viernes, 30 de julio de 2010

7º Domingo después de Trinidad.

“Cristo cuida de nosotros”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
1º Lección: Isaías 62:6-12
2ª Lección: Romanos 6:19-23
Evangelio: Marcos 8:1-9

EVANGELIO DEL DÍA
Marcos 8:1-9
En aquellos días, como había una gran multitud, y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos, y les dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y si los enviare en ayunas a sus casas, se desmayarán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos. Sus discípulos le respondieron: ¿De dónde podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto? El les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos dijeron: Siete. Entonces mandó a la multitud que se recostase en tierra; y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y los pusieron delante de la multitud. Tenían también unos pocos pececillos; y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante. Y comieron, y se saciaron; y recogieron de los pedazos que habían sobrado, siete canastas. Eran los que comieron, como cuatro mil; y los despidió.

Sermón

En el texto que acabamos de leer, Jesús alimenta milagrosamente a cuatro mil hombres. Este milagro no debe confundirse con un milagro previo, donde Jesús dio de comer a cinco mil. Dos veces alimentó Jesús milagrosamente a una multitud. Los dos milagros se realizaron al este del río Jordán, y en los dos casos Jesús, después del milagro, cruzó el lago de Genesaret y volvió a Galilea.
En el primer milagro, cuando Jesús alimentó a cinco mil, hubo un muchacho con cinco panes y dos peces. En el segundo milagro, que estudiamos hoy, hubo siete panes y unos pocos pececillos.
Cuando Jesús dio de comer a los cinco mil hubo allí mucha hierba. Cuando dio de comer a los cuatro mil, no hubo más que el desierto y la tierra dura y seca. Cuando Jesús alimentó a cinco mil, Andrés se puso a calcular. Cuando alimentó a cuatro mil, los discípulos dejaron todo en manos de Jesús. Después del primer milagro recogieron doce cestos de fragmentos. Después del segundo milagro recogieron de los pedazos siete cestas. Después del primer milagro querían hacer rey a Jesús, pero Jesús, ya en Galilea, les dijo: "Trabajad no por la comida que perece. - Yo soy el pan de vida'' (Juan 6:27.35). Después del segundo milagro advirtió Jesús a sus discípulos, diciendo: "Guardaos de la levadura de los Fariseos" (Marcos 8: 15).
Así es que hubo dos distintos milagros. Nuestro evangelista, San Marcos, describe los dos milagros (Marcos 6:34-44 y Marcos 8:1-9). Jesús habla de las dos ocasiones, al decir: "¿Ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántos cestos alzasteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuantas canastas tomasteis?" (Mateo 16:9.10). El segundo de estos milagros nos llama la atención hoy. Meditemos, pues, en el tema,
JESUS DA DE COMER A CUATRO MIL HOMBRES.
I
En nuestro texto el Salvador se encuentra en una región que se llamaba Decápolis. Habiendo dejado la tierra de Tiro y de Sidón, donde había sanado a la hija de la sirofenisa, Jesús cruzó Galilea, y ahora se ve al este del mar de Galilea (Marcos 7: 31). Ahí en el desierto llegó a Jesús mucha gente. Claro que Jesús se habrá aprovechado de la oportunidad de enseñarles el Evangelio. Además se presentaron a Jesús los cojos, los ciegos, los mudos, en fin, enfermos de toda índole. Y Jesús sanó a todos, de modo que la gente, maravillada, pronunció las conocidas palabras: "Bien lo ha hecho todo: hace a los sordos oír, y a los mudos hablar" (Marcos 7:37).
Tres días esa multitud se quedó con el Salvador. Tanto se interesaban en la compañía de Jesús que se olvidaron de su comida. Dijo Jesús: "Ya hace tres días que están conmigo Y no tienen qué comer." Lo cual habla bien de esa multitud. En ella hallamos un ejemplo de gente que buscaba ''primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mateo 6:33).
¿Qué hará el Salvador en semejante situación? El había venido "a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10). Es decir, Él había venido a este mundo para conseguirles a los pecadores la vida eterna.
Pero no por eso cierra el Salvador los ojos al bienestar temporal de los suyos. Contemplando a la multitud, dice Jesús: "Tengo compasión de la multitud" y sigue hablando el Señor: “y si los enviare en ayunas (sin comer) a sus casas, desmayarán en el camino, pues muchos de ellos han venido de lejos”. Jesús mira a la gente, siente piedad, y se empeña en ayudarles.
Los discípulos comparten esa solicitud, pues agregan: "¿De dónde podrá alguien hartar a éstos de pan aquí en el desierto?" Es corno si dijeran: "No hay pueblo por acá. No hay tienda en ninguna parte. En este desierto no hay panadería que nos venda pan."
Pero ¿para qué esa pregunta de parte de los discípulos? ¿Ya no recordaban cómo Jesús había alimentado a cinco mil en un ambiente parecido? Tan pronto puede uno olvidar. ¿O querían decir: "Señor Tú sabes qué hacer; nosotros no tenemos solución alguna; nos damos por vencidos; entregamos todo el problema en tus manos? Cuando Jesús pregunta, ¿Cuantos panes tenéis? ya no se ponen a calcular como lo hizo Andrés en otra ocasión; no ofrecen consejo alguno: responden lacónicamente, con una sola palabra: “Siete”.
El benigno Salvador sí sabía qué hacer y cómo proceder. Los siete panes que los discípulos habían traído consigo no era gran cosa. Apenas hubieran cerrado el apetito de cincuenta personas. Pero en este caso eran comida suficiente. Jesús no necesitaba más. Mandó que la multitud se recostase en tierra. Faltaba en esta ocasión la hierba que abundaba en el suelo cuando se recostaron los cinco mil. Nos cuenta el texto.: "y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, partió, y dio a sus discípulos que los pusiesen delante. "
Los discípulos funcionaron como camareros, tomando los panes de las manos de Jesús y llevándolos a la gente recostada en el suelo. Parece que a medida que recibían el pan de las manos del Salvador, más pan llenaba dichas santas manos. Fue una repetición del milagro de Sarepta en los días de Elías, cuando "la tinaja harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite” (1 Reyes 17:16).
Tampoco faltaba la carne. Los discípulos habían traído también “unos pocos pececillos". No eran pues, ballenas, ni peces grandes: Eran pececillos. Pero respecto a estos pececillos nos relata el texto: "y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante. Y comieron, y se hartaron."
Parece que lo de los pececillos fue un rito separado. De todos modos los pececillos se multiplicaron, como se habían multiplicado anteriormente los panes.
En esta forma hizo Jesús comida suficiente para toda aquella multitud en el desierto, pues leemos: "y comieron, y se hartaron, y levantaron de los pedazos que habían sobrado, siete cestos; y eran los que comieron, como cuatro mil: y los despidió. "
II
Nosotros por la gracia inmerecida del Espíritu Santo pertenecemos a la misma clase que esa multitud que encontramos en el desierto de Decápolis. El Espíritu Santo nos ha dirigido igualmente a Jesucristo. Nos ha inspirado confianza y fe en El. Nos ha puesto en su rebaño, donde disfrutamos la compañía y la bendita comunión con el Salvador y Buen Pastor. En su compañía oímos también la voz del Buen Pastor que dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; y yo les doy vida eterna" (Juan 10:28). Todas las bendiciones espirituales las hallamos en la compañía de Jesús, y a la postre nos espera la comunión con Él en la vida eterna.
Pero el misericordioso Salvador piensa también en nuestras bendiciones temporales. ¿Podrá Él que dio su vida para darnos la vida eterna, olvidarnos cuando se trata de nuestro bienestar en esta vida? De ninguna manera. Nos asegura el inspirado apóstol: "El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:22). Sí, todas las cosas buenas nos promete Dios en Cristo. Algunas de estas cosas se enumeran en el Primer Artículo de nuestro Credo: "Y los sostiene aún. Además me da vestido y calzado, comida y bebida, casa y hogar, esposa e hijos, hacienda y ganado y todos los bienes. Me provee abundante y diariamente de todo lo necesario para la vida."
Pero a veces nos parece que el Señor se olvida de nosotros. Nos toca estar enfermos, sufrir pérdidas, ser víctimas del engaño y de la perfidia del mundo. Entra en nuestra casa, sin invitación, la muerte y se lleva de ahí a uno de nuestros seres queridos, de modo que a veces nos sentimos con la tentación de preguntar: "¿Es justo esto? ¿Hay un Señor justo en el cielo?"
Pero no obstante tales supuestas pérdidas, el Señor Jesús piensa en nuestro bien. Nosotros no somos capaces de entender sus pensamientos, sus caminos. El mismo nos declara mediante su profeta Isaías: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos" (Is. 55:8.9).
Los caminos de nuestro Salvador muy a menudo nos parecen extraños, pero siempre resultan buenos. Nos consuela el apóstol así: "Sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28). Por lo tanto es verdad lo que confesamos en nuestro Credo: "Me ampara contra todo peligro, y me guarda y protege de todo mal."
Nuestro Evangelio para este día nos enseña que vale la pena quedarnos con Jesús y su Palabra. Nos enseña lo que Jesús declara en su sermón de la Montaña: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33). Amén.
Señor Dios, Padre celestial, gracias te damos por tus múltiples dones espirituales y temporales que has derramado sobre nosotros. Ayúdanos a buscar primeramente tu reino y tu justicia, y entonces ayúdanos a recibir con cada vez más acciones de gracias nuestro pan de cada día. Rogamos esto en el nombre de tu santo Hijo, nuestro misericordioso Redentor. Amén.

Sermones sobre los Evangelio Históricos








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