domingo, 24 de febrero de 2013

2º Domingo de Cuaresma.



”Caminando con Cristo hacia Jerusalén”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      24-02-2013

Primera Lección: Jeremías 26:8-15
Segunda Lección: Filipenses 3:17-4:1
El Evangelio: Lucas 13:31-35
Sermón
         Introducción
El Evangelio lleva siendo proclamado en este mundo casi dos mil años, desde la ascensión de Cristo a los cielos. Y desde entonces han sido miles aquellos hermanos de fe entregados a proclamarlo y a testimoniar con sus propias vidas,  sobre él. En muchas ocasiones este anuncio fue recibido con gozo y alegría por los corazones contritos y arrepentidos. Pero también en muchas ocasiones el rechazo, el desprecio y la persecución fueron los frutos de esta proclamación a los hombres. Pues este Evangelio vino a un mundo que ciertamente lo necesitaba (y necesita), pero no a un mundo que esperase un mensaje  basado en el perdón y la misericordia de parte de Dios. Este mundo como decimos, ha puesto mucho de su parte para expulsar esta Buena Noticia de entre nosotros, de marginarla y frecuentemente también de corromperla hasta hacerla irreconocible. El poder religioso y político de la época de Jesús, trató destruirla matando en último término al Mesías, e igualmente los poderes de nuestro mundo actual tienen sus propias estrategias para combatir a la fe salvadora. Y debemos estar preparados en todo tiempo para hacer frente a esta realidad.
         La proclamación de Dios perseguida por el mundo
A estas alturas del ministerio público de Jesús, era ya evidente que el mensaje de nuestro Señor era incómodo para muchos en Israel. Habiendo dado muestras del poder de Dios mediante milagros y curaciones, también había acusado a las autoridades religiosas de impedir el conocimiento del plan salvador de Dios para su pueblo, e imponerles leyes de hombres basadas en la auto justificación y en no pocas ocasiones en el egoísmo y la hipocresía : “¡Ay de vosotros, intérpretes de la Ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (Lc 11: 37-53). Y a estas acusaciones contra el estamento religioso, se unían igualmente las proclamadas sobre la corrupción, impenitencia, impiedad y falta de fe del pueblo en general. Así Jesús, era mirado con odio y desprecio por muchos que trataban de deshacerse de este incómodo e inaudito profeta. Y los fariseos, queriendo animar a Jesús a evitar ir a Jerusalén sin estar clara del todo su intención, le comunicaron que su vida corría peligro de muerte: “Aquel mismo día llegaron unos fariseos, diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar”. (v31). Fuese o no bienintencionado el consejo, y no habiendo atacado Jesús especialmente al poder político de su tiempo, sí es cierto que había llegado a inquietarlo con sus acciones y su mensaje, temiendo el rey Herodes que Jesús fuese un nuevo Juan el Bautista, a quien se había ya ejecutado, o algún otro enviado religioso incómodo para su reinado (Lc 9:7-9). Así entre unos y otros, el Evangelio del perdón de pecados y Jesús mismo eran el blanco de acusaciones y recelos que iban aumentando conforme se acercaba el tiempo predestinado para su sacrificio. Sin embargo, Jesús no cejó en su misión y de una manera contundente envió un nuevo mensaje a estos poderes que trataban de obstaculizar su obra: “Y les dijo: Id y decid a aquella zorra: He aquí, echo fuera demonios, y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra” (v32). Con uno de los términos más despectivos en el judaísmo (zorra), Jesús responde a esta amenaza y reafirma su misión contra el pecado y la corrupción del hombre, y anuncia además el cumplimiento del plan divino que se llevará a cabo tras su resurrección. Pues ningún poder oscuro, ni tampoco humano podrá impedir el cumplimiento de la reconciliación entre Dios y los hombres en Cristo, siguiendo la voluntad divina. Y ciertamente desde la época de Jesús, estos poderes han estado activos y han desplegado numerosos recursos y estrategias para acabar con la proclamación del Evangelio. Persecución, muerte, corrupción del mensaje, e incluso el sincretismo impuesto desde el poder, han sido amenazas constantes a lo largo de la Historia con un único fin: impedir al hombre recibir el puro Evangelio del perdón de pecados y arrancar de su corazón la esperanza de salvación que tenemos en Jesús por medio de la fe en su obra. En este mundo hostil pues a la Buena Noticia, preparémonos nosotros para dar justificación de este Evangelio, siempre dispuestos a dar testimonio de palabra y con nuestra vida misma, y sobre todo “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5: 16).
         Caminando hacia Jerusalén tras los pasos de Cristo
Para Jesús, lo más razonable humanamente hablando, hubiese sido escapar y huir del peligro que se cernía sobre él. Es lo que la razón humana hubiese recomendado a cualquier hombre amenazado de muerte, tal como hicieron los fariseos. Sin embargo Jesús vino a cumplir la voluntad del Señor, y su meta no era sólo dejar un mensaje, por muy prometedor que fuese, sino llevar a cabo una obra; la Obra de Dios. Y así respondió a los fariseos: “Sin embargo es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino; porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (v33). No, él no escaparía, pues aunque como hombre experimentó los miedos y angustias que preceden a su muerte, era consciente de su misión clave para la salvación del género humano. Su ser carnal sufrió, pero él nos enseña también a nosotros como seres carnales a superar el sufrimiento, fijando nuestra atención en que lo peor para el hombre no es siquiera, llegado el extremo, la muerte física, sino la muerte del alma: “Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquél que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí os digo, a éste temed” (Lc 12: 5). Y en nuestro mundo, aún hoy día, la persecución y la muerte son ciertamente las amenazas que se esgrimen con frecuencia contra los testigos de la fe, y junto a ellas también la burla, la ironía, el desprecio, la marginación o la discriminación. Todas estas son las armas que los poderes de este mundo utilizan contra los miembros del Cuerpo de Cristo allí donde su acción y proclamación toman cuerpo de manera eficaz. Sin embargo, en nuestra sociedad Occidental puede que estas amenazas no sean tan evidentes, pero sí podemos reconocer en ella no obstante otra estrategia igualmente poderosa y sutil contra el Evangelio: la indiferencia que nace del relativismo. En esta nueva amenaza, el Evangelio debe ahora mezclarse y confundirse con todo tipo de ideas y creencias, siendo asimilado como una más de ellas. La Palabra ya no es considerada la Verdad revelada de parte de Dios para los hombres, ni el Evangelio el anuncio definitivo del perdón y la reconciliación, sino una opción más de creencias entre muchas “verdades” de todo tipo. ¿Cómo es ello posible?, ¿acaso la Palabra ha perdido su eficacia de conversión en el corazón humano?. En realidad la Escritura nos enseña que es precisamente esto lo que debemos esperar y el papel que la Iglesia debe asumir en nuestro mundo. No un papel de poder o influencia masiva sobre las conciencias de los hombres, sino más bien el de un rebaño indefenso y perseguido: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15: 20). Y así Cristo, amenazado y perseguido, llevará finalmente a cumplimiento el plan de Dios dando su vida en Jerusalén, y así nosotros igualmente debemos imitarle llevando a cabo el plan de Dios en este mundo. Caminando hacia nuestra Jerusalén personal, permaneciendo, “hoy, mañana y pasado mañana”, siguiendo al Señor y enfrentando las amenazas que encontraremos en el camino.
         Viviendo en un mundo necesitado de perdón
El corazón del hombre puede ser duro como la roca, siendo necesario que sea el mismo Espíritu quien lo disponga para la conversión. De nada sirve algunas veces el testimonio sincero de aquellos que son enviados por Dios a testificar, o como en el caso del pueblo de Israel, ni la misma presencia del Mesías entre ellos: “Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados” ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste!. (v34).  Y es que el pecado que mora en nosotros hace que el hombre no quiera saber de Dios, que lo vea como un enemigo suyo que limita su plena libertad. ¡Craso error!. Pues es precisamente en Dios, y haciendo nuestra su Palabra donde el hombre es realmente un ser libre en el sentido pleno del término. Ya que fuimos creados para disfrutar de una libertad plena en la compañía de nuestro Creador (Gen 1:26-31), pero nuestra autosuficiencia y desconfianza hacia Dios nos hizo perder este regalo precioso de nuestra libertad. Y ahora sin embargo, creemos ser libres y señores de nuestra vida, pero no podemos siquiera aumentar o retardar uno solo de los minutos que tenemos asignados aquí en la tierra. El hombre es ciertamente un esclavo desde que nace, y sólo la misericordia y la gracia de Dios en Cristo pueden ganar su libertad. Y Jesús a esto mismo vino, pagando con su sangre el precio de nuestra libertad del pecado y ganando para nosotros la liberación eterna de nuestra almas. ¿Qué necesita pues el mundo para creer esto?, ¿qué lo tiene tan cegado que cree poder prescindir de Aquél que es el único en quien puede tener esperanza?. La dureza de corazón y el rechazo al Evangelio tienen consecuencias graves, hay que decirlo con claridad, y por ello Jesús anunció a Jerusalén las oscuras nubes que se cernían sobre ella: “He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor” (v 35). El pueblo de Israel no sólo no supo ver la libertad eterna que se le ofrecía, sino que a causa de su orgullo perdió también la terrenal. El templo fue destruido por los Romanos en el año 70 de nuestra era, e Israel terminó desecha como la nación que fue. Nosotros vivimos también tiempos difíciles para la fe, con nubes igualmente amenazadoras en el horizonte, pero no nos paralicemos por ello. Tenemos ahora la oportunidad de entrar triunfantes junto a Cristo en la Jerusalén celeste por medio de la fe en Su Obra, y de llevar a otros igualmente este mensaje de salvación: “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! (Lc 19: 38).
         Conclusión
Estamos ya inmersos en la Cuaresma y la Palabra de Dios sigue llamando a la conversión y el arrepentimiento. Pero este mundo necesitado del perdón de Dios sigue en muchos casos, como en los tiempos de Jesús, rechazando el ofrecimiento divino de reconciliación. Tenemos pues mucho por lo que orar: orar por los que aún no conocen a Cristo, orar para los que conociéndolo lo han rechazado y para que vuelvan a Él, y orar por nosotros mismos, para que el Señor nos mantenga en la fe salvadora y no seamos víctimas del orgullo espiritual. Los poderes del mundo están activos contra el Evangelio, es una realidad, pero “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn 4:4). ¡Que así sea, Amén!.                        
                                           J.C.G./ Pastor de IELE/Congregación San Pablo                                                        

domingo, 17 de febrero de 2013

1º Domingo de Cuaresma.


Textos del día:

Antiguo Testamento: Deuteronomio 26:1-11

Nuevo Testamento: Romanos 10:8-13

Santo Evangelio: Lucas 4:1-11

“Jesús Nuestro Camino de Salvación frente a las Tentaciones”

Si está tratando de perder peso, no es nada aconsejable pasar mucho tiempo en una pastelería. Si eres una persona alcohólica que se está recuperando, es un gran problema ir a un bar de copas con amigos. Si acabas de salir de prisión por robo de vehículos, es una mala idea para trabajar como aparcador coches de lujo en un restaurante.

Existen muchas situaciones que nos colocan bajo una gran tentación para hacer el mal o por lo menos no hacer el bien. Pero ¿cómo hacer si la gran mayoría de nuestras situaciones son una tentación? ¿Cómo se puede evitar la tentación si cada día ofrece una gran cantidad de tentaciones irresistibles?

El Evangelio de hoy describe nuestra vida. No importa donde estés viviendo y las situaciones que afrontes, las tentaciones abundan. Quizá comer en exceso no sea tu tentación, pero tal vez lo sea la lujuria o la avaricia. El alcohol para muchos no representa ningún problema, pero quizá la tentación viene por medio del orgullo o un lenguaje desagradable y agresivo. Muchos piensan que el robar no es una tentación, pero tal vez no se dan cuenta de que los asecha la pereza.

No importa quién y las situaciones de vida que afrontas, Satanás tiene tentaciones especialmente diseñados para arrastrarte al pecado. Lamentablemente en la mayoría de los casos, no resistimos las tentaciones. Bajamos la guardia y quedamos vulnerables. Fantaseamos con el placer de entregarnos a esas tentaciones. Con las satisfacciones, poder o paz que nos dará cometer tal o cual acción. Nos convencemos de que “nadie saldrá herido. Sólo lo haremos una vez más. Luego dejaré de hacerlo”. Pero nunca nos detenemos. Seguimos pecando y poniendo excusas por nuestros pecados.

Así que es necesario que la ley de Dios nos confronte con nuestras excusas. Solo la ley de Dios nos puede convencer de nuestro pecado. La ley de Dios nos abre los ojos al mostrarnos la condena que acarreamos por nuestros pecados. Entonces clamamos con Pablo: “Miserable de mí ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Romanos 7:24.

En busca de respuestas a esta pregunta insoportable acudimos a la Palabra de Dios. La misma nos muestra una y otra vez a Jesús. Jesús se enfrentó a tentaciones muy poderosas durante toda su vida, tentaciones tan reales como las que tenemos a diario. Satanás se lanzó sobre Él en su peor momento. Pero Jesús se mantuvo firme.

Así que, aunque nosotros no somos capaces de resistir la tentación, tenemos la victoria sobre la tentación y el mismo tentador. Un verso del himno de Lutero “Castillo Fuerte”, explica nuestra esperanza y confianza: “Mas por nosotros pugnará de Dios el escogido”. Jesús es nuestro de Dios el Escogido, “Él lucha a nuestro lado”. Para ganar nuestra salvación Jesús venció a Satanás y todas sus tentaciones perversas.

Para apreciar cuán grandes fueron las tentaciones de Jesús, vamos a compararlo con la situación que vivieron Adán y Eva. En el Jardín del Edén, Adán y Eva tenían todas las ventajas. Dios les había hecho puros y santos, a su propia imagen. Ellos vivían en el paraíso. Ni siquiera estaba el mal en ello. Además de todo esto, Dios les había dado sólo una prohibición: “No debes comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Por el contrario, si consideramos a Jesús. Esto nos lleva a pensar que superar las tentaciones ha sido mucho más fácil para Él porque creemos que es verdadero Dios. Pero Jesús se humilló como sirviente, siendo también verdadero hombre. Cuando Jesús sufrió las tentaciones de Satanás, no estaba en el paraíso. Ya había pasado treinta años en un exilio autoimpuesto en este planeta, rodeado de todas las bondades y miserias del mismo. Entonces se nos dice, después de haber “ayunado cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, tuvo hambre”.

Por lo tanto, Adán y Eva disfrutaban de todas las ventajas del paraíso. Además, ni siquiera necesitaban la fruta prohibida de comida. Por otro lado, Jesús sufrió todas las desventajas posibles. Jesús estaba hambriento, débil y solo. Lógicamente, Adán y Eva no deberían de haber caído en la tentación de Satanás, sino que Jesús debería haber sido una presa fácil. Pero cuando Satanás vino con la tentación, Jesús fue valiente y firme, permaneciendo en la Palabra de Dios, no así Adán y Eva.

Volvamos a escuchar cómo Jesús venció a la tentación de Satanás. Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios. Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás. Y le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, En las manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra. Respondiendo Jesús, le dijo: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios.

Cada vez que Satanás lo tentó, Jesús resistió esa tentación y prevaleció. Jesús venció las tentaciones con la Palabra de Dios. Cuando Satanás trató de torcer la Palabra de Dios, Jesús usó la Palabra de Dios correctamente.

Ahora, a veces usamos esta lección como una manera de fomentar el uso de la Palabra de Dios contra Satanás y sus tentaciones. Esa es una lección válida. Es correcto pensar que “Si tan sólo pudiera usar la Palabra de Dios como Jesús lo hizo, entonces las tentaciones de Satanás no funcionarían en mí”.

Eso es cierto. Pero todavía hay un problema. No utilizamos la palabra de Dios como lo hizo Jesús. Somos mucho más parecidos a Adán y Eva que a Jesús. A pesar de que tenían todas las ventajas en contra de Satanás, se aferraron al engaño de Satanás y la distorsión de la Palabra de Dios. Nosotros, los hijos de Adán y las hijas de Eva no somos mejores que nuestros primeros padres. Así que no, no usamos la Palabra de Dios perfectamente. Pecamos. Pecamos incluso al querer adquirir más conocimiento de la Biblia. Nos apresuramos a pecar incluso cuando tenemos el pasaje de la Palabra de Dios justo frente nuestro.

Así que, agradecemos a Cristo el ejemplo de cómo usar la Palabra de Dios para luchar contra la tentación. Pero, si Jesús sólo vino para ser nuestro ejemplo y nuestro maestro, Él no sería el Salvador que necesitamos o queremos.

Supongamos que vas al médico, ya que tu apéndice está a punto de estallar. El médico te examina y dice: “Sí, ese apéndice está infectado. Hay que sacarlo urgentemente”. Entonces el médico saca su libro de medicina y comienza a decir: “Ahora estoy un poco ocupado, por lo que tendrás que hacer tu mismo tu apendicetomía. No te preocupes. Todo está en este libro. Sólo tienes que seguir las instrucciones y todo irá bien”. Pues bien, cuando se necesita extirpar el apéndice, tú no necesitas una lección de medicina. Necesitas con urgencia un cirujano. El cirujano es quien tiene que hacer la operación.

Del mismo modo, cuando nosotros, los pecadores no podemos utilizar la Palabra de Dios correctamente, necesitamos algo más que un buen ejemplo. Necesitamos algo más que una lección de cómo usar la Biblia. Cuando los pecadores caemos en la tentación de Satanás, necesitamos un Salvador y sólo Jesucristo se ajusta a este requisito.

Necesitamos aferrarnos a la victoria de Cristo sobre las tentaciones del diablo. Puesto que Jesús no cayó en las tentaciones de Satanás, podemos decirle a Satanás: “Por supuesto, Satanás, que me has hecho pecar. Pero no has podido contra Jesús. Y Jesús es mi Salvador. Jesús me cubre con su santidad y me protege con su perfecta vida. Jesús me ha rescatado y llevado a vivir en su Santa Iglesia. Ahora, su victoria es mi victoria. Así que aléjate de mí. Podrás ganar muchas batallas contra mí. Pero Jesús te ha derrotado. Jesús ha ganado la guerra, muriendo en la Cruz y resucitando al tercer día para lograr mi salvación”.

Como somos unidos a Cristo en esta batalla contra Satanás, estamos llamados a usar todas nuestras armas contra la tentación. Sí, sobre todo a usar la Palabra de Dios contra Satanás. Estudiar y memorizar la Palabra. Oírla y aprenderla de buena gana. Recibirla en los medios de Gracia, que son el Bautismo y la Santa Cena. Allí donde Jesús nos dice: No desesperes, yo he vencido por ti: Tus pecados te son perdonados. También estamos llamados a usar nuestra fe y el sentido común. No corramos hacia situaciones tentadoras, donde Satanás fácilmente puede arruinarnos por arrastrarnos al pecado. Por el contrario, cuando caemos en pecado, corramos a Jesús. Él venció a Satanás. Con Jesús como tu Salvador podrás estar firmes contra el pecado y Satanás. Jesús te da de su perdón y su santa victoria sobre el tentador, para que proclames con alegría: “Dañarnos no podrá; pues condenado es ya, por la Palabra Santa”. Es condenado por esa misma Palabra que dice que en Cristo tenemos el perdón de todos nuestros pecados, vida eterna y salvación. Que en este tiempo de Cuaresma seas afirmado en esta verdad y victoria que Dios te da en Cristo.

Atte. Pastor Gustavo Lavia

miércoles, 13 de febrero de 2013

Miércoles de Ceniza.

Estamos en el borde de la tumba, mirando hacia abajo y El sacerdote dice esas palabras bien conocidas y características de un funeral "Ahora encomendamos el cuerpo de nuestro hermano a la tierra. Tierra a la tierra, cenizas a las cenizas, polvo al polvo ... "
Ahora que nos encontramos allí, mirando la muerte tan de cerca nos damos cuenta de que toda nuestra vida pasó delante de nosotros. Allí en el borde de la tumba recapitulamos y proyectamos nuestra vida y muerte, porque sabemos que también asistiremos a nuestro propio funeral. La muerte nos reclama.
Hoy es Miércoles de Ceniza. En varias iglesias alrededor del mundo, los pecadores arrepentidos se acerquen al altar para recibir una señal que recuerda la muerte. El sacerdote o pastor usa el pulgar para marcar en la frente con una señal con cenizas en forma de cruz. Las palabras pronunciadas generalmente son "Acuérdate, oh hombre, que polvo eres y al polvo volverás." Una vez más se nos recuerda de la tumba de nuestro futuro. Se nos recuerda en un simple símbolo que "la paga del pecado es muerte." Todos los que pecan, mueren.
Sin embargo, hay buenas noticias. Las cenizas se depositan en la frente en forma de la cruz. Es la cruz que nos recuerda la muerte de nuestro Salvador. Con el corazón arrepentido recordamos el precio pagado por nuestro Salvador para salvarnos de nuestra muerte. Jesucristo sufrió y murió en la cruz para pagar las deudas de nuestros pecados. Jesús muere la muerte de todos los pecadores. Dios, el Padre, depositó sobre él el castigo que merecíamos. Él fue crucificado, muerto y sepultado. Y Jesucristo resucita a una nueva vida. Después de tres días en la muerte, Él resucitó. La muerte, la paga del pecado, es pagada en su totalidad con el sacrificio perfecto de Jesús. La muerte no puede mantenerlo cautivo. Él la ha derrotado. Jesucristo también nos promete una nueva vida. Las cenizas en forma de cruz cuentan esta historia. Cualquier cruz que veamos nos recuerda esta historia. A través de la cruz, Jesús nos trae el perdón del pecado que necesitamos. A través de la cruz y su resurrección, Jesús promete la resurrección a todos los que lo miran sólo a ÉL en busca de salvación. Las manchas oscuras en forma de cruz nos recuerdan que nuestra muerte se acerca, pero también que nuestra vida es nueva en Cristo.
"Acuérdate, oh hombre, que polvo eres y al polvo volverás" (Génesis 3:19)
“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26)

domingo, 10 de febrero de 2013

La Transfiguración de Nuestro Señor


”Disfrutando de la gloria de Cristo en nuestras vidas”

 

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                     
 

Primera Lección: Deuteronomio 34:1-12

Segunda Lección: Hebreos 3:1-6

El Evangelio: Lucas 9:28-36

Sermón

         Introducción

Solemos hablar de Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, aquel que anduvo por los caminos de Israel, proclamando la Palabra de Dios a su pueblo, y haciendo milagros allí donde la acción de Dios podía traer curación y restauración del pecado. Un Jesús que para cumplir la voluntad del Padre, se dejó apresar sin oponer resistencia, que fue torturado y finalmente ejecutado de una de las maneras más crueles creadas por el ser humano. Sin embargo, esta imagen de Jesús, no muy distinta a la que tenían de Él los primeros discípulos y los Apóstoles, tiene un contrapunto en la imagen de un Jesús lleno de poder, como Creador de este mundo y segunda persona de nuestro Dios Trino. Un Jesús divino cuya magnificencia y majestad nos deslumbraría si se presentase con ella ante nosotros. Sin embargo como vemos en la Palabra y salvo excepciones, no fue en su divinidad en la forma en que quiso ser visto por nosotros, sino en humildad y en la compasión por los hombres y mujeres de este mundo.

         Cristo es cumplimiento de la Ley y los Profetas

Después de dar inicio a su vida pública y dar testimonio del plan redentor de Dios para los hombres, Jesús escogió a sus discípulos principales, los Apóstoles. Ellos serían los encargados de dar comienzo a la proclamación de la llegada del Reino a este mundo. Y estos discípulos, tras presenciar en muchos casos el poder de Dios en Jesús en sus numerosas obras, iban ahora a ser testigos de un hecho extraordinario y desconcertante para ellos; de la manifestación de la divinidad de Cristo: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (v29). Una divinidad que conocían, y que intuían en este hombre, pero que no podían imaginar en realidad, pues lo que habían presenciado de ella hasta el momento, era solo una parte ínfima de su plena dimensión.  Pero sin duda era necesario para ellos tener esta experiencia, para que impulsada su fe por la fuerza de este testimonio vivo, pudieran llegar hasta los rincones del mundo conocido llevando el mensaje liberador del Evangelio del perdón de pecados. Así, Santiago, Pedro y Juan, las columnas de la Iglesia (Gal 2:9), recibieron la luz deslumbrante de una visión que les mostró a Jesucristo en su manifestación divina, llena de gloria y poder. Igualmente para nosotros los creyentes, es importante retener este testimonio de la divinidad de Cristo, en un mundo donde Jesús y su mensaje han sido, en muchos casos, humanizados hasta hacer perder de vista al hombre que Dios sigue siendo Dios. Que su mensaje no es negociable ni su Palabra una palabra adaptable a los intereses y puntos de vista humanos; que hay una realidad espiritual que nos sobrepasa y es superior a la nuestra, y ante la cual debemos presentarnos en humildad. Y Jesús se presenta en esta visión entre Moisés y Elías, completando la profecía de alguien donde se funden la plenitud de la Ley de Dios y la proclamación profética de restauración de los últimos tiempos por medio del Evangelio: “Y he aquí dos varones que hablaban con él los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén” (v30-31). En Él se manifiestan por tanto estas dos facetas de la acción de Dios, y en Él se completan todas las profecías proclamadas a los hombres. Jesús es por tanto la Palabra de Dios hecha carne entre nosotros, y cumplimiento pleno de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Y ha venido a este mundo no a traer una nueva filosofía de vida, ni a fundar una nueva religión a base de normas y ritos por medio de los cuales el hombre pueda construir su propia salvación. Tampoco su mensaje es como otros muchos mensajes  que pretenden ser agradables a los oídos del hombre, normalmente diciéndoles aquello que quieren escuchar. No, Jesús está aquí para dar cumplimiento al plan salvador de Dios, por medio de su partida (éxodo) a Jerusalén. Allí Jesús va a romper las cadenas que nos atenazan al pecado y la muerte, y allí en una Cruz dará cumplimiento a la Justicia de Dios por nosotros: “a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom 3: 26).Su presencia entre nosotros, toda su vida y toda su obra tienen pues este único fin para el hombre. Y así, garantizada nuestra salvación por medio de la sangre de Cristo, los cielos se abren ahora para nosotros y podemos pues vislumbrar la gloria de Dios.

         La gloria de Dios en  la humildad y el perdón

Jesús es verdadero Dios, “nacido del Padre antes de todos los siglos”, tal como proclama el Credo Niceno. Sin embargo su divinidad no es la manifestación con la que Jesús eligió presentarse ante este mundo. Él quiso por el contrario ser uno entre nosotros, naciendo de la manera más humilde posible: desnudo y sin riqueza alguna, y proclamar una fe basada no en la imagen de un dios poderoso y temible, sino en la del Amor de Dios y su misericordia por los hombres. Por eso, esta visión de su majestad divina, debe servirnos como testimonio del poder de Dios en Cristo Jesús, y al mismo tiempo del Amor de nuestro Creador por nosotros. Pues no quiso Dios en su poder omnipotente castigar la maldad y el pecado en la tierra según merecíamos, sino que por el contrario, se hizo pecador entre nosotros en la figura de un humilde hijo de carpintero, para entregar su vida en la Cruz y redimirnos llevándonos a las puertas del Reino. Por eso, esta manifestación de Jesús en su divinidad nos hace maravillarnos más aún si cabe cuando vemos un poder que no se nos impone, sino que se nos presenta de manera persuasiva, paciente y amorosa en la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones. Y que se presenta no en la majestad de una corona o un ejército poderoso, sino por medio de la misericordia, el perdón y la Paz de parte de nuestro Señor. Esta Paz y este Amor, son los que experimentaron los discípulos aquel día, y que como nos narra la Escritura, hizo que no quisieran abandonar aquel  lugar y momento: “Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para tí, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía” (v33). Del mismo modo, nuestros corazones, renovados y purificados por la sangre de Cristo, no desean sino permanecer unidos también a nuestro Salvador en esta eternidad gozosa. Como seres humanos, amamos esta vida y nada hay de malo en ello, pues ella misma es don de Dios para nosotros, pero debemos amar más aún esa verdadera Vida que se nos ha prometido junto a nuestro Señor, donde experimentaremos la plenitud de la presencia de Cristo junto a nosotros. Así lo expresó también el Apóstol Pablo: “teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil 1:23). Sin embargo la llegada de ese momento para cada uno de nosotros pertenece a la voluntad de Dios, y mientras Él nos quiera mantener en esta tierra, debemos aferrarnos a esta fe consoladora y trabajar por el Reino de Dios proclamando el Evangelio de perdón de pecados, y alcanzando con el Amor de Dios a los pobres de este mundo, tanto materiales como espirituales. Nuestro lugar está por el momento aquí, en una sociedad donde abundan la incredulidad, el egoísmo, el rechazo a la Palabra de Dios. Donde el dolor y el sufrimiento nacidos del pecado del hombre atenazan a una humanidad desorientada y perdida. Y es aquí precisamente, en este mundo, donde se hace más necesaria la presencia del Evangelio, y de nosotros como testigos suyos.

         Cubiertos por la nube del Amor de Dios

Los discípulos vivieron el privilegio de experimentar la visión gloriosa de Cristo y de, una vez más, escuchar la voz de Dios testimoniando del Hijo: “Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor de entrar en la nube, Y vino una voz desde la nube , que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd” (v34-35). Esta es la segunda vez en   la  que el Señor da testimonio de su Hijo, pero a diferencia del bautismo Jesús, donde el Hijo del hombre ocupó su lugar entre los pecadores de este mundo, ahora el testimonio recae en el Hijo de Dios glorificado. La nube que los cubrió, nos retrotrae a la nube con la gloria de Dios que cubrió también el tabernáculo en el desierto (Éxodo 40:34), y podemos entenderla aplicada a nosotros mismos, como esa presencia del Espíritu que cubre la vida del creyente, y que hace que todo, a excepción de la visión gloriosa de Cristo, quede oscurecido ante la presencia de aquél en donde todos nuestros problemas y dificultades, encuentran consuelo. Pudiera parecer que a nosotros, los discípulos de hoy, no se nos ha dado esta oportunidad extraordinaria de disfrutar de la visión de esta presencia gloriosa de Jesús. Pero sabiendo nuestro Padre de nuestra debilidad de espíritu, y de las amenazas que el enemigo pone en nuestro camino diariamente, no quiso privarnos en absoluto de ella. Pues esta misma presencia de Jesús reconfortante y vivificadora, la tenemos en la proclamación de su Palabra, la cual nos habla con la mismísima voz de Dios. Y la tenemos igualmente en el perdón y la reconciliación con Dios que Cristo nos ofrece por medio del don precioso de su cuerpo y sangre en la Santa Cena, verdadera presencia de nuestro Salvador entre nosotros en cada Oficio. Sí, la nube de la gloria de Dios también nos cubre a nosotros diariamente en nuestras vidas, permitiéndonos vislumbrar destellos de la gloria de Cristo que nos iluminan. Y solo necesitamos una cosa para percibir con claridad estos destellos divinos: nuestra fe. Ella es ahora la que capacita nuestra visión espiritual, la que nos permite ver más allá de lo aparente en este mundo, y para que donde otros solo ven desesperanza y oscuridad en el porvenir, nosotros podamos ver la mano de Dios proveyéndonos de esperanza y fortaleza en los momentos difíciles. Esta nube divina nos cubre, pero paradójicamente no para traernos oscuridad, sino luz, la luz deslumbrante de su Amor divino. Y si “andamos en luz, como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn 1:7).

         Conclusión

Jesús fue verdadero hombre y es verdadero Dios, tal como confiesa nuestra fe. Y el día que nos presentemos ante Él, podremos verlo en la plenitud de su majestad gloriosa y divina, tal como lo vieron Pedro, Santiago y Juan. Mientras tanto, Él está entre nosotros por medio de su presencia en los medios de gracia que Dios ha dispuesto (Palabra y Sacramentos), e igualmente está en el prójimo necesitado allí donde lo encontremos (Mt 25:40). Sí, tenemos abundante y vivificadora presencia gloriosa de Jesús en nuestras vidas y el testimonio permanente del Espíritu Santo en nosotros. Estamos dentro de la nube del Amor de Dios, donde el Evangelio del perdón divino en Cristo, sigue convirtiendo corazones heridos por el pecado. ¡No tengamos pues temor de permanecer en esta nube, pues en ella seremos bendecidos con la presencia viva y renovadora de Cristo en nuestra vida presente y futura!. ¡Que así sea, Amén!.
                  J. C. G. Carlos / Pastor de IELE/Congregación San Pablo                                      

domingo, 3 de febrero de 2013

4º Domingo de Epifanía.



Textos del día:

Antiguo Testamento: Jeremías 1:4-10

Nuevo Testamento: 1º Corintios 12:31-13:13

Evangelio: Lucas 4:31-44

“Jesús nos libra de nuestros peores males”

En las catequesis de Madrid hemos repasado el significado del Credo Apostólico y la aplicación a nuestras vidas. Una de las partes más interesantes del mismo es cuando en su explicación Lutero afirma que Jesús nos “ha rescatado y ganado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo; no con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre, y con su inocente pasión y muerte...”. La lectura del Evangelio de Lucas refleja lo que Lutero ha afirmado anteriormente.

Cuando hablamos de la obra de Jesús, qué hizo por nosotros a través de su vida, muerte y resurrección, estamos hablando principalmente de esas tres cosas: Nos ha rescatado de la muerte, del pecado y del poder del diablo.

Jesús nos libera del poder de Satanás. Jesús expulsa un demonio de un hombre en la sinagoga. En primer lugar, debemos recordar que Satanás es real y tiene poder. Estos demonios que poseían personas fueron y son reales. En aquellos días tampoco eran reconocidos, sino más bien ignorados. Pero Pedro nos recuerda: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Todos hemos visto y vemos la obra de Satanás. No tenemos que ir muy lejos. Todo lo que tenemos que hacer es mirar a nuestro alrededor y veremos el poder destructivo de Satanás. En el trabajo de nuestra iglesia, donde divide, distrae, crea enemistad. Él nos insta a concentrarnos en cosas que no son importantes, dejando a un lado las que son más importantes. Nos susurra mentiras, que creemos porque son el camino más fácil. Su objetivo es que todo cristiano se aparte de Dios y sea condenado al infierno. Él trabaja arduamente entre los cristianos para conseguir que quitemos los ojos de la cruz de Cristo. Lamentablemente le escuchamos con demasiada frecuencia. Si no fuera por la Palabra de Dios y los sacramentos, si no fuera por Jesús viniendo a nosotros, seríamos esclavos de Satanás, de todas sus obras y de todos sus caminos.

En el Evangelio oído hoy, este hombre poseído estaba en la sinagoga. No somos diferentes a cualquier otra iglesia donde la Palabra de Dios es proclamada. Pero Jesús muestra que Él es más poderoso que cualquier demonio, y que el mismo Satanás. Cuando le ordena al demonio salir fuera, el espíritu lanza al hombre al suelo, pero ya no puede hacerle daño. Jesús le mandó que saliera y debe hacerlo de inmediato. Este ángel malo, este espíritu inmundo le pregunta a Jesús: “¿Has venido a destruirnos?” La respuesta de Jesús es un rotundo “Sí”. Pablo nos deja una gran certeza que podemos albergar como cristianos: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).

Jesús realiza este milagro para nosotros. Jesús nos libra del poder del diablo.

Jesús nos libera del poder de la muerte. A continuación, vemos a Jesús curando a la suegra de Pedro. Ella tiene fiebre y ésta es muy alta. Las enfermedades podemos definirlas como el acecho de la muerte sobre nosotros. Cada vez que enfermamos, se pone de manifiesto la fragilidad humana. Cuando tenemos gripe o alergia no vemos la hora de recuperarnos, porque estas simples enfermedades nos quitan o disminuyen algunas de nuestras habilidades. Con otras enfermedades no podemos cuidar de nosotros mismos e incluso con algunas no podemos hacer nada por curarlas. Cuando estamos enfermos somos esclavos de ellas. No importa lo higiénico que seamos, no se pueden evitar. Nuevamente no tenemos que mirar muy lejos para ver que esto es cierto. Basta con mirar a nuestro alrededor o pasar por un hospital. Cada enfermedad es una señal de que todos vamos a morir. Y no hay nada que podamos hacer al respecto. La muerte nos tiene en sus garras. Somos esclavos de la enfermedad y la muerte, por lo menos cuando estamos sin Jesús.

Jesús nos muestra su rescate otra vez. Creo que es muy interesante que Lucas usa la misma palabra en lo que Jesús hace. Él “reprendió” al demonio y a la fiebre, y para sacarlos de las personas. Ahora vemos que la curación no se da de la manera que solemos ver. Cuando alguien es dado de alta oramos por su recuperación. La suegra de Pedro no tuvo recuperación o rehabilitación. Ella se levantó y fue directamente a realizar su trabajo sin ningún tipo de efectos secundarios. La curación de Jesús muestra que es algo más que la eliminación de la enfermedad. Se muestra un retorno a la vida como Dios la había diseñado. Ella fue libre para hacer lo que estaba llamada a hacer: servir a los invitados que habían llegado a su casa. Jesús realiza este milagro para nosotros, nos libra del poder de la muerte.

Jesús hace más cosas. La noticia se extiende y las personas traen todo tipo de enfermos y endemoniados a Jesús. Él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó, dice el texto. Él sana a todos, cada uno de ellos. Lucas quiere que veamos que el rescate de Jesús es también para nosotros.

Jesús nos libera del poder del pecado. Esta liberación no se menciona directamente en el texto. Pero está presente en el mismo. Jesús nos libra del pecado. Satanás tiene poder en nosotros, porque hay pecado en nosotros. La muerte tiene poder en nosotros, porque el pecado está en nosotros. Jesús pone las cosas como deben ser, porque sin pecado no hay muerte. Sin pecado, Satanás no tiene ningún poder sobre nosotros. Es importante ver que los milagros de curación de Jesús siempre están acompañados por su predicación. Él estaba enseñando en la sinagoga y el texto termina diciendo: “es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado....” ¿Cuál es la buena noticia del reino de Dios? Regresemos a las palabras de Lutero: Creo que Jesucristo me ha redimido... rescatado y ganado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”(Hebreos 2:14-15).

A través de la muerte de Jesús, nuestras vidas son liberadas de la esclavitud del pecado, la muerte y el poder del diablo. ¿Cómo? Lutero lo dice así: no con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y la muerte. Los milagros que vemos aquí, los demonios y las fiebres fueron expulsados, estos sólo son pequeños signos que apuntan a algo realmente más grande, lo realmente importante, el milagro de Dios, venido en carne: Jesucristo. Me gusta cómo Lucas dice que Jesús puso las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. Esa misma mano que había extendido para sanar y echar fuera demonios es la misma mano que extendió en la cruz. Es allí que Él pagó el precio por el pecado, no con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre y su inocente pasión y muerte. “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive”. (Romanos 6:1-10)

Estar vivos para Dios en Cristo Jesús, quiere decir que no tenemos que temer a la enfermedad, la muerte y Satanás. Puede que no seamos capaces de evitarlos, pero Jesús nos dice que Él ya los ha vencido. Nuestra muerte no es el final sino el comienzo de la vida para siempre con Él.

Jesús nos libera con su presencia. Él viene a nosotros y nos toca con su amor y gracia infinitos. En la predicación y los sacramentos se hace presente para “reprender nuestros males”. En el Bautismo hemos muerto al pecado y resucitados con el fin de vivir para Dios. Cuando en el Oficio se absuelve a los arrepentidos de sus pecados  y se pronuncia la absolución, que en el lugar y por orden de nuestro Señor Jesucristo son perdonados todos tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En la predicación de su Palabra, sea leída u oída, a medida que un servidor de la Palabra, llamado y ordenado, predica, Jesús habla a través de sus palabras escritas o pronunciadas por su boca, allí es donde Dios te toca son sus manos. Entender que no es el perdón de la persona que te lo anuncia, sino que es el perdón de Dios el que llega a ti es muy alentador. Ya que Él te compró y liberó de todos los pecados, la muerte y el poder del diablo, no con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre y su inocente pasión y muerte. También en la Santa Cena Jesús se hace presente para darte su cuerpo y sangre, es mucho más que recordar un acontecimiento, es vivirlo y recibir los dones que promete Dios cuando nos dice que son para “remisión de los pecados”. Ese es el toque de Jesús en nuestras vidas, perdonándonos todos nuestros pecados.

La enfermedad es una oportunidad de servir con oración y acompañamiento a los necesitados. Los animo a que presten especial atención a aquellas personas cercanas que están enfermas o sufriendo algún tipo de dolor y orar por ellos, de ser posible acercarles la Palabra de Dios, como lo hizo Jesús, liberarlos de estas cadenas que los aprisionan.

Todo eso es posible y no sólo posible, sino que realmente sucede, al estar Jesús en nuestras vidas por medio de su Palabra y Sacramentos podemos ir a otros animarlos consolarlos y llevarles las buenas nuevas de perdón, paz y victoria sobre nuestros enemigos.

La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará sus corazones y pensamientos en Cristo Jesús. Amen.

Pastor Gustavo Lavia