sábado, 31 de diciembre de 2011

Día de Año Nuevo.

“Seguridad de la Gracia de Dios para todo el Año 2012”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Números 6:22-27

La Epístola: Gálatas 3:23-29

El Evangelio: Mateo Lucas 2:21

Sermón

Introducción:

Permítanme compartir con vosotros un pequeño escrito de un comic llamado Mafalda (Escrito por Quino), que reflexiona sobre los deseos para el año nuevo.

Os deseo a todos un años de PAZ en el mundo…. Mmmm eso no va a andar….

Bueno… un año de PROSPERIDAD para todos!!!!...... Mmmmm eso tampoco va a andar.

Está bien… un año lleno de AMOR!!!!!!!!..... Ni locos, no va a andar…. ¿????????

Ya sé, les deseo un año de JUSTICIA Y EQUIDAD!!!! …… Me parece que tampoco….

Ahora si…. Les deseo un año de EXITOS PROFESIONALES y RECOMPENZAS POR SUS ESFUERZOS!!!!...... y cuando se vio que se recompense a alguien por sus esfuerzos????

Bueno, Les deseo un año en el que se CUMPLAN TODOS SUS DESEOS….. Pero a la mayoría pocas veces se nos cumplen los deseos!!!!

Pensando en los deseo que expresamos y recibimos en estas fechas, la pregunta que me surgió es ¿Qué cosas realmente podemos esperar para este 2012?

Expectativas para el año nuevo: En nuestro balance aparecerán muchas cosas negativas que debemos cambiar o que no queremos que se repitan, cosas que nos recuerdan nuestra humanidad. Sabemos que en nosotros no todo es bueno y digno de alabanza. Dios utiliza su Ley en nuestras conciencias para que sepamos lo que hay que hacer, para que sepamos de nuestros pecados. A la Ley no le importa quienes somos, qué hacemos o qué queremos ser. En el versículo 23 de la lectura a los Gálatas vemos que la Ley produce cautividad. Podemos hacernos la imagen de que la ley es como una celda. No importa como te llames, la edad que tengas, tu condición social, si eres hombre o mujer. No importa si has intentado hacer el bien o nunca has tratado de contener tus instintos básicos. No importa si has brindado tu ayuda o has ignorado la necesidad de los demás. Si estas bajo la Ley, estas encerrado en la celda de la Ley y no puedes salir por tus propios medios. No hay escapatoria, no hay salida. A la celda no le importa que haces o quien eres, a la Ley tampoco.

En el versículo 24 podemos ver otra imagen de lo que es la Ley. Se nos dice que ella es un “ayo”, era la persona encargada de cuidar y acompañar a los hijos del amo. En griego la palabra designa a al esclavo que acompañaba al hijo de su amo a la escuela, su trabajo era que llegara a tiempo al destino. El esclavo se aseguraba que el niño no se distraiga o se pierda en el camino. Aquí vemos que el tutor tenía órdenes estrictas de su amo y ni siquiera su pequeño hijo podía modificarlas.

Así mismo la Ley recibe su autoridad y poder de Dios y no de nosotros. Nos engañamos al creer que podemos cambiar la Ley y ajustarla a nuestros deseos.

Así que la Ley es como una prisión o como un tutor que nos conduce. No importa quién eres, qué haces o lo que en el 2012 pretendes cambiar. Ante la Ley solo eres un prisionero, al que se le dice qué hacer y qué no hacer. Pero ella no se detiene allí. Ella te promete la vida eterna y salvación pero a costa de un cumplimiento perfecto de los mandamientos, pero en caso de incumplir un solo punto, lo que espera es la muerte y condenación. No importa si eres esclavo o libre, hombre o mujer, judío o griego. Desobedece aunque sea el más pequeño de los mandamientos y te harás culpable de toda la ley.

Esto nos pone en un conflicto, porque es bueno hacer las cosas bien y esforzarse por conseguir nuevos objetivos. Es bueno dedicarle tiempo de calidad a nuestro matrimonio, a nuestros hijos, ya que así tendremos un vínculo más fuerte y estable con ellos. Mejorar nuestras relaciones nos ayudará a tener un marco de contención más solido y estable. Si dedicamos cuidado a nuestra salud, sin duda seremos más saludables.

Está bien intentar cambiar algunas cosas, tener metas y planes para este año. Esto puede incluir la visita a lugares determinados, hacer cosas específicas, cambios en la casa o del coche. También podemos pensar en las cosas que no queremos hacer o los lugares que no queremos visitar. Por ejemplo no creo que deseemos estar internados en un hospital, en la cárcel o involucrados en un accidente de coches. Tampoco nos gustaría que nuestras relaciones familiares se vuelvan una ruina. Sabemos que nada está garantizado, que a menudo suceden accidentes, enfermedades inesperadas, desastres naturales que escapan a nuestro control.

Certeza para el año 2012. Creo que como cristianos, para el año 2012, necesitamos recordar que espiritualmente no dependemos del cumplimiento de las promesas de cambios. La Ley de Dios es Santa y buena, pero trata muy mal a los pecadores. Ella estrictamente dicta quien ha cumplido a la perfección y quien no lo ha hecho. No debemos vivir el 2012 bajo la Ley, porque ella mata.

Para que el año 2012 sea un gran año tenemos que vivir bajo la Gracia de Dios.

¿Qué es vivir bajo la gracia? Dios nos llama a vivir más allá del cumplimiento o no de las promesas que hicimos. Para nosotros lo que es de suma importancia está revelado en la lectura del Evangelio de hoy. A los 8 días de haber nacido, el Hijo de Dios fue llamado Jesús y fue circuncidado. Por lo tanto en este año también dejaremos de lado nuestras obras y celebraremos la obra de Dios.

La circuncisión y poner un nombre a los niños, van de la mano. La ley decía que el niño debía de ser circuncidado al octavo día. Este ritual indicaba que formaba parte del pueblo de Dios. Si los padres no lo hacían, el niño quedaba fuera del pacto y del pueblo escogido. Lo cual implicaba que no era reconocido por el pueblo ni por Dios mismo. Si el niño no estaba circuncidado, no tenía nombre, era un don nadie, estaba perdido a los ojos de Dios. Pero cuando era circuncidado, pasaba a ser alguien, se le otorgaba un nombre, pasaba a ser amado y heredero de Dios.

Jesús es llevado al templo para cumplir con esa Ley. Él no lo hace por su propio bien, ya que es el Hijo amado de Dios. Él es el unigénito del Padre, Dios desde la eternidad, verdadero Dios y ahora verdadero hombre. Entonces ¿Porqué cumple con este rito? Por la misma razón que nació en un establo. Él lo hace porque la Ley lo exigía y Jesús vino a cumplir la Ley en su totalidad. Vino a someterse a la Ley y cumplir con cada uno de sus preceptos. Pero hay otra razón que complementa esto. Tú eres esa otra razón. Jesús guarda la ley para morir en tu lugar, para derramar su sangre como paga por tus pecados. Él cumple con la Ley porque en la cruz toma tu lugar y carga con tus pecados. Allí se produce un gran intercambio, que tiene que ser EL motivo de alegría en este 2012. En la cruz Jesús carga con nuestros pecados y paga con su vida por ellos, pero a la vez nos transfiere su santidad. Esto implica que por medio de Jesús tenemos acceso al Padre junto con todas sus promesas. A los ocho días de haber nacido, Jesús comienza a derramar su sangre para perdonarnos todos nuestros pecados.

La circuncisión física ya no es un requisito de Dios para ser parte del pueblo de Dios. En Colosenses 2:11 y siguientes se nos habla de la nueva circuncisión que Dios ha establecido, que es el Santo Bautismo. Fuera del perdón logrado por Cristo somos un don nadie, seguimos estando en un mundo de oscuridad, tinieblas y muerte espiritual. Sin embargo en el Bautismo ocurre un milagro que escapa a nuestros ojos. Allí Dios te incorpora a su familia poniéndote un nombre bajo la autoridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, incorpora tu nombre al libro de la vida. Lo hace porque allí te recubre de Cristo. A partir de allí Cristo es tu justicia, Cristo vive tu vida en perfecta obediencia a la Ley. A partir de allí Dios solo ve en ti a Cristo. Ya no ve tus pecados, solo su muerte en la Cruz. También ve en ti la resurrección de Jesús, por lo cual cuando te mira ve a una persona que está muerta al pecado pero viva en Cristo Jesús. La vida eterna es tuya porque en ti ve a Cristo.

La Ley nos dice que no importa quienes seamos, de dónde procedamos o qué hagamos, porque bajo su dominio estamos muertos y esclavizados. A partir de nuestro bautismo, el Evangelio de Dios nos dice que no importa quien eres, solo que Jesús murió por ti y que por su sangre derramada en la cruz no estas excluido de la gracia. Esto te hace parte de la familia de Dios y Él cuida de ti como un padre amoroso cuida de su hijo. Dios te conoce por tu nombre, ya que ese nombre te fue otorgado en tu Bautismo. Es por esto que durante el 2012 puedes vivir seguro bajo el amparo de tu buen Dios, porque te ha dado su gracia y lo seguirá haciendo.

En resumen. Ponte metas para este nuevo año, intenta cumplirlas. Pero que la mayor de tus metas sea vivir y disfrutar bajo la gracia de Dios. Oír la predicación de su Palabra y participar de la Santa Cena te ayudará a esto. Su cuerpo y sangre dado y derramado por ti, te mantendrán en esa gracia. Jesús murió y resucitó por ti para que así sea. Para que vivas como alguien que ha sido liberado del pecado y sirvas a Dios con todo tu ser, como mejor puedas. Vivimos guiados por la Ley de Dios, pero no por medio de ella sino por su Gracia.

Sean cuales sean tus objetivos para este 2012, sean cuales sean tus intenciones y todo lo que suceda en los siguientes doce meses, puedes estar confiado que tu vida y tu salvación están seguras en Cristo. Ese niño que fue circuncidado al octavo día, te ha hecho hijo de Dios y te ha perdonado todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Pastor Gustavo Lavia

sábado, 24 de diciembre de 2011

Natividad de nuestro Señor.

“Y vimos a Dios cara a cara”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 52:7-12

Segunda Lección: Hebreos 1:1-6 (7-12)

El Evangelio: Juan 1: 1-14 (15-18)

Sermón

Introducción

¿Quién no se ha imaginado alguna vez cómo sería el ver a Dios cara a cara?. La Palabra sin embargo nos dice que ningún hombre puede ver a Dios y seguir viviendo. Su Gloria y su Santidad son tales, que la carne corruptible no puede soportar la presencia divina directamente. Sabemos que esto sólo será posible cuando lleguemos a Su Reino eterno pero, ¡qué maravilloso sería poder mirar el “rostro” de nuestro Creador y Padre, aquí en la Tierra!. Y sin embargo, ¿estamos seguros de que esto es totalmente imposible?, ¿existe al fín una posibilidad de ver de alguna manera el rostro de la divinidad entre nosotros?. Probablemente esto mismo pensaron los pastores la noche en que les fue anunciada la buena nueva, cuando ente asustados y sorprendidos se asomaron a aquel pesebre de Belén. Y para su asombro ¡vieron el rostro de Dios hecho hombre en un niño indefenso!; el Creador de todo lo que existe y sostenedor del Universo, mirándolos cara a cara a través de unos ojos humanos. La pura mirada de la gracia y la Verdad por medio de Jesucristo, al cual los hombres pueden mirar sin temor alguno, en busca de amor y compasión.

El rostro oculto de Dios es desvelado en Cristo

Siempre que una relación se rompe, se sufren luego una serie de consecuencias. Parece que la distancia entre las personas aumenta, que se pierde parte de la confianza que existía antes, que aquel sentimiento que propiciaba la unión se enfría y muere lentamente. Y aquél dia en que el pecado se apropió del corazón y la mente del hombre, la relación espiritual entre este y su Creador, también sufrió cambios drásticos. Y entre estos, perdimos el privilegio de poder estar en la presencia de Dios frente a frente, y nos vimos obligados, como Moisés, a volver nuestro rostro a Su paso: “no podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá” (Ex.33:20) . Un duro castigo causado por nuestro orgullo y anhelo de autosuficiencia. A partir de entonces nuestro Dios sólo fue accesible para los hombres a través de su Ley, como manifestación de Su voluntad. Ella era la única faz que podíamos “ver” y con la que podíamos relacionarnos con la divinidad. Entre Dios y sus criaturas había un velo que no podía ser traspasado por culpa de nuestro pecado. Una relación perfecta se había truncado y la posibilidad de restaurarla era algo imposible para el hombre. Y ciertamente para el hombre era imposible restaurarla, pero no para Dios. Nunca dejó nuestro Padre celestial de acudir a nuestro encuentro, de escuchar nuestras súplicas, de mirar a Sus criaturas perdidas y desorientadas. Y para darnos confianza y alentarnos a mantener la esperanza, envió a sus profetas a proclamar noticias de restauración, de salvación.

Y tras un profeta muerto o despreciado por la dureza del corazón del hombre, Dios enviaba otro a proclamar aún más alto el anuncio de liberación de su pueblo. Porque Dios no nos abandonó a nuestra condenación a causa de nuestras transgresiones, sino que desde el mismo momento en que: “el pecado entró en el mundo por un hombre” (Rom 5:12), nuestro Creador estableció un plan para romper ese velo que nos separa de Él. Un plan de salvación inaudito, donde Dios Hijo sería encarnado en un hombre no sólo para traer palabras de salvación, sino para ser salvación él mismo por medio de su sacrificio vicario.

Como nos recuerda el Apóstol Pablo: “más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20), y de esta manera, sin mérito alguno por nuestra parte, Dios derramó Su amor hacia nosotros en la sangre de Cristo. Y es en este Cristo donde sí podemos ver ahora a Dios cara a cara, sin temor a ser aniquilados, pues Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, rió con nosotros, lloró con nosotros y sufrió por nosotros. Y en todo ello vemos las facciones de Dios que no son sino manifestaciones de Su amor, del verdadero Amor. Pues ése es el rostro de nuestro Dios: el Amor (1 Jn 4:8), y para el creyente el rostro completo y definido toma forma en la figura de Cristo, el Mesías anunciado, el Dios encarnado, aquél al que vieron los pastores en un pesebre hace más de dos mil años, una noche en Belén.

Conociendo a Cristo desde la fe

La imagen del portal con María, José y el Niño nos trae recuerdos entrañables a los cristianos. Pocas escenas transmiten tanta ternura y revelan de manera tan elocuente el misterio de Dios encarnado en la figura de Jesús. Y sin embargo, esta idílica escena contrasta con los sentimientos de indiferencia y desconocimiento, o de rechazo abiertamente, que gran parte del mundo tiene respecto de su Salvador. Y esto es precisamente lo que proclama la Palabra: el mundo definido en clave material, no conoció y no conoce a Cristo: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció” (v10). Quizás se conoce al Jesús histórico, o al profeta de los cristianos, tal como es visto en otras religiones, pero el mundo no conoce al Verbo hecho carne para la salvación del mundo. Sin embargo, ¿acaso Cristo no está presente por doquier en estas fechas en la iconografía religiosa navideña?, ¿no es este Cristo el que inundará las calles de nuestro país en Cuaresma y Semana Santa?, ¿no es Cristo la figura principal del cristianismo, que es a su vez la religión imperante en un Occidente que influencia al resto del mundo con sus valores y cultura?. Podríamos pensar que con estos antecedentes, el mundo ya conoce suficientemente a Cristo, pero la realidad es que ni las tradiciones, ni la cultura, ni los valores y ni siquiera la inundación social de eventos y símbolos religiosos, hacen que Cristo sea más conocido por ello, en su sentido espiritual. Pues este conocer a Cristo sólo se materializa en la acción de creer en Su nombre, y esto es algo que sólo podemos hacerlo por medio de la fe. Una fe que viene por el oir la Palabra de Dios (Rom 10:17), la cual, tal como decía Lutero, es el pesebre y los pañales donde está recostado y contenido este niño salvador de los hombres. Sólo por medio de ella y la acción del Espíritu Santo, podemos adquirir el verdadero conocimiento de Cristo, aquel que tiene la capacidad de transformarnos y de darnos el mayor galardón que un ser humano puede recibir: la filiación divina: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (v12).

Proclamemos a Aquel que es superior a los ángeles

Precisamente debido a este desconocimiento del que hemos hablado sobre Cristo como redentor del mundo, una gran parte de la humanidad aún lo rechaza y se niega a recibirlo: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (v11). Por ello la Iglesia, y cada creyente debe proclamar en estas fechas e igualmente el resto del año, la gracia y la misericordia de Dios para los hombres. Somos embajadores de su Paz en este mundo, y podemos ser transformadores de nuestra realidad y nuestro entorno, de amigos, vecinos, familiares y del prójimo en general. Para que ellos también puedan repetir junto al profeta Isaías: “Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion, ¡Tu Dios reina!” (Is. 52:7). Los Profetas de Dios anunciaron a Cristo, “Juan dió testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí,es antes de mí, porque era primero que yo” (v15), y ahora nosotros proclamamos que: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (v17). Pocas veces este mundo escuchó y escuchará un mensaje como éste, el cual es en definitiva el Mensaje por excelencia, la Buena Noticia, el puro Evangelio de salvación y perdón de pecados. Y este mensaje necesita ser proclamado y escuchado, en un mundo que en estas fechas aparenta felicidad y despreocupación, pero donde sabemos que existen muchos que necesitan la gracia y la misericordia de Dios en sus vidas. Gente que quizás estén más cercanas a nosotros de lo que creemos, y a los que podremos llegar si prestamos atención. Ellos también necesitan a Cristo, a aquél que fue “hecho tanto superior a los ángeles, cuando heredó más excelente nombre que ellos “ (Heb.1:4). Y ¿qué cosas podemos hacer para colaborar en esta Obra del Señor?, ¿cómo podemos llegar a estas personas que esperan la Buena Noticia para ellos?. Empecemos por
pequeños gestos cotidianos, no sólo en Navidad, sino también el resto del año : adoptemos una actitud amorosa, sensible, seamos amables, sonriamos de corazón, estemos atentos a las necesidades y estados de ánimo del prójimo cercano. Seamos luces que brillan cuando la oscuridad trata de ensombrecer las vidas de otros. Y al fín, sin forzar nada pero al mismo tiempo, sin dejar de hacerlo cuando entendamos que el Espíritu predispone el momento, demos un testimonio claro de Cristo, de nuestra fe, de aquello que da sentido y esperanza a nuestra vida.

¡Jesús es nuestra alegría y salvación de los hombres!, ¡Proclamémoslo pues al mundo!.

CONCLUSIÓN

Los creyentes anhelamos el día en que veremos a nuestro Creador cara a cara. Sin embargo la
Palabra nos enseña que en este mundo y por culpa de nuestra relación rota con Él, a causa del pecado, esto no es posible. Pero ello no significa que el mundo no pueda conocer plenamente a su Dios, pues para ello Cristo vino al mundo. Por tanto, si en verdad queremos mirar a Dios a los ojos, y traspasando esta mirada compasiva experimentar su Amor en nuestras vidas, debemos mirar dentro de ése pesebre de Belén, y allí podremos ver a Dios, y regocijarnos en Él, pues en verdad: “A Dios nadie le vió jamás”, pero “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (v18). Que así sea, Amén.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

domingo, 18 de diciembre de 2011

4º Domingo de Adviento.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

"MI ALMA GLORIFICA A DIOS, MI SEÑOR ”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: 2 Samuel 7:1-11, 16

Segunda Lección: Romanos 16:25-27

El Evangelio: Lucas 1:26-38

Sermón sobre Lucas 1:46

Estas palabras brotan de un ardor inflamado y de un gozo desbordante, en el que bullen todas sus facultades, toda su vida, y que exulta en su espíritu. Por eso no dice “yo ensalzo a Dios”, sino “mi alma”; como si quisiera expresar: “mi vida, todos mis sentidos, se ciernen en el amor, alabanza y gozo divinos con tal intensidad, que me siento arrastrada a alabar a Dios con fuerza superior a las mías”. Esto es lo que exactamente sucede con quienes han gustado la dulzura y el espíritu de Dios: sienten más de lo que les es posible expresar, puesto que el alabar gozosamente a Dios no es obra humana, sino una pasión alegre, una operación divina inefable, sólo cognoscible desde la experiencia personal, como dice David en el Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el hombre que a él se confía”[1].

En primer lugar se habla de gustar, y después viene el ver, por la sencilla razón de que no es posible llegar a este conocimiento sin la experiencia y la sensación peculiares que sólo puede alcanzar quien, en lo profundo de su indigencia, confía en Dios de todo corazón. Por este motivo se añade enseguida: “Dichoso el hombre que confía en Dios”, porque entonces este hombre experimentará dentro dé sí la obra de Dios y de esta forma llegará a esa dulzura sensible y, a través de ella, a la comprensión e inteligencia completas.

Vamos a verlo palabra tras palabra. La primera: “Mi alma”. La Escritura divide al hombre en tres partes. Esta es la razón de que san Pablo diga (1 Tes): “Que él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se conserven sin mancha hasta la parusía de nuestro señor Jesucristo”[2] [...]. Pablo pide a Dios, un Dios de paz, que nos santifique, pero no sólo en una parte, sino en la totalidad: que se santifiquen espíritu, alma y cuerpo. Habría que hablar mucho sobre el porqué de esta petición. Digamos, en una palabra, que si el espíritu no está santificado, no habrá nada que sea santo.

En la actualidad asistimos a una lucha encarnizada, a un enorme peligro que acecha a esta santidad del espíritu, consistente sólo en la fe pura y sencilla, ya que el espíritu no se relaciona con las realidades tangibles. Sin embargo, llegan falsos maestros que se empeñan en seducirle con el atractivo de lo exterior: unos le presentan las obras, otros determinados sistemas de piedad. Si el espíritu no está prevenido y adiestrado, entonces fallará, se adherirá a estas obras externas, a estos métodos con los que se cree acceder a la santidad: es la forma de perder enseguida la fe, y el espíritu está muerto a los ojos de Dios. Aparecen sectas y órdenes religiosas de los más variados colores: unos se hacen cartujos, otros descalzos; éste quiere lograr la salvación a base de ayunos, el de más allá con una obra, aquél con otra. Por doquier se encuentra con determinadas obras y órdenes que no proceden de Dios, sino que han sido arbitradas sólo por hombres, y que, por otra parte, no conceden la más mínima atención a la fe; no se cansan de enseñar que hay que edificar sobre obras, hasta que se hunden tan profundamente, que han hecho saltar por ese motivo fuentes de discordia. Todos pretenden ser los mejores y desprecian a los demás, como sucede ahora con nuestros «observantes», que no hacen más que pavonearse y fanfarronear[3].

Contra esta clase de santos de obras y aparentemente piadosos doctores es contra quienes ruega Pablo en este pasaje, al decir que Dios es un Dios de paz y de unidad; un Dios al que esos santos divididos e inquietos no podrán poseer ni conservar, a no ser que cedan en su empeño y se den cuenta de una vez que lo único que acarrean las obras son disensiones, pecados, inquietudes, y de que sólo la fe proporciona la salvación y la paz. Es lo que quiere decir el Salmo 66: “Dios hace que vivamos unidos en casa”, y el 133: “¡Qué bueno, qué gozoso, cuando los hermanos viven como si fueran uno Solo!”[4].

La única fuente de paz consiste en enseñar que ninguna obra, ninguna observancia exterior, sino sólo la fe, es decir, la firme esperanza en la invisible gracia que Dios nos ha prometido, acarrea la piedad, la justificación y la santidad. Sobre el particular he tratado con amplitud en mi Sobre la buenas obras[5]. Donde falta la fe, ya podemos acumular obras, que sólo se hará presente allí la discordia, la desunión, sin que quepa lugar para Dios. Que por eso san Pablo no se contenta con decir “que vuestro espíritu, vuestra alma, etc.”, sino que dice “todo vuestro espíritu”, en el que está todo incluido. Echa mano aquí el apóstol de una estupenda expresión que significa: “vuestro espíritu, dueño de toda la herencia”; como si quisiera expresar: “No os dejéis seducir por ninguna doctrina de obras; sólo el espíritu que cree es dueño de todo, puesto que todo depende únicamente de la fe del espíritu. Ruego a Dios se digne protegeros de los falsos maestros, empeñados en alcanzar la confianza de Dios a través de las obras; están equivocados, al no respaldar tal confianza exclusivamente en la gracia de Dios” [...1.

Por ahora baste con lo dicho para esclarecer las dos palabras de “alma y espíritu”, tan habituales en la Escritura. Inmediatamente después nos encontramos con el vocablo magnificat, que significa “engrandecer”, “ensalzar”, “apreciar sobremanera” a quien quiere, sabe y puede hacer muchas grandes y buenas cosas. Es lo que se sigue en este canto de alabanza, porque la palabra magnificat es como el título de un libro, indicador de lo que en él se contiene escrito. También María, con esta palabra, expresa el contenido de su cantar, es decir, las grandes acciones y obras divinas, realizadas para afianzar nuestra fe, para consolar a los humildes y para amedrentar a todos los encumbrados de este mundo. Hemos de reconocer que el cántico entraña esta triple finalidad y utilidad, ya que María no lo entonó para ella sola, sino para que todos nosotros lo cantemos a su imitación.

Ahora bien, para que uno se estremezca o se consuele en virtud de tales actuaciones grandiosas de Dios, no hay que creer sólo que él puede y sabe realizar estas maravillas; se precisa también la convicción de que Dios quiere hacerlas y en ello se complace. No, no basta con que creas que Dios ha obrado grandes cosas con otros, pero no contigo, pues con ello te verás privado de esta divina acción. Así obran los que, en su poderío, no temen a Dios y los que, en su debilidad, se dejan dominar por el descorazonamiento. La de esta estirpe es una fe inexistente, muerta, como ilusión nacida de fábula. Por el contrario, tienes que estar convencido, sin duda ni vacilación posible, de la [buena] voluntad de Dios para contigo, y creer con firmeza que también contigo quiere realizar cosas grandes.

Esta es la fe viva y actuante: la que penetra en el hombre entero y le trasfigura; la que te fuerza a tener miedo si estás elevado y la que te consuela si te encuentras abatido. Cuanto más encumbrado te encuentres, tanto más has de temer; cuanto más profundamente oprimido te sientas, con mayor fuerza tienes que consolarte. Esto no lo consigue la otra fe. ¿Cómo tienes que consolarte ante la angustia de la muerte? En esa circunstancia debes creer no sólo que Dios puede y sabe ayudarte, sino también que quiere prestarte su ayuda. Tendrá lugar entonces la maravilla inefable de verte libre de la muerte eterna, de llegar a la bienaventuranza sin fin y de tornarte en heredero de Dios. Esta fe, como dice Cristo, es capaz de todo[6]. Esta es la única fe que justifica, la única que aboca a la experiencia de las obras divinas y, a través de ello, la que impulsa al amor de Dios, a alabarle, a cantar que el hombre le engrandece y le magnifica con razón.

En efecto, no podemos exaltar a Dios en su naturaleza, que es inmutable, sino en lo que conocemos y experimentamos, es decir, cuando le estimamos excelso, cuando le juzgamos grande antes que nada por su gracia y por su bondad. Por eso la santa madre no dice “mi voz” o “mi boca” o “mi mano”, ni tampoco “mi pensamiento, mi razón o mi voluntad” glorifican al Señor (ya que hay muchos de esos que alaban a Dios en voz alta, que predican con palabras exquisitas, que lanzan discursos, disputan, escriben sobre él, que le pintan; muchos que discurren y que, apoyados en la razón, tratan y especulan sobre él; muchos que le ensalzan con devoción y voluntad falseadas); sino que canta “mi alma le glorifica”. Lo que equivale a decir: mi vida entera, todos mis movimientos, sentidos, potencias le ensalzan sobremanera. De suerte que María, extasiada en él, se siente asumida en su graciosa y buena voluntad, como lo demuestra el versículo siguiente. Es lo mismo que nos sucede a nosotros cuando alguien nos ha hecho algún beneficio extraordinario; toda nuestra vida se siente impulsada hacia él y decimos: “¡Oh, le estimo tanto!”, que es igual que decir “mi alma le glorifica”. Pues mucho mayor será este sentimiento cuando experimentemos la bondad divina, tan inconmensurable en sus obras, que nos parece que todas las palabras, los pensamientos todos, resultan poca cosa. La vida, el alma entera se sienten arrastradas como si todo lo que alienta en nosotros quisiera cantar y decir con gozo estas cosas.

Pero hay dos clases de espíritus que son incapaces de entonar adecuadamente el Magnificat.

Primero, los que no alaban a Dios hasta que no han recibido sus beneficios. Como dice David: “Te alaban porque les has tratado bien”[7]. Da la impresión de que alaban a Dios con entusiasmo; pero al no estar dispuestos nunca a sufrir el abatimiento y la humillación, jamás podrán experimentar las verdaderas obras divinas ni, por consiguiente, estarán capacitados para amarle y loarle como es debido. Así, hoy en día el mundo entero rebosa en oficios divinos y alabanzas que se acompañan con cánticos, sermones, órganos y pífanos. El Magnificat se entona con toda la solemnidad, pero es una lástima que cántico tan precioso como éste se utilice con tanto desmayo por parte nuestra, si no le entonamos mientras no nos vayan bien las cosas. Si salen mal, se deja de cantar, se deja de estimar a Dios, se piensa que no puede, que no quiere hacer nada por nosotros y se prescinde del Magnificat.

Más peligrosos son aún, en segundo lugar, los que hacen precisamente lo contrario: los que se glorían de las bondades divinas, pero sin atribuirlas precisamente a Dios. Quieren tener su parte en ellas, apoyarse en ellas para que los demás les honren y sobrestimen. Admiran los dones excelsos que Dios les ha regalado, se abalanzan sobre ellos, los arrebatan como si de algo propio se tratara, y creyéndose algo extraordinario por esto, se aprovechan para pavonearse ante quienes no los poseen. He ahí una situación resbaladiza y arriesgada. Los beneficios divinos en su natural efecto hacen que los corazones se tornen orgullosos y auto suficientes. Por eso, es preciso poner atención en la última palabra: “Dios”. No dice María “mi alma se glorifica a sí misma”, ni “mi alma se complace en mí” (ella preferiría que no se le hiciese gran caso), sino que se limita a exaltar a Dios, sólo a él le atribuye todo; se despoja de todo para dárselo a Dios, de quien lo ha recibido. Es cierto que fue agraciada por la acción sobreabundante de Dios, pero no está dispuesta a considerarse por encima del más humilde de la tierra; y si lo hubiera hecho, habría sido arrojada a lo más profundo del infierno con Lucifer. Sólo pensaba en que si otra muchacha cualquiera hubiera sido colmada por Dios con tales beneficios, la habría proporcionado la misma alegría, no hubiera sentido celos, como si fuese ella la única indigna de honor tal y todos los demás dignos de haberlo recibido. Su gozo hubiera sido el mismo, si Dios, ante sus propios ojos, le hubiera privado de este bien para otorgárselo a otro. No se ha apropiado en manera alguna estos bienes y ha dejado a Dios muy dueño y señor de ellos. No ha sido más que un gozoso albergue, una servicial hospedera de tamaña categoría, y por eso ha conservado todo eternamente.

He aquí lo que se dice glorificar, magnificar sólo a Dios y no apropiarnos nada nosotros. También se puede ver en esto los motivos crecidos que María tuvo para caer y pecar, puesto que no es de menos entidad el milagro de haber rechazado la soberbia y la arrogancia, que el de haber sido depositaria de estas grandezas. ¿No te parace maravilloso el corazón de María? Se sabe madre de Dios, ensalzada por todos los humanos, y a pesar de ello permanece tan tranquilamente sencilla, que no hubiera menospreciado a la más humilde criada. ¡Pobres de nosotros! Basta con que poseamos algún bien insignificante, algún poder u honor, o, sencillamente, con que seamos un poco más agraciados que los demás, para que creamos que no es digno de compararse con nosotros cualquiera menos favorecido y para que nuestro orgullo rompa todas las barreras. ¿Qué haríamos si fuésemos dueños de tales y tan excelsos bienes?

Esta es la razón por la que Dios nos abandona a nuestra pobreza y a nuestra miseria: porque a la fuerza ensuciaríamos sus bienes deliciosos. El aprecio propio no se mantendría como antes, y nuestro ánimo se levantaría o caería a medida que estos bienes se nos concediesen o se nos retirasen. Este corazón de María, en cambio, permanece fuerte y ecuánime en todas las circunstancias, deja que Dios actúe en ella según su voluntad, sin tomarse más que el buen consuelo y el gozo de la confianza en Dios. ¡Qué hermoso Magnificat entonaríamos nosotros si siguiésemos su ejemplo!

Martín Lutero
[1] Sal 34, 9.
[2] 1 Tes 5, 23
[3] Ataca Lutero a los enrolados en la corriente reformadora de los agustinos, movimiento general en la mayoría de las órdenes religiosas en el tiempo anterior a Trento. Recordemos que el conflicto suscitado por Staupitz por este motivo fue la ocasión del viaje a Roma (1510): cl`. R. García Villoslada, Lutero I, 148 ss.
[4] Sal 68, 7; 133, 1.
[5] Von den guten Werken (1520): WA 6, 202276.
[6] Mc 9, 23
[7] Sal 49, 91

domingo, 11 de diciembre de 2011

3º Domingo de Adviento.

“Somos testigos de la luz de Cristo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 61:1-3, 10-11

Segunda Lección: 1 Tesalonicenses 5:16-24

El Evangelio: San Juan 1: 6-8, 19-28

Sermón

Introducción

Los seres vivos, y en especial el ser humano, nos sentimos atraídos por la luz. Existe en nosotros una conexión con ella fortísima, como una reminiscencia en nuestra consciencia de un momento pasado en que su brillo acogedor nos confortaba. De tiempos que en Dios y el hombre hablaban cara a cara en el jardín del Edén, sin que la oscuridad del pecado fuese un obstáculo entre ellos. Y ahora en Adviento, las calles comienzan a llenarse de luz de nuevo, una luz especial. Miles de luces irradian su brillo sobre las personas; luces acogedoras que nos envuelven y anuncian que estamos en un tiempo especial. Luces que testifican sobre otra Luz, más potente que mil soles juntos y cuya llegada a este mundo celebraremos en pocas semanas. Pero con todo su candor, ninguna de estas luces puede irradiar un testimonio más claro que el que cada creyente puede transmitir cada día con su vida, siendo testigos, como Juan el Bautista, de Cristo el Señor y salvador de la humanidad.

Cristo, la Luz que alumbra a todo hombre

Hay mucha oscuridad en el mundo, y si mantenemos viva nuestra capacidad de percepción, veremos tinieblas con mucha frecuencia, quizás demasiada. Tinieblas en los que han perdido su trabajo y su hogar en tiempos de crisis, en los que sufren el olvido de sus seres queridos, en los enfermos sin esperanza, en los pobres y mendigos, en los cristianos perseguidos en muchos lugares del mundo. Pero sobre estas tinieblas, vemos una oscuridad que avanza y gana terreno rápidamente en nuestra sociedad: la oscuridad espiritual, aquella que hace que los hombres rechacen el amor de Dios en sus vidas, ofrecido por medio del Espíritu Santo. Esta oscuridad, es la peor de todas, pues destruye vidas enteras, y lo que es peor aún: almas.

Tras la salida de nuestros primeros padres del Edén, la oscuridad se instaló en nuestro mundo por medio del pecado, tiñendo la realidad de sufrimiento y desesperanza. Y cuando la situación se volvió insoportable, la humanidad clamó a su Dios y pidió liberación, pidió a gritos una luz de esperanza: “Sálvame, oh Dios,
Porque las aguas han entrado hasta el alma.
Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie;
He venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.
Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido;
Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios” (Salmo 69:1-3). Bien podría Dios haber permitido al hombre sufrir las consecuencias de sus errores, ya que quisimos vivir sin el consejo y guía de nuestro Creador; y nada hubiésemos podido reprocharle si así hubiese sido. Pero nuestro Dios, que es un Dios compasivo y misericordioso, escuchó la súplica de su pueblo para apiadarse de nosotros y responder a la misma. Somos hijos pródigos rebeldes, obstinados en vivir la vida sin prestar atención a la voluntad divina, pretendiendo ser los maestros de nuestra propia existencia, pero en realidad faltos del entendimiento necesario para ello. Y al igual que el padre de ése hijo auto suficiente del que nos habla la parábola (Lc 15:11-23), Dios siempre está preparado para celebrar el regreso de cada ser humano a los brazos de su Padre. No importa el pasado, ni los errores cometidos, pues el mundo recibió una Luz capaz de disipar la más densa tiniebla del pecado: a Cristo el Señor.

En nuestra fe cristiana existe una palabra para definir aquella acción divina incomprensible para nosotros: misterio. Y ciertamente uno de los misterios más grandes es que, Aquél que “era en el principio con Dios” (v1), viniese a nuestro encuentro a iluminar nuestra vida precisamente entregando la suya a causa de nuestros pecados. ¡Un gran misterio! y un enorme consuelo saber que tenemos un Dios que no nos olvida, y que continuamente envía mensajeros a proclamar el Evangelio del perdón de pecados. Hombres como Juan el Bautista, venido “para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él”. (v7).

Sólo en Cristo se halla la verdadera Felicidad

Imaginemos qué sucedería si cada una de las luces que se encienden en estas fechas, pudiesen proclamar el mensaje de salvación a los hombres. ¡Millones de ellas anunciando el perdón y la reconciliación del hombre con Dios por medio de Cristo! Pero desgraciadamente, y por muy bella que sea la imagen, no pueden hacerlo. Sólo sirve el testimonio vivo de aquellos que hemos recibido esta Luz en nuestras vidas. Y ciertamente parece una tarea enorme, más allá de nuestras fuerzas, tal como se lo pareció a Juan, el cual sentía estar hablando en un vacío espiritual insondable: “ Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor” (v23). Porque esto, un desierto, es lo que nos parece en algunos momentos el mundo de hoy, donde tantas voces y tantos anuncios llaman la atención de los hombres, impidiéndoles escuchar las voces que testifican que sólo en Cristo puede el ser humano hallar redención y paz para sus vidas. Pero Juan no se rindió por ello, y testificó alto y claro que no era él, un mero hombre, el que traía la Luz de salvación al mundo: “Confesó, y no negó, sino confesó; Yo no soy el Cristo” (v20). Porque ¿qué es sino tratar de suplantar al verdadero Cristo, el anunciar y proclamar la idea de que a través del propio hombre y la sociedad actual, puede el ser humano hallar felicidad plena? Abundan hoy día aquellos que atraen las miradas sobre ellos mismos, erigiéndose en modelos a imitar y seguir, como falsas luces donde todos fijan su atención. Pero la felicidad que ellos traen es pasajera y basada en mensajes y modelos marchitos a los ojos de Dios. Felicidad que nada puede ante el verdadero dolor y sufrimiento humano, el del alma, que solo puede ser mitigado por aquél que cruzó los umbrales del dolor y la muerte por nosotros, precisamente para que descansemos y finalicemos la búsqueda de una felicidad que sólo en Él puede ser saciada.

Y lo peor es que este Jesús, Luz del mundo sigue siendo un desconocido para muchos, para millones: “mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis” (v26). ¿Es posible que esta Luz esté oculta aún para tantos?, ¿Cómo llegar a los que viven cada día ajenos a un acontecimiento de tal trascendencia para sus vidas?. Miremos de nuevo a Juan el bautista, pues su testimonio es el mejor ejemplo para todos los creyentes: confesar, no negar, sino confesar sin cesar, aunque el mundo nos parezca un desierto, aunque parezca que hablamos al vacío, aunque nos sintamos cansados como el salmista: “Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido”.

Testigos de la Luz en nuestro mundo

¿Y qué decimos al fin de nosotros mismos?, repitiendo la pregunta que sacerdotes y levitas hicieron a Juan? (v22), ¿y qué diremos pues a este mundo de luces por doquier? El profeta Isaías nos ofrece el testimonio perfecto, el mismo que Jesús usó en Nazaret en la sinagoga, y que nos sirve admirablemente para dar testimonio ante los hombres: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová” (Is.61:1-2). Juan bautizaba con agua (v26), proclamando el arrepentimiento para el perdón de los pecados, y nosotros hoy proclamamos este mismo arrepentimiento junto con la salvación en Cristo. Cada uno de nosotros hemos sido ungidos en nuestros bautismos como Hijos de Dios por obra del Espíritu Santo, e igualmente hemos sido enviados a predicar la Buena Nueva a todos aquellos congéneres que viven abatidos y sin esperanza. No importa cuán felices parezcan que son en este mundo, incluso plenos de todo lo material, viviendo en la opulencia. Todo ser humano necesita que la verdadera Luz habite en él, y que ella restaure la relación con su Creador, rota por el pecado (Ro 3:9), y en esta tarea, cada uno de nosotros somos colaboradores activos de la obra del Señor.

La competencia es dura y abundante, es cierto, en una sociedad con tantas luces que atraen y atrapan al hombre, y “la mies es mucha, mas los obreros pocos” (Mt 9:37). Pero no olvidemos, y esto nos da fuerzas ante el desierto que tenemos en frente, que proclamamos a Aquel ante quien todos los vendedores de felicidad humana son como ecos vacíos, y del que incluso un enviado de Dios como Juan, no era digno de “de desatar la correa del calzado” (v27). El Verbo hecho carne, por quien todo lo que existe fue hecho, donde habita la vida, que es luz para los hombres, y ante cuya luz las tinieblas no podrán nada (v1-5). Este es el Cristo que proclamamos, al que al igual que el Bautista, confesamos y no negamos, que nos anima y fortalece en Su Palabra y nos ofrece perdón y misericordia en la Santa Cena. Motivos más que suficientes para estar “siempre gozosos” y dar “gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes.5:16).

CONCLUSIÓN

En estas fechas, la luz será un protagonista destacado en nuestro mundo. El ser humano la necesita para la vida material, pero para su verdadera vida, la espiritual, necesita también otra Luz, aquella que ilumina los rincones más oscuros de su corazón. Y esta Luz no es otra que Cristo el Señor, el cual vino al mundo a romper las tinieblas que lo rodean, para que una vez cumplida la voluntad del Padre de darnos en Él, perdón y salvación, vivamos en una claridad deslumbrante por medio de la fe, como anticipo de la luz eterna que disfrutaremos junto a nuestro Creador: “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap.22:5). Que así sea, Amén.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

domingo, 4 de diciembre de 2011

2º Domingo de Adviento.

“Esperamos con alegría la llegada de Cristo”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 40:1-11

Segunda Lección: 2 Pedro 3:8-14

El Evangelio: San Marcos 1:1-8


Sermón

INTRODUCCIÓN

Adviento es un tiempo de espera. Los niños comienzan a vivir una eternidad desde estos días llenos de catálogos de juguetes y publicidad excesiva, hasta navidad y reyes, a la espera de sus regalos. Es un tiempo de intriga, suspenso y ansiedad hasta el día señalado. Para la Iglesia, es algo más que una previa a la Navidad, es más que esperar para celebrar la Encarnación de nuestro Señor. Es un tiempo para escuchar y vivir las promesas del Señor a su pueblo, que nos consuela en la celebración del nacimiento y retorno del Salvador. Es un tiempo para escuchar a Juan el Bautista que prepara el camino para Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y a Pedro, quien nos exhorta a ser pacientes en nuestra espera.

Problemas a la hora de Esperar (2 Pedro 3:1-7)

Toda espera tiene algo de desesperante. La espera de la venida del Señor no fue y no es fácil. Los versículos iniciales del tercer capítulo, antes de nuestra lectura, son para ser tomado en serio. Allí Pedro advierte que, en los últimos días, habrá personas que se burlarán del pueblo de Dios y seguirán sus propios deseos pecaminosos.

Ellos dirán “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación". (2Pedro 3:4).

Así como en aquellos tiempos se burlaban del Señor y de quienes esperaban su regreso, hoy día sigue pasando lo mismo. Hablar del regreso de Cristo nos resulta complicado porque hay muchas incógnitas y muchos falsos profetas que se han cansado de poner fechas a este evento y de recibir merecidas criticas al respecto.

Aunque al mirar los informativos en la televisión o leer los periódicos, algunas veces nos da la sensación de que estamos viviendo en los últimos días. Es solo una sensación efímera, que se nos va rápido. Es difícil esperar, y esta dificultad irá en aumento, esa es la noticia de los primeros siete versículos de 2 Pedro 3.

Por otro lado Adviento y Navidad ya son fiestas populares y familiares, que han perdido, en muchos, casos la razón de ser. Hay deseos de paz y esperanza, pero que quedan en simples frases hechas.

Para nosotros Adviento es recordar y celebrar que Jesucristo viene pronto. Esta vez no nacerá de una virgen llamada María. No se esconderá en el pesebre de un establo en un pequeño pueblo llamado Belén. Es difícil prepararse para algo que ya sucedió hace 2000 años. En el desierto, Juan exclamó: “Preparad el camino del Señor”.

Se aproxima su segunda venida y cuando lo haga, no va morir por tus pecados ni se levantará para tu justificación. Una vez fue suficiente. Cuando Él venga otra vez, será para juzgar a los vivos ya los muertos.
Otras de las dificultades de esperar son las tentaciones que vienen desde nuestro interior. Nos sentiremos tentados a abandonar, a creer como muchos que el Señor simplemente no va a volver y que tal vez es una espera infructuosa. Tenemos la tentación de seguir nuestras propias ideas al respecto, porque es mucho más fácil ir con la opinión de la mayoría, y en parte porque es lo que nuestro viejo Adán quiere hacer. También seremos tentados a prepararnos para la navidad de una manera errónea. Al intentar comprar muchas cosas para embellecer nuestras fiestas y creer que allí está la felicidad. Tendrás la tentación de enojarte contra el Señor porque no te ha dado lo necesario para ser feliz y por el contrario te ha hecho pasar por sufrimientos y problemas antes de su regreso.

A medida que esperas y anuncias el regreso del Señor, te sentirás tentado por el diablo, el mundo y tu propia carne para que cada día lo sientas como mil años. Entonces, ¿cuál es el consuelo y defensa mientras esperamos? Ese es el mensaje de la epístola para hoy.

Somos consolados mientras esperamos (2 Pedro 3:8-14)

El Señor no se ha olvidado de regresar, sino que es paciente. Él ha prometido su regreso en gloria y lo hará, su demora es parte de su misericordia. Él no te ha abandonado. No tarda porque es débil o porque está ocupado en otra cosa y no puede venir ahora. Él no necesita que terminemos alguna tarea para que pueda regresar. No se está retrasando debido a que está enojado o porque piensa que necesitas soportar algunas cosas más antes de que te hayas ganado el derecho a entrar en el cielo. Cada una de esas razones niega el Evangelio. Si el Señor no ha venido en gloria es porque Él no quiere que nadie perezca, sino que quiere que todos se arrepientan, confíen en Jesús y para ser salvos.

Como ha sido misericordioso contigo, te ha llevado de las tinieblas a su luz admirable por la obra de Jesús, así mismo desea ser misericordioso con los demás. Por lo tanto, mientras esperamos, podemos dar gracias por que el Señor demora el fin para reunir a más personas en su reino para siempre. Sin embargo, clamamos “Maranata”, “Señor, ven pronto”, para que vuelva a librarnos pronto de nuestros pecados y sus consecuencias. Nos encomendamos a Él y a

Su tiempo, confiando en que Él proveerá todo lo que necesitamos hasta su regreso.

En los últimos años se habla mucho del fin del mundo y de cuándo y cómo esté se producirá. Meteoritos, deshielos, pandemias, profecías mayas, guerras, etc. Este es un pensamiento aterrador para el no creyente. Pero para ti y para mí, es un día de esperanza y gloria porque sabemos que ese día será cuando Cristo vuelva a buscarnos. Será un día que el mundo, tal como lo conocemos, el pecado, la muerte llegaran a su fin. Ese día todo el que cree en Cristo como Señor y salvador será llevado a la tierra prometida. Este nuevo cielo y tierra será una creación en la que morará la justicia. No va a ser un lugar donde el pecado sea la norma y la justicia sea considerada una rareza. Por el contrario, será un lugar donde la justicia estará presente en cada rincón y el pecado, junto con sus consecuencias, no existirá más. Estaremos libres de toda enfermedad, problemas, de la muerte y toda dolencia, porque esas serán cosas pasadas que han dejado de existir.

Tu espera no es en vano, ese día se acerca. El Señor volverá. El cielo nuevo y la tierra serán creados, porque el Señor ha prometido que así será. Porque ese día se acerca, Pedro dice: “¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir” (2Pedro 3:11) y concluye diciendo “Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz. (2Pedro 3:14)” Para estar listos para su regreso, debemos ser hallados santos, santos irreprochables, sin mancha ni arruga y en paz. Eso suena como una tarea muy difícil. Tu vida todavía se ve inmersa en pecados. Eres está tentado en muchas ocasiones, más de las que crees. Caes también muchas más de las que crees. Sigues siendo tentado por el desánimo y la desesperación, abrumado por problemas y sufrimientos en lugar de la aferrarte a la espera gozosa de que tu liberación está cerca.

El texto concluye con una demanda a algo más que ser personas decentes y optimistas, sino a ser santos, sin mancha
ni arruga y en paz.

Aquí está el consuelo del Señor. Mientras esperas el día en que el Señor regrese, el mismo viene a ti y te encuentra, incluso ahora, allí donde estas. Sus promesas no se limitan sólo al pasado y al futuro, sino a tomo momento de momento de espera. Él viene a ti para darte la gracia que ganó en la cruz por ti. En Él son blanqueadas tus vestiduras manchadas por el pecado. El Salvador declara que ha llevado tus pecados a la cruz y allí fueron destruidos. El pecado, la muerte y el diablo ya no tienen ningún poder sobre ti, porque Dios te ha declarado santo y justo por causa de Jesucristo, porque él te viste con su santidad y justicia.

Con esa seguridad oramos “Maranata, Señor, ven pronto” y él responde a nuestro clamor y dice: Aquí estoy: En el Santo Bautismo has sido “revestido de Cristo” (Gálatas 3:27). En ese momento has muerto con Cristo y resucitado a una nueva vida con Él. Allí te di el don de la vida eterna con Cristo. También te dice: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo, tomad bebed esta es mi sangre… dada y derramada para el perdón de todos tus pecados”. ¿Qué implicancias tiene su cuerpo y su sangre por su pueblo penitente?

Te fortalece y mantiene en la única fe verdadera vida eterna y te prepara para el día de su advenimiento. Jesús viene a ti con su gracia de que estás en paz con Dios, que eres parte de su pueblo y te trata como un hijo amado.

Toma el consuelo de Dios. Ten ánimo y esperanza. El Señor demora su venida en gloria, pero sólo por misericordia para aquellos que aún no creen. Mientras tanto, Él no retrasa su ayuda y su gracia hacia ti. Está lo más cerca posible por medio de su Palabra y sus Sacramentos. Por estos medios te da su gracia, te mantiene en santidad y vida piadosa por su gracia, a fin de que estés listo para su venida en gloria, preparado para habitar en el cielo y la tierra nuevos. Por el momento, espera y con los santos en el altar puedes preguntarte “¿Por cuánto tiempo?” y a la vez seguro de que el Señor cumple sus promesas y no se olvida de cumplirlas.

CONCLUSIÓN

Ya sabes que has sido Justificado y Salvado por la obra de Cristo. No tienes nada porque temer. Mucho menos cuando el Señor vuelva en Gloria y Poder, porque será para llevarte a su lado a disfrutar la vida eterna. Esto nos motiva para seguir dando testimonio del que vino, viene y vendrá a juzgar a vivos y muertos.

En este tiempo de prisas y consumismo, Dios desea satisfacer tu anhelo de encuentro con Dios. Lo hace por medio de su Palabra y Santa Cena. Allí tu clamas “Ven Pronto” y Él responde: “Aquí estoy”.

En el día de Navidad, puedes transmitir Paz y Esperanzas llena de contenido y certeza de que todo cambiará. Porque esto está respaldado por las promesas del Dios del cielo y de la tierra. El Dios que no cambia y que permanece para siempre.

Atte. Pastor Gustavo Lavia