domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de Resurrección.

«¡HA RESUCITADO!»

Textos bíblicos del día:

Primera Lección: Job 19:23-27

Segunda Lección: 1 Corintios 15:19-26


Santo Evangelio: Lucas 24:1-9
Acontecimientos de tremendas consecuencias se suceden rápidamente durante aquellas
trascendentales horas entre la noche del Jueves Santo y la mañana del domingo de Pascua. Nosotros leemos
acerca de ellos veinte siglos después y por lo tanto difícilmente podemos apreciar o darnos cuenta de sus
poderosos pormenores. Pero conviene que nos detengamos a estudiarlos cuidadosamente. Nuestro mensaje
de Pascua esta mañana tendrá mayor significado si lo abordamos mencionando la poderosa influencia que la
muerte y la resurrección de Cristo ejercieron en todo su alrededor. Tal parece que todo el universo participó
compasivamente en el acontecimiento. Durante las últimas horas antes de que Cristo inclinara su cabeza en
la ignominiosa muerte en el Gólgota, el sol glorioso del firmamento fue cubierto por densas tinieblas.

Cuando Cristo murió, los fundamentos de la tierra fueron sacudidos por grandes temblores. Además, hubo
actividad en el mundo de los espíritus. Ángeles bajaron del cielo y fortalecieron a Jesús en el huerto. Y al
resucitar Jesús, los ángeles se apresuraron a anunciar su gloriosa victoria.
Todo esto estimula a la Iglesia Universal a echar a un lado todo abatimiento y tristeza respecto a la
Pasión y unirse a las exclamaciones de triunfo y victoria. Pletóricos de gozo frente a la realidad de la
resurrección de Cristo, los creyentes se unen al grito de triunfo del apóstol San Pablo: ‘‘¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el
Señor nuestro Jesucristo”. Que Dios mismo nos lleve a un mayor aprecio de esta verdad mientras meditamos sobre el gran mensaje de Pascua.

“¡Ha Resucitado!”
“Ha resucitado” es el mensaje celestial pronunciado en un sepulcro. Proclama la resurrección de
Cristo después de haber sido ella un hecho consumado. Los evangelistas, al relatar por inspiración del
Espíritu Santo este acontecimiento de suprema importancia en la vida de Cristo, no se esforzaron por narrar
detalladamente el suceso mismo de la resurrección, En esto conservan un silencio solemne. Sabemos que no
hubo testigos oculares de la resurrección. Los discípulos vieron a Cristo resucitar a otras personas, pero
ningún humano vio con sus propios ojos la resurrección de Cristo. Ni tampoco es necesario. Existe
evidencia suficiente y convincente de que Jesús realmente se levantó de entre los muertos. Muchos le vieron
después de su resurrección u oyeron el mensaje de su resurrección pronunciado por labios angelicales.

Algo extraordinario es el pulpito que usó el Ángel; extraordinario y no obstante muy apropiado. Las
mujeres habían acudido al sepulcro, llevando los aromas que hablan preparado. Querían dar la última
demostración de amor a su querido Salvador. En realidad esperaban preparar su cuerpo para su sepultura
final. Nos dice San Mareos que en el camino estas mujeres se decían entre sí: “¿Quién nos removerá la
piedra de la entrada del sepulcro?” Pero al alzar los ojos, observaron que la piedra había sido removida. Al
entrar al sepulcro, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Esto las sorprendió mucho. Pero de repente, “se les presentaron dos varones con vestiduras resplandecientes”. Eran ángeles de Dios que les traían un mensaje.

Fue un lugar apropiado para proclamar a aquellas mujeres que ya no era necesario preparar el cuerpo del
Señor para la sepultura final. También era apropiado porque proporcionaba un gran contraste entre la muerte y la vida, todo lo cual recalcaba la verdad positiva de que Cristo había resucitado. Allí el ángel pudo
preguntar: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Allí pudo declarar: “No está aquí, sino que ha
resucitado”. Allí pudo decirles: “Ved el lugar donde le pusieron” y así proporcionarles evidencia de la
resurrección.

“Ha resucitado” es el mensaje que a través de los siglos ha sido víctima de los más severos ataques.
Fue atacado ya poco después de la resurrección. Algunos de los guardias que habían estado junto al sepulcro corrieron a la ciudad a referir a los enemigos de Cristo lo que había acontecido. Entonces los enemigos de Cristo los instruyeron para hacer esta ridícula y absurda declaración: “Sus discípulos vinieron de noche y lo hurtaron, estando nosotros dormidos.” A los guardias no se les permitía dormir. Y si estaban dormidos, ¿cómo podían saber que los discípulos habían ido de noche al sepulcro? Además, el temor que tenían los discípulos les impedía ir al sepulcro donde estaban los guardias. Sabemos que también el apóstol San Pablo en un tiempo pertenecía al grupo de los que ridiculizaban y negaban la resurrección de Cristo. La mera mención de la resurrección de Cristo le causaba tanto furor que respiraba amenazas y muerte contra los que se atrevían a confesar que el Crucificado había resucitado. No había uno que odiara más la religión cristiana y tratara de acabar con toda semblanza de su testimonio que Saulo de Tarso. Si se examina cuidadosamente el asunto, se verá que aquella furiosa enemistad procedía de la verdad de la resurrección de Cristo. En cambio, después que el Redentor resucitado se apareció al apóstol en el camino hacia Damasco y le hizo la sorprendente pregunta: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” y le dijo que Él era Jesús, el Jesús que había resucitado, el apóstol se hizo el más ardiente defensor de la resurrección, y estaba dispuesto a padecer encarcelamiento y aun la muerte antes de desistir de promulgar la verdad acerca de la crucifixión y la resurrección de Cristo. En cierta ocasión declaró lo siguiente: “Jesucristo fue declarado Hijo de Dios con
potencia, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos.” ¡Qué insensatez cometen, pues,
los que en la actualidad tratan de ridiculizar y negar la resurrección del Redentor!

“Ha resucitado” es un mensaje que proporciona irrefutable prueba de la deidad de Cristo. Es el
argumento más poderoso que se puede aducir en cuanto a lo que Cristo mismo declaró y lo que la Sagrada
Escritura declara respecto a que Cristo es el Hijo unigénito de Dios. Aunque el mensaje sorprendió a
aquellas mujeres, también las convenció de que su querido Salvador era realmente lo que Él decía ser.
Aunque actualmente hay quienes no aceptan la deidad de Cristo y no admiten que Él es verdaderamente
Dios y Hombre, sabemos empero que Jesús invitó a que se creyera en É1 a causa de las obras que hacía.
Obraba milagros que ningún mortal podía obrar. Aun los elementos, el viento y las olas, obedecían a su voz.
Y hasta la muerte tuvo que soltar de sus garras al joven de Naín, a la hija de Jairo y a Lázaro. Todos estos
milagros proporcionan prueba indiscutible de la deidad de Cristo. No obstante, la mayor prueba será siempre la siguiente: “Ha resucitado”. Por primera vez la muerte, el terrible enemigo de la humanidad, a quien nadie había podido vencer y de quien nadie había podido huir, sufrió la más humillante derrota. En cierta ocasión Jesús dijo a las personas: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. En la cruz majestuosamente citó a la muerte a reclamarle. Parecía que la muerte había triunfado y se había apoderado de otra de sus muchas víctimas. Pero ahora se oye el victorioso mensaje: “Ha resucitado”. La muerte no pudo detenerle. Rompió sus cadenas. Se deshizo de sus garras. Destruyó su poder. Aquí tenemos prueba positiva de que Cristo es verdaderamente el Hijo de Dios.

Su resurrección fue el cumplimiento de una promesa. El ángel dijo a las mujeres: “Acordaos de lo que
os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en
manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día”. Esto dirigió a las mujeres a la
prueba más segura, más clara y más convincente de todas, a saber, la Palabra de Dios. La Palabra de Dios y sus promesas siempre se cumplen. Son sí y amén. Son la cosa más fiel y confiable que existe. Se nos dice
que las mujeres, al oír las palabras del ángel, se acordaron de lo que Jesús habla dicho. Sabemos, además,
que mientras Jesús caminaba con los dos discípulos hacia Emaús, comenzando desde Moisés y siguiendo
por todos los profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que a Él mismo se refería. Les preguntó: “¿No
era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?”. Conviene recordar siempre
que en todo lo que se relata acerca de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo hay referencia constante a
las profecías. Se nos proporciona como evidencia convincente de que Jesús es verdaderamente el Mesías
prometido, el Salvador enviado por Dios el Padre.

“Ha resucitado” es un mensaje que cambia la tristeza en gozo. No cabe duda de que la muerte de
Cristo en la cruz produjo honda tristeza en los corazones de todos sus discípulos, tanto entre los once como
entre los demás. Nosotros difícilmente podemos darnos cuenta de esto. Poseemos la ventaja de saber que
Cristo resucitó. En ese tiempo los discípulos no disfrutaban de esa ventaja. Sabemos que la muerte de Cristo
no fue una derrota, sino que fue seguida de una gloriosa victoria. Los discípulos sólo podían ver la batalla
con sus horribles resultados. Pero cuando las mujeres se enteraron de que Jesús había resucitado, cuando se
acordaron de sus palabras, inmediatamente volvieron del sepulcro para anunciar todas aquellas cosas a los
once y a todos los demás.

La resurrección de Cristo cambia verdaderamente nuestra tristeza en gozo. Razón tenemos para estar
tristes. Hemos traspasado los santos mandamientos de Dios, somos enteramente culpables ante Dios. Ahora
se nos dice que Dios envió a Cristo para expiar nuestra culpa. Jesús, mediante su Pasión y muerte en la cruz,
se hizo nuestro Sustituto. A nosotros nos beneficia mucho su Pasión y muerte. La pregunta que nos atañe es
si su obra en realidad expió nuestra culpa, si nos remueve el peso del pecado que nos aplasta, si nos quita el
profundo dolor que sentimos en nuestros corazones. ¿Aceptará Dios el sacrificio que Cristo hizo por
nosotros? ¿Recibimos en realidad el perdón de los pecados mediante su Pasión y muerte? San Pablo dijo en
cierta ocasión: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”. Pero, ¡afuera con
toda duda y tristeza! “Ha resucitado” Tenemos un Salvador vivo. Toda su obra de la redención es real, Dios
aceptó el sacrificio. Cristo nos reconcilió con Dios. Ahora tenemos paz con Dios y Él con nosotros. Razón
tenemos para sentir un gozo triunfante. El acontecimiento de la resurrección de Cristo, visto desde el punto
de vista de todo lo que encierra, aun la salvación misma de nuestra alma, debe servirnos de estímulo para
entonar cánticos de alabanza en este día.

“Ha resucitado” es un mensaje que nos pide que demos testimonio de nuestra fe. Las mujeres que
oyeron el mensaje de Pascua del ángel y “volvieron del sepulcro y dieron nuevas de todas estas cosas a los
once y a todos los demás”. San Marcos nos informa que el ángel dijo a las mujeres: “Id, decid a sus
discípulos y a Pedro”. Los que oyen este mensaje deben compartirlo con otros, anunciarlo a otros. La buena
nueva es tan maravillosa y es de tanto valor para los pobres pecadores que no podemos menos que
promulgarla. Ésta es una lección muy importante para nosotros en la actualidad. Hay tantos en el mundo
que ignoran por completo el hecho de que Jesús murió y resucitó por ellos. Cada día se hace mayor el
número de los que no conocen a Cristo como su Salvador. Nosotros nos alegramos del precioso mensaje
acerca de la muerte y resurrección de Cristo. Sabemos que nuestra salvación es real. También sabemos que
éste es el único mensaje que puede ayudar a los que todavía andan a tientas en la incredulidad. Quiera Dios
que también nosotros nos afecte profundamente este mensaje de Pascua que el Espíritu de Dios nos mueva a aceptar de todo corazón la maravillosa verdad de que Cristo “ha resucitado” y que a la vez promulguemos
este mensaje de gozo a cuantas personas podamos en el mundo. Amén.

Juan W. Behnken

sábado, 23 de marzo de 2013

Domingo de Ramos.




”Cuando Dios guarda silencio”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      24-03-2013

Primera Lección: Deuteronomio 32:36-39
Segunda Lección: Filipenses 2:5-11
El Evangelio: Lucas 23:1-56
Sermón
         Introducción
Iniciamos esta Semana Santa escuchando la voz del salmista: “Oh Dios, no guardes silencio; No calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, Y los que te aborrecen alzan cabeza”.(Salmo 83:1-2). Pues asistimos hoy a algo inaudito: Dios guarda silencio ante los hombres. Espera el pueblo una palabra de su boca, una defensa ante aquellos que lo menosprecian y rechazan. Mas sólo recibimos silencio sin embargo. Pero, ¿qué significa este silencio de Dios?, ¿cómo entenderlo e interpretarlo?, ¿calla Dios en el silencio en verdad, o por el contrario su voz no necesita palabras en determinados momentos para hablarnos?. Y cuando este silencio es notorio y evidente ¿qué quiere decir Dios por medio del mismo?. No debiéramos confundir el silencio de Dios en un determinado momento, que es en sí mismo un mensaje para el mundo, con el hecho de que su Palabra recorre la tierra cada día hablando alto y claro a aquellos necesitados de la misma. Y sobre todo con el hecho de que Su voluntad es soberana e inmutable. Una voluntad personificada por nosotros a partir de este Domingo en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el Señor.
         Un silencio que clama al mundo
La sangre aún goteaba por sus mejillas probablemente cuando Jesús, después de haber sido escarnecido por Herodes, fue situado de pie frente a Pilatos una vez más, tras haber sido además menospreciado y ridiculizado. Y al igual que la primera vez, las autoridades romanas, las religiosas y el pueblo, aguardaban expectantes las palabras de Jesús. Sin embargo sus labios no pronunciaron ni un leve susurro. El silencio era absoluto ante las máxima autoridades de las que dependían su vida o su muerte. “Y le hacía muchas preguntas, pero él nada respondió” (v9). Y muchos allí, pudieron pensar que Cristo callaba pues nada tenía que decir. El mundo había triunfado y lo había silenciado, podían pensar algunos regodeándose en su orgullo. Para éstos, silenciar a Dios en su Palabra era su mayor triunfo, sin ser conscientes de que ni remotamente Dios puede ser acallado cuando en su Ley, nos muestra cómo somos realmente. Sin embargo Dios estaba hablando alto y claro en ese momento, con una rotundidad tal que las palabras humanas no eran suficientes para abarcar la profundidad de su mensaje. Y ante aquellos como Pilatos, Herodes, los sacerdotes y escribas, y la multitud, Dios se manifestó en el silencio. Este silencio de Jesús era ahora la acusación contra aquellos que se regocijan en su pecado y su orgullo, y que cegados por la dureza de sus corazones, rechazan el puro Evangelio del perdón y la gracia. Pues cuando Dios nos retira su Palabra, en la cual hallamos Vida, el hombre es arrojado entonces a la oscuridad y la muerte. “Desfallecieron mis ojos por tu palabra, diciendo: ¿Cuándo me consolarás?” (Sal 119:82) . Allí, en esos últimos momentos de la vida de Jesús, Dios estaba hablándonos por medio del escarnio público de su Hijo. Y cada uno de los insultos proferidos contra él, cada bofetada, cada latigazo, cada humillación que Él soportó sin abrir su boca, eran los que nos correspondía recibir a cada uno de nosotros, pecadores todos, y no a Él, nacido sin pecado. Mas la Palabra de Dios siempre encuentra cumplimiento, y así, era necesario que Cristo padeciese todo esto en silencio: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 56:6-7). El silencio de Dios debiera hacernos reflexionar a los seres humanos, y no caer en el error de pensar que es un silencio indicativo de su ausencia de nuestras vidas. Dios es Dios siempre y por siempre es su señorío sobre este mundo: “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; Yo hago morir y yo hago vivir, Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deut. 32:39). No caigamos en el engaño: Dios puede guardar silencio, pero no puede ser silenciado ni por todos los poderes de este mundo que Él ha creado. El silencio de Dios nos habla pues a nosotros; a los que lo negamos, a los que lo escarnecemos con nuestro orgullo, y a los que confiamos en nuestras propias fuerzas más que en la Cruz de Cristo. ¡Imploremos a Dios para que nunca nos retire su Palabra de Vida y recibamos a cambio su silencio!.
         Nada digno de muerte ha hecho este hombre
A estas alturas eran evidentes dos cosas: que el pueblo no cejaría hasta ver muerto a Jesús, cegado por su insensatez, y que Jesús era absolutamente inocente de delito alguno. Y paradójicamente la justicia humana, cometió una injusticia aún mayor al condenar a muerte a aquél al que no pudo culpar de nada (v14), a causa del testimonio de aquellos que no tuvieron rubor en cometer falso testimonio. Pues a la culpabilidad por sus pecados, añadieron al mismo tiempo la culpabilidad por pedir la muerte de un Justo usando la falsedad como medio para conseguirla Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohibe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey” (v2). Faltaron a la verdad y eran conscientes de ello, pues Jesús sólo pedía arrepentimiento a su pueblo, y lo exhortaba a enderezar sus caminos. No se inmiscuyó tampoco en cuestiones políticas, cuando estos mismos trataron de tentarle buscando luego acusarle: “Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción?. Y respondiendo  dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20:24-25). Separó así la crítica necesaria a la injusticia terrenal, viniera de donde viniera, del mensaje espiritual de un Evangelio centrado fundamentalmente en la liberación del alma humana. Pero aún así, su pueblo permaneció cegado y obstinado en pedir la muerte de Jesús, y en apartar de entre ellos al que era la Luz de sus vidas: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (Jn 1:11). ¿Cómo entender tanto rechazo y desprecio por la misericordia divina?, ¿cómo después incluso de haber escuchado tales palabras de esperanza, y haber presenciado además el poder de Dios restaurando a los abatidos?. Jesús era inocente del todo, y por ello nos resulta más inconcebible tal dureza de corazón: “Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (v31). Pero ¡cuidado!, en realidad el pueblo de Israel de su época no es peor que cualquier pueblo de cualquier época. Pues a todos los seres humanos nos iguala la necesidad de liberación de la esclavitud en que el ser humano se halla y que sólo en la sangre de Cristo es posible conseguir. Y ¿acaso no hay muchos hoy que entienden que el Evangelio es un obstáculo que pervierte y alborota al mundo moderno?, o ¿no lo ven otros como una amenaza para la sociedad civil y el Estado?. Sí, Cristo sigue siendo zarandeado y vituperado también hoy día en nuestra sociedad. Por desgracia aún se oyen voces que claman contra Él: “¡Crucifícale, crucifícale!” (v21).
         Despojemos a Jesús de las ropas espléndidas
El silencio de Dios no es tal silencio, como hemos visto, sino la afirmación de que la voluntad del Padre se cumplirá irremisiblemente. Y es un silencio dirigido en especial a aquellos que dan la espalda a Dios, pensando que así imponen su propia voluntad y anulan la del Creador. A ellos se aplican sin embargo las palabras de Jesús ante el concilio: “Pero desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios” (Lc 22: 67-69). Para estos es el anuncio de que ¡Cristo es Cristo, ahora y por siempre!. Sin embargo, muchos no se conforman sólo con dar la espalda a Cristo o menospreciarlo. Después de haber hecho esto mismo, Herodes dió un paso más, y trató de convertir a Jesús en una burla, en un esperpento: “Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato” (v11). ¿Qué podía ser más eficaz para anular a Cristo que disfrazarlo y transformarlo en la imagen de un rey humillado?, ¿qué mejor para acabar con él y su mensaje que presentarlo como una caricatura viviente?. Hasta tal punto tuvo efecto la idea de Herodes que Pilatos y él, grotescamente, acabaron reconciliándose (v12). Y una vez más debemos meditar en este pasaje, pues podemos como Herodes, convertir a Cristo y su Evangelio en una imagen ridícula y deforme. Y no necesariamente hay que añadir a su persona y obra elementos que causen un claro rechazo, no. Podemos conseguir el mismo efecto añadiéndole a nuestra fe todo aquello que, aparentemente, se ve apetecible a nuestros intereses o simplemente del gusto de las mayorías. Así, podemos ir añadiendo “ricas” vestimentas a Jesús y al Evangelio, re-decorándolo y añadiéndole todo aquello que nuestra mente pueda imaginar. Lo más frecuente en este caso suele ser añadirle todo tipo de doctrinas de hombres, que presentan a Cristo y la Cruz como una imagen confusa y deforme donde no reconocemos ya al original, y que terminan por exaltar finalmente la capacidad del ser humano de labrar su propia salvación por sus propios medios. No, no hagamos esto con Jesús; no lo convirtamos a Él y al Evangelio del perdón de pecados sino en la Palabra hecha carne que trae perdón y salvación para los corazones arrepentidos. Cualquier otra cosa será echar caras ropas sobre sus hombros, pero que en realidad Dios detesta. Es sin embargo en la sencillez y originalidad de su mensaje y fundamentalmente en su Obra en la Cruz por nosotros, donde encontraremos y reconoceremos al verdadero Jesús el Cristo, el Hijo de Dios verdadero: “y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn 5: 20-21).
         Conclusión
Los judíos pidieron la muerte de Jesús y la liberación a cambio de un sedicioso y homicida (v24-25).Y Él, hasta en el momento de encarar su camino al Calvario, pidió si embargo perdón para ellos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (v34). Pero no sólo para ellos, pues por cada una de nuestras traiciones, por cada uno de nuestros pecados una y mil veces repetidos, pidió para nosotros también misericordia y perdón. Y fue en ése momento, donde la voluntad del Padre iba a ser llevada a cumplimiento por nosotros, donde Jesús sí habló, alto y claro, con palabras de Vida y salvación eternas. Por tí y por mí, pues infinito es su Amor por nosotros. Y, “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4:10). Éste es el Jesús que viene hoy a la Jerusalén de nuestras vidas; recibámoslo con júbilo y gozo. Pues viene a nosotros nuestro Salvador, y no con ricas vestimentas, ni rodeado de esplendor y de los poderes de este mundo. Viene a lomos de la humildad, de la mansedumbre, y del espíritu misericordioso y perdonador. “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas”(Lc 19:38).    ¡Que así sea, Amén!.                                              J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 17 de marzo de 2013

Quinto Domingo de Cuaresma.



TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                               
Primera Lección: Isaías 43.16-21
Segunda Lección: Filipenses 3.4-14
El Evangelio: Lucas 20.9-20

 

“¿Cómo deshacerse de Jesús?”

 

Estoy seguro de que mucha gente no ve claramente cómo Jesucristo puede encajar en sus vidas. El profesional de 35 años, está inmerso en su carrera, ocupando 70, 80 o 90 horas a la semana en su emprendimiento. Está decidido a tener éxito, tiene metas y dará todo por alcanzarla. No hay tiempo para Jesús en su vida. Después todo, ¿Qué puede contribuir Cristo en medio de tanta vorágine? ¿Qué puede aportar Jesús a su carrera, salvo entorpecerla? La madre soltera con tres hijos está tratando de no perder la cabeza mientras hace malabares con un trabajo a tiempo completo, cuidando de los niños, mantenimiento la casa y pagando las facturas. Jesús no encaja realmente en su vida, a no ser que pueda cuidarle a los niños de vez en cuando o repararle alguna avería del piso. Luego está la joven pareja, sin hijos, es tiempo de trabajar y trabajar duro para juntar algo de dinero, para ellos, el trabajo es el medio para un fin. Si no se puede llegar al piso, el dinero será para gastar en el piso, el coche, viajes, deportes, conciertos, actividades recreativas, cualquier tipo de diversión que se puedan imaginar.
Jesús no se ajusta al estilo de vida moderno. Luego está la familia, ocupada con todo lo anterior: trabajo, niños, la escuela, los deportes, la casa y todo lo demás. Muchos son buena gente y tratan de adaptarse a Jesús. Miles de personas tratan de conseguir una hora libre los domingos, siempre que puedan, porque tienen la sensación de que deben encajar a Jesús en algún lugar, por lo menos un tiempito. Por desgracia, esa es la forma en que Jesús encaja en muchas vidas, solo un poco, solo los domingos, solo para cumplir con la conciencia.
“Vamos a deshacernos de Jesús” pensaron los fariseos y siguieron buscando la manera de apresarlo y deshacerse de Él y Él lo sabía. Para ellos, Él era una amenaza para la gente, su modo de vida y su religión. Para ellos era una lucha de poder, como si Jesús estuviese ganando un concurso de popularidad y a ellos no les gustaba perder. Pero había algo más que esto. Jesús predicaba un mensaje, que era un escándalo para ellos. Era una religión diferente, una manera distinta de relacionarse con Dios. Pero ellos creían ser los verdaderos creyentes en su religión, por lo que veían a Jesús como un mentiroso, blasfemo y un peligroso agente de Satanás.
Su religión estaba basada en hacer buenas obras. Sosteniendo que un hombre puede agradar a Dios por sus acciones. En realidad es una religión bastante común y popular, puede encontrarse bajo muchos nombres diferentes y a veces esta religión no tiene nombre. Esta es la religión de la ley. A veces cambia la manera de expresarla, vivirla y sentirla, pero rara vez cambia el punto de que hay que ganarse el favor de Dios. Algunos proponen el camino de la ley rabínica como lo hacían los fariseos, siguiendo a rajatabla una infinidad de mandamientos o tal vez puedes hacerlo por la meditación y un buen karma. Quizá salvando el medio ambiente y la ecología, tal vez puedas hacerlo al ser amable, tolerante y sin prejuicios. Tal vez lo intentes al ser “espiritual pero no religioso”. Otra opción es la de buscar amar a todo el mundo y llevarse bien con todos. En definitiva lo que buscamos por estos caminos es tener un gran logro moral o espiritual y decirle a Dios “Dios: mira lo que he hecho por ti”.
    ¿Con esto se logra el propósito de mejorar la relación con Dios? No, definitivamente no. Porque de acuerdo a la Escritura, para mejorar mi relación con Dios, la Ley demanda una total perfección, basada en el cumplimiento total y constante de los mandamientos, tanto en su letra como espíritu. Su ley sólo nos recuerda que no hay nadie que sea justo, ni siquiera uno. La religión nos propone diferentes maneras de deshacernos de nuestro Creador. Tratamos de poseer y manejar a nuestra manera lo que no es nuestro, nuestra vida, nuestras posesiones, nuestro tiempo y todo lo que este mundo tiene para ofrecernos. Sostenemos que todo nos pertenece para hacer lo que nos plazca. Al igual que los inquilinos de la viña, abusamos de lo que Dios nos ha dado, incluso su iglesia, para nuestro propósito egoísta. Y luego, cuando Dios viene a nosotros en busca de una cosecha lo enviamos las manos vacías.
     Él envía a sus mensajeros para llamarnos a reconocerlo como nuestro Señor y Dios y sin embargo los maltratamos y expulsamos porque nos ofrecen un mensaje que no es de nuestro agrado. Rechazamos su llamado gracia mediante la Palabra y los Sacramentos e ignoramos el pacto que hizo con nosotros en el bautismo, cuando Él plantó la fe en nuestros corazones. Cuantas veces despreciamos el estudio de las Escrituras o la Cena del Señor. Él nos da todos sus dones preciosos y nos permite disfrutar de la vida en este viñedo y lo tratamos vergonzosamente.
    Algunos de los que se llaman cristianos, ya sean cuerpos eclesiásticos o personas aquí, incluso rechaza el regalo más precioso de todos, Su Hijo, que es la roca de la salvación. Qué absurdo es pensar que podemos rechazar último regalo de amor de Dios, pero aun así creen que podrán heredar el reino. Es una locura imaginar que podrán quitar a Jesús de sus vidas y matarlo en sus corazones y que para Dios eso estará bien. Pero así es como algunos llegan a pensar, si me deshago del heredero, entonces Dios no tendrá ninguna pretensión más sobre mí y lo que yo haga con mi vida. Entonces, todo lo que tengo, todo es mío, todo mío. Así, que esta piedra de aquí, ¿quién la necesita? ¿Hay otra alternativa? ¿Qué pasa con esa otra religión que Jesús estaba predicando? Simple. “Arrepiéntanse y crean”. Arrepiéntete de tus pecados y cree en Jesús para el perdón de tus pecados y salvación.  ¿Es así de simple? ¿Puedo admitir y confesar mis pecados delante de Dios, simplemente pedir perdón y él me lo concede? ¿Sin condiciones? ¿Sin reprimendas y sin castigo? Parece demasiado fácil. Parece tan simple. ¿No debería ser más difícil que eso? ¿No debería incluir un pequeño esfuerzo de mi parte? “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar a todas las cosas buenas?”
La religión de Dios es el Evangelio. Es la buena noticia de Jesús, que por su muerte en la cruz y su resurrección, tus pecados te son perdonados. Sí, la vida eterna está asegurada. Sí, somos agradables a la vista de Dios y sí, vivimos por el Espíritu Santo, creciendo en fe y rectitud. Se trata de la obra de Dios, no la tuya. Es todo acerca de sus promesas, no basado en tu autosuficiencia. Pero esto no sucede sin Jesús. Es por eso que las personas que quieren tener la religión de la ley tienen que deshacerse de Jesús.
En la parábola, los inquilinos de la viña tuvieron esta idea poco brillante “si matamos al hijo, la viña será nuestra”. Es evidente que Jesús sabía lo que los fariseos estaban haciendo y lo que finalmente iban a hacer. Su parábola muestra lo torcido de su razonamiento. Ellos realmente creían que podían matar al autor de la vida. Realmente pensaron que esto resolvería el problema y todos podrían volver felices a vivir auto-engañados.
El problema fue que deshacerse de Jesús, condenarlo y crucificarlo, no funcionó en absoluto. La muerte no pudo contenerlo. Él se levantó victorioso y marcó el camino para la resurrección de su pueblo. La cruz sólo cumplió con su plan. Sin darse cuenta, habían tomado parte de él. Ellos realmente no sabían lo que hacían. Habían rechazado la piedra angular, es decir, a Jesús, pero en lugar de ser desechado como basura, se convirtió en la piedra angular de la Salvación. Toda la iglesia está edificada sobre Él. Jesús, edifica y sostiene a su iglesia, establece su pueblo y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Conectado a Él, edificado sobre él, estamos seguros y fuertes, en el Dios de nuestra Salvación.
Con esta piedra angular, Jesús, puede pasar dos cosas, que caigas sobre Él, o Él caiga sobre ti. Si caes sobre Él, serás roto en pedazos. Es decir, eres llevado al arrepentimiento y al perdón. “Un corazón contrito y humillado” está ligado y sanado en Él. Esto significa que habrá dolor al abandonar viejas costumbres, rompiendo la vieja vida, enterrando los viejos pecados. Pero esto significa que hay vida. Detrás del sufrimiento hay una gran alegría y paz indescriptible. El cristiano se contenta con ser roto y reconstruido por el arquitecto de nuestra fe, Jesucristo.
Es mucho mejor que la otra alternativa. Porque si la piedra cae sobre ti, te desmenuzará. Esto es lo que les esperaba a los inquilinos que mataron al Hijo. Esto es lo que esperaba a los fariseos que mataron a Cristo. Esto es lo que le sucede a todos los que rechazan al que vino como Salvador, que vendrá de nuevo como rey y juez. Él juzgará. Su justicia y su ira se derramarán sobre los malvados. Él separará a las ovejas de las cabras, al creyente del incrédulo. Pobre de aquellos que tratan de apoyarse en sus propias buenas obras, en lugar de la buena y suficiente obra de Cristo para ellos. Pero tú y yo, nos quedamos, por la fe en Jesús. Confiamos en Él para la salvación. Nos arrepentimos de nuestros pecados y nos dirigimos a él por misericordia. Él la concede.
Nunca nos deshagamos de Jesús. Al rechazarlo cuando venga en su Palabra o Sacramento, empujándolo hacia un lado y dejando que nuestras ideas o pasiones nos desvíen de la meta. Al descuidar su palabra o dudando de sus promesas. Que nunca confiemos en nuestras propias obras, nuestra propia religión y nuestra propia falsa justicia. Que siempre descansamos en el fundamento de la Iglesia, Jesucristo nuestro Señor. Porque Él es el único que puede darnos el perdón completo de todos nuestros pecados, asegurarnos que la herencia celestial es nuestra para siempre.
No hay nada que nos pueda salvar fuera de Cristo. Nuestros pecados fueron y son horribles. No sólo nuestra deslumbrantes transgresiones de la voluntad de Dios, sino también los pecados más sutiles, como nuestra excesiva preocupación por el cosas de esta vida, lo que nos deja muy poco espacio para Él. Sólo la muerte del Hijo de Dios cubre y limpia nuestros pecados. Sólo el sufrimiento de Cristo puede satisfacer la justicia de Dios y rescatarnos. El Padre en su amor infinito estaba dispuesto a hacerlo, a renunciar a su propio Hijo por nosotros. El Hijo en su amor infinito estaba dispuesto a sacrificarse por nosotros. Así que ¿Dónde entra Jesús en su vida? En un pequeño espacio en la mañana del domingo, cuando se le necesitas con urgencia o de vez en cuando? ¿O es Jesucristo, la roca fundamental en tu existencia? En Cristo, la Roca sólida, estamos firmes. Firmes en que Él es tu perdón, es tu justicia, tu redención, tu vida, esperanza y tu cielo. Él es el mayor tesoro del cristiano, en comparación con las otras cosas. Estaremos encantados de recibir su Palabra, tanto de la ley y el Evangelio con acción de gracias. Vamos a honrar a sus mensajeros como sus siervos que han sido enviados para bendecirnos y a suscitar la cosecha de la fe y la justicia que Dios espera.
Atte. Pastor Gustavo Lavia

domingo, 10 de marzo de 2013

4º Domingo de Cuaresma.




”El puro Evangelio de perdón de pecados”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      

Primera Lección: Isaías 12:1-6
Segunda Lección: 2ª Coríntios 5:16-21
El Evangelio: Lucas 15:1-3, 11-32
Sermón
         Introducción
Hace tiempo un conocido me realizó la siguiente pregunta: ¿Puede un hombre arrepentirse de todo su mal en los últimos momentos de su vida, acogerse en fe a los méritos de Cristo y ser perdonado?, ¿perdonaría Dios realmente a tal persona y le abriría las puertas del cielo olvidando sus pecados pasados?. Puede parecer una pregunta con una respuesta obvia para nosotros, pero sin embargo, es una pregunta que muchas personas se han realizado en sus vidas y que no siempre ha hallado una respuesta tranquilizadora. Porque cuando el hombre, trata de responder a esta pregunta por sus propios medios, halla incomprensible que el mal, incluso en un corazón contrito y arrepentido, no halle el castigo que merece y reciba en cambio misericordia y perdón. Pues el perdón que nace del Amor de Dios, es un atributo divino que el hombre difícilmente entiende cuando nuestro viejo Adán exige devolver ojo por ojo y diente por diente (Dt 19:21). Si no fuésemos capaces en fín de responder afirmativamente a estas preguntas, ello significaría que no hemos entendido la dinámica de la Ley y el Evangelio en la vida del hombre ni del Amor de Dios por nosotros. Pero si ante nosotros brota sin dudar el “sí” como respuesta, ello significará que la Palabra ciertamente nos ilumina con una claridad deslumbrante desde la fe salvadora.
         Comiendo y viviendo con los pecadores
Una vez más, en el ministerio público de Jesús, nos encontramos con una escena en la que los pecadores (publicanos y otros señalados por la sociedad judía), se acercaban a Jesús para escuchar este mensaje nuevo, lleno de palabras de llamada al arrepentimiento (Lc 13:1-5), pero al mismo tiempo de esperanza para los corazones contritos: “Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come” (v1-2). Sí, no estaba todo perdido, y Dios aún amaba a aquellos que con sus errores y faltas en la vida se preguntaban si su Padre Celestial no los habría olvidado y repudiado eternamente sin solución. ¡Y en Jesús había sin duda palabras de esperanza!. Y se acercaban también a escucharle los fariseos y maestros de la Ley, conocedores de todos los preceptos que el judío ejemplar estaba obligado a cumplir. Estos,  conociendo la Ley de manera tan escrupulosa, se habían quedado sin embargo en la letra, olvidando el Espíritu (2 Cor 3:17). Así, lo que para los pecadores arrepentidos podían ser palabras celestiales y la posibilidad de recuperar su dignidad como hijos del Padre, para ellos eran palabras que violentaban sus conciencias legalistas. Pues, ¿podía Dios hacer otra cosa que despreciar y castigar al pecador?, y lo que es peor, ¿podía un hombre de Dios tener contacto siquiera con ellos, más allá de juzgarlos y acusarlos de impiedad?, ¿podían tales personas esperar algo más de Dios o de otros creyentes que un dedo acusatorio señalándoles?. Se podría decir que todos llevamos dentro a un fariseo, pues el ser humano tiende a ver fácilmente el error ajeno y es lento para distinguir los propios. Por esto y en el fondo, podemos entender a estos fariseos y maestros. ¡Somos tantas veces como ellos!. Pero la respuesta de Jesús en ésta, como en otras ocasiones, es una parábola magistral y podemos decir, una parábola que resume de manera nítida la dinámica de la Ley y el Evangelio en la vida del creyente, y de cómo Dios nos empuja literalmente a los brazos de Cristo cuando ya no vemos salida posible a nuestro pecado. Porque Dios siempre está ahí, a la puerta, esperando, y usando su Palabra para mostrarnos los caminos equivocados que nos llevarán a la desesperación, la insatisfacción, el abatimiento y finalmente, a la muerte. Pero sobre todo mostrándonos el sendero contrario, que no son muchos caminos, tengámoslo claro aquí, sino uno solo: a Cristo. “Yo soy la Verdad el camino y la vida.” (Jn 14:6). Sí, Dios siempre está junto a nosotros, esperando el momento en que nuestro corazón dejará de luchar y se rendirá a la evidencia de que todo el tiempo que pasemos fuera de los senderos que conducen al Padre, será un tiempo desperdiciado vanamente. Pues, ¡cuidado!, porque este mundo puede llegar a crear en nosotros la ilusión de que es eterno, y nosotros con él, pero recordemos: “el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2:17).
         Padre, he pecado contra el cielo y contra tí
Hemos sido colmados de bienes por el Señor; tantos y tan abundantes que casi no tenemos ya conciencia de ellos. Vivimos en un mundo lleno de posibilidades, y todo nos ha sido dado gratuitamente. Es cierto que en la vida encontramos dificultades, problemas, sufrimiento; pero ello forma parte de esto que llamamos vida, existencia. Y en cualquier caso: “¿recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2: 10). Sí, el Señor nos ha regalado una vida en esta tierra, pero he aquí que muchos, al igual que el hijo menor de la parábola han partido siguiendo sus propios caminos, a lugares lejos de su Padre: “No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada: y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (v13). Podemos imaginar que este hijo perdido malgastó sus recursos en cosas poco edificantes: comida en exceso, juego, mujeres, etc. Pero aunque en nuestro tiempo muchos siguen un camino de destrucción paralelo a éste, se puede afirmar que en general una vida construida lejos de la voluntad de Dios y del alcance de la Cruz de Cristo es una vida desperdiciada, por muy decente que aparente ser. Porque en esta vida deberíamos caminar por senderos seguros, que conduzcan a los umbrales del Reino Celestial, y ella misma, la vida, es en realidad el tiempo para el camino hacia el Padre. No hay otras vidas donde recuperar este tiempo que puede ser perdido irremisiblemente, y es aquí y ahora donde el Señor nos llama a la conversión y al arrepentimiento (Jl 2:12). El hijo pródigo acuciado por su insensatez y la fatalidad de sus decisiones, llegó a un punto muerto, donde su vida no tenía ya sentido y era puro sufrimiento: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre¡” (v17). Sin embargo, el hombre no tiene por qué esperar a un golpe de la vida o a ser víctima de su viejo Adán para tomar conciencia de la gravedad de situación. Pues tenemos a la Ley de Dios para despabilar a las conciencias adormecidas por la música atrayente de una realidad egocéntrica y egoísta. Y no se trata de no disfrutar de la vida, no, ni de verla como algo negativo. Nosotros no somos gnósticos sino cristianos, y amamos profundamente la vida como don divino que es. Pero la vemos ligada a esa otra vida, que llamamos Vida con mayúsculas, y de la cual ésta es la antesala. Esta misma Ley es la que de repente, un día nos hace exclamar: ¿cómo he llegado a esta situación en mi vida?, y ahora, ¿a dónde iré?. Dichosos sin embargo los que sacudidos por la Ley llegan a este punto, pues ello significa que sus conciencias han reaccionado a la disciplina divina, ya que “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb 12:6). Y así, estas conciencias buscan ansiosamente, miran dónde encontrar a este Padre que es el único que puede ayudarlos; elevan sus miradas al cielo y finalmente exclaman: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra tí, ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v18-19). La Ley entonces ha cumplido aquí su cometido y ha llevado al hombre a un valle de sombras donde empieza sin embargo a brillar para él una luz; la luz del Evangelio.
         ¡Traed el becerro gordo, comamos y hagamos fiesta!
El hijo pródigo emprendió el camino de regreso, en busca de su padre, de vuelta a casa. Y seguramente en el camino  le asaltarían muchas dudas e inquietudes: ¿Cómo me recibirá mi padre?, ¿me perdonará?, sin duda me exigirá un gran sacrificio para compensar mi comportamiento, o algún castigo incluso. Su mente haría memoria de todos sus errores y pecados durante el trayecto, y su conciencia le atormentaría pensando en su indignidad y en la reacción del padre. El encuentro fue emotivo sin embargo: “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (v20). Ningún reproche, ninguna condena, ninguna acusación salió de los labios del padre. El arrepentimiento, el corazón contrito y la confesión de sus pecados fue suficiente penitencia para este hijo y nada más le exigió su padre. Pues cuando una conciencia atormentada y arrepentida pide perdón con un corazón contrito, hay aquí una nueva persona necesitada del perdón y la misericordia de Dios en Cristo. Pues es ahora, en un corazón desecho y expuesto por medio de la Ley divina, donde el Evangelio puede hacer su función consoladora y reparadora. Es ahora, cuando el dolor por el pecado contra Dios y el prójimo atenazan al hombre, cuando Cristo viene a él y le dice: “Hombre, tus pecados son perdonados” (Lc 5:20). Y el hombre que ha vivido esta experiencia definitiva de perdón, es entonces llevado en vida al cielo, y casi escucha la voz divina diciendo: “Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (v23). Este becerro, no lo olvidemos, no es otro que Cristo mismo, muerto para que los pecadores arrepentidos podamos ser liberados del yugo del pecado, y liberados de esta carga mortal, hagamos fiesta cada día de nuestra vida. Esta es la increíble grandeza del puro Evangelio de perdón de pecados, que: “Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef 2:1)). Algunos sin embargo protestarán ante esta Buena Noticia, y en sus corazones se elevará una protesta similar a la del hijo mayor de la parábola (v29-30): “Tantos años entregados a tí piadosamente, y sin embargo viene este pecador se arroja a tus pies ¿y tú le perdonas sin más?”. ¿Qué podemos decirle a los que piensan así?. No habrá mejores palabras que las del propio padre de la parábola, como resumen del deseo profundo de Dios hacia los seres humanos: “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (v32). He aquí resumido el gran misterio del amor infinito de Dios hacia nosotros; el misterio de nuestra salvación en Cristo Jesús.
         Conclusión
¿Puede el peor de los hombres imaginable, con un corazón contrito por el pecado ser perdonado?. Su conciencia, una parte del mundo y por supuesto el diablo le dirán: ¡No!, ¡imposible para tí es volver a casa!, ¡eres un ser perdido para siempre!. Y en su mente tomará forma un idea terrible: “Padre, ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v21). Sin embargo, Cristo vino a acabar con esta mentira y a mostrar al hombre que las puertas celestiales están siempre abiertas, y Dios esperando el regreso de los hijos perdidos, para hacer fiesta eterna por ellos. ¡Que así sea, Amén!.                                                                                                                                                                                                              J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo