domingo, 22 de abril de 2012

3º Domingo de Pascua.

“Comprender las escrituras”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección:

Hechos 3:11-21

Segunda Lección: 1ª Juan 3:1-7

El Evangelio: Lucas 24:36-49

Sermón

INTRODUCCIÓN

No diremos nada nuevo, si recalcamos la importancia para el creyente del conocimiento de las Escrituras para su vida de fe. Al fin y al cabo, pensarán algunos, este enfoque es uno de los presupuestos de la Reforma, y es lógico que desde nuestras congregaciones proclamemos el “Sola Scriptura” como una de las reivindicaciones propias de la Iglesia Luterana. Sin embargo, como veremos en el Evangelio de hoy, esta defensa acérrima de la Palabra como fuente suprema de la revelación de Dios, no es una mera postura denominacional, sino un enfoque necesario que afirma que Dios se revela en las Escrituras anunciando el cumplimiento de sus promesas de salvación en la figura de Cristo. Y que Cristo es proclamado en Ellas desde el Génesis hasta el Apocalipsis para testificar de la obra de redención llevada a cabo por Él. Pero necesitamos escuchar esta Verdad con un entendimiento abierto, por obra del Espíritu Santo, pues de otra
manera, la Biblia será para nosotros un libro cerrado. Un texto lleno de historias que no sabremos ni cómo interpretar, ni cómo conectar con nuestras vidas. Cristo es el Rey de la Escritura (Rex Scripturae), en palabras del propio Lutero, y sólo con esta visión cristocéntrica, la Biblia ser revela como lo que realmente es: La Palabra de Dios que lleva a la salvación a los
hombres proclamando a Cristo, y el medio que Dios usa para afianzar y dar consistencia a nuestra fe por encima de nuestras dudas y temores.

Jesús resucitado trae la Paz a los hombres.

Tras la muerte de Jesús en la Cruz, parecía como si toda la fuerza y el testimonio existente en los Apóstoles se hubiese esfumado. Los temores y miedos a la persecución por parte de los judíos
afloraron súbitamente entre ellos, y el desconcierto sobre lo sucedido con su maestro fue en aumento. Ni siquiera las noticias sobre su resurrección sirvieron de mucho, pues aún habiendo escuchado los anuncios sobre lo que sucedería con el Cristo, tanto por parte de las Escrituras como por la boca del mismo Jesús, sus mentes estaban en total oscuridad al respecto. ¿Ha resucitado el Señor en verdad?, ¿es posible esto realmente?. Y así, confundidos y desorientados los encontró Jesús en el camino. Y en primer lugar Jesús aplaca esta confusión con sus hermosas palabras: “Paz a vosotros” (v36). Porque Jesús sabe de la lucha interior que sufren estos hombres, la misma lucha que se lleva a cabo en todo creyente, entre su fe y el peso de su carne pecadora.

Entre creer en las promesas divinas y aquello que su razón y sentidos le muestran de la realidad aparente en que viven. Es Jesús una vez más quien sale en búsqueda del hombre, para sacarlo del pozo de su falta de fe: “¿Por qué estais turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?” (v38).

Esta pregunta bien podemos aplicarla a cada uno de nosotros, cuando en nuestra vida diaria permitimos a menudo que los problemas de la vida y la carne, nos hagan olvidar que Jesús resucitado ha roto por nosotros las cadenas del pecado y la muerte. ¿Qué son entonces, ante esta gloriosa realidad nuestros problemas y tribulaciones?, ¿cómo afianzarnos pues en una fe que resista todo atisbo de duda y temor?. Los mismos discípulos necesitaron no sólo ver a Jesús
corporalmente, pues aún así: “pensaban que veían espíritu” (v37).

Cristo tuvo que demostrarles la realidad gloriosa de su resurrección corporal por medio de las huellas de su pasión, e incluso ¡comiendo con ellos! (v38-41).
Pero entonces, si aquellos hombres santos necesitaron tales pruebas, ¿qué necesitaremos nosotros para alimentar y fortalecer nuestra fe, aquella que no necesita ver para creer (2 Cor.5:7). Necesitamos tal como leemos en el Evangelio de hoy, acudir a la fuente de donde mana esta misma fe, que no es otra que aquella que ofrece aguas de pureza cristalina: las Escrituras, la
Palabra de Dios. En ellas todo se aquieta, adquiere claridad y sentido, y en ellas hallamos consuelo y la Paz de Cristo.

Era necesario que el Cristo padeciese y resucitase al tercer día

La muerte de Jesús ha sido interpretada en algunos ámbitos teológicos como una serie de meras consecuencias históricas. Según este enfoque, Jesús se rebeló contra el status quo social y político de su tiempo, y murió así como consecuencia de ello y de su coherencia personal. Difícil es reconocer aquí al Hijo de Dios que entrega su vida voluntariamente por la salvación del mundo (Jn 6: 51). Y sin embargo en el Evangelio de hoy, Cristo afirma precisamente: “que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mi en la Ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos” (v44). Es decir, las Escrituras anuncian que Cristo muere históricamente, pero no como consecuencia de hechos meramente humanos, sino cumpliendo el plan redentor de Dios para los
hombres, pues “fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (v46). Este es el verdadero sentido de la muerte de Cristo: cumplir con la Justicia divina (Is 42:1), y pagar la deuda que cada uno de nosotros tiene contraída con Dios a causa del pecado,
para luego resucitar y destruir el peso mismo de la muerte. Cualquier otra interpretación por nuestra parte, no será sino el intento de imponer a Dios nuestros propios razonamientos y nuestro concepto de la justicia. Y por ello es por lo que no debemos filtrar el contenido de la Palabra desde nuestros propios criterios, ya que entonces tal y como ocurrió con los discípulos, nos invadirán las dudas, el temor y hasta el espanto llegado el caso (v37). Debemos dejar que las Escrituras hablen con su propia voz, pues solo así ellas revelarán a los creyentes la verdadera profundidad de estos misterios, y a Cristo como el cumplimiento de todas las promesas de restauración. Necesitamos entonces entender los acontecimientos de la Pasión y Resurrección de Jesús a la luz de la Palabra; pero para ello es necesario a su vez algo más, sin lo cual nuestra mente y corazón seguirán cerrados, incapaces de percibir la Verdad: abrir el entendimiento, “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (v45). Esto significa que, desde una escucha atenta y confiada a Dios en Su Palabra, con humildad y sencillez, la acción del Espíritu Santo, línea a línea y letra a letra, nos revelará en ella el puro
Evangelio de Cristo para perdón de pecados.

Testigos del cumplimiento de las promesas divinas

Tras hacerse presente a los discípulos, y mostrarse a ellos como prueba de su resurrección física, Jesús los dirige a apuntalar su fe en la Palabra de Dios.

Pues la fe no se sustenta en aquello que nuestro propios ojos pueden ver.

Requiere por encima de todo una entrega confiada que sólo puede venir de algo más profundo: el convencimiento de la fidelidad y la misericordia de Dios para con nosotros. Y esta fidelidad y misericordia se hallan proclamadas explícita y continuamente en las Escrituras (1 Jn 1:9). Pero Cristo no sólo los ilumina con el recuerdo de los anuncios y promesas del pasado, sino que redirige sus mentes también al futuro: “y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (v47). Con su Pasión
y resurrección Jesús ha llevado a cabo el cumplimiento de las promesas divinas, y ahora emplaza a los discípulos a continuar con la tarea de este anuncio de liberación para el mundo. Y de manera intencionada expone la secuencia precisa en que debe ser hecho: arrepentimiento en primer lugar, y perdón de pecados seguidamente. Proclamamos el gozo de la Buena Noticia del amor de Dios en Cristo, pero en primer lugar la Ley debe hacer su efecto en el hombre. Debe mostrarle la seriedad del pecado en su vida, y de las funestas consecuencias de ignorarlo o, como habitualmente sucede en nuestra sociedad actual, negarlo. Como explicó el teólogo alemán Bonhoeffer: “la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de Su Hijo, -Habéis sido adquiridos a gran precio-, y porque lo que le ha costado caro a Dios, no puede resultarnos barato a nosotros”. Podemos usar esta reflexión, expresada en un contexto muy diferente, también para indicar que no puede haber perdón de pecados sin arrepentimiento previo, pues esto no sería más que malbaratar esta gracia que hemos recibido. Y así pues, a los
discípulos ahora sólo les falta, una vez abierto su entendimiento por medio de las Escrituras, el ser investidos de poder: “la promesa de mi Padre” (v49), y ser “testigos de todas estas cosas” (v48). ¡Seamos nosotros también testigos con ellos por medio de ése mismo poder que recibimos en nuestro Bautismo!; el poder del Espíritu Santo que nos asiste cada día de nuestra vida.

CONCLUSIÓN

Tras su resurrección el Señor se mostró a los discípulos y despejó sus temores y dudas abriendo sus mentes para que comprendiesen el plan de Dios. Y lo hizo dirigiéndolos a las Escrituras, como voz confiable y luz para los hombres (Sal 119:105). Tras esto el Espíritu Santo los invistió de poder para ser testigos del Evangelio a todas las naciones. Del mismo modo nosotros los
creyentes contamos con la asistencia del Espíritu Santo, como promesa recibida en nuestro Bautismo. Contamos igualmente con la Palabra de Dios, la cual proclamamos para que sea ella la que convenza a los hombres con Su Verdad, para que ella proclame. “Paz a vosotros” (v36), la verdadera Paz: “la Paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento” (Flp. 4:7). ¡Que así sea,
Amén!.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo,
Sevilla

viernes, 20 de abril de 2012

domingo, 15 de abril de 2012

Domingo de Ramos - Ciclo B

“El valor de las sagradas Escrituras”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección:

Hechos 4:32-35

Segunda Lección: 1 juan 1:1-2:2

El Evangelio: Juan 20:19-31

2 TIMOTEO 3 : 15 - 17

Entre todos los libros del mundo, la Biblia representa un caso especial y único.

Anualmente se venden de ella más ejemplares que de cualquier otro libro en el mundo. Ningún otro libro ha sido tan combatido, criticado y hasta ridiculizado en el correr de los siglos, y sin embargo, la demanda por la Biblia no muestra tendencia alguna de decrecer, sino al contrario, va en continuo aumento. Muchos otros libros famosos, que por un tiempo gozaron de vasta estima, han pasado de moda; el contenido de la Biblia sigue siendo hoy tan oportuno como lo fue hace
mil o dos mil años. Importantes organizaciones, como la Sociedad Bíblica Americana, la Sociedad Bíblica Británica y otras, con un movimiento anual que asciende a muchos millones de euros, se dedican exclusivamente a la publicación y venta de Biblias o porciones de ella. Algo debe haber en la Biblia que motive hechos tan asombrosos. Verdad es que no todas las Biblias que se venden año tras año son también leídas por quienes las adquieren. Muchos utilizan la
Biblia como un cómodo obsequio que siempre queda bien, y no pocos de los obsequiados guardan ese libro en su biblioteca como mero recuerdo para no tocarlo más, a no ser con el plumero. Pero verdad es también que muchos, muchísimos hacen de su Biblia el compañero de todos los días del que extraen incalculable beneficio. ¿Qué valor tiene para ti tu Biblia? ¿La usas con el provecho adecuado a su importancia? Para ayudarte en ello te hablaré hoy, a base de las palabras del inspirado apóstol San Pablo, sobre: El Valor de las Sagradas Escrituras
Te mostraré,
1. Cuan grande es ese valor, y
2. Cuan Importante es tenerlo siempre presente.

1. “Desde la niñez has conocido las Santas Escrituras, que pueden hacerte sabio para la salvación, por medio de la fe que es en Cristo Jesús", v. 15. ¡Qué hermoso testimonio para el valor de las Sagradas Escrituras: ¡Ellas te pueden hacer sabio para la salvación! Quien lo expresa es el apóstol San Pablo. ¿Será que ese Pablo obtenía un provecho personal con propagar el Libro Sagrado, y que por eso lo recomendaba con tanto entusiasmo? Nada de eso. El hecho de ser un propagador de las Sagradas Escrituras, un predicador de la Palabra divina que ellas presentan, le acarreó a San Pablo una multitud de sinsabores y peligros: fue combatido, perseguido, azotado, apedreado, le tuvieron por loco, fue encarcelado varias veces, y finalmente sufrió el martirio. ¿Qué le impulsó
entonces a ponderar tanto un libro que al parecer resultaba tan funesto para él?

Examinemos las propias palabras del apóstol. Él dice a su alumno Timoteo: “Desde la niñez has conocido las Santas Escrituras.” Santo es el contenido de esas Escrituras. Con eso la Biblia se diferencia de toda otra literatura. Otros libros podrán ser instructivos, conmovedores, amenos, reveladores de profunda sabiduría, pero un solo libro es santo, intachable, y ese único libro es la Biblia. ¿A qué se debe su santidad?

San Pablo nos da la respuesta: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”, v. 16. Todo otro libro tiene como autor a un hombre. La Biblia también fue escrita por hombres, pero el autor es Dios mismo. “Hombres santos de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” afirma el
apóstol Pedro (2 Pedro 1:21) al referirse a la profecía de la Escritura; y enfáticamente recalca: “No de la voluntad del hombre fue traída la profecía en ningún tiempo”
(v. 21a). “Siendo inspirados por el Espíritu Santo”, esto no significa un cierto estado elevado del ánimo, como por ejemplo la inspiración del poeta; tampoco significa que Dios haya usado a
estos santos hombres como meros instrumentos impersonales como nosotros usamos una pluma o máquina de escribir, sino que fueron “personas” en la más hermosa acepción del vocablo, por ellos sonaba la Palabra de Dios, Dios se valió de la inteligencia, grado de cultura y estilo propio de cada uno de ellos, y los impulsó a expresar con estos medios lo que Él les dictaba. Esto es la Biblia inspirada: Palabra de Dios desde la primera, hasta la última página, pues toda la Escritura es inspirada por Dios, puesta en boca y pluma de santos varones para ser comunicada a la humanidad como “carta de Dios a los hombres”, como lo expresa Lutero. Por esta razón, todas y cada una de las palabras de la Escritura son de origen divino, son verdad eterna, exentas en absoluto de error alguno; ni aun cabe admitir la posibilidad de errores. Escribe San Pablo en su
Primera Epístola a los Tesalonicenses (cap. 2:13): “Cuando recibisteis de nosotros la palabra del
mensaje de Dios, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino- según lo es verdaderamente, la Palabra de Dios”. ¿Se habría expuesto el apóstol a los ya mencionados peligros por propagar la
Palabra de Dios, si no hubiese estado convencido de la santidad e infalibilidad de esta Palabra?

¿Podría un libro humano, aun el más excelente, ser fuente de dicha y consuelo para incontables millones de hombres de las más diversas razas, civilizaciones y esferas sociales, de todos los tiempos, y en las más dispares condiciones de vida? Por cierto que no. Sólo “la palabra de Dios vive y permanece para siempre”, como afirma San Pedro (1 Pedro 1:23).

Ya por esa su índole peculiar como libro sagrado, inspirado por Dios, la Biblia sería de Inmenso valor, acreedora a nuestro más amplio respeto y aprecio. Pero hay más. Valiosa es la Biblia por su forma, y valiosa también por su contenido.

Si poseyésemos un documento de puño y letra de un ilustre personaje, el solo hecho de poseerlo nos llenaría de orgullo. Pero si además de esto el documento en cuestión nos testificase el derecho al usufructo de importantes beneficios, su valor sería mucho mayor aún. Ahora bien: la carta de Dios a los hombres no es un mero documento histórico, no es ni quiere ser una venerable pieza de museo, sino que es una carta cuyo contenido supera en utilidad práctica a
cuanto libro se haya escrito jamás por hombre alguno. San Pablo dice: “Toda la Santa Escritura es útil para enseñanza, para reprensión, para corrección, para instrucción en justicia”, v. 16.

Claramente, sin rodeos, la Biblia nos enseña qué es el hombre: un ser nacido en pecados, incapaz por sí mismo de hacer el bien. Llama a las cosas por su nombre; nos muestra, como espejo infalible, cuáles y cuántas son nuestras faltas, y al describir un pecado, no trata de embellecerlo ni de restarle importancia, sino que lo muestra como es en realidad: una transgresión de la ley divina que atrae la justa ira de Dios y el castigo eterno sobre quien comete la transgresión. Así la Santa Escritura nos previene seriamente contra el mal y nos exhorta a corregir nuestras faltas. Nos enseña además qué son ante Dios obras buenas, y de tal modo nos guía en el bien hacer.

Pero la utilidad más grande de la Biblia es que puede hacernos sabios para la salvación, v. 15. Y en ese sentido la Sagrada Escritura es verdaderamente única, absolutamente indispensable para todo aquel que siente inquietud por su alma; ¿y quién no habría de sentirla? Un libro de autor humano me puede enseñar buenos modales, puede guiarme en mi relación con los demás hombres, puede indicarme cómo lograré aumentar mis ingresos, todo lo cual es muy útil. Pero
donde acaba la existencia humana, acaba también la ciencia humana. Sólo el libro de Dios puede enseñarme el camino hacia Dios, hacia la dicha eterna. Y ésta es en verdad la una cosa necesaria. ¿Cómo se alcanza esta dicha? La Santa Escritura dice: Por la fe que es en Cristo Jesús, v. 15b; en ese Jesús, Hijo del Dios eterno e Hijo de la virgen María, Dios-Hombre, Substituto nuestro, que
“fue entregado a muerte a causa de nuestras transgresiones, y fue resucitado para nuestra justificación”, Rom. 4:25. Este camino de la salvación por la gracia, por los méritos de Cristo, mediante la fe, es enseñado en la Biblia en forma completa, clara y suficiente, porque completa, clara y suficiente es la Biblia en todo cuanto dice. Con razón nos exhorta el apóstol Santiago: “Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual ft poderosa para salvar vuestras almas” (1: 21), y San Pablo: “No me avergüenzo del Evangelio; porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree", Rom. 1:16.

De todo lo dicho se desprende claramente que la Palabra divina hace que el hombre de Dios sea perfecto, estando bien preparado para toda buena obra, v. 17. ¡Qué tesoro inmenso, amados míos, es ese libro que Dios nos ha regalado! Con el corazón lleno de gratitud podemos cantar, pues: "¡Libro divino, guía supremo! en ti confiando marcho en la fe.
¡Oran don precioso del cielo al mundo! por ti poseo el sumo saber."

2. Siendo tan grande el valor de las Sagradas Escrituras, importante será tenerlo siempre presente. Pero: ¿Podrá haber una persona que no tiene siempre presente el valor de las Sagradas Escrituras una vez que lo ha conocido? Sí, por desgracia. También el cristiano fiel sigue siendo un débil hombre, expuesto a las astutas tentaciones del diablo; y ese diablo dirige su mayor odio precisamente contra la Palabra de Dios y trata de arrancarla de nuestro corazón, porque sabe
muy bien que sin el sostén de esa Palabra somos presa fácil para él.

Diferentes métodos emplea el diablo para alcanzar su fin. Te recomiendo que luego leas una
vez más en tu Biblia la parábola del sembrador, en el cap. 8 del Evangelio según San Lucas. Allí Jesús te enseña algo al respecto. ¿Notas tú que a veces eres un oidor descuidado y olvidadizo de la Palabra de Dios? Entonces recuerda las terribles palabras que Jesús dijo a los judíos: “El que es de Dios, oye las palabras de Dios; por esto vosotros no las oís, por cuanto no sois de Dios”, Juan 8:47, y ruega a Dios que te dé oídos para oír.

¿Te resulta difícil permanecer fiel a la Palabra de Dios en tiempos de tentación?

Recuerda entonces que “los padecimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que ha de ser revelada en nosotros", Rom. 8:18; ¿acaso el favor para con Dios no vale muchísimo más que el favor para con los hombres? Ruega pues a Dios que te ayude a “retener firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona" Apoc. 3:11.

¿Corres a veces el peligro de que te ahoguen los afanes y las riquezas y los placeres de esta vida, y no traiga los frutos que la Palabra de Dios quiere producir en ti? Recuerda entonces que “nada aprovechará el hombre, si ganare todo el mundo, mas perdiere su alma”, Mat. 16:26, y ruega a Dios que te conceda el ánimo del salmista Asaf, que dijo: “¿A quién tengo en el cielo sino a ti? y comparado contigo nada quiero en la tierra”, Sal. 73:25.

Así, con la ayuda de Dios, llegarás a ser uno de aquellos que con corazón leal y bueno, habiendo oído la palabra, la retienen, y llevan fruto con paciencia.

También de ti Jesús dirá: “Al que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo también
delante de mi Padre que está en los cielos” Mat. 10 : 32. Donde no hay Palabra de Dios, sólo hay muerte y perdición; pero si crees en la Palabra de Dios y confías en ella, esa tu fe será, al decir
del apóstol San Juan, “la victoria que vence al mundo”", 1 Juan 5:4. Y en esa fe victoriosa y en esa firme confianza exclamamos:
“Santa Palabra, grato tesoro, ya canta mi alma tu plenitud.
Guíame a Cristo, que da reposo, paz, regocijo, vida y salud.”

Amén.

Rvdo. Érico Sexauer

domingo, 8 de abril de 2012

Domingo de Resurrección.

“Cristo ha resucitado ¡aleluya!”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección:

Isaías 25:6-9

Segunda Lección: 1ª Coríntios 15:1-11

El Evangelio: Marcos 16:1-8

Sermón

INTRODUCCIÓN

Siempre que nos referimos a la vida de Nuestro Salvador, y especialmente cuando mencionamos la obra que Él llevó a cabo por nosotros, pensamos rapidamente en los acontecimientos de su pasión y muerte. Y solemos detenernos ante la Cruz y nos quedamos allí, contemplándola extasiados ante el impacto del sacrificio de Cristo, y la brutalidad del dolor de su cuerpo martirizado por causa de nuestros pecados. Y ciertamente no es malo que el cristiano tome conciencia ante esta Cruz, de la gravedad de la situación del hombre, hasta el punto de que el único Justo y sin pecado, Jesús, tuviese que ser sacrificado de esta manera para pagar la deuda de la humanidad con Dios.

Pero sin embargo, la obra de Jesús no termina en el Calvario, sino en un sepulcro abierto y vacío. Y es hasta allí hasta donde el creyente, al igual que los discípulos, debe llegar para captar toda la dimensión de la redención. Pues sin resurrección, como dice el Apóstol San Pablo: ”vana es nuestra fe” (1 Cor.15:14).

Las promesas de Dios anuncian la victoria sobre el pecado y la muerte.

Morir, morirse, parece algo de lo más natural paradójicamente. Desde los primeros pasos del
hombre en la tierra, ha sido ésta una realidad que, tarde o temprano ha hecho acto de presencia entre nosotros. Hemos convivido con la muerte a lo largo de la Historia como con una compañera de viaje, y sin extrañarnos por su presencia. Y así el hombre al fín, se ha acostumbrado a pensar que el sentido último de la vida es, que en un momento dado, ésta se acaba sencillamente. Son muchos incluso los que niegan categóricamente que tras la muerte física, haya otro tipo de vida, sea del tipo que sea. Muchos los que prefieren la seguridad y la lógica de un sepulcro cerrado.

Pero la muerte es sin embargo un elemento extraño para nosotros, pues no estaba en el plan
original de Dios para la humanidad el que el hombre muriese. Y así, la causa original de la muerte hay que buscarla en la caída de nuestros primeros padres: “por cuanto la muerte entró por un hombre” (1 Cor.15:21), y en la aparición en la Tierra por causa suya de la realidad del pecado. Pues el pecado es ciertamente la causa de la muerte, tal como nos enseña el Apóstol Pablo : “la paga del pecado es muerte” (Rom 6:23), y el hecho de que muramos es la
evidencia palpable de que somos pecadores desde nuestro nacimiento: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:4).

Esta es la cruda realidad para el hombre en este mundo, la realidad que le muestra que en su estado natural, es un ser desposeído de la capacidad de vivir en armonía con su Creador, pues el pecado no puede cohabitar con la santidad de Dios, y esto hace que la consecuencia definitiva del pecado: la muerte, se enseñoree del ser humano hasta hoy.

Pero Dios que es grande en misericordia, desde el mismo momento en que el pecado apareció en el mundo, trazó un plan definitivo para vencerlo. Dió esperanzas al hombre por medio de sus promesas respecto a la restauración futura que en su gracia nos concedería, tal como leemos en el Salterio: “Mi carne también reposará confiadamente, porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Salmo 16: 9-10). Y así, con estas palabras Dios anuncia
que hay esperanza para nosotros, y que: “destruirá la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros” (Is. 25: 8).

Jesús el Cristo es el cumplimiento de estas promesas de vida eterna, y por ello no podemos quedarnos detenidos en la Cruz, sino que nuestra fe debe llevarnos más allá, al sepulcro vacío, donde la victoria de Nuestro Señor sobre la muerte se hace definitiva. ¿Creemos esto más allá de lo que nuestra razón, desconfianza o miedo nos dictan?. ¡Debemos creerlo sin dudar, pues en ello se sustenta toda nuestra fe!.

La tumba vacía proclama la salvación de Dios en Cristo para los hombres

La fe es nuestro bien más preciado en este mundo pues: “el justo, por su fe vivirá” (Hab. 2:4), y por tanto haremos bien en fortalecerla y alimentarla por medio de la Palabra y los Sacramentos, pues habrá situaciones en la vida donde ella será nuestro único sustento. Y la realidad de la muerte es quizás la prueba definitiva que debemos soportar, y por eso es también comprensible el miedo de las mujeres que fueron aquella noche a la tumba a ungir el cuerpo de Jesús (v8). Al dolor por la pérdida del Maestro, al desconcierto por el vacío de la partida de Aquél que era el centro de sus vidas, se suma ahora el impacto y el miedo a una tumba abierta y vacía. Porque la tumba cerrada es el símbolo de una vida acomodada a la lógica de este mundo material, donde la vida se desarrolla en un espacio de tiempo para al fin, terminar en el silencio de una piedra cerrada. Así, las cosas son como deben ser, según nuestra visión humana.

Pero una tumba abierta atenta contra nuestra lógica, es una afrenta contra la razón, demasiado acostumbrada a ver la realidad según nuestros propios pensamientos, pero lejos de la visión de Dios. Una tumba abierta plantea la evidencia de que el hombre es realmente ignorante del sentido pleno de la vida, y por eso para muchos, esa tumba es sencillamente locura. Los propios romanos y autoridades judías lo sabían y por eso trataron de evitar con una guardia el que los discípulos se llevaran el cuerpo del Maestro: “entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” (Mt 27: 66).

Trataban así de impedir el anuncio de una resurrección que destruiría los fundamentos del orden humano. Pero no pudieron acallar este anuncio, pues al igual que las piedras son capaces de testificar sobre Jesús y proclamarlo en vida: “Os digo que si estos callaran, las piedras clamarían” (Lc 19:40), también esta piedra del sepulcro removida grita y proclama el fundamento de nuestra fe salvadora, que: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15: 3-4).

Pues no hay poder humano capaz de contener la acción salvadora de Dios entre su pueblo, y es por ello por lo que necesitamos saltar el abismo que separa la comodidad de una tumba cerrada, a la realidad desconcertante pero maravillosa de una tumba abierta, y esto sólo es posible con el auxilio de la fe y la acción del Espíritu Santo.

Cristo está ahora entre nosotros hasta el fín del mundo Cerramos en este Domingo de Resurrección la Semana Santa, pero para muchos esta semana terminó el Viernes Santo. Es como si con la muerte de Jesús se acabase toda la intensidad de estos días tan profundos para
el cristiano. Vuelven a sus propias vidas y no aguardan la resurrección del Maestro, pues ven a la muerte como la losa que cierra el gran misterio de la redención. Sin embargo este enfoque mutila el verdadero sentido de nuestra fe, pues nosotros creemos en un Cristo crucificado y muerto por nuestros pecados, sí, pero también en un Cristo que ganó por nosotros la vida eterna con su
victoria sobre la muerte. Lo uno va ligado indisolublemente a lo otro, y así nuestra Teología de la Cruz lleva implícita también la convicción que expresa el Credo Apostólico: “Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”.

Por ello, rememoramos la Pasión de Cristo en estos días, como un hecho definitivo del pasado, pero en este Domingo sobre todo, proclamamos un hecho presente y actual: la realidad de que Cristo con su resurrección, está ahora aquí, entre nosotros, según sus propias palabras: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fín del mundo” (Mt 28: 20). Y si creemos que Él fue el primero en precedernos a la resurrección, también creemos que al igual que Jesús, nosotros también resucitaremos a la verdadera Vida junto al Padre. Y como prueba de esta realidad eterna Jesús está aquí hoy en la real presencia de Su cuerpo y sangre, por medio de los cuales nos ofrece perdón de pecados y fortaleza para nuestra alma. Cristo junto a nosotros, por medio de Su
Palabra y de los Sacramentos, como anticipo de nuestra resurrección y vida futura en el Reino de nuestro Padre. Este es el mensaje definitivo de nuestra fe, aquello que nos mueve cada día a vivir con alegría y confiados en las promesas divinas, y no como aquellos que no tienen esperanza (1 Tes. 4:13).

Y así el creyente, tal como el angel del Señor envió a las discípulos, es enviado a su vez al mundo a proclamar: “Que Él va delante de vosotros” (v7), y que ahora, seguimos un sendero donde el
pecado y la muerte ya no tienen más poder sobre nosotros. Es el sendero que Cristo va marcando con sus huellas, para llevarnos a la casa de nuestro Padre, poniendo toda nuestra fe en Sus palabras: “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn 14: 3).

CONCLUSIÓN

En esta Semana Santa hemos caminado con Jesús hacia el Calvario, lo hemos contemplado siendo abofeteado, azotado, hecho mofa, limpiando de su cara los salivazos, para al fin, verlo crucificado y colgando de la Cruz. Y era necesario recorrer este camino junto a Él, para experimentar la realidad de la perfecta Justicia de Dios, donde Cristo con su sangre, ha cubierto todos nuestros pecados y ofensas.

Los míos, los tuyos, los de toda la humanidad pasada, presente y futura. Pero aunque la Cruz nos consuela con su mensaje de redención, no podemos pararnos aquí. Aún no hemos llegado al final del camino. Pues Jesús ya no está colgado de un madero, y tampoco yaciendo en un sepulcro.

Jesús está ahora en el camino de nuestra vida, junto a nosotros, y para siempre.

¡Un sepulcro abierto lo proclama hoy al mundo, en este Domingo de Resurrección!, ¡Aleluya!.

¡Que así sea, Amén!.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo,

Sevilla

domingo, 1 de abril de 2012

Domingo de Ramos.

“La Pasión del Cristo”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Zacarías 9:9-12

Segunda Lección: Filipenses 2:5-11

El Evangelio: Juan 12:20-43

Domingo de Ramos

Cartagena

Saludos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo …

Hoy es Domingo de Ramos y también el Domingo de la Pasión.
Hoy empezamos la última etapa de nuestro peregrinaje hacia Jerusalén. Hacia la cruz y la tumba vacía. Hacia la Pasión y Resurrección de Jesús. Hacia el sufrimiento y la muerte de Jesús para el mundo que amó tanto. Un mundo por el que Jesús estaba dispuesto a sacrificar su vida.

Jesús describió su Pasión a Felipe, Andrés, y a todos los griegos en esta manera. Que sería necesario ser levantado en el árbol para atraer a todos a sí mismo.

Los griegos vinieron a Felipe y Andrés con el deseo de ver a Jesús. ¿Creen que ellos pensaban que sería por medio de un árbol que la muerte seria vencida?

Jesús les dice el verdadero motivo del deseo de verlo: “Ha llegado la hora” dijo Jesús “en que el Hijo del hombre sea glorificado.”

Jesús no podía ser glorificado sin cumplir con la voluntad del Padre: “Ahora está turbada mi alma,” el dijo, “¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora.

Padre, glorifica tu nombre.”

Una voz del cielo anuncia la glorificación de Cristo. La voz explicó cómo será glorificado a Jesús. Jesús será glorificado por su victoria sobre Satanás: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.”

El evangelista San Juan dice que Jesús decía esto “dando a entender de qué muerte iba a morir.”

Qué extraño es el Dios que tenemos…

Cuan contrario son los caminos de Dios en contraste con las expectativas de nuestro mundo.

¿Ser levantado en la cruz es ser glorificado?

Ser levantado en la cruz en la muerte ilustra para nosotros como es Dios. Que Jesús es un Dios de vida porque es un Dios que muere. Que el árbol de la cruz es el árbol para la vida del mundo. Que la muerte de Jesús trae vida al mundo. Que la muerte de Jesús trae esta vida a todas las personas.
Jesús les dice a estos griegos otra declaración desconcertante: “que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto.”

Cuando Adán y Eva comieron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. En el Edén, vino la muerte al mundo. Adán y Eva entendieron el resultado de su pecado. Ahora tendrían que trabajar y sudar. Ahora tendrían que trabajar la tierra y sembrar semillas que morirían. Adán
y Eva sabían lo que pasaría en la muerte de estas semillas: Que habría fruto nuevo para comer, que habría fruto nuevo para sustituir el fruto del paraíso, que habían perdido con su pecado.

El ritmo de la naturaleza es el ritmo de sembrar y cultivar, el ritmo del descenso en la tierra y el ascenso en la creación con los arboles fructíferos.

Jesús es la semilla de la nueva creación. El creador de todo debe hacerse uno de nosotros. Debe ser concebido por el Espíritu Santo. Nacer de la Virgen María. Padecer bajo Poncio Pilato. Ser crucificado y morirse en el árbol.

Como todas las semillas antes de El, este cordero que fue matado debe ser enterrado en la tierra.

Pero la muerte y el entierro de este cordero son para la vida del mundo. Y en el tercer día, comienza su ascenso hacia el cielo levantándose de la muerte.

Su resurrección es el primer fruto de todos que se han fallecido. Su ascensión es nuestra entronización en el cielo incluso ahora entre los santos que están con El.

El foco de nuestra vida se basa en el árbol de la cruz. Esa cruz ahora es el árbol de vida. Esa cruz es donde Jesús nos sirvió al dar su vida en rescate por todos.

Ser siervo de Cristo es un llamado a seguir a Jesús en sufrimiento y muerte. Ser siervo de Cristo es ser levantado en sufrimiento como Jesús fue levantado. Ser siervo de Cristo es interpretar nuestros sufrimientos y los sufrimientos del mundo por medio de la pasión de Cristo Jesús.

Muchos que contemplan esta cruz cumplirán con la profecía de Isaías. Ellos no verán ni oirán, ellos no serán sanados por la sangre que brota de las heridas de Cristo para dar salud y restauración a un mundo roto por el pecado.

Porque tienen miedo de confesar esta “Pasión” del Cristo. Pero ustedes que comparten esta pasión santa de Jesús.

La pasión de participar y proclamar el sufrimiento y la muerte de Cristo a un mundo caído.

Ustedes que comparten esta pasión santa de Jesús. Levanten sus ojos para ver en la cruz su Dios.
Vean el Dios que sacrificó su vida para ustedes. Vean el Dios que expió por sus pecados por medio de una muerte brutal y violenta.

Si ustedes desean ver qué tipo de Dios tienen, levanten sus ojos al árbol y vean la Pasión del Cristo.

El objetivo de la pasión de Cristo ha sido alcanzado.

Consumado es. La hora ha llegado. Es glorificado el Hijo del hombre.
Amén.

Profesor Arthur Just