domingo, 22 de noviembre de 2009

Último domingo del año eclesiástico.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Jesús es el Rey”

Textos del Día:

Primera lección: Daniel 7:13-14

Segunda Lección: Apocalipsis 1:4-8

El Evangelio: Juan 18:33-37

33 Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? 34 Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? 35 Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 36 Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. 37 Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.

Sermón

¿Los dos qué?

Nos hemos acostumbrado tanto a lo material y tangible que las cosas espirituales comienzan a sonar a Chino. Y aunque el ser humano desde que fue seducido en el Edén a desconfiar y comprobar por sí mismo la veracidad de la Palabra de Dios volviéndose así un descreído por excelencia, al punto de que Tomás dice, “si no lo veo no lo creo”, también es verdad que nuestra sociedades no solo desconfía de lo que su mano no toca, sino que incluso ha estado perdiendo progresivamente la dimensión espiritual de la vida, aquella perspectiva trascendente que nos eleva un poco más allá en día a día. Nos hemos vuelto un poco animales, que solo vemos lo que tenemos enfrente.

Los dos reinos

Hoy el Señor Jesús en el Evangelio de Juan nos enseña sobre los dos reinos: Uno es el terrenal, y el otro es el espiritual o celestial. Y amabas realidades conviven simultáneamente, y por fe vivimos y transitamos por las dos.

El reino terrenal es un orden establecido por Dios

El reino terrenal es el que vemos día a día, dónde tenemos a nuestros políticos que intentan dirigir como pueden y quieren el rombo del país, tenemos nuestras leyes que pretenden regir y controlar el orden de la sociedad (y cada vez más la moral), tenemos nuestros premios y recompensas como todo pueblo, con sus fiestas y alegrías para distendernos. Tenemos una identidad, y aunque particularmente en España nos ocurre un fenómeno bastante peculiar en cuanto a esto, lo cierto es que existe un documento de identidad que nos hace ciudadanos de este país, y ahora como consecuencia también de la Unión Europea, y quien sabe si dentro de poco ya no lo seremos también de un nuevo régimen mundial. También tenemos la posibilidad de desarrollarnos con nuestras actividades enmarcadas bajo la legalidad que el reino proporciona.

Se nos imponen leyes comunes de obediencia bajo amenazas de condenas. Y claro está que también debemos pagar nuestros impuestos para que el sistema funcione.

Podemos estar más o menos a gusto con este nuestro reino terrenal, pero lo cierto es que ahí está y es una realidad diaria y palpable en la que estamos obligados y condicionados a vivir para lo bueno y para lo malo. Los cristianos entendemos que este reino terrenal, a pesar de lo imperfecto que es y de los disgustos que en ocasiones nos trae, es la forma que Dios estableció para mantener medianamente el orden y contener todo el mal que se desataría si la naturaleza humana no estuviera controlada y enmarcada en unas normas de convivencia. Por lo tanto se nos pide que valoremos como bueno este orden terrenal y que estimemos a nuestros gobernantes, oremos por ellos y le obedezcamos en todo lo que no nos enfrente contra las normas del reino celestial.

Desde la caída en pecado el mundo funcionó siempre así. Las agrupaciones humanas necesitan normas y gobernantes para que funcionen. Fuera de un sistema que regule el caos reinante sólo encontraríamos nuestro fin. Por lo tanto los humanos somos “hijos del rigor” como se suele decir.

Necesitamos que nos obliguen y auto obligarnos a cumplir las normas, porque sino todos buscaríamos sólo nuestro propio y egoísta beneficio. Si nos dejaran todos quisiéramos ser los “reyes”, no solo de nuestras vidas haciendo los que nos de las ganas, sino que también nos gusta gobernar y legislar sobre la de los demás. Somos seres que estamos condenados a vivir bajo la amenaza de la ley en el reino terrenal y nos acostumbramos a ello: “es lo que hay”. Pero ¿Acaso no hay un reino diferente en medio de este reino terrenal?

El reino celestial

Pues sí, existe otro reino, pero no es perceptible a lo puramente material. Es ciudadano del este reino el hombre nuevo, aquel que por la fe nace a una nueva vida, a una realidad velada para quienes sólo tienen ojos para lo terrenal. Como en todo reino también hay un rey, pero al contrario que el terrenal, este es un reino de Gracia en el cual el coste de nuestra vida lo ha asumido por completo de Rey y nos da todo gratuitamente, por amor. Es un Rey que gobierna por medio de la misericordia y el perdón. Un rey que lava los pies a los suyos, que les cura sus heridas. Éste es un Reino que también tiene sus normas, pero que no apuntan solamente a controlar las conductas externas, sino más bien el corazón que es la verdadera causa del mal del ser humano, pues de ahí dentro surge todo lo malo. Este Rey Celestial gobierna en el corazón de sus ciudadanos y las normas se resumen en AMOR. “amarás a Dios con todos tu fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo”. Es el reino de la FE, dónde la confianza plena y ciega a nuestro rey nos hace estar seguros bajo sus dominios. Le creemos sin reservas pues el ha dado su propia vida por nosotros. Es un Rey que ha experimento el dolor y el sufrimiento humano en su máxima expresión. Un rey que sabe de que va esto de ser “ser humano”, y aunque nunca pecó, este Rey asumió en su propia vida todo el castigo que merecíamos por la condena que pesaba sobre nosotros. Un Rey que nos gobierna exclusivamente por medio de su Palabra.

Es un reino por el cual se anda por fe y no por vista. Un reino dónde por esa fe entendemos lo que nuestra razón es incapaz de captar y comprender. Es un reino al cual da gusto pertenecer, un reino en el cual deseamos que más personas puedan disfrutar de sus beneficios. Un reino dónde se nos garantiza la atención y cuidado permanente. Dónde nuestro Rey va con nosotros todos los días y a todos los sitios y con el cual podemos hablar libremente y oírle sin pedir audiencia previa. Un rey que nos promete una vida más allá de esta, dónde él mismo se ha encargado de prepararnos moradas en la casa de su Padre y por la cual no debemos pagar hipoteca alguna.

Los tributos son de alabanza y agradecimientos. Le agrada un corazón arrepentido y misericordioso. Las ofrendas que dedicamos para expender su reino son voluntarias y son consecuencia de lo mucho que él nos da. Las leyes registradas en los diez mandamientos no son una carga pesada regida por la obligación y el miedo al castigo, sino que nos las ha hecho ver como lo mejor para nuestra vida. Amamos a ley de Dios “nos deleitamos en ella” y deseamos fervientemente cumplirla. Y cuando no lo hacemos nos duele y nos arrepentimos buscando perdón.

El Reino Celestial en el reino terrenal

El reino se ha acercado. Está entre nosotros. Pero la gloriosa apariencia de este reino de momento está oculta tras la cruz. Ni siquiera nuestro rey ejerció dominio ni poder en esta tierra.

Es más, nadie reconocía a un rey terrenal en él, pues no ha venido a ser servido, sino a servir y
dar su vida por rescate. Nació en un pesebre y murió en una cruz. No es la clase de rey que se espera ver. Pero a este Rey y su reino hay que verlo con los ojos de la fe, sino solo vemos a un simple y pobre hombre, un buen hombre con buenas ideas, pero poco más, tal como le sucedió a Pilatos. La fe nos hace ver en Jesús al Rey de Reyes y Señor de señores aún bajo su débil apariencia. Sin fe nuestro rey pasa desapercibido, queda oculto en medio de un reino terrenal de manifestaciones constantes de poderío.

Y si bien sabemos de la gloria con la que ha de manifestarse cuando regrese, y aun cuando experimentamos destellos de ella, nosotros también vivimos ocultos bajo la cruz y el sufrimiento.

“Mi reino no es de este mundo” dijo nuestro Rey, ni tampoco se rige por los principios de este mundo. La gloria y el esplendor están reservados para otro momento, ahora nos toca disfrutar y trasmitir su perdón, su paz y amor bajo estas apariencias. Nuestra alegría y esperanza, nuestro contentamiento y nuestro ser agradecidos por todo y en todo momento no se debe a nuestra prosperidad material. Por que sea que suframos o que nos alegremos, sea que tengamos mucho a poco, sea que vivamos o que muramos, nuestra verdadera fortaleza y sentido nos lo da saber que
“Somos del Señor”.

Ciudadanos del Reino de los Cielos al servicio de Cristo en el reino terrenal

Tú perteneces a este Reino. Eres ciudadano del cielo, pero el reino se ha acercado a la tierra para que ahora mismo puedas disfrutar de sus beneficios. Tu sello se te ha dado en el Bautismo, dónde se te declara hijo, dónde se te hace nacer a una nueva realidad y dimensión. Se te da la vista para ver lo que los ojos no captan. Se te perdona y se te lava. Se te reviste de Cristo y se hace un pacto contigo dónde el Rey se compromete a brindarte su amparo.

Tú, por la fe, perteneces a un Reino dónde se te alimenta con la Palabra diaria del Rey de los cielos. Se te da a comer un alimento especial en la Santa Cena. Allí se te da pan y vino, y con ello y bajo esa apariencia tus ojos de credulidad ven y reciben el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de quien dio su vida por ti para perdón. Y esto sucede porque la Palabra de Rey es poderosa y logra que eso sea una realidad de fe. Y como decía Lutero, la fe nos quita de ser como vacas o perros que solo ven solo lo evidente. En fe podemos ver a Cristo tras los elementos.

Vivimos el en reino terrenal bajo la perspectiva y mentalidad del reino celestial. Eso influye en
nuestra manera de pensar y vivir y enfrentar la vida, y muchos a nuestro alrededor quizás puedan ver algo llamativo en eso. Vivimos bajo la cruz, bajo el servicio, vivimos por gracia y agradecidos. Vivimos para amar a Dios y servir a nuestro prójimo. Y sin embargo nosotros aún vivimos bajo las tensiones de los opuestos, y somos santos y justos, y al mismo tiempo seguimos siendo pecadores que nos refugiamos en el perdón de Cristo. Somos parte del reino celestial pero aún vivimos en este mundo. Y en este reino terrenal tenemos la hermosa tarea de anunciar el Evangelio del Reino. El Reino se ha acercado, y esta Buena Noticia no es solo para nosotros, sino para quienes aún hoy sólo pueden ver lo evidente y creer sólo en lo que tocan. Disfruta y vive en paz de esta doble ciudadanía e influye con lo celestial todo cuanto te rodea en este mundo temporal. Oye diariamente la voz de tu Rey, pues ahí está la verdad que nos hace libres. Amén

Walter Daniel Ralli

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