera para alcanzar la bendición de Dios. Cristo ha cumplido las bienaventuranzas perfectamente en su camino a la cruz. Después de haber muerto por nuestros pecados, Él ha resucitado para darte sus bendiciones de gracia y de por vida. Por su gracia ya eres justo, si eres justo eres santo, y si eres santo, también eres bienaventurado.

Pastor Gustavo Lavia

lunes, 24 de enero de 2011

3º Domingo después de Epifanía.


Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo, la luz del mundo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Amós 3:1-8

Segunda Lección: Corintios 1:10-17

El Evangelio: San Mateo 4:12-23

Sermón

Es imposible que las personas no influenciemos con nuestra presencia los entornos dónde nos movemos. Ya sea de forma negativa o positiva, ya sea que aportemos mucho o poco, siempre trasmitimos: una imagen, una idea, un aroma, aunque más no sea una espacio ocupado por nuestro ser. Podemos generar buenas sensaciones en el ambiente, o tensión; Sorpresa, desconcierto, intriga, curiosidad o alegría. Nuestra presencia llamará la atención y repercutirá. Un gesto, una mirada, una palabra, es imposible no trasmitir cosas. Debemos ser consientes de ello, pues podemos influir positivamente con lo que somos y tenemos en los entornos en que nos movemos.

La búsqueda de un lugar

Desde que Adán y Eva fueron expulsados del confortable paraíso, el resto de nosotros vagamos por este vasto mundo buscando un lugar que nos contenga, un lugar con el que identificarnos, un lugar “nuestro” que sea refugio de los peligros que conlleva adentrarnos en territorios que no dominamos. Porque al fin y al cabo los “territorios” hay que “conquistarlos” para “ocuparlos”, y luego “defenderlos”, y esto es aplicable a cualquier entorno o grupo en el que nos movamos. Tener un espacio seguro dónde andar de forma cómoda y libre es fundamental para nosotros y todos buscamos esas “zonas seguras”: Familia, amigos, cultura, grupo social, etc.

El pueblo de Israel buscó su lugar, su “tierra prometida” pero, lamentablemente, al encontrarla perdió la perspectiva y se perdió en ella. Al querer reafirmar tanto su identidad se enorgulleció y ya no miró al resto como “dignos”, rehusaron ser “luz a las naciones”, y se apartaron hasta de Dios. Incluso se dividieron entre ellos mismo quedando separado el reino del norte, Israel, del reino del sur, Judá. Cada uno se reafirmaba en su espacio y lo defendía. Nosotros también corremos el riesgo de perder el rumbo. El aposto Pablo tuvo que poner orden en Corintios porque incluso las personas pueden tornarse un “territorio de pelea”. Los celos, envidas, rivalidades hacen que discriminemos, etiquetemos y dividamos. Por eso debemos tener cuidado de no ensimismarnos en nuestros “círculos seguros” por considerar que fuera de ellos no hay nada que valga la pena.

Pablo nos dice que Cristo no está dividido y este Cristo nos enseñó a caminar en este mundo sin reservas, ni prejuicios, ni altanerías y por lo tanto a no castigar a nadie con nuestro desprecio por considerarlos indignos de nosotros. Tú tienes un lugar en el cielo que Cristo mismo ha preparado para ti. Y lo tienes inmerecidamente por su misericordiosa obra. Aprovecha tu paso por este mundo para anunciar el amor del salvador del mundo.

Cristo, la luz del mundo, va hacia la oscuridad

Jesús dejó el lugar que le correspondía, la gloria celestial, y vino a este mundo. Su actitud dista mucho de lo que nosotros por naturaleza hacemos. Somos “territoriales” y no deseamos mezclarnos con los que no son iguales a nosotros. Clasificamos a las personas por razas, lenguas, ideas, condición social, parentesco y así construimos, quizás inconscientemente, nuestro parámetro de relaciones. Pero Jesús vino y ocupó lugares inesperados: Estuvo con samaritanos, habló con prostitutas, comió con pecadores, se involucró con la gente.

Él era aquel prometido al pueblo judío y su vida confirmaba las profecías anunciadas. Recorría las regiones y siendo Él mismo la “luz” del mundo, no se apartaba de la oscuridad sino que iba hacia ella para iluminarla. Él visitaba a los “asentados en región de sombra y muerte” anunciando la llegada del reino de Dios. Nosotros por lo general huimos de lo que no es como nosotros, preferimos juntarnos con los que piensan, tienen gustos y niveles parecidos a los nuestros. Pero gracias a Dios que Él no nos trató como nosotros tratamos a nuestros semejantes, sino que con su gracia visitó nuestra miseria y nos dio perdón y vida cuando morábamos en muerte.

Ocupamos espacios con un propósito divino

Desde la perspectiva bíblica y espiritual los lugares que ocupamos tienen un propósito definido. En las manos de Dios no hay casualidades sino causas, situaciones, momentos o circunstancias que utiliza para sus benditos propósitos. El propósito más alto de Dios es que su Evangelio sea predicado y que “todos los hombres sean salvos, y que vengan al conocimiento de la verdad” 1ª Ti 2:4 y los cristianos servimos a esa causa.

No fue coincidencia que Jesús habitara en Capernaum. Su vida y sus recorridos, tenían una razón de ser. Tu vida también tiene propósitos, y esto hay que tenerlo presente. Somos seres que interactuamos e influenciamos los entornos con nuestra presencia. De lo que tenemos damos a los demás. ¡Y claro que tenemos algo muy valioso para dar! En Cristo nuestras vidas ahora tienen un propósito más alto que el sólo vivir sin más. Nosotros somos “luz” en este mundo, porque Cristo vive en nosotros por la fe y una luz no se pone debajo de un cajón.

Es un despropósito creer que ocupamos nuestros lugares simplemente para beneficios egoístas. Nosotros no estamos porque sí en este mundo, ni para nosotros mismos “porque ninguno de nosotros vive para sí… Pues si vivimos, para el Señor vivimos” Ro. 14:7-8. Tenemos un sentido de ser. Dios nos ha creado no por equivocación ni de forma aleatoria sino para Él. La fe en Cristo da sentido profundo a nuestra existencia.

El lugar indicado en el momento indicado

Quizás Pedro y los pescadores creían que sólo estaban para subsistir con sus tareas. Pero Cristo llegó y les redimensionó su lugar en esta vida. Les hizo ver que sus vidas tenían un propósito más allá de los propósitos humanos que nos establecemos. Ellos pescaban peces, pero Cristo les dice que “pescarán hombres”. Ahora su vocación tiene un sentido más profundo. Lo que realizan puede ir más allá de lo común y cotidiano, tiene un fin espiritual que sólo se ve por fe en la Palabra que nos revela ese propósito. Somos “sacerdotes universales” que estamos para “anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de tinieblas a luz admirable”. 1ª P. 2:9

Muchas veces nos enfadamos por tener que estar en lugares que aparentemente no nos aportan nada significativo a nuestros intereses. Pero servir significa no estar para nosotros mismos, sino para brindarnos a los demás. Cristo ocupó aquella cruz. Ese lugar no era el más deseado. Los discípulos mismos pretendían y peleaban otros lugares. Lugares de gloria personal, lugares que le reportaran beneficios, lugares que les diera placer estar ocupando. Peleaban por estar primero en los banquetes en detrimentos de otros e incluso por ocupar lugares preferenciales en el cielo. Pero Cristo optó por la cruz. Por renunciar a su gloria y dar su vida por nosotros. Se hizo carne el verbo eterno, no por gusto, no por necesidad, sino por nosotros. No vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por los demás. No vino a buscar a justos, sino a pecadores, como tú, como yo y como los que nos rodean, para arrepentimiento. Él ocupó el lugar indicado por Dios en el momento indicado, y lo hizo por ti y por todos los que te rodean. Tú también ocupas lugares en este mundo porque Dios quiere usarte para su propósito, aún cuando no sean lugares de gloria y honor desde la perspectiva que imponen estos tiempos. Cristo te llama a ti también a dejar tu visión egoísta y netamente humana y seguir en pos de él.

España, tierra dónde Cristo quiere andar con su luz.

El profeta Amós, que pertenecía al reino del sur (Judá) fue enviado al oponente Israel (reino del norte) para que anuncie las drásticas consecuencias que caerían por su desobediencia. Pero el objetivo de Dios es provocar el arrepentimiento porque Él tiene el firme propósito perdonar pecados y para ese fin envía a personas a anunciar su ley y su evangelio. Porque Dios quiere que los pueblos que habitan en oscuridad vean su luz.

España es el país dónde nos movemos. Jesús tuvo a bien, por su misericordia, traer nuevamente a este territorio la luz pura de su glorioso Evangelio a través de las doctrinas bíblicas que proclamamos. Por lo tanto tenemos una ineludible tarea que nos encomendó Cristo: La de dar luz en las oscuridad anunciando el liberador perdón de pecados. España tiene la posibilidad de oír el Evangelio de Jesucristo. Tus vecinos, familiares y amigos tienen la oportunidad de oír claramente esta Buena Noticia. ¿Por qué? Porque tú andas y el evangelio va contigo. Cristo mismo va contigo recorriendo cada rincón del vecindario, ciudad, provincia y comunidad autónoma por la que te mueves. Ocupa tus espacios con naturalidad, pero no pierdas de vista la perspectiva espiritual de tu vida y tu vocación. No pases por esta vida sin más, sólo por pasar. Dios quiere usarte como su instrumento allí por dónde vayas. Trabaja, estudia, lleva adelante tu familia, ve de compras, practica deportes, vincúlate con tus vecinos, ve a los bares, a las ferias, a los teatros, allí dónde vayas, tu puedes llevar el mensaje de Cristo. Mira todo como una posibilidad que se abre para que Cristo siga recorriendo, calles, aldeas y ciudades, con el mismo propósito con que lo hacía cuando él andaba aquí: anunciar el perdón de pecados.

CONCLUSIÓN

En tu Bautismo Dios te sacó de sombra y muerte y te puso en la luz y la vida de Cristo. Tu vida tiene sentido y propósito. Tú puedes servir a la causa de Cristo en pro del bien de tu prójimo. Puedes anunciar el puro evangelio, aquel del que el Espíritu Santo usa para dar luz y vida a los que aún andan en sombra y muerte. Haz uso de los medios de Gracia que Dios puso a tu disposición, recibe perdón, fortalece tu fe con la lectura diaria de la Palabra y sal a anunciar la luz de Cristo allí dónde por dónde vayas. Amén.

Pastor Walter Daniel Ralli

domingo, 16 de enero de 2011

2º Domingo después de Epifanía.


“¡HE AQUÍ EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO!”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 49: 1-6

La Epístola: 1 Corintios 1:1-9

El Evangelio: Juan 1:29-41

Sermón

INTRODUCCIÓN:

¿Qué buscáis? ¿Felicidad, comodidad? ¿Tener mucho dinero y un buen trabajo? ¿Tener un buen futuro? ¿Ser aceptado y popular entre amigos, vecinos y compañeros de trabajo? ¿Muchos hobbies con ocio y dinero para desarrollarlos? ¿Un buen retiro con muchos medios y salud para disfrutarlo? ¿Qué estás buscando en la vida? ¿Qué estás intentando encontrar? ¿Tienes grandes sueños y proyectos o te conformas con que pasen los días del modo más benigno posible?

En el versículo 38 del Evangelio de hoy, Jesús se vuelve a los discípulos y les hace una pregunta: ¿Qué buscáis? Fijaros que no les pregunta ¿A quién buscáis? Jesús nos hace una pregunta más profunda que simplemente ¿A quién buscáis? Si nos preguntara ¿A quién buscáis?, podríamos contestar con una cierta pretensión piadosa: A Dios o a Jesús. Pero la pregunta ¿Qué buscáis? Tiene que ver con aquello de ¿Qué es lo que más anhelas en la vida? ¿A qué es a lo que más tiempo y dinero dedicas? ¿Qué es lo que buscas como quien busca un tesoro?.... A esta pregunta no podemos contestar con palabras que suenen piadosas o religiosas. Esta pregunta deja bien al descubierto nuestra búsqueda y deseo de bienes y cosas meramente terrenales y efímeras por delante de Dios. Nos pone en evidencia por lo que somos: pecadores que no quieren que Dios sea lo primero en sus vidas no sea que se nos complique demasiado la existencia. Pero esta pregunta también deja al descubierto lo que realmente necesitamos cuando constatamos lo alejados de Dios que estamos. A pesar de todas las apariencias, no tenemos una necesidad vital de dinero, comodidad, diversión, etc, etc… lo que realmente necesitamos es el perdón de los pecados, lo que verdaderamente necesitamos es que nos quiten de encima nuestros pecados e iniquidades. Esto es lo que el Bautista señaló a sus discípulos y lo que nos señala hoy a ti y a mí. Solamente Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

A-EL TESTIMONIO DEL BAUTISTA NOS INTERPELA PARA QUE ESCUCHEMOS Y CREAMOS

1¿Cuál era el testimonio del Bautista?

Si hubiéramos conocido al Bautista en persona no nos hubiese dejado indiferentes. Sus vestiduras de pelo de camello, su cinturón, su dieta: langostas (no marítimas) y miel silvestre. Su salida del desierto para predicar. Sus valientes diatribas contra fariseos y escribas, llamándoles “raza de víboras”. Imaginaros un predicador equivalente hoy día. No es de extrañar que la gente fuera a oírle, incluso sencillos pescadores como Simón, Andrés, Santiago y Juan. Por encima de todo esto, el Bautista conocía su misión, su vocación que no era otra que la de dar testimonio, en sus predicaciones y ministerio. Su testimonio ha quedado grabado en la Escritura pero también en ese CD maravilloso que tenemos los cristianos y que llamamos liturgia: CORDERO DE DIOS QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO, TEN PIEDAD DE NOSOTROS o SEÑOR DIOS, CORDERO DE DIOS, HIJO DEL PADRE, etc., Cuando el Bautista ve a Jesús dice en términos inequívocos: HE AQUÍ EL CORDERO DE DIOS.

2-¿Por qué debemos escuchar a Juan y creer su testimonio?

Pues porque el mismo dice en el versículo 31 “Y yo no le conocía, para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando en agua”. Es decir Juan no sabía que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Cordero de Dios. Jesús era su pariente, es cierto, pero Juan no sabía su misión y ministerio hasta que comenzó a bautizar y Jesús se presentó para ser bautizado. No era por tanto una opinión personal del Bautista sino como vemos en los versículos 32 y 33, Dios mismo se lo había indicado con meridiana claridad cuando comprobó que el Espíritu Santo descendía y permanecía en Jesús. El testimonio del Bautista viene directamente de Dios, por ese motivo lo creemos.

3- ¿Qué tenemos que creer?

Juan da testimonio de que este hombre: Jesús de Nazaret, nacido en Belén y criado en Nazaret es nada menos que el Hijo de Dios. Nacido en el tiempo, su origen es eterno porque es Jehová mismo visitando a su pueblo, solamente así se pueden entender las palabras del versículo 30 “Después de mi viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo”. Este hombre es Dios eterno, Dios de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos y que además se hizo hombre, se hizo siervo para ser el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Este es el contenido del testimonio de Juan el Bautista: Jesús es Dios humanado, Hijo del Padre y Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Para los judíos y para nosotros cristianos ese nombre, Cordero de Dios, recuerda los innumerables sacrificios del Antiguo Testamento donde se derramaba la sangre del cordero para pagar por los pecados. Jesús es el inocente Cordero sin mancha, sin pecado, sin culpa, que es sacrificado para quitar nuestros pecados. Dios mismo en la persona de Jesús se hace el Cordero del sacrificio para pagar por tus pecados y los míos, para dar la solución definitiva a lo que de verdad necesitamos por encima de todo: que nos quieten nuestros pecados como si nunca los hubiéramos cometido. Podemos confesar con toda propiedad que el sacrificio de Dios nos limpia de todo pecado.

B –Andrés invita a otros a ir y conocer a Jesús.

1-¿Qué nos enseña Andrés?

Andrés, hermano de Simón- Pedro y el otro discípulo, probablemente el escritor de este Evangelio, Juan, habían sido discípulos del Bautista y cuando éste les mostró a Jesús, se unieron a Él. Las palabras de Jesús fueron activas y eficaces hasta el punto que Andrés le dijo al encontrarse con su hermano Simón “hemos hallado al Mesías”. No le dice nada que suene a duda. “He conocido a un hombre que anda diciendo que es el mesías” o cosas por el estilo. Andrés después de haber hablado y conocido a Jesús no tiene la menor duda de que es el Mesías. La palabra de Jesús había encendido su fe, su buena nueva le había dado la certeza de que sus pecados habían sido quitados y por eso dice a su hermano “hemos hallado al Mesías” y nos dice la Palabra que “le trajo a Jesús”. Andrés no hace nada más que lo que es “natural” en todo cristiano que se ha encontrado con su Salvador: contárselo a sus allegados, a sus amigos y llevarles a los pies del Salvador. El cristiano tiene esa especie de necesidad de contar lo que tiene en Jesús y guiar a sus seres queridos a Él. Toda lectura o estudio de la Palabra, todo sermón, toda Santa Cena en la que has participado es un encuentro con tu Mesías

2- ¿Cómo podemos dar testimonio de Jesús con nuestras palabras y acciones?

No son nuestras dotes de convicción, nuestros largos sermones o discusiones aunque en algunos casos puedan ser positivos. Lo que realmente va a mover a nuestro prójimo a venir a Jesús es Jesús mismo con su Palabra. Por eso es tan importante hacer que aquellos a los que queremos decir “he hallado al Mesías” los pongamos en contacto con su Palabra, usando todo medio posible: reuniones informales, conversaciones de café, medios audiovisuales, etc. Sin olvidar que para nosotros el modo más eficaz de rodear a nuestros allegados y amigos de la Palabra y la presencia de Jesús es el oficio divino.

Muchas veces no queremos hablar de Jesús con nadie porque pensamos que el testimonio de nuestra vida no es “perfecto” o “ejemplar”; pero ése es precisamente el tema: somos pecadores imperfectos que acudimos diariamente a los pies del Cordero de Dios para que nos quite nuestro pecado. No tengas miedo de tus fracasos o debilidades a la hora de hablar a otros, simplemente confía en tu Salvador que quita todos tus pecados e imperfecciones.

CONCLUSION

Lo que realmente necesitamos es el perdón de nuestros pecados, miserias, flaquezas y debilidades. El mundo, el demonio y nuestra carne nos hacen creer que necesitamos otras cosas, que otras cosas son importantes. El hecho de que Dios el Hijo se haya encarnado y se haya hecho el Cordero de Dios para quitarnos nuestros pecados como Juan el Bautista nos testifica hoy, nos indica con toda seguridad cual es nuestra máxima necesidad. Vive gozoso en ese perdón, Vive confiado en Jesús.

SEÑOR DIOS, CORDERO DE DIOS, QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO, TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

Javier Sanchez Ruiz.

sábado, 8 de enero de 2011

1º Domingo después de Epifanía.


“¡Bautismo: Regenerados, renovados y revestidos en Cristo!”

Textos del Día:
El Antiguo Testamento: Lección: Isaías 42.1-7
La Epístola: Hechos 10:34-38
El Evangelio: San Mateo 3.13-17
Sermón
Introducción

Los cristianos asociamos el hecho del bautismo a un momento importante de la vida del creyente. Por medio de las aguas bautismales y la Palabra de Dios, somos admitidos en la familia divina, recibiendo así el título más grande que se puede recibir: Hijo de Dios. Pero este hecho de tal trascendencia, tiene además otras connotaciones que solemos olvidar con el tiempo, y que son de importancia fundamental no sólo en el momento del bautismo, sino el resto de nuestra vida. El Bautismo nos afecta pues, de tres maneras muy concretas: Regeneración, renovación y revestimiento de Cristo.

Yo necesito ser bautizado

Seguramente la sorpresa para Juan el Bautista al ver acercarse a Jesús fue considerable. Él bautizaba a pecadores, a aquellos que se declaraban arrepentidos y contritos por sus culpas, y aún resonaban en el aire sus gritos contra los fariseos y saduceos: “¡Generación de víboras!” (v7), acusándolos de hipocresía por querer escapar del juicio futuro sin arrepentimiento verdadero, cuando Jesús se acercó hasta el Jordán pidiendo ser bautizado. Juan no pudo menos que negarse en un principio.

Isaías anunció a Jesús como el siervo escogido, aquél sobre el que descansa el Espíritu de Dios y el que traería justicia a las naciones (Is.42:1). Por medio de Él llegaría la Verdad a este mundo, y por medio de ella la salvación para el género humano. Jesús es el pacto y la luz para las naciones (v6). Por eso es comprensible la reacción de Juan, su temor a bautizar a Jesús como a un pecador cualquiera. “Yo necesito ser bautizado, ¿y tú vienes a mí?” (Mat.3:14). El que era sin pecado concebido, fruto de la obra del Espíritu Santo, e Hijo amado del Padre, pedía para sí el Bautismo de perdón de pecados, a él, a Juan, a un pecador. Y quizás lo más desconcertante para él, fue probablemente la respuesta de Jesús a su negativa a bautizarlo: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (v15). ¿Cumplir la justicia bautizando al Justo de los justos?, ¿Cómo es esto posible?

Pablo en su segunda carta a los Corintios (5:21) nos explica que “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hecho justicia de Dios en él”. Es decir, Cristo fue bautizado para ser contado entre los pecadores, para ser uno más entre nosotros, pero uno que cargaría sobre sí los pecados de todo el género humano. Esta es la justicia que había de cumplirse en Cristo, y sólo en Él: (Is. 53: 6, 7, 12) “Más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros… como cordero fue llevado al matadero... por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado entre los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”.

Con su bautismo y sacrificio en la cruz, Jesús nos abrió las puertas de los cielos de par en par, para que, por medio de la fe en su obra, fuésemos contados entre los herederos del Reino, entre los Hijos de Dios.

Ahora también se aplican a cada uno de nosotros, las palabras proclamadas en el bautismo de Jesús: “Este es mi hijo amado” (v17), y es por medio de esta nueva condición como hijos del Padre, por la que recibimos el mismo Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en el Jordán, y obtenemos nuevas características para nuestra vida y nuestra propia persona.
Regeneración para una nueva relación con Dios
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5)
La palabra “Regeneración” significa nacer de nuevo, ser generado otra vez. Y cuando algo es nuevo, lo viejo queda desechado. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. (2ª Co. 5:17). Por medio del bautismo, obtenemos una nueva vida, una vida de libertad plena respecto al pecado. Esto quiere decir que cada nuevo día, y gracias a la reconciliación que tenemos con Dios por medio de Cristo, nuestros pecados nos son perdonados. Cada nuevo día es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad llena de posibilidades de experimentar el amor de Dios. El amor de Dios en nuestra vida, disfrutando de todas las bendiciones que recibimos (salud, familia, bienestar…), y de la posibilidad de amar a otros tal como Cristo nos amó a nosotros (1ª Jn. 4:10). También, de disfrutar de la fuerza y la compasión de Dios para los momentos difíciles de nuestra vida: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo, siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is. 41:10). Gracias a nuestro bautismo, disfrutamos de una relación especial con Dios cada día. Una relación que nos permite acudir a Él en cada momento, tanto para alabarlo como para requerir su auxilio. ¡Qué gran bendición que Dios nos escuche siempre!
Renovación para una nueva vida en el Espíritu
Por medio del bautismo, disfrutamos ahora de una nueva vida, pero también de una nueva personalidad. No somos un mero clon de nosotros mismos, sino una nueva persona, con una mente nueva, que funciona con otros parámetros diferentes: “habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:9-10). Es decir, personas renovadas y en continua renovación, siguiendo el modelo de Cristo y con el auxilio del Espíritu Santo. Vemos la realidad de una manera nueva y actuamos según una nueva visión: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:22-24). La justicia, la santidad y la verdad son ahora las referencias para nuestra vida. Ya no somos como un barco sin brújula y a la deriva, sino que nuestra vida sigue una ruta clara y definida en Cristo. En un mundo tan confuso e inabarcable como el actual, ¡esto es de nuevo una gran bendición!
Revestidos para un nuevo caminar en Cristo
Nos gusta vestir bien, pues una buena vestimenta dice mucho de nosotros, ofrece nuestra imagen de cara al exterior. A nadie le gusta ir mal vestido, y desde siempre las personas han cuidado su vestimenta, gastando mucho tiempo y algunas veces dinero en ella. Pero los cristianos hemos sido bendecidos con la mejor de ellas, la de más calidad y la que más dice de nosotros: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gál.3:27). Ahora llevamos en nosotros la imagen de Cristo, y esa es la imagen que los demás ven en nuestra persona, la que proyectamos al exterior. Gracias a ella, Dios no ve nuestro pecado, sino la justicia de Cristo (Fil.3:9), y ello nos permite ser declarados justos aún sabiéndonos pecadores. La imagen de Cristo, en forma de testimonio de fe y caridad, es también lo que los demás verán en nosotros, y el sello público y visible de nuestra fe (Stg. 2:18). Gracias a que estamos revestidos de Cristo muchos podrán ver y oír su palabra a través de nosotros, y ¡esto es posible por medio de nuestro bautismo!
Conclusión
Este Bautismo que regenera, renueva y reviste de Cristo es el regalo divino para todas las naciones, para todas las personas, para cada uno de nosotros: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hech. 10: 34). Jesús instituyó este Bautismo de perdón de pecados y salvación, y cada día, gracias a que fuimos llevados a las aguas bautismales, podemos mirar a la cruz con confianza y decir: Cristo me lavó con su sangre, mis pecados son perdonados y cuando Dios me mira, me ve revestido de Cristo. Somos nuevas criaturas, y a pesar de las caídas, los errores y los momentos de dificultad, Dios está con nosotros, manteniendo su pacto de salvación, el pacto que selló por medio de la Palabra y el agua el día de nuestro bautismo. Vivamos pues cada momento con esta seguridad, y recordemos con gozo ese día en que se nos honró con el mayor título que hombre alguno puede llevar: Ser Hijos amados de Dios, regenerados, renovados y revestidos de Cristo Jesús. Que así sea, Amén.
J. C. G.      
Pastor de IELE

domingo, 2 de enero de 2011

Domingo de Año Nuevo.



“¡El Señor Te Bendiga!”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Números 6:22-27

La Epístola: Filipenses 2:9-13

El Evangelio: Lucas 2:21

Sermón

Los padres a menudo invertimos tiempo y dialogamos mucho al tener que escoger un nombre para nuestros hijos. Es una gran responsabilidad elegir el nombre para una persona. Es una difícil decisión, porque es la forma en que alguien va a ser reconocido toda su vida. Muchos tienen una historia especial en torno a por qué se les ha dado su nombre. Los nombres significan algo, identifican y relacionan a las personas. Un nombre puede decir mucho acerca de nosotros.

Nuestro nombre estaba ligado a una maldición: Éramos hijos de desobediencia, y por ello nonecesitamos que nadie nos maldiga, o trate de hacer que nos vaya mal en cuanto a nuestra relación con Dios. Nacimos alejados de Él, fuimos esclavos del pecado y las consecuencias de ello se manifiestan constantemente en nuestras vidas. Así como el pueblo de Israel era esclavo, y estaban atrapados sin remedio en un modo de vida que era opresivo y sin poder liberarse por sí mismos, teniendo sobre sus espaldas una “dura servidumbre”, así también nos encontramos nosotros lejos de Dios. Oprimidos, sin poder salir de las cárceles internas que nos imponen la ley y nuestros pecados. Pero Dios no se queda de brazos cruzados, Él es un Dios que interviene en la historia de su pueblo, no solo para llamarlos y corregirlos, sino que se manifiesta especialmente para bendecirlos y liberarlos.

Dios nos ofrece su nombre: En el Antiguo Testamento se habla sobre cómo Dios ofrece su nombre para bendecir a los israelitas. Bendecir tiene que ver con “bien decir o decir cosas buenas”. El Dios que sacó a Israel de Egipto, el Dios que siempre estuvo con ellos en el desierto, guiándolos y alimentándolos, el Dios que les dio la tierra prometida, éste es el Dios que en primer lugar los salva de la esclavitud. Dios es mucho más que una fuerza superior que provee todo lo necesario para la vida de las personas. Muchos creen que las bendiciones de Dios son solo cosas materiales, pero la mayor bendición es conocer y utilizar el nombre de Dios para ser bendecidos. “Pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré”.

La lección del Evangelio de hoy puede ser una de las lecturas más cortas de todo el año, pero está llena de significado. “Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido”. No es una coincidencia que el nombre de Jesús sirva para recordar y dar la bendición de Dios. Recuerde que Dios mismo escogió el nombre que fue dado a Su Hijo, nacido de la virgen María. “Le pondrás por nombre “Jesús”. ¿Por qué este nombre?, la misma Escritura lo aclara: “Porque él salvará al pueblo de sus pecados” Mateo 1:21.

El nombre de Jesús significa “Jehová salva”. En hebreo se pronuncia YA-SHUA. En el nombre de Jesús se puede oír el nombre dado al pueblo de Israel. El “YA” al principio es del nombre de “YHWH”. “SHUA” significa guardar. Dios se aseguró de que en el nombre de Jesús se reflejara lo que se iba a hacer: Jesús salvaría a su pueblo de la esclavitud. Jesús es Dios mismo, quien salvará a su pueblo de la esclavitud del pecado. Es Dios mismo quien se entrega en la cruz para morir por todos tus pecados. Es Dios mismo que irrumpe en tu vida para decirte que Él te ha rescatado de la esclavitud de la muerte, del pecado y del diablo.

Jesucristo, “YHWH (Jehová) salva” ha irrumpido en la Historia de la Humanidad para ofrecernos su nombre de una manera muy especial. Mira tu vida en el último año, quizás encuentres promesas rotas y varios fracasos en sueños y expectativas. No importa cuánto te esfuerces, parece que no puedes hacer que todo funcione de la manera que quieres ¿Por qué, por ejemplo a menudo haces daño a las personas que más quieres? Puedes intentar o desear hacerlo mejor este año, puedes planificar hacer muchas cosas en este 2011, pero tú y yo sabemos que tomar estas resoluciones o proyectos no nos hacen tener el poder necesario para llevarlos a cabo.

De algo puedes estar seguro en este 2011: que Jesús rompió y seguirá rompiendo las ataduras que nos mantienen en la esclavitud del pecado. Al igual que el cordero pascual, cuya sangre salvó de la muerte y liberó a los israelitas de la esclavitud del faraón, así la sangre de Jesucristo, nuestro cordero pascual, nos salva de la muerte y nos libera de la esclavitud del pecado. Jesús derrama su sangre en la cruz por nosotros, para liberarnos. Tal como la sangre en los postes marcados de las casas del pueblo de Dios en Egipto, así la sangre en el madero de la cruz marca hoy al pueblo de Dios. Faraón fue derrotado por la sangre del cordero y al igual que él, Satanás es derrotado por la sangre del Cordero de Dios, Jesucristo. Su nombre nos ha sido entregado, ya que después de todo somos llamados cristianos.

Jehová te bendice. Esta bendición no tiene que ver solo con las circunstancias externas que rodean nuestras vidas. No tiene que ver directamente con la salud, el dinero, el amor, el trabajo. Lo que Dios promete hacer por medio de su bendición en nosotros es: estar a nuestro lado siempre, volver su rostro y tener misericordia hacia nosotros, y darnos la paz. Esto es lo que significa tener labendición del nombre de Dios.

Que nos haya sido dado su nombre implica que en fe podemos recurrir a Él, especialmente cuando tenemos dificultades, y que Él se compromete a escucharnos. Pensemos en el 2º mandamiento y la explicación que da Lutero: No tomarás el nombre del Señor tu Dios. ¿Qué significa esto? Debemos temer y amar a Dios de modo que no usemos su nombre para maldecir, jurar, hechizar, mentir o engañar, sino que lo invoquemos en todas las necesidades, le adoremos, alabemos y le demos gracias.

Jehová te guarda: Dios no solo te rescata por medio de su obra, además nos ofrece su nombre porque desea sostenernos en esa libertad. Él hace que esa liberación llegue a ti y te sostiene en ella. Él te ha dado su nombre, “YHWH salva”. Dios te ha bendecido y comenzado a guardar en esa bendición desde mucho tiempo atrás, cuanto te ofreció su nombre. Quizás no lo recuerdes, pero cuando eras muy pequeño oíste que se dijo sobre ti: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Así es como el nombre de Dios es puesto sobre su pueblo. Así es como Dios comienza a guardar a los suyos. Aquí la atención se centra en Dios y lo que Él ha hecho. La atención se centra en Jesús, en “YHWH salva”.

Él también viene a nosotros en su Palabra, cada vez que nos reunimos “en su nombre”. Aquí es donde encontramos la fuerza y libertad cada vez que en nuestra vida nos encontramos esclavizados por el pecado. Cuando estés luchando con el pecado y sientas o creas que Dios está lejos, distante o te ha abandonado, recuerda que Él prometió estar contigo y bendecirte por medio de su perdón. Invócalo, llámalo por su nombre, ese que te ha sido dado: Jesús, “YHWH salva”. Cuando las mentiras de Satanás se ciernan sobre tu corazón y te hagan dudar del amor de Dios por ti, dirige tu mirada hacia Jesús y acuérdate del significado de su nombre, de su obra y de cómo ha hecho que llegue a ti.

Jehová hace resplandecer su rostro sobre ti y tiene de ti misericordia: El Señor viene a ti para tener misericordia. Vino a ti en tu bautismo, viene por medio de su Palabra y de manera especial viene a ti en la Santa Cena. Allí Él se presenta una vez más como “YHWH salva” y te da su misericordia, perdonándote todos tus pecados por medio de su cuerpo y sangre. Allí Él se presenta en, con y bajo el pan y vino, para declararte una vez más que Dios te está bendiciendo y guardando, que Dios no se ha apartado de ti por tus pecados, sino que viene y te los perdona.

Jehová alza sobre ti su rostro, y pone en ti paz: El Espíritu Santo trae paz a tu corazón. Por medio de la Palabra y los sacramentos, el Espíritu Santo vuelve su rostro hacia nosotros, nos convierte de nuestro camino de incredulidad y muerte. Él nos vuelve hacia Jesús. Él abre nuestros ojos para ver su rostro, su resplandeciente gracia. Trabaja en nuestros corazones para confesar: “Lo que Jesús hizo en la cruz lo hizo por mí. Me reconcilió con Dios. Me trae la paz a través del perdón de mis pecados”. Esto es obra divina. Esta es la obra de YHWH, el Señor. Porque el Espíritu Santo, junto con el Padre y el Hijo, es verdadero Dios.

Durante más de dos mil años y en cientos de idiomas, a través de estas palabras Dios habendecido a su pueblo. La bendición que se proclama al final de nuestro Oficio es el recordatorio de que has sido liberado del poder del pecado sobre tu vida. “YHWH te bendiga y te guarde”. Se trata de YHWH, el Señor, reafirmando y enviándote a vivir bajo su promesa.

Conclusión: ¿Qué puede hacer un nombre? Mucho, si es el nombre de Dios. En el nombre de Dios se encuentran muchas promesas y una nueva realidad para ti, día a día. Él ha puesto su nombre en ti. Esto significa que Él te da sus promesas y una nueva vida por medio de Jesús, “YHWH salva”. La bendición de Dios te confiere los beneficios que el nombre de Dios pone a disposición del hombre. Que así sea, Amén.

Atte. Pastor Gustavo Lavia