martes, 29 de enero de 2013

3º Domingo después de Epifanía.

”El Espíritu del Señor está sobre su pueblo”




TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA


Primera Lección: Nehemías 8:1-3.5-6,8-10

Segunda Lección: 1ª Coríntios 12:12-31a

El Evangelio: Lucas 4:16-30

Sermón

• Introducción

Ser testigos y dar testimonio es una acción importante y solemne que se requiere de las personas en muchas ocasiones. Esto es algo muy común en la vida civil, y que debiéramos asumir con responsabilidad llegado el caso. Además, cuanto mayor es el prestigio o posición del testigo, mayor es la fiabilidad en el testimonio que se le presupone. Y podemos encontrar un símil igualmente en la vida espiritual, pues el Padre da testimonio del Hijo (Jn 8:18), y continúa dándolo hoy en el mundo por medio del Espíritu Santo, como podemos leer en la Escritura (Jn 15: 26). Igualmente los Apóstoles fueron testigos del Evangelio y a su vez, cualquier cristiano lo es llamado a serlo igualmente de Cristo. Y en lo que concierne de manera más directa en relación a la acción en el testimonio del Espíritu Santo, nos encontramos con que éste no es un mero testigo pasivo, sino que su persona otorga no sólo testimonio, sino también poder. Un poder real y efectivo en la persona que lo recibe y que Jesús nos muestra hoy en el inicio de su vida pública en Nazaret.

• El poder del Espíritu Santo en Cristo

A estas alturas, y con una vida pública aún corta, Jesús ya había dejado sin embargo una huella profunda en el pueblo, y se había ganado una buena reputación como hombre impregnado de una gran sapiencia, no sólo intelectual, sino como de alguien que habla y actúa con poder: “Y Jesús volvió con el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos” (Lc 4:14-15). Pues el ser humano es capaz de discernir el poder superior que hay tras un mensaje o una acción, allí donde se percibe que lo que está aconteciendo no responde a la voluntad humana, limitada y falible, sino a instancias de más alto calibre. Y allí donde Jesús hablaba y actuaba, este poder era claramente percibido por sus congéneres, no dejando de sentirse admirados por el mismo. Uno de estos lugares donde el poder de Dios en Cristo se hizo presente fue la sinagoga de Nazaret. Era costumbre reunirse allí el día de reposo que, recordemos, no era para ellos el Domingo, sino el Sábado. Y como judío, tal era igualmente la costumbre de Jesús. Allí se alababa al Señor y se recitaban las Escrituras, lo cual era un honor y algo que se ofrecía a personas de reconocida sabiduría y conocimiento en la Palabra. Así pues, en aquella sinagoga de Nazaret, su tierra de crianza, le fue ofrecida la lectura del libro de Isaías (Is 61:1-2), concretamente donde el profeta proclama las buenas nuevas de salvación para Sion: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (v18-19). Y podemos estar seguros que la elección de la lectura del profeta Isaías no fue casual o aleatoria, sino fruto de la voluntad divina para mostrar a Israel que en Cristo se cumple la Escritura y que la liberación de los pobres, quebrantados y en general del sufrimiento fruto del pecado, será consumado en la nueva era de gracia que Jesús inaugura tras su bautismo y en el inicio de su ministerio: “Hoy se ha cumplido la Escritura delante de vosotros” (v21). La Escritura se ha cumplido aquí, pues la Palabra del Señor se cumple siempre (Is 55:11), y en este cumplimiento el Espíritu ha hecho público el plan de salvación de Dios para su pueblo. Ahora el anuncio de la obra redentora del Señor entre los hombres es dado a conocer a todos, y a todos mostrado el poder de Dios en Cristo Jesús por medio de las “palabras de gracia que salían de su boca” (v22). Y es precisamente esta gracia de Dios hacia el pecador, lo que nos maravilla y trae la Paz que sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7). Ya que cuando estábamos perdidos, cuando más hundidos en el fango nos encontrábamos y cuando más lejos de nuestro hogar nos hallábamos, Dios envió a su Hijo a buscarnos, a sanarnos, a liberarnos. Y éste poder salvador, a diferencia del poder humano, no será usado para dominar, someter o sojuzgar a los hombres, sino para traerles Vida donde ellos sólo pueden tener muerte. Y no debemos olvidar que este poder habita en cada creyente, en cada uno de aquellos que en fe han confesado el nombre de Cristo. Así, también nosotros podemos proclamar: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (v18).

• Un Evangelio abierto al mundo entero

Sin embargo, tras la inicial alegría ante la proclamación de liberación recibida, aún es posible para el hombre caer en las sombras de la incredulidad al pretender aplicar a la Palabra de Dios los criterios humanos que, normalmente, desembocan en el egoísmo y por último, en el rechazo a esta misma Palabra cuando no satisface nuestros propios deseos. Pues todos daban buen testimonio de Cristo y todos se maravillaban de él, pero de pronto surgió la pregunta en la mente del hombre: “¿No es éste el hijo de José?” (v22). ¿No es Jesús también un hombre al cual conocemos?, ¿podrá acaso tener el poder de Dios que proclama?. Y si lo tiene ¿no deberá demostrarlo y más aún aquí entre nosotros, su pueblo?. ¿Debemos creer acaso en un Mesías si no es por el testimonio de nuestros propios ojos?. Jesús conocía bien el corazón de aquellos que lo escuchaban en la sinagoga, tal y como conoce el corazón de cada hombre de este mundo, y no esperó que estas preguntas fuesen formuladas para pasar a responderlas directamente: “Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a tí mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra” (v23-24). Y es que los judíos reclamaban a Jesús señales, pruebas y milagros sin los cuales, despreciando la Palabra testificada ante ellos, sólo veían en él al humilde hijo de José. Pues sin la fe, efectivamente no puede el hombre ver en Jesús al Hijo de Dios, al Cristo, y menos aún recibirlo en su corazón. Aún así, Jesús sabe y asume el rechazo que recibirá por parte de muchos, y especialmente de los suyos: “De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra” (v24); fruto de la dureza de sus corazones, donde ni su palabra ni sus propias obras serán suficientes para romper el muro del pecado que los ciega. De tales se puede decir ciertamente como el Profeta Jeremías: “pueblo necio y sin corazón, que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y no oye” (Jer 5:21). Y conociendo la dureza de su pueblo, Jesús además les advierte que la gracia de Dios, despreciada por Israel, será llevada a otros pueblos si es necesario, para que la voluntad del Señor se cumpla: “muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en toda la tierra, pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón” (v26)”, “Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el Sirio” (v27). Así tenemos aquí un anuncio revelador, que desata la ira entre los judíos de Nazaret (v28-29): que la gracia, la misericordia y el Evangelio de salvación no son patrimonio de ningún pueblo, raza o cultura, sino de Dios en Cristo para el mundo entero. Nadie podrá pues apropiarse de esta gracia divina por sus propios medios, y de nada valdrán títulos, genealogías o pretendidos derechos adquiridos. Sólo el arrepentimiento y la conversión del corazón por fe en las promesas divinas, nos abrirán las puertas de los cielos; y sólo en este Cristo ungido por el Espíritu Santo puede el hombre tener esperanza de libertad y sanación completas para sus almas: “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech 4:12).

• El Espíritu del Señor está sobre su Iglesia

Este Evangelio de salvación en Cristo ha llegado pues a nuestras vidas, a todos aquellos que han sido ungidos por medio de la fe y rescatados de las sombras para ser llevados a la luz verdadera que alumbra a todo hombre (Jn 1:9). Ahora esta luz está sobre su pueblo, la Iglesia. Y como creyentes deberíamos querer también que esta presencia con poder de Jesús entre nosotros, hiciera que, como aquellos judíos que escucharon su testimonio en la sinagoga de Nazaret, no podamos apartar la mirada de Cristo (v20): “Bendita la congregación de la que la Escritura testifica que: los ojos de todos estaban fijos en él” (Orígenes) . Somos nosotros ahora, los cristianos reunidos cada Domingo, los que buscamos alabar y recibir el alimento espiritual que Dios provee para nosotros en la Palabra y los Sacramentos. Y así, sea en una Iglesia, en un hogar reunidos con otros creyentes, a solas, o incluso sufriendo persecución y muerte como tantos hermanos de fe en el mundo, seguimos proclamando: “Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro” (Salmo 4:6). El Espíritu de Jehová está sobre su Iglesia, sobre cada uno de nosotros, miembros de este cuerpo místico: “Vosotros, pues sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1ª Cor. 12: 27). Y por esto, cada uno de los creyentes que conforman esta Iglesia son importantes para el Señor. Desde el Pastor de una congregación, hasta el más humilde infante, todos ellos reciben el llamado a ser miembros activos aportando cada uno lo mejor de ellos mismos. Y para esto de nuevo, solo una cosa es necesaria: mantener fijos los ojos en Cristo, para que nuestra visión de la vida esté siempre impregnada de su presencia y palabra. Y que esta visión determine igualmente nuestro pensar, nuestro hablar y nuestro actuar desde al Amor que brota de Él. Y el resto de aquello que nos falte, nos será añadido sin duda por el Señor en abundancia (Mt 6:33). Aquellos judíos de Nazaret, quisieron matar al Señor, llenos de ira, y rechazaron el anuncio de liberación de parte de Dios. Nosotros sin embargo, muertos con Jesús al pecado en nuestro bautismo (Rom 6:4), nos gloriamos en su muerte y resurrección que para nosotros son Vida eterna. Y testificamos que el poder de Dios está ante nosotros en la Palabra, y en el pan y el vino donde cada Domingo la gracia y al Amor del Padre son derramados sobre nosotros. ¡El Espíritu del Señor está aquí entre nosotros¡, ¡El Espíritu del Señor está sobre su pueblo, la Iglesia!.

• Conclusión

Nuestra fe no sólo contiene un mensaje que anuncia vida, sino que por la acción del Espíritu Santo ella es Vida en sí misma. Y esta acción del Espíritu trae hasta nosotros el poder de Dios. El poder de ser llamados Hijos del Padre, el poder de recibir misericordia y el perdón de Dios como un regalo divino para nosotros; el poder de perdonar al igual que fuimos perdonados en Cristo y el poder de amar con el Amor por medio del cual hemos sido rescatados y llevados a los umbrales del Reino celestial. ¡Experimenta pues este poder de Dios en tu vida cada día!, ¡Vívelo y disfruta este don precioso del Padre que hoy de nuevo el Espíritu del Señor trae sobre nosotros!. ¡Que así sea, Amén!

J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

lunes, 21 de enero de 2013

2º Domingo de Epifanía.



Textos del día:

Antiguo Testamento: Isaías 62. 1-5

Nuevo Testamento: 1º Corintios 12. 1-11

Evangelio: Juan 2:1-11

“Jesús prepara lo mejor para el final”

Este segundo domingo después de Epifanía, a medida que Jesús se revela como Dios y hombre, llega su primer signo o milagro en Cana de Galilea. En la lectura del Evangelio, Jesús convierte el agua en vino, manifestando su gloria y bendición sobre el matrimonio.

Nos encontramos con el primer milagro de Jesús de manera inesperada o poco usual ¿Cuál era la situación crítica que necesitaba ser resuelta? Por supuesto, no todos los milagros que Jesús ha realizado fueron en situaciones críticas. Pero seguramente la mayoría de los que recordamos si lo fueron, por ejemplo Jesús curó a enfermos, echó fuera demonios, dio vida a personas muertas, alimentó a hambrientos, etc. A menudo personas enfermas o con grandes sufrimiento eran objetos de los milagros de Jesús y pero aquí no había un claro caso de necesidad. A pesar de esto el primer milagro de Jesús sucede en circunstancias diferentes. Nadie estaba enfermo o moribundo, nadie se moría de hambre. De hecho, los invitados a la boda ya habían bebido mucho y los anfitriones se estaban quedando sin vino. La mayor crisis fue que la celebración sería más corta de lo esperado y la novia y el novio se sentirían avergonzados por paso en falso en su vida social. Podríamos pensar que esta situación es demasiado común para requerir la intervención de Jesús. Pero para que la felicidad de los invitados no sea interrumpida y la nueva pareja no sea avergonzada, María demuestra simpatía y busca la ayuda de Jesús. Ella quiere que la ayuda ahora. No hay vino. Tienes que intervenir y arreglar esta situación. Ella mostró confianza en Jesús, creía que podía ayudar, pero ella quería que la ayuda sea en el momento que ella quería. La respuesta un tanto impersonal de Jesús muestra que el momento de la ayuda de Dios lo decide justamente Él y no nosotros.

“¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.”. Jesús habló repetidamente de esta “hora” aún no había llegado a lo largo del Evangelio de Juan. Se refería a que el tiempo para que su gloria sea revelada plenamente como el Hijo de Dios no había llegado. Fue sólo cuando el tiempo para la traición, el sufrimiento y la muerte estaba cerca, anunció que “ahora había llegado la hora”. Pero eso no significa que Él ignoró esta crisis, por grande o pequeña que fuera.

¿No solemos tener la misma mentalidad cuando nos enfrentamos a una crisis? Ni siquiera tiene que ser necesariamente una crisis. A veces hay algo que deseamos con fuerza y nos comprometemos a solicitar la hora de la ayuda requerida de Dios. “Dios, yo lo necesito ahora”. ¡Necesito paciencia y la necesito ya! Oramos diciéndole a Dios que ahora es el momento de intervenir y arreglar la situación. Cuando hay un problema en nuestra vida, puede ser esto sea todo lo que vemos y nos ciega a todo lo demás. Sentimos la urgencia, la presión sobre nosotros y actuamos. Tal vez cargados de estrés, tratamos de encontrar una solución a nuestro problema. No parece haber ninguna respuesta lógica y somos presa del pánico porque no hay salida. Tal vez ya hemos agotado todas las posibilidades de acción y todavía la solución no ha llegado. Nuestras opciones se han reducido a nada. De las personas que hemos dependido resultaron poco fiables y estamos en un verdadero aprieto. Por lo tanto, en medio de tanta desesperanza, allí recurrimos a la oración: “Dios ayúdame”. Tal vez no sean nuestras palabras, pero en nuestro corazón estamos pidiendo en silencio para que Dios envíe una respuesta rápida.

Jesús nos recuerda que Dios establece el tiempo de su respuesta a la oración. Quizá no nos dará la respuesta que queremos, ni siquiera en el tiempo que esperamos, pero Dios actuará. Nuestras preocupaciones no siempre son cuestiones de vida o muerte, como el milagro de las bodas de Cana, aunque a nosotros nos parezca que sí lo son. A veces es la salud, el trabajo, la familia u otro asunto de nuestra vida. Es fácil pensar que nuestras oraciones podrían ser demasiado pequeñas como para ser importante para Dios. Pero tenemos que tener la persistencia de María al buscar la ayuda de Dios, aun cuando nuestras peticiones pueden parecer pequeñas. Al mismo tiempo, debemos aprender de Jesús, que el momento de la ayuda de Dios no es el mismo que el nuestro. Podemos llegar a ser impacientes y hacer hincapié acerca de cuándo y cómo Dios tiene que responder a nuestra oración. A veces, sólo el paso del tiempo demostrará que Dios hace las cosas de una mejor manera de lo que habíamos planeado o anticipado. A veces, la crisis puede volverse más grande. Pero lo que no cambia es que la ayuda de Dios siempre está disponible para nosotros.

La ayuda de Dios, llega cuando ya no tenemos respuestas o soluciones y todo queda en manos de Él. Es allí cuando la ayuda divina viene al rescate.

Jesús aprovechó la oportunidad en este problema para hacer un milagro y bendecir a los novios con un regalo de boda que nadie olvidaría fácilmente. Él los rescató de su dilema, en el proceso reveló su gloria y mostró un primer vistazo de su poder como Hijo de Dios. Él utilizó este, su primer milagro, para dar su bendición al matrimonio como una institución sagrada, honrada y agradable a Dios. En muchas ocasiones se utiliza las celebraciones de la boda para describir el tipo de alegría que debería ser para la iglesia al estar unida a Jesús, su novio.

No hay ninguna otra vocación o llamado donde dos personas tan cercanas vivan en el perdón de los pecados. Todos los retos y las bendiciones de una vida juntos pondrá al marido y a la mujer en la constante necesidad del perdón de Dios. Así también pueden vivir con la alegría constante de ser perdonados y vivir juntos en amor y bendición de Dios. En las Escrituras se nos llama a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y nuestro cónyuge es nuestro prójimo más cercano, por lo tanto debe ser nuestro objeto de amor. Realmente no debería ser una sorpresa que Jesús haya honrado y bendecido el matrimonio, ya que es un lugar único para la vivencia del perdón, de la reconciliación y mostrar el amor que es un reflejo del propio amor sacrificial de Jesús por su Iglesia.

Sin embargo, la mayor importancia de este milagro es que mostró quién era Jesús. Más importante que la novia y el novio se salvarán de la vergüenza social, más importante que los invitados tengan suficiente vino, más importante que la bendición del matrimonio. Lo más importante de esta primera señal es que su gloria fue revelada y sus discípulos creyeron en Él.

Hay algo en el carácter de Dios que se revela cuando Jesús hizo este milagro. El dueño de la fiesta no tenía conocimiento del milagro que había ocurrido, pero cuando probó el vino, dio una evaluación objetiva de que se trataba de vino verdaderamente excelente. Aunque la mayoría de anfitriones sirve primero el buen vino, pensó que este anfitrión había guardado el mejor vino hasta ahora.  Él no sabía que fue Jesús y no el anfitrión de la boda quien guardó lo mejor para el final. En verdad, cuando la gloria de Jesús es revelada, sabemos y entendemos que Dios realmente quiere guardar lo mejor para el final. Aunque Jesús no siempre actúa en la hora que esperamos o en el momento que deseamos, el plan de Dios es en última instancia el mejor camino. Nosotros no podemos ver completamente nuestra vida, pero será evidente en el cielo. Cuando Jesús se opuso a María por un breve momento, diciendo: “aún no ha venido mi hora” era el indicio de que algo más trascendental y más importante estaba por venir. Cuando ese momento llegó, la hora de la glorificación de Jesús como el Hijo de Dios, ciertamente no parecía ser el plan de Dios. Cuando el sufrimiento y la vergüenza de la cruz ocurrieron, parecía que el plan de Dios se había desmoronado. La gente exigió burlonamente a Jesús que actuara ahora y haga un milagro bajando de la cruz. Pero él se resistió. Se quedó allí. Su hora finalmente había llegado. Era la hora de la gloria de Jesús para ser visto en el sufrimiento y la humildad de la cruz.

Jesús en la cruz nos prepara sus dones más generosos, su muerte ha preparado para nosotros el Sacramento del Altar, el misterio del cuerpo y sangre de Cristo, que recibimos como su pacto duradero hacia nosotros. Domingo tras domingo lo largo de casi 2.000 años de cristianismo, se ha compartido el cuerpo y la sangre de Cristo, sin embargo, este don nunca se agota. La sangre de Cristo para el perdón de nuestros pecados nunca se agota. Por el contrario, mientras que el vino de Caná era una gran cantidad, con el tiempo se terminó. Fue un milagro de una sola vez, creando mucho vino para un propósito terrenal. Pero los dones milagrosos de Cristo de gracia para un propósito celestial, se siguen dando, domingo tras domingo, año tras año. ÉL ha preparado lo mejor para el final. Su último milagro y más grande en la tierra fue el de levantarse de entre los muertos, para una nueva vida en un cuerpo sano y superior. El mejor regalo que guarda para nuestro final. Después de nuestro lecho de muerte, vamos a cruzar de la muerte a su vida nueva y mejor.

Dios fielmente nos sigue otorgando un abundante suministro en nuestras vidas hasta que Él vuelva. Y cuando lleguemos al cielo, vamos a descubrir que realmente el mejor vino fue guardado para el final. Toda esperanza no cumplida, el anhelo, y las grandes pruebas de la paciencia que sufrimos en esta vida como esperábamos, finalmente serán satisfechos con las alegrías del cielo. Puede que no hayamos terminado con las cosas que queríamos, pero Dios siempre proveerá algo mejor. Así como los dones que Cristo nos ha dado en abundancia a través de su Espíritu Santo, por medio de su Palabra y de los Sacramentos nos han sostenido a través de la vida. Estos medios nos han consolado en tiempos de problemas y nos llenaron cuando nos faltaba. A través de la fe hemos creído en las promesas de Dios y esperamos la resurrección de los muertos.  El vino de la Sagrada Comunión es un anticipo de esta fiesta celestial por venir, el banquete celestial donde Cristo es el novio y la Iglesia es su Santa Esposa. Cuando alcancemos el cielo el vino no se agotará y nos maravillaremos al igual que el encargado del banquete, diciendo a Dios: “En verdad, Tú has guardado el buen vino hasta ahora” Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús para vida eterna. Amen.

Atte. Pastor Gustavo Lavia

domingo, 13 de enero de 2013

1º Domingo después de Epifanía.


El Bautismo de Nuestro Señor

 

”Un nuevo año lleno de bendiciones bautismales en Cristo”

 

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                     

 

Primera Lección: Isaías 43:1-7

Segunda Lección: Romanos 6:1-11

El Evangelio: Lucas 3:15-22

Sermón

         Introducción

Comenzamos un nuevo año en el calendario, y la mayoría de nosotros ya hemos expresado intensamente a conocidos, familiares y amigos, nuestros mejores deseos de paz, felicidad y prosperidad para el año que comienza. Son muchos además los que adoptan una actitud de renovación, de iniciar este periodo con nuevas metas, proyectos y deseos por cumplir. Parece como si el ser humano necesitase de un calendario para motivarse a mejorar y superarse, o para luchar contra sus adicciones y defectos. Pues en definitiva lo que el ser humano anhela en el fondo es ser un hombre nuevo. Los cristianos nos vemos también envueltos en este enfoque renovador en nuestra sociedad, pero el creyente debe ser consciente que esta actitud de renovación y transformación, debemos mostrarla no solo una vez al año, sino cada día, y de que este anhelo es además posible para nuestra vida, gracias al pacto que Dios selló con nosotros en nuestro bautismo. Un bautismo que fue instituido por nuestro Señor (Mt 28:18-20), y gracias al cual podemos renacer cada día en la seguridad de que Dios nos cubre con sus promesas de perdón y salvación en Cristo Jesús.

         El bautismo de Cristo principio de nuestra salvación

El agua es un elemento limpiador y esencial para la vida en la Tierra, y por ello es además un símbolo de pureza y de vida, y fue usada de manera ritual por el pueblo de Israel y otros pueblos con el fín de mostrar la regeneración del hombre. Así la encontramos por ejemplo en la narración de la curación de Naamán, general del ejército del rey de Siria, enfermo de lepra, y enviado por el profeta Eliseo a lavarse en las aguas del rio Jordán (2 Re 5:10). O en el encuentro del ciego con Jesús, enviado también a lavarse a la fuente de Siloé para recuperar su vista (Jn 9:7). Son muchos los momentos en la Palabra donde el agua aparece conectada con la restauración y limpieza. Pero tal como enseña nuestro Catecismo en referencia al Bautismo: “El agua en verdad no hace cosas tan grandes , sino la Palabra de Dios, que está en unión con el agua, y la fe, que confía en esta palabra de Dios con el agua. Porque sin la Palabra de Dios el agua es simple agua y no bautismo.” (El Sacramento del Bautismo, Tercera explicación, Catecismo Menor). Es decir, el agua no contiene propiedades mágicas más allá de las que tiene de manera natural, pero en unión con la Palabra de Dios se convierte en uno de los medios visibles para que el Creador distribuya su gracia entre los hombres. Y esta agua y esta Palabra son las que Juan usó igualmente para proclamar el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados (Lc 3: 3), llamando al pueblo a poner ante Dios sus faltas y a la conversión de sus corazones. Y sorprendentemente para Juan, incluyendo una protesta ante lo que iba a acontecer (Mt 3:14) el mismo Cristo ocupó su puesto en la fila de aquellos pecadores que, reconociéndose tales, recibieron las aguas bautismales para perdón de sus pecados: “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado” (v21). Y éste es el primer sacrificio de Jesús por nosotros: ser considerado entre los pecadores. Aquél que no cometió pecado se hace uno de nosotros. Y así como él ofrece este sacrificio bautismal por nosotros que le conducirá hasta la Cruz para que se cumpla toda justicia: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mt 3:15), así este bautismo nuestro conectado ahora con el bautismo de Cristo, nos lleva a nosotros a crucificar diariamente nuestro viejo hombre, para renacer a una vida nueva. No una vez al año, sino diariamente, pues cada día nos alcanza la gracia de Dios derramada sobre nosotros por medio del agua y la Palabra, y sellada por el Espíritu Santo. Siendo así, los cristianos vivimos cada día como una renovación, como un nuevo comienzo. Y somos bendecidos diariamente por medio de nuestra fe, la cual da validez al pacto que Dios estableció con nosotros en nuestro propio bautismo. Celebramos pues el bautismo de Cristo como el inicio de nuestra liberación del pecado y el comienzo de nuestra salvación, pues Dios: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. “(2 Cor. 5:21).

         Las bendiciones bautismales del agua y el Espíritu

El bautismo de Juan era un bautismo para perdón de los pecados por medio de la llamada al arrepentimiento y el agua, pero en el bautismo de Cristo tenemos además el testimonio de una presencia más: la del Espíritu Santo: “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma” (v21-22). Y esta presencia marca una diferencia importante en dos sentidos: en primer lugar el Espíritu testifica la divinidad de Cristo, es el sello que garantiza que el Hijo de Dios está presente entre nosotros por medio del testimonio del mismísimo Creador: “y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en tí tengo complacencia” (v22). Y esta proclamación ratifica además el anuncio profético de Dios por medio del profeta Isaías: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones” (Is 42:1). Cristo, el siervo de Dios viene a este mundo a traer la verdadera Justicia entre nosotros. Pero además, en esta seguridad de la divinidad de Cristo, y en su solidaridad en las consecuencias del pecado por nosotros, nuestro bautismo se hace uno con el suyo, y también nosotros podemos estar seguros que el día que se nos abrió la puerta a la familia celestial en las aguas bautismales, la voz de Dios y la presencia del Espíritu proclamaron que nosotros también somos hijos amados suyos: “Tú eres mi hijo amado, en tí tengo complacencia” (v22). Y esta bendición nos acompaña y alcanza toda nuestra vida en este mundo, y por medio de la fe nos apropiamos de las bendiciones de la gracia de Dios en Cristo. Y es esta bendición bautismal, este sello que llevamos con nosotros, lo que nos permite vivir cada día sabiendo que, por encima de nuestros errores y pecados, de nuestros fracasos, de nuestras caídas en la vida, tenemos un Padre que extiende la mano de su Hijo amado hacia nosotros para sostenernos y traernos consuelo: “Sostiene Jehová a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos” (Sal 145: 14). Nuestra fe debe aferrarse pues a esta Palabra divina, pues la vida traerá momentos donde Satanás querrá hacernos dudar de estas promesas, y donde se nos llevará a sentir la desesperación de que no damos la talla, de que no somos suficientemente dignos del Reino de los Cielos. Sin embargo la fe que hemos recibido por gracia en nuestro corazón y la presencia del Espíritu en nuestra vida, nos advierten y previenen de esta gran mentira. Pues como enseña el Apóstol San Pablo: “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6: 7-8). Hemos muerto pues con Cristo en nuestro bautismo, y renacido del agua a semejanza de su resurrección, y por esta fe tenemos garantizada la vida eterna con el Padre. ¡Que nada ni nadie nos quite nunca esta seguridad y este consuelo!.

         Recuerda tu bautismo cuando laves tu cara

Hemos dicho al principio, que el agua es un elemento importante y de gran significado en la Palabra y la Obra de Dios. Desde los primeros momentos de la Creación: “y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn 1:2), hasta el resto de pasajes donde juega un papel importante simbolizando la vida, la purificación e incluso en algunos casos, un sentido de peligro o sufrimiento espiritual: “Sálvame, Oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma” (Sal 69:1-2). El agua y otros elementos materiales son como vemos, usados por Dios en su relación con nosotros, los hombres. Pues Dios no se relaciona con nosotros en un mundo de espiritualidad pura e inmaterial, sino que viene a nosotros en este mundo real y material creado por Él, y donde los elementos terrenales le sirven para llevar junto con su Palabra su gracia a los hombres. Sea por medio del agua bautismal, o sean el pan (cuerpo) y vino (sangre) que recibimos en la Santa Cena. La Creación sirve al Creador hasta el punto de que el mismo Verbo fue hecho carne entre nosotros (Jn 1:14). Y no debe extrañarnos pues que en este mundo de sofisticación, Dios use medios tan naturales y sencillos para los milagros más increíbles, y donde el bautismo es uno de los principales. ¿Qué papel jugará pues tu propio bautismo a lo largo de este nuevo año en tu vida de fe?, ¿será fuente de alegría y consuelo?, ¿te hará sentirte hijo amado del Padre en los valles oscuros de tu vida?. El bautismo suele ser un gran olvidado entre los creyentes, que no aprovechan su realidad espiritual como fuente de alegría para la vida diaria. Fuimos bautizados hace mucho tiempo, y frecuentemente cuando aún no podíamos expresar la fe recibida por nosotros mismos. Quizás algunos hasta se han olvidado de su propio bautismo, pero sin embargo Dios no se ha olvidado de nosotros. El Amor de Dios en Cristo alcanza a sus hijos en este mundo todo lo que dura sus vidas, y mientras existe la fe salvadora en nosotros, este sello tiene plena validez justificadora ante el Padre. Recuerda pues cada día el bautismo de Cristo, donde Jesús asumió la carga de nuestros pecados dando inicio a nuestra salvación, y el acto por medio del cual Dios dió testimonio de la presencia del Hijo amado entre nosotros. Esto es algo tan importante y consolador, que nunca deberíamos olvidar, y que tenemos que tener presente para, inmediatamente, recordar nuestro propio bautismo ligado al de Cristo en el Amor del Padre y el testimonio del Espíritu Santo. En su sencillez y claridad, Lutero expresó la importancia de este hecho con esta bella  exhortación: “Cada vez que laves tu cara cada mañana, recuerda tu bautismo”. Lava pues tu cara cada mañana, ¡tendrás entonces muchas ocasiones en este año de recordar el amor y perdón de Dios en Cristo para tí!.

         Conclusión

El dia que Jesús dio un paso al frente y ocupó su lugar en la fila de aquellos que iban a ser bautizados por Juan, la carga de nuestros pecados fue asumida por él. De esta manera se cumplían las profecías expresadas por el profeta Isaías, que anunciaban un siervo que cargaría con el peso de nuestras culpas: “mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is 53:6). Una carga que Cristo sigue llevando por nosotros cuando en fe, ponemos nuestras angustias y miserias a los pies de la Cruz. En este año que comienza ponte además una nueva meta: recordar cada día al despertar el milagro de la misericordia y perdón que tienes en Cristo por medio de tu fe bautismal. ¡Y disfruta pues un año lleno de las bendiciones bautismales que son tuyas en Cristo!. ¡Que así sea, Amén!                                                                                                      
 
                 J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo                                                            

domingo, 6 de enero de 2013

Epifanía.



Textos del día:



Antiguo Testamento: Isaías 60:1-6

Nuevo Testamento: Efesios 3:1-12

Evangelio: Mateo 2:1-12

Hoy comenzamos con el periodo de Epifanía, 12 días después de Navidad. Mientras terminamos nuestras celebraciones de Navidad, noche vieja y "Reyes", comienza la temporada de Epifanía, que hace hincapié en la revelación de Jesús como Dios y hombre. La palabra epifanía significa revelar o dar a conocer. A lo largo de estas semanas venideras de Epifanía nos centraremos en cómo Dios se nos reveló. Empezamos esta temporada Epifanía con la invitación a venir y adorar a Jesús con los Magos, que desde lejos llegan para postrarse ante su Rey recién nacido. No sabemos sus nombres. No sabemos cuántos eran. Tampoco sabemos con precisión cuando llegaron. Eran hombres misteriosos llegados de Oriente siguiendo una estrella en el cielo para adorar al Cristo, el Hijo de Dios. Ellos llegaron después de que los pastores habían regresado al campo y los ángeles al cielo. María y José habían cambiado el pesebre por una casa en Belén.


¡Ven a adorar a Jesús!
Aunque puede sonar como una invitación muy común, no hay nada de ordinario o de común en venir a adorar a Jesús, nuestro Rey. Los hombres sabios o magos que viajaron desde Oriente llegaron sin invitación o promesa de lo que iban a encontrar, pero llegaron para adorar a este niño que había nacido como el Rey de los Judíos. ¿Cómo supieron conectar la estrella al nacimiento de Jesús? ¿Qué esperaban encontrar? ¿Por qué razón creen que hicieron como extranjeros y gentiles serían bien recibidos en su nacimiento? Hay muchas preguntas interesantes que nos gustaría saber acerca de estos Reyes Magos, pero incluso el evangelio de Mateo no da ninguna información más específica que la que eran "del este". Por lo general se cree que vinieron de Babilonia o Persia, porque la palabra "magos" era utilizada en Persia para describir a los astrólogos reales o asesores. Además, la gente de allí habría estado en contacto con los judíos exiliados llevados a Babilonia y Persia como prisioneros de guerra. Tal vez oyeron o leyeron las escrituras hebreas sobre este gran acontecimiento.

¡Ven, adora a Jesús! con la convicción que da el Espíritu Santo de que Jesús viene a tu encuentro!
Aquel que está apartado de Dios, que venga a adorarlo con el corazón arrepentido de un hijo pródigo que se fue de casa, pero ahora vuelve a su padre. Quien no conoce a Dios, venga, adórele y vea cómo este rey redime y salva. Quien se esconde de Dios en la timidez o el miedo de sus pecados, que venga, le adore y reciba un nuevo corazón y el coraje que Dios le da a los creyentes. El que está triste y perdido, que siga la luz de su estrella, que es su Palabra, a la presencia de Dios y compruebe cómo Dios se ha hecho hombre para incorporarlo en su eterno reino y cuida de los suyos.

¡Ven, adora a Jesús con la sinceridad y la verdad de los Reyes Magos!
Ellos vinieron al rey Herodes buscando la verdad sobre Jesús. ¿Dónde se encuentra la verdad? En las Sagradas Escrituras, en el profeta Miqueas, diciendo que Jesús nacería en Belén. El pueblo humilde e insignificante de Belén que ganaría un nuevo honor y fama porque a partir de ahí nacería un nuevo rey de Israel, un Pastor que establecería un reino mucho más grande y duradero que el de David. Los sumos sacerdotes y los maestros de la ley en Jerusalén conocían la verdad de las Escrituras, conocían la profecía sobre el Mesías y ahora unos extraños personajes les confirmaban que esta profecía se estaba cumpliendo en ese mismo momento ¿Qué hicieron? ¿Alguno fue a adorar al Mesías con los Reyes Magos? Ninguno. ¿Fue el miedo al rey Herodes que les impidió unirse en esta búsqueda del Mesías? ¿Fue una fría indiferencia o escepticismo a la realidad de esta promesa?

¡Ven, adora a Jesús a pesar de los obstáculos!
Tal vez su vida está llena de "Herodes". Hay mucha gente en su vida que quieren que creas que se puede confiar en ellos, pero una vez que bajas la guardia te apuñalan por la espalda. Tal vez haya una batalla con un Herodes dentro de ti, que no quiere dar a Jesús un segundo de su tiempo o simplemente relegarlo a un segundo plano. Tal vez por el Herodes te tienes en tu interior, Jesús fue eliminado de tu vida. Herodes no quiere que asistas a iglesia, que estudies la Palabra de Dios. Este Herodes dentro de ti quiere convencerte de que la Paz es algo que tú solo puedes ganar. Isaías fue honesto acerca de la

oscuridad a la que nos enfrentamos, pero también fue honesto acerca de la esperanza que tenemos. Él escribió:
"mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria" Isaías 60:2 b. Tu vida, no es ordinaria y común, porque Dios está aquí por ti. Todos y en cada momento de tu vida, Él te está acercando cada vez más a la vida eterna que ha puesto a tu disposición a través de Jesucristo. A través de Jesús, todo se vuelve nuevo.

¡Ven, adora a Jesús con la alegría de los hombres sabios!
Cuando salieron de Jerusalén y vieron de nuevo la estrella que brillaba delante de ellos, señalando el camino a Belén, se regocijaron con muy grande gozo. ¿Alguna vez haz sentido ese tipo de alegría que sólo se derrama desde lo más profundo de ti, que parece que tu corazón fuera a saltar de tu pecho? El miedo y la oscuridad a menudo pueden conspirar para apagar nuestra alegría, para tapar la luz natural de Dios, pero la luz de Cristo, la estrella de la mañana que se levanta en nuestros corazones (2 Pedro 1:19, Apocalipsis 21:16) proyecta una luz aún en la más profunda oscuridad. ¿Están tus ojos puestos en la esperanza de ver la luz de Jesús o están fijos en las miserias que nos afectan? Ven a adorar el milagro de Cristo, nacido en el pesebre y asómbrate ante el milagro de la salvación de Dios. Alégrate con gran gozo en el camino de la salvación obrada por Dios.

¡Ven, adora a Jesús con tus regalos!
Cuando los Reyes Magos llegaron a su destino y vieron al niño Jesús. Fue digno de apreciar el ver a los sabios inclinarse en adoración ante un niño. Aquellos asesores de los reyes, que ahora se inclinaban ante el Rey. Quienes libres terrenalmente hablando, que no tenían necesidad de riquezas, de poder o ejércitos. Ante la presencia de un rey como Jesús ¿qué otra cosa se puede hacer sino inclinarse en adoración y ofrecer los pequeños regalos uno tiene? Incluso los costosos regalos que trajeron, dignos de un rey, eran un tributo insignificante para el Creador de todo el Universo, el que tiene toda la tierra en sus manos, recibía regalos de unas personas mortales. Pero ¿Qué podemos ofrecer en la adoración a nuestro Rey? Nada menos que nuestra alma, nuestra vida, nuestro todo. Sabemos, gracias a los Salmos, que Dios desea de nosotros una cosa por encima de todo: "Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios" (Salmo 51:16-17). Nosotros, que no tenemos ningún tributo digno para traer a nuestro Rey, sólo podemos traer lo que Él quiere, un corazón quebrantado y arrepentido. Porque sólo Él puede tomar nuestro corazón, roto por el pecado, y darnos un corazón nuevo y lleno de alegría. Recién entonces podemos traer el tributo de nuestras alabanzas, con nuestras voces, podemos hacer de nuestra vida una ofrenda, con las manos y los pies ofrecer el servicio de su reino a quienes nos rodean. Pero aun así, estos regalos que podemos ofrecer en adoración a Jesús son pequeños. Así como los magos, podemos abrir nuestras cajas de pequeños tesoros y ofrecer nuestros dones. Estas cosas que traemos como ofrenda ya pertenecen a Dios y Él nos las dio primero de a nosotros. Pero a medida que comenzamos a adorar a Jesús vemos que el hecho real de la adoración no es nuestro sacrificio y alabanzas. El hecho real del culto para los sabios y para nosotros es que Dios abrió sus tesoros y los compartió por medio de Cristo. Cualquiera pequeña acción de gracias que mostramos a Dios en la adoración nos recuerda que es porque Él obró primero y de manera mucho más grande al darnos el gran tesoro de la salvación.

Tanto los Reyes de Oriente como nosotros adoramos a quien nació como Rey, lejos del palacio real, muy cerca de un cofre de tesoros similar a una caja para alimentar animales y nació para ser Rey Siervo. Él no vino a ser servido, sino a servir. Así que abrió sus tesoros dando su vida al servicio a la humanidad, curando a muchos y anunciando la buena noticia a los demás. Hasta que sus manos y pies fueron fijadas con clavos a un madreo en forma de cruz. Pero allí en la cruz, sus manos y pies indefensos lograron el más grande acto de servicio de un Rey. Allí fue vertido el tesoro más preciado, Su sangre inocente en rescate por todos los pecadores. Esta obra de Jesús fue de valor infinito, porque con ella ha logrado nuestro perdón, vida y salvación. El único indicio que tenemos de que los Reyes Magos podrían haber anticipado este acto de sacrificio real, era para ellos y para toda la gente, fue el regalo de la mirra, una especia que se utilizaba para la sepultura, de hecho, también se utilizó en el entierro de Jesús. Fue este sacrificio que hizo que nuestro acercamiento a Dios sea posible. Por esto no adoramos a Jesús solo por ser un Rey recién nacido como los Reyes Magos lo hicieron. Ahora adoramos al Rey que llegado a la plenitud de su edad y sabiduría, vivió rectamente, murió en justicia y se levantó victorioso de entre los muertos y está sentado como Rey en el trono de Su Padre. Es a Él a quien venimos a adorar.


¡Ven, adora a Jesús donde Él se encuentra!
Así como la estrella de Belén le indicó a los Magos donde estaba Jesús, Él nos sigue indicando dónde se encuentra realmente, para que vayamos y disfrutemos de su presencia. Nos indica que Él nace en nuestros corazones cuando leemos u oímos su Santa Palabra. Nos invita a su presencia en la Santa Cena, donde se hace presente para perdonarnos y animarnos una y otra vez. Ya lo hizo en tu Santo Bautismo, donde te incorporó a su Familia Real. Fuera de estos sitios es imposible encontrar a Jesús para adorarlo realmente. Allí encontraras la felicidad de estar en la Presencia de tu Señor y Salvador.

Atte. Pastor Gustavo Lavia