lunes, 30 de junio de 2014

3º Domingo después de Trinidad.

 

TEXTOS BIBLICOS                                                                                     

Primera Lección: Hechos 2:29-42

Segunda Lección: TITO 3:4-8
El Evangelio: Juan 3:1-15

 “El Bautismo que Salva”

Las palabras bíblicas recién leídas, ya os indican qué tema trataremos hoy, a saber: el Bautismo, el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, como lo llama el apóstol San Pablo. Me diréis tal vez: ¿Qué necesidad hay de hablar del Bautismo a una congregación cristiana? ¿Acaso no sabemos todos qué es el Bautismo? ¿Acaso no hemos presenciado ya docenas de veces este acto sagrado aquí en nuestra iglesia? — No dudo de que conocéis el significado del Bautismo. Sin embargo, no está demás hablar del Bautismo aun a cristianos adultos y experimentados, para traer a su memoria el a veces olvidado hecho de que el Bautismo es no sólo el sacramento de los pequeñuelos, sino también un sacramento cuya importancia se mantiene inalterada en todo tiempo de nuestra vida. Todos vosotros fuisteis recibidos, por medio del Bautismo, en la Santa luíosla Cristiana, la comunión de los santos; pero, ¿pensáis aún hoy en vuestro Bautismo con profunda gratitud hacia Cristo que Instituyó este sacramento, os alegráis de corazón de haber sido bautizados, y usáis vuestro bautismo como fuente de consuelo y fortalecimiento? — Para confirmar nuestro aprecio por este sacramento oigamos pues lo que la Palabra de Dios nos enseña sobre El Bautismo que Salva
Como se desprende de nuestro texto, el Bautismo
1.            Nos regenera para una vida en la fe;
2.            Nos renueva para un amor sincero;
3.            Nos llena de inconmovible esperanza.
1. “Fue manifestada la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia los hombres”, dice San Pablo, v. 4. ¡Qué verdad tan hermosa! Dios nos amó y aún nos ama a nosotros, los hombres, y nos manifestó y aún nos manifiesta su bondad. Sí, queridos oyentes: en todo el universo no hay nadie que nos ame tanto como nos ama el Creador de ese universo, y las manifestaciones de su bondad son incontables. Por amor a los hombres, Dios creó esta tierra y cuanto hay en ella. Por amor a los hombres, Dios colocó en el firmamento el majestuoso sol, la luna y millones de estrellas. Por amor a los hombres, Dios plantó el delicioso jardín de Edén como habitación para aquellos a quienes Él había formado a su imagen y conforme a su semejanza. Por amor a los hombres, Dios dió al primer hombre Adán una mujer como ayuda idónea para él. Y cuando, al despreciar todo ese amor y bondad, la primera pareja humana cayó en el pecado de desobediencia, la bondad de Dios nuestro Salvador se manifestó nuevamente en la promesa de enviar a estos ingratos e indignos hombres un Redentor, su propio Hijo. Con respecto a ese testimonio tan sublime del amor divino dice el apóstol San Juan: “En esto está el amor de Dios, no en que amemos nos otros a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”, 1 Juan 4 : 10.
En ese mundo, producto del amor divino, entramos ahora nosotros, como hombres muertos en pecados, enemigos de Dios. ¿Y qué hace Dios? Tiene misericordia de nosotros. Según su santidad y justicia, Dios debería aplicar a todos nosotros el castigo de la eterna condenación. Pero (así nos dice Jehová el Señor) “110 me complazco en la muerte del inicuo, sino antes en que se vuelva el inicuo de su camino y viva”, Ezeq. 33 : 11. “Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y que vengan al conocimiento de la verdad”, 1 Tim. 2:4. ¿Y qué hace Dios para salvarnos? “No a causa de obras de justicia que hayamos hecho nosotros (¿qué obras de justicia puede hacer el que está muerto en pecados?) sino conforme a su misericordia él nos salvó, por medio del lavamiento de la regeneración”, es decir, mediante el Bautismo, v. 5. El Bautismo fue instituido por Dios precisamente para seres tan faltos de recursos propios, tan pecaminosos como lo somos nosotros por naturaleza. En el Bautismo somos regenerados, recibimos una nueva vida espiritual, la vida de fe en Cristo. “A menos que el hombre naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios; lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”, dice Jesús, Juan 3:5-6, y San Pablo afirma: “Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura”, 2 Cor. 5 : 17. Así que el estar en Cristo, el creer en Cristo como Salvador de pecados, nos hace nuevas criaturas, nos regenera; por ende, el Bautismo es en verdad el lavamiento de la regeneración, porque engendra en nosotros la fe regeneradora. La fe, en efecto, no es producto de nuestra propia decisión, sino que es obrada en jóvenes y viejos por el Bautismo: El niñito recibe mediante el Bautismo, de una manera real, aunque incomprensible para nosotros, la fe en su Redentor Jesús. Cristo mismo afirma respecto de esa fe de los párvulos: “Al que hiciera tropezar a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, mejor le sería que… fuese sumergido en lo profundo del mar”, Mat. 18 : 6. Y el adulto, recordando agradecidamente su Bautismo mediante el cual nació su fe, es fortalecido en esa fe y canta con gozo: El agua y tu Palabra dan perdón y eterna salvación: son dones de tu gran bondad, los que me brindan redención.
II. El Bautismo es no sólo el lavamiento de la regeneración, sino también “de la renovación del Espíritu Santo.” Cristo dice en su Gran Comisión, Mat. 28 : 19: “Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Lo que nuestra Biblia castellana traduce con “en” (en el nombre del Padre, etc.) es en el texto original griego una palabra que indica movimiento hacia un lugar, algo así como el castellano “hacia adentro”. Así podemos decir con razón que el Bautismo nos introduce en Dios, el bautizado vive en Dios, es hecho hijo del Dios Trino. Y así como por el Bautismo entramos en Dios, Dios miró también en nosotros con su Espíritu y dones; el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros, como lo expresa San Pablo. “Somos templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en nosotros”, leemos en 1 Cor. 3 : 16. Y ese Espíritu no sólo engendró la nueva vida espiritual, sino que también la desarrolla y vigoriza; capacita al cristiano para combatir y vencer a los enemigos de su salvación. Sabiendo que es morada, templo del Espíritu Santo, el creyente ya no querrá cometer los pecados que Pablo cita en los versículos que preceden a nuestro texto; ya no hallará placer en maldecir a otros, o en ser contencioso, desobediente, ni querrá ya servir a diversas concupiscencias y placeres ni vivir en mu licia y envidia, vs. 2 -3. Antes bien, los que han creído en Dios pondrán solicitud en practicar las buenas obras, v. 8: serán obedientes, listos para toda obra buena, apacibles, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres, vs. I pura ellos recuerdan las palabras escritas en Ef. 4 : 30: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual sois sellados para el día de la redención.” Así el Bautismo con su derramamiento del Espíritu Santo puede y debe animarnos constantemente a vivir y abundar en amor sincero hacia Dios, cosa que por nuestra propia voluntad carnal y pecaminosa nunca haríamos, pues “el ánimo carnal es enemistad contra Dios”, Rom. 8 7
Dije que el Bautismo debe animarnos a vivir y abundar en amor sincero hacia Dios. Abundar, sí, porque también el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros en rica abundancia, por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Dios no es mezquino con sus dones. En el Bautismo nos confiere la remisión no de cierto número de pecados, sino de todos los pecados, nos redime no en parte, sino totalmente de la muerte v del diablo, nos promete la salvación no bajo ciertas condiciones, sino incondicionalmente; y da la salvación eterna no a unos pocos elegidos, sino a todos los que creen lo que dicen las palabras y promesas de Dios. Esa riqueza de la gracia divina, ¿no habría de despertar en nosotros un alegre afán de servir a Dios, con todas nuestras fuerzas, con una vida abundante en frutos de la fe?
Por esto, demos a Dios gracias especiales por haber Instituido en nuestro favor y para nuestro bien el sacramento del Santo Bautismo, lavamiento de regeneración que nos renueva para un amor sincero.
Nuestros hijos, recibidos de tu mano, buen Señor, te los damos que los laves en la fuente de tu amor; que adoptados herederos junto a Ti, Jesús, Señor, puedan siempre acompañarte en la senda del amor.
III. Milagroso es el efecto del Bautismo en los pequeñuelos: los lava de todo pecado y los hace miembros de la familia de Dios. Milagroso es el efecto del Bautismo en la vida de los creyentes adultos: robustece su fe para que gustosos abunden en obras de amor. Pero el efecto del Bautismo no termina con la vida terrenal, así como tampoco el efecto de la fe se acaba con el último latido de nuestro corazón. “Si sólo mientras dure esta vida, tenemos esperanza en Cristo, somos los más desdichados de todos los hombres”, dice San Pablo en 1 Cor. 15 : 19. Pero nuestra fe tiene como objeto no sólo al Cristo crucificado, muerto y sepultado, sino también al Cristo resucitado de entre los muertos que subió a los cielos, desde donde en el postrer día ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y a llevamos para siempre a su reino de gloria. Ésta es nuestra esperanza inconmovible, garantizada por las solemnes promesas del Dios que no miente, y también esta esperanza es obrada en nosotros por el Bautismo. Dios nos salvó, dice San Pablo, por medio del lavamiento de la regeneración, “para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, según la esperanza de la vida eterna”, v. 7. En el Bautismo fuimos justificados. En el Bautismo fuimos lavados y limpiados de nuestros pecados. En su sermón del día de Pentecostés, el apóstol Pedro dice: “¡Arrepentíos, y sed bautizados en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo!” Hech. 2 : 38; y en el cap. 22 del mismo libro leemos que Ananías dijo a Saulo: “Levántate, y bautízate, y lava tus pecados.” Más donde hay remisión de los pecados, allí hay también vida y salvación. Desaparecido el pecado, desaparecieron también las barreras que nos impedían la entrada a la casa de nuestro Padre celestial. Nada ni nadie puede ya separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús. Satanás ya no tiene de qué acusarnos, el buen Dios nos extiende amoroso sus brazos.
¡Oh, cuán agradecidos podemos estar pues por nuestro bautismo! Ese maravilloso sacramento no sólo siembra en nuestro corazón la verdadera fe y un amor activo, sino que además nos hace regocijamos en la esperanza, una esperanza no de efímeros tesoros terrenales, sino de la vida perdurable en el cielo, donde hemos de ver a nuestro Redentor con nuestros propios ojos en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza, donde volveremos a encontrarnos también con todos aquellos que han acabado ya su terrenal carrera y donde, lejos del mundanal ruido, la paz deI Señor nos ampara por siempre jamás.
Así pues, amados oyentes, mantengamos siempre vivo el aprecio por el lavamiento de la regeneración y aprovechemos bien sus inmensos beneficios, haciéndolo administrar cuanto antes a los hijos que Dios nos diere, y consolándonos y fortaleciéndonos con nuestro Bautismo todos los días de nuestra vida.
En tus brazos, buen Jesús, tómame cual tierno niño; dame vida, fuerzas, luz; guíame con fiel cariño, y a mi nombre da cabida en tu libro de la vida. Amén.
Pastor Erico Sexauer

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