viernes, 13 de julio de 2012

6º Domingo de Pentecostés.


       FIELES A LA MISIÓN DE CRISTO




TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                     



Primera Lección: Ezequiel 2:1-5

Segunda Lección: 2ª Coríntios 12:1-10

El Evangelio: Marcos 6:1-13



Sermón

  • Introducción

Vivimos en un mundo donde es evidente y palpable el incremento de personas en las que la fe cristiana ya no tiene un papel fundamental en sus vidas. El secularismo avanza arrinconando a los creyentes y relegándolos a un mero papel anecdótico en la sociedad e incluso atribuyéndoles un papel negativo y obstaculizador para el avance de la misma. En países de Europa donde el cristianismo era hasta hace unos años un elemento fundamental de su esencia espiritual y cultural, se pueden ver iglesias casi vacías, e incluso algunas son vendidas y  reconvertidas en museos o centros sociales o de ocio. La incredulidad florece y crece al parecer de manera significativa, al menos en nuestra sociedad occidental, donde el numero de bautizos desciende de manera alarmante. Pero, ¿vivimos realmente en una sociedad incrédula o es que la gente está poniendo su credulidad al servicio de otros mensajes y opciones de vida?. ¿Por qué la Palabra de Dios no tiene eco en los corazones de muchos hombres y mujeres hoy?, ¿Es esto algo nuevo en realidad o por el contrario ha sido una constante en la historia de nuestra fe cristiana a lo largo de los siglos?, y ¿Qué debemos hacer los cristianos ante este panorama poco alentador en principio?.

  • ¿Incredulidad o rechazo a la Palabra de Dios?

Cuando leemos en el Nuevo Testamento acerca de la reacción de la gente ante Jesús y su mensaje, vemos que existen momentos puntuales donde la muchedumbre acudía en masa a escucharlo. Eran cientos los que se le acercaban buscando aquella luz, aquel milagro, aquella palabra que pudiese cambiar sus vidas. Los pobres, los enfermos, los marginados lo seguían a Él y a sus discípulos buscando algo tan simple incluso como el tocar su manto: “y le rogaban que les dejase tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos” (Mc 6:56). Sin embargo, aunque las Escrituras constatan la huella profunda que Jesús dejó entre su pueblo, podemos afirmar que el cristianismo y concretamente el Evangelio del perdón de pecados, aún generando reacciones populares impactantes, no fue desde sus inicios un mensaje asumido masivamente. En el Evangelio de hoy, podemos comprobar incluso la desconfianza que mostraron los más cercanos a Jesús respecto de su misión redentora. Teniendo como tenían el conocimiento de las Escrituras para poder ver que en Jesús se cumplían todas las promesas anunciadas a Israel desde la antigüedad, aún así le mostraban un rechazo casi visceral. “Ni aún sus hermanos creían en Él” (Jn 7:5), y para el resto de vecinos o allegados, incluso su cercanía a ellos la convertían en un argumento más para la desconfianza: “¿De dónde tiene este estas cosas?, ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?” (Mc 6:2) . La acción redentora de Jesús entre sus conocidos no provocó en sus corazones mayor simpatía o alegría, sino todo lo contrario: “se escandalizaban de él” (v3). Jesús proclama entonces un axioma que ya se cumplió entre los profetas de Israel, aquellos que clamaban al pueblo por sus pecados y traiciones a su Dios: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (v4). Pues la dureza del corazón humano ante la Palabra de Dios puede ser tal, que incluso la cercanía, la amistad o la familiaridad que en principio pudieran parecer una ventaja para la proclamación, se pueden llegar a usar igualmente para el rechazo, el desprecio o la mofa. El creyente al igual que Jesús, está expuesto a ser ignorado, despreciado o incluso combatido al proclamar la verdad liberadora del Evangelio de Cristo. ¿Has experimentado estas situaciones al tratar de dar un testimonio de tu fe ante otros?. Si ha sido así, entonces que no desfallezca tu ánimo ni tu entrega, pues has experimentado el rechazo no a tí, sino a la Palabra de Dios a causa del pecado. Y ello es prueba evidente de la necesidad de redención del hombre y de la importancia de continuar la Gran Comisión que Cristo encomendó a sus discípulos (Mt 28: 16-20).

  • El rechazo como comienzo de la misión

Jesús inició su misión en la tierra viviendo en su persona el rechazo a su obra y su mensaje. Pero lo que parecía una situación de partida desfavorable, no fue obstáculo para continuar con más ahínco su labor entre su pueblo. Del asombro por la incredulidad que mostraban, pasó rápidamente al trabajo en la vid de su Padre : “Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando” (v6). Y así debe ser igualmente entre nosotros, pues no hemos sido llamados a una labor fácil ni cómoda, sino a arar con decisión campos de dura tierra (Lc 9:62), a pescar en aguas profundas y peligrosas (Lc 5:4), a cargar pesadas cruces (Mt 10:38), a andar sobre aguas amenazadoras (Mt 14:29), a no temer a las tormentas (Lc 8:25), a no callar ante las multitudes (Lc 19:37), y en definitiva a beber llegado el caso de un cáliz amargo como la hiel (Mc 10:39). Estas son las condiciones de nuestra misión, que en resumidas cuentas significan que el mundo no nos recibirá con los brazos abiertos, y que muchas veces hablaremos en el desierto, donde acaso algún alma tocada por el Espíritu nos escuchará. Que los medios de gracia no serán recibidos siempre como la bendición divina que son para el hombre, sino llegado el caso despreciados. Que seremos acusados de ilusos, anticuados, y hasta un peligro para la modernidad. Y para todo ello debemos estar preparados, para que cuando experimentemos estas situaciones nuestra fe y con ella, nuestra tarea apostólica en  la sociedad no se tambalee. Nuestra fe y el trabajo de testimonio que ella implica, requieren tener la claridad de que, en palabras del propio Jesús: “si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros” (Jn 15:18). No, no llevamos un mensaje exitoso para los oídos de esta sociedad, pero aún así este mundo está necesitado de oírlo y de recibirlo, pues hoy como en los tiempos de Jesús, el pecado sigue clavando su aguijón en las vidas de las personas. Siguen siendo todavía muchos los que viven entre los muertos de espíritu (Ef 5:14), ajenos a la gran distancia que los separa de su Creador, y sin que nadie les proclame que en Cristo y sólo en Cristo hay perdón y reconciliación eternas por medio del arrepentimiento y la fe en la Cruz salvadora. Pero todo esto y el rechazo de gran parte del mundo a Cristo, no hace sino confirmarnos lo necesario de seguir sujetando firmemente el arado abriéndonos paso. Sólo así seremos siervos útiles para que el Espíritu Santo siga dando testimonio, sabiendo que la semilla del sembrador divino, unas veces será devorada antes de tiempo, otras se secará por falta de arraigo, otras morirá sin dar fruto, pero finalmente y con total seguridad en muchos casos caerá en buena tierra, dará fruto y producirá cosecha abundante: “Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno” (Mc 4: 20).

·         Sin alforja y sin sustento para el camino

El compromiso cristiano no es fácil como hemos visto, por la propia naturaleza de su misión: convencer al mundo de su pecado, de la justicia ganada por Cristo y del juicio por la victoria del Hijo de Dios sobre el mal (Jn 16:8), y todo ello por medio de la proclamación de la Palabra. Y Jesús, para esta complicada empresa conminó a sus discípulos a no llevar :”nada para el camino, sino solamente bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, sino que calzasen sandalias, y no vistiesen dos túnicas” (v8). Es decir, fe absoluta en que ellos, sus vidas y su testimonio están totalmente en las manos del Padre, que cuidará de que nada les falte y los sostendrá llegado el caso hasta en el martirio por la fe como el caso de Esteban, el cual mientras era apedreado: “invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hech. 7:59) y aún perdonaba a sus castigadores. Pues los discípulos de Cristo necesitamos como única seguridad para esta misión, el don divino de nuestra fe. Y es precisamente esta fe la que ante el rechazo, la incredulidad y la falta de respuesta al Evangelio de perdón de pecados, hace que perseveremos en esta comisión que ha sido encomendada a la Iglesia de proclamar esta Palabra que nos sustenta, y de administrar los Sacramentos para perdón de pecados y salvación. Poco más necesitamos, aparte de la confianza en  que la Palabra de Dios: “no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is. 55:11). Con esta promesa de parte de Dios mismo, podemos vivir con la seguridad de que en la aparente incredulidad de esta sociedad, aún hay muchos que responderán a esta Palabra, y que nuestra misión es alcanzarlos allí donde estén. Puede ser entre nuestra propia familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo e incluso personas desconocidas para nosotros. Están ahí, aguardando como el eunuco a que un discípulo del Señor vaya en su busca y que de ese encuentro surja el diálogo que esperan los ángeles para gozarse: “Aquí hay agua, ¿Qué impide que yo sea bautizado?. Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hech.8:36).

  • Conclusión

Felipe buscó al eunuco en el desierto y lo encontró, y al igual que a él, el Espíritu nos guía también a nosotros en esta vida al encuentro de aquellos que aún no han confesado el nombre de Cristo. No será una misión fácil ni quizás exitosa, pues sobre la Palabra de Dios pretenden alzarse hoy como siempre, otras palabras que atrapan a los hombres y los apartan del Evangelio. Aún así debemos perseverar, como aquellos primeros discípulos que caminaban por caminos de sequedad e incredulidad, pero que aún así: “predicaban que los hombres se arrepintiesen, Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite  a muchos enfermos, y los sanaban” (v12-13). Ellos son el ejemplo a seguir y la demostración de que el Reino en verdad, está cerca. Que así sea, ¡Amén!.
                                          J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

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