lunes, 10 de marzo de 2014

Primer Domingo de Cuaresma..

“Venciendo la tentación con la Palabra de Dios” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Génesis 3:1-21 Segunda Lección: Romanos 5:12-19 El Evangelio: Mateo 4:1-11 Sermón •Introducción Estamos inmersos ya en la estación litúrgica de Cuaresma, el tiempo penitencial para el cristiano por excelencia. Un tiempo en el que el Espíritu nos acompaña en nuestro caminar por el desierto de nuestras propias vidas, donde también abundan tentaciones de diversos tipos. Pues a diario somos tentados de muchas y diversas maneras, ya que aunque por medio de nuestra fe hemos sido rescatados de las consecuencias del pecado, aún seguimos siendo vulnerables al mismo. Jesús lo sabe bien, ya que él mismo, incluso siendo Hijo de Dios, sufrió también al tentador. En realidad, la vida del creyente es una lucha constante con la tentación, y esta puede venir en las más distintas circunstancias de la vida. Lo importante es resistirla, y para ello necesitamos la fuerza y el poder de la Palabra de Dios. Este fue el poder que Jesús usó para vencer sus tentaciones, y el que puede ayudarnos a nosotros en las nuestras. Y en esta lucha, no debemos olvidar que siempre tenemos al Espíritu Santo a nuestro lado para sostenernos en ella. •La tentación en las debilidades o necesidades Nos indica hoy la Escritura que el Espíritu encaminó a Jesús al desierto, donde le aguardaba la prueba de la tentación (Heb 2:18; 4:15). Satanás intentaría allí hacer pecar a Jesús, poniendo a prueba su confianza en Dios Padre. Trataría en fín de frustrar el plan del Padre Celestial de redimir al mundo en Cristo. Y para resistir esta prueba, no quiso Jesús hacer uso de sus atributos divinos, y menos aún confió en sus fuerzas o capacidades humanas. En esta empresa, sólo la Palabra de Dios sería su escudo contra los ataques del tentador. Así, después de cuarenta días de ayuno, sus facultades físicas estaban en el límite de lo soportable. Y fue ahí, en su debilidad, donde recibió el primer ataque. Pues en la debilidad o la tribulación, es donde somos más fácilmente vulnerables, ya que ante la experiencia de la debilidad o vulnerabilidad, necesitamos agarraderos firmes, algo que nos dé la solidez que a nosotros nos falta para sostenernos. Y es en esos precisos momentos donde podemos llegar a dudar también de la veracidad de las promesas divinas para nuestra vida, y mirar a otros lugares, buscando respuestas o alternativas. Pero recordemos que Dios no ha prometido una vida sin necesidades, dolor, o sufrimiento, sino una vida en la que, en nuestras cruces personales, Él está junto a nosotros para darnos consuelo y paz, y para sostenernos en nuestras tribulaciones. Para que cuando lleguen las cargas de la vida, las tomemos en la seguridad de que Dios las ha hecho ligera por nosotros en Cristo (Mt 11:30). Jesús resistió su necesidad, su hambre y también la tentación de hacer uso de su poder divino para aplacarla. Él debía resistirla por nosotros, como un humano más, como un hombre que sólo dispone de la Palabra de Dios para poner toda su confianza en ella: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (v4). No, no sólo de las seguridades terrenales vive el hombre. Se puede tener todo en la vida y ante Dios, estar muertos. La fuente de la vida, de la verdadera vida del hombre proviene de la Palabra de Dios, la cual nos revela nuestra necesidad de reconciliación y perdón con el Padre, y nos lleva a los pies de Cristo. Y es allí, cuando el Espíritu abre nuestro corazón y Cristo mora en él para darnos nueva y verdadera vida. Una vida que puede desarrollarse en las más difíciles situaciones y circunstancias, algunas veces penosas y dolorosas, pero que es vida en la plenitud del amor de Dios. No es una vida aparente, ni siquiera necesaria y visiblemente atractiva, pero es una vida más real incluso que esta vida terrenal, pues: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:3). Así, Jesús superó esta primera tentación, quizás la más difícil de soportar desde la carne, pues a la tentación misma se une la debilidad de nuestra naturaleza humana. Por ello y para estar preparados ante las tentaciones que surjan en nuestras debilidades, necesitamos fortalecer igualmente nuestra naturaleza espiritual con los medios de gracia que Dios ha dispuesto para ello: Palabra y Sacramentos. Para que en los días malos, donde parece que estamos solos en medio del desierto, con hambre y sufrimiento, tengamos el consuelo y la absoluta certeza de que Dios está junto a nosotros, aún en las aflicciones: “para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, más de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt 8: 3). •La tentación en la confianza y la seguridad Derrotado en su primer ataque, el tentador lo intentó de nuevo, buscando una nueva estrategia para doblegar a Jesús. La tentación de la carne había sido superada y probaría ahora con tentarlo en su seguridad de Hijo de Dios. Pretendía ahora que Jesús pecase poniendo a prueba las promesas divinas, arrojándose desde lo alto del templo para ser recogido por los ángeles sin daño. ¡Satanás usó aquí incluso la misma Escritura para tentarlo! (Sal 91:11-12). Pero una vez más Jesús resistió este nuevo ataque: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (v7). Él no necesitaba demostrar ni demostrarse quién era, ni dudó un instante de estar bajo el amparo del Padre. Jesús era el Hijo de Dios encarnado y ningún tentador podía cambiar esto, ni hacerle dudar de las promesas divinas. De la misma manera, también nosotros muchas veces somos tentados en nuestra condición de hijos espirituales de Dios. Y esto podemos sufrirlo de varias maneras. Una de ellas ocurre al exponernos irresponsablemente al pecado, pensando que éste no puede afectarnos. Al fin y al cabo, ¿no estamos ya justificados ante el Padre?, ¿no somos herederos de su Reino por medio de nuestra fe?. Todo lo anterior es cierto, pero no debemos olvidar que si bien es cierto que ante Dios somos justos por medio de nuestra fe en Cristo, no es menos cierto que seguimos siendo pecadores y sensibles al mismo. El pecado forma parte de nuestra naturaleza, y si le permitimos tomar una posición cómoda en nuestra vida, aún de la manera más inocente, terminará por dominarnos. De ahí la advertencia del Apóstol Pedro a ser tenida en cuenta siempre: “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar” (1ª P 5:8). Por tanto, no pequemos tampoco de exceso de confianza en exponernos al pecado, y busquemos siempre aquello que puede servirnos para robustecer nuestra fe y ser un buen testimonio ante otros: “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de confianza, en esto pensad” (Ef 4:8). Otra manera en exponernos a la tentación es creer que por el hecho de ser hijos de Dios, todo debe irnos bien en la vida. Esta es la dañina y errónea teología que proclama la prosperidad y éxito que deben existir siempre en la vida de los creyentes por el hecho de serlo. Pero en realidad, no siempre hay prosperidad o éxito en la vida de los hijos de Dios, y son muchas las ocasiones donde las tribulaciones hacen su aparición, pues ellas forman parte también de la vida del creyente. Recordemos que nuestro Dios es un Dios que se revela precisamente en el sufrimiento de la Cruz, y que no podemos exigirle nada en nombre de nuestra fe, pues todo lo que de Él recibimos, es por pura gracia y sin merecerlo. Nuestra confianza se basa únicamente en las promesas de perdón, vida y salvación que Dios nos ofrece en Cristo. Esperar o exigir algo más, sería tentar a Dios, dudar en definitiva de que Él ya nos ha dado lo mejor que puede darnos para esta vida y la futura: nuestra nueva vida en Cristo. •La tentación de adorar a otros dioses La última tentación del diablo fue más evidente y mostró su verdadero deseo de robar la gloria que corresponde sólo a Dios. Mostrando los reinos del mundo a Jesús, se los ofreció engañosamente a cambio de recibir adoración. Y aquí una vez más Jesús, sólo con la Palabra (Dt 6:13), detuvo este nuevo ataque del maligno: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (v10). La estrategia de Satanás no fue muy acertada con Jesús, pero sí lo es sin embargo con muchos en este mundo. Pues, ¿cuántos son los que han convertido el dinero, el poder, el éxito o la fama en nuevos dioses?, ¿y cuántos los que han entregado su alma a ellos adorándolos y robando a Dios la adoración que sólo a Él corresponde?. Recordemos las palabras de advertencia a Israel, también aplicables a nosotros hoy: “no andaréis en pos de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos” (Dt 6: 14). Pues aquello en lo que pongamos nuestra mente y corazón, eso será nuestro dios. Todo lo que nos aparte de la voluntad del Padre y de Cristo, eso será nuestro dios. Y siendo nuestro dios, poseerá y dominará nuestra alma. Pero recordemos que, estos dioses hechos a medida, con un aparente brillo de gloria, en el fondo no son sino máscaras detrás de las cuales se esconde Satanás. Él trata de robar la gloria divina y sobre todo, de impedir que podamos llegar hasta el Reino donde Cristo nos aguarda. Y nada hay mejor para impedirlo que incitarnos a poner nuestra mente y corazón en falsos dioses, en todo aquello que en realidad, no es sino muerte y corrupción. Nada hay en este mundo en lo que los cristianos deban poner su mente y corazón y que les haga apartarlos de Dios. Pues como dice el famoso himno de nuestra Iglesia, “Castillo fuerte”, al final: “todo ha de perecer, de Dios el reino queda”. Sólo Cristo debe ser aquello donde pongamos toda nuestra ilusión y esperanza en la vida, pues si lo hacemos en cualquier otra cosa, nuestro error será grave. Y así, debemos andar por esta vida ciertamente con alegría e ilusión por todas aquellas cosas con las que el Señor nos bendiga, ya sea trabajo, familia, prosperidad, proyectos personales, pero teniendo siempre presentes que todo ello no es sino algo transitorio, y que no determina quiénes somos ni nuestro futuro. Aquellos que han sido bautizados en Cristo (Ga 3:27), ya poseen lo mejor y más importante que pueden llevarse de este mundo: la ciudadanía de hijos de Dios. Una ciudadanía que les permitirá cruzar las ansiadas fronteras del Reino del Padre, donde no existe más sufrimiento, enfermedad o muerte, y donde la única gloria necesaria y que da luz a la ciudad celestial, es la de Dios: “porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Ap 21:23). •Conclusión Caminamos en esta Cuaresma atravesando nuestros desiertos personales. Desiertos que muchas veces acarrean muchas y diversas tentaciones. Jesús nos enseña hoy que todas ellas se pueden resistir y soportar con la única ayuda de la Palabra de Dios. Aferrémonos pues a Ella en los momentos difíciles, donde las tribulaciones de la vida nos hagan dudar de las promesas divinas y buscar otras salidas. Donde el pecado nos haga creer que no puede dañarnos, ni aún un poco. O donde otros dioses nos quieran atraer con promesas de felicidad terrenal. En estos momentos recordemos que nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo camina junto a nosotros y nos sostiene en la tentación con su poderosa Palabra. ¡Que así sea, Amén!. J.C.G./ Pastor de IELE/Congregación San Pablo

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