lunes, 28 de marzo de 2011

3º Domingo de Cuaresma.

La luz de Cristo resplandece en la oscuridad

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 42: 14:21

Segunda Lección: Efesios 5:8-14

El Evangelio: San Juan 9:1-41

Sermón

INTRODUCCIÓN

Vivir a oscuras y a tientas no es una sensación que la mayoría de nosotros experimentemos ya que tenemos vista e incluso si estamos en la oscuridad le damos a un interruptor y se enciende la luz. Pero hoy Jesús no sólo nos muestra como curó a un ciego de nacimiento, sino que también nos habla de cómo cura la ceguera espiritual con la que todo ser humano nace. Cristo es quien te convierte de tinieblas a luz 1ª P. 2:9

La culpabilidad: Jesús va al encuentro de un ciego de nacimiento y sus discípulos, como tantas veces nosotros hacemos, buscan un culpable para responder a la pregunta: ¿Por qué Dios ha castigado a ese hombre? Las dos opciones que contemplan son: El pecado de sus padres fue castigado con la ceguera de su hijo, cosa descartada en 2 R. 14:6 y Ez. 18:20, o lo que aún suena peor, dado que el ciego lo era de nacimiento y su pecado antes de nacer era improbable, es que en sus mentes se cruzase alguna doctrina como la de la reencarnación (karma) y que el ciego estuviese purgando pecados de vidas pasadas. Esto es probable ya que en el mediterráneo había afluencia de infinidades de ideas. Sea como sea, lo cierto es que estas doctrinas ajenas al Evangelio se cuelan en nuestra mente y sirven de coartada para justificar nuestro estatismo, inoperancia y falta de compromiso para con los demás: “si las cosas son así, por algo será”. En este sentido la doctrina calvinista de la doble predestinación, que por una bendita contradicción no es anunciada en toda su pureza, es muy perniciosa, ya que un predestinado a condenación no tiene opción y a un predestinado a salvación nada hará cambiar su destino.

Los discípulos buscaban un culpable, ya que lo justo era que se pagase la pena. Es muy humano buscar culpables, deslindarnos de responsabilidades y desentendernos del asunto, pero Cristo rompe con ello y nos dice que las cosas son así para que la obra de Dios se manifieste. Ya no es un destino fatalista intocable, sino una posibilidad abierta de cambio. Muchas veces los discípulos confundimos el hecho de tener que llevar nuestra cruz, y de aceptar las cosas como vienen de Dios, con desidia malsana, dejando al pobre en su pobreza, al afligido en su angustia y al incrédulo en su incredulidad. Pero Cristo vino a buscar lo perdido, a dar luz en la oscuridad, a perdonar los pecados y a amar en medio del odio. Él se manifiesta como el Dios de lo posible, el Dios que utiliza la ceguera y la oscuridad como plataforma para obrar. La ceguera ya no es un fin sino un medio. Tú debes plantearte la vida como una posibilidad. No te amedrentes ni te dejes envolver por la pasividad y la indiferencia. Cristo convierte un tortuoso ¿Por qué sucede esto? O ¿Quién es el culpable? En un glorioso ¿para qué? Y la evangélica respuesta nos llena de esperanza y paz: ¡para que las obras de Dios se manifiesten en él! Esto cambia todo, ya que desde la perspectiva de Cristo hay un propósito evangélico: “todo sucede para bien de los que aman a Dios”. Un cambio es posible, si el cambio lo genera la palabra de Cristo.

De esta manera enseñó Jesús a sus discípulos a nos descartar a nadie ni a ninguna situación, ya que son oportunidad para que “la obra de Dios se manifieste”. Y con esta idea en mente Cristo nos llama a aprovechar el tiempo, a trabajar por la causa del evangelio mientras hay luz, a predicar el evangelio que da vista a los ciegos mientras tengamos oportunidad ya que cuando venga la noche, nadie podrá trabajar más. En esto se ocupó Cristo hasta su muerte y así lo aprendieron y lo hicieron también sus discípulos.

Un ciego de Nacimiento: Cuando uno nace ya con ceguera es porque hubo algo en el proceso de formación que no anduvo bien. Cristo tenía poder para cambiar realidades físicas y aún lo tiene. Pero Él no ha venido específicamente a solucionar problemas físicos sino más bien a resolver un problema mucho más grave que a través de milagros como el del Evangelio de hoy quiere traernos a nuestra mente. Y esto es que todos somos ciegos de nacimiento y, si bien es por el pecado de nuestros primeros padres que se nos trasmite esta ceguera, esta realidad Cristo la quiere y puede cambiar. La humanidad nace ciega, y Cristo vino a darnos vista.

La ceguera La ceguera nos priva de ver la realidad tal cual es. La ceguera de este judío le impedía tener una vida plena y adecuada a los estándares normales de su época. Incluso no podía entrar en el atrio de templo. Estaba marginado y condenado a la mendicidad. Era así y todos lo asumían sin ningún problema. De vez en cuando le daban alguna limosna para cumplir con sus obligaciones, pero nada más. Sin embargo Cristo viene a él, se interesa por su situación y la cambia. Así también la ceguera espiritual te margina de una vida plena de perdón, paz y amor en el reino de Dios. Pero debes dar gracias a Dios porque Cristo también se acercó a tu vida con su palabra vivificante para darte la fe que te hace ver las realidades celestiales aún si tus ojos físicos fallan.

La fe en Cristo nos hace ver. Jesús ve al ciego de nacimiento y sin mediar palabra alguna, escupe en el suelo, hace barro y se lo unta en sus ojos. Irineo, padre de la iglesia, vio en este acto una manifestación de Cristo como el Dios Creador de Gn. 2:7. Pero más allá de este peculiar método, sabemos que fue la Palabra de Jesús la que envió a este hombre a lavarse en el estanque de Siloé, que significa “enviado”, y allí, al tomar contacto con las aguas del “enviado”, y por su mandato, recobró la vista. Así hace Cristo con nosotros, también ciegos de nacimientos e incapacitados de ver a Dios, cuando a través de su Palabra nos envía a las aguas bautismales a curar nuestra ceguera. Es Dios quién une su palabra al agua dotando a este sacramento de poder para abrimos los ojos a la fe. Ese fue el milagro de tu vida. Las aguas de tu bautismo dónde Cristo te envió a lavarte son fuente de fe y vida ¡ayuda y anima a otros a ir a esas aguas! Esa es nuestra misión, ese es nuestro trabajo. Enviar a los ciegos a dónde Cristo nos envió: Palabra y Sacramentos, ya que allí hay luz, perdón y vida.

La confesión Las preguntas o “interrogatorios” son inevitables y forman parte del método que Dios usa para dar a conocer sus obras. Tus vecinos, familiares, colegas y amigos comienzan a ver algo raro y a preguntarse ¿Qué le ha pasado a este? ¿Por qué ve todo con los ojos de la fe? ¿Es el mismo que conocíamos? El ex ciego es interpelado por los fariseos y él no huye sino que confianza “yo soy aquel ciego de nacimiento”, “yo soy aquel mendigo” como le gustaba decir a Lutero, y con eso señala a Cristo como aquel que cura la ceguera. Confesar al Salvador significa confesar mi incapacidad de salvarme, sólo ahí damos toda gloria a Dios que hizo lo que tu ni nadie podía remediar. El que era ciego ahora ve y es un “nuevo hombre”, tanto que los fariseos dudaban de quien era. Puede que estar en boca de los demás por tu fe te incomode, pero también debes ver esto como ocasión para dar a conocer a aquel que hace al ciego ver la hermosa vida que nos fue dada por la fe: a Cristo.

Los problemas que acarrean ver a través de la fe en Cristo. Nunca antes hubiese pensado el ciego que lograr la vista le traería tantos problemas en su entorno. Se vio inmerso en un ambiente hostil de luchas vanas, cuestionamientos e incredulidad, y puede que se preguntase ¿valió la pena ver? Lo mismo les pasa a muchos que llegan a conocer la paz verdadera en las doctrinas de Cristo pero la presión social los asusta. El acoso anticristiano, anti bíblico y quizás, según en qué ambientes también, anti luterano infunde miedo y algunos prefieren desistir. Al ex ciego lo expulsaron de la sinagoga por confesar a Cristo y eso significó ser excluido del sistema socio religioso, pero para él valió la pena. Los que buscan popularidad a través de Cristo confunden el camino. La gloria y el honor no es algo que el cristiano tiene que esperar de este mundo. Ni siquiera Cristo logró que el mundo le glorificase, menos aún lo conseguirán sus discípulos. Sin embargo para el ciego no hubo nada en este mundo que igualase el ver a Cristo y experimentar su misericordia, ya que como luego diría Pablo “cuantas cosas eran para mi ganancia las he estimado perdida por amor de Cristo” Fil. 3:7 El ciego pudo ver a Dios, su verdad, su amor y perdón, puedo ver a Cristo como su único Señor y Salvador, y adorarle. Su vida se lleno de sentido y propósito, y si bien no todo fue color de rosas, ahora podía ver y seguir a Cristo, su Salvador.

Cristo es la Luz aún cuando no sea reconocido: ¿Cómo es que un ciego puede ver por la Palabra de Cristo? Eso es increíble a nuestra razón. Ahí ocurre un milagro y se requiere fe para reconocer a quien puede hacerlo posible. Los fariseos ante la evidencia deciden desechar al ciego y con él a Cristo. Los que pretendían tener la concesión del uso de Dios no sabían de Jesús, eran ciegos y no podían ver al Hijo de Dios. Y el hombre ciego los confronta con ello: “eso es maravilloso, que vosotros no sepáis de donde sea, y a mí me abrió los ojos”.

El juicio de Cristo a quienes se arrogan el derecho de juzgar por encima del mismo Dios es fuerte. Y es doblemente grave ya que presumen ver y hablar en nombre de Dios cuando lo que hacen es justamente oponerse a Él, porque son ciegos que pretender guiar a otros ciegos. El texto del evangelio termina con esa condena: “Si fuerais ciegos no tendrías pecado; más ahora decís: Vemos, vuestro pecado permanece”. Demos gracias a Dios que nos ha hecho ver nuestra ceguera y nos ha dado la vista de la fe a través de Cristo.

CONCLUSIÓN

La luz nos muestra las cosas y su ausencia las oculta. Ver o no ver marca la diferencia en nuestra vida. Cristo es la luz y es quien da vista a los ciegos. En su Palabra y Sacramentos está el poder que el Espíritu Santo usa para obrar el milagro de la conversión. No temamos y confesemos abiertamente a quien ha abierto nuestros ojos. Veamos las posibilidades, porque Dios quiere seguir dando vista a través del anuncio de su Evangelio. Amén.

Pastor Walter Daniel Ralli

domingo, 20 de marzo de 2011

2º Domingo de Cuaresma.

“¡El verdadero culto a Dios!”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Génesis 12:1-8

La Epístola: Romanos 4:1-5, 13-17

El Evangelio: Juan 4:5-26

Sermón

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Porque el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren.

INTRODUCCIÓN:

El relato evangélico que nos presenta el leccionario del día nos ofrece un cuadro lleno de matices y detalles en los que el Señor nos enseña y nos habla de modo muy directo e inconfundible. En este relato que acabamos de oír, el Redentor sale personalmente al encuentro de una mujer samaritana, una persona corriente, del montón, como nosotros; y a partir de ese encuentro la vida de esta mujer es iluminada con la luz transformadora y eficaz de la Palabra del mismo Dios con el que se ha encontrado a lado de un pozo

ESCENARIO Y ACCIÓN

El Señor pasa por Samaria de camino a Galilea. No tenía más remedio que pasar por allí. Llegó a una ciudad llamada Sicar donde se encontraba un famoso pozo, el pozo de Jacob, lleno de contenido cultural y religioso y que para mortificación de los judíos, estaba en territorio samaritano. Todos sabemos lo que ser samaritano suponía para un judío: lo más bajo en la escala social. Es importante también el significado de este tipo de pozos en una cultura donde no existía agua corriente y las sequías eran frecuentes. Solían ser zonas de descanso, solaz, refrigerio, tranquilidad y conversación sosegada después de haber recorrido polvorientos y resecos caminos. Allí, en este pozo, el Señor, cansado, (nuestro DIOS-HOMBRE se cansa) ve a una mujer samaritana y le pide que le dé de beber.

Antes de centrarnos en tres frases que el Señor dirige a esta mujer vamos a fijarnos en algunos de los detalles importantes que parecen como si quisieran saltar del texto.

Al dirigirse a una mujer y samaritana el Señor se salta varias normas culturales que un rabino judío tenía que observar. Dirigirse a un samaritano y mujer era el doble de deshonroso para aquellos orgullosos rabinos. Todo lo que está en la Escritura no enseña algo. La iglesia, a semejanza de su Señor no tiene razón para estar mediatizada por una cultura, una raza, una etnia. Cristo es Salvador para todos: griegos, judíos, árabes, europeos, asiático, hombres y mujeres. La iglesia de Jesús debe encarnarse en todas las culturas, naciones etc., como nos dice el libro de Apocalipsis.

Además, el Señor en este pasaje se muestra no solo traspasando barreras y prejuicios sociales y nacionalistas sino que se muestra contracultural. ¿No es el cristiano también contracultural a semejanza de su Señor? ¿No es ir contra cultural creer y hablar del Evangelio, confiar en Cristo, orar, ir a la iglesia, leer la Escritura, tomar la Santa Cena, hablar de pecado y gracia, de cielo e infierno? Cuando vivimos contra-cultura no olvidemos que Él vivió una vida de contra-cultura perfecta (la cultura farisaica predominaba) obedeciendo a su Padre, como lo vemos en este pasaje.

El Señor, por tanto, entabla una conversación con la mujer samaritana en el transcurso de la cual dice:

EL QUE BEBIERE DEL AGUA QUE YO LE DARÉ, NO TENDRÁ SED JAMÁS, SINO QUE EL AGUA QUE YO LE DARÉ SERÁ EN EL UNA FUENTE DE AGUA QUE SALTE PARA VIDA ETERNA.

La mujer está hablando de un agua material, pero el Señor se refiere al agua del Espíritu Santo que crea y sustenta la fe del creyente por medio de la Palabra. Es un agua que satisface plenamente porque nos permite acercarnos a nuestro Creador con confianza y fe. Esa fuente no se secará porque viene de Dios y nos llevará a la vida eterna. Es un agua que nos permite acercarnos a Dios en vez de rechazarle, que nos lleva al arrepentimiento en vez de al endurecimiento, a la fe en vez de a la desconfianza. En Jeremías 2.13 leemos “Dos males ha hecho mi pueblo, me dejaron a mí fuente de agua viva y cavaron para sí cisternas rotas que no retienen agua”

PORQUE CINCO MARIDOS HAS TENIDO, Y EL QUE AHORA TIENES NO ES TU MARIDO

El Señor trata con la mujer samaritana del mismo modo que ha hecho con nosotros tantas veces como hemos querido salirnos por la tangente. Nos señala la crudeza y aspereza de la Ley. No es que no tengas marido sino que has tenido cinco y con el que estás ahora no es tu marido. No es que no cumplas la ley de Dios sino es que la rechazas, la odias. No es que no quieres saber nada de Dios sino que le rechazas y le odias, no le temes y no confías en Él. Esto es lo que el Señor quiere hacer ver a la samaritana. Nuestra tendencia a poner nuestras conductas y nuestras acciones en la mejor luz posible es innata en nosotros.

DIOS ES ESPÍRITU Y LOS QUE LE ADORAN, EN ESPÍRITU Y VERDAD ES NECESARIO QUE ADOREN

Nuestro acceso y adoración a Dios se debe basar en los términos que Dios pone, no en los nuestros. La mujer samaritana creía que un lugar físico concreto era esencial para adorar a Dios correctamente. Para muchos Dios es alguien a quien se le puede sobornar, con quien se puede negociar. A quien podemos comprar con unas obritas y alguna peregrinación.

Nuestra adoración a Dios es la correcta cuando nos centramos en su revelación en Jesucristo. Puede ser en una pequeña iglesia, en esta habitación o en una catedral. Jesús le dice a la samaritana que en el futuro la adoración agradable a Dios iba a centrarse en lo que Él ha hecho a través de la muerte y resurrección de su Hijo, eso quiere decir en Espíritu y Verdad. El Padre nos une a Jesucristo por medio del Bautismo y sostiene nuestra fe por medio de la Palabra y la Santa Cena. ¿Quieres adorar a Dios correctamente? Cree en Jesucristo, busca en Él el perdón de los pecados. Vuélvete a Dios con confianza, recibe sus bendiciones con acción de gracias.

En nuestras confesiones luteranas, las cuales consideramos la recta expresión de lo que la Biblia enseña, encontramos numerosas explicaciones sobre cuál es la adoración agradable a Dios.

“En suma, el culto del Nuevo Testamento es espiritual, es decir, es justicia de la fe en el corazón, y los frutos de la fe”.

“..Invócame en el día de la angustia: Te libraré y tú me honrarás” Dicho pasaje atestigua que el verdadero culto a Dios, la verdadera honra de Dios consiste en esto: En invocarle de corazón. Lo mismo se dice en el Salmo 40:6: Sacrificio y ofrenda no te agrada, has abierto mis oídos, esto es, me has dado tu Palabra para que la oiga y quieres que crea tu Palabra y tus promesas de que realmente deseas tener compasión de mí. En el Salmo 51:16 leemos: No te complacerás en los holocaustos. Los sacrificios a Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Salmo 4.5: Ofreced sacrificios de justicia y confiad en el SEÑOR.

CONCLUSIÓN

Estamos en Cuaresma, tiempo propicio para que recordemos todos los días que el espíritu quebrantado por nuestros muchos pecados, el invocar al Señor para que nos perdone por causa de Cristo, el acudir a Él en toda necesidad, el servir al prójimo en nuestras vocaciones como fruto de nuestra fe constituyen la adoración que agrada a Dios.

Que el SEÑOR nos de su bendición y que nos ilumine con su Palabra durante esta semana. Amén

Javier Sanchez Ruiz

domingo, 13 de marzo de 2011

1º Domingo de Cuaresma.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a

La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17


1º Domingo de Cuaresma - Ciclo A

“Con Cristo hay victoria sobre la tentación”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 13-03-2011
Primera Lección: Génesis 2:7-9, 15-17; 3:1-7
Segunda Lección: Romanos 5:12 (13-16) 17-19
El Evangelio: San Mateo 4:1-11
Sermón
INTRODUCCIÓN
Entre las experiencias difíciles que los cristianos vivimos en esta vida, hay una que siempre experimentaremos de forma reiterada: la tentación. Ser tentados en el sentido cristiano, es ser inducidos a violar la Ley de Dios, a incumplirla. En este proceso de ser tentados, se dan dos elementos necesarios: por un lado nuestra naturaleza caída, débil y tendente al pecado, y por el otro la acción de un inductor, en la figura de Satanás. Vencer la tentación o caer en ella es el resultado de nuestro afianzamiento en la Palabra de Dios. Cristo se aferró a ella y venció llegado el momento. ¿Estamos nosotros preparados para esta lucha?
En el principio, la tentación
La tentación implica un proceso sutil, psicológico, y que conlleva un profundo conocimiento de la naturaleza humana y sus debilidades. Y nadie mejor que Satanás para conocer nuestros puntos débiles, y para saber explotarlos. Todo empieza muchas veces de forma simple e inocente, con un simple pensamiento aparentemente sin importancia, o quizás con una duda o una pregunta. Al igual que un espía en territorio enemigo se camufla para pasar inadvertido, la tentación llega bien equipada para confundirse con nuestros miedos o deseos.
Aquél día Eva fue un blanco fácil, y no tuvo conciencia de que con la pregunta que Satanás le planteaba se iniciaba la caída de toda la humanidad, de toda su descendencia: “¿Conque Dios os ha dicho...?” (Gen.3:1). Así, sutilmente, se iniciaba una conversación catastrófica para nosotros. La duda sobre la veracidad de la Palabra de Dios fue sembrada en nuestro corazón, e inmediatamente otros elementos anidaron en él. Lo que Dios había prohibido para nuestro bien, pasó a ser algo apetecible y sobre todo codiciable:
“Y vió la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría” (v6). Después de esto, el alargar la mano y comer del fruto prohibido era una fácil decisión. Puesta en duda la Palabra de Dios, el hombre se dejará guiar por su propio criterio, por sus propios intereses, aunque la cuestión aquí es, ¿de verdad es nuestro propio criterio el que prevalece?
Un inductor nunca trata de imponer su voluntad, pues su fín no es ser reconocido como el autor de una idea o acción. Normalmente su fín es mucho más importante, y por eso permite que aparentemente tengamos la sensación de que somos nosotros los que controlamos la situación, los que decidimos nuestro destino. Pero Eva y todos nosotros después de ella, experimentamos la amarga realidad: fuera de la voluntad de Dios, no hay más voluntad que la de Satanás. En sus manos somos como marionetas, y sin el escudo de la fe y “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efes.6:17), la derrota está asegurada. El fín de Satanás es pura y simplemente arrebatar a Dios nuestras almas, y si para ello tiene que permitir que ni siquiera lo reconozcamos como una realidad en nuestras vidas, sin duda lo hará. El anonimato es su mejor arma, su camuflaje casi perfecto. Desenmascararlo no es tarea fácil a veces, y sólo sabiendo cómo actúa podemos estar alerta ante sus ataques.
Cristo resiste la tentación por nosotros
Jesús pasó la prueba de la tentación de manera notable. El Espíritu lo llevó al desierto (Mat.4:1), y allí Satanás se cebó con Él de muy diversas maneras. Aún así, Cristo no sucumbió, y aunque su victoria estaba asegurada, las tentaciones a que fue sometido fueron reales. Tan reales como sus padecimientos en la Pasión. Si Jesús hubiese cedido ante la tentación, todo se habría acabado para nosotros.
Usando la definición que Lutero hizo respecto a las formas en que Satanás nos tienta, podemos ver claramente en el Evangelio, cuáles son las técnicas que el maligno usa y cómo las usa. En primer lugar se nos presenta como un tentador “tenebroso”, es decir, explota nuestras carencias, temores, debilidades, miedos, necesidades. En estos elementos, es fácil conseguir la victoria incluso en la almas más fuertes, pues ante situaciones límite, el hombre puede ser llevado con facilidad a romper la voluntad de Dios, a pasarla por alto, e incluso a renunciar a su propia fe. Jesús llevaba cuarenta días y cuarenta noches sin tomar alimento, y en su humanidad padecía el ataque terrible del hambre ¿Qué cosa sería más fácil para Jesús que convertir las piedras en pan? (v3). Sin embargo la respuesta de Cristo reivindica la Palabra como alimento principal del hombre, pues “¿De qué le sirve al hombre salvar su vida si pierde su alma?” (Mat.16:25).
En segundo lugar llega el ataque del tentador “luminoso”, es decir, aquel que explota nuestras seguridades, nuestras fortalezas, aquello por lo que creemos estar firmes. ¿Estás seguro de estar justificado ante Dios?, bien, entonces este pequeño pecado no puede dañarte ¿Crees tener una fe inquebrantable?, perfecto, quizás entonces puedes prescindir de leer con frecuencia la Palabra de Dios o participar de los Sacramentos. Al fín y al cabo ¡estás tan ocupado y tienes tantas obligaciones! Bueno nos sería recordar las palabras del Apóstol Pablo: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª Cor.10:12). En el caso de Jesús, Satanás trató de tentarlo en la seguridad de que era el Hijo de Dios, y de que Dios nunca lo abandonaría (v6). Es más, ¡para ello no dudó siquiera en usar la mismísima Palabra de Dios para confundir a Jesús! Vemos pues que este enemigo es todo un maestro del engaño. Aún así de nuevo la Palabra (Escrito está), fue la mejor defensa contra este ataque (v7).
Finalmente, cuando todo lo anterior falla, Satanás ataca a la desesperada, como tentador “divino”. Aquí se muestra con su verdadera cara, ofreciendo aquello que más podemos anhelar o desear. Hay tantas cosas en este mundo material que atraen al ser humano, que el repertorio de tentaciones es enorme: fama, poder, riquezas, influencia, y un larguísimo etcétera. Y nos induce a creer que está en su mano dárnoslas, atribuyéndose a sí mismo las características de un dios, de alguien con poder de darnos o quitarnos lo que se le antoje. Ahora sí busca ser adorado (v9), pero en realidad busca algo peor: que retiremos nuestra adoración al único Dios verdadero, dueño de la vida y la muerte, y de todo lo que poseemos. “Vete Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y al él solo servirás” (v10). Aquí Jesús llama a Satanás por su nombre, pues como tentador “divino”, es como lo reconocemos plenamente y sin dudas. Es así como muestra su verdadero e inequívoco rostro.
Adán y Cristo, el pecado y la victoria para la justificación del hombre
Desde la caída de Adán y Eva hasta la victoria de Cristo en la cruz, hay toda una historia de salvación. Un plan de Dios para rescatar al hombre de las tinieblas, y sacarlo de la perdición. “Por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Rom.5:18). Estas palabras deben servirnos de gran consuelo en nuestra vida, y afianzarnos en la seguridad de que en la Cruz fuimos constituidos justos por la sangre de Cristo. Pero sabemos que la lucha no ha terminado, pues aunque la batalla ya está ganada, aún nos queda resistir los últimos coletazos del maligno, en su intento desesperado de llevar de nuevo a la oscuridad de la desconfianza a los hombres y mujeres de fe. Este es el león rugiente del que nos advierte el Apóstol Pedro (1 Pe 5:8), que anda buscando nuestras debilidades, seguridades o deseos para, por medio del engaño y la manipulación, hacernos tropezar. Nuestra mejor defensa es una que ha sido probada con éxito, que no tiene defecto, que no puede ser vencida: la Palabra de Dios. Jesús la usó y venció, y nosotros la tenemos disponible en los medios de gracia: Palabra y Sacramentos. No hacer uso de ella es para el creyente, ser un blanco fácil, como lo fue Eva, y arriesgarse a ser el objetivo indefenso de un enemigo que es el maestro por excelencia en el arte de la tentación. Y sabiendo que el fín de la misma es la perdición de nuestra alma, ni más ni menos, ¿por qué correr este riesgo?
CONCLUSIÓN
Hemos iniciado en esta semana la Cuaresma, con el ritual de la imposición de las cenizas en nuestra frente. Caminamos pues hacia la Cruz de Cristo, tomando conciencia de nuestra debilidad, de nuestra dependencia de Dios en nuestras vidas, y de que peregrinamos hacia el reencuentro junto a Él en la vida eterna. Mientras tanto, en este caminar, la tentación será una constante que padeceremos, pero siguiendo el ejemplo de Jesús y afianzados en la poderosa Palabra de Dios, podremos vencerla con el auxilio del Espíritu Santo. Invoquemos pues con el salmista, el auxilio de Dios en esta tarea de resistir la tentación: “De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor oye mi voz; Estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica” (Salmo 130: 1-2). Que así sea, Amén.

    J. C. G.      
Pastor de IELE

lunes, 7 de marzo de 2011

Domingo de Transfiguración.

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Éxodo 24.12, 15-18

La Epístola: 2º Pedro 1:16-19

El Evangelio: Mateo 17.1-9

Sermón

INTRODUCCIÓN:

Prácticamente no tenemos límites, podemos ir dónde se nos ocurra. Más allá de los costes, las distancias ya no son un obstáculo. Hoy no solo volamos en enormes aviones, se dice además que estamos conquistando el espacio. Los medio de transporte son cada vez más veloces. Pero aún queda un sitio al que es imposible acceder para el hombre por sus propios medios: Dios. Hagamos lo que hagamos no podremos alcanzarlo nunca. Es por ello que este Domingo de Transfiguración Él nos quiere recordar que viene a nosotros para transformarnos por medio de Cristo.

LA LEY DE DIOS: En primer lugar, en el Monte de la Transfiguración, considere la manifestación de Moisés, el hombre llamado por Dios para llevar el mensaje de la Ley de Dios al pueblo. La Palabra que a Moisés le fue dada desde arriba y que nos trajo son los Diez Mandamientos. “La Ley por medio de Moisés fue dada” (Juan 1:17). En la Ley, la declaración de Dios es: “haz esto” y “no hagas aquello”. No hay excepciones y no hay misericordia para todo aquel que infrinja alguno de los mandamientos de Dios. La violación de un mandamiento, por breve o insignificante que sea, es suficiente para condenar eternamente a una persona. Un pensamiento que no es piadoso es suficiente para recibir tan terrible castigo. El mensaje de la Ley requiere la perfección absoluta, sin una segunda oportunidad y no hay perdón para los transgresores.

Si tú o yo fuésemos capaces de hacer esto, capaces de cumplir la ley de Dios perfectamente, y así deshacernos de nuestra vieja naturaleza pecaminosa, entonces tendríamos el cielo asegurado. Pero la salvación por el cumplimiento de la Ley es un sueño, que nunca sucederá. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10)

Por ello se nos relata la presencia de Moisés en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor había llamado a Moisés a su eterno descanso siglos antes, aquí estaba Moisés en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Moisés no se presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese perfectamente la ley de Dios. Más bien, Dios dio a Moisés el don de la fe y Moisés confió en el Señor. Por lo tanto ni Moisés, ni la Ley son nuestros salvadores.

LOS PROFETAS DE DIOS. En segundo lugar, en el Monte de la Transfiguración, encontramos la manifestación de Elías. Elías, como Moisés, fue un profeta de Dios enviado a proclamar la Ley y el Evangelio. Por medio de Elías llegó el mensaje del Señor, su Dios. Es la palabra de advertencia a todos aquellos que no tienen al Señor como su único Dios, sino que lo sustituyen o permiten, reconocen o toleran otro dios como Baal, el dinero, la fama, el poder, ellos mismos o una religión. En Elías reconocemos que el Señor quiere ser nuestro único Dios, y que no va a aceptar, permitir ni tolerar a cualquier otro en su lugar o en su presencia. Esta fue la Ley que incluyó Elías en su proclamación mientras vivía en este mundo.

Pero hay más de parte de Elias: un mensaje de esperanza y una promesa de perdón, salvación y vida. No es el hijo muerto de la viuda, al que resucitó por el poder del Señor a través de la palabra del profeta. En Elías reconocemos que Jehová no quiere que muramos. Él desea que vivamos. Así lo ha manifestado en la vida misma del profeta, ya que Él proporciona una fuente inagotable de alimentos para Elías, la viuda y su hijo. Dios envía el agua de la vida para apagar lo que se había resecado. Anuncia la condena del malvado rey Acab y el profeta proclama la victoria para el pueblo de Dios.

Aunque no tuvo una vida fácil, Elías cometió pecados que lo alejaron de Dios, se quejó de Él, huyo por miedo y dudas de la protección divina, pero el Señor a pesar de esto no lo abandonó. Elías no podía ir a Dios, pero Dios podía venir, estar con él y saciar sus necesidades. En un acto de pura gracia y misericordia el Señor envió carros de fuego y Elías fue llevado al cielo.

Ahora Elías se presenta en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor lo había llamado a estar en el Paraíso siglos antes, aquí estaba Elías en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Elías no se presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese la ley de Dios perfectamente. Más bien, Dios le dio a Elías el don de la fe y Elías confió en el Señor. Por lo tanto, ni Elías, ni los mensajeros de Dios, ni la Ley son nuestros salvadores.

LA GLORIA DE CRISTO. En tercer lugar, en el Monte de la Transfiguración, se manifiesta la gloria de Jesucristo. El apóstol Juan nos dice que, si bien “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17). Alguien mayor que el templo, los profetas, Moisés y los reyes terrenales se hace presente, es Jesús de Nazaret. Pero ¿Quién es Él? Es Jesús el Cristo, es Jehová de Sabbaot, y no hay ningún otro dios. Él es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Él es Jehová encarnado. El Cristo es verdaderamente hombre a fin de nacer bajo la misma Ley que Él ha escrito en los corazones de cada ser humano. Tuvo que ser hombre bajo la ley, para sufrir y morir en nuestro lugar. Jesús de Nazaret es verdaderamente Dios. El Salvador tenía que ser Divino con el fin de ser un rescate más que suficiente para todas las personas del mundo.

¿Cómo puede Cristo hacer esto? Pensemos por un momento lo que Moisés y Elías no son capaces de hacer. Se quedaron en el cielo cuando el Hijo eterno de Dios dejó el esplendor de esa morada eterna, para descender a este mundo. Jesús viene hacia abajo, al valle de la muerte, sufriendo una muerte inimaginable en nuestro nombre. Sufre el abandono de Dios en la cruz con el fin de facilitar el camino para que nosotros evitemos ése sufrimiento eterno. No podemos llegar a Dios, por eso es por lo que Él viene a nosotros, baja a las profundidades a la cual nos condenaba ley, con sus manos traspasadas por los clavos. La sangre derramada del Salvador clama por nuestro perdón.

Cristo viene a los valles de la muerte, las calles de los pobres, la vida de los enfermos del cuerpo y del alma, a los cargados de culpas y cansados de esforzarse por complacer a Dios sin éxito. Jesús dirige a tres de sus discípulos al monte y allí les revela la verdadera gloria que tiene desde la eternidad hasta la eternidad. Mientras están en su presencia, Jesús se transforma. Mientras que Moisés y Elías aparecieron en la gloria, Jesús y “ sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos”.(Marcos 9.3).

LA VOZ DE DIOS. En cuarto lugar, en el Monte de la Transfiguración, consideremos la Revelación de Dios Padre. Cómo los tres discípulos del Señor Jesús estaba allí y una gran nube los cubrió y una voz salió de la nube. Dios el Padre habla: “Este es mi Hijo Amado. Escuchadle”. Esto se dice en beneficio de todos los discípulos... Pedro, Santiago, Juan y el resto... tú, yo y la Iglesia ahora. Escuchar a Jesús y escuchar lo que Él ha dicho:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

“El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino a servir ya dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:27).

“Ustedes ya están limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).

“Cuando me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

“La paz esté con ustedes como el Padre me envió, también yo os envío. Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Juan 19:21-23).

“Tomad, comed, éste es mi cuerpo... Esta es mi Sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mateo 26:26-28).

“Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5).

EL MANDATO A LOS DISCIPULOS. En quinto lugar, en el Monte de la Transfiguración, es necesario tener en cuenta las palabras que se aplican a Pedro, Santiago y Juan en el día en que Jesús se transfiguró, y que simplemente se aplican a nosotros hoy. A medida que bajaban del monte, Jesús les mandó que no contasen a nadie lo que habían visto, es decir, no hasta que el Señor hubiera resucitado de entre los muertos. Estos discípulos no tenían que difundir y dar testimonio de lo que se había revelado en el día de la Transfiguración.

Este silencio fue ordenado por un tiempo limitado antes de la resurrección de Jesús, el Cristo en la mañana de Pascua. Pero Cristo ha resucitado y los seguidores de Jesús no estamos aquí para mantener la boca cerrada. Estamos llamados a anunciar a Cristo a todo el mundo, a ser sus testigos entre quienes nos rodean. El mensaje del Evangelio ha sido confiado a la Iglesia, no para mantenerlo encerrado en una caja fuerte o escondido debajo de un cajón, sino para que sea anunciado según tengamos oportunidad. ¿Por qué? Porque el hombre nunca podrá llegar a Dios y en especial porque Dios viene al hombre en los medio de Gracia, Palabra y Sacramento. Muestra fiel de esta presencia es que, por medio de ellos te han sido perdonados todos tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Atte. Pastor Gustavo Lavia

miércoles, 2 de marzo de 2011

8º Domingo después de Epifanía.

“Cristo, el Dios a quien servimos”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 49: 13:18

Segunda Lección: 1ª Corintios 4:1-13

El Evangelio: San Mateo 6:24-34

Sermón

Las crisis, necesidades y aflicciones parecen acentuarse en esta época. Da la sensación que nuestro gran y único problema en este mundo se llama dinero. Si lo tenemos somos felices y estamos en paz, si no lo tenemos, mal asunto. Por él luchamos día a día, porque la vida sin dinero no se concibe. Nuestra dependencia a él es tal que podemos amarle desmedidamente ¿Qué no hacemos los humanos por poder y riqueza? Podemos envidiar, odiar, robar, estafar, sacrificar nuestros hijos y familia, e incluso matar. Desde un gobernante hasta el menor de los empleados tiene en su interior un afán por rendirse ante las promesas de felicidad que nos dan las riquezas.

Pero ahora estamos en época de crisis y eso nos sacude. Y me pregunto ¿Cuál es nuestra verdadera crisis? Quizás, el “dios y señor” en quien depositamos nuestra confianza haya demostrado ser un timador de almas. Quizás nuestra crisis no radique tanto en que tenemos menos poder adquisitivo, sino en que confiamos nuestra vida en el dios “mamón” y su promesa efímera de paraíso terrenal y ahora estemas desilusionados, amargados, perdidos como ovejas sin pastor. Porque quizás, y eso espero, nos hayamos dado cuenta que por servir a las riquezas hemos dejado de servir a Dios, porque algo hay claro: no se puede servir a los dos.

Pero quien ha seguido fiel a Dios a pesar de los buenos momentos económicos vividos, ahora también pasará en paz las malas rachas, con resignación cristiana, pero sobre todo con confianza y esperanza, no en los sistemas económicos, que son endebles, sino en Cristo Jesús, Señor nuestro. Y no es que sirviendo a Cristo tengamos más dinero, no, sino que en Él tenemos vida, perdón y paz para vivir en este mundo con mucho o sin nada, ya que en Él aprendemos como el Apóstol Pablo a vivir en la abundancia o en la escaseces “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:11-13

Porque puede incluso que Dios considere que una época de “vacas flacas” no nos vengan mal para fortalecer nuestra fe, para templar nuestro espíritu, para reafirmar el amor a Dios sobre todas las cosas y a pesar de todas las cosas. Para quedar sólo pendientes y prendidos de las promesas de nuestro Señor y Salvador. Para reenfocar nuestra vida, y replantearnos las prioridades. La biblia nos enseña que en muchas épocas el pueblo de Dios atravesó momentos de dificultad económica, incluso de necesidad extrema, pero Dios nunca los abandonó, y como oímos hoy en Isaías 49:14, el Señor nos reafirma contundentemente: “Yo nunca me olvidaré de ti”.

Cristo pone las cosas claras

Fidelidad, esa es la palabra oportuna. O confías en la fidelidad de Dios todopoderoso que está por encima de todo, que es dueño de las riquezas de este mundo y que te ha prometido que nunca te faltará nada de lo que él crea necesario y pertinente para ti en el momento oportuno, o confías en el poder temporal y cíclico de las riquezas y buscas tu seguridad y bienestar en ellas. No hay medias tintas: o Dios o las riquezas. Esta claridad con que Jesús presenta este tema transversal de vida cristiana puede producir resquemor. Parece demasiado categórico, cosa que hoy no se ve con agrado. En los tiempos que corren preferimos ser más flexibles, navegar a dos aguas, “surfear las olas” como se dice, estar por encima del bien y del mal. Hemos perdido como sociedad aquella costumbre de amar lo claro y atenernos a las reglas de juego: “Todo es negociable, todo es relativo”.

Pero el primer mandamiento nos dice: “no tendrás otros dioses delante de mí”, y esto implica que Dios es el primero en mi escala de valores. Nada, incluso ni yo mismo, está por encima de Dios. Debemos huir de creernos más de lo que somos, porque como dice Pablo: “¿Quién te distingue? ¿o qué tienes que nos hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorias como si no lo hubieras recibido?” 1ª Co. 4:7. El Señor pone las cosas claras, y marca las prioridades de esta vida. Primero el Señor, Él es quien cuida de nosotros: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien… si Dios es por nosotros ¿Quién en contra?” Ro 8:28 y 31

¿Servir a las riquezas?

Nuestro afán de acumular bienes donde la polilla corrompe y los ladrones roban, hace que sirvamos, sin a veces percatarnos de ello, a las riquezas. Ellas pueden poseer nuestro corazón, anhelos, proyectos, pensamientos, generando ambiciones desmedidas y trabajos infatigables. Pueden esclavizarnos a su servicio, haciéndonos postergar cosas de fundamental importancia como el propio Dios, la familia o la vida congregacional y ¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? Mt. 16:26.

Y sé que no siempre es fácil distinguen entre velar responsablemente por nuestras necesidades ganándonos el pan con el sudor de nuestra frente y el afanarnos por acumular riquezas para tener el granero a reventar y sentirnos seguros, en paz y relazados por ellas y en ellas. Un buen principio a valorar es el que nos ofrece el apóstol Pablo: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”. 1ª Ti. 6:6-10

Cristo quiere que confiemos en él y le sirvamos

No solo de pan el hombre vivirá sino de toda palabra de Dios”, “Busca primeo el reino de Dios y lo demás será añadido”, “donde esté tu tesoro estará tu corazón”, “No os afanéis por vuestras vidas, qué habéis de comer o beber”, son frases que resuenan en nuestra mente, pero no siempre encuentran un espacio para alojarse en nuestro corazón y desde allí dirigir nuestra vida. La ansiedad puede asaltarnos y tomar el control de nuestra vida. La desesperación resultante es consecuencia de no poder controlar las cosas y situaciones. Queremos tener todo bajo control y no siempre nos basta saber que Dios es el “piloto”. A menudo decimos creer en Dios pero no nos creemos realmente quien es éste Dios ni las promesas que nos hizo. Somos débiles y desconfiamos. No cerramos los ojos del todo sino que dejamos uno entreabierto por las dudas. Dios es el Señor del universo. ¿Creemos realmente que en su mano está “el poder y el dar poder a todos”? ¿Creemos que servimos al Rey de reyes y Señor de Señores”.

Cristo prefiere que le sirvamos a Él y no a la riquezas, porque afanarnos y angustiarnos por los tesoros de este mundo es vano y sutil porque ¿Quién podrá añadir un codo a su estatura? ¿Quién podrá estirar un día más su vida? Si todo cuanto tenemos es prestado porque estamos de paso y somos ciudadanos del cielo, porque invertir nuestra vida afanosamente y llenarnos de ansiedades por lo que Dios se encarga de velar y cuidar.

No hablamos de apostar por la patética “teología de la prosperidad”, la cual pide que demuestres el nivel de tu fe a través de tu cuenta bancaria. Eso no es Palabra de Dios. Tampoco hablamos de fomentar la desidia, apatía o abandono, ni es un llamado a la pobreza. Es un llamado a priorizar la confianza en Dios sobre todo. Hablamos de confiar nuestras vidas, venga como venga la cosa, en Dios y por lo tanto descansar en paz aún en medio de la tormenta. ¡No desesperemos! Nuestro Dios es el que abre el mar en dos si hace falta para que pasemos por medio, el que hace salir agua de una roca, el que multiplica los panes, el que hace que nunca se acabe el aceite de la tinaja. No es que con Dios vamos a tener mucho, sino que con él nunca nos faltará nada.

¿Cuánto vale tu vida? ¿Cuánto vale tu alma?

“Mirad las aves en el cielo”. Cristo reafirma que tu vida vale mucho más que la ropa o el alimento que puedas comprar o almacenar. Porque por tu vida Cristo vino a derramar su sangre. Vales tanto para Dios que el pagó el precio de tu rescate a un alto precio. No malvendas tu vida por baratijas superfluas, por afanes pasajeros. Cristo nos ha hecho ricos, nos ha saciado, nos ha vestido con ropas de justicia en nuestro bautismo, nos lava constantemente de nuestros pecados y culpas, y nos alimenta con su palabra y sacramento. Él nos colma de vida en el sentido más profundo ¿Qué no nos dará si no nos negó ni a su propio hijo? No te aflijas, tu vida vale mucho para Dios. Él está contigo. Él conoce tus necesidades y te dará todo lo que realmente necesites.

CONCLUSIÓN

Las crisis son una oportunidad para detenernos y restablecer o fortalecer nuestras prioridades como individuos y familia ¿a quién queremos servir? ¿En quién confiamos? Hoy puedes reafirmar y confesar como lo hizo Josué diciendo: “Yo y mi casa serviremos al Señor” Josué 24:15 Hoy puedes revisar tu vida y decir junto al salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila”. Salmo 103:2-5. Hoy es un nuevo día que Dios te permite vivir y en él puedes confesar con David “El Señor es mi pastor, nada me faltará” Salmo 23:1. Hoy es un nuevo día de gracia donde Cristo te ofrece su perdón. Créele y vive por fe.

Pastor Walter Daniel Ralli