lunes, 30 de junio de 2014

3º Domingo después de Trinidad.

 

TEXTOS BIBLICOS                                                                                     

Primera Lección: Hechos 2:29-42

Segunda Lección: TITO 3:4-8
El Evangelio: Juan 3:1-15

 “El Bautismo que Salva”

Las palabras bíblicas recién leídas, ya os indican qué tema trataremos hoy, a saber: el Bautismo, el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, como lo llama el apóstol San Pablo. Me diréis tal vez: ¿Qué necesidad hay de hablar del Bautismo a una congregación cristiana? ¿Acaso no sabemos todos qué es el Bautismo? ¿Acaso no hemos presenciado ya docenas de veces este acto sagrado aquí en nuestra iglesia? — No dudo de que conocéis el significado del Bautismo. Sin embargo, no está demás hablar del Bautismo aun a cristianos adultos y experimentados, para traer a su memoria el a veces olvidado hecho de que el Bautismo es no sólo el sacramento de los pequeñuelos, sino también un sacramento cuya importancia se mantiene inalterada en todo tiempo de nuestra vida. Todos vosotros fuisteis recibidos, por medio del Bautismo, en la Santa luíosla Cristiana, la comunión de los santos; pero, ¿pensáis aún hoy en vuestro Bautismo con profunda gratitud hacia Cristo que Instituyó este sacramento, os alegráis de corazón de haber sido bautizados, y usáis vuestro bautismo como fuente de consuelo y fortalecimiento? — Para confirmar nuestro aprecio por este sacramento oigamos pues lo que la Palabra de Dios nos enseña sobre El Bautismo que Salva
Como se desprende de nuestro texto, el Bautismo
1.            Nos regenera para una vida en la fe;
2.            Nos renueva para un amor sincero;
3.            Nos llena de inconmovible esperanza.
1. “Fue manifestada la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia los hombres”, dice San Pablo, v. 4. ¡Qué verdad tan hermosa! Dios nos amó y aún nos ama a nosotros, los hombres, y nos manifestó y aún nos manifiesta su bondad. Sí, queridos oyentes: en todo el universo no hay nadie que nos ame tanto como nos ama el Creador de ese universo, y las manifestaciones de su bondad son incontables. Por amor a los hombres, Dios creó esta tierra y cuanto hay en ella. Por amor a los hombres, Dios colocó en el firmamento el majestuoso sol, la luna y millones de estrellas. Por amor a los hombres, Dios plantó el delicioso jardín de Edén como habitación para aquellos a quienes Él había formado a su imagen y conforme a su semejanza. Por amor a los hombres, Dios dió al primer hombre Adán una mujer como ayuda idónea para él. Y cuando, al despreciar todo ese amor y bondad, la primera pareja humana cayó en el pecado de desobediencia, la bondad de Dios nuestro Salvador se manifestó nuevamente en la promesa de enviar a estos ingratos e indignos hombres un Redentor, su propio Hijo. Con respecto a ese testimonio tan sublime del amor divino dice el apóstol San Juan: “En esto está el amor de Dios, no en que amemos nos otros a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”, 1 Juan 4 : 10.
En ese mundo, producto del amor divino, entramos ahora nosotros, como hombres muertos en pecados, enemigos de Dios. ¿Y qué hace Dios? Tiene misericordia de nosotros. Según su santidad y justicia, Dios debería aplicar a todos nosotros el castigo de la eterna condenación. Pero (así nos dice Jehová el Señor) “110 me complazco en la muerte del inicuo, sino antes en que se vuelva el inicuo de su camino y viva”, Ezeq. 33 : 11. “Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y que vengan al conocimiento de la verdad”, 1 Tim. 2:4. ¿Y qué hace Dios para salvarnos? “No a causa de obras de justicia que hayamos hecho nosotros (¿qué obras de justicia puede hacer el que está muerto en pecados?) sino conforme a su misericordia él nos salvó, por medio del lavamiento de la regeneración”, es decir, mediante el Bautismo, v. 5. El Bautismo fue instituido por Dios precisamente para seres tan faltos de recursos propios, tan pecaminosos como lo somos nosotros por naturaleza. En el Bautismo somos regenerados, recibimos una nueva vida espiritual, la vida de fe en Cristo. “A menos que el hombre naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios; lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”, dice Jesús, Juan 3:5-6, y San Pablo afirma: “Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura”, 2 Cor. 5 : 17. Así que el estar en Cristo, el creer en Cristo como Salvador de pecados, nos hace nuevas criaturas, nos regenera; por ende, el Bautismo es en verdad el lavamiento de la regeneración, porque engendra en nosotros la fe regeneradora. La fe, en efecto, no es producto de nuestra propia decisión, sino que es obrada en jóvenes y viejos por el Bautismo: El niñito recibe mediante el Bautismo, de una manera real, aunque incomprensible para nosotros, la fe en su Redentor Jesús. Cristo mismo afirma respecto de esa fe de los párvulos: “Al que hiciera tropezar a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, mejor le sería que… fuese sumergido en lo profundo del mar”, Mat. 18 : 6. Y el adulto, recordando agradecidamente su Bautismo mediante el cual nació su fe, es fortalecido en esa fe y canta con gozo: El agua y tu Palabra dan perdón y eterna salvación: son dones de tu gran bondad, los que me brindan redención.
II. El Bautismo es no sólo el lavamiento de la regeneración, sino también “de la renovación del Espíritu Santo.” Cristo dice en su Gran Comisión, Mat. 28 : 19: “Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Lo que nuestra Biblia castellana traduce con “en” (en el nombre del Padre, etc.) es en el texto original griego una palabra que indica movimiento hacia un lugar, algo así como el castellano “hacia adentro”. Así podemos decir con razón que el Bautismo nos introduce en Dios, el bautizado vive en Dios, es hecho hijo del Dios Trino. Y así como por el Bautismo entramos en Dios, Dios miró también en nosotros con su Espíritu y dones; el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros, como lo expresa San Pablo. “Somos templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en nosotros”, leemos en 1 Cor. 3 : 16. Y ese Espíritu no sólo engendró la nueva vida espiritual, sino que también la desarrolla y vigoriza; capacita al cristiano para combatir y vencer a los enemigos de su salvación. Sabiendo que es morada, templo del Espíritu Santo, el creyente ya no querrá cometer los pecados que Pablo cita en los versículos que preceden a nuestro texto; ya no hallará placer en maldecir a otros, o en ser contencioso, desobediente, ni querrá ya servir a diversas concupiscencias y placeres ni vivir en mu licia y envidia, vs. 2 -3. Antes bien, los que han creído en Dios pondrán solicitud en practicar las buenas obras, v. 8: serán obedientes, listos para toda obra buena, apacibles, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres, vs. I pura ellos recuerdan las palabras escritas en Ef. 4 : 30: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual sois sellados para el día de la redención.” Así el Bautismo con su derramamiento del Espíritu Santo puede y debe animarnos constantemente a vivir y abundar en amor sincero hacia Dios, cosa que por nuestra propia voluntad carnal y pecaminosa nunca haríamos, pues “el ánimo carnal es enemistad contra Dios”, Rom. 8 7
Dije que el Bautismo debe animarnos a vivir y abundar en amor sincero hacia Dios. Abundar, sí, porque también el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros en rica abundancia, por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Dios no es mezquino con sus dones. En el Bautismo nos confiere la remisión no de cierto número de pecados, sino de todos los pecados, nos redime no en parte, sino totalmente de la muerte v del diablo, nos promete la salvación no bajo ciertas condiciones, sino incondicionalmente; y da la salvación eterna no a unos pocos elegidos, sino a todos los que creen lo que dicen las palabras y promesas de Dios. Esa riqueza de la gracia divina, ¿no habría de despertar en nosotros un alegre afán de servir a Dios, con todas nuestras fuerzas, con una vida abundante en frutos de la fe?
Por esto, demos a Dios gracias especiales por haber Instituido en nuestro favor y para nuestro bien el sacramento del Santo Bautismo, lavamiento de regeneración que nos renueva para un amor sincero.
Nuestros hijos, recibidos de tu mano, buen Señor, te los damos que los laves en la fuente de tu amor; que adoptados herederos junto a Ti, Jesús, Señor, puedan siempre acompañarte en la senda del amor.
III. Milagroso es el efecto del Bautismo en los pequeñuelos: los lava de todo pecado y los hace miembros de la familia de Dios. Milagroso es el efecto del Bautismo en la vida de los creyentes adultos: robustece su fe para que gustosos abunden en obras de amor. Pero el efecto del Bautismo no termina con la vida terrenal, así como tampoco el efecto de la fe se acaba con el último latido de nuestro corazón. “Si sólo mientras dure esta vida, tenemos esperanza en Cristo, somos los más desdichados de todos los hombres”, dice San Pablo en 1 Cor. 15 : 19. Pero nuestra fe tiene como objeto no sólo al Cristo crucificado, muerto y sepultado, sino también al Cristo resucitado de entre los muertos que subió a los cielos, desde donde en el postrer día ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y a llevamos para siempre a su reino de gloria. Ésta es nuestra esperanza inconmovible, garantizada por las solemnes promesas del Dios que no miente, y también esta esperanza es obrada en nosotros por el Bautismo. Dios nos salvó, dice San Pablo, por medio del lavamiento de la regeneración, “para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, según la esperanza de la vida eterna”, v. 7. En el Bautismo fuimos justificados. En el Bautismo fuimos lavados y limpiados de nuestros pecados. En su sermón del día de Pentecostés, el apóstol Pedro dice: “¡Arrepentíos, y sed bautizados en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo!” Hech. 2 : 38; y en el cap. 22 del mismo libro leemos que Ananías dijo a Saulo: “Levántate, y bautízate, y lava tus pecados.” Más donde hay remisión de los pecados, allí hay también vida y salvación. Desaparecido el pecado, desaparecieron también las barreras que nos impedían la entrada a la casa de nuestro Padre celestial. Nada ni nadie puede ya separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús. Satanás ya no tiene de qué acusarnos, el buen Dios nos extiende amoroso sus brazos.
¡Oh, cuán agradecidos podemos estar pues por nuestro bautismo! Ese maravilloso sacramento no sólo siembra en nuestro corazón la verdadera fe y un amor activo, sino que además nos hace regocijamos en la esperanza, una esperanza no de efímeros tesoros terrenales, sino de la vida perdurable en el cielo, donde hemos de ver a nuestro Redentor con nuestros propios ojos en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza, donde volveremos a encontrarnos también con todos aquellos que han acabado ya su terrenal carrera y donde, lejos del mundanal ruido, la paz deI Señor nos ampara por siempre jamás.
Así pues, amados oyentes, mantengamos siempre vivo el aprecio por el lavamiento de la regeneración y aprovechemos bien sus inmensos beneficios, haciéndolo administrar cuanto antes a los hijos que Dios nos diere, y consolándonos y fortaleciéndonos con nuestro Bautismo todos los días de nuestra vida.
En tus brazos, buen Jesús, tómame cual tierno niño; dame vida, fuerzas, luz; guíame con fiel cariño, y a mi nombre da cabida en tu libro de la vida. Amén.
Pastor Erico Sexauer

lunes, 9 de junio de 2014

Domingo de Pentecostés.

La Iglesia Cristiana es institución de Dios”
 
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 08-06-2014
Primera Lección: Números 11.24-30
Segunda Lección: Hechos 2.1-21
El Evangelio: Juan 7.37-39
Sermón
  • Introducción
Creo en la Santa Iglesia Cristiana, la comunión de los santos”, esta es una de las declaraciones mas claras y definidas del Credo Apostólico. La Iglesia Cristiana incluye a todos los creyentes en la tierra. Sólo mediante la fe en Cristo una persona puede hacerse santa. Y sólo así puede pertenecer a la comunión de los santos, la congregación de personas santas. La Iglesia está compuesta de personas que de por sí no son santas, sino que han sido hechas santas porque sus pecados han sido lavados por la preciosa sangre de Jesucristo.
Se ha mencionado esto porque queremos considerar hoy, en esta gran fiesta de Pentecostés, el aniversario del nacimiento de la iglesia. Cuando Jesús estaba por subir a los cielos, cuarenta días antes de Pentecostés, dijo a sus discípulos que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen el cumplimiento de la promesa del Padre. Esta era la gran promesa del bautismo con el Espíritu Santo. El Señor agregó: “Cuando venga el Espíritu Santo sobre vosotros, recibiréis poder, y seréis mis testigos”. El día de Pentecostés es el día que Dios había escogido para el cumplimiento de esa promesa. Con el derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos empezó la obra de la edificación de la Iglesia Cristiana como templo de Dios. Desde su mero comienzo sabemos que es verdaderamente obra de la mano de Dios. Él la comenzó y Él la ha conservado hasta el día de hoy. Que el Espíritu de Dios nos guíe mientras meditamos sobre el siguiente pensamiento.
  • Tuvo un comienzo maravilloso
Dios siempre sabe escoger el momento oportuno para realizar sus poderosas obras. Durante la fiesta de Pentecostés mucha gente acudía a Jerusalén. Pentecostés era una de las grandes fiestas del calendario eclesiástico judío. Esto quería decir que por lo menos todos los varones que eran miembros de la iglesia se reunían en Jerusalén en esa fecha para participar en la fiesta. Dios había escogido ese día como ocasión para cumplir la gran promesa que había hecho a sus discípulos. Jesús, que había puesto el fundamento de la Iglesia Cristiana mediante su Pasión y muerte y habla subido a los cielos para entrar otra vez en el uso completo de su majestad y gloria, ya estaba pronto a cumplir la promesa que había hecho a los discípulos. Ya que Él les había hablado sobre esa promesa, ellos no ignoraban el hecho de que algo extraordinario iba a suceder, aunque no sabían el tiempo exacto. Sabían que el Espíritu Santo vendría sobre ellos, pero no sabían cuándo ni cómo acontecería. Día tras día esperaban con ansias el acontecimiento, pues Jesús les había dicho que sucedería no muchos días después. En la mañana de Pentecostés estaban listos para la celebración de aquella importante fiesta. Se nos dice que “estaban todos unánimes juntos” es decir que estaban todos juntos en un mismo lugar. Súbitamente empezó a realizarse el milagro. La tranquilidad de la mañana fue interrumpida inesperadamente por un sonido que procedía del cielo; un sonido como de viento que soplaba con ímpetu. El cielo empero no daba señales de tiempo borrascoso. Mas el sonido como de viento que soplaba con ímpetu fue oído claramente por todos los habitantes de Jerusalén. Sabían que procedía del cielo. También sabían a qué lugar iba. Llenó toda la casa donde estaban sentados los discípulos. Todo eso fue muy extraordinario. Parecía como una gran tormenta y sin embargo no causaba estrago alguno. Aun la casa donde se concentraba el sonido no mostraba ninguna señal de daños.
Este acontecimiento extraño atrajo a la multitud. Al mirar a los discípulos, observaron que sobre cada uno de ellos se asentaban lenguas, como de fuego. Había fuego, pero no quemaba ni consumía nada. La llama ni siquiera chamuscaba los cabellos de la cabeza de los discípulos. Realmente, se podía observar que todo era un milagro celestial. Quizás haya algunos en la actualidad que se burlen del milagro que se relata en este texto. Quizás no les sea posible creer que pueda haber el sonido del viento sin que haya viento, o que exista una llama que no queme. No importa lo que se diga acerca del milagro; sabemos que la multitud que allí se reunió no podía negarlo. Todos estaban atónitos y perplejos, diciéndose el uno al otro: “¿Qué quiere decir esto?”. Los fenómenos que se observaban eran simplemente circunstancias que acompañaban al milagro que se estaba realizando. En tanto que sucedía todo esto, todos los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo. Esto no quiere decir que nunca antes habían recibido el Espíritu Santo, pues sin Él jamás hubieran podido hacerse discípulos. Además, sabemos que el domingo de Pascua por la noche, cuando Jesús les apareció, les dijo Él: “Recibid el Espíritu Santo.” Esto quiere decir empero que recibieron el Espíritu Santo en mayor medida y que por medio de Él habían conocido más a fondo la verdad y habían obtenido mayor poder, aun el poder de obrar milagros.
El efecto de todo esto fue al instante aparente, también a la multitud. Estos hombres, a quienes los judíos conocían como cobardes que habían huido cuando Cristo fue aprehendido en el huerto de Getsemaní; estos hombres, que repetidas veces se habían reunido tras puertas cerradas porque temían a los judíos, repentinamente tuvieron gran valor y empezaron a predicar con sorprendente osadía. Pero esto no fue todo. Afrontaron al pueblo con la misma clase de predicación que había llevado a Cristo a la muerte. No anduvieron con rodeos, sino que se dirigieron a aquella muchedumbre con palabras que no daban cabida a duda. Les dijeron que habían cometido un gran crimen, cuando por manos de inicuos prendieron a Cristo y le crucificaron. Nos maravillamos de este valor. Nos sorprende el cambio repentino de la cobardía al valor. Pero en realidad nada de esto debe sorprendernos. Todo es prueba adicional del hecho de que Dios estaba obrando un milagro para establecer su Iglesia y que la Iglesia Cristiana es indudablemente obra de la mano de Dios.
La multitud también pudo observar en aquella ocasión otra cosa extraordinaria: aquellos discípulos aparentemente incultos, muchos de los cuales habían sido pescadores galileos, de repente empezaron a hablar en diferentes lenguas; lenguas que jamás habían estudiado o aprendido; aún más, lenguas que desconocían por completo. Y lo que hablaban no eran meros balbuceos o meros sonidos guturales que nadie podía entender y que actualmente hay quienes quieren pasarlos por don de lenguas. No; los discípulos estaban hablando y predicando en lenguas que los oyentes podían entender con la mayor claridad. Es verdad que algunos se burlaban y decían que los discípulos estaban ebrios. Sin embargo, otros decían con la mayor franqueza: “¿Cómo, pues, oímos cada uno de nosotros hablar en la lengua en que hemos nacido?” Y otra vez: “Los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios.” No cabe duda de que Dios concedió a los discípulos el uso de aquellas lenguas que eran necesarias en aquella ocasión para promulgar el mensaje de la crucifixión y la muerte y la resurrección de Cristo, y mostrar la culpabilidad de los que habían pedido la muerte del Mesías y le habían llevado al madero del Calvario, y por fin recalcar el gran perdón de Dios para con los pecadores.
A veces se pregunta por qué en la actualidad los milagros no acompañan a la predicación del Evangelio. Es preciso recordar empero que el Señor en aquel primer día de Pentecostés quería establecer su Iglesia. La pequeña congregación en Jerusalén afrontaba la más acérrima oposición. Pero ya los cristianos debían promulgar las mismas verdades que Cristo había promulgado; el mismo Salvador, el mismo camino de la salvación. Debían acusar a los pecadores de haber crucificado a Cristo. Debían proclamar la resurrección de Cristo. Es verdad que nada de esto tenía la aprobación de los jefes religiosos de aquel tiempo. Y debemos recordar que aquellos Jefes religiosos eran capaces de influir en la multitud e incitarla a la oposición. También es preciso recordar que los paganos, a quienes la Iglesia debía ir con el mensaje del Evangelio, estaban saturados de la idolatría y era de esperarse que se opusieran a una doctrina que condenaba sus ídolos y enseñaba que la salvación eterna se podía obtener solo mediante la fe en Cristo. La Iglesia tenía, pues, que mostrar las más convincentes credenciales para establecerse en medio de tan acerba oposición. Es por esta razón que el Señor Jesús, que había venido a establecer su Iglesia, equipó a los discípulos con maravillosas credenciales. Aun los peores enemigos tenían que admitir que aquella obra era de Dios y no de hombres. Nunca jamás había sucedido cosa tal. Desde su mero comienzo la Iglesia llevaba el sello de que era una institución divina. En la actualidad esto es un hecho establecido y que ya no necesita credenciales. Dondequiera que existe la predicación a la manera del primer Pentecostés tenemos la Palabra de poder, la Palabra del poder de Dios, y ésta jamás ha perdido su efecto. Si en la predicación siempre se recalcan las verdades de la Palabra de Dios, no se necesitarán credenciales.
  • Tuvo un efecto maravilloso
Desde su mero comienzo esta institución de Dios, la Iglesia Cristiana, tuvo un efecto maravilloso. Dios reunió a la multitud. La había llamado a escuchar la primera predicación de la Iglesia del Nuevo Testamento. A todos les fue dada la oportunidad de observar las maravillosas obras de Dios promulgadas con la mayor intrepidez. Se nos ha relatado lo más substancial de la predicación de aquel día; en particular, el resumen del sermón predicado por Simón Pedro a aquella multitud es ya un asunto de la narración bíblica. Nos impresiona grandemente la claridad y el poder de aquella predicación. También nos impresiona grandemente la maravillosa capacidad con que el Espíritu Santo dotó a Simón Pedro para promulgar las verdades divinas. Ese primer sermón merece ser estudiado detenidamente. Revela que aquellos hombres, sobre quienes reposaba el Espíritu de Dios, sabían presentar magistralmente las verdades de Dios a oyentes de diferentes lugares. Se observará que hicieron referencia a profecías que los judíos conocían muy bien y que profesaban como parte de su fe. Aquellas profecías eran una promesa clara y definida de lo que precisamente estaban presenciando ellos en aquel momento. Además, el sermón condenaba directamente a los que habían sido culpables de la crucifixión del Hijo unigénito de Dios. No se andaba con subterfugios para disimular la verdad. Los calificaba de culpables ante Dios. Pero también contenía la oferta del perdón, pues Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos según lo que había profetizado David. A ese Jesús, a quien ellos habían crucificado, Dios le había hecho Señor y Cristo.
Aquel poderoso sermón hirió en lo vivo a la multitud El historiador sagrado describe así el efecto del sermón en los oyentes: “Al oír esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles Varones hermanos. ¿Qué haremos?” Esto proporcionó a los apóstoles la oportunidad de proclamar el retumbante llamamiento al arrepentimiento; de ofrecerles la salvación que Cristo había consumado, de llamarlos al bautismo para la remisión de los pecados. ¡Era una situación verdaderamente extraordinaria! Los enemigos se estremecen y tiemblan y preguntan a aquellos humildes predicadores qué deben hacer. Tres mil almas se arrepintieron y fueron bautizados. ¡Verdaderamente maravilloso fue aquel comienzo!.
Por supuesto, hubo algunos que se burlaron; hubo algunos que obstinadamente rehusaron entregarse a la obra del Espíritu Santo. No se arrepintieron. Siempre habrá algunos que se opondrán a las verdades divinas. Donde quiera que se predica la Palabra de Dios en su verdad y pureza, no sólo ganaran almas para Cristo, sino que también habrá burla. Así como en aquella ocasión hubo quienes dijeron “Estos hombres están llenos de mosto”, asimismo en la actualidad muchos llaman insensatez a la predicación del Evangelio. Pero no es culpa del Evangelio, sino de la corrupción y hostilidad humanas. La predicación del Evangelio divide a la humanidad en dos grupos: los que la aceptan y la creen, y los que la menosprecian. Es lo uno o lo otro; es esto o aquello. No nos sorprende, pues, el que los incrédulos se opongan a la predicación del Evangelio.
Hay algo más que merece ser observado. El hecho de que en aquella multitud había representantes de diferentes naciones muestra que la Iglesia tuvo un efecto maravilloso en su comienzo. El escritor sagrado menciona más de quince diferentes nacionalidades y lenguas. Aquellos hombres oyeron las verdades de Dios promulgadas en la lengua en que habían nacido. Muchos de ellos, verdaderamente convertidos, volvieron a su tierra y se hicieron embajadores de Cristo. Ya que ellos mismos habían sido convertidos, reunían Ios requisitos para ser misioneros en su propia tierra. Esto es prueba de que Dios escogió un día apropiado para enviar al Espíritu Santo sobre sus discípulos. Fue oportuno el tiempo para establecer la Iglesia. Proporcionó un rápido crecimiento a la Iglesia Cristiana. El regreso de aquellos hombres a su propia tierra y hacerse testigos de Cristo, contribuyeron a la obra efectiva de la Iglesia Cristiana en el mundo. Cuando más tarde los apóstoles hallaron personas en esos lugares, hallaron personas que ya creían en Cristo.
  • Conclusión
Razones tenemos, pues, para dar gracias a Dios por haber establecido su Iglesia de una manera tan maravillosa. Nosotros ahora tenemos el privilegio de ser miembros de esa Iglesia. El Espíritu Santo ha obrado la fe en nuestros corazones mediante el Evangelio de Jesucristo. Al igual que los miembros de la Iglesia primitiva, agradezcamos sinceramente esta bendición divina. Sigamos también el ejemplo de ellos y llevemos el Evangelio a lodos los confines de la tierra. Y así, por medio del Espíritu Santo, muchos serán añadidos diariamente a la Iglesia Cristiana, la comunión de los santos. Amén.
Pastor Juan W. Behnken.

martes, 3 de junio de 2014

Gracia y paz de nuestros Señor Jesús. Aquí os remitimos el link para que accedáis al sermón predicado el domingo 1º de Junio en la congregación Emanuel de Madrid. El mismo fue predicado por el pasttor Claudio Herber, quien se desempeña como Supervisor de las Misiones de la Iglesia Evangélica Luterana Argentina. Es nuestro deseo que la Palabra de Señor los anime a vivir confiados en su cuidado e intercesión.

http://luteranos.net/wp-content/uploads/2014/06/Sermón-Claudio-2.mp3