domingo, 14 de julio de 2013

7º Domingo después de Pentecostés.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 66:10-14 Segunda Lección: Gálatas 6:1-10, 14-18 El Evangelio: Lucas 10:1-20 “Jesús principio y fin de la Iglesia” Introducción Hoy día hay mucha confusión con respecto a la Iglesia Cristiana. ¿Cuál es la verdadera? ¿Por qué hay tantas? ¿Por qué son tan distintas? ¿todas son iguales y creen lo mismo? Lejos de acabar con estas preguntas el texto de hoy nos presenta una base sólida sobre qué es la Iglesia, cuál es su función y de quién debe depender. Cristo llama a sus discípulos. En primer lugar se nos dice que Jesús escogió a los suyos y los envió. Realmente no somos dignos de ser llamados y menos de ser enviados a anunciar un mensaje tan sublime y transformador. No somos dignos porque en otro tiempo éramos enemigos de Dios, nuestros pecados nos separaban de Él. Sin embargo Dios no es pasivo, ni se queda mirando a la distancia, sino que viene y se involucra en nuestras vidas, viene a cambiar nuestra realidad y la percepción de la misma. Llega a nuestro encuentro y nos da vida, nos incorpora a la familia divina y envía. Esto lo hace únicamente por medio de su Palabra, esa Palabra que es utilizada en nuestro Bautismo, allí Dios se hace presente en nuestra realidad dar vida espiritual a quienes no la tienen, para recibir a un nuevo integrante en la familia divina, para anunciar un compromiso de manera pública, el compromiso de que Él será el Dios de esa persona, que ya no está más bajo el reino de satanás, que ya n o es esclavo del pecado y que la muerte no tiene poder sobre él. Allí se nos anuncia que hemos sido librados de estos males, para servir con alegría a nuestro Dios, para anunciar sus buenas noticias en medio de lobos. El Señor sigue llamando por medio de su Palabra, ya que a todos los arrepentidos de sus pecados no solo se los perdona, sino que los envía a que vivan en su Paz. Ante la realidad que nos rodea, este Señor nos invita a rogar por más personas en el reino, por más personas comprometidas a anunciar su mensaje, más personas que dependan del buen pastor. Cristo es el pastor que cuida a sus corderos. A quienes Dios les da vida son enviados como corderos en medio de lobos. Generalmente la realidad suele ser inversa. Suponemos que lo malo ataca a lo bueno, que lo sucio contamina lo limpio, que la enfermedad desplaza a la salud, pero no es así en el reino de Dios. Lo bueno viene a influir y cambiar lo malo. El Señor promete cuidar que los lobos no se coman a sus corderos, para que estos puedan vivir juntos. Los corderos son portadores de la gracia divina que transforma a los lobos en corderos. No es una cuestión de quién es el más fuerte, el más agresivo, incluso de quién es el más razonable. ¿Cómo puede sobrevivir un cordero en medio de una manada de lobos? Dependiendo totalmente de su pastor, de Cristo, de su presencia, de sus promesas, en su poder. Estando a su alrededor. Como cristianos no tenemos que temer estar en medio de lobos, lo único que debemos temer es abandonar o perder la compañía de nuestro pastor. Individualmente o congregacionalmente corremos el peligro de querer sobrevivir en medio de esta sociedad agradándola, conformándonos a sus exigencias, oyendo y cumpliendo con sus caprichos. Muchos creen que si no lo hacemos corremos el riesgo de no ser escuchados o tomados en serio. El mayor riesgo que corremos personal y grupalmente es el de abandonar a nuestro Pastor por ir detrás de estos caminos, distorsionando la voluntad de nuestro Buen Pastor. Es natural que no quieran oír o creer nuestro mensaje. Pero la tarea que tenemos es la de anunciar más allá de los resultados o las reacciones. Por ello en el Padrenuestro oramos “más líbranos del mal”, para recordarnos que si bien somos ovejas en medio de lobos no dependemos de las bondades de los lobos para sobrevivir. Dependemos del tierno cuidado de nuestro buen y generoso Dios. Él prometió estar todos los días con los suyos, cuidándolos y yo le creo. Cristo es la base de la paz. Solemos escoger nuestras amistades. Este sí, este no. A veces acertamos otras nos equivocamos. Con respecto a nuestra función de mensajeros hay cosas que no escogemos. No escogemos qué anunciar ni a quienes. Solo debemos anunciar y compartir lo que nos ha sido dado: Que por medio de Cristo Dios nos ha reconciliado consigo mismo no tomando en cuenta nuestros pecados. Todos necesitan vivir el perdón y la Paz de Dios. Aun aquellas personas que creemos son indignas de oír o incluso que presuponemos que rechazarán el mensaje de Cristo, necesitan oírlo. No perdemos nada, el mensaje no disminuye, no se devalúa por ser predicado y rechazado. Las personas que no crean deben serlo porque rechazan el mensaje de Paz y no porque no han oído a nadie que haya anunciado esa Paz. El reino de Dios se ha acercado por medio de Cristo Jesús y lo sigue haciendo en la predicación de su Palabra y presencia en el Bautismo y Santa Cena. Cristo nos apremia a anunciar el Mensaje La solicitud de nos saludar a nadie en el camino tiene que ver con la prisa de nuestra tarea. Es imperioso que no nos distraigamos con cuestiones que no tienen que ver con nuestra tarea. Esa labor es de vida o muerte, eternidad junto a Dios o lejos de Dios. Quienes rechacen el evangelio de Cristo, lamentablemente serán condenados y no tendrán paz en la vida eterna. Pero aquellos que reciben la reconciliación de Cristo Jesús disfrutarán de la paz ahora y por siempre. Cuando comprendemos lo importante de nuestra tarea, no podemos descuidarnos ni dejar pasar más tiempo. Pablo exhorta a Timoteo a que “predique La Palabra; insiste a tiempo y a destiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando los hombres no aceptarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias apartarán de la verdad el oído y se volverán a los puros cuentos”. Piensa en cuantos te rodean y no saben de Cristo, cada vez que ores, pide a Dios ser uno de sus obreros que vaya a trabajar o anunciar a su mies. Comparte con ellos de manera sencilla lo que Dios ha hecho por ti y por él. Cristo es nuestro Mensaje. Quizá no tengas respuestas a muchas preguntas, hay muchas cosas que no sabemos y respuestas que no podemos dar. A pesar de estas cosas sí podemos hablar de las cosas que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús. Que por su muerte y resurrección tenemos seguridad del perdón de pecados y vida eterna, de comunión con el Padre y con la Iglesia universal de todos los tiempos. Como Pedro y Juan ante el paralitico en el templo: Hay muchas cosas que no tengo, pero de lo que tengo te doy: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. No hubo elocuencia, ni siquiera un gran discurso, solo fue anunciado Cristo. Somos portadores de un mensaje que en primer lugar nos afecta a nosotros. El llamado de Dios, la nueva vida en Él y su envío están íntimamente relacionados. Los discípulos volvieron a contarle a Jesús qué había sucedido durante su viaje misionero. Nosotros deseamos pasar tiempo con nuestros amigos y conocidos pero también necesitamos y deseamos pasar más tiempo con Él, con su Palabra, con su presencia, para que nos enseñe, ilumine y fortalezca en la fe. Deseamos conocer más y mejor a aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable para anunciar sus virtudes. Cuando nos reunimos en los Oficios Divinos para leer su Palabra, lo hacemos invocando su presencia, lo hacemos en el nombre de Dios trino. Esto no es un amuleto o un ritual, es recordarnos a nosotros mismos que allí donde dos o tres se reúnen en nombre de Dios, Él se Hace presente. Sucede lo mismo con el Bautismo, lo hacemos en el nombre de Dios trino porque Él nos asegura su presencia divina y donde Dios se hace presente hay perdón vida y Salvación. En la Santa Cena Cristo no solo nos recuerda su perdón logrado en la cruz, sino que además nos lo da de la misma manera que lo dio a sus discípulos. Este es el verdadero poder del cristiano y de la Iglesia. Cuando perdemos este mensaje de Paz entre el hombre pecador y Dios por medio de Cristo, perdemos la autoridad que Dios nos ha dado. Cristo ha vencido al mal. El diablo ha caído otra vez. En la primera ocasión cuando se reveló contra Dios y otra vez más cuando fue derrotado por Cristo. Por la victoria lograda por Cristo en la Cruz y la tumba vacía, el diablo ha perdido su poder y autoridad sobre los hijos de Dios. No hay una lucha eterna entre el bien y el mal, o la búsqueda de un equilibrio universal como el Ying y el Yang. El mal está vencido y tiene sus días contados. Cuando el Señor nos llame a su presencia o venga a buscar a su pueblo, el pecado, el diablo y nuestra propia carne no tendrán más poder sobre nosotros. A pesar de que en esta vida tengamos que sufrir por causa de nuestros pecados o influencias externas, el Señor nos dice “No temáis... yo he vencido”. No son tus fuerzas, no es tu astucia, es tu Señor quien da la victoria sobre estos males. Cuando Él te anuncia el perdón de todos tus pecados, te dice que estás en paz con Dios por medio de su sacrificio en la cruz, recordamos, celebramos y recibimos la victoria sobre el mal. Cristo es nuestra mayor alegría. Puede haber muchas cosas en esta vida que te produzcan alegría, pero la mayor alegría como discípulo de Dios es estar en el libro de la Vida, gracias a la obra que Cristo ha hecho por todo el mundo y que ha otorgado a cada cristiano por medio de la fe. Humanamente solemos basar nuestra alegría en cosas que nos pasan, en la Iglesia suele pasar lo mismo, se está alegre cuando hay muestra de poder sobrenatural, si crecemos numéricamente o económicamente nos va bien. Pero nada de eso debe enorgullecer a los discípulos. Esto pondría nuestra mirada en el sitio equivocado. Es normal que nuestra sociedad ponga los ojos en los resultados, en el éxito, en la gloria. Pero en el reino de Dios la alegría llega a nosotros por la Promesa, por los resultados que aún no se ven, sino que se esperan. Que tu nombre esté escrito en el libro de la vida, indica que por la gracia de Cristo tienes la seguridad de tu vida no termina en la muerte y que tu destino eterno está junto a Dios, alabándolo por siempre porque has sido perdonado de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Congregación Emanuel. Madrid.

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