domingo, 16 de marzo de 2014

2º Domingo de Cuaresma.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Génesis 12:1-9 Segunda Lección: Romanos 4:1-8, 13-17 El Evangelio: Juan 3:1-17 “Por qué Cristo es importante para ti” INTRODUCCIÓN: Imagina por un momento que esta semana recibes una llamada de un abogado que te dice que un tío ha muerto. Era un tío que apenas recordabas, que vivía solo en una casa derruida en medio de la nada. El abogado te dice que este tío te ha dejado un regalo de un millón de euros en efectivo. Pero entonces, el abogado te informa que hay una trampa. Este tío ahorro un millón de euros porque vivía muy austeramente; ni siquiera tuvo agua o electricidad en su casa. Lo complicado de esto es que además de pagar todos los impuestos al gobierno, este pariente exige que tengas que vivir de la misma manera durante veinte años antes de que recibas el regalo. Ahora imagine que un vecino muy pobre se acerca un día y te da un plato de galletas como regalo por tu cumpleaños, te sonríe, te desea un feliz cumpleaños y se va. ¿Cuál de estos es un verdadero regalo? Dios quiere que sepas, entiendas y vivas tu salvación como un regalo gratuito que te da, sin ningún tipo de condiciones, sin ningún tipo de obligaciones de ganártela en lo más mínimo. Dios nos enseña esto para que podamos creer en la certeza de la salvación y cada uno pueda confesar: “Soy salvo, no por obras, sino por gracia, por medio de la fe en Cristo”. Soy salvo No por obras. La Carta a los Romanos es el gran libro doctrinal de la Biblia en el que Dios explica la fe cristiana. Pablo da una declaración básica de la fe diciendo al principio del libro que “no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (1:16-17) Entonces Pablo muestra en los dos próximos capítulos cómo necesitamos desesperadamente el poder del evangelio para salvarnos porque no tenemos excusa alguna por nuestros pecados. En el capítulo tres, Pablo nos muestra el poder del evangelio para salvarnos a través de la fe en Jesús como Señor y Salvador y cómo somos justificados, que es un término legal que significa que somos declarados “no culpables” de pecado y se nos atribuye la justicia de Cristo. Esto nos hace santos a los ojos de Dios en el momento que nos lleva a la fe. Dios quiere que entiendas y creas que esto significa que ya eres salvo, no por tus obras, es decir, no hay una acción que puedas aportar para ganarte el favor de Dios, ninguna buena obra te salvará. Para explicar esto, Pablo nos lleva de vuelta al padre del judaísmo, Abraham. Él hace esto porque si alguien obedeció lo suficiente a Dios como para llegar al cielo por sus propias obras, fue Abraham. Dios hizo promesas increíbles a Abraham, diciéndole, en Génesis 12:1-8 “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. La escritura muestra que todas las naciones serían bendecidas por medio del Salvador que vendría de él, pero ninguna de estas promesas se haría realidad si Abraham no recibía primero un hijo. En la lectura de Romanos, Dios nos lleva de vuelta a Génesis 15, donde después de obedecer a Dios e ir a nuevas tierras, Abraham oró a Dios recordando que no tenia herederos y así un extranjero heredaría todo lo que tenía. Su preocupación era que Dios no iba a cumplir sus promesas de darle una gran nación y sobre todo que el Salvador no vendría de él. Dios le dijo a Abraham, cuyo nombre en ese momento era Abram, Génesis 15:1-6 “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande… Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Pero qué significa que Abraham “creyó a Jehová, y le fue contado como justicia”. Dios explica exactamente lo que significa en la lectura de hoy, donde Dios dice a través de Pablo: “¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”. Abraham podría haber sido capaz de presumir ante los demás acerca de cómo Dios vino a él e hizo estas promesas. Podría presumir ante los demás que él obedeció a Dios de muchas maneras e incluso abandonó su casa familiar para ir a una tierra lejana que no conocía. Pero ninguno de estos alardes le servirían ante Dios. Dios explica por qué Abraham no tenía de qué jactarse en su presencia, demostrando que la salvación de Abraham fue un regalo. Pablo usa la analogía de recibir el sueldo para enfatizar este punto. Él dice “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Después de un duro mes de trabajo, probablemente no aprecies a tu empleador si dice: “He decidido darte esta paga como un regalo”, sabiendo que es el pago que te has ganado y que tu empleador te lo debe. Si Abraham tuvo que trabajar u hacer cosas para ganar su salvación, ya no sería un regalo, sino una obligación por parte de Dios de retribuirlo. Es absurdo pensar que Dios está obligado a dar al pecador, el perdón y la vida eterna por lo que ha hecho. Por esto Dios dice que la fe de Abraham le fue contada por justicia. Esto es lo que Dios dice a los pecadores que son enemigos de Dios, que han sido declarados justificados y libres por medio de la fe en Cristo Jesús. La salvación viene a los que no la buscan por las obras, sino a aquellos que simplemente confían y le creen a Dios, por lo tanto la salvación viene a nosotros a través de la fe sola. ¿Acaso piensas que realmente has hecho algo para ganar la declaración de ser justificado por lo que haces ante Dios? La Vida viene mediante la fe en Cristo. Dios nos trae la certeza de que la salvación es nuestra, a través del don de la fe, nos dice: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. Si la promesa de salvación nos llegaría por la ley entonces lo que Dios le hubiera dicho a Abraham sería: “Si haces esto o aquello, entonces voy a hacer de ti una gran nación y todas las naciones serán benditas a través de ti”. Pero Dios hizo sus promesas sin condiciones. Abraham tendría un heredero por medio de quien todo el mundo sería bendecido. Esta fue una promesa para toda la descendencia de Abraham. Más tarde Pablo muestra que la descendencia de Abraham no son los de la línea de sangre de Abraham, sino los que creen en la misma promesa del Salvador que vendría. Como explica Pablo, Abraham y su descendencia no recibieron esta promesa a través de la ley, sino sólo a través de la justicia que viene por medio de la fe. La ley no prevé el acceso a la gracia de Dios, a la misericordia o a la salvación. No se puede llegar a la gracia mediante la observación o la obediencia a la ley. Esto es así porque si uno llega a ser un heredero al obedecer la ley, entonces qué valor tendría el tener fe. La fe no tendría ningún valor en absoluto para salvarte. Esto haría que la promesa de Dios de que somos justificados por la fe sea algo completamente inútil. La razón por la cual la promesa no puede venir por la ley es porque la ley produce ira. Dios se toma en serio el pecado y su castigo, porque ha decretado que el castigo del pecado es la condenación, la separación eterna del amor, la paz y la misericordia de Dios. La ley demanda obediencia perfecta y nadie puede cumplir la ley perfectamente. Si deseas estar seguro de esto piensa en que si no hubiera ninguna ley, no habría transgresión o pecado, pero Pablo ya ha enseñado en Romanos, que la ley existe y es real, porque que Dios no sólo dio la ley escrita en el monte Sinaí, sino que también dio el conocimiento natural en todos los corazones. Por lo tanto, la salvación viene solamente por la fe y por la gracia de Dios, porque no hay otra manera. ¿O crees que de alguna pequeña manera realmente no necesitas la gracia y la misericordia de Dios? Si lo haces, no entiendes su ira contra el pecado, ni entiendes su gracia. La gracia de Dios. Por eso Dios sigue diciendo: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros”. Dios nos salva, no porque esté en la obligación de hacer, sino puramente por un asunto de amor y misericordia. Su gracia es su amor inmerecido, un amor tan profundo que es incondicional, abnegado e intencional, que “ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Esta es la profundidad y la belleza de la gracia de Dios. Él nos da la promesa de la salvación por la fe y que la fe es también un regalo para nosotros. Como dice Pablo en Efesios 2:8-9 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Puesto que la fe es un don de Dios, tu y yo no tenemos nada de qué jactarnos delante de Dios, ni siquiera el orgullo que de creer, porque si nosotros mismos creamos nuestra fe, esta no sería un regalo de Dios. Por la gracia de Dios, tenemos la certeza de la salvación que Dios garantiza a todos los descendientes de Abraham, que son todos los que creen en Cristo. Puesto que todos estamos salvados por la misma fe que Abraham, él es llamado padre de todos nosotros. Es por eso que Pablo dice: “como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”. Cada persona nace espiritualmente muerta y Dios da vida a los creyentes por medio de la fe, esto es lo que significa nacer de nuevo. Él llama a los creyentes santos y sin mancha, aunque cada creyente es todavía un pecador. ¿Qué significa esto para usted? Tu salvación no es un asunto de tienes que hacer cosas para conseguirla, como la herencia del millón de euros, sino que es un regalo, no es algo que te ganas, sino al igual que el regalo de las galletas, se te ha dado libremente y por amor. Estas palabras de Pablo te dan la certeza absoluta de tu salvación en Cristo Jesús, porque es un don que viene a nosotros a través del don de la fe y Dios lo garantiza. Esto significa, en las horas de oscuridad de tu vida y en los momentos más felices, puedes recordarte a ti mismo: “Yo soy salvo: no por obras, sino por gracia de Dios por medio de la fe en Cristo”. Tienes esta certeza porque Dios por medio de su Palabra, de su presencia en el pan y vino, te garantiza el perdón de todos tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

lunes, 10 de marzo de 2014

Primer Domingo de Cuaresma..

“Venciendo la tentación con la Palabra de Dios” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Génesis 3:1-21 Segunda Lección: Romanos 5:12-19 El Evangelio: Mateo 4:1-11 Sermón •Introducción Estamos inmersos ya en la estación litúrgica de Cuaresma, el tiempo penitencial para el cristiano por excelencia. Un tiempo en el que el Espíritu nos acompaña en nuestro caminar por el desierto de nuestras propias vidas, donde también abundan tentaciones de diversos tipos. Pues a diario somos tentados de muchas y diversas maneras, ya que aunque por medio de nuestra fe hemos sido rescatados de las consecuencias del pecado, aún seguimos siendo vulnerables al mismo. Jesús lo sabe bien, ya que él mismo, incluso siendo Hijo de Dios, sufrió también al tentador. En realidad, la vida del creyente es una lucha constante con la tentación, y esta puede venir en las más distintas circunstancias de la vida. Lo importante es resistirla, y para ello necesitamos la fuerza y el poder de la Palabra de Dios. Este fue el poder que Jesús usó para vencer sus tentaciones, y el que puede ayudarnos a nosotros en las nuestras. Y en esta lucha, no debemos olvidar que siempre tenemos al Espíritu Santo a nuestro lado para sostenernos en ella. •La tentación en las debilidades o necesidades Nos indica hoy la Escritura que el Espíritu encaminó a Jesús al desierto, donde le aguardaba la prueba de la tentación (Heb 2:18; 4:15). Satanás intentaría allí hacer pecar a Jesús, poniendo a prueba su confianza en Dios Padre. Trataría en fín de frustrar el plan del Padre Celestial de redimir al mundo en Cristo. Y para resistir esta prueba, no quiso Jesús hacer uso de sus atributos divinos, y menos aún confió en sus fuerzas o capacidades humanas. En esta empresa, sólo la Palabra de Dios sería su escudo contra los ataques del tentador. Así, después de cuarenta días de ayuno, sus facultades físicas estaban en el límite de lo soportable. Y fue ahí, en su debilidad, donde recibió el primer ataque. Pues en la debilidad o la tribulación, es donde somos más fácilmente vulnerables, ya que ante la experiencia de la debilidad o vulnerabilidad, necesitamos agarraderos firmes, algo que nos dé la solidez que a nosotros nos falta para sostenernos. Y es en esos precisos momentos donde podemos llegar a dudar también de la veracidad de las promesas divinas para nuestra vida, y mirar a otros lugares, buscando respuestas o alternativas. Pero recordemos que Dios no ha prometido una vida sin necesidades, dolor, o sufrimiento, sino una vida en la que, en nuestras cruces personales, Él está junto a nosotros para darnos consuelo y paz, y para sostenernos en nuestras tribulaciones. Para que cuando lleguen las cargas de la vida, las tomemos en la seguridad de que Dios las ha hecho ligera por nosotros en Cristo (Mt 11:30). Jesús resistió su necesidad, su hambre y también la tentación de hacer uso de su poder divino para aplacarla. Él debía resistirla por nosotros, como un humano más, como un hombre que sólo dispone de la Palabra de Dios para poner toda su confianza en ella: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (v4). No, no sólo de las seguridades terrenales vive el hombre. Se puede tener todo en la vida y ante Dios, estar muertos. La fuente de la vida, de la verdadera vida del hombre proviene de la Palabra de Dios, la cual nos revela nuestra necesidad de reconciliación y perdón con el Padre, y nos lleva a los pies de Cristo. Y es allí, cuando el Espíritu abre nuestro corazón y Cristo mora en él para darnos nueva y verdadera vida. Una vida que puede desarrollarse en las más difíciles situaciones y circunstancias, algunas veces penosas y dolorosas, pero que es vida en la plenitud del amor de Dios. No es una vida aparente, ni siquiera necesaria y visiblemente atractiva, pero es una vida más real incluso que esta vida terrenal, pues: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:3). Así, Jesús superó esta primera tentación, quizás la más difícil de soportar desde la carne, pues a la tentación misma se une la debilidad de nuestra naturaleza humana. Por ello y para estar preparados ante las tentaciones que surjan en nuestras debilidades, necesitamos fortalecer igualmente nuestra naturaleza espiritual con los medios de gracia que Dios ha dispuesto para ello: Palabra y Sacramentos. Para que en los días malos, donde parece que estamos solos en medio del desierto, con hambre y sufrimiento, tengamos el consuelo y la absoluta certeza de que Dios está junto a nosotros, aún en las aflicciones: “para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, más de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt 8: 3). •La tentación en la confianza y la seguridad Derrotado en su primer ataque, el tentador lo intentó de nuevo, buscando una nueva estrategia para doblegar a Jesús. La tentación de la carne había sido superada y probaría ahora con tentarlo en su seguridad de Hijo de Dios. Pretendía ahora que Jesús pecase poniendo a prueba las promesas divinas, arrojándose desde lo alto del templo para ser recogido por los ángeles sin daño. ¡Satanás usó aquí incluso la misma Escritura para tentarlo! (Sal 91:11-12). Pero una vez más Jesús resistió este nuevo ataque: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (v7). Él no necesitaba demostrar ni demostrarse quién era, ni dudó un instante de estar bajo el amparo del Padre. Jesús era el Hijo de Dios encarnado y ningún tentador podía cambiar esto, ni hacerle dudar de las promesas divinas. De la misma manera, también nosotros muchas veces somos tentados en nuestra condición de hijos espirituales de Dios. Y esto podemos sufrirlo de varias maneras. Una de ellas ocurre al exponernos irresponsablemente al pecado, pensando que éste no puede afectarnos. Al fin y al cabo, ¿no estamos ya justificados ante el Padre?, ¿no somos herederos de su Reino por medio de nuestra fe?. Todo lo anterior es cierto, pero no debemos olvidar que si bien es cierto que ante Dios somos justos por medio de nuestra fe en Cristo, no es menos cierto que seguimos siendo pecadores y sensibles al mismo. El pecado forma parte de nuestra naturaleza, y si le permitimos tomar una posición cómoda en nuestra vida, aún de la manera más inocente, terminará por dominarnos. De ahí la advertencia del Apóstol Pedro a ser tenida en cuenta siempre: “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar” (1ª P 5:8). Por tanto, no pequemos tampoco de exceso de confianza en exponernos al pecado, y busquemos siempre aquello que puede servirnos para robustecer nuestra fe y ser un buen testimonio ante otros: “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de confianza, en esto pensad” (Ef 4:8). Otra manera en exponernos a la tentación es creer que por el hecho de ser hijos de Dios, todo debe irnos bien en la vida. Esta es la dañina y errónea teología que proclama la prosperidad y éxito que deben existir siempre en la vida de los creyentes por el hecho de serlo. Pero en realidad, no siempre hay prosperidad o éxito en la vida de los hijos de Dios, y son muchas las ocasiones donde las tribulaciones hacen su aparición, pues ellas forman parte también de la vida del creyente. Recordemos que nuestro Dios es un Dios que se revela precisamente en el sufrimiento de la Cruz, y que no podemos exigirle nada en nombre de nuestra fe, pues todo lo que de Él recibimos, es por pura gracia y sin merecerlo. Nuestra confianza se basa únicamente en las promesas de perdón, vida y salvación que Dios nos ofrece en Cristo. Esperar o exigir algo más, sería tentar a Dios, dudar en definitiva de que Él ya nos ha dado lo mejor que puede darnos para esta vida y la futura: nuestra nueva vida en Cristo. •La tentación de adorar a otros dioses La última tentación del diablo fue más evidente y mostró su verdadero deseo de robar la gloria que corresponde sólo a Dios. Mostrando los reinos del mundo a Jesús, se los ofreció engañosamente a cambio de recibir adoración. Y aquí una vez más Jesús, sólo con la Palabra (Dt 6:13), detuvo este nuevo ataque del maligno: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (v10). La estrategia de Satanás no fue muy acertada con Jesús, pero sí lo es sin embargo con muchos en este mundo. Pues, ¿cuántos son los que han convertido el dinero, el poder, el éxito o la fama en nuevos dioses?, ¿y cuántos los que han entregado su alma a ellos adorándolos y robando a Dios la adoración que sólo a Él corresponde?. Recordemos las palabras de advertencia a Israel, también aplicables a nosotros hoy: “no andaréis en pos de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos” (Dt 6: 14). Pues aquello en lo que pongamos nuestra mente y corazón, eso será nuestro dios. Todo lo que nos aparte de la voluntad del Padre y de Cristo, eso será nuestro dios. Y siendo nuestro dios, poseerá y dominará nuestra alma. Pero recordemos que, estos dioses hechos a medida, con un aparente brillo de gloria, en el fondo no son sino máscaras detrás de las cuales se esconde Satanás. Él trata de robar la gloria divina y sobre todo, de impedir que podamos llegar hasta el Reino donde Cristo nos aguarda. Y nada hay mejor para impedirlo que incitarnos a poner nuestra mente y corazón en falsos dioses, en todo aquello que en realidad, no es sino muerte y corrupción. Nada hay en este mundo en lo que los cristianos deban poner su mente y corazón y que les haga apartarlos de Dios. Pues como dice el famoso himno de nuestra Iglesia, “Castillo fuerte”, al final: “todo ha de perecer, de Dios el reino queda”. Sólo Cristo debe ser aquello donde pongamos toda nuestra ilusión y esperanza en la vida, pues si lo hacemos en cualquier otra cosa, nuestro error será grave. Y así, debemos andar por esta vida ciertamente con alegría e ilusión por todas aquellas cosas con las que el Señor nos bendiga, ya sea trabajo, familia, prosperidad, proyectos personales, pero teniendo siempre presentes que todo ello no es sino algo transitorio, y que no determina quiénes somos ni nuestro futuro. Aquellos que han sido bautizados en Cristo (Ga 3:27), ya poseen lo mejor y más importante que pueden llevarse de este mundo: la ciudadanía de hijos de Dios. Una ciudadanía que les permitirá cruzar las ansiadas fronteras del Reino del Padre, donde no existe más sufrimiento, enfermedad o muerte, y donde la única gloria necesaria y que da luz a la ciudad celestial, es la de Dios: “porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Ap 21:23). •Conclusión Caminamos en esta Cuaresma atravesando nuestros desiertos personales. Desiertos que muchas veces acarrean muchas y diversas tentaciones. Jesús nos enseña hoy que todas ellas se pueden resistir y soportar con la única ayuda de la Palabra de Dios. Aferrémonos pues a Ella en los momentos difíciles, donde las tribulaciones de la vida nos hagan dudar de las promesas divinas y buscar otras salidas. Donde el pecado nos haga creer que no puede dañarnos, ni aún un poco. O donde otros dioses nos quieran atraer con promesas de felicidad terrenal. En estos momentos recordemos que nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo camina junto a nosotros y nos sostiene en la tentación con su poderosa Palabra. ¡Que así sea, Amén!. J.C.G./ Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 2 de marzo de 2014

Domingo de Transfiguración.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 24:8-18 Segunda Lección: 2 Pedro 1:16-21 El Evangelio: Mateo 17:1-9 “Nuestra transfiguración en Cristo” INTRODUCCIÓN: Prácticamente no tenemos límites, podemos ir dónde se nos ocurra. Más allá de los costes, las distancias ya no son un obstáculo. Hoy no solo volamos en enormes aviones, se dice además que estamos conquistando el espacio. Los medio de transporte son cada vez más veloces. Pero aún queda un sitio al que es imposible acceder para el hombre por sus propios medios: Dios. Hagamos lo que hagamos nunca podremos alcanzarlo. Es por ello que este Domingo de Transfiguración Él nos quiere recordar que viene a nosotros para transformarnos por medio de Cristo. LA LEY DE DIOS: En el Monte de la Transfiguración, vemos la manifestación de Moisés, el hombre llamado por Dios para llevar el mensaje de la Ley de Dios al pueblo. A Moisés, la Palabra le fue dada desde arriba, en el Monte Sinaí Dios le dio los Diez Mandamientos. “La Ley por medio de Moisés fue dada” (Juan 1:17). En la Ley, la declaración de Dios es: “haz esto” y “no hagas aquello”. No hay excepciones y no hay misericordia para todo aquel que infrinja alguno de los mandamientos de Dios. La violación de un mandamiento, por breve o insignificante que sea, es suficiente para condenar eternamente a una persona. Un pensamiento que no es piadoso es suficiente para recibir tan terrible castigo. El mensaje de la Ley requiere la perfección absoluta, sin una segunda oportunidad y no hay perdón para los transgresores. Si tú o yo fuésemos capaces de hacer esto, capaces de cumplir la ley de Dios perfectamente, y así deshacernos de nuestra vieja naturaleza pecaminosa, entonces tendríamos el cielo asegurado. Pero la salvación por el cumplimiento de la Ley es un sueño, que nunca sucederá. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10) Por ello se nos relata la presencia de Moisés en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor había llamado a Moisés a su eterno descanso siglos antes, aquí estaba Moisés en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Moisés no se presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese perfectamente la ley de Dios. Más bien, Dios dio a Moisés el don de la fe y Moisés confió en el Señor. Por lo tanto ni Moisés, ni la Ley son nuestros salvadores. LOS PROFETAS DE DIOS. En segundo lugar, en el Monte de la Transfiguración, encontramos la manifestación de Elías. Elías, como Moisés, fue un profeta de Dios enviado a proclamar la Ley y el Evangelio. Por medio de Elías llegó el mensaje del Señor, su Dios. Es la palabra de advertencia a todos aquellos que no tienen al Señor como su único Dios, sino que lo sustituyen o reconocen y toleran a otro dios como Baal, el dinero, la fama, el poder, ellos mismos o una religión. En Elías reconocemos que el Señor quiere ser nuestro único Dios, y que no va a aceptar, permitir ni tolerar a cualquier otro en su lugar o en su presencia. Esta fue la Ley que incluyó Elías en su proclamación mientras vivía en este mundo. Pero hay más de parte de Elias: un mensaje de esperanza y una promesa de perdón, salvación y vida. No es el hijo muerto de la viuda, al que resucitó por el poder del Señor a través de la palabra del profeta. En Elías reconocemos que Jehová no quiere que muramos. Él desea que vivamos. Así lo ha manifestado en la vida misma del profeta, ya que Él proporciona una fuente inagotable de alimentos para Elías, la viuda y su hijo. Dios envía el agua de la vida para apagar lo que se había resecado. Anuncia la condena del malvado rey Acab y el profeta proclama la victoria para el pueblo de Dios. Aunque no tuvo una vida fácil, Elías cometió pecados que lo alejaron de Dios, se quejó de Él, huyo por miedo y dudas de la protección divina, pero el Señor a pesar de esto no lo abandonó. Elías no podía ir a Dios, pero Dios podía venir, estar con él y saciar sus necesidades. En un acto de pura gracia y misericordia el Señor envió carros de fuego y Elías fue llevado al cielo. Ahora Elías se presenta en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor lo había llamado a estar en el Paraíso siglos antes, aquí estaba Elías en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Elías no se presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese la ley de Dios perfectamente. Más bien, Dios le dio a Elías el don de la fe y Elías confió en el Señor. Por lo tanto, ni Elías, ni los mensajeros de Dios, ni la Ley son nuestros salvadores. LA GLORIA DE CRISTO. En tercer lugar, en el Monte de la Transfiguración, se manifiesta la gloria de Jesucristo. El apóstol Juan nos dice que, si bien “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17). Alguien mayor que el templo, los profetas, Moisés y los reyes terrenales se hace presente, es Jesús de Nazaret. Pero ¿Quién es Él? Es Jesús el Cristo, es Jehová de Sabbaot, y no hay ningún otro dios. Él es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Él es Jehová encarnado. El Cristo es verdaderamente hombre a fin de nacer bajo la misma Ley que Él ha escrito en los corazones de cada ser humano. Tuvo que ser hombre bajo la ley, para sufrir y morir en nuestro lugar. Jesús de Nazaret es verdaderamente Dios. El Salvador tenía que ser Divino con el fin de ser un rescate más que suficiente para todas las personas del mundo. ¿Cómo puede Cristo hacer esto? Pensemos por un momento lo que Moisés y Elías no son capaces de hacer. Se quedaron en el cielo cuando el Hijo eterno de Dios dejó el esplendor de esa morada eterna, para descender a este mundo. Jesús viene hacia abajo, al valle de la muerte, sufriendo una muerte inimaginable en nuestro nombre. Sufre el abandono de Dios en la cruz con el fin de facilitar el camino para que nosotros evitemos ése sufrimiento eterno. No podemos llegar a Dios, por eso es por lo que Él viene a nosotros, baja a las profundidades a la cual nos condenaba ley, con sus manos traspasadas por los clavos. La sangre derramada del Salvador clama por nuestro perdón. Cristo viene a los valles de la muerte, las calles de los pobres, la vida de los enfermos del cuerpo y del alma, a los cargados de culpas y cansados de esforzarse por complacer a Dios sin éxito. Jesús dirige a tres de sus discípulos al monte y allí les revela la verdadera gloria que tiene desde la eternidad hasta la eternidad. Mientras están en su presencia, Jesús se transforma. Mientras que Moisés y Elías aparecieron en la gloria, Jesús y “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Marcos 9.3). LA VOZ DE DIOS. En cuarto lugar, en el Monte de la Transfiguración, consideremos la Revelación de Dios Padre. Cómo los tres discípulos del Señor Jesús estaba allí y una gran nube los cubrió y una voz salió de la nube. Dios el Padre habla: “Este es mi Hijo Amado. Escuchadle”. Esto se dice en beneficio de todos los discípulos… Pedro, Santiago, Juan y el resto… tú, yo y la Iglesia toda. Escuchar a Jesús y escuchar lo que Él ha dicho: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). “El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino a servir ya dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). “Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3). “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.” (Juan 20:21-23). “Tomad, comed, éste es mi cuerpo… Esta es mi Sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mateo 26:26-28). “Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5). EL MANDATO A LOS DISCIPULOS. Por último, en el Monte de la Transfiguración, es necesario tener en cuenta las palabras que se aplican a Pedro, Santiago y Juan en el día en que Jesús se transfiguró, y que simplemente se aplican a nosotros hoy. A medida que bajaban del monte, Jesús les mandó que no contasen a nadie lo que habían visto, es decir, no hasta que el Señor hubiera resucitado de entre los muertos. Estos discípulos no tenían que difundir y dar testimonio de lo que se había revelado en el día de la Transfiguración. Este silencio fue ordenado por un tiempo limitado antes de la resurrección de Jesús, el Cristo en la mañana de Pascua. Pero Cristo ha resucitado y los seguidores de Jesús no estamos aquí para mantener la boca cerrada. Estamos llamados a anunciar a Cristo a todo el mundo, a ser sus testigos entre quienes nos rodean. El mensaje del Evangelio ha sido confiado a la Iglesia, no para mantenerlo encerrado en una caja fuerte o escondido debajo de un cajón, sino para que sea anunciado según tengamos oportunidad. ¿Por qué? Porque el hombre nunca podrá llegar a Dios y en especial porque Dios viene al hombre en los medio de Gracia, Palabra y Sacramento. Muestra fiel de esta presencia es que, por medio de ellos te han sido perdonados todos tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.