domingo, 13 de febrero de 2011

6º Domingo después de Epifanía.


Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a
La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Deuteronomio 30:15-20
Segunda Lección: 1 Coríntios 2:6-13
El Evangelio: San Mateo 5:20-37
Sermón
Introducción
Ser justos puede parecer algo relativamente sencillo. Bastaría con seguir y respetar una serie de normas, de pautas de comportamiento, y en teoría podríamos hacer gala de nuestra supuesta justicia. Pero para Dios, el concepto de justicia es algo mucho más profundo, y sobre todo, inalcanzable para el ser humano. Hablamos de la justicia entendida desde la óptica del Todopoderoso, de aquél que es infinitamente justo, de la Justicia con mayúsculas. Desde esta perspectiva, hasta los comportamientos más impactantes del hombre pueden no ser nada más que una pose, pura hipocresía o vanos intentos de auto justificación. Y si hablamos de la justicia necesaria para nuestra salvación, aquella que hace que Dios no vea nuestro pecado, entonces llegamos a una conclusión clara: nuestros esfuerzos por conseguir una justicia propia son sencillamente inútiles.
¿Ser más justos que aquellos que son modelo de “justicia”?
Entre los muchos dones y capacidades que Dios nos ha dado, hay uno que no poseemos y que es de Su total exclusividad: leer los corazones. Si poseyésemos este don, los seres humanos seríamos transparentes los unos para los otros, sin posibilidad de engaño para con el prójimo. Las relaciones serían cristalinas, nada de lo que pensamos, creemos o sentimos acerca de otros sería oculto para los demás. Aunque dada nuestra naturaleza pecadora, y en esta situación de transparencia, las relaciones serían muy difíciles, casi conflictivas continuamente, porque, ¿quién no ha pensado mal de alguien alguna vez?, ¿quién no ha deseado algo negativo para otro?, ¿quién no ha sentido algo en su corazón que no beneficia a alguna persona?. Un mundo así, transparente, sería fuente de enemistad, rencor y problemas, aún más de lo que ya es. Pues somos nefastos controlando nuestras emociones y deseos, por lo que Dios en su infinita sabiduría, se reservó este don de leer el corazón para sí mismo, Aquél para el que nada hay oculto. A nosotros nos queda vivir en relación al prójimo, percibiendo lo que nuestros sentidos pueden evidenciar, básicamente lo que pueden ver y en alguna medida percibir, incluso a riesgo de equivocarnos.
Y así, los judíos veían y percibían a los escribas y fariseos como hombres justos, cumplidores de la Ley, personas pias y modelos de espiritualidad. Ejemplos de hombres de Dios. Hombres con una conciencia de justicia sobre sí mismos tan alta, que se permitían juzgar y acusar a otros de impiedad. Casi podríamos decir que eran la conciencia espiritual de los judíos de su época. ¿Quién dudaría pues de su justicia?. Sin embargo Jesús dice que esta justicia no es suficiente para entrar en el reino de los cielos: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (v20). ¿Por qué Jesús cuestionaba la justicia de estos hombres?, ¿dónde estaba su error para con Dios?. Sencillamente, la justicia de los escribas y fariseos se proyectaba al exterior de ellos mismos, pero no alcanzaba ni por asomo su propio corazón. Una justicia así no sólo no es justicia para Dios, sino que es, dicho con toda claridad, pecado.
¿Quién puede cumplir esta Ley con el corazón?
La Ley de Dios es vida para el hombre (Dt.30:16, 20), pero esta vida en combinación con el pecado que mora en nosotros, tiene una consecuencia dramática: es muerte para nuestra alma. En este mundo los estatutos de Dios, su Ley, son aquello que nos permite vivir sin aniquilarnos unos a otros, y aquello que nos sirve de guía y espejo para no olvidar lo que somos y aquello a lo que debemos aspirar a ser. La Ley de Dios es perfecta y debemos tratar de cumplirla hasta el fin de nuestros días. Se equivocan pues aquellos que la desprecian, o que piensan que esta Ley no tiene validez para el cristiano: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota no una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (v18).
Pero Jesús demanda mucho más que el mero cumplimiento formal de la Ley, al estilo de escribas y fariseos, No podemos cumplir la Ley exteriormente sin que se cumpla primero en nuestro corazón, no sirve vivir lo aparente por muy piadoso que ello parezca, pues recordemos que Dios tiene el don de leer nuestros corazones, que a Él no podemos engañarlo, que nos conoce mejor que nosotros mismos. Nada de lo que pensamos o deseamos le es oculto; somos transparentes para Él. Y para exponer el nivel de exigencia que Dios pide para su Ley, toma como ejemplos tres mandamientos concretos: el 5º (No matarás), el 6º (No cometerás adulterio) y el 2º (No tomar el nombre de Dios en vano). Son mandamientos donde el corazón juega un papel extremadamente importante y evidente, y es por ello que Jesús los usa como ejemplos de una justicia vacía. Desear el mal para alguien o sencillamente enojarse con él (v22), mirar a una mujer y desearla (v28), abandonar a la esposa (v32), jurar (v33), todas ellas acciones que los seres humanos y muchos creyentes cometen más a menudo de lo que piensan, todo ello es sinónimo de transgredir la Ley de Dios. Pues la Ley no sólo implica cumplir lo que está escrito, sino cumplir con su espíritu también. Y aquí llegamos a una encrucijada para el creyente, pues si visto lo visto, cumplir la Ley en su perfección es de hecho imposible para nosotros, ¿qué otra opción tenemos?, ¿cómo resolver este aparente punto muerto?.
Cristo es el Justo, Cristo es nuestra justicia
Es en este punto en el que Cristo quiere situarnos, en este momento de incertidumbre que nos desorienta, pues aquí Él aparece dándonos la clave para resolver esta situación. Pocos versículos antes de nuestra lectura de hoy, tenemos una anticipación de la respuesta de Dios: “no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (v17). Es decir, Cristo es aquél que cumplirá la Ley de una manera perfecta, y el que asumirá el pago por nuestra incapacidad para cumplirla. La justicia más perfecta que la de los escribas y fariseos, es aquella que se da sólo en Cristo, el Justo de los justos. Si buscamos esta justicia en nosotros mismos, como hacían aquellos hombres aparentemente piadosos, entonces estamos perdidos. Si usamos la Ley para auto justificarnos antes Dios, entonces la condenación es segura. Cristo habla de la entrada en el Reino de Dios, y para esto la única justificación válida es la suya propia, aquella de la que nos apropiamos por medio de la fe en su obra. Esto es el pilar fundamental de la fe cristiana, aquello sobre lo que la Iglesia se sostiene y sin lo cual cae aparatosamente como enseñaba Lutero.
Ahora bien, con esto no estamos diciendo que no haya que cumplir la Ley, como aspiración de vivir según la voluntad de Dios, pues la Ley fue dada para que vivamos, “amando a Jehová nuestro Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a Él” (Dt.30:20). Nuestra incapacidad para cumplir la Ley en su perfección, no anula el hecho de que debemos tratar de cumplirla, pues en lo que respecta a nuestra vida terrena, es bendición para nosotros. Pero en lo que respecta a nuestra salvación, como hemos dicho, no hay más camino que Cristo y su obra en la Cruz. Esto nos da paz ciertamente, pues sabemos que en Jesús hay salvación y vida, no gracias a nuestros méritos, no gracias a nuestra piedad, aparente o bienintencionada según los parámetros del hombre, sino gracias a Su sangre derramada por nosotros.
Conocer esto y creerlo por fe es tener y poseer la verdadera sabiduría, la que da la Vida, una sabiduría que no es producto del raciocinio, ni aparece rodeada de gloria y honores humanos. Es la sabiduría que viene de Dios por medio del Espíritu que recibimos en nuestro bautismo, pues “el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios” (1 Cor.2:10).
Conclusión
Gracias a Cristo, ser justos ante Dios, no debería ser más una preocupación para nosotros. No debe suponer un motivo de angustia ni temor, pues de hecho hay muchas personas para las que el saberse incapaces de vivir según la perfecta Ley de Dios, supone un motivo de sufrimiento interior cada día. En lugar de ver a Dios como un padre amoroso, lo ven como alguien a quien nunca pueden satisfacer, alguien a quien rehuir más que amar. Por eso es importante entender y sobre todo creer en la justicia perfecta de Cristo, y aferrarnos a ella más que a cualquier cosa que nosotros podamos hacer en esta vida. Igualmente es importante que entendamos la Ley de Dios como su voluntad para nuestra vida, de manera que nos perfeccionemos por medio de sus estatutos. Así viviremos en armonía y paz para con Dios, y podremos repetir con el salmista “Tu justicia es justicia eterna, y tu Ley la verdad” (Salmo 119:142).
Que el Señor que nos trajo la justicia de Cristo para nuestra salvación nos ayude a vivir en estas verdades, y nos perfeccione por medio de la sabiduría que proviene del Espíritu Santo, que así sea, Amén.
 J. C. G.      
Pastor de IELE

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