lunes, 31 de octubre de 2011

Sermón del Día de la Reforma.

“Reformando nuestras creencias”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 31-10-2011

Apocalipsis 14:6-7

Romanos 3:19-28

Juan 8:31-36

El pasaje de Romanos describe brevemente la forma en que los luteranos enfocamos la Ley de Dios. La Ley de Dios es buena, santa y justa y exige que se la siga, si queremos ser santos como Dios. El problema, por supuesto, es que para nosotros es imposible ser completamente buenos, santos y justos. De hecho, somos pecadores y no podemos cumplir ninguno de sus mandamientos. Debemos ser absolutamente claros en esto: no podemos cumplir la ley de Dios como se nos requiere.

Pablo escribe que “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. El propósito de La Ley es mostrar cuán pecadores somos, eso es lo que dice Romanos 3. Si tenemos una mala comprensión de la Ley, el Evangelio también será mal comprendido. El propósito de la Ley es mostrar cuán pecadores somos y que no somos justificado ante Dios por las obras. Ese es el propósito de la Ley y eso no solo lo dice la Iglesia Luterana, sobre todo lo dice la Biblia. En este Domingo de la Reforma, recordamos el papel que la Biblia tiene en la Iglesia Luterana. En el tiempo que Martin Lutero fue ordenado sacerdote, la Iglesia Católica Romana se había alejado de esta enseñanza. De hecho, la doctrina romanista oficialmente enseña que las personas se salvan haciendo buenas obras, las necesarias para compensar sus pecados. Martin Lutero se tomó esto en serio y no le importó lo mucho que se esforzó por cumplir los mandamientos de Dios, vio que sus pecados eran muchos. No había manera de compensar sus pecados y conocer la Ley de Dios sólo lo hizo más consciente de su maldad. Pero esta ley llevó a Lutero al Evangelio, también escuchamos en Romanos: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él”. Lutero no se pudo salvar a sí mismo haciendo obras, pero creyó que la salvación era de él, porque Jesús le había salvado por medio de Sus obras y su Sacrificio.

Aunque mucho ha cambiado el mundo desde Lutero, la diferencia de cómo una persona obtiene el perdón de Dios sigue siendo palpable viendo las doctrinas de muchas iglesias. Damos gracias por los muchos cristianos que hay alrededor del mundo, pero tenemos que expresar nuestro desacuerdo con las enseñanzas que distorsionan que la salvación es Solo por medio de Cristo.

Nuestro texto de Romanos 3 claramente dice que “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”.

Así que tenemos que confesar que no somos salvos por nuestras obras, al intentar cumplir la ley.

También, y esto es muy importante, confesamos que la Ley no fortalece nuestra fe. Hoy en día muchos cristianos evangélicos parecen sostener esta idea. Dando a entender de que, una vez que somos salvos, el cristianismo se convierte en un sistema que dice cómo debes vivir correctamente tu vida. Todo se basa en las obras que hacemos. Se piensa que el Evangelio es bueno para la conversión, pero que se crece en la fe cumpliendo los mandamientos. Así, en muchas iglesias cristianas hoy en día, se oyen sermones sobre la manera en que se debe cumplir la ley de Dios para ser un buen cristiano. Sin embargo, la Biblia dice que la Ley no fortalece tu fe. La ley solo muestra cuan pecador eres. Hacer buenas obras no fortalece tu fe, solo el Evangelio lo hace. Centrarse en la vida cristiana intentando mantener la ley de Dios es como decir que vamos a ir a trabajar sin tener comer o respirar. Los alimentos y el aire te mantienen vivo para que puedas hacer el trabajo. Del mismo modo, el perdón, la vida que el Evangelio ofrece, hace que tu obra sea posible y agradable a Dios. Damos gracias por los muchos cristianos a quienes la Ley les muestra su necesidad de perdón, por lo cual siempre necesitamos el Evangelio predicado y dado en la Santa Cena en cada oportunidad.

Esta comprensión y distinción de la Ley y el Evangelio es una de las cosas que aporta el luteranismo a la vida de fe. A pesar de que debemos hacer todo lo posible para seguir la ley de Dios, reconocemos que no tiene nada que ver con nuestra salvación, ni contribuye en nada a nuestra fe. La Ley nos muestra nuestra necesidad de un Salvador y que Jesús es el único que nos salva con el perdón que ha ganado en la cruz. Es por eso que volvemos siempre al Evangelio. Esa es la razón por la que continuamente anunciamos la Buena Noticia de que Jesús ha muerto en nuestro lugar, para quitar nuestros pecados. Es por eso que continuamente recibimos del Señor su gracia en la Palabra y los Sacramentos, es porque solo Su gracia nos salva y fortalece nuestra fe.

La ley muestra el pecado pero el Evangelio ofrece el perdón. Dentro de nosotros vive el Viejo Adán, nuestra carne pecaminosa. El Viejo Adán tiende siempre al pecado, detesta reconocerlo y sufre la debilidad de admitirlos. El Viejo Adán detesta reconocer a Jesús, su obra, su vida y la salvación. Por lo tanto, estate atento, porque seguramente te verás buscando justificarte a tí mismo por tus obras, incluso antes de saber lo que está pasando.

Al viejo Adán le gusta contaminar la oración tentándote a pensar en tus obras. Al tener algún problema puede que pienses que debes ser muy cuidadoso sobre tu conducta, porque quieres que Dios responda tus oraciones. La otra cara de la moneda es la duda de si Dios no responderá a tus oraciones, porque no has sido mejor cristiano. Otra tentación que tendrás será de establecer trueques con Dios, diciéndole: “Señor, si haces esto, entonces yo haré esto otro”. Un pensamiento común es el estar seguros de que Dios está escuchando las oraciones, porque has estado mejorado tu forma de ser. Cada una de estos pensamientos enseña que Dios escucha las oraciones a causa de nuestras obras. Pero es una falacia creer que si te comportas bien, entonces es más probable que Dios te responda y si has cometido grandes errores, que a menudo nos mueven a orar, entonces no debes contar con la ayuda de Dios.

A pesar de que constantemente afirmamos que debemos seguir los mandamientos de Dios, debemos preguntarnos esto: ¿Realmente Dios responde las oraciones en base a lo bien que has estado actuando? ¡No! Él responde a las oraciones a causa de Jesús, porque Jesús te ha cubierto con su sangre en el bautismo y allí te hizo hijo de Dios. Esta es una noticia extraordinaria, cuando se trata de la oración: no es necesario preguntarse si Dios va a responder de la mejor manera. Al contrario, puedes estar seguro de que Él responderá porque así lo prometió.

Otro ejemplo común tiene que ver con las malas situaciones en nuestra vida. Cuando las cosas van mal, es muy fácil pensar qué has hecho para que Dios te castigue así… También puede ser fácil a asumir que cuando te va bien en la vida, es porque estas haciendo las cosas correctas a los ojos de Dios y por eso te recompensa de esta manera. Solemos creer que el favor de Dios cambia a diario, en base a nuestro comportamiento. En otras palabras, erróneamente sostenemos que el amor de Dios depende de nuestras obras. Pero ¡esto no es así! El amor de Dios depende de Jesús, no de ti ni de mi. Aún si la vida es oscura podemos decir con confianza: “Yo sé a ciencia cierta que Dios me ama, porque soy perdonado. Me ama a causa de Jesús y no tiene en cuentas mis pecados ni mis malas obras”.

Al Viejo Adán también le gusta corromper nuestro arrepentimiento. Un ejemplo claro es cuando antes de pedir al Señor que perdón, creemos que es mejor demostrarle que podemos cambiar y ser mejores. Esto es como decir: “Voy a demostrar a Dios que me merezco su perdón por haberlo hecho mejor”. El texto de hoy pone en claro que en no merecemos el perdón y que no lo podemos ganar por ser mejores personas. Dios nos perdona solo por amor a Jesús, no por lo que hemos hecho o pensamos hacer. Sin embargo, el Viejo Adán trata de hacernos creer que antes de ser perdonado, tenemos que sentir un profundo pesar por el pecado. Es verdad que la contrición es parte del arrepentimiento. Sin embargo, Dios no te perdona por estar triste o por llorar porque has pecado. Él te perdona porque Jesús murió en la cruz por ti. Habrá momentos cuando al cometer algún pecado pensaras que no te sientes particularmente dolido por ello. Pero no esperes a sentir lástima o pesar antes de confesar estos pecados. Más bien tienes que decir: “Por fe, sé que es pecado ante Dios y así lo confieso y pido perdón por haberlos cometido”.

Algunos opinan que antes de que Dios otorgue el perdón, tenemos que perdonarnos a nosotros mismos. Eso suena bien, pero teológicamente es incorrecto. Es una vez más nuestro Viejo Adán interponiéndose ante la verdad de Dios. ¿Realmente tienes que perdonarte a ti mismo antes de que Dios te perdone? No. Dios te perdona solo por Jesús y solo la gracia de Dios es necesaria para tener el perdón. Podríamos seguir, pero estos ejemplos son suficientes por hoy. Nuestro Viejo Adán está al acecho, que quiere llevarnos a creer que las buenas obras son necesarias para llegar al amor de Dios, o para conseguir que Dios nos ame más.

Bíblicamente enseñamos que vamos a hacer buenas obras, porque Jesús nos ha liberado para hacerlas. Además, reconocemos que las buenas obras nos traen beneficios temporales. Por ejemplo en el ámbito familiar ayuda a establecer una buena relación entre padres e hijos. Con nuestras amistades podemos ayudarnos mutuamente en los momentos de debilidad, también en el ámbito laboral creamos confianza al ser personas integras. Pero sobre todo sostenemos que
Dios no puede amarnos más de lo que lo ha. ¿Por qué?

No puede amarnos más porque ya nos ama plenamente. Muestra de eso es que dio a su Hijo para morir en la cruz por cada uno de nosotros. ¿Cómo podría amarte más? Ya estamos justificado a causa de Jesús, somos perdonando de todos nuestros pecados ¿Cómo puede perdonarnos aún más todos nuestros pecados? Nos declara que hace todas las cosas para nuestro bien, ¿Cómo puede obrar más a nuestro favor? No solo te promete sino que nos otorga la vida eterna en el cielo ¿Cómo darnos más tiempo que la vida eterna? Dios ya nos ama, no por nuestras obras, sino por Jesús, porque él vivió por nosotros, murió y resucitó por cada uno de nosotros. También ascendió a los cielos, está a la diestra de Dios y aun así viene a darnos el perdón en Su Palabra y en los Sacramentos.

Es un gran consuelo saber que el amor de Dios depende de la obra de Jesús. Si dependiera de nuestras obras nunca podíamos estar seguros de que hemos hecho lo suficiente. El amor de Dios hacia nosotros depende de Jesús y de que Jesús ha hecho todo lo necesario. Es por esto que podemos estar seguros. Por lo tanto, nos alegra confesar que “ningún ser humano es justificado delante de él, por la Ley es el conocimiento del pecado”. Pero más nos regocijamos en anunciar el Evangelio que nos dice que somos justificados gratuitamente por la gracia de Dios mediante la redención que es en Cristo Jesús. En otras palabras, solo por el amor de Jesús es que nos han sido perdonados todos nuestros pecados. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia

domingo, 23 de octubre de 2011

19º Domingo después de Pentecostés.

“La FUENTE DE LA LEY DE DIOS ES EL AMOR”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Lev 19:1-2, 15-18

Segunda Lección: 1 Tes 2:1-13

El Evangelio: San Mateo 22:34-46

Sermón

Introducción

Todos los creyentes conocen bien la Ley de Dios, y saben también cómo usarla: por un lado es aquella que nos muestra nuestro verdadero rostro ante Dios, tal como Él nos ve. Pues Dios no nos mira según nuestros razonamientos u opiniones, sino que lo hace a través de su Ley, de aquellas normas que son la base de nuestra relación con Él y con el prójimo mientras caminemos en esta vida. Y en este sentido la Ley de Dios nos muestra en la práctica una cruda realidad: nuestra incapacidad para cumplirla, y se convierte así en la guía que nos lleva al verdadero cumplimento en Cristo (Gl 3:24). Por otro lado, esta misma Ley sirve al creyente como “molde” para acomodar su vida a ella, para refrenar al viejo Adán carnal que quiere vivir según su propio criterio. Por ello el cristiano vive también en la Ley, aunque no la trata de cumplir por temor a ella, sino precisamente por vivir en Cristo.

Esta Ley puede parecer estricta, legalista, algo que nos limita e impone frenos en la vida, y vista así ciertamente no parece muy atractiva y agradable. Esta visión se acentúa además al vivir en una sociedad muy permisiva como la nuestra, donde “ley” es sinónimo de represión para muchas personas. Sin embargo, Jesús nos enseña que la base de la Ley de Dios y su fuerza radican en algo muy distinto a la represión: el Amor. Pues el amor a Dios y al prójimo son inseparables en ella, y es la fuente que alimenta a todos sus mandamientos.

La base de la Ley de Dios es el amor

Se suele decir popularmente, que el hombre es el único ser que tropieza dos veces en la misma piedra. Y ciertamente los fariseos dieron validez a esta frase. Pues al tener conocimiento del fracaso de los saduceos en su empeño en atacar a Jesús, pensaron que ellos sí serían capaces de ponerlo en evidencia, de demostrar la superioridad de su legalismo sobre el propio Cristo. Y eligieron, como buenos fariseos, la cuestión de la Ley para ver si en este punto Jesús tropezaba ante ellos: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (Mt 22:36). Si bien toda la Ley de Dios es merecedora de la misma consideración, pues desde el primero hasta el último mandamiento son Palabra de Dios (Mt 5:18), le plantearon una pregunta comprometedora, para buscar en qué mandamiento debían buscar la “debilidad” de Jesús. Probablemente el mandamiento exaltado por Jesús como el superior, sería aquel del que tratarían de acusarlo públicamente.

Y la respuesta de Jesús se convierte por un lado en una respuesta y por otro en una acusación contra aquellos mismos fariseos. Es lo que ocurre cuando hacemos uso de la soberbia, y creemos poder juzgar incluso a nuestro Dios. Pues Jesús como buen judío, proclama la Shemá, la confesión de fe por excelencia del pueblo de Israel (Dt 6:4-9), con lo que muestra su ortodoxia a aquellos hombres, y enseña que la fuente principal de toda Ley de Dios no es otra que el amor hacia el Creador. Pues en este amor es donde nuestra relación con Él halla su máxima expresión. Los “dioses” de otros pueblos eran crueles, caprichosos, vanidosos, y un largo etcétera de elementos amenazantes y oscuros. Sombras que exigen y esclavizan al hombre: “porque todos los dioses de los pueblos son ídolos” (1 Cr 16:26). Sin embargo Jehová, el Dios de Israel es Dios amoroso, que ama y sólo pide como respuesta nuestro amor. Ante nuestro pecado, Dios ofrece misericordia, ante nuestras ofensas reconciliación, ante la perspectiva de la muerte y la condenación, Cristo y su muerte vicaria que nos abre la puerta a la vida eterna.

Pero esta Shemá, esta proclamación de amor que se nos requiere, incluye además condiciones muy claras: no sirve un amor exterior, formalista, de mera apariencia. Se requiere un amor total, incondicional: “Con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt 22:37). En resumen, un amor auténtico, y para un amor así, el modelo de nuevo no es otro para nosotros que Cristo.

Amar a Dios sin amar al prójimo es imposible

Pudiera parecer que con la respuesta anterior la pregunta quedaba contestada. Pero Jesús ahora les habla a los fariseos, a aquellos que imponen cargas a otros (Mt 23:4). Pues no se puede estar todo el día mirando al cielo sin, al mismo tiempo, mirar al suelo: al prójimo necesitado. Y este era el talón de Aquiles de los fariseos, su peor cara. Orgullosos, duros en su juicio, siempre buscando el fallo, el tropiezo ajeno. Toda una demostración de falta de sensibilidad hacia los demás. Y aquí Jesús une al mandamiento del amor a Dios, otro mandamiento que es inseparable del mismo: el amor al prójimo (Lv.19:18). ¿Cómo podemos amar a Dios y no amar a su creación, y de entre toda ella a aquél que fue creado a su imagen y semejanza?: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn. 4:20). Al igual que el misterio de la Trinidad se resuelve en una relación de amor entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, así nosotros partiendo de nuestro amor a Dios, hacemos partícipes de ése amor al prójimo. Pues el amor es una acción dinámica, no una idea filosófica, que requiere ser puesto en práctica y no quedar en el mundo de las intenciones. En esto de nuevo Dios mismo nos enseña esta lección, por medio de su plan de salvación: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3:16).

Todos tenemos un poco de fariseos, reconozcámoslo, pues en toda persona habita la idea de ser poseedor de una visión completamente justa y objetiva de las cosas. Pero la Palabra nos advierte de que nuestro juicio no es precisamente el parámetro para mirar a la realidad, y que debemos evitar juzgar (Mt 7:1), pues sólo el juicio divino es infalible y objetivo. Ella nos reorienta sin embargo hacia algo más constructivo, por encima de los juicios, como hizo Jesús con los pecadores más manifiestos: amar. Pues al amar no nos concentramos en lo negativo del prójimo, ya que como pecadores que somos, en todos nosotros habitan muchísimos aspectos y actitudes reprobables. Amando fijamos nuestra atención en la necesidad inmediata del otro (afectiva, material, física, etc.), pero sobre todo en su necesidad espiritual (salvífica), como ser creado para una vida eterna. Esa es la mirada compasiva de Cristo sobre el pueblo y que debemos de hacer nuestra. Este es el segundo gran mandamiento de Dios.

Amar a Dios sin amar a Cristo es imposible

Los fariseos callaron tras la respuesta de Jesús, y tomaron conciencia de su ignorancia, aunque en sus duros corazones, estaban lejos de reconocer su derrota. Y Cristo, conociendo sus pensamientos de rechazo hacia él, les plantea una pregunta para ser puestos a prueba ellos mismos ahora: “¿Qué pensáis del Cristo?, ¿De quién es Hijo?” (v42). La Escritura relaciona al Mesías prometido con la estirpe de David, pero además de esta indicación genealógica, también aclara en el Salmo 110 que el redentor estaría por encima de cualquier estirpe humana, y que está sentado a la derecha del Padre, es decir, en el mayor puesto de honor. Pero los fariseos, cegados por la letra y desechando su Espíritu (2 Co 3:6), fueron incapaces de reconocer en Jesús al Mesías anunciado, pues para ellos las señales distintivas del mismo serían la justicia ejecutora de una espada, y no el abrazo amoroso y la misericordia de Dios. Ellos no esperaban el perdón como norma de relación entre Dios y el hombre, y eso es precisamente lo que Jesús trajo al mundo. Y ante la evidencia de la pregunta: ¿Cómo es su hijo? (v45), los fariseos callaron, no porque no supieran la respuesta, ya que es evidente que Jesús señala a Dios y a sí mismo como Padre e Hijo. Callaron como señal de negación de Cristo mismo, y al hacerlo al igual que los saduceos, lo convirtieron en la piedra de su tropiezo (1 Ped 2:8). Nosotros también debemos cuidar que nuestro orgullo, nuestra rigidez, y el deseo de que el mundo camine según nuestra visión, no nos ciegue y nos haga perder la perspectiva correcta: “Dios es amor, y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4:6). El ejemplo de los fariseos nos muestra igualmente que no podemos reconocer a Jesús como el Cristo y amarlo, si en nuestro corazón no anidan a su vez el perdón y el amor. Y sin amar a Cristo, es igualmente imposible cumplir el primer gran mandamiento: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt 6:5).

CONCLUSIÓN

El término “fariseismo” se ha convertido en sinónimo de legalismo vacío, falto de alma, de compasión. Los creyentes sin embargo caminamos según un parámetro lleno de vida y de misericordia: el amor. Un amor ejemplificado para nosotros en el sacrificio de Cristo en la Cruz.

Por tanto, nuestro primer gran mandamiento es el amar a nuestro Dios, pero con la clara conciencia de que igualmente importante es amar al prójimo como a uno mismo, tal como Dios nos ama a cada uno de nosotros en Cristo Jesús, ahora y siempre, Amén.

J. C. G. / Pastor de IELE

lunes, 17 de octubre de 2011

Confesión de fe de Katy.

Me llamo Katarzyna Haluch, nací en Polonia en año 1977 en una familia católica.

Cuando era pequeña me cuidó mi abuela Pelagia. A través de ella conocí su amiga Emma
Kllemman, una Polaca, luterana casada con un católico.

Teniendo 7 años muere mi abuela Pelagia y al mismo tiempo se divorcian mis padres. Por cuyo
motivo me acerque mucho a Emma y Grzegorz los que en poco tiempo se hicieron mis “abuelos
adoptivos”. Desde entonces ellos me ayudaban en las cosas cotidianas y con los años fui yo quien les ayudaba en sus quehaceres diarios. Esto fue así hasta que vine a España.

Gracias a abuela Emma conocí la Iglesia Luterana, al comienzo la acompañaba a las misas o
cultos… recuerdo que a veces pasábamos 3 horas en tren para poder llegar a una iglesia luterana
donde hasta hoy se celebran los Oficios Divinos cada domingo. Donde yo vivía en Polonia se
celebraban muy esporádicamente.

Así empecé mi viaje con el Luteranismo al mismo tiempo que estaba participando en clases de
religión católica en escuela (En aquellos años en Polonia esto era “LEY“), incluso mis padres me
mandaron a hacer la Primera Comunión.

En año 1991,teniendo 14 años, muere mi padre. Poco tiempo después decidí participar solo
de la Iglesia Luterana y pase oficialmente a ser miembro de la Iglesia Luterana de Augsburgo.

En año 1999 me mudé a España, si bien no deje creer en Dios, pero poco a poco me alejé de Él
y de la iglesia con la que tenía contacto cada vez que viajaba a mi país.

En año 2009 muere mi hija Sara de 18 meses.

Desde entonces por todas partes empecé a buscar respuesta a una única pregunta “i¿Por que?!“…preguntando a Dios, al diablo, a los médicos, a los curas… y a pesar de todas las respuestas que recibí, mi único alivio y esperanza la encontré en Dios y en su Palabra.

En España empecé a buscar una Iglesia Luterana y encontré la congregación de Madrid.
Creo que allí, gracias a Dios “nací por tercera vez”.

Luego de repasar las enseñanzas del catecismo y hacer confesión de fe, pude comulgar con mi nueva familia de fe.

Ahora soy parte de la Iglesia Evangélica Luterana Española y doy gracias a Dios por esta
oportunidad de recibir su perdón y amor en los medios de gracia que dispone para mi.

Katy

Katy asiste a los Oficios y reuniones desde hace más de dos años, y ahora ha comenzado a
comulgar con nosotros. Luego de estudiar el catecismo y repasar los aspectos básicos de la fe
cristiana ha hecho confesión de fe y se ha integrado plenamente a la comunidad de Madrid.
Oremos para que Dios conserve a Katy en la comunión de su Iglesia, que persevere en el estudio y obediencia de su Palabra, a fin de que día a día conozca más y más a nuestro Salvador y lo sirva en toda buena obra.

Un abrazo en Cristo. Atte. Pastor Gustavo Lavia

domingo, 16 de octubre de 2011

18ª Domingo después de Pentecostés.

motivos para alegrarse

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA



Isaías 45:1

Tesalonicenses 1:1-10

Mateo 22:

Hay momentos en los cuales nos resulta difícil tener motivos por los cuales estar alegres. Vemos y sufrimos problemas económicos, familiares, sociales e incluso dentro de nuestras propias comunidades de fe no vemos motivos para alegrarnos. Pero Dios por medio del texto del Apóstol Pablo a los Tesalónicos quiere darnos motivos permanentes para alegrarnos y agradecer en nuestras vidas.

Una de las primeras razones que nos da el texto para alegrarnos está en 1 Tesalonicenses 1:4-5 y es que Dios te ha escogido. Dios es el que realiza la elección, mostrando su amor. Jesús aclara a sus discípulos en Juan 15:16 No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. Dios te ha escogido. Eso es una gran noticia. Muchos cristianos hoy día creen que es al revés: que ellos escogieron a Dios. Que las personas pueden dedicar su vida a él o aceptarlo como su Salvador y Señor. Creen que pueden entregarse a Dios, y por esta elección o entrega se es cristiano.

Esto no es así: Dios dice que Él hace la elección y esto es una buena noticia para todos nosotros. Cuando Dios hace algo, lo hace en el momento justo, conforme a su voluntad y por las razones correctas. Así que si es Dios quien te ha elegido, puedes estar seguro de que estás entre los elegidos. Cuando la gente hace una elección, no siempre lo hace por las razones correctas. De hecho, cuando las personas hacen una elección, a menudo se engañan a sí mismos. Después de haber realizado una elección probablemente ha oído las frases: “…Pensé que era el amor de mi vida”, “Me pareció lo correcto en ese momento”, “Estaba seguro de que este trabajo era el más adecuado, pero solo me engañé a mí mismo”.

Uno de nuestros mayores problemas es que tenemos un corazón pecaminoso y una mente que distorsiona la realidad. No tenemos que subestimar cuán pecador es nuestro corazón, Jeremías 17:9 declara “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”. Este versículo no da mucha confianza en uno mismo, por que nos confirma que no podemos imaginar cuán pecaminoso y engañoso es nuestro corazón. No podemos saber si nuestro corazón nos está engañando por lo tanto ¿cómo podemos confiar en las decisiones que hacemos? Pero así es como es. No escogemos a Dios. Dios nos elige, nos escoge, nos adopta como sus hijos. Él nos ha dado a su Hijo, que ha muerto en la cruz para realizar la elección. Si Él te elige no tienes que decir: “¿Si Dios me conociera como soy, me amaría?”, “¿Su elección habrá sido buena idea en ese momento, pero …y ahora?”. Cuando Dios te elige, lo hace con toda su certeza, conocimiento y sabiduría, sabe quién eres, que haces y que no haces.

Hay una segunda razón para regocijarse en el versículo 5, ya sabes que Dios es quién te ha elegido. Ahora se nos dice cómo nos ha elegido. Esta elección nos llega por medio de Su Evangelio, que viene a través de su Palabra. Así es como Dios elige, es la manera en que Él salva. No lanza burbujas de la salvación que flotan alrededor del mundo y que tal vez tienes la suerte de que una te toque. Él no te salva a través de un golpe emocional que toca tu corazón, recuerda que el corazón es engañoso. Él no te salva por medio de un acontecimiento en la naturaleza, que puede ser interpretado de una manera u otra. Él te salva solo por medio de su Evangelio a través de Su Palabra. Allí te dice: “Te perdono todos tus pecados, porque mi Hijo ha muerto en tu lugar. Por su bien, te doy mi gracia, la fe, vida y salvación”.

A veces nos sucede que al estar en la cima de una montaña, nos sentimos más cerca de Dios, o cuando vivimos momentos de mucha alegría vemos la bondades del creador, pero que no se nos olvide, la Biblia dice que Dios está presente en todas partes. Pero aquí generalmente se produce un error, es cierto que Dios está en todas partes, pero no transmite su gracia por todas partes. Él no dice que encontraremos su gracia en un hermoso bosque, ni siquiera dice que contemplando el mar encontraremos su perdón. Él no dice que camines en antiguas ciudades con la esperanza de encontrar la vida eterna, o que escuches las voces de tu interior para conseguir su guía. Él no le dice que según la cantidad de sus obras podrá conseguir el perdón de tus pecados. Él dice: “¡Aquí está el perdón! En mi Palabra y se proclama y manifiesta solo por ella. Ella te declara que estás perdonado solo por mí amor. Ella es la fuente de donde brota el Evangelio. Por ella ha santificado el agua para que puedas estar seguro de que el bautismo te salva y es el medio por el cual confirma tu elección. También por medio la Palabra en el altar, te da su propio cuerpo y sangre, crucificado y resucitado, para el perdón de tus pecados. Te doy seguridad para que no deambules buscando donde alimentar tú fe, para que no dudes de dónde puedes encontrar el perdón. Aquí está, en mi Palabra predicada, unida al agua y al pan y vino”.

Ahora tienes dos motivos para alegrarse: que Dios te ha elegido, y sabes exactamente cómo lo hizo. Él te escogió por medio de su Palabra.

Pablo también nos declara que La Palabra de Dios es poderosa. Aquí hay una tercera razón para alegrarse: el Evangelio le llegó no solamente en palabras, sino en poder. La Palabra de Dios es poderosa, no lo es en el sentido de persuasión, como un argumento de peso en un debate, o de producir solo una influencia emocional. La Palabra de Dios es poderosa en el sentido de que hace y otorga lo que dice, por eso se dice que es efectiva. Dios creó por medio de su Palabra. Él dijo: “Sea la luz” y fue la luz solo porque Él lo dijo. Cuando Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos, lo hizo por medio de su Palabra. Cuando dijo: “Lázaro, ven fuera”, fue como si hubiera dicho: “Que se haga la vida, allí donde no hay vida”. Asimismo, cuando el Señor nos anuncia su Evangelio en su Palabra, Él no sólo está hablando sobre el perdón que ha conseguido en la cruz por ti. Él está diciendo “que se haga el perdón, que haya vida allí donde no hay perdón y vida para ti” y esto se hace realidad solo porque Él lo dice. Ahora bien, ¿significa eso que todo aquel que escucha el Evangelio está automáticamente perdonado? No. La gracia es un don, un regalo y los regalos pueden ser rechazados. Muchos de los que escuchan el Evangelio no se lo apropian. Esto no es que la Palabra de Dios no tuvo poder, no es que Dios no les dio perdón y vida, sino que este regalo fue rechazado, eligiendo en su lugar el pecado y la muerte.

La Palabra de Dios es poderosa. Esta es una gran verdad. Si sólo fuese información, entonces la salvación dependería de ti, de que conozcas cierta cantidad de versículos. Podrías decir: “He oído este Evangelio. Tengo la información que necesito. Ahora tengo que elegir aceptar a Jesús o no”. Pero no es así, Él te ha elegido. Él te ha elegido por su Palabra poderosa. Si ser salvo sería tu elección, tu salvación no sería segura. Pero si Dios hace la elección, es seguro, confiable y permanente.

Así que ahora tenemos tres cosas que son motivo de alegría: Dios te ha elegido a ti. Lo hace por medio de Su Palabra y su Palabra es poderosa. Él ha hecho todo lo necesario para salvarte y darte este don.

También se nos afirma que El Espíritu Santo está siempre presente y junto con la Palabra. Dios te elige a ti por medio de Su Palabra, que ha llegado a ti con su poder y con el Espíritu Santo. El Señor elige estar cerca por medio de su Palabra. El Espíritu Santo está siempre ligado a la Palabra, usándola como su instrumento para llevar al arrepentimiento, perdonando los pecados y fortaleciendo tu fe. Además, cuando la Palabra está presente, Él también lo está ya que es la Palabra hecha carne. Cuando Dios te elige a ti, Él está contigo.

Muchos han memorizado del Catecismo: “Creo que por mi propia razón o poder no puedo creer en Jesucristo mi Señor, ni venir a él”. En otras palabras, no lo puedes elegir. “Sino que el Espíritu Santo me ha llamado por el Evangelio, iluminado con sus dones, santificado y conservado en la verdadera fe”. En otras palabras, el Espíritu Santo me ha elegido por medio del Evangelio, proclamado en la Palabra de Dios. Esto ya lo sabes pero siempre es bueno recordar estas cosas para que nos alegremos de ellas.

Así que tenemos cuatro razones para alegrarnos hoy y siempre: Dios nos ha escogido. Dios nos ha escogido por medio de su Palabra. Dios nos ha escogido por medio de su Palabra que es Poderosa. Dios nos ha escogido por medio de su Palabra Poderosa, acompañado por el Espíritu Santo. Como Pablo dice en nuestro texto: nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre”.

Todos estos motivos de alegría producen en nosotros una vida de plena Certidumbre. Si Dios nos ha elegido por medio de su poderosa Palabra y del Espíritu, entonces estamos seguros, de que la salvación es la suya y nos la ha otorgado por gracia. Debemos tener cuidado de las tentaciones y los pecados que nos roban esta “Plena Certidumbre”, que nos quitan la certeza de la salvación. En el cristianismo hay muchas voces que dicen que debes decidirte por Dios. Pero esto no está de acuerdo con las Escrituras. Te priva de esa plena convicción, de la certeza de tu Salvación por medio de Cristo. Si la salvación ya no es segura, si eres salvo por tu decisión de seguir a Dios, ¿cómo puedes estar seguro de que has sido totalmente sincero? ¿Cómo puedes estar seguro de que no te estabas engañando a tí mismo? Desde esta postura no se puede estar completamente seguro.

¿Qué pasa con los medios de gracia? ¿Qué pasaría si la absolución terminaría diciendo “te perdono todos tus pecados, si decides aceptarlo en este momento”? ¿Qué pasa si recibes la Cena del Señor oyendo las palabras: “Porque tienes el perdón de los pecados, siempre y cuando hayas aceptado seguir a Dios”? ¿Qué pasa si no oigo bien las palabras de institución, ¿significa el Señor no estará presente porque yo no oí? Entonces nunca podría estar seguro de si has creído lo suficiente ese día en la Palabra de Dios. ¿Qué pasa con las buenas obras? ¿Sabes si tus obras son buenas ante Dios como para que te perdone por medio de ellas? Una gran cantidad de personas están atrapadas tratando de hacer buenas obras con temor, con la esperanza de que serán lo suficientemente buenas para Dios, pero no estan seguro de ello. El Señor declara que, por la obra de Jesús y debido a que ya eres su hijo, todo lo que haces dentro de tu llamado es agradable a Dios. Puedes estar seguro, porque Él lo promete. Tu y yo debemos hacer buenas obras más que nadie, porque no lo hacemos por obligación, lo hacemos porque, por gracia, estamos completamente libres para hacerlo.

Recuerda que Dios te ha escogido. Eres salvo, porque Dios te ha escogido en Jesús y Él te ha elegido por medio de Su Palabra, del Espíritu Santo y con su poder. Es cierto, porque Él lo ha hecho y lo sigue haciendo en estos momentos, con palabras como éstas: “Estás perdonado por todos sus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.”

Atte. Pastor Gustavo Lavia

miércoles, 12 de octubre de 2011

17º Domingo después de Pentecostés.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Isaías 25.1-9
Segunda Lección: Filipenses 4:1-9
El Evangelio: San Mateo 22:1-14
Sermón
Introducción
Ser invitado a un evento produce normalmente dos reacciones en las personas: por un lado la alegría de participar de una reunión, pues salvo excepciones, la mayoría de las personas somos seres sociales. Es decir, nos gusta el contacto con otras personas, relacionarnos con ellas, ver caras conocidas, la tertulia, el festejo, etc. Y por otro lado también produce una sensación agradable el saber que se nos tiene en cuenta, que somos importantes para alguien. Cuando se nos invita a algo, se nos dignifica de alguna manera, se nos da un sitio preferente sobre aquellos otros que no han sido invitados. Ser invitado en resumen es recibir un honor y un reconocimiento hacia nuestra persona. Por esto, despreciar una invitación puede convertirse en una afrenta grave, y máxime cuando se hace con signos evidentes de desprecio. No esperemos después de algo así, volver a ser invitados o agasajados.
Y no obstante, es igual de importante estar a la altura de la invitación y acudir a ella con la dignidad que la ocasión requiere. De nada sirve aceptar la invitación, para después avergonzar a los anfitriones vistiendo o actuando de manera inadecuada en la celebración. En este caso la consecuencia es la misma que el desprecio: las puertas se cerrarán ante nosotros y se nos retirará el honor con que se nos recibió. Igualmente los creyentes estamos invitados a una boda especial: las bodas del Cordero. Todo un honor al que deberemos acudir con nuestras mejores galas, y de entre las mismas, la que es del todo imprescindible: la de la Justicia de Dios en Cristo Jesús.
  • Invitados a la boda del Cordero
Las bodas eran un acontecimiento de gran relevancia en la antigüedad, pues si hoy día tienen la importancia de un enlace matrimonial con el que se sella una unión, en aquellos tiempos implicaban muchas más cosas. Normalmente, y además del hecho del enlace, se sellaban pactos de amistad y paz entre clanes o tribus, se acordaban dotes, bien en dinero o en especias (animales, telas, joyas, etc). También se aumentaban los patrimonios y sobre todo, se miraba a la continuidad de la familia por medio de la descendencia. Todo esto era de suma importancia para el hombre antiguo, y toda esta prosperidad, era además signo de la bendición de Dios: “te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cria de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas” (Dt 7:13). De cara a aquellos que rodeaban el círculo familiar (parientes, amigos, vecinos..), una boda era normalmente el máximo acontecimiento social que podían presenciar en sus vidas, y también para ellos tenía sus beneficios. Como hemos dicho al principio, ser invitado era ser honrado con un puesto en el banquete. Dicho sea de paso, las celebraciones duraban normalmente días, donde se disfrutaba de abundancia de comida y alegría. El vino, la carne y los mejores alimentos, eran reservados para ocasiones como estas. En definitiva, una boda tenía un gran impacto positivo en la sociedad de la época.
Y justamente la parábola de hoy, nos habla de una boda: la boda del Hijo de un Rey: Cristo. Y también nos habla de unos invitados, que son en principio los que se supone son los más cercanos a la familia real. Aquellos que han sido honrados con un puesto preferente en el banquete (Dt 7:6): el pueblo de Israel. Un pueblo escogido, amado por Dios, y receptor de las promesas de un pacto divino, pero que al escuchar la llamada a la boda, reaccionan con desprecio, con maldad, con orgullo y prepotencia. No sólo no acuden a la celebración, sino que matan a los siervos de su Señor, a aquellos que anuncian y proclaman la llamada a acudir: los Profetas de Israel.
El resultado de su maldad lo explica la misma parábola: muerte y destrucción de su ciudad, del lugar donde creían estar seguros, como profecía de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70DC.
  • Acudir al banquete del Cordero con la dignidad adecuada
Pero con su arrogancia y desprecio, abrieron sin embargo la puerta a otro pueblo, a aquellos que no moraban en la ciudad, sino a las salidas de los caminos. Supuestamente en los lugares menos dignos. Estas son las naciones que originariamente no formaban parte del pueblo escogido de Dios (gentiles), pero que ahora, son precisamente los destinatarios de la llamada al banquete: la humanidad entera y nosotros entre ellos.
Sin embargo, ser invitado no es garantía de un puesto seguro en el banquete, pues al honor de la invitación, debemos responder presentándonos con la vestimenta adecuada. Vamos a la boda de un Príncipe, no lo olvidemos. En nuestro caso, y recordando las palabras de Jesús (Mt 22:10), no hemos sido elegidos precisamente por nuestra dignidad, pues tanto buenos como malos han sido invitados. Y ya de partida, debemos asumir nuestra pertenencia al grupo de los pecadores (Rom 3:10) , con lo cual se hace más evidente que no basta con nuestra mera presencia. Y hoy día vivimos en una sociedad de derechos y obligaciones, pero donde parece que existe un desequilibrio entre ambos conceptos. Prevalece en nuestro tiempo el concepto de “derecho”, al entenderse que el ser humano, por el hecho de serlo, es de manera innata poseedor de todos ellos. Sin embargo la Escritura es muy clara a este respecto, en lo que a la vida espiritual se refiere: no todos tienen derecho a asistir a esta boda del Hijo. Y además, el Rey se reserva su derecho a expulsar de la misma a aquél que no se presenta de manera adecuada (Mt 22:13).
Pero sin embargo, lo que nos falta para acudir correctamente a este encuentro, no está en nuestra mano proveerlo, pues lo que se nos exige es la vestimenta de una justicia perfecta, tan perfecta como la Justicia divina: “si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5:20). Y entonces, ¿de dónde sacaremos una justicia de tal calibre que su dignidad nos permita estar en la presencia de nuestro Dios y Rey?. No de nosotros mismos evidentemente, sino del único Justo: de Cristo el Señor. Porque su Justicia sí es mayor que la de escribas y fariseos, y es la única que puede revestirnos de dignidad. Y para obtenerla nos es necesario sólo una cosa: fe en Cristo. Esta fe es además el mismo Rey, nuestro Dios, el que la provee, por medio de los medios de gracia: Palabra y Sacramentos (Bautismo). Por tanto, sin la fe en Cristo y su muerte vicaria a favor de la humanidad, no se puede reclamar ningún otro derecho a estar presente en la celebración.
La Fe en Cristo nos permite acceder al banquete del Cordero
Tratar de asistir a las bodas del Cordero sin fe, sería tal como asistir con los peores harapos posibles. Pues sin esta fe, sólo podemos pretender vestirnos con nuestra “justicia” personal, y sin embargo, ¿qué es nuestra justicia comparada con la Justicia del Hijo?, ¿qué nos adornará más que la santidad de aquel que es infinitamente santo?. Más nos valdría si es que no queremos ser expulsados del banquete, el cimentar una fe sólida y bien fundamentada en la Palabra de Dios. Una fe así, es un pase seguro a estas celebraciones a las que todos hemos sido invitados, pero a las que desgraciadamente sólo una parte asistirá. Para asistir a esta boda en definitiva, necesitamos estar revestidos de Cristo (Gl 3:27).
Ahora bien, en este texto se hace alusión al novio del Rey, Cristo Jesús, pero ¿quién es la novia?. Y para los cristianos es evidente que la novia no es otra que la comunidad de los santos, de aquellos que por medio de la fe y el Bautismo, han sido incorporados al grupo de los que visten la vestimenta adecuada: hablamos de la Iglesia. Una Iglesia compuesta no de seres perfectos y que reivindican su “justicia” personal, ni de ilusos que creen poder asistir al banquete con cualquier vestimenta. Sino una Iglesia compuesta de pecadores arrepentidos y justificados por medio de la Cruz, y que no visten sino la Justicia de Cristo para asistir a las bodas del Cordero. Y esta Iglesia, tal como se nos muestra en la parábola, tiene también asignada una misión concreta e imprescindible para el Reino: “id pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis” (Mt 22:9). Esto es, buscar en los caminos a aquellos que necesitan oír la llamada del Rey, de los que aún no conocen la Buena Noticia del Evangelio. Ya que vestir la vestimenta adecuada por medio de la fe, implica también un compromiso de vida con el prójimo, en lo material sí, pero sobre todo en lo espiritual. Porque el fruto natural de la fe en cada creyente, es el compartir el mensaje de salvación, y proclamar que a este banquete, todos han sido invitados. Por eso cada uno de nosotros, debemos preguntarnos cada día si en verdad somos un testimonio vivo del amor de Dios en Cristo, y si estamos atentos a las oportunidades que el Espíritu dispone para nosotros de cara a compartir con otros el Evangelio. Recordemos que cuando hablamos de la Iglesia y su misión, no hablamos sino de nosotros mismos como servidores del Rey. Y para nosotros los caminos dónde buscar al prójimo no están lejos: son los de nuestra vida diaria, en el trabajo, en el barrio, con la familia, los amigos, etc. ¿Qué esperamos pues para salir y proclamar esta boda y su banquete?.
CONCLUSIÓN
Israel y especialmente su casta religiosa, despreciaron la llamada de su Dios y mataron a sus mensajeros. Y no conformes con ello, mataron también al Hijo, a Cristo Jesús. Pero Dios dirigió su mirada misericordiosa a otros pueblos, a nosotros, y envió nuevos mensajeros (sus Apóstoles) a proclamar el banquete celestial por medio de su Palabra (Mt 28:19). Y así los cristianos respondemos a esta llamada por medio de la fe, y tomamos el testigo de aquellos discípulos que arriesgaron y entregaron su vida en los caminos, buscando a los necesitados de arrepentimiento y perdón. Por tanto, y hasta el momento de nuestra entrada al banquete, cuidemos nuestro vestido: “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo” (Rom 3:22), por medio de la Palabra y los Sacramentos, y a la vez, seamos siervos entregados a la causa del Evangelio. Son muchos aún los caminos a dónde acudir en busca de aquellos que no conocen al Hijo, y en este mundo, recordemos que Jesús no tiene otra voz, otros brazos y otras piernas que los nuestros. Que así sea, Amén.
 
J. C. G. Pastor de IELE

Conferencia Teológica Luterana Internacional.

Luteranismo en el Siglo XXI

En Praga, República Checa, se llevó a cabo la novena Conferencia Internacional Teológica Luterana que llevada a cabo de manera conjunta por la oficina de Estudios Internacionales del Seminario Teológico Concordia, Fort Wayne, la oficina de Relaciones de la Iglesia Luterana Sínodo de Missouri (LCMS), la Iglesia Evangélica de Confesión de Augsburgo de la República Checa (CEAC en la República Checa) y la Sociedad de Lutero. Estuvieron representantes de Rusia, Kazajstán, Kirguizistán, Bielorrusia, Ucrania, Alema

nia, Inglaterra, España, los países escandinavos y bálticos, otros países de Europa oriental y los Estados Unidos. Los participantes oyeron y opinaron sobre temas teológicos y eclesiales que afectan a aquellos que están luchando para establecer, mantener o restaurar iglesias luteranas que sean fieles a las Sagradas Escrituras y las Confesiones Luteranas.

Bajo el lema "El luteranismo en el siglo 21", la conferencia de este año se abordó una variedad de temas críticos que enfrentan las iglesias luteranas de hoy con un énfasis en la educación teológica.

domingo, 2 de octubre de 2011

16ª Domingo después de Pentecostés.

Sigue enviando a su hijo

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Isaías 5.1-7

Filipenses 3.4b-14

Mateo 21.33-46

Si hay algo que nos llama la atención de la parábola del día de hoy es la malvada actitud de los labradores. Sus pecados se pueden resumir en dos: En primer lugar, rechazaron las reglas del propietario de la tierra, deseaban la viña sin sujetarse a la ley. En segundo lugar, rechazaron la bondad y paciencia del propietario.

Se podría comparar a los labradores con personas miserables y ruines en la historia de la humanidad o incluso de a nuestro alrededor, pero en realidad nos describe la actitud humana que muchas veces busca destruir la fe, una congregación o iglesia. Esta actitud es la de rechazar la Ley de Dios y negar a su Hijo. En otras palabras, rechazar la Ley y el Evangelio de Dios. La negación de ellos produce que no haya ni esperanza, ni fe genuinas, habrá otras cosas que distraerán pero no estará lo esencial en nuestra vida y en la de la Iglesia.

La inmensa mayoría de personas dice creer en algo o alguien, incluso mencionan a Dios y en último lugar se identifican con Cristo, pero también es cierto que muchos rechazan la Ley de Dios. Esto sucede a nivel personal, cuando como cristianos nos involucramos en pecados que no queremos arrepentirnos, pecados que son demasiado atractivos, adictivos y de alguna manera demasiados valiosos como para dejarlos. Los ejemplos más comunes son la antipatía y negación a perdonar, desprecio al matrimonio, el chisme y agrega aquí los más cercanos a ti. En esos momentos, caemos en la tentación de decir: “Soy cristiano, pero voy a disfrutar de este pecado. Puedo hacer las dos cosas. Yo creo en Jesús, y puedo persistir en este pecado, total él me perdona”. Otra de las posturas más conocidas es “soy cristiano o creyente, sólo que a mi manera, hay cosas que no me gustan de la Iglesia”. También puede suceder en una congregación. A menudo se deja influir por la opinión popular, dejando de lado la ley de Dios, para justificar alguna práctica contraria a la voluntad de Dios. Caen en el error de que solo los mandamientos de Dios son camino de la evangelización e integración a la Iglesia y no se puede integrar a las personas por medio de un mensaje de pecado y gracia. Se permiten pecados populares con la justificación de que “por lo menos los pecadores vienen a la iglesia y esto no sucedería si nos opusiéramos a sus pecados”.

La justificación por lo general se resume en lo siguiente: “Vamos a pasar por alto o modificar la Ley de Dios para que podamos compartir el Evangelio”. Sería como decir: “Queremos estar en la viña del Señor y atraer a las personas a la viña del Señor. Pero no les vamos a decir las leyes que el Señor establece para los que viven aquí”. Este enfoque está destinado al fracaso por una simple razón: Las personas entramos en el reino de Dios por el perdón de los pecados. Se nos mantiene en el reino de Dios por el perdón de los pecados. Persistir en el pecado, sin arrepentimiento, por más confortable y atractivo que sea, nos destruye, porque rechaza el perdón mismo que nos mantiene en la fe.

A medida que persistimos en el pecado, nuestro corazón poco a poco se endurece más. Con el tiempo, pensaremos que no ir al Oficio Divino es una buena idea, porque no estamos interesados en oír otra vez sobre nuestros pecados y culpabilidad, ya lo sabemos. A continuación, nos privaremos de los medios de gracia y nuestro corazón se endurecerá aún más, hasta que pierda la fe en el Salvador. Mientras tanto, podremos decir que seguimos siendo cristianos, porque creemos en Jesús, pero no creemos que nos perdona todos nuestros pecados. El mayor conflicto aquí es que este no es el Jesús de la Biblia, es un dios falso. Este es el trágico camino de quien quiere ser cristiano, pero rechaza la Ley de Dios.

En un nivel más amplio, en una iglesia, la decadencia viene cuando se deja de condenar al pecado y se predica solo del amor y perdón de Dios. Sin embargo, puesto que el pecado en realidad no necesita ser perdonado, el mensaje del perdón de los pecados empieza a sonar trivial, pasado de moda e irrelevante. Después de todo, si ya no se recuerda y reconoce el pecado que vive en nosotros todos los días ¿para qué necesitamos el perdón?

La iglesia por lo tanto, comienza a predicar otro mensaje que suena más actual y atractivo: la importancia de la tolerancia, las causas sociales, cómo vivir una vida con propósito, tener éxito de la mano de Dios, etc. Esto se hace con la excusa de que la gente pueda escuchar el Evangelio, pero ¿Cuándo se escucha el Evangelio? Una iglesia así podrá invocar el nombre de Jesús y anunciarlo como Señor, pero ya no proclama su Palabra, no advierte del pecado y por lo tanto ya no anuncia el perdón.

Lo peor es que aquellos que dicen “Quiero estar en la viña, pero no quiero las leyes del Señor”, no es que desafían solo a la ley de Dios, sino que el mayor error es que haciendo caso omiso de la Ley, rechazan al Hijo y su muerte en la cruz por sus pecados. De hecho, es el pecado que acarrea condenación. Unirse a los inquilinos diciendo: “Queremos vivir en la viña, pero no queremos estar bajo las reglas del Señor”, conduce a un rechazo del Hijo y de su gracia. Así, también se hacen parte de la necedad y la ceguera de los que declararon: “Vamos a deshacernos del Hijo, y mantener la viña para nosotros mismos”.

El rechazo de ley nos lleva a la muerte de nuestra fe porque lo siguiente que sucederá es el rechazo del Hijo. Muchos en el mundo rechazan la verdad bíblica de que Jesús es el Hijo de Dios, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María. Si rechazas esta verdad, pones en tela de juicio todas las Escrituras. El que rechaza la Ley y el Evangelio, ya se ha perdido en sus pecados. Así te privas de la Ley, que te informa de tus pecados y del Evangelio del Salvador que murió para quitarte todos tus pecados.

Ya hemos visto que muchos de los que rechazan la Ley todavía se llaman cristianos e invocan el nombre de Jesús. También es cierto, contra toda lógica, que muchos de los que niegan a Cristo todavía se llaman cristianos, e incluso invocar el nombre de Jesús. Por tanto, es imperativo que nosotros no juzguemos a las iglesias que se llaman a sí mismas cristianas. Juzgamos a una iglesia en función de si proclama o no la Ley y el Evangelio en su predicación de la Palabra y la administración de los Sacramentos. En estos medios de gracia es que Dios envía a su Hijo aún hoy día.

Debemos tener cuidado con otra tentación: Muchos defienden una iglesia que niega la Ley o el Evangelio diciendo: “Pero mira lo bien que están haciendo. No puede ser malo si tienen tanto éxito. Seguramente Dios no lo permitiría ¿verdad?. Si a Dios no le gustara lo que están haciendo, los habría dispersado de inmediato”.

A un nivel personal, todos nosotros demostramos que somos arrendatarios infieles del reino de Dios cada vez que no vivimos el amor a Dios y al prójimo como fruto de la fe y cada vez que no recibimos el Hijo de Dios, que viene a nosotros a través de la Palabra y Sacramento. Caemos en el mismo final trágico de la parábola. Con demasiada frecuencia, no somos capaces de llevar el fruto del amor a Dios y al prójimo en las vocaciones en la que nos ha colocado. Difundimos rumores entre nuestros amigos, en lugar de extender la verdad acerca de Jesucristo. Trabajamos duro para salir adelante en la vida y agrandar nuestras cuentas de ahorro, pero ¿cuántas veces nos esforzamos en nuestro trabajo, porque Dios nos usa para ayudar en las necesidades de los demás? O, en momento de las elecciones ¿con qué frecuencia escogemos a nuestros candidatos en base a lo mucho que nos pueden dar, en lugar del bien que pueden hacer para proteger a las personas que Dios ha puesto su cuidado? ¿Cuánto de nuestra vida transcurre preocupándonos por nosotros mismos, en lugar de vivir para Dios y los demás? ¿Qué tan a menudo no damos frutos de fe a Dios, sino que vivimos en nuestros egoísmos?. Ese pecado nos hace merecedores de perder el reino y ser castigados con la muerte eterna.

Debemos recordar que en la parábola el dueño es paciente. Él envía a los servidores en múltiples ocasiones, así como a su Hijo, dando a los inquilinos un montón de oportunidad de arrepentirse. Si persisten en no hacer caso de su corrección paciente, cuando regrese a la viña serán destruidos. El Señor pacientemente proclama su Palabra, a la Iglesia, al mundo entero. No se debe confundir su paciencia con la tolerancia del mal o la aprobación de los pecados. El juicio viene y el tiempo del arrepentimiento es ahora.

Si en alguna oportunidad has obrado como los malvados labradores, Dios envía una y otra vez a su Hijo para recoger el fruto de arrepentimiento. Por tanto, arrepiéntete y regocíjate en lo siguiente: El arrepentimiento está disponible porque Dios envió a su Hijo al mundo. Cristo ha vivido cumpliendo con la Ley de Dios, que tú y yo no podíamos cumplir y Él ha muerto en tu lugar en la cruz. Él te da su ley para que puedas saber de tu pecado y tu necesidad de perdón. Él da su Evangelio para que puedas ser perdonado y permanecer en su viña para siempre.

Por el amor de Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, Dios Padre nos ha traído a su viña, construyó un muro a nuestro alrededor por medio del Santo Bautismo. Él es nuestra torre, anunciando los peligros del pecado y nos protege de los enemigos por medio de Su Palabra. Ha hecho una bodega para nosotros, para ayudarnos constantemente con el nuevo vino de su Santa Cena. Esto no es obra suya, sino del Señor. Él nos ha rescatado del pecado y la muerte para siempre. En este viñedo, Él le libera del pecado para obedecer Su Palabra. Por lo tanto, eres libre para regocijarse en la salvación que Él da y honrar al Hijo, que ha muerto para hacerte parte de su viña.

Es por eso que estamos aquí reunidos. Por medio de Su gracia, el Señor nos llama y nos mantiene en su viña. Por lo tanto, damos gracias que nos ha traído, y le damos gracias, sobre todo, por lo que el Hijo ha hecho por medio de Su muerte y resurrección. Sin él, estaríamos perdidos.

No hay nada que puedas haber hecho por ti mismo para ganar este favor y gracia, el Señor lo ha hecho todo por tí. El Señor ha provisto de todo lo que necesitas. Él te ha amado desde antes de poner las bases del mundo, antes de que estuviese en el vientre de su madre. Él lavó todos tus pecados en el agua del Santo Bautismo. Él te alimenta por medio de Su Palabra. Él te da su cuerpo para comer y beber su sangre. Él te ofrece pan de cada día.

Tu fiel Dios no deja nada al azar. Él envía a su Hijo, que guardó la Ley perfectamente en tu lugar. Él envía a su Hijo que derramó su sangre inocente en la cruz por ti. Gracias a Él que nunca serás destruidos. En su lugar, has sido perdonado de todos sus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Atte. Pastor Gustavo Lavia