sábado, 27 de septiembre de 2008

20º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

“Labradores de la viña del Señor”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 5:1-7

La Epístola: Filipenses 3:12-21

El Evangelio del día: Mateo 21:33-43

33 Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. 34 Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos. 35 Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon. 36 Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera. 37 Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. 38 Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. 39 Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron. 40 Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores? 41 Le dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo.
42 Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras:
La piedra que desecharon los edificadores,
Ha venido a ser cabeza del ángulo.
El Señor ha hecho esto,
Y es cosa maravillosa a nuestros ojos?
43 Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él. 44 Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará.

Sermón

La parábola de hoy es bastante clara. Y a buen entendedor pocas palabras. O como decimos en Argentina: a quien le quede el poncho que se lo ponga. Parece ser que los “principales de los sacerdotes y los fariseos” (vrs. 45) entendieron enseguida que Jesús se refería a ellos, o siguiendo con el dicho: se pusieron el poncho.

La pregunta que nos tenemos que hacer nosotros hoy al escuchar estas mismas palabras de Jesús es: ¿Nos quedará a nosotros también este “poncho”?
Los líderes pillaron rápidamente la idea. Los labradores malvados eran ellos. Se habían apropiado de la viña del Señor. Habían matado a los siervos enviados (los profetas) y el Hijo del dueño (Cristo) correría la misma suerte. El Dueño daría la viña a otros arrendatarios.

¿A quién va dirigida la Parábola hoy?

He leído algunos comentarios de teólogos que en la aplicación de la parábola yerran. Pues dicen que en estos tiempos de secularismo el mundo es quién aniquila a los profetas de Dios y dan muerte a Cristo. Esto no puede estar más lejos de la realidad. Este tipo de malas aplicaciones lo que hacen es esquivar el efecto que la ley quiere producir en nosotros. Proyectar la acusación y la culpa en el “mundo” es lo más simple y pernicioso a la vez. La parábola va dirigida a las instituciones religiosas. A los líderes espirituales del cristianismo. A los creyentes. Y nos pregunta directamente ¿estás tú y tú iglesia matando la palabra de los profetas, de Cristo y adueñándose así de la viña del Señor?

LA LEY

La parábola surgió el efecto de ley para los líderes judíos. Los acusaba de algo, y ellos se percataron rápidamente. Como sabemos la ley cumple tres funciones distintas:

1- Espejo. Es decir nos muestra nuestros pecados.

2- Freno. Es decir que ejerce de tope para cuando queremos ir más allá de ella

3- Guía. Nos muestra cómo debemos comportarnos.

En el caso de los sacerdotes y fariseos es evidente que el primer uso de la Ley fue el que los afectó en primera instancia. Se sintieron acusados por un pecado: No solo matar a los siervos, sino también al “hijo del dueño”.

Pero en verdad no era un pecado puntual cometido por ellos, sino de la institución que ellos formaban parte y representaban. Era una acusación al judaísmo instituido que se había apartado de la voluntad de Dios para seguir doctrinas y criterios de “hombres”. Lo condenable eran las ideologías contrarias a la voluntad de Dios que llevaban a estos hombres a querer matar al Hijo del Dios. Y esto aún no había acontecido porque Jesús aún no había sido crucificado. Pero toda actitud humana proviene de una idea.

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!” Mt. 23:37
Seres obcecados por doctrinas erróneas que en el nombre de Dios van en contra de Dios. Recordemos al apóstol Pablo persiguiendo cristianos y por ende a Cristo y su Palabra: “Saulo ¿Por qué me persigues?” Porque una doctrina errónea siempre va en contra de Cristo. Siempre atentará contra él y su Palabra de verdad. Y eso se plasma en actitudes y acciones concretas. Pues la doctrina (la Palabra) es la que te lleva a actuar.

Por ejemplo, si en la Santa Cena decimos que eso que comemos y bebemos bajo el pan y el vino no es el cuerpo y la sangre de Cristo y que él no está verdaderamente presente ahí, estamos aniquilando, mutilando, cambiando, persiguiendo o contradiciendo la expresa palabra de Cristo confirmada por el apóstol Pablo. Como consecuencia de esta doctrina falsa los participantes hacen acto de presencia en un ritual vacío o vaciado por hombres. ¿Y qué beneficio trae esto? Ninguno.
Pues quitan del medio a la piedra angular diciendo: Aquí no está Cristo. Aquí no puede estar. ¡Y mientras dependa de nosotros no estará jamás! No es un tema sin cuidado, y como este podemos abordar muchos más.

En muchas ocasiones me echan en cara que los luteranos ya aburrimos con el tema de la doctrina. Lo reconozco y puede que eso nos juegue en contra y perdamos popularidad. Pero ¿de qué vamos a hablar los cristianos sino de la doctrina de Cristo? Y no nos dejemos embaucar, pues todos, incluso los que no quieren hablar de doctrina, hablan y predican doctrina. Todos sostenemos y formulamos doctrina en la que creemos.

¿El sentido de la doctrina?

Los profetas anunciaban y señalaban a Cristo. La última muestra de esto fue Juan el Bautista. Y el anuncio de la Ley se hacía para que conscientes de la imposibilidad de cumplirla, tomen conciencia de su situación y miseria, y se arrepientan y caigan rendidos clamando misericordia a Cristo. Allí viene la Buena Noticia de Perdón.

“De manera que la ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe”. Gá. 3:24

“Escudriñad las Escrituras, ellas son las que dan testimonio de mí”, dijo el Señor. Toda la Escritura nos lleva única y exclusivamente a Cristo y su perdón. Si nos desviamos de este sentido estaremos aniquilando la obra de Cristo.

Pues sí, tanto la ley como los profetas predicaban, señalaban y llevaban a Cristo. Pero como esto no era lo que querían oír, “no molaba”, mataban a los profetas y distorsionaban el verdadero sentido de la Ley a su antojo y capricho. Aniquilaban al salvador para erigirse ellos como auto salvadores a través del cumplimiento de la Ley. Pero el primer sentido y el más importante de la Ley es desesperarnos. Mostrarnos nuestra imposibilidad. Nos muestra lo feo que somos. Lo malo que somos. Y nos hace correr espantados hacia Cristo. Clamando misericordia, perdón y salvación. Pero si la ley la usamos como un medio de justificación propia, nos volvemos fariseos.

Pues le cambiamos el sentido a la ley y el Evangelio pierde su fuerza salvadora y la gracia de Dios pasa a ser una simple palabra desvirtuada. La ley no nos sirve más que para llevarnos a Cristo o a la condenación.

¡Queremos milagros!

En ocasiones creemos que hace falta algo más que la Palabra y anhelamos milagros como el medio más acertado para confiar en Cristo. Pero lo cierto es que ni ver a los muertos resucitar puede generar fe. Jesús nos envía a Moisés (la ley) y los profetas (anuncio de Cristo) Lucas 16:27-31. Pues la fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios. Y fuera de la Palabra de Vida (Cristo) no hay fe, perdón ni vida. Está todo atado y ligado así.

Pero los seres humanos no nos conformamos con eso. Queremos hacer algo de nuestra cosecha. Queremos poner un sello que refleje nuestra huella o marca. O milagros u obras. Ese es nuestro mal. Queremos más que lo que Dios nos da. Más de lo que necesitamos.
2ª Crónicas 36:14-16 nos relata cómo tanto el gobierno, los sacerdotes y el pueblo de Israel se mofaban de los profetas que él Señor enviaba por misericordia de ellos. Esta actitud no era contra los profetas en particular sino contra la Palabra de Dios que ellos trasmitían. Y ese es el problema de fondo y el más grave, ya que es un atentado contra Dios.

El Señor nos manda a oír a los profetas que él envió y no a anularlos. Pero no se refiere a esta clase de iluminados mordernos que dicen ser profetas al son de las bobadas que van soltando. Ni tampoco habla el Señor de las leyes que los “hombres” van imponiendo según les va pareciendo a antojo y capricho o según el estado de ánimo del pastor de turno. Se refiere a su doctrina de justificación. Al sentido profundo de su obra redentora. A qué buscar de él y dónde encontrarlo: Perdón en la Palabra y los sacramentos seguir andando.

¡Abre tus ojos!

¿La culpa de los líderes libra a los oyentes? La parábola hace clara referencia a los profetas enviados al pueblo y que el pueblo de Dios mataba porque no decían lo que ellos querían oír. Porque profetizaban (predicaban) la Palabra que Dios les daba. Pero eso a los líderes y al pueblo que los seguía no les parecía “guay”. Tanto es así que ya había profetas que se dedicaban a decir lo que el pueblo quería escuchar. ¿Os suena de algo esto? Pues sí, hoy son plagas éstos.

Por esto es importante saber a qué organización pertenecemos o nos asociamos. Cuál es su trasfondo, etc. Hoy proliferan las agrupaciones, las hay de las más variopintas. La religión siempre fue objeto de mercado. Hoy más que nunca ellas se basan en la OFERTA-DEMANDA.

¿A ver quién es el guapo de la jerarquía Católica que se atreve a denunciar el paganismo de muchas de sus fiestas? Quizás alguno lo murmure dentro de su cuarto. Lo más “normal” es que se justifiquen diciendo que todo los que pasa alrededor de la fiesta no es parte de la iglesia, sino del pueblo. La doctrina de Dios se malvende rápidamente en el rastro por no espantar a la “clientela”.

Pero en el ámbito “evangélico” pasa más de lo mismo. Pues el “éxito” del mercado religioso es tener a muchos miembros, con diversidad de doctrinas eso sí. Te puedes encontrar a dos “hermanos” que piensan, creen y confiesan dos cosas totalmente diferentes y contradictorias del mismo Padre celestial, y no pasa nada. “¡En la variedad está el gusto! ¡Viva la diversidad doctrinal! ¡Eso enriquece!” gritan algunos. Mientras el caos y la confusión reinan. Nadie quiere hablar de doctrina en voz alta. Las denominaciones hacen la vista gorda.

De esta forma Cristo se convierte en su “comodín”, que lo usan y sirve para todo. Es la palabra mágica que al pronunciarla te abre la puerta del ecumenismo falso. Es la marioneta en manos de los titiriteros de nuestros días. Ya no persiguen la idea de Cristo, o su imagen, porque es parte del mercado. Lo que se hace es vaciar a Cristo como a un muñeco. Quitar su Palabra, su doctrina y sólo usarlo como “logo, distintivo o marca registrada”. Así, como los religiosos judíos cambiaron el sentido de la ley y se alejaron de Cristo, hoy muchos cambian el sentido de Cristo y se alejan de él aun manteniendo su nombre en su boca, su camiseta o página web. Ya no se mata a Cristo. Ni falta que hace. Ya no se “persigue a nadie” hoy día. Todo se incorpora al mercado. He llegado a escuchar “hermanos” decir: la doctrina divide, Cristo nos une. Pero ¿qué Cristo? Éste que es mudo. Que no dice nada. El Cristo muñequito. Ése es el que une en la ambigüedad y el disparate.
Pero ese no es Cristo.

¿Hay perfección?

En toda agrupación hay “excepciones”. Hubo entre los judíos quienes no actuaron así, ni tergiversaron el sentido de la ley. Hay católicos Romanos que creen en Jesús como único medio de salvación y hay luteranos que mejor perderlos que encontrarlos. Aquí no hablamos de personas puntuales. Todos seremos juzgados individualmente pues la fe es algo personal, que si bien necesitamos compartir, no podemos donar a otro.

Pero sí es importante saber cual es la doctrina oficial de la institución a la que pertenecemos. Pablo les escribía a las congregaciones para que no se le cueles falsos profetas y falsas doctrinas. Había que separar a esta gente, pues ahí radica lo importante. ¿Qué creemos? ¿Qué confesamos?

¿Qué hacemos como consecuencia de ello?

No son pocos los casos de personas que con muchas buenas intenciones y algo de irresponsabilidad se metieron en organizaciones que resultaron fraudulentas. En cuestiones de espiritualidad el mercado está saturado. Cuando Cristo lanza aquella pregunta retórica diciendo:
Cuando regrese el Hijo del hombre ¿hallará fe en la tierra? Es para que pensemos seriamente en ello. Pues los que dicen “señor, señor” proliferan, pero ¿la fe en el verdadero y único Cristo? ¿La fe salvadora? ¿La fe que nace por la Palabra y se aferra a la Palabra de Dios y la confiesa en su pureza y verdad? Eso ya es otro cantar.

La viña de Dios fue “arrendada” a gente que produce los frutos del reino. “Misericordia quiero y no sacrificios”. Se traspasó el reino. ¿A quién? ¿Quién es el pueblo de Dios ahora? La iglesia es el nuevo pueblo. Un pueblo adquirido por Dios (2ª Pedro 2:9-10). Pueblo que creen en Jesucristo y que produce frutos del reino y no de la ambición humana, ni del idealismo ni de la lógica, razón, inestabilidad, emotividad humano, sino los del espíritu.

Según la parábola, tú que eres cristiano porque te ha sido dada la fe, necesitas ver la ley de este texto. No descartes la piedra angular. No produzcas otros frutos ni intentes mezclarlos. Ten cuidado de qué es lo que predica tu congregación o iglesia. Mira a ver cuáles son sus doctrinas, pues muchas veces no basta con decir “Señor, Señor” para ser parte del reino. Los fariseos tenían un muy buen ritual de adoración para con Dios, sin embargo desecharon su Palabra y a su hijo. Pide perdón. Pide a Dios Sabiduría. Estudia a conciencia la Palabra de Dios. Nutre tu espíritu con la Palabra y los sacramentos y predica a CRISTO. Amén.

Pastor Walter Daniel Ralli.

sábado, 20 de septiembre de 2008

19º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

“Jesús nos hace cumplir la voluntad del Padre”
Textos del Día:

El Antiguo Testamento:

La Epístola:

El Evangelio:

Mateo 21:28-32 28 Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. 29 Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. 30 Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. 32 Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.

Sermón

Varias de las parábolas de Jesús tienen como ejemplo una viña y la viña es puesta como ejemplo de su reino. El señor de la viña es Dios mismo. Los trabajadores en la viña son las personas de Dios y hay que tener esto presente: Los trabajadores no están allí porque solicitaron un puesto de trabajo o se ganaron el lugar. Los trabajadores están allí porque el Señor los ha llamado. Él ha proclamado su palabra y así los ha introducido en su viña. Así de es cómo salva el Señor: Él pronuncia su Palabra, da fe y las personas oyen y creen, así es como son su pueblo. Los de fuera de la viña son los que no creen. Pueden estar haciendo cosas admirables para la sociedad, pero no tienen fe en el Señor.

Es vital que comprendamos de qué se trata esta parábola: No se trata de cómo un hijo obedece a su padre y trabaja mientras el otro haraganea a pesar de su compromiso. No se trata de las obras de las personas. Esta parábola se trata de que Dios pronuncia su Palabra y por su palabra, él integra hijos para que moren en su reino por siempre. Cuando Jesús dice esta parábola, el punto es que los recaudadores de impuestos y las rameras vivían vidas terribles, al principio le dijeron que no al Señor. Sin embargo, oyendo a Jesús proclamar el Evangelio, han creído en él y están ahora en la viña, son parte del pueblo de Dios. Por otra parte, los fariseos al principio han manifestado una respuesta positiva hacia Dios y han declarado que emprenderían el trabajo. Sin embargo, ahora niegan su pecado y su necesidad de un Salvador y no creen en Jesús, por esto están fuera de la viña. A pesar de su moralidad y su buen ejemplo, no son en parte del pueblo de Dios.

Es así que los integrantes del Sanedrín eran claros ejemplos de personas que estaban dentro de la Iglesia pero fuera del Reino de Dios. Nunca se arrepintieron cuando fueron confrontados por Jesús sino que endurecieron sus corazones. Jesús los pica en el templo y frente a una gran multitud haciéndoles una pregunta acerca de Juan el Bautista, una pregunta que por miedo no respondieron. Como no responden su pregunta, les cuenta tres parábolas. Hoy veremos la primera de ellas.

La Parábola de los hijos.

En la parábola, ambos son hijos del padre y el significado es que ambos son hijos de Abraham, ya sea el Consejero del Pueblo o el cobrador de impuestos, ya sea los guardias o un pobre enfermo, ya sea el Sumo Sacerdote o una prostituta. Como el Apóstol Pablo escribe “6 porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, 7 ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos…” (Rom. 9:6-7). La pregunta es ¿Quién es quién en el reino de Dios?

Vamos a ver la parábola del día de hoy. El primer hijo realmente nos sorprende con su respuesta de “no haré lo que me pides”. Creo que es una reacción que nos irrita, que al sucedernos a nosotros nos pone a hervir la sangre. Imagine esta reacción en casa, en la escuela, en el trabajo o en la política.¡Qué hijo tan desobediente, tan ma criado o tan irrespetuoso! Podríamos pensar. Sin duda que necesita ser castigado por sus padres, retirado de la escuela, despedido por el jefe o corregido por alguna autoridad.

El segundo hijo dice “voy, señor”. Esta es una respuesta que enorgullece a cualquier padre, maestro, jefe y nación. Tenemos a una persona y ciudadano obediente de la ley de un reino particular prometiendo ser obediente. Veamos a estos dos hijos. Uno es una deshonra mientras el otro es un ejemplo que perdura en el tiempo para todos nosotros. Pero no este no es el final de la parábola. Sigamos a estos dos hijos.

Consideremos al segundo, la única obediencia que realiza es solo a partir de su boca. El padre le llama y dice “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”. A lo que contesta “Sí, señor, voy. Y no fue.”.

¿Con quién puede ser comparado este hijo? Los ejemplos son muchos, pero podríamos citar algunos. Puede ser comparado...

Con un niño, cuya madre le dice que se vista para ir al colegio. Él le dice, “voy a vestirme, mamá” pero no le hace caso.

A una niña cuyo papá le dice a ella que vaya a su cuarto y haga un dibujo de agradecimiento a alguien que le ha dado a ella un regalo. Ella dice “así lo haré, papá” pero ella no hace el dibujo.

Puede ser como un estudiante que recibe instrucciones de aprender de memoria un verso de la Biblia o realizar la lección. Esta clase de personas dice “Yo lo haré” pero la Palabra no es llevada al corazón.

A un miembro de la iglesia que promete seguir fielmente en la senda de Dios, por medio de su gracia. A lo que contesta, “Así lo haré” pero no lo hace.

A una persona que lleva mucho tiempo de vida eclesial a la cual se la llamó por teléfono e invitó a venir al Oficio Divino y a compartir la Santa Cena. Él contesta “allí estaré el domingo” y no lo hace ni ese domingo ni los siguientes.

A un pastor que, en su día de instalación, se le pregunta si él cuidará a las personas que Dios le ha asignado y las instruirá conforme a las Confesiones Luteranas. Él dice, “así lo haré” pero no hace lo que ha prometido.

Así es el segundo hijo, así eres tú y así soy yo.

Ahora pasemos a contemplar al tercer hijo de la Parábola. Pero si la parábola habla de dos hijos ¿Dónde está el tercero? Es natural no ver al tercer hijo en esta parábola. Pero allí está. El tercer Hijo es el que habla, el que cuenta ala parábola, es Jesús. Ahora veamos al tercer Hijo. De eternidad el Padre dijo “Hijo, ve y trabaja en la viña”. El Hijo de Dios dijo “voy”, fue e hizo exacta, completa y perfectamente lo que su Padre quiso que Él hiciera.

Él cumplió su Ley por el mundo y por ti. Él pagó por todos los pecados del mundo y eso incluye todos los suyos. Se dio a sí mismo para otorgar vida al mundo y a ti, del mismo modo que anunció al mundo y a su Padre, que le había enviado “consumado es” (Juan 19:30) y siguió diciendo “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Porque en la cruz él derrotó al engañador de este mundo y a la muerte cuando resucitó de entre los muertos, por ti.
Había dicho que el Consejero vendría, es decir, el Espíritu Santo sería enviado para convencer el mundo de su pecado, para dar lugar a que los apóstoles y los evangelistas pongan por escrito la misma Palabra de Dios y obrar el arrepentimiento en las personas. El Espíritu realiza la inscripción de las palabras de Jesús, el Hijo de Dios, en la Biblia y en el corazón. ¿Qué Palabras?
Pues bien, palabras como estas...

“Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. 29 Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue.” Sí, regresamos a ese pecador manifiesto. Él recibe instrucciones de entrar en la viña y trabajar, a lo que contesta que él no lo hará. Pero entonces, luego se arrepintió y entró en la viña. Él hizo un giro de 180º, un cambio de actitud. Si bien dijo que no lo iría, cambió su manera de pensar de ver las cosas. ¿Con quién puede ser comparado? El primer hijo que dijo “No quiero, arrepentido, fue”, puede ser comparado a...

A un niño, pequeño cuya madre le dice que se vista para ir al colegio. Él dice, “no lo haré” pero recibe el regalo del arrepentimiento que lo conduce a Jesús quién le limpia el alma, perdonando su pecado en la absolución a su debido tiempo.

A una niña cuyo papá le dice que vaya a su cuarto y haga un dibujo de agradecimiento a alguien que le ha dado un regalo. Ella dice “no lo haré” pero entonces, así como el leproso solitario, regresa al Señor y le da gracias por su Palabra de misericordia y amor.

Un estudiante que recibe instrucciones de ir a su casa y aprender de memoria un verso de la Biblia. Este dice “no lo haré” pero entonces, el arrepentimiento forjado por el Espíritu Santo, busca el versículo y lo aprende de memoria... “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28).

Un miembro de la iglesia promete seguir fielmente en la senda de Dios, por medio de su gracia. Contesta en su interior “no lo haré”, pero en un momento los remordimientos de conciencia causados por el Espíritu Santo por medio de la Ley, se arrepiente y cae a los pies del Redentor que vino a buscar y salvarlo.

Una persona que lleva mucho tiempo en la congregación a la cual se la llamó por teléfono e invitó a venir al Oficio Divino y compartir la Santa Cena. Que contesta “no podré estar allí este domingo” pero luego, conducido por el Espíritu Santo, recuerda las Palabras del Señor “Toma y come… toma y bebe… es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. (Mateo 26:27-28)

Un pastor al que se le pregunta si él cuidará a las personas que Dios le ha asignado y las instruirá conforme a las Confesiones Luteranas. Él piensa para si mismo “lo haré a mi modo de ver las cosas”, pero como se da cuenta que va por un camino equivocado el Señor lo hace volver a la senda correcta y es alimentado por la Palabra de perdón de Dios.

El tercer Hijo, Jesús, luego hace una pregunta concerniente a los otros dos hijos, el primer hijo que dijo que no iría y pero luego se arrepintió y del segundo que dijo que si iría pero no lo hizo. La pregunta estaba dirigida a que todos sus oyentes deliberen personalmente y contesten, era una respuesta fácil. “¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? A lo que contestaron: “El primero”.

¿Qué otra respuesta podía caber? Ciertamente ninguna otra, Jesús presentó esta parábola de tal manera que la respuesta fuese clara para todo el mundo que lo oyó ese día y que lo oirán por el resto de los días. Por lo que Jesús les dice “De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. 32 Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle”. (Mateo 21:31-32)

¿Por qué esto es así? Porque, si bien estos pecadores manifiestos, transgresores de la Ley de Dios, son por naturaleza pecadores y sucios, y pecan contra Dios en pensamiento, palabra y obra, han recibido el don de arrepentimiento y buscan a Cristo para su perdón. Seguramente, esto es el por qué vino Juan el Bautista, a llamar a las personas al arrepentimiento y esto es el por qué Cristo vino, a llamar y a dar la bienvenida ellos en su reino, haciéndolo con mucho placer.

Que esos pecadores manifiestos, arrepentidos van al Reino de Dios en lugar de los segundos hijos da indicios del obrar de la Ley y el Evangelio. La Ley aún no ha hecho su trabajo en los sumos Sacerdotes y en los ancianos, así es que no oirán Evangelio. No viene a cuento que admitan que han guardado la ley. Aunque son de Israel no están en el Reino de Dios. No están sedientos del Agua de Vida.

Con toda seguridad el Señor quiere que la Buena Nueva sea proclamada y que ellos entren en el Reino de Dios. Pues Cristo verdaderamente quiere que todos, especialmente los impenitentes, al oír las palabras que traen vida eterna y salvación, entren al reino de su Padre. ¿Qué Palabras? El Evangelio, por supuesto. ¿Pero qué palabras? Pues bien, aquéllos de vosotros que están en el Reino de Dios los saben “Amado hijo, eres perdonado en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

sábado, 13 de septiembre de 2008

18º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

“Jesús nos introduce a una Viña Injusta”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 55:6-9

La Epístola: Filipenses 1.18b-27

El Evangelio: Mateo 18:21-35

Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. 2 Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. 3 Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; 4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. 5 Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. 6 Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? 7 Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo. 8 Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. 9 Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. 10 Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. 11 Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, 12 diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. 13 Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? 14 Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. 15 ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? 16 Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.

Sermón

EL título de hoy se debe a que lo que el hacendado hace no es justo. Veámoslo desde el punto de vista de los trabajadores que fueron contratados al comenzar el día y ellos podrán afirmar que fue así.

Ellos se han levantado temprano, han ido al mercado a primera hora. El señor de la viña viene y les ofrece un trato normal por un trabajo de doce horas: Un día de trabajo en su viña por el pago de un jornal al final. Ellos van. Cumplen con las horas, en medio del calor del día. Como el trabajo es mucho el dueño va varias veces al mercado. En cada ocasión, encuentra a personas esperando ser contratadas. Cada vez, él los invita a entrar a su viña. El señor de la viña regresa al mercado cuando sólo queda una hora para trabajar, nosotros pensaríamos que no vale la pena por ese tiempo. Llega la hora de cobrar. Se hacen las cuentas: Si los que trabajaron todo el día no corresponde un jornal, entonces los que trabajaron un doceava parte del día le corresponde una doceava parte del jornal.

Pero los que hicieron una mínima recolección obtienen una paga completa. Lo mismo que quienes trabajaron sólo la mitad, reciben todo. Seguramente a quienes trabajaron todo el tiempo van a conseguir algo más. Es justo. Pero estos trabajadores agotados sólo obtienen lo que les fue prometido, un jornal, igual que todos los demás.

Comienzan las murmuraciones de los que trabajaron el día entero: “No es justo, lo que este señor
ha hecho. Trabajamos bastante más, así es que deberíamos recibir bastante más. En lugar de eso, lo que recibimos fue solo lo prometido”. “Mire al hombre que ha trabajado solo una hora, paseando con un jornal entero y una sonrisa en su cara. Seguro que se acostó tarde, durmió toda la mañana y llegó a última hora al mercado.” Pero nosotros tenemos orgullo. Sabemos quién ha estado aquí todo el día, sabemos quienes realmente han trabajado. Ellos no merecen el mismo estatus que nos merecemos y que al menos podemos sentirnos bien acerca de nosotros mismos”.

Me imagino que enseguida se formo el sindicato de recolectores. Se dijeron: “Unifiquémonos con trabajadores de toda clase de viñas y juntos probar que lo injusto que es este hacendado. Si somos muchos probaremos que estamos en lo correcto. Siguiendo este razonamiento podemos llegar a estar de acuerdo que el hacendado no ha actuado tan con justicia. Sin embargo, consideremos la perspectiva del señor de la viña. Él es el que ha pagado por la construcción de la viña y la ha hecho grande para alojar a una buena cantidad de obreros. Él va al mercado y descubre que los trabajadores están desocupados, que no tienen ocupación, ninguna seguridad, ninguna posibilidad de salir de su ociosidad. Él podría buscar a otros que muestren más iniciativa.
Pero estos hombres desocupados necesitan un lugar, de lo contrario todo lo que tienen les será quitado.

Así que es él quien “contrata” a los obreros. Pero note los términos del contrato. Él ya ha construido la viña y ahora él los llama a trabajar dentro de ella. Él les da un lugar, seguridad, y protección. Además, les prometes que, por estar en su viña, les dará una recompensa al final del día. Como el día transcurre, él regresa al mercado. Y cada vez que va, encuentra a más trabajadores desocupados. Él los quiere en su viña, donde les pueda proveer de seguridad y paz. Por consiguiente, cada vez que él encuentra a trabajadores desocupados, los invita a entrar a su viña y les ofrece una recompensa justa. Es así que egresa en el último momento. Sabe que no obtendrá mucho beneficio de esos que han permanecido desocupado casi todo el día, pero aún así los quiere en su viña.

Cuando llega el fin del día, los trabajadores son llamados a recibir su paga y he aquí la sorpresa: El señor de la viña no les paga basados en su trabajo. El señor de la viña les paga basados en su generosidad.

Si el trabajador ha trabajado doce horas o solo una, recibe la misma recompensa. Eso es lo que se necesita para su bienestar. Por consiguiente, eso es lo que el señor de la viña da.
¿Es justo? De ninguna manera. Pero lo que molesta muchos no es que el señor no es justo con los que trabajaron el día entero. Él es justo hacia ellos y porque les da exactamente lo que les había prometido. Lo que molesta mucho es que es más justo con esos que no trabajaron mucho. Si bien no se lo han ganado, él les da la misma recompensa. Por consiguiente, muchos no están disgustados con él porque es malo, sino porque él es bueno.

¿Entonces, cómo evaluaría esta viña en la parábola? Todo ello depende de cómo se lo vea. Si usted mide al dueño de la viña por los esfuerzos y las actitudes de los trabajadores, es un lugar de mala muerte para estar. Pero si mide al dueño de la viña por los esfuerzos y la actitud del señor, hay ningún lugar mejor para estar. Esto es cierto cuando uno considera un factor importante que aparece en la parábola: Los trabajadores se quejan de que merecen más porque han soportado la carga y el calor del día.

Enfocaron tanto en sus esfuerzos, que han perdido la cosa más importante. No han soportado la máxima carga o el calor más severo. El hijo de Dios si lo ha hecho: Él ha soportado la carga de tus pecados en la cruz, ha resistido el calor del infierno al sufrir por tus transgresiones. La única razón por la que has sido incluido en la viña es porque el Hijo de Dios así lo ha querido.

Gracias a Dios que Jesús aclara que esto trata sobre el reino de los cielos y no sobre los negocios en la tierra. Así es el reino de los cielos no es justo y damos gracias para Dios. Todos estamos perdidos por el pecado y el Señor quiere salvar a todos los pecadores. Por consiguiente, él envía a Su Hijo, Jesús, a establecer su reino. Él quiere salvar a los pecadores para llevarlos a su reino, darles un lugar, seguridad y la recompensa de la vida eterna. El costo para establecer esta viña real es muy alto: El Señor tuvo que sacrificar a su único Hijo por los pecados de todo el mundo.

Porque el Hijo de Dios paga este precio, por su muerte en la cruz, el Señor luego llama a quienes están “sin valor”, haciendo que dejen atrás sus actividades sin valor y entren en su viña de gracia. Él se los reúne para estar con él en su reino, para que allí tengan la libertad de hacer las tareas que él las ha dado para hacer. Los maridos y las esposas son puestos en libertad para servirse mutuamente. Los padres son puestos en libertad para cuidar de sus niños, mientras los niños son puestos en libertad para obedecer a sus padres.

Los empleados son puestos en libertad para hacer lo mejor que se puede hacer en el trabajo diario, mientras los jefes son puestos en libertad para dar a los empleados seguridad y trato digno. Todos son puestos en libertad para oír la Palabra, para animarnos mutuamente, para edificar la Iglesia con los dones y ofrendas. Éstos son los tipos de tareas que el Señor le da a esos dentro de Su reino. Allí él les promete perdón de pecados y vida eterna. La recompensa está garantizada en su totalidad, porque no se basa en los esfuerzos de los trabajadores. Se basa en la obra del Hijo unigénito que soportó la carga de los pecados del mundo, quién sufrió el calor del día de furia de Dios.

El Señor llama a todo quién escucha su Palabra a su viña. Él dice: “no los necesito en mi reino para mi beneficio o mi propio bien. Yo soy el Señor de todas las cosas y no necesito más. Los quiero en mi reino por el bien de vosotros. Los tendré en mi reino a fin de que sean recompensados con la vida que mi Hijo ha ganado. Por lo tanto los lavaré en su infancia con las aguas de Bautismo, que le asegurará ser parte de mi reino a lo largo de sus vidas. Les haré oír mi Palabra de salvación continuamente y los alimentaré en mi mesa con la Santa Cena”

“También sé que algunos no entrarán en mi reino en su juventud. Entrarán más tarde adelante quizá en la hora 11 cuando den su último suspiro. Cuando esto ocurra ¿les debería perdonar una doceava parte de sus pecados? ¿Les debería dar una fracción de fe y salvación, una parte de tiempo en cielo y de la mansión celestial? ¡Seguramente que no! ¡Esta recompensa no se basa en tu trabajo, sino en el de mi Hijo! Si entran en mi reino al principio o en el fin de sus vidas, tienen la vida eterna en toda su plenitud porque mi Hijo ha deseado que sea así".

En nuestra lección del Antiguo Testamento de hoy, el profeta Isaias grita: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” (Is. 55:7). ¿Esto es justo? No, según el modo de pensar humano. Pero el profeta continúa con la declaración del SEÑOR: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.” (Is. 55:8). El Señor es mucho más que justo.

Para nosotros quién ha sido recogido en este reino es motivo de alegría. El Señor nos ha traído por la obra de Jesús, quien no amó como nadie. Deseamos y anhelamos la gloria del cielo, mientras tanto aquí somos liberados del pecado para realizar las obras que Dios nos da.
Desafortunadamente, el pecado todavía ataca a quienes trabajan en la viña en este mundo, por lo cual siempre somos tentados a distorsionar el reino de Dios. Estamos tentados a medirlo no por el abundante perdón y la misericordiosa gracia de nuestro Señor, sino por las obras de los trabajadores. Es trágico caer en la falsa enseñanza de tratar de medir el reino de Dios por las obras de hombre.

Esto sucede porque se piensa que los caminos de Dios son demasiados buenos para ser verdaderos. Se enseña que antes de que podamos estar en la presencia de Dios debemos hacer nuestra parte y debemos ganar la rectitud necesaria para estar con Él. Debemos mostrar que merecemos eso y que por nuestras obras nos dejará entrar en su reino.

En otras palabras, tenemos que ganarnos y caminar nuestro camino al cielo. Esta enseñanza es aceptable según la mente del hombre: Trabajas para obtener algo. Sin embargo, no es la forma de obrar de Dios, quien ha pagado el precio por nuestro pecado por medio de su Hijo. Si enseñamos que nos salvamos por nuestros esfuerzos, sea totalmente o en parte, entonces enseñamos que la muerte de Jesús en la cruz no fue lo bastante buena para realizar la obra de salvación.

Por otra parte, también está la enseñanza de que somos introducidos en el reino por lo que Jesús ha hecho, pero una vez que estamos dentro, tenemos que trabajar duramente para mantener ese privilegio. Diariamente debemos probar que merecemos estar con Dios, por las cosas que hacemos y por las cosas que dejamos de hacer. Si fallamos en probar nuestro merecimiento, la recompensa no es nuestra porque no hemos hecho lo suficiente para ganarla.

Esta manera de pensar y enseñar también deja ver que Jesús no ha hecho lo suficiente como para salvarnos completamente: Él ha hecho lo suficientemente para meternos en su reino, pero ahora tenemos que trabajar duramente para continuar allí.

En la viña del Señor también nos encontramos con una lamentable inclinación de muchos cristianos. Es la de pensar que: “Es cierto de que Jesús murió en la cruz por mí y también lo hizo por aquella persona que no me cae tan simpática, pero supongo que Dios me ama más a mí porque yo siempre he sido cristiano y he realizado muchas cosas parar su reino”. Pensar así es una tontería de nuestro viejo hombre interior, es atribuimos el mérito de que el Señor nos introdujo en su reino antes que a otros. Es como atribuirse el mérito de nacer antes que sus hermanos, como si uno tuviese cualquier participación en ello.

En la viña también encontramos que se produce una rebelión en contra de este perdón abundante de Dios, que podríamos verlo así: “El Señor afirma que él da abundantemente su salvación por medio de Hijo que ha muerto en la cruz para pagar por los pecados de mundo. Eso no es muy bueno. ¿Por qué? Porque esto quiere decir que este Dios sólo ha provisto un camino de salida del pecado y del infierno. Él ha provisto sólo una forma de salvación, a través de Jesucristo. Pues bien, nos reuniremos con un montón de otras viñas de religiones discrepantes y formaremos a un sindicato de cierto tipo. En esta unión, por la gran cantidad de personas que reuniremos demostraremos que hay otras formas de llegar al cielo”. Esto es perverso: El Señor sacrifica a su único Hijo por los pecadores y en lugar de aceptar ese los pecadores quieren otro camino de salvación.

En todos estos casos, hay un terrible malentendido en común: En cada caso, los pecadores intentan basar la recompensa del cielo en las obras de los trabajadores, no en la gracia abundante del Señor. En cada caso, los pecadores hacen el reclamo que el Señor y el sacrificio de Su Hijo no son tan importantes como lo que hacemos las personas. Éste es un pecado terrible, que oscurece la obra y la gloria de Jesús.

Es por esto que nosotros nos reunimos en casa o en el Oficio Divino, reconocemos que somos obreros pecaminosos. Allí y en nuestra vida no hacemos alardes de nuestros esfuerzos, de las cosas que hemos hecho para Dios. Solo reconocemos que somos siervos inútiles a su servicio, nada más. Por consiguiente, en lugar de alardear con nuestras obras, confesamos las muchas veces que pecamos, aforrándonos a su obra para alcanzar el perdón.

No tratamos de probar que hemos cooperado con Dios para ser perdonados. Creemos las promesas de salvación y que está es seguro porque Cristo ha hecho todo el trabajo para nosotros. Si la salvación dependiese de nuestros esfuerzos, nunca podemos estar seguros de que somos salvos. Pero si Cristo ha hecho todo ello, podemos estar seguros de ello.

No nos jactamos si hemos estado en el reino más tiempo que otros. Más bien, damos gracias que el Señor nos ha provisto de tal refugio por tanto tiempo y que continúa congregando a más personas por medio de Jesús. No sostenemos que tu debas hacer buenas obras para conservar tu salvación, pues eso diría que la cruz de Jesús no fue suficiente. Sin embargo, rechazamos la idea de que podemos pecar libremente cada vez que nos plazca. Una actitud tan desconsiderada hacia e pecado nos llevaría a una viña diferente fuera del reino de Dios. En lugar de eso nos alegramos por el perdón de todos nuestros pecados, de que somos puestos en libertad para servir al Señor en las tareas que él nos ha dado para hacer.

Siempre indicamos que el Señor de la viña viene a buscarnos, que el Dios de abundante perdón ha obrado tu salvación por la muerte de su Hijo en la cruz. El Señor te ha invitado a entrar a su reino por medio del Bautismo, te salva por su Palabra, te alimenta con su Santa Cena para fortalecer tu fe. El Señor que, por su perdón, te pone en libertad, ya no para ingresar a su reino, ya no para ganar tu salvación, sino para hacer las cosas que tu pecado te impedía hacer.
Así es cómo obra su reino: Él paga el precio para llevarte, te mantiene en su reino por su gracia, te recompensa con la vida eterna por el trabajo de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. ¿Eso es justo? Seguro que no, por eso damos gracias a Dios. Si fuera justo, seguiríamos perdidos. Pero porque el Señor Jesucristo injustamente ha pagado el precio de tu salvación, sin lugar a dudas, puedes afirmar que eres perdonado de todo sus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

17º domingo de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!


“ Jesús nos perdona para que podamos perdonemos”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Génesis:15-21

La Epístola: Romanos 14:5-9

El Evangelio: Mateo 18:21-35

15 Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. 16 Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. 17 Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. 18 De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. 19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Sermón

En este texto se saca a la luz quizás el más desenfrenado de los vicios humanos. Es el de no perdonar a otro las ofensas que ha cometido contra uno mismo. Desgraciadamente es algo que no sólo es evidente en la vida del hombre del mundo, del incrédulo, sino también en la vida de aquellos que se consideran ser hijos de Dios, o cristianos.

No hay duda de que perdonar al prójimo es uno de los esfuerzos más dificultosos de la vida cristiana y que la falta de perdonar en realidad constituye un problema grande en la Iglesia de Cristo. Esto lo evidencia la frecuencia con que las Sagradas Escrituras tratan este tema. Pero no solamente las Escrituras sino también nuestra propia experiencia subrayan la verdad que perdonar a otros es sumamente difícil y que son demasiado raras las ocasiones en que lo hacemos. ¡Cuán difícil es perdonar y poder olvidar por completo y para siempre una ofensa cometida contra nuestra persona! ¡Cuántas veces seguimos guardando rencores contra otros por muchos días y semanas y meses y aun años después de haberse cometido la ofensa!

Tal proceder es del todo anticristiano. El cristiano es un ser que ama. Y quizás el mejor calibrador de este amor es su capacidad de perdonar a otros. Donde no existe la capacidad de perdonar, allí tampoco existe el amor. Y donde no existe el amor, tampoco existe la fe, pues “la fe obra por el amor.” De manera que, donde no hay un espíritu perdonador, no hay cristianismo. El que dice llamarse cristiano y no sabe perdonar, deja de ser cristiano. Con la ayuda del Espíritu de Dios meditemos, pues, por breves momentos sobre el siguiente tema:

Los Perdonados Perdonan

Nuestro texto recalca, en primer lugar, que el cristiano tiene motivo, poder y oportunidad más que suficientes para perdonar a otros sus ofensas. Tiene todo esto porque ha gozado del perdón maravilloso de Jesucristo. Poniendo de relieve esta verdad, el Señor nos relata aquí la historia de un rey que, al arreglar cuentas con sus siervos, luego se enteró de que uno le debía la suma fantástica de diez mil talentos. Hoy día tendría el valor quizás de diez hasta veinte millones de euros. Cómo el siervo había incurrido en tan gran deuda, no se nos dice, ni es de consecuencia saberlo. Es a la deuda misma que Jesús nos quiere llamar la atención, a su cantidad casi incalculable, y sobre todo, a la realidad de que al siervo le era incontestablemente imposible pagarla. Su promesa yana de pagarla — promesa con que jamás podía cumplir — sólo sirvió para multiplicar su culpa. Según la ley, el rey procedió con toda justicia al ordenar que fueran vendidos como esclavos el siervo malvado y toda su familia.

No obstante el rey hizo lo que menos se esperaba de un monarca absoluto del oriente. Se nos dice que, “movido a misericordia de aquel siervo, le soltó y le perdonó la deuda.” A pesar de la inmensidad de su culpa, únicamente por la clemencia del rey, el siervo al momento se encontró exonerado, libre para iniciar una vida nueva.

Todo cristiano ha pasado por la misma experiencia milagrosa. Si somos hijos de Dios, si ahora gozamos del perdón y de la vida nueva, esto se debe únicamente a que Dios, como el rey de la parábola, fue “movido a misericordia” de nosotros. Nuestro pecado es ante Dios una deuda tan enorme como la del siervo malvado. Dios nos creó y nos dió vida a fin de que le sirvamos, le amenos sobre todas las cosas, y de que todo lo que hacemos sea para gloria de Él. Mas nosotros sólo hemos hecho lo contrario. Orgullosamente nos hemos entronado a nosotros mismos, haciéndonos nuestro propio dios, y hemos vivido sólo para adorar a este dios falso, complacemos a nosotros mismos y satisfacer las fantasías de nuestro egoísmo y capricho. Por naturaleza, cada acción nuestra, cada palabra, aun cada pensamiento sólo sirve para blasfemar a Dios, y por ende, es abominación a Él. Tan inmensa es nuestra deuda que tampoco existe posibilidad alguna de poder cancelarla. Nuestra condenación eterna es inevitable. No podemos hacer nada para librarnos de ella. Hasta hacemos promesas de reformarnos, y en nuestra soberbia aun nos esforzarnos por pagar la deuda y por salvarnos a nosotros mismos. Pero ésta es una de las mayores blasfemias y sólo logra engrandecer nuestra culpa.

Si hemos de librarnos de la culpa, esa salvación tiene que originarse necesariamente fuera de nosotros, únicamente en el corazón de Aquel a quien somos deudores. ¡Qué esperanzas! decimos. ¡Qué insensatez! Mas sin embargo, así es. Cuanto mayor es nuestra deuda, tanto mayor es la misericordia de Dios. “Movido a misericordia”, sin hallar nada digno en nosotros, Dios nos perdona.

Para sondear la profundidad de esta misericordia debemos recordar la manera como Dios perdona. Para perdonamos se le exigió un sacrificio tremendo. Ya que Dios es justo, no pudo volver la espalda al pecado y simplemente decir que ya estaba perdonado y olvidado. Si así hubiera pasado por alto el pecado, habría dejado de ser justo, hasta habría dejado de ser Dios.

Para poder perdonar, Dios tuvo que formular un plan por el cual reconciliara su misericordia con su justicia. En otras palabras, no podía perdonar sin que, en realidad, el pecado fuera pagado, la deuda cancelada, la condenación realizada. Para lograr todo esto Él mismo se sacrificó. Él mismo subió al altar del Calvario y pagó la deuda por nosotros. Él mismo experimentó la condenación nuestra cuando en su sufrimiento fue desamparado en la cruz. Mediante su muerte en el Gólgota y la subsiguiente garantía de su victoriosa resurrección, el perdón se hizo una realidad para toda la humanidad y también para todos nosotros.

Este perdón, procedente de la misericordia de Dios, realizado por el sacrificio supremo de Cristo y otorgado a nosotros por la fe que el Espíritu Santo nos ha dado, nos capacita a nosotros a perdonar a otros. Con este perdón Dios nos ha engendrado de nuevo como a sus hijos y nos ha dado nueva vida. Es una vida eterna que seguirá a la presente y que gozará perpetuamente de la gloriosa presencia de Él. Pero es, además, una nueva vida que ha de ejercitarse ahora mismo. Ya que Dios mismo nos ha hecho nuevas criaturas, las cualidades divinas de misericordia y amor se reflejarán en nosotros y en nuestras acciones. Habiendo conocido la misericordia perdonadora de Dios y habiendo participado de ella, desearemos otorgar el mismo perdón a otros, a los que de una manera u otra han pecado contra nosotros. Los que se apropian el perdón de Dios y lo aprecian, también tendrán un espíritu perdonador, que los capacitará a perdonarse los unos a los otros, como también Dios los perdonó en Cristo.

Así como el cristiano ha recibido el poder divino de perdonar a otros, asimismo tendrá él grandes oportunidades de ponerlo en práctica. Observamos en el texto que apenas se había retirado el siervo de la presencia del rey, cuando se le presentó la oportunidad de mostrar la misma misericordia a su prójimo. Tampoco a nosotros nos faltarán jamás ocasiones innumerables de perdonar a otros las ofensas que cometen contra nosotros. Así como no dejará de manifestarse nuestro viejo Adán, así como nosotros mismos nunca dejaremos de pecar y ofender a otros, asimismo no dejarán otros de cometer ofensas contra nosotros. Pero cada vez que así sucede, se nos abre una puerta, se nos presenta una gloriosa oportunidad para ejercitar este don sublime, dado a todo cristiano, de perdonar a otros así como Cristo nos ha perdonado a nosotros.

De modo que es una gran tragedia si un cristiano no quiere perdonar, pues posee el don divino de hacerlo, pero no lo utiliza. Ésta es precisamente la tragedia de que nos habla nuestro texto. El siervo, habiendo sido beneficiario del perdón de la gran deuda que él mismo había contraído, y por consiguiente, de la salvación de su vida y la de su familia, no quiso tratar de la misma manera con su consiervo, sino que “fue, y le echó en la cárcel hasta que pagase la deuda.” Lo hizo, además, a pesar de que la deuda del consiervo de ninguna manera podía compararse con la que el rey le había perdonado a él, pues la deuda del consiervo sólo ascendía a cien denarios, algo así como quince euros.

¡Qué ingrato! solemos decir. Pero lo decimos sin acordarnos de que la misma tragedia se está repitiendo con demasiada frecuencia entre nosotros mismos y en nuestra propia vida. Es cierto que otros nos ofenden, a veces groseramente, así como nosotros ofendemos muchas veces a ellos.

Pero, estas ofensas insignificantes, estos “pecados triviales”, estas palabritas irrespetuosas, estas calumnias, sean pequeñas o grandes, estas sospechas en pensamientos y en palabras en cuanto a nuestro carácter, que ya sabemos que es imperfecto, estas acciones egoístas y arrogantes, ¿acaso podemos compararlas con la enorme e inmensa deuda de que Dios nos ha exonerado a nosotros?

El perdonar a otros estas ofensas, ¿implicará acaso para nosotros un sacrificio supremo como el que tuvo que hacer Dios para perdonamos a nosotros? ¿O no es cierto que para perdonar, no tenemos que perder nosotros ni siquiera una pequeña parte de nuestros bienes materiales, y mucho menos nuestra vida?

¡Cuánto más fácil es para nosotros perdonar que lo que le fue a Dios! Pero, ¡cuán raras son las veces que logramos hacerlo! ¡Cuántas veces no perdonamos nada! ¡Cuántas veces quedamos molestos por uno de estos “pecados triviales” que otro ha cometido contra nosotros ya hace meses, aun años! No son pocas las veces que, después de haber tenido un pequeño pleito con alguien, decimos que estamos listos a perdonar, pero insistimos en que el otro venga primero a nosotros, y que venga casi arrastrándose sobre la tierra y se postre delante de nosotros pidiendo perdón. No son pocas las veces que decimos “te perdono” al que nos ofendió, pero, al no olvidar la ofensa o seguir hablando de ella a otros, mostramos que nuestro “perdón” fue falso y que no sabemos perdonar “de corazón”, como nos exige el Señor, O si hemos perdonado dos o tres veces a un hermano y éste vuelve a ofendernos, perdemos la paciencia y decimos: “Ya no más”, y nos olvidamos por completo de que Jesús espera que perdonemos hasta “setenta veces siete.”

Esta actitud de no perdonar es quizás una de las faltas más terribles de que son culpables los que llevan el nombre de cristianos. Lo que hace aún peor a la falta es que generalmente se trata de ocultarla tras una máscara de santidad externa e hipocresía. Pero no se puede esconder. Dios la ve en todo momento. Y si los demás la observan, no deja de ser ella un testimonio negativo y horrible en cuanto a Cristo y su Iglesia. “Viendo sus consiervos lo que pasaba”, dice Jesús en la parábola, “se entristecieron mucho.”

Pero no es ésta la consecuencia más grave. Es más seria aún la posibilidad de que ya hayamos perdido el perdón y vida que Dios nos ha dado o que estemos en grave peligro de perderlos. Veamos el juicio final que le sobrevino al siervo malvado: “Llamándole su señor, le dice: ‘Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste:- ¿no te convenía también a ti tener misericordia de tu consiervo, como también yo tuve misericordia de ti?’ Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.”

“Así también hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonareis de vuestros corazones cada uno a su hermano sus ofensas.” El que no quiere perdonar a otros sus ofensas cae en la condenación de Dios. Es claro que de por si el perdonar a otros no nos gana el perdón de Cristo, pues este perdón es concedido por su gracia, pero si lo perdemos si no perdonamos. El que dice llamarse cristiano y rehúsa perdonar a su hermano evidencia que no conoce ni aprecia el perdón de Cristo. O no se ha dado cuenta o se ha olvidado de la inmensidad de su propio pecado y de la grandeza aún más inmensa de la misericordia perdonadora de Dios. Hablar del perdón de Cristo y fingir que se aprecia sin manifestar el deseo sincero de comunicarlo a otros es el colmo de la hipocresía y la blasfemia. Cualquier ser humano, bien que se llame cristiano o no, que no perdona a otros sus faltas, niega y repudia incondicionalmente la gracia y el perdón de Cristo, y trae sobre si mismo nada menos que la repudiación completa y final de Dios. Dice Cristo: “Cualquiera que me negare.... le negaré yo.” Y Santiago expresa el mismo pensamiento de este modo: “Juicio sin misericordia será hecho con aquel que no hiciere misericordia.”

Hay un solo remedio para este espíritu no perdonador y anticristiano. Consiste en acudir de nuevo y con toda sinceridad a la cruz del Calvario; fijarnos detenidamente en la figura de Aquel que agoniza, y considerar la magnitud del pecado nuestro que causó su crucifixión; reflexionar bajo la sombra de aquel madero en los infinitos terrores y horrores que nosotros merecimos, pero que aquel Cordero, desamparado por los hombres y por Dios, soportó voluntariamente en nuestro lugar; y procurar penetrar hasta donde podamos las profundidades de aquella misericordia ilimitada que Cristo tuvo para con nosotras, viles y miserables pecadores. Allí nos apropiaremos de nuevo esta misericordia. Allí hallaremos nuevamente el perdón pleno e incondicional. Y allí Dios volverá a alentarnos con el soplo de su propia vida y a infundir en nosotros el espíritu de misericordia, y el anhelo y el poder de perdonar.

Que Dios nos conceda crecer diariamente en su gracia, para que así podamos decir todos los días de nuestra vida y con toda sinceridad la petición que su Hijo nos enseñó a orar: “Padre, perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Y como hemos sido perdonados, perdonemos a otros. Amén.

Tomado de “Pulpito Cristiano”, pastor Carlos W. Bretscher

viernes, 5 de septiembre de 2008

16º domingo después de Pentecostés.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Estamos en el de tiempo de Trinidad según una de las dos tradiciones. En la otra es llamado Pentecostés. Es la estación más larga del año ya que va desde el domingo de Trinidad hasta el domingo anterior a Adviento. El domingo de trinidad nació para contrarrestar la herejía antitrinitaria de Arrió. ¡Alabemos al Dios Uno y Trino!

16º domingo después de Pentecostés

“ Jesús da su poder a la Iglesia ”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Jeremías 33.7-11

La Epístola: Romanos 13.1-10

El Evangelio:

Mateo 18.15-20
15 Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. 16 Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. 17 Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. 18 De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. 19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Sermón

El Evangelio que acabamos de leer para este domingo combina varias cosas que en un principio no guardan relación alguna entre si. Tenemos por un lado la Disciplina de la Iglesia, que incluye lo que se llama excomunión, junto con la autoridad dada a los discípulos, la promesa de Jesús que nuestro Padre Celestial contestará nuestras oraciones combinada con la maravillosa promesa de Jesús que estará presente entre nosotros cuando invocamos su nombre. Es una combinación maravillosa de ordenanzas y promesas, de instrucciones, autoridad y consuelo. Es un muy buen resumen de su poder, su presencia y su Iglesia.

La primera cosa que nuestro breve texto nos muestra es cómo debemos tratarnos los cristianos cuando alguno de nosotros comete algún pecado. Para muchas personas estos pasos resultan difíciles de llevar a cabo, pero veamos las implicancias de las palabras que el Señor aquí nos enseña. Porque en ocasiones se piensa que es una práctica desagradable, que el pecado del otro o el mío son asuntos personales y en nada le incumben al otro o que la confrontación resulta incomoda, así que es mejor dejar las cosas como están y que pasen y la vida siga su curso.

¿Después de todo el pecado es una cuestión personal? Pues realmente no lo es.

Jesús dijo “si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos”. Éste no es un consejo que deja librado al gusto y placer de cada uno. Es una mandato explicito que tenemos que llevar a cabo. Es cómo debemos tratarnos los unos a los otros. Si vemos que nuestro hermano ha cometido un pecado, debemos amarle de la misma manera que Cristo lo amó, tanto que no lo podemos dejar continuar que siga por la senda del pecado. Así es que estamos llamados a ir a él o a ella y amonestarle.

Amonestar a alguien es decirle que lo que está haciendo está mal. No implica sermonearle sobre lo que hace. No quiere decir que tenga que morder el polvo en frente de todos. No se trata de amenazarlo. Significa decirle que lo que está haciendo es pecado y está mal ante los ojos de Dios. Un hermano es un cristiano y al darse cuenta de que ha pecado debería ser todo lo que necesita para volverse de su pecado y arrepentirse. Lo mismo cabe para nosotros, que si nos amonestan deberíamos reconocer nuestro pecado y arrepentirnos. Pero sabemos que no siempre es así. Así es que Jesús dice, si él te oyere, has ganado a tu hermano. Si él en realidad reconoce que lo que está haciendo es pecado, se arrepentirá y habrás sacado a tu hermano del pecado, de la muerte y habrás hecho de que viva nuevamente en la seguridad de la vida eterna.

Cabe resaltar que ésta es, en principio, una tarea privada. La amonestación se debe dar en privado. ¿Por qué? Supongo que porque nos es más fácil confesar la culpabilidad y admitir el pecado ante un buen amigo y no es tan sencillo de hacerlo delante de una multitud. Además es más efectivo si, cuando ve pecar a un hermano en la fe, va a él ha hablar sobre el tema, antes de llevar el tema de conversación a sus amigos en un juego de cartas, o en las charlas en el bar. Hay más probabilidades de aceptar la corrección privadamente que cuando se es avergonzado delante de otros, o se ha oído que los otros ya hablan sobre el tema en cuestión. Desafortunadamente, a menudo las personas en la iglesia reañizan este proceso a la inversa, comenzando por contarle a otros y tal vez nunca hablando con la única persona que debe arrepentirse y puede poner todo esto en la senda correcta.

Si el hermano se arrepiente, ha ganado y el bienestar y salud espiritual de este hermano en la fe es el premio. Así es como Jesús quiere que tratemos con el pecado en la iglesia.
Por supuesto que si él o ella no acepta la amonestación y se rehúsa a admitir su pecado como pecado, o se rehúsa a arrepentirse, la invitación de Jesús no es a lavarse las manos y desentenderse de ellos. Seguimos intentando. Jesús ya ha explicado cómo el pastor deja las noventa y nueve ovejas en la tierra salvaje y va en búsqueda de la que ha desviado del rumbo. Él quiere que nos amemos. Esto no es simplemente un conjunto de reglas a obedecer, esto es la muestra de cómo nos amamos, es la expresión o manifestación del amor hacia el otro. Jesús no quiere que el pecador se pierda. Él murió por todos, por ti, por mí y por ellos también, para que vivamos junto a él en su reino. Él vino a buscar y salvar también a ese hermano que peca. Este método de tratar con el pecado en la iglesia es un acto de amor, que busca el bienestar de la hermana o hermano que ha pecado.

Entonces, si él se rehúsa a oír, esto es que no reconoce su pecado, por lo tanto que no se arrepiente, debemos llevar el asunto a otras personas para que ayuden a resolver el tema, que con su presencia se insista en la amonestación de manera correcta, sincera y de acuerdo con la Palabra de Dios y el espíritu de amor que se debe tener para otros. Con esta ayuda, otra vez se ruega al hermano que se aparte de su pecado y vea que el mismo es una cosa perjudicial para su vida de fe.

Otra vez, si el hermano oye, se arrepiente, se ha rescatado al hermano y se lo ha ganado.
Pero si no es así, para muchos viene la parte difícil, porque si la persona se rehúsa a admitir su pecado como pecado o continua viviendo en la seguridad ese pecado, sigue rehusando arrepentirse. El paso siguiente es llevar el caso a la iglesia. Cabe aclarar que la Iglesia sólo se debe ocupar de pecados los manifiestos, los pecados que están manifiestos y son conocidos públicamente. Si se trata de un pecado de una persona que nadie más sabe el caso debe quedar y ser solucionado por las personas que están implicadas.

Habiendo dicho que cuándo se trae el asunto a la Iglesia, la congregación entera debe actuar a través del pastor, los líderes o las personas que sean idóneas para tal caso, llamando a la persona al arrepentimiento y advirtiéndole que si no se arrepiente, el camino que por el cual transita lo está conduciendo lejos de la verdadera fe y que quedará excluido de la comunión del cuerpo de Cristo. El propósito de esto es conducir al hermano a que vea la situación precaria en la que está y que vea que la necesidad a arrepentirse y apartarse del pecado es muy seria, a fin de ganar a la persona. Pero si él se rehúsa a ver y a arrepentirse, Jesús dice que se le deje y sea considerada como una persona no judía o un cobrador de impuestos. La persona no Judía o gentil era considerada fuera del pueblo de Israel, fuera de las promesas divinas. Los judíos fueron mandados por Dios a no mezclarse con ellos, ni casarse, pero también fueron enviados a proclamarles la Ley y el Evangelio de Dios a fin de que se arrepientan y lleguen a la verdadera fe.

Para que veamos la dureza de las palabras de Jesús consideremos que los publicamos eran considerados como la forma de más baja de vida humana. Eran traidores a su pueblo que servían al enemigo, que aun maltrataban a sus semejantes recolectando impuestos en excesos y enriqueciéndose durante el proceso.

Jesús dice estas cosas a fin de que estas cosas sean hechas para restaurar al hermano. Para ello es necesario reconocer que es su poder y amor el que ejercemos, no lo nuestro. Es su Iglesia a la que se sirve, no la nuestra. Él es el que manda y nosotros solo tenemos que ser fieles y obedecerlo. Siempre en su amor, con humildad y siempre para el bien de la persona que ha caído en pecado manifiesto. A esto le llamamos Disciplina de la Iglesia o Disciplina Eclesiástica y la raíz de la palabra que aquí se utiliza corresponde a “discípular”. A muchos os parece muy duro e insensible, piensan que es algo similar a sacar a patadas a alguien de la Iglesia, cuándo en realidad es parte del cuidado cariñoso que la Iglesia debe tener hacia los creyentes. Pero en estos casos es necesario hacer evidente esta verdad dolorosa, pues el que vive en pecado y se niega a arrepentirse ha escogido el mundo en lugar de Jesucristo y realmente se han retirado del cuerpo de Cristo. Justamente se lo formaliza delante de la Iglesia con la esperanza de que esta predicación final, abrupta y ofensiva de la Ley pueda despabilar a la persona y al resto de la enormidad de su pecado y su peligro y los llama finalmente al arrepentimiento. Hacer esto es amar al prójimo y ser fiel al Señor. No hacerlo es quererse más a uno mismo que a la persona caída en pecado, además de ser infiel a esta orden que nuestro Señor Jesús nos ha dado. Después de todo es su Iglesia.

Después de esto Jesús parece ir en otra dirección y dice que De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Pero en verdad, Jesús simplemente le da autoridad a los suyos para administrar esta disciplina en la Iglesia. Él dice que si se declara a una persona fuera de la Iglesia y sin salvación, así será y permanecerá así hasta que corrija esa excomunión por medio de la confesión, el arrepentimiento y la absolución. Esta persona debe ir a quienes la excluyeron para hacer esto. O sea a la Iglesia, que la amonestó y la quitó de en medio de los suyos. Esta es la encargada de darle la bienvenida de regreso, porque esto no se soluciona yendo a otra congregación o pidiendo la opinión de otros. La persona queda excluida del reino de Dios por la propia Palabra de Dios y su autoridad.

Hasta ahora, podrá preguntarse ¿dónde están las buenas noticias aquí? Esto roza bastante la vida en la penumbra y realmente deprime. Pero las buenas noticias están escondidas en la frase “si te oyere”. Esta frase contiene arrepentimiento y por consiguiente, perdón. Un verso antes de nuestro texto del Evangelio de hoy leemos que Jesús dice: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. No es la voluntad de su Padre que está en cielo aquélla persona que ha pecado muera en esa situación. Es así que sin arrepentimiento y perdón, se muere en pecado. Jesús no desea eso en absoluto. Él ha muerto en la cruz a fin de que podamos tener vida. Él fue colgado en el madero por nuestros pecados a fin de que todas las personas puedan tener vida, perdón y salvación. Así es que Jesús nos explica cómo reconquistar lo perdido y lo pecaminoso. Él nos dice que el pago que ha hecho por los pecados de la humanidad ha sido completo. Nos enseña que debemos recordar el gran mal que nuestros pecados producen en nuestra vida de fe y también los estragos que causa en la vida de fe de nuestro prójimo, a fin de que los evitemos y corramos a sus cariñosos brazos dónde nos recibe con su gracia y perdón. Tus pecados están pagados. Tu padre en cielo ha sido piadoso y te los ha perdonado por la obra de Cristo. Eres redimido. Él que cree recibe y posee el perdón logrado en la cruz y es revestido de la rectitud de Cristo.

Así es que recibimos su rectitud y con ella, todo lo que él ha ganado para nosotros, a saber: la vida eterna y la resurrección de entre los muertos y la vida en la gloria eterna junto al Padre. Es todo tuyo, te lo da, porque que él que creyere y fuere bautizado se salvo.

Una vez renovados los corazones, perdonados los pecados, Jesús promete oírse las oraciones de los suyos y contestarlas, además establece su promesa de que dónde dos o tres estén reunido en su nombre, allí estará en medio de ellos. ¡Qué promesa tan maravillosa! Promete estar presente con nosotros cada vez que nos reunimos en su nombre, como su pueblo. Él está presente hoy aquí, en su Palabra y en una forma especial en el Sacramento del Altar, en el cual recibimos su verdadero cuerpo y su verdadera sangre. Él está entre nosotros para perdonarnos, bendecirnos y animarnos. Él está aquí de manera tan real como está presente cualquiera de vosotros. Lo sabemos porque él lo ha prometido.

Por esto es que oramos juntos y comenzamos los Oficios Divinos en su nombre realizando la invocación de nuestro Dios Trino. Jesús ha prometido que nuestras oraciones serán contestadas.

Nuestras oraciones serán contestadas porque él está aquí, presente entre nosotros. Quizás la manera de la promesa molesta a algunos. Jesús dijo “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”. Suena como que cualquier par de personas podría orar a Dios y exigirle que llueva o deje de hacerlo y esto forzaría a Dios a realizar este pedido. Pero gracias a Dios no es así, porque sino esto sería un caos, Dios tendría que cumplir con todos nuestros caprichos constantemente. Pasa que tendemos a leer mal la promesa.


La promesa es que cualquier cosa que pidamos juntos en oración será concedida, pero las palabras perdidas son las que siempre decimos en el Padrenuestros, que piden a Dios que todo sea hechos según la su voluntad. Deberíamos orar siempre conforme a la Palabra de Dios, que es su voluntad. Cuando lo hacemos, Dios concede nuestra oración. Si pasamos por alto que debemos orar como sus hijos sujetos a su voluntad para que las oraciones sean respondidas, luego nos preguntaremos por qué cada solicitud no ha sido respondida si estamos junto a un par de personas las cuales se han unido a nosotros en el pedido.

Aunque los hilos de este texto parecen separados y no bien relacionado el uno para el otro, están conectados muy agradablemente alrededor de Jesús. Su Iglesia, y por lo tanto el cómo nos ocupamos los unos de los otros con respecto al pecado y su forma de tratarlo. Su poder y su autoridad nos son dados a trabajar en bien de la persona, en la disciplina cuando haya necesidad, porque es su Iglesia. Y porque es su Iglesia y somos su pueblo, él nos promete su presencia.

Están conectados, pues cuando actuamos en representación suya y en su nombre, tenemos su autoridad, aun para cerrar la entrada del cielo y abrirla otra vez. Él está presente entre nosotros cuándo hablamos de su Palabra. Para oír las oraciones por nuestros hermanos que han errado y recibirlos de vuelta en su gracia cuando el hermano se arrepiente. Él está presente entre nosotros porque somos su Iglesia. Su poder, su presencia, su Iglesia. ¡Qué buenas noticias! No estamos nunca solos, además compartimos su poder, su Presencia y su Iglesia. En nombre del Padre, y del Hijo de Dios, y del Espíritu Santo.