lunes, 15 de julio de 2013

8º Domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Génesis 18:1-14 Segunda Lección: Colosenses 1:21-29 El Evangelio: SAN LUCAS 10:38-42 “A Los Pies De Jesús” La historia de nuestro texto ocurre en una aldea bien conocida de la Tierra Santa. Se llama Betania. Esta aldea era de gran importancia durante la vida de nuestro Señor Jesucristo. En ella vivía una familia que había evidenciado y demostrado claramente que su hogar era verdaderamente cristiano. Los miembros de la familia mencionados en las Escrituras consistían en un hermano llamado Lázaro y sus dos hermanas que se llamaban María y Marta. Nuestro Señor Jesucristo tuvo siempre mucho gusto en visitar la casa de estos amigos tan buenos y sinceros. Cristo siempre era un huésped muy bienvenido, y con frecuencia, después de un largo viaje, se complacía en visitar a sus amigos. Nuestro texto Indica la relación que existía entro el Salvador y sus amigos de Betania. Juan, el discípulo y apóstol del amor, nos dice: “Y amaba Jesús a Marta y a su hermana, y a Lázaro” (S. Juan 11:5). No podemos sabor cuando ellos se hicieron discípulos del Señor, pero hay una cosa que puede afirmarse con toda seguridad: siguieron fielmente a su Señor y Salvador. En nuestro texto tenemos la historia de otra visita que hizo el Señor a esta casa en Betania. También esta vez, como siempre, llegó Jesús no sólo para hacerles una visita amigable y social, sino también para otro fin divino. Llenó para darles una lección, una instrucción sobre las cosas más importantes de esta vida y la venidera. Lo que Cristo les proporcionó en aquella ocasión y en aquel ambiente familiar es también para nosotros y para nuestra edificación espiritual. Si hacemos caso serio de esta joya entre las muchas palabras de Jesús, ciertamente mejorarán nuestro conocimiento y aprecio de las espirituales. Sentémonos a los pies de Jesús. Acompañemos a María, escuchemos las palabras del Maestro. Él fija sus ojos en nosotros; habla claramente. Nadie puede entender mal sus palabras "Una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte.” En con traste con lo que precede a estas palabras, esta “una cosa necesaria” no se refiere a ninguna cosa material. Cristo deja a un lado, pasa por alto un servicio netamente de la carne, un servicio que hacemos o cumplimos solamente con las manos. A María, la otra hermana, se le atribuye otra clase de servicio, otra cosa distinta de la de María. Se nos dice: “Marta se distraía en muchos servicios”: servicios domésticos; servicio de la cocina; servicio diario y corriente; servicio de una que sirve. La expresión “servicio material” abarca o encierra toda esa clase de servicio. No hay necesidad de menospreciar o culpar a Marta. Lo que hizo era bueno. Cristo también reconoció el valor relativo de su actividad. Ese día había mucho que hacer. Cada voz que llegaba Jesús con sus discípulos, había más trabajo que en otros días. La presencia de trece personas adicionales en la casa exigía que se pusiera más atención a las necesidades del hogar. Si no había lugar en la casa para todos, había necesidad de salir a buscarles alojamiento en otra parte. Los viajeros, los discípulos, y aun Cristo, que también era verdadero hombre, ya sentían el cansancio. Una visita como ésta siempre causaba mucho trabajo. Pero, ¿cómo hizo Marta su trabajo? No se quejó del trabajo ni murmuró. Lo hizo con alegría. Tuvo gran placer en hacer algo para su Señor y para sus discípulos. Manifestaba Marta una disposición muy agradable en todas las visitas de Jesús. El Señor estaba muy agradecido por todo lo que tan bondadosamente le había hecho Marta. Pero, en nuestro texto, Jesús quiere enseñar que tal servicio, que al fin y al cabo es un servicio carnal, un servicio material, un servicio manual, no es aún el servicio mayor en el mundo. Tal servicio, a pesar de sus méritos, no puede llamarse “una cosa necesaria.” Mientras Marta sigue trabajando, observemos a María, la otra hermana. No vemos a María trabajando en la cocina, o en otra parte de la casa. No salió a hacer compras para la comida. Ni siquiera la vemos poniendo la mesa o ayudando con la preparación de la comida. San Lucas dice que Marta “tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (S. Lucas 10:39). María escogió hacer eso, fue su voluntad, su decisión, su preferencia. No debemos pensar que María era perezosa, que no quería o que no le gustaba trabajar. En otras ocasiones, estando solamente la familia presente, hacía lo que le correspondía. No aprovechó la visita de una persona distinguida como pretexto para ausentarse de la cocina. Pero ésta era una ocasión muy especial. Había venido el Maestro. Ya ella tenía cierto conocimiento de las enseñanzas de Jesús. Pero quería aprender más. Deseaba saber más acerca del mensaje de la salvación. Su propósito era oír otra vez la dulce consolación, gozo de todos los creyentes fieles. Está sentada a los pies de Jesús como los alumnos se sientan a los pies del maestro para oír todo lo que él les va a decir. No quieren perder ni siquiera una Palabra. Asimismo presta atención María a las palabras de Jesús. Nada le va a quitar su atención. También fija su atención en el rostro del Salvador, para captar todas las expresiones. Por el momento no le interesa su hermana, el trabajo, los discípulos, absolutamente nada. La única cosa que le interesa al momento es la Palabra de Dios. María ya había oído la palabra de Dios. Pero también sabía que tenía necesidad de seguir oyendo continuamente la Palabra de Dios. María sabía que había pecado contra su Señor, y que tenía que pedir diariamente la gracia y el perdón. Conociendo sus verdaderas obligaciones, se sienta a los pies de Jesús, para oír la Palabra de Dios de la boca del Señor mismo. Jesús se fijó en lo que hacían estas dos hermanas. Sí, eran hermanas, miembros de la misma casa, la misma familia. Pero sus actividades en cuanto al Señor eran completamente diferentes, tan distintas como el día y la noche. Cuando vino Marta, preocupada por algo, le dijo Cristo: "Marta, cuidadosa estás y con las muchas cosas estáis turbada: empero una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada” (S. Lucas 10:42). Con esto quiere decir el Señor que aunque conviene trabajar, ser diligente y estar muy ocupado en las cosas materiales, es mucho mejor, es necesario, ocuparse en las cosas del alma, las cosas espirituales. Así contesta Cristo la queja, el comentario de Marta. Pero esta hermana no es una excepción. Ella representa una gran parte de la gente, de aquellos que se llaman cristianos, pero que se afanan también en las muchas cosas. La pregunta de Marta a veces se encuentra también en nuestras mentes. Aunque somos cristianos y cumplimos con ciertos deberes en la iglesia, sin embargo es fácil olvidar la única cosa que es necesaria. En esta era tan materialista, si el cristiano no lucha sincera y tenazmente contra las tendencias generales en el mundo, también se interesará demasiado en las cosas de este mundo. Como pretexto para no asistir a los servicios divinos en la iglesia y ocuparnos en otras cosas, no debemos decir que podemos estudiar y aprender mejor la Palabra de Dios en el hogar que en el culto divino. Tampoco debemos caer en el error de Marta, opinando que la preparación de una cena es de más importancia que nuestra asistencia a los servicios divinos y que Dios puede aceptar nuestras buenas intenciones. Si poseemos ese concepto o punto de vista, estamos haciendo lo mismo que hizo Marta: distrayéndonos en muchos servicios. Muchas personas han construido templos; han levantado escuelas. Han contribuido grandes cantidades de dinero a la iglesia. Han dado la impresión de ser cristianos muy activos y nobles en la iglesia. Pero no todos han tenido siempre la única cosa que es necesaria. Éstos han ascendido a lugares prominentes en la iglesia; han grabado sus nombres en la memoria de muchas generaciones. Pero, nunca han aprendido a sentarse a los pies de Jesús. Ojalá que nos turbemos o inquietemos al leer esta historia de María y Marta, y al oír este mensaje. Pero que nos inquietemos no con muchas cosas, sino con la cosa que es necesaria. Cristo en su Sermón del Monte también tuvo que mencionar el valor relativo de estas cosas, diciendo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas casan os serán añadidas” (San Mateo 6:33). También conviene saber por qué esta necesidad de que habla el Señor se limita no a varias cosas, sino a una sola cosa. Mientras Marta trabajaba con afán y María estaba sentada a los pies de Jesús escuchando sus dulces palabras, vino Marta a Jesús y le dijo: “Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile, pues, que me ayude” (S. Lucas 10:40). Inmediatamente, Jesús interrumpe la instrucción que estaba dando a María, fija sus ojos y su atención en Marta y le dice: “Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada” (v. 41). Cuando somos indiferentes, cuando no hacemos caso de las cosas del mundo, entonces nadie puede acusarnos de estar turbados con ellas; pero, cuando esas cosas nos causan inquietud, cuando requieren toda nuestra atención, cuando no hay tiempo para otras cosas, entonces estamos turbados con ellas. Cuando nos afanamos demasiado en las cosas de este mundo, entonces nos olvidamos de la única cosa que es necesaria. Ya no nos sentamos a los pies de Jesús; ya no buscamos el aliento espiritual y la consolación que siempre proceden de Él. Nos escondemos en el rincón de nuestra propia mente y razón. Amados, hay que llenar nuestros corazones de un deseo ferviente de las cosas espirituales, la cosa necesaria. No es posible servir al mismo tiempo a nuestros deseos materiales y a las necesidades espirituales. También aprendemos del ejemplo de Marta que cuando ella estaba muy turbada con las muchas cosas, se ponía a censurar a otros. Asimismo nos pasa a nosotros: censuramos a aquellos que saben apreciar la única cosa que es necesaria. Entonces la gente incrédula pregunta: “¿Por qué lee usted su Biblia siempre? ¿Por qué va usted con tanta frecuencia a su iglesia?” Estas son las preguntas no sólo de los incrédulos, sino también de aquellos que no evalúan las cosas correctamente. El verdadero cristiano contesta así: “Amigo mío, yo sé qué valor tiene el Salvador en mi vida. Yo sé que tengo que seguir escudriñando las Escrituras.” Cada niño puede decir a otro niño vecino: “Oye, cada vez que voy a la escuela dominical o a la de doctrina, aprendo más acerca de las buenas nuevas, lo que Cristo hizo por mí.” Gracias a Dios, que no sólo los adultos, sino también los niños tienen la costumbre de ocuparse en la única cosa que es necesaria, a los pies de Jesús. ¿Qué en realidad encontramos en los servicios divinos y en el estudio de la Palabra de Dios? Descubrimos la fuente de toda confianza. Recibimos aliento espiritual, el consuelo que el mundo no conoce. En la Palabra de Dios tenemos un mensaje amoroso, una Palabra verdadera y distinta de la parlería y las mentiras de los falsos profetas. Los que se sientan a los pies de los grandes filósofos, los sabios, los teólogos modernos, reciben argumentos humanos, esperanzas vanas y vacías, teorías superfluas. Pero a los pies de Jesús, se reciben palabras de autoridad. Por eso la Biblia tiene un valor y mérito absoluto, una revelación completamente verdadera. Cuando abrigamos dudas en nuestras mentes, cuando empezamos a perder nuestra confianza, nuestra esperanza, cuando se debilita la fe, ¿dónde vamos a recobrar nuestra seguridad cristiana, dónde vamos a fortalecer y reavivar nuestra fe? Ciertamente no vamos a acudir a los libros escritos por hombres insensatos de este mundo, sino al Evangelio, a la única fuente de consuelo y promesa. Jesús dice: “Una cosa es necesaria; y María escoció la buena parte, la cual no le será quitada.” Ésa es la promesa absoluta, la esperanza sin par que recibe María. María quiere estar sentada a los pies de Jesús, recibiendo en su mente y en su corazón la bendita Palabra de Dios, porque sabe que su Palabra y la fe en esa Palabra no perecerán. Esa es la gran diferencia entre las cosas de este mundo y la única cosa que es necesaria: lo espiritual. El dinero, las casas, Ios grandes edificios, los imperios, los gobiernos, las reputaciones, los sueños del hombre: todo esto pasará. En cambio, las cosas espirituales son eternas. Por eso dijo Jesús en cierta ocasión: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (San Mateo 24:35). Edifiquemos nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestro interés y devoción, en ningún otro fundamento, sino en el de Jesucristo mismo. Ciertamente, la parábola del hombre que edificó su casa sobre la arena, y el otro que edificó la suya sobre la roca, sirve para hacer aún más clara la bendición y dicha que obtendrán todos aquellos que se sientan a los pies de Jesús. También estamos seguros de que Dios nos ayudará por medio del Espíritu Santo, conservándonos en la verdadera fe, para que continuemos fielmente en su gracia y en su camino. Los enemigos de nuestras almas: el mundo, el diablo y nuestra propia carne siempre tratan de quitarnos esta confianza. Tienen estos enemigos la meta, el propósito común de matar nuestras almas. Estos enemigos también buscan la manera de hacer que estemos turbados con muchas cosas. No les conviene a estos enemigos que estemos sentados a los pies de Jesús. Pero si imitamos el ejemplo de María; si comemos y bebemos el alimento espiritual que Dios nos proporciona por medio de su Palabra, entonces tenemos para nuestra defensa las mejores armas, la mejor protección. Dios mismo nos asegura que si tenemos esa defensa, ni aun las puertas del infierno podrán hacer nada contra nosotros. Por esta razón, sigamos siempre en el camino de nuestro Señor Jesucristo. Recordemos siempre el bendito ejemplo de María, nuestra hermana en la fe. Apreciemos el ambiente piadoso y consagrado que existía en aquel hogar de Betania. Aprendamos a sentamos, al igual que María, a los pies de Jesús. Si siempre conservamos viva la advertencia y la promesa hecha por Cristo en este caso, también nosotros seremos elogiados por Cristo por haber escogido la única cosa que es necesaria. Se requiere conocer bien estas promesas, se requiere aceptarlas, se requiere confiar en ellas incondicionalmente. Hay que meditar en ellas de día y de noche. El corazón tiene que darles completa cabida. El premio de gracia de tal fe y confianza es un premio eterno. El servicio carnal, el servicio hecho por las manos sólo recibe recompensa terrenal y pasajera. Anhelamos y esperamos ese premio en los cielos, donde no habrá ningún servicio carnal, donde los fieles no estarán turbados con las muchas cosas, donde se encontrarán todos aquellos que han escogido por medio de Cristo la única cosa que es necesaria. Es un privilegio que sólo pocos alcanzarán. Sólo se logra por los méritos de nuestro Señor Jesucristo que recibimos mediante la fe en Él, por la gracia divina. F. B. G. Púlpito Cristiano

domingo, 14 de julio de 2013

7º Domingo después de Pentecostés.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 66:10-14 Segunda Lección: Gálatas 6:1-10, 14-18 El Evangelio: Lucas 10:1-20 “Jesús principio y fin de la Iglesia” Introducción Hoy día hay mucha confusión con respecto a la Iglesia Cristiana. ¿Cuál es la verdadera? ¿Por qué hay tantas? ¿Por qué son tan distintas? ¿todas son iguales y creen lo mismo? Lejos de acabar con estas preguntas el texto de hoy nos presenta una base sólida sobre qué es la Iglesia, cuál es su función y de quién debe depender. Cristo llama a sus discípulos. En primer lugar se nos dice que Jesús escogió a los suyos y los envió. Realmente no somos dignos de ser llamados y menos de ser enviados a anunciar un mensaje tan sublime y transformador. No somos dignos porque en otro tiempo éramos enemigos de Dios, nuestros pecados nos separaban de Él. Sin embargo Dios no es pasivo, ni se queda mirando a la distancia, sino que viene y se involucra en nuestras vidas, viene a cambiar nuestra realidad y la percepción de la misma. Llega a nuestro encuentro y nos da vida, nos incorpora a la familia divina y envía. Esto lo hace únicamente por medio de su Palabra, esa Palabra que es utilizada en nuestro Bautismo, allí Dios se hace presente en nuestra realidad dar vida espiritual a quienes no la tienen, para recibir a un nuevo integrante en la familia divina, para anunciar un compromiso de manera pública, el compromiso de que Él será el Dios de esa persona, que ya no está más bajo el reino de satanás, que ya n o es esclavo del pecado y que la muerte no tiene poder sobre él. Allí se nos anuncia que hemos sido librados de estos males, para servir con alegría a nuestro Dios, para anunciar sus buenas noticias en medio de lobos. El Señor sigue llamando por medio de su Palabra, ya que a todos los arrepentidos de sus pecados no solo se los perdona, sino que los envía a que vivan en su Paz. Ante la realidad que nos rodea, este Señor nos invita a rogar por más personas en el reino, por más personas comprometidas a anunciar su mensaje, más personas que dependan del buen pastor. Cristo es el pastor que cuida a sus corderos. A quienes Dios les da vida son enviados como corderos en medio de lobos. Generalmente la realidad suele ser inversa. Suponemos que lo malo ataca a lo bueno, que lo sucio contamina lo limpio, que la enfermedad desplaza a la salud, pero no es así en el reino de Dios. Lo bueno viene a influir y cambiar lo malo. El Señor promete cuidar que los lobos no se coman a sus corderos, para que estos puedan vivir juntos. Los corderos son portadores de la gracia divina que transforma a los lobos en corderos. No es una cuestión de quién es el más fuerte, el más agresivo, incluso de quién es el más razonable. ¿Cómo puede sobrevivir un cordero en medio de una manada de lobos? Dependiendo totalmente de su pastor, de Cristo, de su presencia, de sus promesas, en su poder. Estando a su alrededor. Como cristianos no tenemos que temer estar en medio de lobos, lo único que debemos temer es abandonar o perder la compañía de nuestro pastor. Individualmente o congregacionalmente corremos el peligro de querer sobrevivir en medio de esta sociedad agradándola, conformándonos a sus exigencias, oyendo y cumpliendo con sus caprichos. Muchos creen que si no lo hacemos corremos el riesgo de no ser escuchados o tomados en serio. El mayor riesgo que corremos personal y grupalmente es el de abandonar a nuestro Pastor por ir detrás de estos caminos, distorsionando la voluntad de nuestro Buen Pastor. Es natural que no quieran oír o creer nuestro mensaje. Pero la tarea que tenemos es la de anunciar más allá de los resultados o las reacciones. Por ello en el Padrenuestro oramos “más líbranos del mal”, para recordarnos que si bien somos ovejas en medio de lobos no dependemos de las bondades de los lobos para sobrevivir. Dependemos del tierno cuidado de nuestro buen y generoso Dios. Él prometió estar todos los días con los suyos, cuidándolos y yo le creo. Cristo es la base de la paz. Solemos escoger nuestras amistades. Este sí, este no. A veces acertamos otras nos equivocamos. Con respecto a nuestra función de mensajeros hay cosas que no escogemos. No escogemos qué anunciar ni a quienes. Solo debemos anunciar y compartir lo que nos ha sido dado: Que por medio de Cristo Dios nos ha reconciliado consigo mismo no tomando en cuenta nuestros pecados. Todos necesitan vivir el perdón y la Paz de Dios. Aun aquellas personas que creemos son indignas de oír o incluso que presuponemos que rechazarán el mensaje de Cristo, necesitan oírlo. No perdemos nada, el mensaje no disminuye, no se devalúa por ser predicado y rechazado. Las personas que no crean deben serlo porque rechazan el mensaje de Paz y no porque no han oído a nadie que haya anunciado esa Paz. El reino de Dios se ha acercado por medio de Cristo Jesús y lo sigue haciendo en la predicación de su Palabra y presencia en el Bautismo y Santa Cena. Cristo nos apremia a anunciar el Mensaje La solicitud de nos saludar a nadie en el camino tiene que ver con la prisa de nuestra tarea. Es imperioso que no nos distraigamos con cuestiones que no tienen que ver con nuestra tarea. Esa labor es de vida o muerte, eternidad junto a Dios o lejos de Dios. Quienes rechacen el evangelio de Cristo, lamentablemente serán condenados y no tendrán paz en la vida eterna. Pero aquellos que reciben la reconciliación de Cristo Jesús disfrutarán de la paz ahora y por siempre. Cuando comprendemos lo importante de nuestra tarea, no podemos descuidarnos ni dejar pasar más tiempo. Pablo exhorta a Timoteo a que “predique La Palabra; insiste a tiempo y a destiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando los hombres no aceptarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias apartarán de la verdad el oído y se volverán a los puros cuentos”. Piensa en cuantos te rodean y no saben de Cristo, cada vez que ores, pide a Dios ser uno de sus obreros que vaya a trabajar o anunciar a su mies. Comparte con ellos de manera sencilla lo que Dios ha hecho por ti y por él. Cristo es nuestro Mensaje. Quizá no tengas respuestas a muchas preguntas, hay muchas cosas que no sabemos y respuestas que no podemos dar. A pesar de estas cosas sí podemos hablar de las cosas que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús. Que por su muerte y resurrección tenemos seguridad del perdón de pecados y vida eterna, de comunión con el Padre y con la Iglesia universal de todos los tiempos. Como Pedro y Juan ante el paralitico en el templo: Hay muchas cosas que no tengo, pero de lo que tengo te doy: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. No hubo elocuencia, ni siquiera un gran discurso, solo fue anunciado Cristo. Somos portadores de un mensaje que en primer lugar nos afecta a nosotros. El llamado de Dios, la nueva vida en Él y su envío están íntimamente relacionados. Los discípulos volvieron a contarle a Jesús qué había sucedido durante su viaje misionero. Nosotros deseamos pasar tiempo con nuestros amigos y conocidos pero también necesitamos y deseamos pasar más tiempo con Él, con su Palabra, con su presencia, para que nos enseñe, ilumine y fortalezca en la fe. Deseamos conocer más y mejor a aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable para anunciar sus virtudes. Cuando nos reunimos en los Oficios Divinos para leer su Palabra, lo hacemos invocando su presencia, lo hacemos en el nombre de Dios trino. Esto no es un amuleto o un ritual, es recordarnos a nosotros mismos que allí donde dos o tres se reúnen en nombre de Dios, Él se Hace presente. Sucede lo mismo con el Bautismo, lo hacemos en el nombre de Dios trino porque Él nos asegura su presencia divina y donde Dios se hace presente hay perdón vida y Salvación. En la Santa Cena Cristo no solo nos recuerda su perdón logrado en la cruz, sino que además nos lo da de la misma manera que lo dio a sus discípulos. Este es el verdadero poder del cristiano y de la Iglesia. Cuando perdemos este mensaje de Paz entre el hombre pecador y Dios por medio de Cristo, perdemos la autoridad que Dios nos ha dado. Cristo ha vencido al mal. El diablo ha caído otra vez. En la primera ocasión cuando se reveló contra Dios y otra vez más cuando fue derrotado por Cristo. Por la victoria lograda por Cristo en la Cruz y la tumba vacía, el diablo ha perdido su poder y autoridad sobre los hijos de Dios. No hay una lucha eterna entre el bien y el mal, o la búsqueda de un equilibrio universal como el Ying y el Yang. El mal está vencido y tiene sus días contados. Cuando el Señor nos llame a su presencia o venga a buscar a su pueblo, el pecado, el diablo y nuestra propia carne no tendrán más poder sobre nosotros. A pesar de que en esta vida tengamos que sufrir por causa de nuestros pecados o influencias externas, el Señor nos dice “No temáis... yo he vencido”. No son tus fuerzas, no es tu astucia, es tu Señor quien da la victoria sobre estos males. Cuando Él te anuncia el perdón de todos tus pecados, te dice que estás en paz con Dios por medio de su sacrificio en la cruz, recordamos, celebramos y recibimos la victoria sobre el mal. Cristo es nuestra mayor alegría. Puede haber muchas cosas en esta vida que te produzcan alegría, pero la mayor alegría como discípulo de Dios es estar en el libro de la Vida, gracias a la obra que Cristo ha hecho por todo el mundo y que ha otorgado a cada cristiano por medio de la fe. Humanamente solemos basar nuestra alegría en cosas que nos pasan, en la Iglesia suele pasar lo mismo, se está alegre cuando hay muestra de poder sobrenatural, si crecemos numéricamente o económicamente nos va bien. Pero nada de eso debe enorgullecer a los discípulos. Esto pondría nuestra mirada en el sitio equivocado. Es normal que nuestra sociedad ponga los ojos en los resultados, en el éxito, en la gloria. Pero en el reino de Dios la alegría llega a nosotros por la Promesa, por los resultados que aún no se ven, sino que se esperan. Que tu nombre esté escrito en el libro de la vida, indica que por la gracia de Cristo tienes la seguridad de tu vida no termina en la muerte y que tu destino eterno está junto a Dios, alabándolo por siempre porque has sido perdonado de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Congregación Emanuel. Madrid.

miércoles, 3 de julio de 2013

6º Domingo después de Trinidad.



TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA30-06-2013 
Primera Lección: 1 Reyes 19:9b-21. 
Segunda Lección: Gálatas 5:1, 13-25 
El Evangelio: Lucas 9:51-62 

 “Jesús viene a nosotros de manera sencilla 
INTRODUCCIÓN 
“¿Qué haces aquí, Elías?” Esta pregunta le dirigió Jehová al profeta Elías. Este se encontraba en la oscuridad de una cueva a medio camino entre la tierra de los judíos y Egipto. Grandes cosas había visto Elías en su tierra. En el monte de Carmelo fuego había descendido del cielo, consumiendo el holocausto de Elías y a los profetas de Baal, Jehová los había entregado en manos de Elías. Se esperaría entonces que todo el pueblo de Israel se tornara a Jehová en sincera penitencia. Pero tan pronto tuvo que saber el profeta lo indigna de confianza que se puede mostrar la gente. Un día claman: “¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios! ” (1 Reyes 18:39), y poco después derriban los altares de Jehová y buscan a Elías para quitarle la vida. Elías se vio obligado a huir del país. Se refugió por algún tiempo en Judea, llegando hasta Beer-seba, al sur, donde en su desaliento deseaba morirse. Durante cuarenta días recorrió el desierto hasta que llegó a los alrededores del monte Horeb. ¡El gran profeta Elías, que antes había desafiado al poderoso rey Achab, ahora se esconde completamente descorazonado en una cueva! “¡Cómo han caído los valientes!” (2 Samuel 1:25). 
No es de extrañarse que Jehová, al encontrar ahí a Elías, le pregunte: “¿Qué haces aquí, Elías?” Lo había buscado como el Señor busca a la oveja descarriada y lo había hallado. Hoy Jehová manifiesta su gloria a Elías y lo hace mediante  
UN SILBO APACIBLE Y DELICADO. 
Le dice al hombre en la cueva: “¡Sal fuera!Jehová iba a pasar delante de la cueva. Vino primero “un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová”. ¿Quién ha oído hablar jamás de un viento tan fuerte que quebraba cosas tan duras como los montes y las rocas? Pero pese a semejante huracán, “Jehová no estaba en el viento.” 
Tras el viento vino algo igualmente espantoso. Visitó a aquel lugar un terremoto. La tierra se puso a temblar y retumbar en todas partes. Pero, no obstante esta convulsión en la naturaleza, “Jehová no estaba en el terremoto.” 
Acabado el terremoto, llegó en su lugar un fuego. Habrán sido erupciones de fuego lo suficientemente calientes y deslumbrantes para cegar al profeta. “Más Jehová no estaba en el fuego.” No vino mediante ninguna de estas demostraciones en la naturaleza. Y tal parece que Elías, decepcionado y aún más desanimado, volvió a su cueva. 
Pero entonces se oyó por ahí un silbo, o sea una voz, una vocecilla. La voz se describe como un silbo apacible y delicado. A otros la voz les hubiera parecido tan tenue, tan suave y ligera, que les hubiera pasado inadvertida por completo. Pero Elías reconoció la voz y vio en ella la presencia y la gloria de Jehová. Tanta reverencia le mostró a esa gloria que, saliendo de la cueva, se cubrió el rostro. Por último tuvo la seguridad de que el Señor había venido. 
¡Cuántos en la actualidad no intentan ver al Señor en cosas imponentes, o sencillamente en cosas terrenales! Suponen que dondequiera que haya un templo grande y magnífico, en el cual entra una multitud de personas, allí estará el Señor. Esta actitud no tiene nada de raro. El esplendor del templo de Salomón ya deslumbraba a los judíos antes del nacimiento del Salvador, de modo que decían con orgullo: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste” (Jeremías 7:4). 
Otros suponen que dondequiera que haya mucha publicidad, tal vez gran poder político que nos deje con personalidad o notabilidad, esa iglesia se gozará de la presencia de Jehová. No se puede negar que aquí se halla el motivo por el cual gran número de hombres se unen a diferentes iglesias. 
Cierto guía mormón nos dijo esto: “En nuestras salas de diversiones sanas convertimos a más personas que en el templo.” Las diversiones ciegan también, haciendo a la gente creer que en las diversiones hay la vida y salvación de la iglesia. 
¿Conque en estas cosas terrenales se manifiesta el Señor con su gloria? ¡Qué error! Jehová no nos viene mediante las cosas que atraen a los sentidos. Se quedará conspicuo por su ausencia en las atracciones para la carne. A las gentes que buscaban algo para el estómago dijo nuestro Salvador: “Trabajad no por la comida que perece” (Juan 6:27). Refiriéndose a las mismas atracciones carnales, escribió San Pablo: “La intención de la carne es muerte” (Romanos 8:6). La abundancia de cosas terrenales en una iglesia no indica la abundancia de vida, sino más bien la abundancia de muerte. 
El Señor, al igual que en los días de Elías, nos viene mediante una voz. Es una voz como la de Juan Bautista, el cual señalando a Jesús, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Siempre que oyes la buena nueva, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13), o, “El (Cristo) es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (2 Juan 2:2), oyes esa voz apacible y delicada, la cual oía Elías en nuestro texto. Cada vez que oyes el Evangelio de Cristo, las buenas nuevas de nuestra salvación en Cristo Salvador, pasa delante de ti la gloria de Jehová en todo su resplandor. En el Evangelio está Jesús. Dice El, “Predicad el evangelio” (Marcos 16:15), y agrega en otro lugar: “Yo estoy con vosotros” (Mateo 28:20). También llega a nosotros por medio de su presencia en la Santa Cena y nos dice “toma y come… toma y bebe… esto es dado y derramado por ti y por muchos para le perdón de los pecados”. (Mateo 26:26ss.) 
REACCION A LA PRESENCIA DE DIOS 
El profeta Elías, después de oír ese “silbo apacible y delicado” aún se queda inmóvil a la boca de la cueva, de modo que Jehová tiene que preguntarle nuevamente: “¿Qué haces aquí, Elías?” Quería decir: “¿Todavía te quedas aquí después de escuchar mi voz? ¡A trabajar! Vete luego a tu tierra y diles a tus paisanos lo que has visto y oído. Señálales la gloria de Jehová que en el Evangelio se manifiesta.” 
El profeta, descorazonado aún, repite: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas; y yo solo he quedado; y me buscan para quitarme la vida.” Quería decir: “Pero, Señor, sería inútil. Con todos mis esfuerzos por la salvación de mi pueblo, nadie me ha hecho caso, nadie ha creído a mi anuncio. Yo soy el único creyente en todo el país. Y si volviera a predicarles tu Palabra, la historia se repetiría, mi pueblo no me haría caso. Mi regreso me resultaría puro suicidio.” 
A esto respondió Jehová en efecto: “En esto sí estás equivocado, pues yo he hecho que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se han encorvado a Baal, y bocas todas que no lo besaron. Mi Espíritu obrando por el mensaje salvador de profetas como tú, ha llevado a la fe siete mil. Pese a tus tristes experiencias y la mucha oposición a tu trabajo, no has trabajado en vano entre tu pueblo, y no trabajarás en vano. Los siete mil esperan tu regreso y te necesitan. Además, vas a pensar en el porvenir de la Iglesia. Ungirás a Eliseo, para que siga en tus pisadas, y con el mismo Espíritu que te ha inspirado a ti. Hasta vas a disfrutar de respeto a la corte de los reyes, ungiendo a Hazael de Siria y Jehú de Israel. Vuelve, pon mano en el arado.” Y así sucedió; después de oír la voz apacible y delicada, después de ver pasar la gloria de Jehová, Elías fue animado a volver a pastorear a Israel. 
CONCLUSIÓN 
A cada uno de nosotros, que hemos oído la dulce voz del Evangelio y que por la gracia de Dios hemos reconocido la gloria de Dios en el crucificado Salvador, busca nuestro Señor, diciéndonos: “¿Qué haces aquí? Id, decid” (Mateo 28:7). 
No se puede negar que nuestra labor en España tiene mucho en común con la del profeta Elías. En el campo nos encontramos con una oposición y con dificultades que afligen menos a los misioneros en otras tierras. Más de un misionero e iglesias en estas tierras se han sentido con la tentación de darse por vencido, concluyendo en su desesperación: “Es inútil predicar aquí el Evangelio, nadie nos acepta, nadie cree en nuestro anuncio.” Pero si por lo difícil del trabajo nos desalentamos, nos acobardamos y nos quedamos ociosos, ¿quién será salvo? Es cierto, razón tiene el Señor al llamarnos: “¿Qué haces aquí? Vete a trabajar.” Si por timidez o por pereza nos callamos, nos advertirá el Señor: “Sus atalayas ciegos son, todos ellos mudos, no pueden ladrar; soñolientos, echados, aman el dormir” (Isaías 56:10), y  “¡Ay de los reposados en Sion!” (Amos 6:1). 
A pesar de nuestros problemas en el campo español, nuestra labor no puede ser en vano. Habrá aquellos “siete mil”. El que nos ha enviado nos promete: “Mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11), y “Estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano” (1 Corintios 15:8). Amén. 
Señor, Dios mío, gracias te doy por la voz del Evangelio, donde me manifiestas a tu Hijo Jesucristo como mi Salvador. No permitas jamás que por indiferencia o dureza de corazón yo pierda el don de tu Palabra, pues sin Cristo no puedo vivir. Sin Cristo no puedo morir. Óyeme por los méritos del que se entregó a sí mismo por mí. Amén. 
Pulpito Cristiano. Adaptado por Pastor Gustavo Lavia 
Congregación Emanuel. Madrid.