martes, 26 de noviembre de 2013

Último Domingo del Año Eclesiástico.

”La humanidad frente a la realidad definitiva de la Cruz” TEXTOS BIBLICOS. Primera Lección: Malaquias 3:13-18 Segunda Lección: Colosenses 1:13-20 El Evangelio: Lucas 23:27-43 Sermón •Introducción La última lectura del año Eclesiástico que tenemos en Lucas, cierra este ciclo presentándonos el epílogo donde Jesús entrega su vida por los pecados del mundo, y donde algunas de las reacciones finales de los hombres ante su muerte, son como un prototipo de aquellas que encontramos en nuestra sociedad respecto a Él y su mensaje. Es como un cuadro donde podemos ver con detalle cómo enfrentan los seres humanos el hecho definitivo y radical de la Cruz. Porque Jesús no deja a nadie indiferente, ya que ante su obra y su persona, siempre se toma partido. Incluso la indiferencia anuncia ya una actitud, una reacción respecto al ofrecimiento de perdón y reconciliación que el Padre nos ha ofrecido por medio de su muerte y resurrección. Sí, el mundo tomó y toma partido ante Jesús, y así, unos le compadecen, otros le escarnecen, algunos le injurian y pocos, unos pocos, dejan de resistir la acción del Espíritu y se entregan confiados a Él y su obra, recibiendo por medio del arrepentimiento y la fe, el perdón y la promesa de vida eterna junto a Cristo. También hoy se repite la escena del Evangelio, cada día, y aunque Jesús ya no está clavado en una Cruz, aún sigue ésta ante la vista de los hombres, recordándonos que la oferta del Padre sigue en pie para todos, y que a todos abarca. •Escarneciendo al leño verde Jesús enfiló definitivamente el camino del Calvario, donde fue cumplida toda Justicia, y donde el decreto de nuestra condenación fue abolido por medio de su sangre. Y entre las muchas explicaciones que los hombres han buscado para explicar la muerte de este inocente, Justo de los justos, podemos empezar ya a descartar algunas de las más habituales. Y no, Jesús no muere como consecuencia de su enfrentamiento con el poder político o religioso de su época, aunque suene muy inspirador y atractivo a determinados grupos sociales; ni tampoco por coherencia ética o moral, para los que buscan a un Jesús a imitación de determinados maestros filosóficos o espirituales. Ni siquiera como demostración de un proceso judicial erróneo o equivocado, para los amantes de la jurisprudencia. No, Jesús muere simple y llanamente para llevar a cumplimiento la necesidad de que prevalezca la Justicia de Dios, donde el pecado recibe como única paga la muerte: “porque la paga del pecado es muerte” (Rom 6:23). Y esto debe quedarnos muy claro, para que podamos conectar esta obra, Su obra en la Cruz, con nuestras propias vidas, con nuestro propio pecado. Pues éramos nosotros los que debíamos estar en aquella Cruz y no Él, pero : “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2ª Cor 5:21). Y dicho esto, todas las causas anteriores sobre la muerte de Jesús, que los hombres hemos ideado y fabricado a nuestra medida, no son más que la constatación de que aún nos resistimos a admitir lo que somos. Pues negando a la Justicia divina su derecho a ser cumplida y buscando otras explicaciones más “racionales” y “lógicas” al hecho de la muerte de este inocente, no tratamos sino de justificarnos a nosotros mismos, y negar el hecho de que esta Justicia, debió aplicársenos en realidad a nosotros y no a Cristo. Y de alguna manera también percibimos esto en los llantos de los hombres y mujeres de Jerusalén por Jesús, pues : “le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él” (v27). Lloraban compadeciéndose de Jesús, pensando que su destino sería terrible, pero ignorando que en realidad era su propio destino eterno lo que estaba en juego, aquello por lo que en verdad hay que llorar y lamentarse: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” (v28), son las palabras de Cristo dirigidas a todas las madres y hombres en general de este mundo. Pues sin este sacrificio, y sin este Cristo que camina hacia el Calvario estaríamos ciertamente condenados. Y si el leño verde, la fuente inocente de vida tiene que padecer de esta manera por causa nuestra, “¿en el leño seco, qué no se hará? (v31). Sí, ¿qué será entonces de todos los que endurecen su corazón y rechazan a este Cristo que extiende sus brazos hacia ellos en la Cruz?. Y ¿qué sería de todos nosotros si aquel día Cristo no hubiese emprendido aquel camino hacia el dolor y el sufrimiento en lugar nuestro?. Pero demos gracias al Padre, ya que: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5:1). •El Trono de Jehová permanecerá por siempre Pocos son los gobiernos de este mundo que han tenido y tienen en cuenta la voluntad de Dios a la hora de gobernar. En nuestros días eliminan poco a poco todo vestigio de Su presencia, y se relega a la Palabra a un mero uso decorativo y protocolario la mayoría de las veces. El temor de Dios, en su sentido reverencial y profundo ya no existe en los corazones de muchos de los gobernantes, pues el poder crea la falsa seguridad de haber tocado techo. De que no hay nada superior a la voluntad humana y que todo pasa por los deseos del propio hombre. Y en la época de Jesús no era muy diferente. Para ellos además, la presencia de Dios en medio de su pueblo no significó júbilo ni un sentimiento de amparo y liberación, aún cuando Jesús proclamó en repetidas ocasiones que esta presencia venía a traer paz, alivio a los cargados de corazón y la mano tendida del Padre: “Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz” (Jn 16:33). Los poderes religiosos vieron a Jesús como un peligro para sus propios intereses, y el poder político lo menospreció considerándole uno más de los muchos auto proclamados profetas que pululaban por Israel. Así, aquellos hombres de gobierno y poder, pensaban que su condena a Jesús y su muerte solucionaba sus problemas. Los sacerdotes ya no tendrían que soportar a este incómodo rabí que los ponía en evidencia de sus hipocresías y legalismos, y las autoridades tendrían paz con el díscolo pueblo judío. Y así, el poder humano desde los tiempos en que Dios, por la presión del pueblo de Israel, mandó proclamar rey a Saúl, se ha ido envaneciendo y alejando de esta voluntad divina: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a tí, sino a mi me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1º S 8:7). Pues recordemos que sólo la voluntad de Dios era necesaria para el buen gobierno de Israel, y que gobernantes y reyes eran los que regían sobre los paganos, precisamente por carecer de la guía de Dios en su Palabra. Israel quiso ser gobernada por un hombre y no por la voluntad de Dios, y así hasta hoy los hombres nos sometemos a los hombres y rechazamos la idea de que sea Dios quien nos abra el camino en la vida de los pueblos. Por eso no es de extrañar la reacción ante Jesús de gobernantes y autoridades de su época: desprecio, escarnio y burla. Sin embargo los gobernantes son, aún sin ser conscientes de ello, instrumentos de Dios para llevar a cabo Su voluntad, pues nada escapa a ella en su propia Creación. Y así, lo que se estaba cumpliendo inexorablemente, aún en el escarnio y desprecio de estos gobernantes por Cristo, no eran sino las promesas divinas de restauración y redención que ya anunciaron los profetas: “por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Is 53:12). Pues por encima del poder de los hombres: “tú Jehová, permanecerás para siempre; Tu trono de generación en generación” (Lm 5:19). •La fe sencilla y sincera del buen ladrón Jesús fue contado entre los pecadores a la hora de su muerte, y dos malhechores fueron crucificados junto a él. Y estos dos hombres son como el resumen de la conversión del ser humano, donde podemos ver cómo somos antes de que nos alcance el don de la fe, y después de haberla recibido. Así uno de los malhechores increpaba a Jesús injuriándolo: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (v39). En su rechazo a Jesús, este hombre lo ridiculizó aún en la Cruz, tratando de mostrar que no era más que un hombre condenado, que nada podía hacer por él mismo ni por nadie. Así el hombre en su estado natural, considera inútil a Cristo, pues entiende que sólo él con sus propias fuerzas y voluntad es dueño de su destino. El hombre sólo necesita del hombre para caminar en esta vida e interpretarla, o dicho en palabras de los filósofos griegos: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Sin embargo la mera visión de Cristo en la Cruz junto a él fue suficiente para que el otro malhechor viese no a un mero hombre a punto de morir, sino al mismo Hijo de Dios hecho carne entre nosotros. La fe alcanzó a este condenado justo antes de la muerte, y de su arrepentimiento por el pecado y del reconocimiento de Jesús como su salvador nació su vida eterna: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v41-42). Sólo necesitó de la fe para que las puertas del cielo le fuesen abiertas. Y esta es la Buena Noticia que Cristo trae a los hombres: que muriendo Él en la Cruz por nuestras rebeliones, somos justificados ante el Padre por medio de la Justicia de Cristo, la cual se nos imputa por medio de la fe en su obra en la Cruz. Aún así, después de este día los seres humanos nos hemos seguido empeñando en conseguir esta justicia divina a base de todo tipo de obras con la finalidad de acumular méritos ante Dios. Pero un malhechor arrepentido en la hora de su muerte nos enseña esta verdad evangélica de la justificación por la sola fe en Cristo. Una verdad que trae paz y consuelo al corazón de aquellos cuyas conciencias cargadas ponen a los pies de Cristo sus cargas y pecados. ¿Te sientes tú cargado en tu mente y corazón?. ¿Crees que tus pecados son tan grandes que Dios te exigirá un mérito imposible de acumular en esta vida?. Mira pues al buen ladrón junto a Cristo, y en arrepentimiento y fe repite sus palabras a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v42). Escucha luego las palabras que el Señor te dirige, tan ciertas como aquellas que fueron dichas en el monte Calvario, dirigidas ahora también a ti : “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (v43). Aférrate a esta promesa divina, cada día, hasta el final de tu vida. Conclusión Cristo siempre genera reacción en los seres humanos, y a nadie deja indiferente, sea el pueblo, gobernantes o malhechores. Y esta lectura, donde un malhechor es justificado poco antes de su muerte, debe servirnos de lección magistral acerca de la infinita misericordia y gracia de Dios. Pues nunca es tarde para rendirse a los pies de Cristo, nunca es tarde para recibir en arrepentimiento y fe la promesa de salvación y vida eterna. Y ahora nuestra escalera al cielo, cual escalera de Jacob (Gn 28:12), por donde los ángeles bajan y suben del cielo a la tierra no es otra sino la Cruz de Cristo. Lo fue para el buen ladrón y lo es también hoy para todos nosotros. ¡Que así sea, Amén!. J.C.G. Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 17 de noviembre de 2013

24º domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA - Primera Lección: Malaquías 4:1-6 Segunda Lección: 2º Tesalonicenses 3:6-13 El Evangelio: Lucas 21:5-28 “En Cristo nos erguimos y levantamos nuestras cabezas” Otro final se acerca: Otra vez estamos llegando a fin de año, me refiero al año litúrgico. Esta es la época del año en que hablamos específicamente sobre el fin de los tiempos, sobre los últimos días. La palabra que se usa en teológica para esto es “escatología”. Se podría pensar en esto como el día del juicio, la segunda venida de Cristo, o también como el comienzo del reino por venir. No importa cómo llamemos a ese día y sus acontecimientos, hablar del final hace que la gente, incluso muchos cristianos, se pongan un poco nerviosos. Tal vez muy nerviosos. Siempre surgen muchas preguntas al respecto ¿Habrá realmente tanto pesimismo y destrucción, plagas, terribles desastres y abundantes catástrofes? ¿Tendré que estar en pie delante del trono de Dios y responder por todos mis pecados? ¿Cómo voy a ser juzgado? Estas son algunas de las preguntas que hacen que las personas quieran leer y oír sobre otros pasajes de la Biblia y no pensar en ello, que hay cosas más bonitas sobre las cuales hablar. Esto no nos debería tranquilizar. Nuestra actitud ante el fin: Lo que dice Jesús en el Evangelio de hoy puede traernos miedo. Porque mientras Él habla, por un lado, sobre la caída de Jerusalén, también anuncia predicciones sobre el día final. Sin embargo, se las arregla para incluirnos a nosotros y a todos los creyentes en sus advertencias y en sus promesas sobre las cosas por venir. Jesús sabía que sería difícil para sus discípulos y para ti vivir la fe y realizar la tarea encomendada. Sabía que habría todo tipo de problemas y tentaciones. Persecución y trampas. Advierte de las dificultades, no sólo de vivir en este mundo, sino de hacerlo como sus discípulos. La dificultad de evitar los falsos maestros que vienen en su nombre. Los peligros planteados por las autoridades que son hostiles a su enseñanza y al de su pueblo que lo rechaza. Hay muchas cosas en nuestra contra. Todas ellas pueden hacer que desesperemos y bajemos los brazos, desistamos de vivir nuestra fe y certezas. Sin embargo hay esperanza. Jesús unos versículos más adelante nos dice: “Mira a la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabéis que el reino de Dios está cerca”. En otras palabras, cuando veas los signos, ya sabrás que el final se acerca y esto es motivo de alegría. Porque este final será un día de alegría para su pueblo, para vosotros. Así que levantad vuestras cabezas y mirad hacia el cielo. Esta vez no vengo como un niño indefenso, sino que vengo con poder y autoridad para rescatar a todos los que me pertenecen. Para los cristianos que viven en este mundo, no habrá dificultad, problemas, penas o dolor… porque todas estas cosas son temporales. Incluso las cosas más permanentes en este mundo desaparecerán, así como sucedió con el gran y poderoso templo de Herodes, construido con enormes piedras, alto y magnífico, sería derribado en no más de 40 años de la partida de Jesús. Las Señales de Hoy: Lamentablemente por estadística sabemos que vamos a morir. Sabemos que este cuerpo corrompido que tenemos no durará por siempre, no puede, no debe. La tumba nos espera a todos. No importa cómo llegamos a ella, si es por enfermedad o accidente, porque alguien nos quita la vida, eso no importa. Nuestra vida en la tierra se “termina”, pero la vida eterna es segura y no tiene fin. Nuestro cuerpo puede ser destruido, pero tenemos un Dios que dispone de nuestra eternidad. Tenemos la promesa de que resucitaremos al final y viviremos en cuerpos glorificados, viviremos con el Señor con todo su pueblo para siempre. Ninguno de los problemas de este mundo va a durar para siempre. Incluso la muerte será vencida. Cristo dice que solo sus palabras perdurarán para siempre, aun en medio de nuestras aflicciones y confusiones esa promesa sigue en pie. Creemos, por su gracia, que desde ahora y sobre todo cuando esté llegando el final, que estas promesas nos ayudarán a mantener nuestras cabezas en alto. Todo el terror y la destrucción que la Biblia describe en estos y otros pasajes, todos los horrores del día final, son todas consecuencias del pecado. Si bien sufrimos las consecuencias del pecado y los dolores de parto de la creación y estos aumentaran hacia el día final, también podemos ver una luz de esperanza y paz en medio de tanto sufrimiento: Jesucristo. Nuestra Esperanza: Su cruz es el fin del poder del pecado en este mundo. Su sacrificio no es solo la derrota de la muerte, sino que además y en especial es la fuente de tu vida. Las palabras que ha pronunciado allí perdurarán para siempre: “Consumado es” o sea todo está cumplido. El pecado, la muerte, el poder del diablo, han sido derrotados en la cruz. Tu rescate y salvación del juicio final se ha llevado a cabo en el Calvario. Confirmado en la tumba vacía en su resurrección y se cumplirá totalmente el día que Él ha destinado para el fin. No sabemos cuándo será, pero vemos las señales. La higuera ha brotado, a nuestro alrededor vemos las cosas que Jesús ha anunciado como guerras, terremotos, hambruna y pestilencias. La persecución de los cristianos, incluso podemos sentir que estamos un sitio como la antigua Jerusalén. Miramos a nuestro alrededor y el mundo parece estar en mal estado, nuestro país está en crisis y nuestra vida personal muchas veces es un desastre. Nuestra Fortaleza: A pesar de esto Levantamos nuestras cabezas. No hay porque temer, sus palabras permanecen para siempre. Nos sigue llamando y dando la fuerza necesaria para soportar, por la fe y estar firmes en su Palabra. Es una palabra segura, de esperanza en medio de todo lo que está cayendo a nuestro alrededor. Es una palabra llena de promesas de que nos lleva a través de oscuros días a esa brillante mañana de la eternidad. Tienes claras señales que sus promesas son hechas realidad, por ejemplo tu Santo Bautismo. El Mesías estuvo presente allí. Él te ha unido a Él, a su muerte y resurrección. Esa es la clave para el Día del Juicio, en tu Bautismo el Señor te ha dicho: “no vas a morir por tus pecados en el día del juicio, porque yo te he unido a mi muerte y has sido limpiado de tus pecados. Te he unido a mi resurrección, también, así que el cielo es tuyo. Enderézate y levanta la cabeza, porque yo te he rescatado”. En el altar, en la Santa Cena, allí el Señor se hace presente para darte su cuerpo y su sangre, con los que ha conquistado a la muerte, descendido a los infiernos y manifestado a sus discípulos para ti. No hay destrucción para ti, porque el Señor te ha rescatado, te fortalece y preserva para la vida eterna, porque donde hay perdón de pecados allí hay vida eterna y salvación. El Señor sigue estando presente en su templo para ti, es por eso que este mundo no está perdido. Es sólo que, en lugar de un templo hecho de grandes piedras, ahora Él mora en el templo de sus medios de gracia, pero Él está con tanta seguridad, totalmente presente como lo estuvo en el templo de nuestro texto. No es de extrañar que los medios de gracia tengan tan poca estima hoy, Cristo mismo fue tratado de la misma manera en Jerusalén. Pero Él está presente y Él no nos abandonará. Cualquier dificultad que veas en ti, en tu vida, en este mundo, recuerda que el Señor está tan cerca de ti como su Palabra y los Sacramentos. No tendrás que pasar vergüenza en el Día del Juicio, sino que podrás enderezarse y levantar la cabeza en presencia de tu glorioso Señor resucitado, porque has sido perdonado de todos tus pecados por su obra. Nuestra certeza es eterna: Tenemos la salvación por la gracia mediante la fe. Ahora tenemos la promesa de vida eterna, a través de Cristo Jesús, que viene a nosotros y está presente hoy con nosotros. Pero todavía esperamos la perfección que vendrá sólo cuando nuestras almas partan de este mundo. Mientras tanto, seguiremos sufriendo las consecuencias del pecado mediante enfermedades, sufrimientos y finalmente la muerte. Somos concebidos y nacidos en el pecado y nuestros cuerpos tienen que regresar al polvo de donde proceden. Pero estamos seguros, que su redención de estas cosas está acercándose. El mismo Jesús que fue crucificado y murió por tus pecados y resucitó para conquistar tu muerte, volverá en una nube como tu Redentor. Un redentor es una persona que rescata a otra mediante el pago de un rescate. El rescate que Jesús pagó por tus pecados no fue una suma de dinero. Porque ni todo el oro y plata del mundo podrían haberte llevado al cielo y rescatado. No, lo hizo con su preciosa sangre, su sufrimiento y su muerte. El oficio de Cristo como Redentor ilustra muy bien lo que lo hizo por ti y por mí. Es más específico incluso que Salvador. Porque quien salva lo puede hacer simplemente mostrando el camino o sirviendo como un mero ejemplo para la vida piadosa, o incluso por medio de la lucha sin necesidad de perder nada. En su primera venida, Él te adquirió de la potestad de Satanás, no lo hiso en el templo o en el Monte de los Olivos, ni siquiera por medio de sus sermones, sino en el Gólgota, donde derramó su sangre y murió en la cruz. Cuando venga en su segunda venida, Él te salvará de las consecuencias del pecado. No habrá más pecado, no habrá más tristezas, no más sufrimientos y no habrá más muerte. Hasta ese gran día, la Iglesia seguirá proclamando el mensaje del arrepentimiento y el perdón de los pecados. Lo hacemos al proclamar la Palabra de Dios con fidelidad, recordando lo que Pablo escribió a la iglesia en Roma, que lo que fue escrito en tiempos pasados ​​fue escrito para nuestra instrucción, para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. A medida que el Señor viene a nosotros con sus dones, somos consolados en el conocimiento de su amor y de la redención que nos ha dado. A medida que sufrimos en este mundo, no nos desanimamos sino que levantamos la cabeza con confianza en la redención que está por venir. Ahora, el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz, para que por el poder del Espíritu Santo sea posible que abunden en su esperanza, y que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestra mente a través de la fe en Cristo Jesús. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Vigésimoquinto Domingo después de Pentecostés.

”Reteniendo la sana doctrina” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 3:1-15 Segunda Lección: 2ª Tesalonicenses 2:1-8, 13-17 El Evangelio: Lucas 20:27-40 Sermón •Introducción Perseverar en la sana doctrina es el llamado de los Apóstoles a los creyentes. Y será esta doctrina, como compendio de la Verdad reflejada en la Palabra de Dios, la que dé contenido y cuerpo a nuestra fe. Pues esta fe, este don que hemos recibido por medio del Espíritu Santo puede llegar a ser frágil como una vasija de barro (2ª Cor 4:7). Su primer enemigo es nuestra propia debilidad, nuestra facilidad para ser influenciados por todo tipo de ideas erróneas, creencias extrañas o dudas. Somos seres carnales, y por tanto débiles en lo que respecta a nuestras propias limitaciones y a los ataques del mundo. Y este es el segundo enemigo de la fe, un mundo marcado por el pecado y donde se libra una auténtica lucha en muchos creyentes para llegar victoriosos en la fe hasta la meta final de sus vidas. Pues no es fácil en muchas ocasiones salir indemnes en las batallas diarias, y así, el creyente debe acudir asiduamente a la Palabra y al poder regenerador de los Sacramentos para comenzar renovado y reforzado cada nueva jornada. No hacerlo es exponerse a ser víctima de un debilitamiento en esta fe que nos conecta con la obra salvadora de Jesús en la Cruz. Y para ello debemos mantenernos fuertes doctrinalmente hablando, no sólo para traspasar los umbrales de la meta celestial, sino para llegado el caso, resistir los momentos finales donde como nos enseña el Apóstol Pablo, la mentira el engaño y la perdición harán su último intento de arrastrar a muchos en la agonía de su ya anunciada derrota (2ª Ts 2:3). •La mentira no puede prevalecer La Palabra nos llama continuamente para que permanezcamos en la Verdad, pues a diferencia del mundo secular, donde lo relativo y la falta de una verdad absoluta son la norma común, en el terreno espiritual el cristiano tiene la certeza de que sí existe tal Verdad, y que ésta es alcanzable para nosotros por medio de la fe. Pero al mismo tiempo que existe esta Verdad, otras supuestas “verdades” también disputan por ganar su cuota de mercado, podríamos decir. Y desgraciadamente, bajo una apariencia de normalidad y diversidad, se esconden muchas falsedades y caminos que conducen al error y la confusión. En la lectura de hoy vemos precisamente un ejemplo en los saduceos, enfrentándose a Jesús a causa de uno de estos errores que ellos propagaban: la negación de la resurrección. Eran también judíos y creían en Jehová al igual que el resto del pueblo de Israel, sí; pero aplicando su lógica humana y desechando partes del Antiguo Testamento y a los mismos profetas, los saduceos negaban la posibilidad de una resurrección futura y otras verdades espirituales (Hch 23:8). De esta manera negaban en el fondo a Dios su señorío absoluto sobre la vida y la muerte, y daban la espalda a la Escritura que claramente enseña esta verdad: que la resurrección será un hecho que ciertamente experimentaremos: “Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío” (Ez 37:13). Y para combatir esta clara doctrina idearon un problema para Jesús, en la confianza de que, en su aparente imposibilidad de ser resuelto, demostrarían llevar ellos la razón: “En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?” (v33). Pero la razón del hombre es inútil cuando pretende rivalizar con la de Dios, y Jesús de nuevo nos recuerda que la muerte y la posterior vida celestial rompen con las estructuras sociales de esta vida temporal, y que lo carnal no puede condicionar lo espiritual: “Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento” (v34-35). Nos enseña además que Dios domina no sólo la vida, sino también la muerte, la cual en realidad ya no tiene poder ni es sinónimo de dejar de existir para los que ponen su fe en Él por medio de Cristo: “Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (v38). Así con estas respuestas Jesús desmontó y expuso las mentiras de los saduceos. Algunas de tantas como han existido y existen en este mundo, y que desvían y en no pocos casos esclavizan al ser humano cerrando sus oídos a la clara, fresca y pura Palabra de Dios. Pero tengamos en cuenta que en materia de fe no hay muchas verdades, o verdades a medias, y como nos advierte el Apóstol Juan, : “ninguna mentira procede de la verdad” (1 Jn 2:21). Los saduceos proclamaban el error de negar la resurrección, pero existen muchos más errores que hacen que los hombres en general y también los creyentes, se alejen de los seguros caminos doctrinales que Jesús y los Apóstoles prepararon para la Iglesia. Y vivimos por desgracia en un mundo donde la palabra “doctrina” tiene connotaciones negativas en muchas personas. El concepto de “doctrina” lleva hoy día aparejado la visión peyorativa del adoctrinamiento, y de aquí el de insertar en la mente de las personas ideas que en realidad no son suyas, y que en muchos casos son impuestas por medio de la presión, el miedo o la ignorancia. Sin embargo la doctrina verdadera es, como se nos recuerda en la Escritura, muy necesaria para no ser presa del error. Pero una sana doctrina cristiana nunca se impone, sino que se recibe como el fruto de la constatación por medio de la Escritura y la acción del Espíritu de su solidez y verdad, tal como hicieron los judíos en Berea: “pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hech 17:11). Así lo entendían los Apóstoles y los primeros creyentes, y así debería ser siempre. Pues sin doctrina, y sin saber argumentar con claridad y en relación a la Palabra aquello que se cree, estaremos perdidos en el mundo espiritual. El Apóstol Pablo era muy consciente de esto y por ello exhortaba siempre a permanecer firmes en las enseñanzas que él había transmitido, con fidelidad y determinación: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra” (2ª Tes 2:15). Así, negar o relativizar el valor de la doctrina es como cortar el tronco que sostiene a un árbol frondoso, el cual permite a la savia llegar hasta las hojas y los frutos. Su muerte es inevitable. Y del mismo modo que las hojas y los frutos de un árbol, nuestra fe es vigorizada por la doctrina apostólica y las enseñanzas correctas que hemos recibido desde Jesús hasta hoy. Pues sin estas doctrinas plasmadas en la Palabra, nuestra fe no podrá crecer y enriquecerse. Es necesario en definitiva retener la sana enseñanza, la leche no adulterada de la que nos habla el Apóstol Pedro: “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ellas crezcáis para salvación” (1ª P 2:2). Podemos así decir que, en este mundo donde el error convive con la verdad de manera a veces tan sutil y mimetizada, es una necesidad vital para el creyente estar protegidos contra el mismo y conocer los fundamentos y argumentos bíblicos de aquello que proclamamos como creyentes. •Resistiendo con el escudo de la fe ¿Qué pues necesitamos para no ser presa de tantos errores y falsedades como pululan en nuestro mundo?. Ya se ha dicho que una doctrina bíblica correcta es fundamental para mantener una fe fuerte y sana, pues se puede llegar a un debilitamiento alarmante y peligroso de la misma en ciertos casos. Y para evitarlo el creyente tiene a su disposición el mejor remedio y ayuda posible en la sana predicación de la Palabra y los Sacramentos, y en concreto la participación en la Santa Cena. Estos son los medios que Dios ha dispuesto para distribuir su gracia entre los hombres, y que en el caso del cristiano, le sirven igualmente para alimentarlo y sostenerlo. Porque el esfuerzo espiritual constante contra el error y el pecado requiere, al igual que el propio cuerpo en la carne, buenos alimentos. Y de la misma manera que un cuerpo alimentado con comida de mala calidad no puede subsistir mucho tiempo sin enfermar, así la fe y la vida del espíritu, no pueden vivir desconectadas de la vivificante Palabra de Dios y del poder consolador del perdón de pecados que Cristo nos ofrece con su cuerpo y sangre. Son estos los mejores alimentos posibles para nosotros, de manera que el escudo de la fe: “con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Ef 6:16), esté fuerte y sólidamente anclado en Cristo. Pero, ¿en qué notaremos esta salud espiritual en nuestra vida?, ¿cómo sabremos si nuestra fe es vigorizada y crece de la manera correcta?. El primer efecto positivo que notaremos será precisamente nuestro aprecio y deleite por compartir momentos de oración y escucha a Dios en su Palabra, tanto personal como comunitariamente. Si esto falla habitualmente, ello será un indicador de que otros asuntos, otras preocupaciones mundanas e incluso otros “dioses” mundanos nos apartan de la fuente de nuestra fe, la Palabra de Dios. Así, si esto se mantiene en el tiempo, el debilitamiento de nuestra fe estará asegurado. Pero una fe sana y viva, es una fe que produce también frutos, como nos enseña el Apóstol Santiago, pues: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg 2:17), y así si en nuestro caminar diario, la vida y el sufrimiento del prójimo nos son indiferentes o no nos mueven a querer tenderles una mano, ello será igualmente una señal de que la salud de nuestra fe no responde a lo que Dios espera de ella. Hablamos aquí pues de lo que hay y mueve el corazón del cristiano, que debe ser el Amor de Dios, el cual recibimos como un don divino para a su vez, proyectarlo hacia otros desde nosotros mismos: “porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gal 5:6). Así que, el amor por esta Palabra de Vida y el amor al prójimo nos mostrarán inicialmente en un sano equilibrio, el estado y la salud de nuestra fe. ¿Cómo están tus niveles a este respecto?, ¿vives conectado a la Palabra que te sostiene y da vida?, ¿retienes en tu vida de fe la sana doctrina?, y ¿abundan en ti la misericordia y la compasión que nacen de tu fe?. Ora pues para que el Señor te siga fortaleciendo y alimentando diariamente por medio de su “leche espiritual no adulterada”, disfrútala y compártela luego con otros en testimonio y amor cristianos. •Conclusión La negación de la resurrección de los saduceos es unos de los muchos ejemplos de una fe contaminada por el error. Y el error, como ya se ha dicho, no procede de la Verdad ni puede convivir con ella. Perseveremos pues en la sana doctrina, y alimentemos nuestra fe de manera saludable por medio de la Palabra y los Sacramentos. Una fe que apunta a la obra de Jesús por nosotros en la Cruz, y que es nuestra Verdad definitiva y doctrina salvadora, pues: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que perservera en la doctrina de Cristo, ése si tiene al Padre y al Hijo” (2ª Jn 9). ¡Que así sea, Amén!. J.C.G / Pastor de IELE/Congregación San Pablo