lunes, 24 de julio de 2017

Quinto Domingo después de Trinidad.

Encuentros con Dios

     Es normal que Dios nos viene a través de medios.  En el principio, Adán aprendió de su necesidad de una mujer, una ayuda idónea, su compañera de vida, a través de hacer su tarea, recibida del Señor, de nombrar a todos los animales.  
     Dios les ofreció al hombre y la mujer que coman para la vida eterna desde el Árbol de Vida.  
     Dios probó su fe a través de su restricción sobre el comer del fruto del Árbol del Entendimiento del Bien y del Mal.  
     Después de la Caída en Pecado, aún más Dios tenía que venirnos y comunicar con nosotros por medios, puesto que ya era peligroso para nosotros pecadores estar en la presencia del Dios Santísimo, porque su esencia justa y santa destruye y echa aparte a toda cosa pecaminosa.  Así que, desde una zarza ardiente, en una nube, en una columna de fuego, y, más que todo, por su Palabra, procedente de la boca de sus profetas, el Señor se encontraba y comunicaba y bendecía a su Pueblo.    
     Elías fue uno de estos profetas de Dios, uno de los mayores.  Fue un hombre de fe, y acción, un hombre de la Palabra, un predicador y hacedor de milagros en el Nombre del Señor, un hombre a quién vino personalmente y con frecuencia la Palabra de Dios.   
     Pero en nuestra lectura del Antiguo Testamento de hoy, Dios viene a Elías por un modo especial.  Parece que esto fue por causa de los sufrimientos y persecuciones que había sufrido Elías.  La causa del Señor y su Pueblo parecía derrotada:  profetas asesinados, altares derribados, ídolos adorados por la gran mayoría de la gente.  Justo antes de nuestra lectura, en desesperación, Elías pidió al Señor que se deje morir.  El Señor no lo quiso.  Dios tenía todavía algunas tareas pendientes para su profeta valiente.  Lo animó, lo alimentó, y lo envió de nuevo en camino, hasta que Elías vino a la cueva en el monte de Horeb, donde le encontramos hoy.   
     Y el Señor le dijo (a Elías): Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. 
     No se presentó Dios a Elías en el modo que esperaríamos: no estaba en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego.  Más bien Dios vino en un silbo apacible y delicado, en un susurro, una voz pequeña y pacífica.  Qué sorpresa.  
     No nos debería sorprender, porque el Señor siempre ha querido relacionarse con nosotros por medios creados, a través de cosas terrenales, y muchas veces inesperadas.  Pero siempre el Señor nos busca, para bendecirnos.  
     Como Él hizo con Elías.  El profeta fue agotado, y podemos percibir dudas en su corazón sobre el futuro de la misión de Dios.  No obstante, a pesar de sus dudas, el Señor amó a Elías y le dio una audiencia especial, y además, una promesa, dicha en esta voz pequeña: Mi Palabra y mi Misión no van a fallar.  Entiendo que estás cansado Elías, y la situación actual parece fatal.  Pero ¡ánimo!  Todavía estoy guardando en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron. Le dio a Elías instrucciones específicas, para ungir a nuevos reyes, y a un nuevo profeta, Eliseo, para encargarle con las
responsabilidades de Elías.  La Misión de Dios no puede fallar; el Pueblo de Dios siempre será.  Dios mismo lo jura, y nunca fallará en sus propósitos.  Desde una voz pequeña, una promesa grande y consolador.  
     En el evangelio, de San Lucas 5, vemos algo diferente, un encuentro muy agradable.  Vemos que la multitud está buscando oír la Palabra de Dios.  Y la ha encontrado, en la persona de Jesús de Nazaret.  El gentío agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios.  
     Que pudiéramos ver algo parecido hoy en día.  Ahora las multitudes buscan cualquier otra palabra, excepto la de Dios.  ¿Por qué la diferencia, entre el siglo primero y hoy?  
     Bueno, hoy, la vida para muchos es bastante fácil, controlada.  La tecnología y la economía moderna dan a nosotros un nivel de vida que hubiera sido incomprensible durante la mayoría de la historia.  Con estómagos llenos y cuerpos cómodos, no pensamos tanto en Dios y la eternidad.  Después de todo, según muchos de los científicos, los sabios que nos proveen la tecnología que mejora el mundo de hoy, Dios y la eternidad no existen.  Al menos, ellos piensan así.  Dios tiene otra opinión.  Y lo insensato de Dios es más fuerte que los hombres.
     Seguramente, la condición de vida en Israel en el primer siglo fue mucho peor materialmente, una realidad que siempre causa que el ser humano considere a los temas espirituales.  También hay una diferencia en la realidad de la cultura del Israel antigua, una cultura bien basada en la Palabra de Dios, escrito por Moisés, y en los Salmos y los Profetas.  Jesús interpretaba con autoridad la existente palabra de Dios, y declaró que todas las profecías estaban llegando a su cumplimiento, en Él.  Por el amor y el entendimiento de la Palabra de Dios, la gente de aquel entonces estaba lista para escuchar a Jesús, hasta agolparse sobre Él para oírla.       
     Además, junto con predicar el cumplimiento de las promesas de la Palabra de Dios, este Jesús estaba también mejorando las vidas cotidianas de sus oidores, sanando enfermedades, dando de comer, haciendo milagros.  
    Hay lecciones para nosotros en esto.  No sé si alguien de nosotros tenga poderes milagrosos, pero tenemos la capacidad de ayudar a personas.  Igualmente, no sé si vayamos a tener éxito en inculcar un amor para la Biblia en la población general en España.  Ojalá que sí.  Pero tenemos oportunidades menos difíciles, oportunidades de compartir la palabra que son posibles dentro de nuestro alcanzo y capacidad.  
    Estamos aquí hoy, congregado en torno a la Palabra.  Muy bien.  Siempre podemos invitar a asistir a amigos y vecinos.  También pudiéramos oír la Palabra en casa.  Memorizar versículos claves, y así llevarlos por adentro.  Compartir la Palabra con nuestros hijos y nietos.  Expandir las oportunidades de reunirse alrededor la Palabra de Cristo puramente proclamada, por el ministerio de la Iglesia Luterana, nuestra iglesia aquí en España.  Podemos animar los unos a los otros que no dejemos de congregarnos, que es una tendencia latente en cada cristiano todavía viviendo en este mundo. 
     No es dentro de nuestro control el resultado de nuestros esfuerzos de promulgar la Palabra de Dios; esto pertenece al Espíritu Santo.  Pero sí, sabemos que difundir la Palabra es tarea buena, un privilegio de todos los miembros de la Iglesia, y una actividad que nos sirve igualmente.  Mientras proclamamos la Palabra al mundo, nuestros esfuerzos en la misión de Dios resultarán que nos profundicemos en el Evangelio, fortaleciendo nuestra fe y enriqueciendo nuestras vidas. 
     Finalmente, volvamos al lado del lago de Genesaret, y consideremos otro encuentro, el muy especial, entre Simón Pedro y Dios.  Por la captura enorme de peces que habían realizado Pedro y sus compañeros, se dio cuenta que Jesús fue divino.
     Es fácil decir que Pedro no debía haber tenido miedo, porque Jesús es bueno, el Amor de Dios hecho carne.  Y es verdad, Dios, y solamente Dios, es bueno en sí mismo.  Pero esto no quiere decir que la reacción de Pedro fue incorrecta.  No, fue completamente correcta.  Elías cubrió su cara al encontrar la presencia de Dios en un susurro.  Moisés tuvo que quitar sus sandalias ante la zarza ardiente, y se postró con la cara en el suelo.  Al ver el Señor en una visión, Isaías declaró:  Ay de mí, estoy perdido, porque soy pecador, y estoy en la presencia del Altísimo.  Siguiendo esta tradición santa, Pedro, cuando de repente supo que había estado en la presencia de Dios durante un largo rato, dijo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.
      Pedro dio la respuesta de un pecador arrepentido, una vez consciente que esté en la presencia de Dios.  
    Y nuestro Dios, encarnado en Jesús de Nazaret, dio la repuesta del Dios quién nunca va a dejar que su misión fracase:  No temas; desde ahora serás pescador de hombres.
     En el hecho y en el momento que Simón Pedro consideró que fue indigno, y lo confesó, él fue convertido por Jesús en un ser digno, por la gracia de Dios, obrando por la Palabra de Paz:  No temas; desde ahora serás pescador de hombres.  Es como dijo el profeta Miqueas, ¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, hollará nuestras iniquidades. Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados.  (Miqueas 7:18-19)
     No hay un dios como el Señor Dios.   Otros dioses, los falsos, los ídolos, siempre quieren encontrar justicia dentro de las personas, requiriendo que produzcamos nuestra propia santidad.  Pero nuestro Dios trae la justicia, su propia justicia, para dárnosla, y por eso hacernos santos.  Desde mucho antes de su conversación en susurro con Elías, Dios había sido preparando la entrega de su justicia y gracia a nosotros.  
     Este mismo Simón Pedro, pescador, iba a cambiar de carreras, para pescar a pecadores.  Su cebo sería, otra vez y como siempre, la Palabra de Dios, específicamente el Evangelio de la muerte y resurrección de Cristo para el perdón de los pecados.  
    Somos beneficiarios y participantes en esta misma misión de Dios.  Aquí, hoy en día, el Señor nos encuentra y nos comunica a través de los medios elegidos de Él:  todavía la Palabra, y también la Cena misteriosa, donde recibimos perdón, vida y salvación, entregado a nosotros por el pan y el vino, cambiado por el Espíritu en ser también el cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo.  
     Por eso, aunque últimamente la situación de la Iglesia de Cristo nos parece muy mal, y aunque quizás tu propia fe te parece débil, no temas.  No pierdas la esperanza porque tu consciencia tiene fuerte lucha con tus pecados.  Cuanto más sientas deshonra por tu pecado, siempre que lo confiesas y deseas la salida de tu pecado, cuanto más rápido el Señor Dios imparta su gracia a ti, junto con la fuerza de seguir a Él.  Por eso Dios nos ha congregado aquí.  Y Él va con nosotros después, para realizar todas sus promesas a ti, y a todo el mundo, 
En el Nombre de Jesús, Amén.    

miércoles, 1 de marzo de 2017


16 Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.



Cuando ayunéis…  ¿Qué dijo Jesús?  ¿Vamos a ayunar? 



Entramos en la temporada de la Cuaresma, 40 días de preparación para la Pascua de Resurrección, seis semanas de… ¿seis semanas de qué?   Esta noche vamos a considerar el porqué de la Cuaresma, a través de meditar un poco en el ayuno. 



Nuestro Señor nos ha hablado de varios hábitos:  de dar limosnas, y también de orar.  De hecho, los versículos quitados de nuestra lectura de San Mateo, versículos 7 a 15 del sexto capítulo, contienen el Padrenuestro.  También contienen la enseñanza sobre la importancia de perdonar a nuestros hermanos, para que no perdamos el perdón de nuestro Padre en los cielos.  Jesús nos habla de la importancia de las limosnas, de las oraciones, y del perdón.  Creo que todas estas cosas nos parecen cosas normales de la vida cristiana.  ¿Pero ayunar?  ¿Renunciar el comer?  ¿Por qué?  ¿Cuándo?  ¿Y por cuántos días? 



No sé si algunos de vosotros tienen experiencia con ayunar, pero seguramente, no es muy común en nuestro entorno del siglo 21.  Creo que ayunar es un poco difícil a imaginar, porque la comida es tan abundante en el día de hoy, y tan buena.  Muchas comidas que hace poco fueron exquisiteces ahora son comunes.  Pero, si el ayuno era algo común en el primer siglo, cuando la hambruna fue una amenaza común, quizás nosotros, que no sabemos nada de hambre, deberíamos pensar un poco más en ayunar de vez en cuando.  



Pero como siempre, cuando pensamos en cómo vamos a vivir como cristianos, debemos investigar los motivos, para no ser hipócritas.  Porque el exterior no importa tanto al Padre, pero más bien el corazón, la voluntad desde que surge nuestras acciones.  Entonces ¿Por qué ayunaríamos? 



No para ganar perdón y salvación; no ayunamos para conseguir nuestra propia justicia.  Esto es la idea fundamental de nuestra lectura, que no hagamos estas obras buenas para recibir reconocimiento público como buenos cristianos.  No porque Dios no quiere que las obras buenas de su pueblo no sean vistos.  En el mismo evangelio Jesús dice: “Vosotros sois la luz del mundo; … Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”  (San Mateo 5:14-16). 



El problema no es que alguien vea nuestras buenas obras, sino que pongamos nuestra confianza en ellas, porque hacerlo es la perdición.  Si confiamos en nuestras obras, no estamos confiando exclusivamente en la obra salvadora de Dios, revelada a nosotros en Cristo Jesús. Y Él es nuestra justicia, nuestra salvación, nuestra santificación.  Solo Él.  No hay salvación en ningún otro nombre.  Entonces, si la meta de nuestras oraciones, nuestras limosnas, y nuestros ayunos es dar la impresión que, por estos, ganamos la justicia necesaria para la salvación, denegamos el evangelio y rechazamos a Cristo y su sacrificio para nosotros.            



La motivación correcta para orar, dar limosnas, perdonar y ayunar es la fe verdadera en Cristo, una fe que reconoce que no podemos contribuir nada a nuestra propia salvación, una fe que se regocija en la buena noticia que Jesús ya ha hecho todo para nosotros, y que nos regala la salvación gratuita.  La fe verdadera, segura en el amor de la Cruz, busca sin compulsión seguir a Jesús.  La fe nos da el deseo de imitarle, dentro de las limitaciones de la criatura.  La fe verdadera no busca recompensa o reconocimiento, porque ya ha recibido todo, en Cristo. 



Entonces, ¿Por qué ayunaríamos?  ¿O por qué renunciaríamos alguna cosa durante la Cuaresma?



Primero, por el ejemplo y dicho de Jesús.  Nuestro Señor nos enseña y nos dice que es una cosa normal de la vida bautismal.  Como vamos a oír en el evangelio del domingo que viene, justo después de su Bautismo, Jesús mismo ayunó por nosotros, en el desierto, al principio de su ministerio.  Es de la experiencia de Jesús, ayunando 40 días en el desierto, que la Iglesia cogió la idea de 40 días de Cuaresma, y también la tradición de ayunar o renunciar algunas comidas durante la temporada pre-Pascual.   



Además, ayunaríamos para reconocer que somos hombres, no dioses.  El ayuno nos ayuda recordar que somos polvo y al polvo volveremos.  Somos seres frágiles, que sin comida muy pronto debilitamos.  El recordatorio que nuestra existencia física depende en la bondad de Dios también nos ayuda recordar que lo mismo es la verdad de nuestra existencia espiritual. 



Además, cuando nuestra hambre nos toca durante la Cuaresma, es un recordatorio de lo que nos ha hecho el Hijo de Dios, renunciando toda la gloria y majestad de su trono en los cielos para entrar en nuestro mundo.  Jesús ayunó, andando el camino que no podíamos andar, sufriendo el castigo insoportable, para rescatarnos de nuestros pecados.  



Y desde este recordatorio nos encontramos más listos para comprender que la comida más importante no es para nuestros estómagos, más bien para nuestros oídos.  Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.  El ayuno no debería un tiempo vacío, con solo dolores en el cuerpo.  Deberíamos llenar el vacío con la Palabra de Dios, en la confianza que Dios nos ayuda por el hambre física tener más apetito para su Verdad. 



Finalmente, y más que todo, ayunamos para mejorar la celebración.  Después de ayunar, la primera boca de comida es un trozo del cielo, un placer extraordinario, creado por la ausencia.  Después de una separación, el abrazo y beso de su amado es mejor que nunca.  Y, si elegimos de renunciar algo durante la cuaresma, deberíamos planificar una celebración de retorno en el Día de la Pascua de Resurrección, una celebración mundana que refleja el gozo del tesoro real, Cristo, crucificado y resucitado para ti.  



Y por eso, no seamos austeros.  Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, 18 para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público, en la celebración pública de su Iglesia, invitándote al banquete de su Hijo.  Y un día pronto, Jesús mismo te va a recompensar públicamente y eternamente, cuando Él regresa para inaugurar su reino eterno. 



    Cualquier ayuno cristiano es un tiempo de considerar y maravillarse en lo que ha hecho Dios para garantizar nuestra invitación al banquete celestial, donde nunca vamos a faltar ninguna cosa buena.   



Esto es la Cuaresma.  ¿Vas a renunciar algo para la Cuaresma?  Si quieres hacerlo, hazlo con algo bueno, para que en la Pascua puedas celebrar la reanudación. 



Si no quieres ayunar, tal vez renuncias un poco de tiempo, que normalmente usas para ver el televisor, o leer en el Facebook.  Podríamos renunciar este tiempo de entretenimiento, para dar los 5 o 10 minutos cada día, dedicándolo a la Palabra de Cuaresma.  Quizás para leer un evangelio o una carta de los Apóstoles. 



No es un mandamiento, es una oportunidad, de profundizarnos en la historia de nuestro Salvador, quién ayunó y sirvió y murió y resucitó para darnos su infinita vida.  Una bendecida Cuaresma a todos, en el Nombre de Jesús, Amen. 


viernes, 17 de febrero de 2017


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                     


Primera Lección: Jeremías 20. 7-13

Segunda Lección: Romanos 6. 12-23

El Evangelio: Mateo 10. 5a, 12-33

Sermón

         Introducción

No es fácil a veces ser testigos de Jesucristo y su Evangelio en nuestra sociedad. Pero todo depende, por supuesto, de qué Cristo y qué Evangelio estemos hablando. Pues si testificamos de un Cristo que nos enseña a dar consuelo y ayuda material a los necesitados y poco más, no será muy problemático testificar de él. Igualmente si testificamos de un Cristo que exhorta a los hombres a convertirse en buenas personas y a vivir una vida más o menos decente, tampoco serán muchos los obstáculos que encontraremos. Hablar del Cristo social y reivindicativo mucho menos será un problema, en una sociedad tan tocada ahora por cuestiones sociales y similares. Y si nos quedamos en la creencia en el Cristo histórico, que vivió hace unos dos mil años, y que pasa por ser uno más de los diversos fundadores de religiones, y que no me compromete a nada en concreto en mi vida, nada habrá que temer por dar testimonio de él.

Sin embargo, Jesús advirtió a los discípulos que, a causa de su nombre, los hermanos darían muerte a sus hermanos, los hijos se levantarían contra los padres, y ellos mismos serían aborrecidos. Entonces, ¿de qué testimonio, y sobre todo, de qué Cristo estamos hablando?. ¿Por qué y a causa de qué debemos asumir que, por causa del nombre de Cristo, se pueden llegar a sufrir tribulaciones,  persecución y, llegado el caso, tener que huir de ciudad en ciudad?. Vamos a profundizar un poco en la realidad de Cristo y su Evangelio, y podremos entender por qué si el cristiano vive demasiado cómodamente su testimonio, y la Iglesia su misión, es que algo ciertamente no va bien.

         Comienza la Misión

Desde los primeros días de su ministerio público, Jesús dejó claro que su Evangelio, su Buena Noticia no debía alcanzar sólo a un reducido grupo de  personas. Era necesario proclamarlo y llevarlo a todos aquellos a los que fuera posible. Y así, podemos leer en el Evangelio de Mateo que Jesús envió a los doce primeros discípulos, los Apóstoles, a proclamar su mensaje a los judíos. Ni samaritanos, ni gentiles, sólo judíos en esta primera misión. Y no es que Jesús rechazase a todo aquél que no fuese judío; ni mucho menos que el Evangelio no fuese para ellos, no. El Señor quería que esta misión, “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v6), fuese la proclamación del cumplimiento de las promesas mesiánicas que Dios hizo a su pueblo por medio de los profetas: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Is 9.2). Dios estaba cumpliendo estas promesas para Israel en la persona de Cristo, la luz había resplandecido sobre ellos y todos debían saberlo

Debían pues los Apóstoles ir ciudad por ciudad, aldea por aldea, casa por casa, llevando poco más que la Palabra de Dios. Y según su costumbre la llegada sería acompañada de un “!Shalóm¡, la paz sea con vosotros”. Y ciertamente no había mejor comienzo para proclamar al “Príncipe de la Paz” (Is 9.6) que con el saludo de la paz. Pues sólo en Cristo podemos hallar verdadera Paz, no la paz basada en las seguridades humanas, sean cuales sean, sino la Paz que nos ha reconciliado con el Padre, y que nos ha abierto las puertas a las moradas celestiales. No fue una tarea fácil para ellos llevar a cabo esta labor en una tierra dura y árida como Israel,  apegada a siglos de tradiciones religiosas y la búsqueda de la auto justificación ante Dios por medio de la Ley. Jesús venía sin embargo a romper con todo esto, y a anunciar que Dios sólo espera de nosotros, no una multitud de sacrificios u obras que ofrecerle, sino un corazón contrito y humillado: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”(Sal 51.17). Pues sólo un corazón así, podrá entregarse luego a Cristo en fe.

Pero el pueblo de Israel rechazó en gran parte este mensaje de parte de Dios proclamado por los Apóstoles, y Cristo fue finalmente sacrificado para llevar a cumplimiento la promesa de Dios de redimir a su pueblo con la sangre de un inocente: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is 53.6). Y tras esta primera misión, con la que el Señor los preparó y curtió, podríamos decir, los discípulos fueron finalmente enviados con un objetivo más ambicioso si cabe: “id y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28.19). La misión que había comenzado en Israel, se extendía ahora hasta los confines de la Tierra.

         El anuncio de la persecución y el rechazo

La proclamación del Evangelio es algo maravilloso. Por medio de ella se nos anuncia liberación y reconciliación con el Padre por medio de Cristo, y como consecuencia de ello, la promesa de una vida futura en el Reino celestial. Cualquier otra cosa a la que podamos aspirar en este mundo, no será sino basura comparado con la increíble oferta de gracia y Amor del Padre en Cristo Jesús:  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil 3.8).

Sin embargo, la Buena Noticia del Evangelio, lleva implícita otra noticia menos agradable pero de la que es necesario tomar conciencia previamente: que somos pecadores desde nuestro nacimiento (Sal 51.5), y que el pecado nos aparta y aleja de la presencia de Dios. Es por ello que la primera llamada antes de la proclamación del Evangelio, es la llamada al arrepentimiento: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el Evangelio” (Mr 1.15). Y aquí es donde encontramos el primer problema con el ser humano, pues su corazón de manera natural e instintiva, rechazará esta realidad de su necesidad de arrepentimiento, de su pecado, y la combatirá en su interior. Sí, el pecado mora en nosotros y es como una coraza que nos envuelve e impide ver con nitidez la Verdad, aún teniéndola frente a nosotros, pues: el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1ª Cor 2.14). Así el hombre, en su estado natural, se rebelará y cerrará su corazón a la proclamación del Evangelio, y puede ocurrir que, cuando llegue a ver esta Buena Noticia como una seria amenaza para sus seguridades, para sus ídolos personales, y en definitiva, para una vida donde prevalece su propia voluntad y no la de Dios, entonces ignore, rechace, ridiculice o ataque y trate de destruir todo intento de proclamación del Evangelio, y en casos extremos incluso a aquellos que lo proclamen, y:“el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los hará morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (v21-22). Todo aquel que ha proclamado la necesidad  de arrepentimiento y conversión del corazón, y anunciado el perdón ganado por Cristo por nosotros en la Cruz, ha podido experimentar  en algún momento aquello de lo que Jesús nos advirtió. Puede ser que sólo haya sido en forma de indiferencia, o de abierto rechazo, o que haya sido ridiculizado. Es posible que haya sufrido discriminación o el vacío a causa de su testimonio. Hoy incluso, son muchos aún los que pagan con la cárcel, la tortura o su vida el ser testigos de Cristo. De todo ello sin embargo ya se nos advirtió, pues: El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor.
Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?” (v24-25). Somos llamados sin embargo a perseverar, y a confiar en que nuestro testimonio, sirve al Espíritu Santo para su obra de conversión. Por ello ante el rechazo o la persecución, como nos enseña el profeta Jeremías: Avergüéncense los que me persiguen, y no me avergüence yo“ (Jer 17.18).

         Sin temor con Cristo

El temor a la persecución o al rechazo, conlleva el peligro de dejar de ser fieles al testimonio de Cristo. Y hay dos manera claras de hacerlo: la primera es silenciando este testimonio, ocultando la luz del Evangelio de perdón de pecados, pero: ¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?” (Mr 4.21). Como creyentes somos llamados a dar un testimonio permanente, pues en verdad nos ha sido dicho: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5.14).Así cada creyente, llegado el momento, se convierte en un nuevo Apóstol de Jesucristo, y su testimonio de palabra y de vida, es como una luz que alumbra a sus semejantes. La otra forma de no ser fieles al testimonio al que hemos sido llamados es más sutil, y por ello peligrosa. Se trata de proclamar un perdón sin arrepentimiento. Pues ya hemos dicho que el principal problema del hombre es su negativa a reconocerse pecador, y necesitado de la gracia y misericordia de Dios en Cristo. Algunos entonces, ante el temor al rechazo, optan por mutilar la proclamación íntegra del Evangelio, la cual llama, no a los que se creen justos, no a los que se creen sanos, pues: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mr 2.17). Por tanto, una proclamación del Evangelio que no venga precedida de una llamada al arrepentimiento no será sino un tipo de leche espiritual adulterada de la que nos advierte el Apóstol Pedro (1ª P 2.2). Será la pomada sobre la infección que no ha sido sanada, y tendrá como efecto el que los impenitentes serán reafirmados en su impenitencia, y confortados con falsas promesas de un perdón que en verdad no pueden recibir.

No tengamos pues temor de llamar al arrepentimiento y la conversión de los corazones, y proclamar seguidamente el puro Evangelio del perdón de pecados en Cristo Jesús, pues: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.
 Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (v32-33).

Conclusión

A nadie le gusta ser aborrecido, pero esta puede ser precisamente, la recompensa de aquellos que proclamen íntegramente y en fidelidad a Jesús y su Evangelio. Pero si tratamos de evitar esta situación de rechazo, con una proclamación  que no llama a los pecadores al arrepentimiento para llevarlos luego a Cristo, debemos entonces revisar qué y a quién proclamamos. Pues Cristo vino a buscar a los perdidos, a los pecadores, a los desheredados del Reino, para justificarlos ante el Padre, para ganar su perdón definitivo y darles vida eterna. Y éste es el puro Evangelio, y la Buena Noticia para todos los pecadores arrepentidos, que:Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Rom 5.19). ¡Que así sea, Amén!. J. C. / Pastor de IELE

martes, 6 de diciembre de 2016

Adviento.


San Lucas 21:25-36

Adviento 2



En el Nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Jesús dijo, “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.”

Está claro que Jesús se está refiriendo aquí a su Segunda Venida…

Al Día del Juicio.

Hoy tenemos otra lectura más de Adviento que parecer sonar extraña en nuestros oídos en este tiempo del año litúrgico.

Podemos ver en nuestra ciudad decoraciones con Belenes y otras decoraciones navideñas en las calles...

Pero puede ser un poco extraño para nosotros el venir al Servicio Divino, y no escuchar casi nada sobre Jesús el bebé recién nacido.

La semana pasada la Lección del Evangelio fue sobre la entrada triunfal de nuestro Señor en la Ciudad Santa de Jerusalén...

Y esta semana tenemos una Lección del Evangelio proclamando el inminente y repentino regreso de Cristo para juzgar a los vivos y los muertos.

Y todo esto mientras que el mundo afuera está asando castañas y colgando las luces de Navidad.

De hecho, llegamos a la segunda semana de Adviento, y no podemos dejar de resaltar cómo el mundo no tiene conciencia de este tiempo litúrgico.

Hay adornos de Navidad casi por todos lados...

Y las cosas de Navidad ocupan pasillo tras pasillo en Carrefour.

Y mientras, el mundo vive de consumo en consumo durante la temporada de Adviento...

Y aquí estamos en la Iglesia, mirando y esperando...

Cantando los himnos del Adviento...

Con un pastor que lleva una estola violeta...

Aparentemente fuera de tono con la proclamación del mundo de lo que es la Navidad...y de cómo debería celebrarse.

Pero en lugar de las Lecciones del Evangelio que proclaman el nacimiento del precioso Bebé de Belén...

Tenemos lecturas destinadas a despertarnos de este ensueño mundano...

Lecturas que pretenden despejar nuestras cabezas de las visiones de las castañas y chocolates.

Y que en su lugar, nos llaman de vuelta al mundo y a la Palabra.

Así, nuestro Señor nos advierte en el Evangelio de hoy, “erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.”

Y nos habla en esta parábola de la higuera.

Nos insta a permanecer despiertos...

Así les dijo, “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida,

y venga de repente sobre vosotros aquel día.

Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.

Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán,

y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.”

El amor es la razón de nuestro Señor para hablarnos así...

Amor, que nos advierte que estamos en peligro de destruirnos a nosotros mismos...

Preocupados con las cosas de este mundo...

Y no mirando ni esperando la gloriosa venida de nuestro Señor.

Siempre ha sido así.

La Humanidad pecadora siempre ha vivido como si nosotros mismos fuésemos lo único que importa.

Y vivimos nuestras vidas como si fuéramos lo único que importa.

Tal vez esto es aún más cierto durante esta temporada del año que en cualquier otro momento.

Las listas de Navidad están en nuestras mentes, preocupados por las compras...

Olvidando el hecho de que Jesús está regresando, tal como Él dijo que haría.

Vivimos cada día como si Jesús no fuese a volver hoy...

Ignorando el hecho de que Él podría hacerlo.

Tal vez ese sea el gran beneficio del Adviento para nosotros.

Nos endereza y levanta nuestras cabezas, porque nuestra redención se acerca.

Nos llama fuera del frenesí del mundo, y en sobriedad...

Y nos da una perspectiva correcta.

El Adviento nos enseña, a la gente que está acostumbrada a conseguir todo ahora, sin esperar, que deben practicar un poco la "paciencia por la gratificación"...

Nos da una buena y dura sacudida, en el momento en que más lo necesitamos...

Nos entrena para observar, y esperar.

El Adviento nos señala a Cristo, y nos prepara para regocijarnos ante la llegada de nuestro Rey y Salvador.

Porque eso es lo que sucedió en esa primera mañana de Navidad.

El eterno Hijo de Dios descendió del cielo, de la mano derecha del Padre...

Él tomó carne humana, obedeció su propia ley perfectamente...

Y murió para salvar al mundo... para salvarte...del pecado y de la muerte…

Para salvarte de la muerte eterna.

Y este mismo Jesucristo resucitó de los muertos, para la gloria de Dios el Padre...

Y vendrá otra vez, en gloria, para juzgar a los vivos ya los muertos.

Y el Adviento nos enseña a observar y esperar, tal como Jesús nos enseña en el Evangelio de hoy...

Para que nuestros corazones estén listos cuando nuestro Señor regrese, y estemos preparados para el regreso de nuestro Rey.

Por eso el Señor nos ha dado la Iglesia en la tierra, la Iglesia Militante...

Para preparar el camino para el Señor...

Para mantener un ojo atento para el día de Su venida...

Para mantenernos sobriamente alerta, mientras el mundo dormita en un ebrio estupor...

Para vigilar...

Para encender velas de Adviento en la oscuridad...

Para mirar, y orar, y esperar...en una alegre expectativa...

Para reunirnos en torno a la proclamación del Santo Evangelio...

Para escuchar Su Palabra de Absolución...

¡Porque en verdad sois perdonados!

Para comer y beber el Santo Cuerpo y la Sangre de Cristo... la comida que nos sostiene mientras observamos y esperamos...

Alimento que no pesa sobre los corazones, sino que los eleva.

Sois los santos hijos bautizados del Único Dios Verdadero...

Y tu Dios ha prometido fortalecerte y guardarte...y Él lo hará.

Ven entonces, come y bebe...estando alegre, mientras observas y esperas...

Porque vuestro Rey viene a vosotros...justo y teniendo salvación en Él.

Y en el oír su Palabra, y en la recepción de su bendito Sacramento...

Jesús te está preparando para Su regreso.

Pronto habrá un tiempo de fiesta y regocijo...eternamente, en el cielo de nuestro Señor...

Pero por ahora, seguimos observando y esperando...

En el Nombre de + Jesús. Amén.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Miércoles de Ceniza.

Míercoles de Ceniza, Sermón sobre Salmo 51
Pastor Adam Lehman, traducido por Pastor J. García  

Salmo 51
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
11 No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
12 Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti.
14 Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación;
Cantará mi lengua tu justicia.
15 Señor, abre mis labios,
Y publicará mi boca tu alabanza.
16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
No quieres holocausto.
17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
18 Haz bien con tu benevolencia a Sion;
Edifica los muros de Jerusalén.
19 Entonces te agradarán los sacrificios de justicia,
El holocausto u ofrenda del todo quemada;
Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.




En el Nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
     El Salmo 51 es un regalo maravilloso para la iglesia. De hecho, la comprensión de este bendito Salmo es necesaria y profundamente útil de muchas maneras. Este salmo contiene la instrucción de las partes principales de toda la fe cristiana. Nos enseña sobre el pecado, el arrepentimiento, la gracia y la justificación, así como la enseñanza sobre el culto que debemos prestar al Único Dios Verdadero. Finalmente, nos enseña sobre la confesión y la absolución, y por eso, es referido a menudo como un "salmo penitencial."

Tal como enseñamos en el Catecismo Menor:  La confesión tiene dos partes.
     En primer lugar, confesamos nuestros pecados, y en segundo lugar, recibimos la absolución, es decir, el perdón del pastor como de Dios mismo, sin dudar, y con la convicción de que por medio de ella nuestros pecados son perdonados ante Dios en el cielo. (Catecismo)

     A través de la pluma del Rey David, nuestro Señor nos presenta ambos (confesión y absolución) ante nosotros esta tarde. Al comienzo del salmo le vemos profundamente preocupado por el conocimiento de su pecado y el peso de su conciencia. "Ten piedad de mí, oh Dios," escribe, "limpia mi pecado! Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. ". Y al final del Salmo vemos a David consolado por la gracia y la misericordia del Señor. Está tan lleno de alegría por el perdón de los pecados que simplemente no puede contenerse. Y así escribe, "mi lengua cantará tu justicia. Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. ". David sabe que ha sido perdonado de su profunda maldad. De hecho, la historia en 2º libro de Samuel, capítulo 12 es bien conocida. Los pecados de David incluyeron el adulterio, la mentira, el asesinato, abuso de autoridad, y encubrimiento de sus pecados; acumulando pecado sobre pecado.



     Con esto en mente, vemos que David es un ejemplo de todos los hombres, incluidos nosotros. Uno a uno rompió cada uno de los mandamientos del Señor. Sin embargo, se negó a reconocer su pecado. Y esta negativa a reconocer el pecado fue lo más peligroso para su alma eterna. David quería ser conocido como un rey justo y santo. Él quería que sus pecados fuesen secretos para todos. Por lo tanto, se negó a admitir su pecado. Se negó a arrepentirse. Es por esto que el Señor envió a Natán el profeta a David: para enfrentarse a él con la Ley, pero no para destruirle, aunque lo merecía. Dios envió a Natán a David para llamar a David al arrepentimiento, a fin de que pudiera recibir el perdón. Y con el perdón, él también recibiría la vida y la salvación.

     A la luz de lo expuesto, la tragedia de David se convierte en un ejemplo muy emotivo del pecado, y aún más, de la gracia. Y sin esta visión de la vida de David, tendríamos una imagen totalmente distorsionada de este patriarca en la fe.

     Si la Santa Escritura no nos hubiera hablado de este vergonzoso recuento ¿quién creería que un hombre tan santo podría caer tan bajo? Después de todo, a través del Espíritu Santo, David había instituido el culto de Jehová en el tabernáculo. Había escrito bellos himnos cantados por los fieles ... Había ganado muchas batallas militares, en las que el Señor había luchado en su nombre. Confió totalmente en el Señor para la victoria. De hecho, fue el elegido directamente por el Señor para servir como el rey. Incluso el propio Mesías sería luego conocido como el Hijo de David.

     Y, aun así, un hombre tal cayó en pecado. Y el gran rey David no cayó en un mero "pecado pequeño", sino en muchos pecados realmente graves.  Y lo que es peor, cayó en la impenitencia. Cayó en una arrogancia tal que se negó a arrepentirse. Y si un hombre como David pudo caer tan miserablemente que Natán tuvo que enfrentarse con él cara a cara, entonces desde luego, nosotros no estamos exentos de una caída similar que puede hasta destruir el alma. Nosotros también debemos ser confrontados con nuestro pecado. Nosotros también tenemos que tragarnos nuestro orgullo pecaminoso, y humildemente caer de rodillas ... Arrepentirnos ... pidiendo la misericordia de Jehová. Debemos ser honestos con nosotros mismos sobre lo que realmente somos: pobres, miserables pecadores, mendigos ciegos que necesitan desesperadamente de la misericordia de Jehová.

     Esta noche el Señor nos habla palabras que son muy difíciles de escuchar. Pero también nos entrega las palabras más dulces que los oídos pecaminosos pueden jamás oír. Incluso, al mismo tiempo que estamos abatidos por el reconocimiento de nuestras transgresiones profundas, somos elevados por la bendita palabra de su perdón. Nuestro Señor nos llama a arrepentirnos de nuestros pecados, y por ninguna otra razón que con el fin de que recibamos el perdón, la vida y la salvación. No confesamos nuestros pecados por el mero bien de la confesión de nuestros pecados. No, confesamos nuestros pecados, a fin de que recibamos la sagrada absolución.

Como dice en el Catecismo, En primer lugar, confesamos nuestros pecados.
En segundo lugar, recibimos la absolución ...
Es decir, el perdón del pastor como de Dios mismo ...
Sin dudar, pero con la convicción de que por ella nuestros pecados son perdonados ante Dios en el cielo. (Catecismo)



     Natán fue enviado a David con el fin de que pudiera ser llevado al arrepentimiento, y que pudiera recibir el perdón, la paz, y el gozo de ser justo antes con Dios. Nos hemos reunido aquí esta tarde para el mismo propósito. Habéis llegado a confesar vuestros pecados, a fin de que podáis recibir el perdón, la paz, y el gozo de ser justo antes con Dios. Y debido a la pasión y muerte de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, estáis perdonados. De las llagas de Cristo Crucificado fluye el perdón de todos tus pecados. Y de esas heridas fluye la paz eterna entre tú y tu Padre celestial. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesucristo es el Cordero de Dios que ha muerto para el perdón del pecado de David. Jesucristo es el Cordero de Dios que ha sufrido y muerto con el fin de que tú puedas vivir. Por ello estás perdonado.



Como dista el oriente del occidente, tus pecados son perdonados, en el Nombre de Jesús +. Amén.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Vigésimo cuarto domingo después de Pentecostés, 8 de noviembre, A+D 2015
El Viudo Pobre y Generoso - San Marcos 12:41-44

     Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho.   Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante.  Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca;  porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.

     ¿Por qué Jesús alabó tanto la ofrenda de la viuda?  Hace una semana celebrábamos la Reforma, el retorno de la iglesia al verdadero evangelio de Cristo Jesús.  Como oímos del San Pablo el 31 de octubre,  Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, … la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia,  por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,  siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,   Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. 

     El corazón de la doctrina de Cristo es que nuestras obras no nos salvan, sino que Dios nos salva por gracia y fe.  Salvación es un regalo de Dios, completamente gratuito y no merecido, recibido por todos que creen que sus pecados son perdonados por causa de la muerte y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. 

     Muy bien, buenas noticias.  Pero hoy, Jesús alaba a la obra buena de la viuda, que ella dio más que todo, aunque el valor económico de su ofrenda fue muy poco.  Nos parece que Jesús nos da un estándar muy alto, que debemos dar a la iglesia todo lo que tenemos.

    Es difícil de entender.  Este es el mismo Jesús quien también dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado, y en otro sitio Jesús dice, Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.   Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.   Cuando una vez sus discípulos expresaron asombro de qué difícil es ser salvo, Jesús les respondió: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. 

     Con muchas palabras, y con su vida, muerte y resurrección, Jesús proclamó que la salvación es por gracia, un regalo de Dios recibido por fe, y no ganado por las obras.  Pero hoy, Jesús alaba las obras de la mujer, la viuda pobre, y a la vez aparentemente estableciendo “todo” como el nivel de ofrenda que es aceptable a Dios.  ¿Qué pasa?

      Nosotros esperamos que haya una vía de escape de esta doctrina muy incómoda.  No queremos dar ofrendas como la viuda.  No queremos dar todos nuestros bienes a la iglesia.  No podemos escapar la verdad, que a cerca de la tema de dar a la iglesia, somos muchas veces egoístas, somos muy avaros.  Recitamos las palabras del Rey Solomon justo antes de la ofrenda en la liturgia de la Palabra y Santa Cena: ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes?  Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos.  Recitamos las palabras, ¿pero cómo son nuestras acciones?  ¿Cómo están nuestros corazones acerca del tema de ofrendas? 

     Si el ejemplo de la viuda pobre y generosa nos duele porque no somos dadores alegres, y por eso tenemos miedo que Dios no nos ama, este sentimiento también es un don de Dios.  Porque ser egoísta y avaro es un pecado grave, peligroso, y común.  Necesitamos esta palabra de la Ley, para revelar el pecado que todavía existe en todos nosotros.  El amor al dinero es raíz de muchos tipos de mal. Arrepiéntete.   

     Arrepiéntete, y oye las buenas noticias, que aun este pecado está cubierto por la sangre de Jesús.  Cree, y no dudas: el perdón de pecados y la vida eterna en el reino de Dios son tuyos.  Porque el Viudo Pobre y Generoso ha dado todo lo que tenía, para servir a su iglesia.

     Hablaremos del Viudo Pobre y Generoso en un momento.  Pero antes, nota bien que Jesús no dice que todos nosotros necesitamos dar todos nuestros bienes a la iglesia.  Ni dice Jesús que la obra buena de la viuda es la causa de su salvación.  Ella, como todos los hijos de Adán y Eva, fue una pecadora, y requería la salvación que solo Dios podía ofrecer, la salvación de Dios que es por gracia, un regalo dado en la persona de Cristo Jesús, un regalo recibido al momento que se cree que por su muerte y resurrección, todos los pecados son perdonados, y el cielo está abierto. 

     Además, Jesús no alaba a ella solamente para darnos una palabra de la ley, aunque claramente todos nosotros la necesitamos.  Hay, al menos, una cosa más para nosotros en esta historia.  La viuda pobre y generosa nos da un ejemplo, sí, pero aún más, ella nos ofrece una imagen del evangelio.  Porque ella dio todo, por la causa de la iglesia de Dios.  ¿Quién más dio todo por el bien de la iglesia? 

     Jesús.  Sí, claro que sí, Jesús dio todo por el bien de la iglesia.  Por eso, podemos llamarle El Viudo Pobre y Generoso.  ¿Qué es un viudo? Un viudo es un marido cuya esposa ha muerto.  Y esto seguramente describe a Jesús, porque Él es el verdadero Dios, el marido de Israel, el marido del pueblo de Dios.  Jesús es el marido de la iglesia, que es su novia.  Y por el pecado, por el egoísta y la avaricia, y por muchos otros pecados, la novia de Jesús había muerto.

     Para resucitar a su novia, para dar nueva vida a su pueblo, a su iglesia, Jesús vino a este mundo pecaminoso.  El Hijo de Dios, la segunda persona de la Santa Trinidad, eterno Dios de eterno Dios, se hizo hombre, un hombre pobre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado.  El Viudo Pobre y Generoso dio todo, y su “todo” no era solo un poco.  Jesús tuvo todo, todo honor y gloria y poder y gozo, en la diestra de Dios Padre. 

     Todo esto Jesús lo dejó, su trono en gloria, su poder y majestad, dejando al lado todos los bienes en el universo, para servir a nuestra necesidad.  Su sangre te lava de todos tus pecados.  Estás perdonado.  Y por la resurrección de Jesús, ahora todas vosotros tenéis una parte de todas sus riquezas, guardado para vosotros en el cielo.  Aún mejor, vosotros tenéis a Jesús mismo, a quien sois conectados por vuestra fe bautismal.  En Él tenéis el reino de Dios, y un futuro glorioso y eterno.  Con Jesús, todos vosotros tenéis, con la viuda generosa, la Paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, y que guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, hasta la vida eterna, Amén.     
 
                                                 David Warner. 

martes, 23 de junio de 2015

Engrandeciendo al Señor.


Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.   Lucas 1:46-47

El que quiere engrandecer a Dios con muchas palabras y con gritos estrepitosos, procede como si Dios fuera sordo o hubiera perdido el conocimiento, y tuvieran que despertarle. Esto es difamar a Dios, más que glorificarle.

Pero el que con un corazón sincero piensa en las obras de Dios y con admiración y gratitud las contempla, quiere, con celo santo, alabar y glorificar a Dios. Entonces las palabras avanzan por sí mismas y el corazón rebosa, como si quisiera hablar todo el cuerpo.

Este hombre engrandece a Dios en espíritu, y verdad, y en sus palabras con fuego, luz y vida.
 
                                                                                        Martín Lutero.