domingo, 19 de enero de 2014

2º Domingo de Epifanía.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Amos 9:11-15 Segunda Lección: Efesios 5:22-33 El Evangelio: Juan 2:1-11 “El gran Milagro de JESÚS: Nuestra Fe” La temporada de Epifanía nos muestra la manifestación de Jesús y cómo Él se da a conocer. En Navidad, se revela su llega y durante la Epifanía hace saber que Él ha venido a salvar. En el Evangelio de la semana pasada, escuchamos sobre el bautismo de Jesús y que vino a tomar el lugar de los pecadores. Allí Dios el Padre declaró que Jesús es Su Hijo amado, también el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma. Esta semana oímos que Jesús va a una boda y convierte el agua en vino. Pero hay mucho más en este texto donde Jesús que el hecho de convertir el agua en vino. Esto fue un milagro, algo sobrenatural, pero allí Jesús está manifestando algo muy importante acerca de sí mismo. Nuestra Voluntad vs. La de Dios: En el dialogo entre el Señor y su madre, ella le dice: “No tienen vino”. Quizá la respuesta de Jesús es un poco desagradable: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”. Reconocemos que María ha tenido el increíble honor de concebir a nuestro Señor, pero también recordamos que ella es un ser humano necesitada de redención. Al parecer, quiso utilizar su posición como madre de Jesús para que use su autoridad divina. Aunque Él es el autor del mandamiento de “Honra a tu padre y a tu madre”, también es el Hijo de Dios, con sabiduría y voluntad divinas, que ni María ni nosotros podemos comprender. Él no está aquí para hacer la voluntad de María ni la nuestra, aun cuando nuestras peticiones estén hechas con la mejor de las intenciones. Ha venido a hacer la voluntad de Su Padre que está en los cielos: ir a la cruz para morir por los pecados del mundo y la de no “rescatar” del escándalo al servicio de bodas que no se han preparado para esta ocasión. Él hará el milagro, aunque con un propósito diferente: lo hará para que su gloria sea conocida. Aquí la Ley nos muestra una valiosa lección: una de las mayores tentaciones que enfrentamos, cuando estamos metidos en cualquier crisis, es la tratar de influir en el Señor para que haga lo nosotros deseamos. Si el Señor no permitió que su propia madre le influyera, Él no va a dejar que su santa voluntad sea alterada. En cambio, la fe nos lleva a orar y a confiar en lo que oramos regularmente: “Hágase tu voluntad”. Nuestra Fiesta eterna. En Deuteronomio 18:18, fue profetizado que el Mesías sería un segundo Moisés enviado por Dios que pondría sus palabras en su boca y todos los que le escucharan y creyeran se salvarían. Jesús fue el segundo Moisés. Al comienzo de su ministerio público, Moisés convirtió el agua en sangre ante el Faraón. Se trataba de un anuncio del juicio de Dio por la incredulidad del rey, una advertencia de que debía dejar en libertad al pueblo de Dios. La primera plaga trajo la muerte a los peces del Nilo, así el milagro de Moisés tornó el agua en un elemento de juicio y muerte. Al comienzo de su ministerio público, Jesús convierte el agua en vino, pero esto no es un anuncio de juicio, sino un anuncio de alegría y gracia. El Señor está en una boda, allí su milagro transmite una promesa. El abundante vino es un símbolo de redención y restauración (Amós 9:13-14) pero ahora el nuevo pacto es por su muerte y resurrección, Jesús restaurará al hombre llevándolo a la relación íntima con Dios, aquella que tenía en el Edén. A la vida en la eternidad se la conoce también como “la fiesta de Bodas del Cordero”. Por lo tanto, Jesús, “el segundo Moisés”, no es como el primero. El primero advirtió Faraón de juicio, mientras que el segundo llegó a lograr y dar la redención. Algunos nos dirán que Jesús tiene que ver con juicio, prohibiciones o castigos, que su cruz es una razón más para que nos sintamos culpables por nuestros pecados. Pero nosotros sabemos que Él trae perdón y vida, por el derramamiento de su propia sangre. Que no vino a traer culpa y vergüenza sino a morir en nuestro lugar para que puedas ser liberado del pecado y llevado a la vida eterna, al banquete de bodas del Cordero. Volviendo a las reglas de Dios. Jesús usa grandes tinajas de aguas que se usaban para los ritos de purificación. Podemos ver en otros evangelios la insistencia en los ritos (Marcos 7:3-4) de lavarse las manos, utensilios, vasos e incluso la mesa antes de comer, eran leyes que habían hecho los hombres, quienes decían lo que había que hacer para estar limpios. Ellos creían que así se ganaban el favor de Dios y podían alcanzar el cielo, teniendo que cumplir un montón de leyes. Pero el lavarse las manos o los cubiertos no nos libra del pecado, por lo que Jesús tiene un mejor uso de esas tinajas: Tienen que llenarlas con agua y esa agua será convertida en vino por Su Palabra. Es otra faceta del milagro: Jesús reemplaza el agua con vino, una declaración visual de que Él es el que limpia, purifica. Reemplaza las reglas del hombre que nunca podrían salvar con las de Él, que va a morir por los pecados del mundo. Hay algunos cristianos que declaran que el consumo del alcohol es un pecado y se llega a decir que cuando Jesús convirtió el agua en vino, era vino sin alcohol o en realidad era sólo agua a la que se llamó “vino” de una manera bondadosa. Pero eso no es lo que dice la Palabra. Es vino. Por lo tanto, la doctrina de que todo el consumo de alcohol es un pecado, es una doctrina falsa. No afirmamos que se debería beber sin control ni mucho menos. La mayor lección es la siguiente, no debemos inventarnos leyes que Dios no nos ha dado, mucho menos atar las conciencias de las personas a ellas. Haciéndolo se crea una falsa culpa y orgullo, además se convierte al Evangelio en una nueva Ley y las personas nuevamente son esclavos en lugar de liberarlos por medio de la gracia. A excepción de María, sus discípulos y algunos sirvientes, no hay pruebas de que otros supieran el milagro que se ha producido. A ellos y a ti, la gloria de Jesús se ha manifestado. Pero ¿cómo un invitado de la boda iba a saber que algo así había sucedido? El encargado de la fiesta pensó que el novio había abierto un nuevo tipo de vino, porque todo lo que sabe es que los criados le trajeron un poco de vino para degustar. No hubo ningún rayo, trueno, fuerte viento o luz cegadora. Nada sobrenatural parece haber ocurrido. De hecho, si hubieras estado allí para ver el milagro, lo que hubieras visto es a Jesús hablando con los sirvientes para que llenaran algunas tinajas de agua. Que tomen un poco de agua y la lleven al maestresala. Cuando el maestresala lo degusta comprueba que es un muy buen vino. Pero esta simpleza no disminuye el milagro, allí Jesús manifiesta su gloria. Aun cuando no se ve nada glorioso en absoluto. Algo así como su nacimiento en el pesebre, como lo sucedido en la cruz. Así es como Jesús trabaja para salvarnos, manifestando su gloria no como esperamos, sino como a Él le place, por medio y de manera simple y sencilla. Gran consuelo para nosotros y para este mundo. Jesús está presente allí en la boda y Él realiza un milagro. Él usa su Palabra para hacerlo y usa a unos sirvientes como sus instrumentos. Los criados no hacen nada milagroso, pero sin embargo, fue por este milagro que Jesús manifiesta su gloria. Es por este milagro que sus discípulos creyeron en Él. Cada uno de nosotros tenemos el privilegio creer en Él y de ser uno de los criados de la fiesta. Cada cristiano es un instrumento de Dios. No eres un hacedor de milagros, pero si eres las manos y la boca del Señor. Cuando compartes la Palabra y hablas o llevas a otros a los sacramentos, el Señor está presente para dar perdón, vida y salvación. Quizá no lo veas, no sientas y habrá momentos en los que tendrás que estar con las personas en situaciones extremas. Pero esto no se trata de ti, tú eres un siervo que está haciendo lo que el Señor te ha dicho que hagas. Se fiel a ese llamado y déjale los milagros a Él, que obrará las maravillas y manifestará su gloria como le parezca adecuado. Jesús se hace presente en nuestra realidad. Nos reunimos en los Oficios o en torno a su Palabra porque Cristo está presente entre nosotros. No le vemos, pero Él promete estar allí. Escuchamos su Palabra y recibimos su Cena y porque Él nos da el perdón de los pecados allí, es un servicio anticipo de la fiesta por venir, el banquete de bodas del Cordero en la eternidad, cuando estemos en la presencia de Jesús. Quizá no veas a tu glorioso Salvador con los ojos, o habrá veces que desearas un milagro, de sanidad, para arreglar conflictos, para que las cosas sean como antes, para sacarte de la situación donde estas metido, del miedo, del dolor o de la incertidumbre y cuando confrontado por la aflicción, estés tentado a impacientarse y a orar para que el Señor te libre ahora mismo. Sabemos que Él puede hacerlo si así lo desea, hay muchos milagros en las Escrituras donde el Señor obró de manera espectacular para que todos lo vean. Pero cuando es tu turno de sufrir el tiempo se hace eterno, el diablo nos tienta a ser impacientes con Dios, a cansarnos de esperar que Dios obre milagros. No hay que olvidar que fe significa confiar en lo que no se ve, a menudo, a pesar de lo que haces. Romanos 8:24-25. El Señor es fiel, incluso cuando tú no ves los milagros. Prueba de ello es la cruz, porque si Dios ya ha sacrificado a su Hijo por ti, Él no te abandonará ahora. El mayor de los milagros. El mensaje de las bodas de Caná no es la paciencia, no es la espera de un milagro. Cuando se le dijo que el vino se estaba acabando Jesús no dijo: “Ten paciencia y no te preocupes que en el cielo hay suficiente vino”. Él hizo un milagro en ese momento, a pesar de que muchos no se dieron cuenta del milagro. El Señor está presente aquí, contigo y cuando el Señor está presente, Él está obrando milagros. Los milagros que obra son mayores al de convertir el agua en vino: Él está convirtiendo personas pecadoras y muertas espiritualmente en hijos de Dios. Es lo que sucede en el Bautismo, somos llevados del pecado y la muerte a la vida y salvación. El diablo es echado fuera y Cristo es ahora nuestro rey. En las películas cuando se hacen exorcismos, el diablo es echado fuera por medio de todo tipo de maravillas y señales sobrenaturales, pero tú no recibes tu fe de las películas. Es por medio de la Palabra que se te asegura que Cristo estaba presente en tu bautismo. Él hizo algo milagroso, por eso el Bautismo es que hemos resucitado de la muerte a la vida eterna. No desestimes la predicación de la Palabra, ya sea el sermón proclamado o leído. El diablo intentará que creas que no sirve de nada, que es puro mito y que es algo que hay que soportar y evitar de ser posible. Pero se trate de un sermón o de su lectura, la Palabra de Dios es su poderosa Palabra, la misma Palabra de Dios que creó los cielos y la tierra, la misma palabra que Jesús pronunció para sanar a los enfermos y resucitar a los muertos. Por esa Palabra, Él todavía crea la fe y perdona los pecados. Cuando tú lees o hablas de la Palabra es el Señor el que está obrando por su Palabra para dar vida. Eres la boca de Dios y el Señor es el que obra el milagro de la vida eterna a los demás. No nos atrevemos a dejar de lado la Cena del Señor, porque Jesús está sin duda presente allí. La recibimos a menudo porque Jesús nos dijo que lo hagamos con frecuencia. Pero con el tiempo viene el desprecio y la tentación de pensar que es sólo otro rito o algo que se hace en el servicio. Pero una vez más, allí Cristo da perdón y vida. Es allí donde el cielo y la tierra se unen. Allí dispones de un anticipo de la fiesta por venir. El hombre puede llegar a todo tipo de descubrimientos espectaculares, pero sólo Cristo puede dar la vida eterna y Él lo hace allí. Después de esta lectura el Señor va contigo. Vuelves a la vida familiar, la escuela, el trabajo, cualesquiera que sean tus vocaciones. Algunas de las cosas que tengas que hacer serán frustrantes y decepcionantes. Pero recuerda que eres un hijo de Dios, viviendo una vida santificada, que eres la voz y las manos de Dios para cuidar de otros. Él te usa en el servicio a los demás. Esa es la lección de las bodas de Caná, donde Jesús realizó su primer milagro, manifiesto su gloria y casi nadie se dio cuenta. El mismo Señor está contigo, presente para salvar, obrando para darte el milagro de la vida eterna y Él manifieste su gloria porque has sido perdonado de todos tus pecados por su obra. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

domingo, 12 de enero de 2014

Primer domingo después de Epifanía.

(El Bautismo de Nuestro Señor) ”Un nuevo año lleno de la Justicia de Cristo” TEXTOS BIBLICOS Primera Lección: Isaías Segunda Lección: Romanos El Evangelio: Mateo 3: 13-17 Sermón •Introducción Sin duda serán muchos los deseos que habremos formulado para este año entrante: salud, paz, prosperidad. Podemos imaginar muchas cosas positivas que esperamos llenen nuestras vidas en los meses por venir. Sin embargo sería extraño que alguien expresase su deseo de que este nuevo año nos colmase también con algo que, la mayoría de las personas, ven desconectado de sus vidas. Con algo que aparentemente tiene más que ver con otros ámbitos y circunstancias. Hablamos de la justicia. Así, expresar el deseo que el nuevo año nos traiga más justicia, sonaría difícil de entender para la mayoría, porque este término ha sido encasillado en el contexto jurídico. Sin embargo y precisamente, el Bautismo de Nuestro Señor que conmemoramos hoy nos trae el mensaje de que la Justicia, con mayúsculas, fue cumplida en Cristo y con ello se dio inicio al Reino de Gracia de Dios aquí en la tierra. Un Reino que anticipa la llegada del Reino definitivo de Cristo, llenándonos con ello de esperanza. Deberíamos pues anhelar y desear de corazón que los beneficios de esta Justicia de Cristo, con su perdón y salvación, alcancen en este nuevo año a todos aquellos que aún no conocen el Evangelio del perdón y salvación. Pidamos pues al Padre más y más Justicia, para todos aquellos que viven sus vidas lejos de la presencia de Dios en Cristo. •El mundo necesita la Justicia de Cristo ¿Qué sentido tiene para este mundo el bautismo de Jesús?, y sobre todo, ¿cómo se relaciona su bautismo con nuestros propios bautismos?. Como hemos recordado en estas pasadas fechas navideñas, Jesús nació sin la mancha del pecado, pues fue engendrado no de carne ni sangre, sino por obra del Espíritu Santo (Mt 1:20). Esto hacía innecesario para él cualquier acción de regeneración o purificación por el pecado, pues ciertamente no lo hubo en su vida. Sin embargo e incluso ante la oposición de Juan Bautista: “mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (v14), Jesús tomó su lugar entre los pecadores, haciéndose uno con nosotros y recibiendo la carga del pecado humano. Y así: “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2ª Cor 5:21). Ocurre muchas veces que los hombres nos empeñamos en no reconocer nuestros errores, y si es posible, en tratar de evitar las consecuencias de los mismos. Mas Jesús no sólo no eludió asumir la carga de los errores de toda la humanidad, sino que voluntariamente enfrentó las consecuencias mortales del pecado humano: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (v15). Juan era consciente de que estaba ante el mismísimo enviado de Dios, su Hijo, y Jesús sabía que no necesitaba pasar por las aguas bautismales. Pero ambos eran conscientes igualmente de estar cumpliendo la voluntad salvífica de Dios por los hombres. Y así, con su bautismo, Jesús dio inicio a su obra de salvación por nosotros, y fue este su primer gesto en favor nuestro. Como pecadores, pasamos pues de ser acusados por la justicia divina a recibir la imputación de la justicia perfecta de Cristo por nosotros. Y esta es ahora la buena noticia para la humanidad: que Cristo es ahora nuestra justicia para, como enseña el Apóstol Pablo: “todos los que creen en él” (Rom 3:22). Y por ello ahora como creyentes en Cristo, no tememos ya esta justicia de Dios, sino que la anhelamos, y deseamos que alcance igualmente a todos aquellos hombres y mujeres que aún viven, no bajo la gracia, sino en la separación del Padre y la sombra de la condenación. Pues aún son muchos, millones, los que cada día caminan en este mundo sin el conocimiento de que Cristo, con su bautismo, muerte y resurrección, ha dado inicio a un Reino de gracia aquí en la tierra, donde aquellos que acuden a él en arrepentimiento, pueden hallar descanso para sus almas y recibir el perdón de Dios. Que pueden dejar sus cargas a los pies de la Cruz y llevar gozosos el ligero yugo de Cristo (Mt 11:30), hecho de la misericordia y el Amor del Padre por ellos. Así, en este año que recién comienza, pidamos también al Padre para que siga extendiendo en este mundo por medio de su Palabra, la Justicia liberadora del Evangelio de perdón de pecados. •Viviendo las firmes promesas de Dios La vida del hombre suele estar acompañada de momentos difíciles, donde necesitamos ser animados y fortalecidos en el espíritu. Además de las propias circunstancias dolorosas que la vida acarrea, nuestro propio pecado añade más cargas a nuestros hombros. Y desesperados por este peso, son muchos los que viven angustiados y oprimidos. Para ellos especialmente y para todos en general, la Palabra tiene hoy una noticia liberadora: que gracias a que Jesús ocupó nuestro lugar entre los pecadores para ser bautizado, y a su posterior entrega en la Cruz, la Justicia de Dios fue cumplida de manera perfecta a favor nuestro. Por tanto, aquella justicia que para nosotros era imposible satisfacer ante el Padre, fue satisfecha por Jesús mismo. Y la manera de conectar con este hecho salvífico es para nosotros precisamente nuestro propio bautismo. Podemos dudar de muchas cosas en esta vida, pero no de las promesas de Dios, pues Él es un Dios siempre fiel para cumplirlas: “hablaré palabra y la cumpliré, dice Jehová el Señor” (Ez 12:25). Y así, aun cuando nosotros los hombres no mantenemos nuestras promesas en muchas ocasiones y solemos romperlas con relativa facilidad, Dios mantiene las suyas siempre, y especialmente la de aquellos que han sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Pues en nuestros bautismos, Dios estableció con nosotros un pacto de salvación por medio de la muerte de Cristo: “por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (He 9:15). Por ello, este pacto garantiza perdón y salvación a todos aquellos que en fe, se acogen a los méritos de Cristo y ponen sus cargas a los pies de la Cruz. Y la buena noticia es que este pacto está siempre activo hasta el final de nuestros días. Por tanto podemos regocijarnos en que por medio de nuestro bautismo hemos obtenido no sólo la fe que nos sostiene, sino la promesa de que por medio de ella, tenemos Vida y salvación en Cristo Jesús. ¿Vives agobiado y cargado por tu conciencia?, ¿buscas soportar una carga menor y más liviana?. Recuerda el bautismo de Cristo, y recuerda luego igualmente el milagro de tu propio bautismo. Puede que te parezca algo muy lejano, que casi has olvidado, pero no dudes sobre todo de que Dios no se ha olvidado de ti. Que para él eres ese hijo suyo que adoptó el día en que fuiste llevado a las aguas bautismales. Y que ese día al igual que nos narra la lectura del Evangelio, los cielos también fueron abiertos para ti y el Espíritu Santo proclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (v17). •Llamados a testificar Probablemente compartimos con familiares, amigos y vecinos aquellas noticias o hechos que afectan significativamente a nuestras vidas. Consideramos importante el hacerlo pues para nosotros, son igualmente importantes las personas a las que nos dirigimos. Ellas son parte de nuestra vida y queremos involucrarlas en lo acontecimientos principales que nos suceden. También nuestro bautismo fue algo que igualmente compartieron muchos. Fue un día especial e importante para la familia, pero especialmente para quien fue bautizado. De hecho, fue el acontecimiento más importante de nuestra vida, pues allí fuimos recibidos como hijos de Dios, y por ello disfrutamos de la promesa de perdón y salvación del Padre. ¿No estaba pues justificado sobradamente compartir estos momentos con aquellas personas cercanas que nos acompañaron en tan importante día para nosotros?. Del mismo modo, y ahora ya con la capacidad de testimoniar de manera activa, se espera de cada cristiano que, con su testimonio de vida y de palabra, lleven al mundo este anuncio liberador que la Palabra de Dios proclama, siguiendo en ello el ejemplo del Apóstol Pablo : “Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (2ª Cor 4:13). Pues esta Palabra de Vida tiene ahora en cada uno de nosotros, a un heraldo que puede llevarla a otros que la necesitan para ser transformados por ella en su mente y corazón. Y precisamente en estos momentos en muchos países, especialmente de Africa, Oriente medio y Asia, es donde otros cristianos hermanos nuestros, están dando testimonio de nuestra fe soportando la carga de la violencia, la persecución, la humillación, el destierro y en muchos, muchos casos, el martirio. Nosotros somos ciertamente afortunados de poder vivir en países donde se nos permite expresarnos con relativa libertad, y donde practicar nuestra fe es incluso un derecho amparado por la Ley. Por tanto, miremos a estos hermanos perseguidos como un modelo, como un ejemplo de sacrificio por aquello que hemos sido llamados a proclamar en este mundo caído. Y así, cada día a lo largo del año que comienza, tendremos multitud de oportunidades de ser instrumentos para que el Espíritu lleve a cabo su trabajo de conversión. Reuniones familiares, charlas, momentos de esparcimiento, o simplemente la vida cotidiana nos ofrecerán situaciones donde el Evangelio podrá ser expuesto de manera sencilla. Así pues, si has sido bautizado, tú también has sido llamado para ser sal en esta tierra (Mt 5:13). Para ser obrero al servicio de las promesas de Dios entre los hombres: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hech 2:39) •Conclusión Al final de su ministerio, Jesús se reunió con Pedro, Jacobo y Juan en el monte de la transfiguración (Mt 17:5), y una vez más, al igual que el día de su bautismo, la voz del Padre proclamó de nuevo que él era su Hijo amado. Pues a lo largo de su vida, Jesús cumplió de manera perfecta la voluntad de su Padre, y desde su bautismo hasta su muerte en la Cruz, culminó el plan para que la Justicia de Dios fuese satisfecha en favor nuestro. Esta justicia nos asegura ahora que, aún con la luchas diarias contra el pecado, si nos mantenemos firmes en nuestra fe bautismal hasta el fín de nuestros días, también nosotros, al igual que Jesús, seremos confirmados el día del Juicio definitivo como hijos predilectos del Padre. Y tenemos ahora por delante todo un nuevo año para dar testimonio de la gracia y la misericordia de Dios en Cristo. Para llevar esta Buena Noticia a todos aquellos que podamos alcanzar . ¡Qué gran privilegio!. ¡Que así sea, Amén!. J.C.G./ Pastor de IELE/Congregación San Pablo

sábado, 4 de enero de 2014

Epifanía de Nuestro Señor.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 60:1-6 Segunda Lección: Efesios 3:1-12 El Evangelio: Mateo 2:1-12 “VEN A ADORAR A JESÚS” En el día de mañana comenzamos con el periodo de Epifanía, 12 días después de Navidad. Mientras terminamos nuestras celebraciones de Navidad, noche vieja y “Reyes”, comienza la temporada de Epifanía, que hace hincapié en la revelación de Jesús como Dios y hombre. La palabra epifanía significa “revelar o dar a conocer”. A lo largo de estas semanas venideras nos centraremos en cómo Dios se nos reveló. Empezamos esta temporada litúrgica con la invitación a ir y adorar a Jesús con los Magos, que desde lejos llegan para postrarse ante su Rey recién nacido. No sabemos sus nombres. No sabemos cuántos eran. Tampoco sabemos con precisión cuando llegaron. Eran hombres misteriosos llegados de Oriente siguiendo una estrella en el cielo para adorar al Cristo, el Hijo de Dios. Ellos llegaron después de que los pastores habían regresado al campo y los ángeles al cielo. María y José habían cambiado el pesebre por una casa en Belén. ¡Ven a adorar a Jesús! Aunque puede sonar como una invitación muy común, no hay nada de ordinario o de común en ir a adorar a Jesús, nuestro Rey. Los hombres sabios o magos que viajaron desde Oriente llegaron sin invitación o promesa de lo que iban a encontrar, pero llegaron para adorar a este niño que había nacido como el Rey de los Judíos. ¿Cómo supieron conectar la estrella al nacimiento de Jesús? ¿Qué esperaban encontrar? ¿Por qué razón creen que como extranjeros y gentiles serían bien recibidos en su nacimiento? Hay muchas preguntas interesantes que nos gustaría saber acerca de estos Reyes Magos, pero incluso el evangelio de Mateo no da ninguna información específica salvo que eran “del este”. Por lo general se cree que vinieron de Babilonia o Persia, porque la palabra “magos” era utilizada en Persia para describir a los astrólogos reales o asesores. Además, la gente de allí habría estado en contacto con los judíos exiliados llevados a Babilonia y Persia como prisioneros de guerra. Tal vez oyeron o leyeron las escrituras hebreas sobre este gran acontecimiento. ¡Ven, adora a Jesús! con la convicción que da el Espíritu Santo de que Jesús viene a tu encuentro! Aquel que está apartado de Dios, que venga a adorarlo con el corazón arrepentido del hijo pródigo que se fue de casa, pero ahora vuelve a su padre. Quien no conoce a Dios, venga, adórele y vea cómo este rey redime y salva. Quien se esconde de Dios en la timidez o el miedo de sus pecados, que venga, le adore y reciba un nuevo corazón y el coraje que Dios da a los creyentes. Quien este triste y perdido, que siga la luz de su estrella, que es su Palabra, a la presencia de Dios y compruebe cómo Dios se ha hecho hombre para incorporarlo en su eterno reino y cuida de los suyos. ¡Ven, adora a Jesús con la sinceridad y la verdad de los Reyes Magos! Ellos vinieron al rey Herodes buscando la verdad sobre Jesús. ¿Dónde se encuentra la verdad? En las Sagradas Escrituras, en el profeta Miqueas, diciendo que Jesús nacería en Belén. El pueblo humilde e insignificante de Belén que ganaría un nuevo honor y fama porque a partir de ahí nacería un nuevo rey de Israel, un Pastor que establecería un reino mucho más grande y duradero que el de David. Los sumos sacerdotes y los maestros de la ley en Jerusalén conocían la verdad de las Escrituras, conocían la profecía sobre el Mesías y ahora unos extraños personajes les confirmaban que esta profecía se estaba cumpliendo en ese mismo momento ¿Qué hicieron? ¿Alguno fue a adorar al Mesías con los Reyes Magos? Ninguno. ¿Fue el miedo al rey Herodes que les impidió unirse en esta búsqueda del Mesías? ¿Fue una fría indiferencia o escepticismo a la realidad de esta promesa? Que esto no te detenga para adorar a tu Señor. ¡Ven, adora a Jesús a pesar de los obstáculos! Tal vez tu vida está llena de “Herodes”. Hay mucha gente en tu vida que quieren que creas que se puede confiar en ellos, pero una vez que bajas la guardia te apuñalan por la espalda. Tal vez haya una batalla con un Herodes dentro de ti, que no quiere dar a Jesús un segundo de su tiempo o simplemente relegarlo a un segundo plano. Tal vez por el Herodes te tienes en tu interior, Jesús fue eliminado de tu vida. Herodes no quiere que asistas a iglesia, que estudies la Palabra de Dios. Este Herodes dentro de ti quiere convencerte de que la Paz es algo que tú solo puedes ganar. Isaías fue honesto acerca de la oscuridad a la que nos enfrentamos, pero también fue honesto acerca de la esperanza que tenemos. Él escribió: “más sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria” Isaías 60:2 b. Tu vida, no es ordinaria y común, porque Dios está aquí por ti. En todos y cada momento de tu vida, Él te acerca cada vez más a la vida eterna que ha puesto a tu disposición a través de Jesucristo. A través de Jesús, todo se vuelve nuevo. ¡Ven, adora a Jesús con la alegría de los hombres sabios! Cuando salieron de Jerusalén y vieron de nuevo la estrella que brillaba delante de ellos, señalando el camino a Belén, se regocijaron con muy grande gozo. ¿Alguna vez haz sentido ese tipo de alegría que sólo se derrama desde lo más profundo de ti, que parece que tu corazón fuera a saltar de tu pecho? El miedo y la oscuridad a menudo pueden conspirar para apagar nuestra alegría, para tapar la luz natural de Dios, pero la luz de Cristo, la estrella de la mañana que se levanta en nuestros corazones (2 Pedro 1:19, Apocalipsis 21:16) proyecta su luz, aún en la más profunda oscuridad. ¿Están tus ojos puestos en la esperanza de ver la luz de Jesús o están fijos en las miserias que nos afectan? Ven a adorar el milagro de Cristo, nacido en el pesebre y asómbrate ante el milagro de la salvación de Dios. Alégrate con gran gozo en el camino de la salvación obrada por Dios. ¡Ven, adora a Jesús con tus regalos! Cuando los Reyes Magos llegaron a su destino y vieron al niño Jesús. Fue digno de apreciar el ver a los sabios inclinarse en adoración ante un niño. Aquellos asesores de los reyes, que ahora se inclinaban ante el Rey. Quienes eran libres, terrenalmente hablando, y no tenían necesidad de riquezas, de poder o ejércitos. Ante la presencia de un rey como Jesús ¿qué otra cosa se puede hacer sino inclinarse en adoración y ofrecer los pequeños regalos uno tiene? Incluso los costosos regalos que trajeron, dignos de un rey, eran un tributo insignificante para el Creador de todo el Universo, el que tiene toda la tierra en sus manos, recibía regalos de unas personas mortales. Pero ¿Qué podemos ofrecer en la adoración a nuestro Rey? Nada menos que nuestra alma, nuestra vida, nuestro todo. Sabemos, gracias a los Salmos, que Dios desea de nosotros una cosa por encima de todo: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:16-17). Nosotros, que no tenemos ningún tributo digno para traer a nuestro Rey, sólo podemos traer lo que Él quiere, un corazón quebrantado y arrepentido. Porque sólo Él puede tomar nuestro corazón, roto por el pecado, y darnos un corazón nuevo y lleno de alegría. Recién entonces podemos traer el tributo de nuestras alabanzas, con nuestras voces, podemos hacer de nuestra vida una ofrenda, con las manos y los pies ofrecer el servicio de su reino a quienes nos rodean. Pero aun así, estos regalos que podemos ofrecer en adoración a Jesús son pequeños. Así como los magos, podemos abrir nuestras cajas de pequeños tesoros y ofrecer nuestros dones. Estas cosas que traemos como ofrenda ya pertenecen a Dios y Él nos las dio primero a nosotros. Pero a medida que comenzamos a adorar a Jesús vemos que el hecho real de la adoración no es nuestro sacrificio y alabanzas. El hecho real del culto para los sabios y para nosotros es que Dios abrió sus tesoros y los compartió por medio de Cristo. Cualquiera pequeña acción de gracias que mostramos a Dios en la adoración nos recuerda que es porque Él obró primero y de manera mucho más grande al darnos el gran tesoro de la salvación. Tanto los Reyes de Oriente como nosotros adoramos a quien nació como Rey, lejos del palacio real, muy cerca de un cofre de tesoros similar a una caja para alimentar animales y nació para ser Rey Siervo. Él no vino a ser servido, sino a servir. Así que abrió sus tesoros dando su vida al servicio a la humanidad, curando a muchos y anunciando la buena noticia a los demás. Hasta que sus manos y pies fueron fijados con clavos a un madreo en forma de cruz. Pero allí en la cruz, sus manos y pies indefensos lograron el más grande acto de servicio de un Rey. Allí fue vertido el tesoro más preciado, Su sangre inocente en rescate por todos los pecadores. Esta obra de Jesús fue de valor infinito, porque con ella ha logrado nuestro perdón, vida y salvación. El único indicio que tenemos de que los Reyes Magos podrían haber anticipado este acto de sacrificio real, era para ellos y para toda la gente, fue el regalo de la mirra, una especia que se utilizaba para la sepultura, de hecho, también se utilizó en el entierro de Jesús. Fue este sacrificio que hizo que nuestro acercamiento a Dios sea posible. Por esto no adoramos a Jesús solo por ser un Rey recién nacido como los Reyes Magos lo hicieron. Ahora adoramos al Rey que llegado la plenitud de su edad y sabiduría, vivió rectamente, murió en justicia y se levantó victorioso de entre los muertos y está sentado como Rey en el trono de Su Padre. Es a Él a quien venimos a adorar. ¡Ven, adora a Jesús donde Él se encuentra! Así como la estrella de Belén indicó a los Magos donde estaba Jesús, Él nos sigue indicando dónde se encuentra realmente, para que vayamos y disfrutemos de su presencia. Nos indica que Él nace en nuestros corazones cuando leemos u oímos su Santa Palabra. Nos invita a su presencia en la Santa Cena, donde se hace presente para perdonarnos y animarnos una y otra vez. Ya lo hizo en tu Santo Bautismo, donde te incorporó a su Familia Real. Fuera de estos sitios es imposible encontrar a Jesús para adorarlo realmente. Allí encontraras la felicidad de estar en la Presencia de tu Señor y Salvador. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid.