domingo, 19 de agosto de 2012

12º Domingo de Pentecostés.


   Comer para vivir

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                

Primera Lección: Josue 24:1-2, 14-18

Segunda Lección: Efesios 5:6-21

El Evangelio: Juan 6:51-69

Sermón

Introducción. En nuestra familia siempre nos preguntábamos a la hora de reunirnos si comíamos para vivir o vivíamos para comer. Esto se daba porque siempre había mucha comida y sobraba mucha comida. En la lectura del Evangelio de hoy Jesús habla de que es necesario comer para vivir, pero Él amplia nuestro concepto de vida y de qué es necesario para vivir eternamente. Esta afirmación llevó a muchos de sus oyentes de distancia.

Lo que realmente da vida. Resulta curioso comparar lo que sucede con Jesús en la lectura de hoy, con la sabiduría popular que hay en muchas iglesias con respecto al crecimiento de estas. Jesús tenía a su alrededor una multitud, a quienes les predicaba, pero al final de su sermón, aparentemente se quedó con muy pocos seguidores. Muchos opinan que hay que acomodar el Evangelio a la gente, que la Palabra de Dios tiene que ser expuesta de tal manera que sea más aceptable sobre temas difíciles, no tiene que crear fricción o incomodidad, no debe denunciar el pecado y cosas similares. Jesús, sin embargo, presenta algunas de las cosas más difíciles que alguna vez enseñó a los suyos.

Cuando Jesús dijo que Él es el pan vivo del cielo, explicó que este pan, que da vida al mundo, es su carne. Los judíos inmediatamente preguntaron cómo es que puede dar de comer su carne. ¿Acaso está tratando de promover el canibalismo? En lugar de aclarar esto que era ofensivo, hace una declaración aún más difícil de entender y aceptar: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Esta fue la mayor sorpresa y ofensa para los judíos. El Antiguo Testamento dice que los israelitas tenían estrictamente prohibido comer o beber sangre, porque se creía que la vida de las personas y los animales estaba en su sangre (Levítico 17:10-15). El castigo por desobedecer era que Dios no miraría con agrado a esta persona y que tendría que ser quitado del pueblo de Israel, eliminado de la comunidad del pacto. Por eso es ofensivo que Jesús les dijera que tenían que debían comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna y permanecer en Él. Él estaba mostrando que esta ley del Antiguo Testamento, que prohibía beber sangre, era una preparación para que puedan comer del único que puede dar vida eterna. Él es el pan que nos alimenta para vivir para siempre. Sólo viviendo de la vida de aquel que vive para siempre, nosotros podremos vivir para siempre. 

Cada comida que comemos en esta vida, ya seas carnívoro o vegetariano, es una lección de que vivimos todos los días de la muerte de otra cosa. Todos los alimentos que necesitamos vienen de la muerte de alguna planta o animal. No podemos sobrevivir de las rocas o arena, tenemos que comer algo que una vez tuvo vida. Pero, inevitablemente, incluso comer este alimento no impedirá que algún día muramos. Nuestra vida no puede mantenerse eternamente por este tipo de alimento terrenal, no importa qué tan saludable sea la dieta que elijamos. Pero sólo hay un tipo de alimento, de la cual Jesús habla aquí, que da la vida eterna. Cuando comemos la carne de Jesús y bebemos su sangre, vivimos a causa de Él. Vivimos por la muerte de otro, la muerte de Jesús en la cruz por nuestros pecados. Él ha dado su carne como pan para la vida del mundo. Por eso su carne y su sangre son su vida por nosotros, su vida de resucitado mora en los que comen y beben de Él.

Tratamos de preparar nuestra propia comida. Así de impactante eran las palabras de Jesús en este sermón, que muchos de sus discípulos dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” En efecto, para ellos Jesús había ido demasiado lejos. ¿Cuantas veces tratamos de persuadir a Jesús para que no nos incomode? ¿Qué cosas te son demasiado difíciles de escuchar? Jesús sabía que ellos se quejarían y dijo: “¿Esto os ofende? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?” Si fue  difícil para ellos creer que Él era el pan del cielo, que era Dios hecho carne, que vino para dar su vida por el mundo y que la vida eterna se encuentra sólo en Él, ¿qué pensarían al ver a Jesús elevarse al cielo? Las obras de Dios son demasiado increíbles para creer. Pero Jesús no les da lugar para ablandar su enseñanza. Es más, luego afirma que estas palabras son espíritu y son vida la carne no sirve para nada.

En esta afirmación Jesús no se está refiriendo a su propia carne, sino estaría en contradicción con todo lo que dijo antes sobre su carne otorgando vida eterna, que su carne es verdadera comida y es pan de vida. Él se refiere a nuestra carne y mente pecadora que no reciben sus enseñanzas. Él está diciendo que nuestra carne pecadora se opone a Dios y no cuenta con Él para nada, ya que rechaza la Palabra de Dios y el obrar del Espíritu. Entonces Jesús se refiere a aquellos que, como Judas, no creen y explica que sólo se puede llegar a Jesús y tener fe si el Padre los atrae hacia Él. Así que esta es la razón por la cual la carne no ayuda para nada, porque no puede comprender o llegar a las cosas de Dios. No tenemos ningún poder en nuestra carne pecaminosa para buscar a Dios. Sólo su Espíritu y su Palabra pueden despertar la fe en nosotros. 

Estas palabras fueron tan escandalosas para los oyentes de Jesús que muchos de sus discípulos se dieron la vuelta y no quisieron andar más con Él. Lo mismo pasa en muchas ocasiones hoy día. La iglesia cristiana no debe cambiar el Evangelio para mantener a los oyentes. Algunos pueden sentirse ofendido por el mensaje y seguir su propio camino. Jesús no va a diluir su Palabra para que nos sea más aceptable. Cuando nosotros tratamos de hacerlo corremos el riesgo de perder y distorsionar completamente el Evangelio. 

Jesús tenía un amor muy profundo por la Verdad de Dios, tanto que Él preguntó a sus discipulos si ellos también lo dejarían. Pedro le contestó con las palabras “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Damos gracias a Dios que Él crea en nosotros la fe y nos atrae cerca de Él para creer, incluso en una enseñanza sorprendente de que debemos comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna. 

Comer y beber de Cristo para vida eterna. ¿Qué es exactamente lo que quiso decir al comer y beber su sangre y carne, y sobre todo cómo hacemos esto? ¿Quiere decir tenemos que practicar una especie de canibalismo? Es evidente que no. ¿Se refiere al consumo de su carne y sangre en la Santa Cena? ¿O hay otro tipo de alimentación? Se trata de un tipo diferente de comer de lo que hacemos con nuestras bocas y estómagos. Jesús aquí está hablando de un comer espiritual y de una comida que se da por la fe. Así como nuestro cuerpo necesita nutrientes de los alimentos, nuestra alma también necesita este alimento eterno de la carne y sangre de Jesús, la vida del mundo. Jesús habla aquí de un comer espiritual. Él dice que comer y beber de Él es tener vida eterna. En este capítulo, Jesús dice que cualquiera que lo mira a Él y cree en Él tiene vida eterna (6:40), que quien oye y aprende del Padre viene a Él y cree que tiene vida eterna (6:45, 47). 

Así que Jesús a quienes oyen y creen en Él les otorga lo mismo que a quienes comen y beben de Él. Así que comer y beber de Jesús es escuchar y creer en Él y recibirlo como aquel que Dios ha dado para dar vida al mundo, y aferrarnos a esta verdad en todas las dificultades y tentaciones. 

Quedamos satisfechos de Jesús cuando escuchamos la Palabra de Dios, leída, predicada, hablada entre nosotros, cuando recibimos los sacramentos por medio de la fe. Sólo para los que comen y beben de Cristo en este camino espiritual, por la fe, es la vida eterna. Jesús dice que todos los que comen de Él de esta manera tienen vida eterna. Él dice: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”

Además de esta forma espiritual de comer y beber a Cristo por la fe, también hay una segunda forma en que comemos de Cristo, y eso es a través de la Cena del Señor. En esa comida nos da su cuerpo y sangre en nuestra boca, así que lo que comemos en el pan y bebemos en el vino, es realmente el cuerpo y la sangre de Jesús. No como un símbolo, sino con su presencia real, de manera misteriosa. Comemos su cuerpo y sangre para nuestro perdón y vida eterna. Pero incluso esta segunda manera de comer la carne de Jesús y beber su sangre no es de ningún beneficio para nosotros a menos que comamos de Él espiritualmente por la fe. Sin la fe en Jesús como el Hijo de Dios y sin creer en sus beneficios de gracia para nosotros en su muerte en la cruz y en su resurrección, en realidad es perjudicial recibir la Cena del Señor. De hecho, estamos tomando la Cena del Señor para nuestro perjuicio y daño en caso de que la recibamos sin fe, o sin arrepentirnos de nuestros pecados. La escritura advierte que si lo comemos sin discernir el cuerpo, se come y bebe juicio y la participación indebida en realidad nos hace pecar contra el cuerpo y sangre de Jesús (1 Corintios 11:27-32). 

Por lo tanto, Jesús no está diciendo que cualquier persona que pasa y realice la acción exterior de la Cena del Señor se le concede la vida eterna, como si esta acción de comer lo salvaría y no la fe. Solo cuando uno ha comido espiritualmente de Cristo por la fe, entonces los beneficios de la Cena del Señor se derraman también en nosotros. En primer lugar por la fe en el corazón, y el segundo por una alimentación física del cuerpo y la sangre de Cristo, realmente participamos de los dones salvíficos de Dios por nosotros: La sangre de Jesús derramada para el perdón de nuestros pecados. Así los niños o  los creyentes que todavía están pasando por la instrucción en las doctrinas básicas de la fe y aún no han comido la Cena del Señor, tienen los beneficios de la gracia, de la plenitud de Cristo, ya que comen y beben espiritualmente por la fe. No tienen que esperar hasta que hayan recibido la Cena del Señor para tener el don completo de la salvación.

Conclusión: La enseñanza de Jesús es dura y difícil de entender. Se nos invita a creer que el don de la vida eterna viene por medio de la muerte de un hombre extraordinario, que en el aspecto físico no parecía diferente de nosotros. Un hombre que hizo sorprendentes afirmaciones que sólo Dios puede hacer y ofreció su propia carne y su sangre como sacrificio para traernos vida eterna. El comer y beber su carne y sangre, simplemente es vida para nosotros y en nosotros. Muchos de los discípulos de Jesús se apartaron de Él en estas enseñanzas. Es el Espíritu quien nos afirma en la vida eterna por medio de las palabras de Jesús, mientras que el mundo puede ofrecer nada más que un disfrute temporal y muerte. Quiera Dios que nunca le demos la espalda, sino que vayamos a festejar siempre y continuamente en la comida de Jesús como alimento que nos da la vida eterna. A diario, semanal o mensualmente comemos de Cristo para que nos sostenga en el camino a la vida eterna. Hemos creído y llegado a saber que Jesús es el Santo de Dios. Ahora la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús para vida eterna. Amén.

Pastor Gustavo Lavia

domingo, 5 de agosto de 2012

10º Domingo de Pentecostés.


     Jesús el Pan de Vida

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                        
Primera Lección: Éxodo 16:2-15

Segunda Lección: Efesios 4:1-16

El Evangelio: Juan 6:22-35

Sermón

 “Pan” podría ser el título para el sermón de hoy, en el cual Jesús se manifiesta a sí mismo como el pan de la vida. En el pan para el cuerpo piensan los oyentes de Jesús cuando dicen: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”. Con estas palabras se refieren al milagro que Dios obró en el desierto cuando salieron de Egipto. Después de haber cruzado el mar Rojo, el pueblo de Israel quedó libre de la esclavitud y la servidumbre a la que había estado sujeto. Los israelitas tenían tras sí el mar Rojo y por delante a Canaán, la tierra de promisión y reposo. Pero entre el mar Rojo y Canaán se extendía el desierto que tenían que cruzar. Por su dureza de corazón, que sólo veía siempre con pesimismo todo lo que Dios hacía, la peregrinación por el desierto se prolongó 40 años y el pueblo tuvo que padecer muchas privaciones. Levantaron quejas y acusaciones contra Moisés y Aarón, diciendo: “¿De dónde sacamos pan aquí en el desierto para que comamos?” Esta queja fue seguida de la siguiente acusación: “Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. Pero Dios no trató con ellos según los méritos de ellos, sino conforme a su misericordia. Les dijo: “Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros… venida la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento; y por la mañana descendió rocío en derredor del campamento. Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer. (Éxodo 16:8, 13-15)

Con razón la vida del creyente se compara con una jornada por el desierto. Mediante el bautismo, el cual San Pablo lo compara con el paso de Israel por el mar Rojo, Dios nos ha sacado de la esclavitud y librado del diablo y de todas sus obras, de toda su pompa y nos ha hecho promesa de salvación, diciendo: “El que creyere y fuere bautizado será salvo”. Pero así como muchos de aquellos que cruzaron el mar Rojo no lograron llegar a la tierra prometida, sino que murieron en el desierto a causa de su incredulidad (1 Corintios 10:1-5), asimismo hoy no todos los que son bautizados serán salvos; algunos serán condenados a causa de su incredulidad, porque sin Jesús, esta vida es un desierto sin pan. Por eso Jesús en el texto trata de elevar el deseo de sus oyentes del pan terrenal hacía el pan celestial. Tampoco nosotros debemos quedar satisfechos con sólo tener el pan terrenal, sino que debemos buscar el pan celestial para el alma, para tener vida en abundancia. Que Dios bendiga su palabra en tanto que consideramos el siguiente tema: Jesús es el Pan de la Vida:

El pan terrenal baja del cielo. “Pan del cielo les dio de comer”. Con estas palabras se confiesa que Dios, maravillosamente allá en el desierto, cuidó de las necesidades materiales de sus hijos. Esto demuestra que Dios no es un fantasma, suspendido en el aire, que no se preocupa por sus criaturas. Dios es el Dios vivo que alimenta las aves del cielo y viste las flores del campo, y que promete a cada uno de sus hijos: “No te dejaré ni te desampararé” (Hebreos 13:5).

Muchos no creen eso y dicen: Si, en la Biblia está escrito que el Señor dio el maná en el desierto y que Jesús multiplicó maravillosamente el pan, alimentando con cinco panes de cebada a una gran muchedumbre. Pero en la actualidad el pan no cae del cielo, sino al contrario, si quiero progresar en las cosas de este mundo, no debo preocuparme mucho por la religión, porque eso de ir a la iglesia no tiene provecho, y con mucho orar, uno no sacia el hambre. Pero al que cree que es cuento que el pan sea providencia divina, se le debe recordar que Dios todos los días obra los mismos milagros que nos relata la Biblia. Jesús en las bodas de Caná de Galilea transformó el agua en vino y sus discípulos fortalecieron su fe en Él. Dios todos los días transforma el agua en vino: cae la lluvia, entra la humedad en la vid y pasa de allí a las uvas y de éstas se hace el vino. Jesús multiplicó el pan. Todos los días Dios multiplica los granos que sembramos para que haya pan, aun para aquellos que no siembran. Es pueril decir: “Yo compro el pan”. Es cierto que compramos el pan, pero pagamos el pan. Realmente pagamos algo por el trabajo del panadero, algo por el del molinero que transforma el grano en harina, algo por el agricultor que siembra y cosecha, pero el trabajo del trigo, ¿quién lo paga? El agricultor con el camión vacío va al campo y vuelve cargado con trigo. ¿Dónde lo compró? No lo compró; es un don de Dios, un don que bajó del cielo, conforme a la promesa divina: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.” (Génesis 8:22). Por eso Jesús en la Cuarta Petición del Padrenuestro nos enseña a pedir así el pan: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. Lutero explica esta petición así: “Dios, en verdad, da el pan de cada día, aun sin nuestra oración, también a todos los impíos”. Para Dios es cosa tan sencilla concedernos dones terrenales que hasta los da a los que no los piden, porque hace salir su sol sobre malos y buenos, llover sobre justos e injustos. Ya que Jesús nos manda pedir el pan, debemos reconocer el pan como don de Dios y recibirlo con acciones de gracias.

El hombre necesita más que pan. Cuidar solamente del bienestar corporal significa rebajar al hombre al nivel del animal. En el animal se cuida solamente el cuerpo. Pero acerca del hombre dice Jesús “¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo, mas perdiere su alma?" (Mateo 16:26). Aunque el hombre tiene pan de sobra, no puede añadir un centímetro a la estatura de su cuerpo. Por lo tanto el hombre necesita tesoros que no puedan ser consumidos por las polillas ni robados por ladrones, ni que estén sujetos a la pérdida, sino que puedan llevar más allá del sufrimiento, más allá de la muerte, a la eternidad. Por eso Jesús trata de fijar en la mente de sus oyentes la idea del pan de la vida (v. 32). Jesús no niega el milagro de Moisés, sino que lo explica y lo aplica a sus oyentes. No fue Moisés el que dio el maná, sino Dios por medio de Moisés. El maná no fue el verdadero pan, sino un símbolo del pan verdadero que bajó del cielo, que es Jesús. Comparado con este pan de vida, el pan para el cuerpo, como lo era el maná y lo son todas las cosas de este mundo, son pérdida y basura. Sobre esto nos dice San Pablo: “Más aún, todas las cosas las tengo por pérdida, a causa de la sobresaliente excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, Señor mío, por causa de quien lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para que yo gane a Cristo” (Filipenses 3:8).

Interés material en la religión. Si buscamos una prueba de lo que es el pecado, aquí la tenemos. Es la ceguedad del hombre natural que, sabiendo que es mortal, no se afana por el más allá, sino que busca un interés material hasta en la religión. Para poder creer en Jesús piden de Él un milagro mayor que el que Moisés obró en el desierto. Si Moisés dio el maná en el desierto, entonces Jesús, puesto que es el Mesías, por lo menos debería darles una despensa repleta, dándoles milagros todos los días, un pan mejor que el maná y que los panes de cebada con los cuales los había alimentado. Olvidan los milagros que Dios ha obrado y piden nuevas señales para creer.

He aquí también un cuadro del hombre enceguecido y corrompido de la actualidad. Muchos son los que acuden a Dios para pedirle ayuda material, buena escuela, consejo para progresar en el trabajo, pero pocos son los que, afligidos por sus pecados, acuden a él para consultarle sobre el camino de la salvación. Entonces suena como ironía cuando Dios en su Palabra afirma que en primer lugar la Iglesia no es un instituto de beneficencia, sino que el tesoro de la Iglesia es el Evangelio de Cristo para la salvación de los pecadores y el único camino que lleva a la vida eterna. Jesús es el Salvador del pecado, el cual no quieren dejar. Jesús quiere librarlos del poder del diablo, en cuya existencia no creen; Jesús quiere librarlos de la muerte eterna, a la cual no temen y por lo tanto, Jesús para ellos no cuenta y así como en nuestro texto los judíos citaron falsamente un hecho bíblico para esconder su incredulidad, asimismo hoy en día, con vanas excusas tratan los incrédulos de disimular su incredulidad. A pesar de que Dios al crearlos, ya se ha manifestado en ellos mismos, dándoles ojos, oídos, la razón, y todos los miembros, ellos olvidan este milagro y piden otros. Si hay un Dios, dicen ellos, no debería permitir guerras, miseria, sufrimiento, sino conceder salud y gozo continuo.

Pero Jesús no cede a las exigencias carnales de sus oyentes, tampoco quiere predicarles lo que les agrada, sino lo que les conviene. Aunque el hombre viviera ochenta años y todos los días se las pasara en banquetes y se vistiera de púrpura y lino fino, de nada le serviría todo eso, porque polvo es y al polvo volverá. No es por lo tanto la desgracia más grande que seamos pobres, que estemos enfermos o que suframos cualquiera otra desgracia; la desgracia más grande sería morir para ser condenados como aquel hombre rico de que nos habla Jesús en la historia del hombre rico y Lázaro. Para que esto no suceda, Jesús se presenta a sí mismo como el pan de la vida, que da vida al mundo.

Cristo en otra ocasión, al hablar de su obra redentora, se comparó a sí mismo con un grano de trigo. Sería inútil guardar el trigo sin sembrarlo. Un Mesías como el que ellos esperaban para nada nos serviría. El grano de trigo para dar fruto tiene que ser sembrado en la tierra. La aparente muerte del grano es fuente de nueva vida. Así Jesús, al morir por los hombres, los redimió de la muerte, del pecado y del poder del diablo. Para continuar con este cuadro, se puede presentar la obra de Jesús bajo el símbolo del pan. Para preparar pan el grano tiene que ser molido, triturado, cocido en el calor del horno y puesto a refrescar para ser ofrecido como alimento para saciar el hambre. También Jesús fue triturado por los azotes, golpes, espinos y clavos durante su inocente Pasión. Fue “cocido” en el horno de los sufrimientos, en cuerpo y alma, fue puesto en el sepulcro frío y después de su resurrección, mediante la predicación del Evangelio, ofrecido como pan de vida a los que tienen hambre y sed de justicia, la justicia que vale ante Dios. Como el que tiene hambre recibe el pan, así los pecadores que están afligidos por sus pecados y temen el juicio final, gustosamente aceptan a Cristo y por medio de Él quedan saciados.

Durante su vida aquí en la tierra están contentos con su suerte. Si Dios les da bienes, no son orgullosos, porque saben que los bienes son dones de Dios y los usan para la gloria de Dios y para el bienestar del prójimo. Si son pobres y tienen que soportar sufrimientos, no se desesperan, porque saben que este corto tiempo, que es la vida, comparado con la eternidad, pronto pasará, y por los méritos de Cristo llegarán al lugar donde hay hartura de alegría y delicias eternas y donde no tendrán más sed; ni los herirá el sol, ni calor alguno: porque el Cordero que está en medio, delante del trono, los pastoreará, y los guiará a fuentes de agua de vida; y limpiará Dios de los ojos de ellos toda lágrima. (Apocalipsis 7:16-17)

Dónde encontrar el pan de la vida. Los que oían a Jesús en aquella ocasión se burlaban de Él cuando le pidieron aquel pan, porque seguían en su pensamiento carnal, cayendo así en el juicio del endurecimiento de corazón. Nosotros empero con corazón sincero queremos clamar: “Señor, danos siempre este pan”. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí; no me arrojes de tu presencia, y no me quites tu santo Espíritu. Restitúyeme el gozo de tu salvación, y el Espíritu de gracia me sustente”. Y así, cuando llegue nuestra última hora y convencidos de que el pan de este mundo no nos pueda saciar, podamos decir: “Señor, ahora despides a tu siervo en paz”. Con este fin, aprovechemos los medios de gracia instituidos por Cristo. Escuchemos atentamente su Palabra, mediante la cual Jesús se manifiesta a nosotros como el pan de la vida. Leamos la Biblia también en nuestro hogar, porque en ella tenemos la vida eterna, según la propia declaración de Jesús y el Señor mismo sacie nuestra alma con su presencia real en la Santa Cena, en el Pan y en el Vino, para que con el mayor valor pasemos por el desierto de esta vida hasta llegar al reposo eterno del Canaán celestial, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Jacobo Felahuer. Pulpito Cristiano. Adaptado por el pastor Gustavo Lavia