jueves, 31 de octubre de 2013

23º domingo después de Pentecostes.

(Celebración del Día de la Reforma del 31 de Octubre) “Viviendo en libertad verdadera”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

27-10-2013 Primera Lección: Apocalípsis 14:6-7
Segunda Lección: Romanos 3:19-28
El Evangelio: Juan 8:31-36  
Sermón Introducción A lo largo de la Historia han existido numerosos movimientos, revoluciones y guerras con el pretexto de liberar al ser humano de algún tipo de opresión. Pues el hombre, desde los tiempos en el Jardín del Edén, dejó claro su deseo de transitar sus propios caminos según su propio concepto de la libertad. Así, cuando el hombre se somete a una voluntad ajena, lo hace normalmente por el peso de la Ley civil que debe buscar el bien común, o por la imposición forzada de otro tipo de control o de gobierno. Nos sometemos normalmente y de manera voluntaria a la primera opción, sí, pero en el fondo de nuestra alma anida siempre ese deseo de libertad humana que nos impulsa a establecer nuestras propias normas y límites. E incluso en un sistema civil aceptado mayoritariamente, el hombre tratará siempre de moverse con la máxima amplitud posible que le permitan las leyes. Y no en pocas ocasiones incluso más allá de las mismas. Así el hombre podrá soportar vivir con escasez de muchas cosas, pero es cuestión de tiempo que se rebele contra la falta de libertad. La Escritura nos habla de la libertad, como si fuese algo de lo que los hombres en su estado natural, y vivan bajo el sistema de gobierno que vivan, carecen en realidad. Pero, ¿de qué clase de libertad nos habla hoy Jesús?. La Palabra nos enseña que la esclavitud es precisamente la condición del hombre desde su nacimiento, y Cristo anuncia que Él es la solución a este dilema. Él trae liberación para el hombre, pero no de un tipo carnal e imperfecta. Su liberación es plena, definitiva y eterna: “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (v36). Permaneciendo en la Palabra Desde que el mundo es mundo existen en él multitud de palabras que han dado lugar a las más variopintas ideas. Desde la Grecia clásica si miramos Occidente, el hombre ha hecho un esfuerzo enorme por entender el mundo y la realidad que le rodea. Pocos son los objetos del pensamiento que han escapado a su mirada y reflexión. Y habiendo llegado a un gran nivel de conocimiento desde entonces sobre aquello que llamamos la realidad, sin embargo el hombre, sigue siendo aún el mayor desconocido para él mismo. Porque ¿con qué lupa del pensamiento podrá aumentar su imagen hasta verla con nitidez?, y ¿cuál es el elemento con el cual podrá compararse para sacar alguna conclusión válida?. Y cuando lo logre, cuando tenga una visión propia de sí mismo, ¿será definitiva o habrá quien la discuta y cuestione?. La Palabra de Dios nos dice que sí, que ciertamente hay un patrón con el cual el hombre puede no solo compararse, sino que también puede llegar a conocerse. Y este patrón no es otro que la propia Palabra de Dios. Como ya se ha dicho, existen en el mundo infinidad de palabras e ideas, y todas ellas con visos de verdad. Pero la propia voz del Creador nos enseña que sólo ella, la voz definitiva, es confiable, fija e inmutable: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is 40:8). Una Palabra que no está sometida a la especulación humana, o a la rivalidad con otras palabras creadas por el hombre. Tenemos aquí por tanto una Palabra que puede dar respuesta a las preguntas fundamentales que el hombre se ha hecho sobre la existencia y sobre sí mismo. Y sobre todo, una Palabra que nos ofrece la solución al dilema de la imagen inquietante que el hombre verá de sí mismo reflejada en ella por medio de la Ley. Esta Palabra, creadora y fuente de toda vida nos llama a estar conectados a ella por medio de Cristo, pues sólo en esta Palabra hecha carne puede el hombre hallar verdadero sentido y una esperanza para su futuro: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (v31). Podemos tratar de vivir aferrados a otras palabras sí, pero a la postre serán como los cimientos débiles de una casa que el agua arrastró y derribó. Permanecer en su Palabra es, como nos dice Jesús, ser discípulo, ser y estar en la Verdad. Y ¿no es acaso la Verdad, lo inmutable, aquello que ha sido el objeto de búsqueda y anhelos del hombre desde el inicio de los tiempos?. Alegrémonos pues de que esta Verdad haya salido en nuestra búsqueda y, estando nosotros perdidos, nos haya hallado: “porque éste mi hijo muerto era, y ha revivido, se había perdido y es hallado” (Lc 15:24). ¡Al fín libres! Los judíos son un pueblo orgulloso de sus raíces e historia, pero ¿acaso no lo son todos los pueblos?. Si embargo en su caso, la condición de ser pueblo escogido por Dios y depositario de las promesas divinas, les llevó a tener una conciencia tan elevada de sí mismos que olvidaron su misión de ser luz para el resto de los pueblos de la tierra. Y olvidándolo se enorgullecieron en exceso y adoptaron una actitud de prepotencia incluso respecto a Dios. Así, ante la exhortación de Jesús para que permanecieran en su palabra, y así conquistar la libertad verdadera, se sintieron heridos en su orgullo y le contestaron prepotentemente: “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (v33). Su orgullo los cegó de tal manera que olvidaron su propia liberación por parte de Dios de la esclavitud Egipto, de sus lamentos en Babilonia e incluso de la ocupación y humillación que de hecho sufrían por parte del Imperio Romano. Habían sido esclavos, sí, pero lo peor era que aún seguían siéndolo incluso más profundamente: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (v34).El pecado era su amo verdadero, pero en su orgullo ciego eran incapaces de reconocerlo. ¿Te sientes tú como aquellos judíos orgullosos cuando se te recuerda tu pecado?, ¿crees ser inmune a sus efectos y no necesitar que la Ley de Dios te lo muestre y recuerde?. En realidad poco importa lo que creas o sientas sobre ti mismo, ya que la Palabra de Dios nos iguala a todos independientemente de nuestra propia visión de las cosas, enseñándonos que, desde el primero hasta el último ser humano, venimos a este mundo soportando la misma esclavitud. Una esclavitud que no se puede romper simplemente negándola o ignorándola, pues como nos recuerda Jesús sólo hay una solución para ella: que la Palabra de Dios nos libere en Cristo. Y no, no basta ser criatura de Dios, lo cual todos somos desde el nacimiento, creyentes o no, sino que es necesario formar parte de la familia celestial por medio de la fe y el Bautismo: “el que no naciere de agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:3). Sólo así podremos recibir la carta de libertad plena que fue pagada por Cristo en el monte Calvario. Y esta carta ahora nos permite tener morada en la casa del Padre, donde como se nos recuerda: “el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre” (v35). Y habiendo pues dejado atrás la esclavitud, hemos alcanzado libertad auténtica por medio de Cristo, nuestro libertador: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (v36). ¿Qué Cristo me libera? Jesús proclama una liberación verdadera, definitiva, sin cabos sueltos. La suya no es una liberación pasajera, temporal, sometida al devenir de la Historia o al capricho de los hombres. Lo que Cristo libera, queda en libertad definitivamente: “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Col 1:13-14). Ahora bien, hablamos de ser liberados sí, pero, ¿qué Cristo me libera?, ¿es sólo el Cristo ético y moral que me sirve de ejemplo y norma de conducta?, ¿es el Cristo social y contestatario que algunos sectores reivindican?, ¿es el Cristo de la piedad y la contemplación religiosa popular?. Todos estos son visiones de Cristo, pero visiones parciales del mismo, ya que debemos tener presente que el verdadero Cristo que nos libera es el Cristo muerto en la Cruz, aquél que muere despreciado y sufriente en el monte Calvario y que vino a saldar nuestra deuda con la Justicia divina, por tí y por mí. Y este Cristo no podemos hallarlo en aquellos espacios o esquemas que el hombre se ha construido en base a su visión de las cosas, de nuestros propios intereses. Él es sin embargo un Cristo que se halla en los lugares menos deseados por el ser humano: en el sufrimiento, en la enfermedad, en la desgracia y en el dolor, y que sólo se puede llegar a entender por medio de la fe. Es el Dios escondido (Deus absconditus), Dios que no encontraremos en el éxito, en la bonanza personal o económica, o en los placeres de este mundo. Es el Dios en definitiva que se revela donde el hombre no quisiera tener que encontrarlo, en el escándalo de la Cruz, pues “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1ª Cor 1:28). Pero este Cristo que muere por nosotros, no aprovecha simplemente por escuchar hablar de él, o por tenerlo como un mero modelo como ya se ha dicho. A este Cristo sólo podemos aprovecharlo y apropiarnos del beneficio de su obra por nosotros si ponemos nuestra esperanza y vida en él por medio de la fe. Sólo así Cristo tiene un sentido en nuestra vida, y sólo así, haciéndolo nuestro y viviendo él en nosotros, puede el hombre vivir con una esperanza sólida y cierta de restauración y salvación ante el Padre. Cualquier otro Cristo no será sino una proyección que el hombre se ha construido según su voluntad y deseos, pero éste no será sin embargo el Cristo que otorga liberación y Vida eterna. Como nos recuerda Lutero: “Lo principal y fundamental en el Evangelio, antes de tomar a Cristo por un modelo, es recibirlo, reconociéndolo como un don y obsequio que te ha sido dado por Dios y que te pertenece”. Conclusión La libertad verdadera es un don maravilloso que nos es ofrecido a los hombres en Cristo Jesús. Pues por su mediación los creyentes hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, lo cual quiere decir que ya no estamos sometidos a su tiranía. Pecamos aún, es cierto, pues incluso justificados seguimos siendo pecadores en la carne, pero ya existe una batalla permanente en nosotros, y una rebeldía contra la antigua esclavitud. Y habiendo sido sepultados con Cristo en el Bautismo, hemos renacido también a una nueva vida donde el Espíritu Santo nos guía y renueva en la Verdad y en la lucha diaria. Somos ahora por tanto plenamente libres, y discípulos del Señor, y para seguir viviendo en esta libertad que él ganó en la Cruz por nosotros, Jesús nos pide permanecer en su Palabra. Esta Palabra suya es el puro Evangelio de perdón de pecados, y cuyo redescubrimiento para la cristiandad celebramos hoy junto a millones de creyentes. Sigamos pues firmes en esta Palabra, y no nos apartemos nunca de ella, pues esta es la luz que guía nuestros pasos cada día: “Lámpara es a mis pies tu palabra,
Y lumbrera a mi camino.” (Sal 119:105).¡Que así sea, Amén!. J.C.G / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 20 de octubre de 2013

22º Domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS Primera Lección: Génesis 32:22-30 Segunda Lección: 2º Timoteo 3:14- 4:5 El Evangelio: Lucas 18:1-8 “Orad sin Cesar por Vuestra Justicia” Podría contar algunas historias inspiradoras para comenzar el sermón. Historias reales como la de Jacob luchando toda la noche con el Señor y siendo bendecido por este, como habéis oído en la primera lección (Génesis 32:22-30). Tenemos también historias en la Iglesia, como la de Mónica rezando por la conversión de su hijo, que se había apartado de Dios y de cómo ese hijo se convirtió en San Agustín. ¿Y cuántas historias contemporáneas podríamos oír? Testimonios de personas que oraron y el Señor respondió al clamor. El Señor hoy nos quiere mostrar algo fundamental sobre la oración. ¿Cuál es el motivo de “orar siempre y no desmayar”? Uno de los mayores desafíos para el cristiano es no pasar por alto las necesidades reales que tenemos en nuestra vida y suplicar a Dios conforme a ellas. Cuando oramos esperamos que las respuestas sean claras y rápidas. ¿Será que las oraciones que no son contestadas rápidamente, nunca lo serán? ¿Por qué da la sensación que las oraciones son contestadas rápidamente en una película de dos horas, pero en la vida real no es así? A veces la respuesta de Dios es “Espera. Todavía no”. Entonces podemos entender que la perseverancia en la oración es buena. Allí nos centramos en mantener la confianza y depositar nuestra esperanza en el Señor. Pero y si su respuesta es “No”. ¿Qué hacer? Hay ciertas súplicas que dejamos de orar y no debemos persistir en ellas. Por otro lado ¿Cuánto tiempo hay que orar para que alguien se enamore de ti? ¿Cuánto tiempo debe una pareja infértil orar para ser capaces de concebir? ¿Qué pasa con las oraciones para lograr mejores calificaciones o un trabajo más agradable o una casa mejor o vecinos amigables o simplemente tener paz? ¿Qué sobre el dolor o la enfermedad que cada vez va a peor? ¿Cuánto tiempo hay que persistir en pedir al Señor que la quite? ¿O sólo debemos pedir que nos dé fuerza para soportar? ¿Debemos pedir para que nuestro ser querido se cure o sea llevarlo a la casa celestial? El hecho de que “debemos orar” no aborda realmente esta lucha de qué pedir o cómo hacerlo ¿verdad? Y lo peor son las falsas ideas que se ponen alrededor de la oración: “si eres lo suficientemente persistente, obtendrás lo que estás pidiendo, además estás orando por algo bueno”, “necesitas hacer una oración poderosa”. Necesitamos pensar más profundamente acerca de las palabras de Jesús y aferrarnos a ellas. ¿Quién es tu enemigo y por qué es tan malo? ¿Cuál era causa de la viuda? “Hazme justicia de mi adversario” (Lucas 18:3) ¿Quién es tu adversario? ¿Un profesor de colegio, ese vecino que es molesto, un compañero de trabajo egoísta, ese empleado desagradable, el jefe que es duro? A veces las personas más cercanas a nosotros, a nuestros propios familiares nos causan mayor adversidad. O tal vez no piensas en una persona como tu adversario, sino la dureza de la vida, las tragedias y los desastres que te golpean, o tus propias luchas con la infelicidad, el fracaso o la desesperación. Muchos llegan a pensar: “Yo soy mi peor enemigo”. Pero esta viuda no tiene muchos adversarios que cambian con el tiempo. ¿Quién es tu adversario desde el momento en que fuiste concebido hasta el día de tu muerte? Su nombre es Satanás. Su mismo nombre significa adversario. Él es el que te acusa delante de Dios, señalando tus muchos pecados. Él es el que usa los problemas de esta vida para sembrar la duda en su corazón. Él es el que te seduce con la promesa y los placeres de este mundo. Él es el que ataca tu fe con falsas enseñanzas. Es el Adversario que se rebeló contra Dios y ahora lucha en contra el pueblo escogido. El resto de las fuerzas del mal, los demonios del reino espiritual, las fuerzas hostiles a Cristo, los lobos con piel de oveja que actúan como cristianos y enseñan en las iglesias, pero llevan a la gente a poner su confianza en sus propios esfuerzos para estar en paz con Dios, son enemigos trabajando con tu adversario, Satanás. ¿Te das cuenta de lo grande que es tu adversario? ¿En tu vida de oración se refleja esta verdad? Muchas veces sabemos algo en la cabeza, pero no lo ponemos en práctica. Nunca te rindas orando en contra de Satanás y sus aliados. El estímulo de las Palabras “Ora siempre y no desmayes” no es un tópico vacío, sino vital y aquí tienes la promesa de Dios que va a responder: “Os digo que pronto les hará justicia”(Lucas 18:8). Pasar por alto y olvidarnos de nuestro adversario es algo peligroso. Si te centras en tus oraciones solo en las necesidades básicas y materiales de tu vida, nuestro adversario podrá colarse con sus mentiras. Porque no siempre gozarás de la felicidad que deseas, ¿verdad? No me malinterpretes: Dios quiere que todas nuestras ansiedades descansen sobre Él, las grande y las pequeñas, lo espiritual y lo terrenal. Pero no dejes que lo terrenal te ciegue de tu verdadero adversario, Satanás. Sigue orando para que Dios haga justicia contra tu adversario. La Epístola del día de hoy nos da una clave fundamental de cómo permanecer con esta claridad de oración: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” 2º Timoteo 3:14-4. Permanecer en la Palabra de Dios es la clave para saber lo que realmente importa en nuestra vida, para conocer nuestras verdaderas necesidades y presentárselas a Dios en oración. ¿Cuándo Jesús hacer justicia contra nuestro adversario y líbranos? Pero ¿cuándo llegará esta justicia? Antes y después de esta parábola, Jesús habla de su venida. En el último día, cuando Jesús venga a juzgar a los vivos ya los muertos, Satanás no tendrá escapatoria. La justicia final se llevará a cabo en contra de él y todos los que le siguieron, incluso algunos que pudimos haber sentido cerca en esta vida. Satanás y todos los que no han creído en Jesús como su Divino Salvador, como el que ha pagado por sus pecados. Dios no puede ser burlado. Sigan orando por la justicia contra su adversario. Jesús responde y responderá. Para ti y para mí, Jesús bien podría responder mucho antes del último día. Pero toda nuestra vida terrenal como cristianos es una lucha contra Satanás, contra el pecado y los deseos del mundo. Jesús te libera personalmente de tu adversario y te da la justicia cuando se te lleva al hogar celestial. Esta liberación no se basa en las exigencias de la ley. Se recibe por la justicia que viene por la fe en Jesucristo. Dios la pronunció cuando Jesús murió y resucitó de entre los muertos, es su veredicto de justicia: Ya no hay deuda, no hay acusación para los que están bajo Cristo Jesús. En Jesús estás absuelto porque Él ha pagado por tus crímenes y pecados. Satanás no te puede acusar, porque Jesús es tu abogado. La Justicia que Dios hace te declara “inocente”, “no culpable” por causa de Jesús, no importa de lo que tu adversario te acuse. Puedes decir con Pablo: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. (Romanos 8:33-34). Él es tu Abogado. ¿Está preparado para la respuesta de Dios? La gran liberación, la respuesta que Dios trae es a través de la muerte y del juicio final ¿no es así? Tal vez no somos tan persistentes en esta oración, porque no estamos preparados para este tipo de respuesta. Pues cuando la muerte se acerca, Satanás te atacará con todas sus fuerzas. Es la última oportunidad que tiene. Allí necesitas toda la armadura de Dios para ser sostenido en la justicia en Cristo Jesús contra su adversario. Sigue orando porque Dios te sostenga en su justicia contra tu adversario Satanás, cuando ores la oración del Señor: “Mas líbranos del mal”, ora con la confianza de saber que Dios responde una vez y para siempre y te garantiza la bendición de que al terminar esta vida te llevará del mundo de dolor, de este valle de lágrimas, a su presencia en el cielo. Él respondió rápidamente en el momento justo, adecuado, ya que “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. (2 Pedro 3:9). ¿Qué estímulo no las palabras de Jesús nos dan para mantener esta oración? Sigue orando por la justicia contra el adversario. Debemos orar lentamente, listos para su respuesta. Así que vamos a tomar en serio la promesa que Jesús nos da cuando dice: “acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?” (Lucas 18:7). Por supuesto que lo hará. Porque no es un juez injusto, sino todo lo contrario. Ya que Jesús es “quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. (Romanos 3:25-26). Así que “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24) clamamos día y noche agradeciendo nuestra Justicia que es Cristo. ¡Qué estímulo! Es más, tú no eres una viuda insignificante. Eres uno de sus elegidos, su hijo adoptivo. Desde toda la eternidad Él te eligió de acuerdo a su amable y buena voluntad. Él envió a su Hijo para redimirte a través de su sangre. Él te trajo a la fe a través del agua y de la palabra en el Bautismo otorgándote los beneficios en Cristo. Él te da la riqueza de su gracia en su Palabra y Sacramento para mantenerte en esa fe. Porque eres parte de los elegidos, de sus escogidos, sus hijos e hijas renacidos. Así que sige orando por la justicia contra su adversario. Tu Padre celestial contestará rápidamente, ya que has sido perdonado de todos tus pecados y rescatado de la muerte y del poder del diablo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.Amen. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.