domingo, 29 de diciembre de 2013

Año Nuevo.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 31-12-2013 Primera Lección: Números 6:22-27 Segunda Lección: Gálatas 3:23-29 El Evangelio: Lucas 2:21 “UN NUEVO AÑO CON JESÚS” “Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.” Pocas parejas han discutido tan poco a la hora de escoger un nombre para su hijo como María y José. El nombre ya se lo había puesto el ángel, mensajero del SEÑOR, por tanto no había nada que discutir: se llamaría JESÚS. Jesús, en hebreo algo así como Jeshua, era un nombre muy común en el Israel de entonces, algo parecido a lo que ocurre entre nosotros, que al contrario que otras culturas, el nombre de Jesús es muy corriente entre varones. Jesús significa “el SEÑOR salva” o simplemente “salvador”. ¿Qué nos quiere decir Dios con este nombre? O formulado de otra manera ¿Por qué Dios el Hijo Encarnado tenía que llamarse Jesús? El Hijo de Dios tenía que llamarse Jesús para decirnos que; A- Él es nuestro hermano. B- Él es nuestro único y suficiente Salvador de nuestros pecados. A- Él es nuestro hermano: Escogiendo un nombre corriente en Israel, Dios nos quiere indicar que es plenamente hombre, que es nuestro hermano, de nuestra carne y sangre, con nuestras tentaciones, conocedor de tristezas, alegrías y temores. Dios se hace nuestro hermano y tiene un nombre humano, Jesús. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebreos 4.15. Seas adolescente, joven, adulto o anciano, el Redentor te comprende más que tú mismo. Nadie te ama más que El, ninguna tentación le es ajena, pero sin pecado. El conoce la intensidad de la tentación, pero la venció porque es Dios. Es por eso por lo que nuestro Salvador tenía que ser perfecto Dios y perfecto hombre. Perfecto hombre para conocer lo que significa la tentación, perfecto Dios para vencerla. La circuncisión era la señal del pacto que tenía que aplicarse a todos los varones hebreos. Jesús, varón israelita se sometió a la señal del pacto. El, Señor del Pacto, como nuestro hermano y semejante se sometió a la ley de Dios y fue circuncidado. En todo se sometió, como nuestro hermano. Se sometió a la Ley de Dios y la cumplió perfectamente. Amó a su Padre por sobre todas las cosas, honró la Palabra de Dios, guardó el Sabath, fue manso, obediente a sus padres aunque estos no entendían muchas cosas, casto en fidelidad a su esposa la iglesia, no murmuró, no devolvió mal por mal, perdonó, no codició ni deseó nada de su prójimo. Es decir, Jesús fue el único ser humano, y por cierto el único circuncidado que obedeció la Ley de Dios perfectamente. Él es tu hermano que te da su perfecta justicia a ti, la pone en tu saldo cuando confías en Él. Él pudo hacer todo esto porque es hombre, tu hermano y porque es Dios. Dios, tu hermano mayor Jesús. B- Él es tu único y suficiente Salvador. …y llamarás su nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados” Mateo 1.21 Ya hemos visto lo que significa Jesús, es decir el que salva. Salva ¿De qué? A muchos nos gustaría que nos salvara de muchas cosas ¿Verdad? De problemas, de crisis financieras, de penurias, de calamidades. Jesús nos salva del problema fundamental que a todos nos tiene devastados: nuestros pecados. Salvándonos de nuestros pecados, Jesús nos salva radicalmente, cualesquiera que sean las demás circunstancias, por difícil que nos resulte entenderlo. Nuestro problema de raíz son nuestros pecados. El con su inocente pasión y muerte expió la culpa que nosotros, sus hermanos según la carne, merecemos. Realmente nos liberó, nos hizo libres de la peor tiranía que existe: la del diablo. Ahora sí que somos libres en el verdadero sentido, libres para dirigirnos a Dios como a nuestro Padre amado, libres para servir a nuestro prójimo. No solamente eso, sino que nos salva cada día, todos los días. Ya sabes, arrepentimiento y vuelta a aferrarte a Jesús, cada día; especialmente cuando viene a tu encuentro en la lectura de su Palabra, en el sermón, en la Santa Cena. El glorioso evangelio de salvación de cada día, de cada semana, de cada mes. Solamente Jesús, Solus Christus. Toda nuestra salvación la encontramos en El. A nosotros cuando pasamos de puntillas por la Ley de Dios, nos tienta pensar que algo hacemos nosotros, no hace falta que nos digan lo que es un pelagiano, todos lo llevamos dentro, como llevamos dentro a un fariseo. No te dejes engañar; o Jesús salva completamente o no es Salvador en absoluto. Una cosa de la que Jesús nos salva como consecuencia de salvarnos del nuestros pecados es del miedo, del terror a la muerte. ¿Dónde está muerte tu aguijón con este Salvador? ¿A qué temo si estoy en tales manos como las de mi hermano, Dios y Salvador? “Para que en el nombre de JESÚS se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” Filipenses 2:10. En la entrada del año del Señor 2014, queremos comenzar este año cronológico, en el nombre de JESÚS, a Él le pedimos que a través del nuevo año, sea El nuestro castillo fuerte, nuestro abogado delante del Padre, nuestra alegría, nuestro gozo, nuestro consuelo, nuestra esperanza y nuestra fuerza, en medio de las circunstancias en las que el SEÑOR tenga a bien ponernos. En el nombre de JESÚS. Amén. Javier S. Ruiz. Diacono de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

martes, 24 de diciembre de 2013

Sermón de Navidad

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 40:17-21, 34-38 Segunda Lección: Tito 3:4-7 El Evangelio: Juan 1:1-14 “EL SEÑOR ESTÁ ENTRE NOSOTROS” Introducción: En casi todas las iglesias cristianas, el relato del nacimiento de Jesús para esta Navidad será el capítulo 2 Lucas. Aquí es donde se habla de María, la mujer comprometida con José, la cual estaba encinta, dando a luz su Hijo primogénito, que lo envuelve en pañales. Oiremos del ángel que trajo la buena noticia a los pastores que estaban turnándose para cuidar sus rebaños por la noche, diciendo con el ángel: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. Estos son los eventos que desde pequeños se nos enseña en las Iglesias cristianas y ellos son los eventos de los seguramente oímos esta semana, en la víspera de esta fiesta de la Natividad de nuestro Señor. El evangelista Juan, que por divina inspiración del Espíritu Santo, escribió las palabras de la lectura del Evangelio designado para el día de hoy y en ella no incluye los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesucristo. En los primeros versículos del Evangelio de Juan, no se oye de José y la Virgen María ni de la visita y el numeroso coro de los ángeles. Tampoco se oyen hablar de los acontecimientos que tuvieron lugar en Palestina con el fin de cumplir las profecías del Antiguo Testamento. No, Juan comienza su Evangelio en un momento antes de la Natividad de Cristo e incluso antes de Juan el Bautista. De hecho, las primeras palabras del Evangelio de San Juan se encuentran en un tiempo que precede al comienzo del universo mismo, un tiempo cuando sólo existía el Verbo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. En el primer versículo de su Evangelio, Juan va al grano en la revelación de la identidad del niño que yacía en el pesebre de Belén. Él lleva a sus oyentes de nuevo a la creación y revela que el Verbo que estaba con Dios era Dios. Él declara que Jesús, el Cristo o Ungido de Dios, es el Hijo eterno, que estaba con el Padre desde toda la eternidad. Además declara en el versículo 3 que este mismo Jesús es el Creador de todas las cosas. El pequeño Señor Jesús, que estaba con su dulce cabeza en el heno, en el pesebre, es de hecho el Dios Todopoderoso, que formó y creó los cielos y la tierra. El pequeño niño, a quien los sabios trajeron oro, incienso y mirra una vez que se alojaron en una casa en Belén, es el Señor, el Dios de Israel, que había sido esperado por este pueblo para traer Paz y Gloria a la humanidad. ¿Quién es ese niño en el pesebre? Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. Con estas palabras Juan atribuye la creación de todas las cosas a Jesús. San Pablo, en el primer capítulo de su epístola a los Colosenses, afirma esto cuando escribe: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17). No sólo sabía que Jesús creó el cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, también confiesa que es el sustentador de todas esas cosas. Fue él quien liberó a su pueblo, Israel, de la esclavitud de Egipto y los condujo a la prometida tierra. Fue Él quien, después de la muerte de Moisés y Josué, los gobernó a través de los jueces y luego a través de los reyes de Israel, el mayor de los cuales era su padre David. Fue Jesús quien los guio y les dio esperanza mientras que estaban en cautiverio en Babilonia y él fue su alegría cuando regresaron a la ciudad santa de Jerusalén y reconstruyeron su templo. Él es el Mesías, el Santo de Dios. Él es el Aquel de quien los profetas del Antiguo Testamento habían proclamado ser el eterno Rey y Salvador. Después de declarar que Jesús es el Verbo, que es Dios y la luz de los hombres, Juan nos habla de lo que ocurría cuando el Espíritu Santo lo concebido en el vientre de la humilde mujer, de la Virgen María. Nos dice que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La concepción y el nacimiento de Jesús fueron los primeros eventos en el tiempo de la encarnación de Cristo. El Dios todopoderoso y eterno, el Señor del universo, había llevado a cabo algo incomprensible, hacerse presente entre los suyos, pero ahora en carne humana y así habitar entre su pueblo. Este fue el último escollo tanto para los Judíos que vivían en la época de Jesús como para todos los que se pierden hoy. Aquí se nos presenta el problema que el Dios infinito, que creó todas las cosas, nos amara tanto hasta el punto de que se hizo hombre. Como los seres humanos somos seres finitos, que no tenemos la capacidad de entender cómo esto podría llegar a ser posible. La simple idea va en contra de toda razón. ¿Cómo podría el Dios infinito y creador del universo ser un hombre finito? No existe una respuesta satisfactoria a esta pregunta planteada, por nuestra débil razón. Pablo escribiendo a Timoteo, lo describe como el gran misterio de que Dios estaba manifestándose en la carne (1º Timoteo 3:16). El Señor mismo nos dice que sus caminos están por encima de nuestros caminos y sus pensamientos por encima de nuestros pensamientos. Pero él también nos ha revelado que con Dios todas las cosas son posibles, a través de la obra de su Espíritu Santo nos ha concedido la fe para creer en esto y todo lo que Él nos ha revelado en la Sagrada Escritura. Pero aún más importante que la comprensión de cómo esta milagrosa encarnación llegó a suceder es entender por qué aconteció. Navidad es sin duda todo acerca de la encarnación y el nacimiento de nuestro Señor, pero incluso cuando se habla del “verdadero significado de la Navidad” nos estamos engañando a nosotros mismos si no lo reconocemos la razón por la que Cristo, el Señor se hizo carne y habitó entre nosotros. Lo hizo con un propósito: salvar a la humanidad del pecado y de sus consecuencias. El ángel Gabriel, cuando habló a José en un sueño, le dijo que el niño concebido en el vientre de María se llamaría Jesús, porque Él salvaría a las personas de sus pecados. Dios tomó forma humana por una sola razón, para sufrir y morir para expiar los pecados del mundo. El niño Jesús, que yacía en el pesebre, nació para sufrir y morir en la cruz. El mundo necesita de esa Navidad. Necesita el nacimiento de Jesús, porque desde la caída de Adán y Eva en pecado, cada hombre, mujer y niño en este mundo nace en pecado y por lo tanto es pecador. Esto nos hace estar sujetos a la consecuencia final del pecado, la muerte. Los seres humanos somos rebeldes por naturaleza y por lo tanto mortales. Nuestra Necesidad de Navidad Fuimos creados para ser inmortales y vivir en perfecta armonía con Dios y unos con otros. Pero hemos caído en pecado, lo que hace que nosotros mismos no podamos pagar por nuestras transgresiones de manera perfecta y ni ser santos como Santo es el Señor que nos creó. No podemos alcanzar a su nivel. Nosotros no podemos reconciliarnos con Dios. Al contrario, Dios tuvo que reconciliarse con nosotros. Es por eso que incluso tenemos la alegría de Navidad para celebrar. Como Pablo escribe a los Corintios, Dios estaba reconciliando al mundo consigo en Cristo (2º Corintios 5:19). El que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros y fue maldecido hasta la muerte para pagar el precio por nuestros pecados. Pablo escribe a los Filipenses en el capítulo 2 que, en la encarnación, cuando Jesús tomó sobre sí la forma de siervo, se humilló. Se despojó a sí mismo y se humilló a sí mismo haciéndose en el semejante a los hombres. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, la muerte de la cruz. Pues al ver el pesebre de Jesús recuerda que este no tiene importancia sin su cruz. La cruz es donde la propia encarnación recibe su significado. Jesucristo, el todopoderoso y eterno Hijo de Dios, tuvo que sufrir y morir para salvar que lo se había perdido. La crucifixión tuvo que acontecer Cristo para redimir a la humanidad caída. Esta es la razón por la que la iglesia a lo largo de su historia ha mostrado el crucifijo y lo ha convertido en un elemento visible. El crucifijo representa la fuente de nuestra fe en Cristo y éste crucificado. De hecho, Pablo ha profesado predicar nada sino a Cristo crucificado, para los nosotros esta es la única manera de que podamos tener perdón. Porque la Ley de Moisés había declarado que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Por esto Jesucristo murió para redimirnos de nuestros pecados. Él pagó el rescate para comprarnos y rescatarnos de las garras de Satanás. Él declaró que a pesar de que murió por los pecados de todo el mundo, sólo aquellos que reciben su don en la fe serán salvos, para quien en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna, como el famoso pasaje de Juan 3 proclama. Como hijos de Dios hemos sido limpiados en el Santo Bautismo, nos ha lavado por medio del agua y su Palabra, allí has recibido el regalo más bendito posible para celebrar estas fiestas, el don de la fe y el perdón de los pecados. Nuestra Celebración. Hoy también recibimos de parte del Señor Jesús, su perdón en su Palabra, su regalo más preciado que podríamos recibir Navidad también nos llega por medio del Cuerpo y Sangre de Jesús, su misma presencia en nuestra vida. Pues la encarnación no terminó cuando Jesús resucitó y fue recibido en el cielo. Él todavía permanece en la naturaleza humana, corporal, entre hoy y hasta el fin de este mundo. A través del sacramento de su cuerpo y sangre, Jesús te da a comer y beber su cuerpo y sangre. Allí Jesús nos afirma y otorga el perdón de nuestros pecados para que podamos disfrutar de la Paz con Dios y con quienes nos rodean. Él se ha dado a su iglesia como una garantía tangible de su perdón. Cuando Jesús fue presentado en el templo cuarenta días después de su nacimiento, un hombre llamado Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios. El Espíritu Santo le había prometido que no vería la muerte hasta que hubiera visto al Cristo. En cuanto sostuvo al bebé en sus brazos, dijo, “han visto mis ojos tu salvación”. Simeón estaba listo para partir en paz. A lo largo de la historia de la iglesia, se reconoció a los sacramentos como Evangelio visible. El pueblo de Dios ha contemplado con sus propios ojos las promesas unidas a los humildes elementos del agua, pan y vino. El Verbo que en el principio era con Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, todavía habita entre nosotros hoy. Cuando recibes a tu Señor hoy en el Santísimo Sacramento, habrás recibido su salvación. Habrás recibido el perdón de todos tus pecados y la seguridad de la vida eterna por medio de Cristo Jesús, tu Señor. En todo esto, habrás visto y vivido el verdadero significado de la Navidad Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

domingo, 15 de diciembre de 2013

3º Domingo de Adviento.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 40:1-11 Segunda Lección: 1º Corintios 4:1-5 El Evangelio: Mateo 11:2-11 “LA PALABRA DEL SEÑOR PERMANECE PARA SIEMPRE” Isaías comienza con las palabras: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. El profeta lleva este mensaje a un pueblo acosado por la guerra, rodeado de enemigos, de oscuridad y de incertidumbre, donde el luto y las penas eran moneda corrientes. El pueblo de Dios vivía las consecuencias de sus pecados y desobediencias, esto lo vivió antes, durante o después del cautiverio en Babilonia, era moneda corriente bajo la dureza de los romanos en el tiempo en que Jesús nació. A lo largo de la historia muchas cosas reales y duras conspiraron para extinguir la esperanza del pueblo de Dios. En esta época del año recordamos y nos preparamos la venida del Señor, que ha de consolarnos. Este tiempo de Adviento es similar al que los santos del Antiguo Testamento esperaban. Pero ahora estamos esperando la segunda venida de nuestro Señor y compartimos el mismo mensaje de consuelo entre quienes nos rodean, entre las circunstancias que trataran de apagar nuestra esperanza y expectativa. Dios da al profeta unas hermosas palabras al profeta para describir a la humanidad, en la vida y en la muerte. Él dice: “toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. (Is. 40:6-8). Dios muestra que la vida que llevamos aquí es fugaz y transitoria. Nuestras vidas florecen rápidamente, tienen la belleza y la gloria de las flores. Pero se marchitan y caen, porque el aliento del Señor sopla sobre nosotros. Por mucho que la medicina moderna, la cirugía estética, los planes de dieta y ejercicios traten de captar nuestra belleza y sostenerla en su mejor momento, tratando de congelar los efectos del tiempo, somos como la hierba que se marchita y termina por caerse. Nuestra belleza y fuerza también desaparecen, a medida que envejecemos y el tiempo manifiesta su paso. Siempre parece que la muerte es la vencedora. Pero el salmista también resalta con poesía lo hermoso de la vida, el conocimiento de Dios con estas palabras: “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, Y su justicia sobre los hijos de los hijos; Sobre los que guardan su pacto, Y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra”. (Salmo 103:14-18). Ambos pasajes describen nuestros días como la hierba y las flores, demasiados cortos, pasando y siendo olvidados con demasiada rapidez. Supongo que uno podría reaccionar negativamente a estas comparaciones y verlas como deprimentes. Se puede tratar de negar la realidad de nuestra frágil naturaleza y tratar de luchar contra el envejecimiento y la muerte con todas las herramientas de nuestro arsenal médico, que cada vez se ve más poderosamente equipado. Pero si solo lo vemos como deprimente o como una visión desesperanzadora de nuestra mortalidad, nos falta ver lo que Dios nos está diciendo en Isaías y el Salmo citado. A diferencia de los días fugaces de nuestra vida, al cambio constante y la agitación de nuestra corta existencia, la Palabra de Dios permanece para siempre. Su Palabra permanece inalterada. Y el Salmo 103 nos dice que Dios “conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”. Dios conoce nuestra fragilidad ya que Él hizo al hombre del polvo y más aún desde que Dios mismo se encarnó en Jesucristo, vivió, murió y resucitó como ser humano. Él nos conoce, literalmente, desde adentro hacia afuera. Por esto el salmista enfatiza sobre la misericordia de Dios, que es eterna para los que temen y le obedecen. Dios no cambia como tantas cosas en nuestras vidas, sino que es eternamente confiable. Pero el hecho de que la palabra de nuestro Dios permanece para siempre, no es sólo un contraste con nuestro frágil y cambiante estado, sino que por sobre todo es el remedio para nuestra deficiencia, vulnerabilidad y pecado. En lugar de la desesperación de la aparente inutilidad y fragilidad de la vida, en la Palabra de Dios, tenemos el ancla eterna para nuestra alma. Las personas y las generaciones pasarán, los problemas y dificultades van y vienen, como los tiempos de prosperidad también, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre. El consuelo de su buena noticia durará por siempre. Esta es la palabra eterna de consuelo, paz y esperanza. ¿De todo lo que conocemos en nuestra actualidad qué cosa permanecerá para siempre? Ciertamente no es nuestra seguridad o inseguridad económica, nuestro empleo o desempleo, nuestra seguridad sanitaria, o incluso la arquitectura de la cual disfrutamos en nuestras ciudades. Todas estas y otras preocupaciones muchas veces nublan nuestro futuro. Incluso éstas cosas son meras distracciones de nuestro verdadero problema, que es el pecado y la muerte. Al diablo le agradaría que nosotros nos preocupásemos por todos estos síntomas, mientras la enfermedad real de nuestro pecado permanece sin tratar y sin cuidado. Así que nos preocupamos por todo tipo de cosas que están fuera de nuestro control. Los cristianos tenemos la certeza de que el Evangelio permanece para siempre y que es más grande que nuestras circunstancias, más grande que nuestras preocupaciones y problemas que hoy están aquí, mañana no. 1 Pedro 1:25 cita este versículo de Isaías, como “la Palabra del Señor permanece para siempre” y pasa a explicar lo que esta “Palabra” es, nada más ni nada menos que el mensaje de consuelo y amor de Dios, “el Evangelio (la buena noticia) que os ha sido anunciada”. Este es el anuncio dado a Isaías y los profetas para consolar al pueblo de Dios en la angustia. Pero este mensaje de consuelo, buena noticia, no son sólo palabras cálidas o alegres para usar en estas fiestas. No son promesas vacías a los oprimidos o temerosos. No son muleta para los débiles, es decir un escapismo, sino que la buena noticia de la Palabra de Dios se funda en la venida de Jesús al mundo, en su nacimiento, que recordamos en este Adviento. Su venida como el Buen Pastor prometido. Es la entrada real y personal de Dios en la historia como un ser humano, para dirigir con ternura a su pueblo y sobre todo para traer perdón, paz y vida a cada uno de nosotros. El advenimiento de Jesús es el consuelo prometido para el pueblo de Dios. El anciano Simeón, que esperaba en el templo el cumplimiento de las promesas de Dios, lloró de alegría al ver al bebé Jesús. Dice que estaba esperando para la “consolación de Israel” y que Dios le había prometido que no moriría hasta ver al Cristo, el Señor (Lucas 2:25-26). Jesús era realmente el consuelo para Israel, para el pueblo en tinieblas y problemas. Su venida marcó la revelación de la gloria de Dios para toda la humanidad. Entre nosotros, Él creció como la hierba y flor del campo. Él vino con piel de mendigo y forma de siervo. Sin embargo, fue por Él que las buenas noticias llegaron a Jerusalén y los ángeles anunciaron: “Gloria a Dios en la Alturas y en la tierra Paz a los hombres”. Él creció como la hierba y las flores, también se marchitó y cayó en medio de nosotros. Jesús, Dios en carne, se unió tan íntimamente a nuestra frágil naturaleza, que sufrió y murió en medio de nosotros. El soplo de Jehová sopló en Él y la muerte se hizo presente en la fatídica cruz, llevando nuestra fragilidad humana a su tumba. Pero gracias a su resurrección, el grito que se proclama ahora es: “levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!”. Vemos que gran consuelo es para el pueblo de Dios que “la palabra del Señor permanezca para siempre”, Jesús es esa Palabra. No es sólo un contraste entre nuestras momentáneas vidas con la eternidad de Dios. Más bien se nos muestra cómo Jesús, el Verbo hecho carne, se unió a nuestra moribunda raza humana, a través de su muerte para vencer a la muerte. Él trae para los que confían en su obra, perdón y vida eterna. Es la cura para nuestras frágiles y fugaces vidas, marcadas por el pecado la muerte. Confiar y esperar que en el Señor Jesús es vivir en su resurrección, sabiendo que la muerte no será la vencedora. Por la fe, estamos apegados a la Palabra del Señor que permanece para siempre. Por medio de Él tenemos el consuelo que va más allá de las meras palabras, sino que es la Palabra. Aquí está el consuelo que habla a nuestro corazón, la palabra de perdón y vida eterna de Dios, una proclamación de la Buena Nueva de Jesús, su Hijo. La fe cristiana está lejos de ser promesas para escapar de las difíciles circunstancias o de una negación de la realidad que nos rodea. Los cristianos también sufren los efectos de un mundo dividido y pecador. Enfrentamos a los mismos problemas de salud, sentimos los mismos efectos de una economía en crisis, problemas familiares y el miedo por la falta de trabajo. Nosotros también nos marchitamos y caemos como la hierba y las flores. La diferencia no está en lo que sufrimos en esta vida, no es una cuestión de huir de los problemas o negar la muerte. Por el contrario, la diferencia entre el cristiano y el no creyente, es que tenemos estas palabras de consuelo, la palabra de nuestro Dios, que permanece para siempre. En un mar de cambio y transitoriedad, donde hay tanto incierto, tenemos el ancla eterna de nuestra alma en Dios. La diferencia entre una vida de búsqueda vacía de dinero y placer, como si no hubiera mañana, o la desesperación potencial en el sentido de la existencia, el cristiano toma su cruz y camina tras su Señor Jesús por la fe, sabiendo el consuelo que trae por medio de su Palabra, con las buenas nuevas de su Evangelio. Aunque el pecado y la muerte podrían conspirar para apagar nuestra esperanza, tenemos la Palabra Eterna de consolación, que nuestros pecados han sido pagados y que la venida de Cristo pondrá fin a nuestros sufrimientos. Porque la Palabra Eterna misma se ha unido a nuestra mortalidad, que aunque se marchita y desvaneces, nos ha prometido la resurrección y la vida eterna. En esta Navidad celebramos que la Palabra de Dios se ha hecho realidad en nosotros, nada más nos puede dar la seguridad, el consuelo y la fuerza, ya que la Palabra de Dios que permanece para siempre. Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, para la vida eterna. Amén. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

lunes, 9 de diciembre de 2013

2º Domingo de Adviento.

”El Reino de los Cielos se ha acercado” TEXTOS BIBLICOS Primera Lección: Isaías 11:1-10 Segunda Lección: Romanos 15:4-13 El Evangelio: Mateo 3:1-12 Sermón •Introducción El Domingo pasado abrimos el tiempo de Adviento con una llamada a estar despiertos, y a vivir en la seguridad de que esperamos la llegada inminente de nuestro Señor y Rey. Una espera que conmemoramos en este tiempo litúrgico, el cual nos sirve como tiempo de preparación y meditación sobre el gran misterio de un Dios que viene a este mundo, y que por medio de su encarnación, se hizo hombre. Él vino a habitar entre nosotros, y fundamentalmente a reconciliarnos con el Padre para que un día, podamos caminar junto a Él por las sendas celestiales. Y esta llegada, este advenimiento (Adviento) a esta creación caída no fue una improvisación de Dios, algo que decidió de manera precipitada. Todo responde a su plan divino desde el principio de los tiempos (Gn 3:15), para restaurar aquello que nosotros habíamos dañado y destruido: la comunión con el Padre. Este es, después de la propia Creación, el plan maestro de Dios para esta realidad. Un plan que fue anunciado y proclamado para que “el que tiene oídos para oir, oiga” (Lc 8:8), y así podamos estar preparados para esta llegada y gozarnos en ella. Porque Dios no ha querido escondernos su voluntad, ni privarnos de conocimiento, sino que ha compartido misericordiosamente sus planes para con nosotros, para atraernos hacia Él, como un padre amoroso. Meditemos pues hoy en este gran misterio que nos llama a estar atentos, a estar preparados ante este hecho admirable, pues: “He aquí, que para justicia reinará un rey” (Is 31:1a). •El reino de los cielos se ha acercado A veces tendemos a pensar en el Reino de los Cielos como algo extraño y distante, e incluso como un lugar lejano a donde el hombre difícilmente puede llegar. Y ciertamente son muchas las cosas que desconocemos de este Reino, pues algunas pertenecen a aquellos misterios que Dios en su infinita sabiduría, no ha tenido a bien revelarnos. Sin embargo la Palabra sí nos ofrece información suficiente para que sepamos cosas importantes sobre el mismo. Sabemos por ejemplo que en él existe gozo y felicidad, pues no puede ser de otra manera el compartir eternamente la presencia de Aquél que es todo Paz y Amor. Y también sabemos que la llave que abre la puerta de este Reino no es otra que la fe en la obra suprema de Cristo en la Cruz, siendo que: “el hombre es justificado por fe, sin las obras de la Ley” (Rom 3:28). Y a esto añade hoy Juan Bautista en su proclamación en el desierto de Judea otro hecho que nos ha sido dado a ser revelado: el Reino no es estático, sino dinámico, hasta tal punto que puede alcanzarnos allí donde nos encontramos nosotros: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (v2). ¿Cómo es esto posible?, se preguntarán muchos. Y si pensamos en términos geográficos esta revelación se nos tornará incomprensible ciertamente, ¿cómo puede un lugar, un reino nada menos, desplazarse y cambiar su ubicación?. Pero para entender esta verdad, debemos cambiar nuestro esquema de pensamiento, porque el Reino aquí en la tierra no es un lugar propiamente dicho, sino un nuevo estado de la realidad, con una transformación completa de los corazones por medio del arrepentimiento, la gracia de Dios y su perdón en Cristo. Y nuestra realidad, ya ha sido de hecho transformada radicalmente por la llegada de Cristo a este mundo. Ahora, en esta nueva realidad nos son anunciadas buenas nuevas de gracia y salvación de parte de Dios, pues por medio de Jesús podemos ver a un Padre amoroso que tiende su mano en medio de la oscuridad donde el hombre se encuentra. En Cristo hemos dejado pues de ser enemigos irreconciliables de Dios para pasar a ser sus hijos amados. Y, ¿no es motivo de la mayor alegría saber que Dios nos ama tanto que ha venido a morar entre nosotros?, ¿que gracias a su amor infinito y a la obra de Cristo no tendrá más en cuenta nuestras traiciones y pecados?. En este nuevo Reino de gracia, no caminamos en el temor o la oscuridad, sino en la serenidad y la confianza que nos da la luz. Luz que nos fue anunciada y que viene a nosotros para alumbrar nuestras vidas y nuestro camino: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.” (Jn 1:6-8). •Preparad el camino del Señor Sabemos que Cristo y su Reino de gracia llegaron a este mundo, y que debemos esperar aún su regreso definitivo de a la tierra. Pero, ¿podemos esperar sin más?, ¿o necesitamos prepararnos de alguna manera para esta llegada?. Normalmente nos preparamos a conciencia para los grandes acontecimientos, incluso con meses de antelación. Cuidamos todos los detalles, y en los momentos importantes, incluso visualizamos cómo será ese momento esperado. Y si importantes pueden parecernos los compromisos y hechos de esta vida, para el cristiano no hay nada más importante que estar preparados para el encuentro definitivo con su Señor y Salvador: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (v3). Sí, necesitamos preparar su camino, preparándonos también nosotros, y por ello una buena manera de preparar este encuentro es aprovechar este tiempo litúrgico del que disfrutamos cada año, para ahondar y profundizar en el fundamento de nuestra fe. Para mirar a nuestra propia vida y ver que sin Cristo en realidad sería una vida fría y dominada por la lacra del pecado y la desesperanza de la muerte. Sí, un mundo sin la Buena Noticia de un Dios que viene a morar entre los hombres y a traerles gracia y reconciliación, sería un mundo apagado, sin verdadera Vida, a semejanza de aquellas estrellas frías y muertas que existen en el Universo. Estrellas que han extinguido su vida y energía hasta no ser capaces casi ni de brillar. Y tristemente muchas personas alrededor nuestra son como estas estrellas, aparentan vida pero en realidad transitan senderos de muerte, pues como nos recuerda Cristo: “separados de mí, nada podéis hacer” (Jn 15:5). Por ello es importante preparar el camino del Señor, como nos exhorta Juan Bautista, empezando por acondicionar nuestra propia vida. Y no, no basta con hacer arreglos de última hora a toda prisa, meramente superficiales, como aquellos fariseos y saduceos que acudían al Bautismo de Juan buscando escapar de la ira divina, pero sin arrepentimiento ni una verdadera conversión del corazón (v7). No, es necesario trabajar a fondo y considerar y meditar a la luz de la Palabra que: “él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef 2:1). Y a partir de aquí, y de tomar conciencia de lo que éramos alejados de Dios, y del gran don y privilegio que hemos recibido por pura gracia, la luz de Cristo se nos tornará de una intensidad deslumbrante, no dejando de iluminar hasta el más oscuro rincón de nuestro corazón. Y en aquellos cuyas vidas transitan por valles de sombra y de muerte, se hará realidad el anuncio que los sacará de todas sus prisiones: “levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef 5:14). Necesitamos pues aprovechar este tiempo sereno y que anticipa el advenimiento de la Luz, para que antes de que seamos machacados y presionados de nuevo por la intensidad de esta sociedad consumista y materialista, podamos escuchar la voz que, desde el desierto, nos llama a interiorizar y meditar en estos misterios. •Haced pues frutos dignos de arrepentimiento El profeta Juan destruyó la autosuficiencia de aquellos maestros de la Ley que tanto confiaban en su santidad y ascendencia genealógica: “No penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aún de estas piedras” (v9). Pues estos hombres ponían su confianza en lo que ellos eran ante los hombres, y en cómo Dios debería considerarlos según su propia visión. Pero no pensemos insensatamente como ellos, y no seamos tampoco arrogantes aún estando justificados del pecado por la sangre de Cristo. Y así, ante el Señor, presentemos cada mañana, cada día este fruto: un corazón contrito y humillado, pues: “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal 51:17). Un corazón no envanecido y que cada Adviento se maravilla de que Dios haya hecho tan grandes cosas entre nosotros. Pues son precisamente los corazones orgullosos y endurecidos como aquellas piedras de las que habla el profeta Juan, los que deben ser ablandados para que Dios pueda sacar de ellos por medio de la fe, verdaderos Hijos de Dios. Y para mantenerlos así, maleables para la obra de Santificación que el Espíritu Santo lleva a cabo en nosotros, es necesario que la Palabra siga amasándolos y trabajándolos contínuamente. Y al igual que toda obra da frutos, esta obra del Espíritu genera frutos de arrepentimiento, donde no sólo en las fechas señaladas del calendario litúrgico, sino cada día, examinamos nuestra vida y nos damos cuenta de cuánto dependemos de la gracia y la misericordia divina. Cada día nos presentamos ante Dios, y reconocemos cuán débiles e inútiles somos, e imploramos que siga sosteniendo su Reino de perdón y salvación entre nosotros. Así pues, ¿Te sientes cargado por tus debilidades y faltas?, ¿inútil ante la Santa voluntad divina expresada en su Ley e incapaz por ello de encontrar paz y sosiego?. Si es así, no deseperes, pues cumplir esta voluntad por tus propios medios y fuerzas es ciertamente imposible para tí, pero no así para Cristo. Pues Él vino al mundo: “para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10), y para que todos aquellos cuyo arrepentimiento les lleva a buscar ansiosamente el perdón y la misericorida de Dios, lo puedan encontrar y gozar de la verdadera Paz. Y para ello Dios sólo necesita de nosotros, como indica Juan, no nuestra supuesta bondad personal o santidad, sino nuestros frutos de arrepentimiento. Esos que ante Su perdón por medio de la sangre de Cristo, nos llevan a exclamar como Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20:28). •Conclusión Juan Bautista es el profeta del arrepentimiento y la conversión, y de la misma manera que debemos tener presente la necesidad de ofrecer a Dios cada día estos frutos, debemos igualmente tener la absoluta seguridad de que ante ellos recibimos el perdón y la absolución de Dios por medio de nuestra fe en Cristo y su obra. Y en estas fechas de Adviento confiamos plenamente en las promesas del Padre, y en que por medio de nuestro bautismo, el Espíritu santo nos ha ungido como Hijos de Dios y ciudadanos de su Reino. Y para aquellos que aún no han encontrado la puerta a este Reino, que andan perdidos y sin esperanza en este mundo, les anunciamos la llegada del Reino de gracia y la promesa de Cristo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn 10:9).¡Que así sea, Amén!. J.G.C. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 1 de diciembre de 2013

1º Domingo de Adviento.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Jeremías 23:5-8 Segunda Lección: Romanos 13:8-14 El Evangelio: Mateo 21:1-9 “¡ES HORA DE DESPERTAR!” Suele pasar cuando estás profundamente dormido, soñando gratamente y estás a punto de resolver el misterio… cuando de pronto tus sueños desaparecen con los sonidos de la alarma del reloj que parece decir: ¡Despierta! ¡Despierta!. Tus ojos se abren para ver la habitación a oscuras. El sol aún no ha salido todavía y todo lo que escuchas es el reloj de alarma. Estiras la mano para golpear el botón de alarma y así detener ese terrible ruido. La habitación pronto se llena de silencio de nuevo y apoyas tu cabeza en la almohada. Te gustaría volver a dormir, pero no puedes porque tienes que levantarte. Lanzas las sábanas, sientes el aire frío de la mañana y te sientas. Te estiras, intentas frotarte la cara para quitarte el sueño y mueves rápidamente los ojos. Un nuevo día está llegando. Tu mente comienza ponerse al día. Te preguntas “¿Qué tengo que hacer hoy?”. Un nuevo día ha llegado. ¿Estás listo para… qué? El reloj con alarma es un buen invento para despertarnos, levantarnos y prepararnos para un nuevo día. Esta mañana se nos recuerda de un día especial que se avecina, un día para el que todos tenemos que estar listos y que es un día que muy fácilmente puede ser ignorado. Se acerca el día en que Cristo vendrá de nuevo con gloria para juzgar a los vivos ya los muertos. ¿Estás listo para ese día? Probablemente en el ámbito espiritual estamos más dispuestos a vivir a la deriva o en un letargo que despiertos. La indiferencia de nuestras vidas espirituales puede establecerse en nosotros cuando nos dejamos llevar por nuestras tentaciones, pensamientos e ideas sobre Dios. Nuestro Señor sabe de la tentación que tenemos de caer en el sueño del pecado, por lo que esta mañana se nos envía un despertador. Él envía una clara voz, oímos que Pablo hace sonar la alarma: “ES HORA DE DESPERTAR, el día ya casi está aquí, así que ahora es el momento de prepararse”. ¿Hay algún día que te da más ganas que otros? ¿Ese día que esperas y que no ves la hora de que la alarma suene? Sin duda para los niños, su cumpleaños es un día de esos, Navidad o el día de Reyes, el día en que emprenderás un viaje muy esperado. Tal vez es el día en que un ser querido llega de visita o vas a ver a la familia que no has visto en mucho tiempo. Tal vez es el día de tu graduación, boda o nacimiento de tu bebé, o cualquier otro día especial que no tiene que ver con ningún otro típico día de la semana. Cada uno de nosotros ha tenido un día que espera con muchas ganas y ansias. Puede incluso, que hayas llevado una cuenta atrás hasta que finalmente llegó el gran día o que hayas tenido dificultades de conciliar el sueño. Por otro lado, hay algunos días que nos encantaría evitar, días que nos ponen muy nerviosos y preocupados, que nos hacen perder el sueño por una sensación de temor e inseguridad. Tal vez es el día de un examen importante o valoración de tu puesto en el trabajo. Tal vez es el día que tienes que ir al médico para un examen físico. Quizá sea el día en que recibes los resultados de las pruebas de salud o el día de una tarea muy desagradable en el trabajo. Tal vez es el día de tu muerte. Pocos días causan una mescla de excitación y temor. Hoy se nos recuerda que habrá un día especial, cuando Cristo, el santo Rey de toda la creación, vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesús describe ese día, “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro… Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mateo 24:30-31; 25:31-32) Gran parte de ese cuadro es aterrador, incluso para los creyentes. Cada uno de nosotros es un pecador, poseyendo una rebelde naturaleza pecaminosa. Como personas pecadoras, la perspectiva misma de estar en pie ante el Juez Santo con toda una vida de pecados en pensamientos, palabras y obras es horrible. El justo castigo por el pecado es aún más aterrador, la muerte eterna en el infierno separado del amor de Dios para siempre. Tales pensamientos aterrorizan a cualquiera y las palabras de Jesús en Mateo 24:42, sólo se suman a la terrible realidad de que ninguno de nosotros puede saber cuándo Cristo vendrá de nuevo a juzgar. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor”. Un día así, tan crucial y terrible, o se ignora o se espera con una carga de culpa y miedo. Si nos permitimos dormir en el letargo del pecado, el último Día será aterrador para nosotros, pero no es así como lo describe Pablo: “es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día”. Pablo sabía algo que nosotros como creyentes en Cristo también necesitamos saber, creer y confiar. No sólo somos pecadores que merecen la ira de Dios, sino también somos sus hijos santificados en la sangre de Cristo por la fe en Él. Pablo sabía lo que Cristo había hecho para que sea así. El Rey que ha de venir a juzgar es también el Cristo que vino a salvar. Jesús vino en Belén para ponerse en nuestro lugar. Él vivió una vida perfecta libre del sueño espiritual y de la indiferencia. No tenía la naturaleza pecaminosa que lo atormentaba, ni el miedo al santo juicio de Dios. Luego sufrió una muerte de Cruz para pagar por tus pecados y sellar tu perdón con su gloriosa resurrección. Entonces Él prometió regresar en gloria para completar tu salvación con una herencia eterna. Eso es lo que Pablo sabía que conseguiría el último día. Cristo vendría y traería consigo tu eterna herencia de la gracia. Es por eso que Pablo quiere que despertemos del sueño de pecado. Todos los días nos encontramos unos pasos más cerca de recibir la herencia de Cristo para disfrutar el descanso eterno en los cielos. Pablo nos anima que esperemos con impaciencia aquel día, preguntándonos si hoy será ese día. Después de todo, si estaba cerca en aquel tiempo, ¿cuánto más cerca está el regreso de Cristo para nosotros ahora? Pero… ¿cómo sabremos que ese día se acerca? Jesús dijo que no sabemos qué día vendrá nuestro Señor. Podría ser hoy, mañana o podría ser dentro de diez años o diez siglos a partir de ahora. Entonces ¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Nos acurrucamos de nuevo en el dulce sueño del pecado con la esperanza de que Cristo no venga por un tiempo? Después de todo, han pasado más de 2.000 años desde que visiblemente dejó este mundo. Entonces ¿cómo nos preparamos? “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Si vamos a despertar y estar listos para el último día, entonces tenemos que conseguir el vestido correcto y evitar caer en un letargo espiritual. Este nos hace ser indiferentes, incluso arrogantes acerca del pecado. Se abre la puerta nuestra naturaleza pecaminosa que tratan de apartarnos de Cristo y de su obra. Cada día esas fuerzas oscuras tratan de que nos centremos en lo que nosotros deseamos en lugar de lo que Dios desea para nosotros. Por eso, Pablo advierte en contra de tal sueño. Las “obras de las tinieblas” no suenan tan inusuales. Después de todo, las imágenes y actitudes de nuestra cultura nos atraen y llevan a caer en los deseos de nuestra carne. Tal vez tu actitud hacia el alcohol o el sexo debería estar en esta lista de “obras de oscuridad”. Tal vez se debería incluir la forma en que haces daño a su cónyuge, hermanos, amigos o compañeros de trabajo. Tal vez sería útil incluir los celos hacia los demás, incluso se podría poner el hacer el bien por la razón equivocada, solo para mostrarte a los ojos de quienes te rodean o a los ojos de Dios. Entonces, ¿cómo dejar de lado estas “obras de las tinieblas”? En Juan 16:33, Jesús nos dice: “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo”. Jesús venció esas fuerzas oscuras por nosotros cuando vino la primera vez. Su vida estaba libre de esos oscuros pecados. Con su muerte pagó por tus oscuros pecados. A través de las aguas del Santo Bautismo, cubrió tus pecados con su justicia por lo que el santo Dios ya no te ve sucio por el pecado, sino santo en Cristo. Ahora por la fe que puedes ir a diario al Señor y arrepentirte del pecado volviendo a tu Bautismo y viviendo la vida nueva que Dios te ha prometido dar. Por medio de Cristo, puedes estar seguro de que Dios perdona tus pecados y te permite vivir en paz, sabiendo que Él cargó tus obras oscuras. Por medio de Cristo, puedes “ponerte la armadura de la luz”. Sabemos que Jesús puede regresar en cualquier momento y es la hora de estar despiertos y listos, vestidos del Señor Jesucristo. La Biblia enseña que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” Gálatas 3:27. En tu bautismo, Dios te hizo su hijo y te dio la inocencia de Jesús para cubrir tu pecado. Estamos llamados a ponernos esa armadura que es Cristo una y otra vez, porque es una lucha diaria. Regresando diariamente a nuestro bautismo, desechando las viejas obras de la oscuridad. Lutero dijo que la persistencia de nuestra vieja naturaleza pecaminosa es como la barba que crece en la cara de un hombre y que a diario necesita “afeitarse” con el arrepentimiento y el perdón. El momento en que sus promesas van a ser cumplidas está cada vez más y más cerca. Así como Dios envió a Jesús en la plenitud de los tiempos hace 2.000 años, para nacer en la primera Navidad y redimirnos. Así también en la plenitud de los tiempos, Dios está de nuevo acerca para traernos la salvación final y llevarnos con él. Este tiempo de Adviento, tu espera y expectativas se llenarán de alegría, mientras aguardamos el amanecer de Cristo. Estás protegido por la sangre de Cristo, el mismo Señor, que ya ha conquistado las fuerzas de la oscuridad para ti y te protegerá de los ataques. Él te fortalece y prepara a través de su Palabra y se da sí mismo en su cena. Todo eso cambia tu vida por lo que ahora puedes vivir como hijo de la luz. Puedes mostrar amor a tu cónyuge, hermano o amigo. Tener actitudes y motivaciones puras y dar gracias que Dios ha bendecido a otras personas de manera diferente a ti. Puedes esforzarse por vivir una vida de justicia a través de Cristo, porque “el día ya casi está aquí”. Cristo viene pronto para librarnos del terror de la noche del pecado, para que la herencia eterna que él adquirió para ti. No queda mucho tiempo, es hora de que despertar y vestirnos de Cristo. El día ya casi está aquí. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.