jueves, 31 de octubre de 2013

23º domingo después de Pentecostes.

(Celebración del Día de la Reforma del 31 de Octubre) “Viviendo en libertad verdadera”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

27-10-2013 Primera Lección: Apocalípsis 14:6-7
Segunda Lección: Romanos 3:19-28
El Evangelio: Juan 8:31-36  
Sermón Introducción A lo largo de la Historia han existido numerosos movimientos, revoluciones y guerras con el pretexto de liberar al ser humano de algún tipo de opresión. Pues el hombre, desde los tiempos en el Jardín del Edén, dejó claro su deseo de transitar sus propios caminos según su propio concepto de la libertad. Así, cuando el hombre se somete a una voluntad ajena, lo hace normalmente por el peso de la Ley civil que debe buscar el bien común, o por la imposición forzada de otro tipo de control o de gobierno. Nos sometemos normalmente y de manera voluntaria a la primera opción, sí, pero en el fondo de nuestra alma anida siempre ese deseo de libertad humana que nos impulsa a establecer nuestras propias normas y límites. E incluso en un sistema civil aceptado mayoritariamente, el hombre tratará siempre de moverse con la máxima amplitud posible que le permitan las leyes. Y no en pocas ocasiones incluso más allá de las mismas. Así el hombre podrá soportar vivir con escasez de muchas cosas, pero es cuestión de tiempo que se rebele contra la falta de libertad. La Escritura nos habla de la libertad, como si fuese algo de lo que los hombres en su estado natural, y vivan bajo el sistema de gobierno que vivan, carecen en realidad. Pero, ¿de qué clase de libertad nos habla hoy Jesús?. La Palabra nos enseña que la esclavitud es precisamente la condición del hombre desde su nacimiento, y Cristo anuncia que Él es la solución a este dilema. Él trae liberación para el hombre, pero no de un tipo carnal e imperfecta. Su liberación es plena, definitiva y eterna: “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (v36). Permaneciendo en la Palabra Desde que el mundo es mundo existen en él multitud de palabras que han dado lugar a las más variopintas ideas. Desde la Grecia clásica si miramos Occidente, el hombre ha hecho un esfuerzo enorme por entender el mundo y la realidad que le rodea. Pocos son los objetos del pensamiento que han escapado a su mirada y reflexión. Y habiendo llegado a un gran nivel de conocimiento desde entonces sobre aquello que llamamos la realidad, sin embargo el hombre, sigue siendo aún el mayor desconocido para él mismo. Porque ¿con qué lupa del pensamiento podrá aumentar su imagen hasta verla con nitidez?, y ¿cuál es el elemento con el cual podrá compararse para sacar alguna conclusión válida?. Y cuando lo logre, cuando tenga una visión propia de sí mismo, ¿será definitiva o habrá quien la discuta y cuestione?. La Palabra de Dios nos dice que sí, que ciertamente hay un patrón con el cual el hombre puede no solo compararse, sino que también puede llegar a conocerse. Y este patrón no es otro que la propia Palabra de Dios. Como ya se ha dicho, existen en el mundo infinidad de palabras e ideas, y todas ellas con visos de verdad. Pero la propia voz del Creador nos enseña que sólo ella, la voz definitiva, es confiable, fija e inmutable: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is 40:8). Una Palabra que no está sometida a la especulación humana, o a la rivalidad con otras palabras creadas por el hombre. Tenemos aquí por tanto una Palabra que puede dar respuesta a las preguntas fundamentales que el hombre se ha hecho sobre la existencia y sobre sí mismo. Y sobre todo, una Palabra que nos ofrece la solución al dilema de la imagen inquietante que el hombre verá de sí mismo reflejada en ella por medio de la Ley. Esta Palabra, creadora y fuente de toda vida nos llama a estar conectados a ella por medio de Cristo, pues sólo en esta Palabra hecha carne puede el hombre hallar verdadero sentido y una esperanza para su futuro: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (v31). Podemos tratar de vivir aferrados a otras palabras sí, pero a la postre serán como los cimientos débiles de una casa que el agua arrastró y derribó. Permanecer en su Palabra es, como nos dice Jesús, ser discípulo, ser y estar en la Verdad. Y ¿no es acaso la Verdad, lo inmutable, aquello que ha sido el objeto de búsqueda y anhelos del hombre desde el inicio de los tiempos?. Alegrémonos pues de que esta Verdad haya salido en nuestra búsqueda y, estando nosotros perdidos, nos haya hallado: “porque éste mi hijo muerto era, y ha revivido, se había perdido y es hallado” (Lc 15:24). ¡Al fín libres! Los judíos son un pueblo orgulloso de sus raíces e historia, pero ¿acaso no lo son todos los pueblos?. Si embargo en su caso, la condición de ser pueblo escogido por Dios y depositario de las promesas divinas, les llevó a tener una conciencia tan elevada de sí mismos que olvidaron su misión de ser luz para el resto de los pueblos de la tierra. Y olvidándolo se enorgullecieron en exceso y adoptaron una actitud de prepotencia incluso respecto a Dios. Así, ante la exhortación de Jesús para que permanecieran en su palabra, y así conquistar la libertad verdadera, se sintieron heridos en su orgullo y le contestaron prepotentemente: “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (v33). Su orgullo los cegó de tal manera que olvidaron su propia liberación por parte de Dios de la esclavitud Egipto, de sus lamentos en Babilonia e incluso de la ocupación y humillación que de hecho sufrían por parte del Imperio Romano. Habían sido esclavos, sí, pero lo peor era que aún seguían siéndolo incluso más profundamente: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (v34).El pecado era su amo verdadero, pero en su orgullo ciego eran incapaces de reconocerlo. ¿Te sientes tú como aquellos judíos orgullosos cuando se te recuerda tu pecado?, ¿crees ser inmune a sus efectos y no necesitar que la Ley de Dios te lo muestre y recuerde?. En realidad poco importa lo que creas o sientas sobre ti mismo, ya que la Palabra de Dios nos iguala a todos independientemente de nuestra propia visión de las cosas, enseñándonos que, desde el primero hasta el último ser humano, venimos a este mundo soportando la misma esclavitud. Una esclavitud que no se puede romper simplemente negándola o ignorándola, pues como nos recuerda Jesús sólo hay una solución para ella: que la Palabra de Dios nos libere en Cristo. Y no, no basta ser criatura de Dios, lo cual todos somos desde el nacimiento, creyentes o no, sino que es necesario formar parte de la familia celestial por medio de la fe y el Bautismo: “el que no naciere de agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:3). Sólo así podremos recibir la carta de libertad plena que fue pagada por Cristo en el monte Calvario. Y esta carta ahora nos permite tener morada en la casa del Padre, donde como se nos recuerda: “el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre” (v35). Y habiendo pues dejado atrás la esclavitud, hemos alcanzado libertad auténtica por medio de Cristo, nuestro libertador: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (v36). ¿Qué Cristo me libera? Jesús proclama una liberación verdadera, definitiva, sin cabos sueltos. La suya no es una liberación pasajera, temporal, sometida al devenir de la Historia o al capricho de los hombres. Lo que Cristo libera, queda en libertad definitivamente: “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Col 1:13-14). Ahora bien, hablamos de ser liberados sí, pero, ¿qué Cristo me libera?, ¿es sólo el Cristo ético y moral que me sirve de ejemplo y norma de conducta?, ¿es el Cristo social y contestatario que algunos sectores reivindican?, ¿es el Cristo de la piedad y la contemplación religiosa popular?. Todos estos son visiones de Cristo, pero visiones parciales del mismo, ya que debemos tener presente que el verdadero Cristo que nos libera es el Cristo muerto en la Cruz, aquél que muere despreciado y sufriente en el monte Calvario y que vino a saldar nuestra deuda con la Justicia divina, por tí y por mí. Y este Cristo no podemos hallarlo en aquellos espacios o esquemas que el hombre se ha construido en base a su visión de las cosas, de nuestros propios intereses. Él es sin embargo un Cristo que se halla en los lugares menos deseados por el ser humano: en el sufrimiento, en la enfermedad, en la desgracia y en el dolor, y que sólo se puede llegar a entender por medio de la fe. Es el Dios escondido (Deus absconditus), Dios que no encontraremos en el éxito, en la bonanza personal o económica, o en los placeres de este mundo. Es el Dios en definitiva que se revela donde el hombre no quisiera tener que encontrarlo, en el escándalo de la Cruz, pues “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1ª Cor 1:28). Pero este Cristo que muere por nosotros, no aprovecha simplemente por escuchar hablar de él, o por tenerlo como un mero modelo como ya se ha dicho. A este Cristo sólo podemos aprovecharlo y apropiarnos del beneficio de su obra por nosotros si ponemos nuestra esperanza y vida en él por medio de la fe. Sólo así Cristo tiene un sentido en nuestra vida, y sólo así, haciéndolo nuestro y viviendo él en nosotros, puede el hombre vivir con una esperanza sólida y cierta de restauración y salvación ante el Padre. Cualquier otro Cristo no será sino una proyección que el hombre se ha construido según su voluntad y deseos, pero éste no será sin embargo el Cristo que otorga liberación y Vida eterna. Como nos recuerda Lutero: “Lo principal y fundamental en el Evangelio, antes de tomar a Cristo por un modelo, es recibirlo, reconociéndolo como un don y obsequio que te ha sido dado por Dios y que te pertenece”. Conclusión La libertad verdadera es un don maravilloso que nos es ofrecido a los hombres en Cristo Jesús. Pues por su mediación los creyentes hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, lo cual quiere decir que ya no estamos sometidos a su tiranía. Pecamos aún, es cierto, pues incluso justificados seguimos siendo pecadores en la carne, pero ya existe una batalla permanente en nosotros, y una rebeldía contra la antigua esclavitud. Y habiendo sido sepultados con Cristo en el Bautismo, hemos renacido también a una nueva vida donde el Espíritu Santo nos guía y renueva en la Verdad y en la lucha diaria. Somos ahora por tanto plenamente libres, y discípulos del Señor, y para seguir viviendo en esta libertad que él ganó en la Cruz por nosotros, Jesús nos pide permanecer en su Palabra. Esta Palabra suya es el puro Evangelio de perdón de pecados, y cuyo redescubrimiento para la cristiandad celebramos hoy junto a millones de creyentes. Sigamos pues firmes en esta Palabra, y no nos apartemos nunca de ella, pues esta es la luz que guía nuestros pasos cada día: “Lámpara es a mis pies tu palabra,
Y lumbrera a mi camino.” (Sal 119:105).¡Que así sea, Amén!. J.C.G / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 20 de octubre de 2013

22º Domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS Primera Lección: Génesis 32:22-30 Segunda Lección: 2º Timoteo 3:14- 4:5 El Evangelio: Lucas 18:1-8 “Orad sin Cesar por Vuestra Justicia” Podría contar algunas historias inspiradoras para comenzar el sermón. Historias reales como la de Jacob luchando toda la noche con el Señor y siendo bendecido por este, como habéis oído en la primera lección (Génesis 32:22-30). Tenemos también historias en la Iglesia, como la de Mónica rezando por la conversión de su hijo, que se había apartado de Dios y de cómo ese hijo se convirtió en San Agustín. ¿Y cuántas historias contemporáneas podríamos oír? Testimonios de personas que oraron y el Señor respondió al clamor. El Señor hoy nos quiere mostrar algo fundamental sobre la oración. ¿Cuál es el motivo de “orar siempre y no desmayar”? Uno de los mayores desafíos para el cristiano es no pasar por alto las necesidades reales que tenemos en nuestra vida y suplicar a Dios conforme a ellas. Cuando oramos esperamos que las respuestas sean claras y rápidas. ¿Será que las oraciones que no son contestadas rápidamente, nunca lo serán? ¿Por qué da la sensación que las oraciones son contestadas rápidamente en una película de dos horas, pero en la vida real no es así? A veces la respuesta de Dios es “Espera. Todavía no”. Entonces podemos entender que la perseverancia en la oración es buena. Allí nos centramos en mantener la confianza y depositar nuestra esperanza en el Señor. Pero y si su respuesta es “No”. ¿Qué hacer? Hay ciertas súplicas que dejamos de orar y no debemos persistir en ellas. Por otro lado ¿Cuánto tiempo hay que orar para que alguien se enamore de ti? ¿Cuánto tiempo debe una pareja infértil orar para ser capaces de concebir? ¿Qué pasa con las oraciones para lograr mejores calificaciones o un trabajo más agradable o una casa mejor o vecinos amigables o simplemente tener paz? ¿Qué sobre el dolor o la enfermedad que cada vez va a peor? ¿Cuánto tiempo hay que persistir en pedir al Señor que la quite? ¿O sólo debemos pedir que nos dé fuerza para soportar? ¿Debemos pedir para que nuestro ser querido se cure o sea llevarlo a la casa celestial? El hecho de que “debemos orar” no aborda realmente esta lucha de qué pedir o cómo hacerlo ¿verdad? Y lo peor son las falsas ideas que se ponen alrededor de la oración: “si eres lo suficientemente persistente, obtendrás lo que estás pidiendo, además estás orando por algo bueno”, “necesitas hacer una oración poderosa”. Necesitamos pensar más profundamente acerca de las palabras de Jesús y aferrarnos a ellas. ¿Quién es tu enemigo y por qué es tan malo? ¿Cuál era causa de la viuda? “Hazme justicia de mi adversario” (Lucas 18:3) ¿Quién es tu adversario? ¿Un profesor de colegio, ese vecino que es molesto, un compañero de trabajo egoísta, ese empleado desagradable, el jefe que es duro? A veces las personas más cercanas a nosotros, a nuestros propios familiares nos causan mayor adversidad. O tal vez no piensas en una persona como tu adversario, sino la dureza de la vida, las tragedias y los desastres que te golpean, o tus propias luchas con la infelicidad, el fracaso o la desesperación. Muchos llegan a pensar: “Yo soy mi peor enemigo”. Pero esta viuda no tiene muchos adversarios que cambian con el tiempo. ¿Quién es tu adversario desde el momento en que fuiste concebido hasta el día de tu muerte? Su nombre es Satanás. Su mismo nombre significa adversario. Él es el que te acusa delante de Dios, señalando tus muchos pecados. Él es el que usa los problemas de esta vida para sembrar la duda en su corazón. Él es el que te seduce con la promesa y los placeres de este mundo. Él es el que ataca tu fe con falsas enseñanzas. Es el Adversario que se rebeló contra Dios y ahora lucha en contra el pueblo escogido. El resto de las fuerzas del mal, los demonios del reino espiritual, las fuerzas hostiles a Cristo, los lobos con piel de oveja que actúan como cristianos y enseñan en las iglesias, pero llevan a la gente a poner su confianza en sus propios esfuerzos para estar en paz con Dios, son enemigos trabajando con tu adversario, Satanás. ¿Te das cuenta de lo grande que es tu adversario? ¿En tu vida de oración se refleja esta verdad? Muchas veces sabemos algo en la cabeza, pero no lo ponemos en práctica. Nunca te rindas orando en contra de Satanás y sus aliados. El estímulo de las Palabras “Ora siempre y no desmayes” no es un tópico vacío, sino vital y aquí tienes la promesa de Dios que va a responder: “Os digo que pronto les hará justicia”(Lucas 18:8). Pasar por alto y olvidarnos de nuestro adversario es algo peligroso. Si te centras en tus oraciones solo en las necesidades básicas y materiales de tu vida, nuestro adversario podrá colarse con sus mentiras. Porque no siempre gozarás de la felicidad que deseas, ¿verdad? No me malinterpretes: Dios quiere que todas nuestras ansiedades descansen sobre Él, las grande y las pequeñas, lo espiritual y lo terrenal. Pero no dejes que lo terrenal te ciegue de tu verdadero adversario, Satanás. Sigue orando para que Dios haga justicia contra tu adversario. La Epístola del día de hoy nos da una clave fundamental de cómo permanecer con esta claridad de oración: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” 2º Timoteo 3:14-4. Permanecer en la Palabra de Dios es la clave para saber lo que realmente importa en nuestra vida, para conocer nuestras verdaderas necesidades y presentárselas a Dios en oración. ¿Cuándo Jesús hacer justicia contra nuestro adversario y líbranos? Pero ¿cuándo llegará esta justicia? Antes y después de esta parábola, Jesús habla de su venida. En el último día, cuando Jesús venga a juzgar a los vivos ya los muertos, Satanás no tendrá escapatoria. La justicia final se llevará a cabo en contra de él y todos los que le siguieron, incluso algunos que pudimos haber sentido cerca en esta vida. Satanás y todos los que no han creído en Jesús como su Divino Salvador, como el que ha pagado por sus pecados. Dios no puede ser burlado. Sigan orando por la justicia contra su adversario. Jesús responde y responderá. Para ti y para mí, Jesús bien podría responder mucho antes del último día. Pero toda nuestra vida terrenal como cristianos es una lucha contra Satanás, contra el pecado y los deseos del mundo. Jesús te libera personalmente de tu adversario y te da la justicia cuando se te lleva al hogar celestial. Esta liberación no se basa en las exigencias de la ley. Se recibe por la justicia que viene por la fe en Jesucristo. Dios la pronunció cuando Jesús murió y resucitó de entre los muertos, es su veredicto de justicia: Ya no hay deuda, no hay acusación para los que están bajo Cristo Jesús. En Jesús estás absuelto porque Él ha pagado por tus crímenes y pecados. Satanás no te puede acusar, porque Jesús es tu abogado. La Justicia que Dios hace te declara “inocente”, “no culpable” por causa de Jesús, no importa de lo que tu adversario te acuse. Puedes decir con Pablo: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. (Romanos 8:33-34). Él es tu Abogado. ¿Está preparado para la respuesta de Dios? La gran liberación, la respuesta que Dios trae es a través de la muerte y del juicio final ¿no es así? Tal vez no somos tan persistentes en esta oración, porque no estamos preparados para este tipo de respuesta. Pues cuando la muerte se acerca, Satanás te atacará con todas sus fuerzas. Es la última oportunidad que tiene. Allí necesitas toda la armadura de Dios para ser sostenido en la justicia en Cristo Jesús contra su adversario. Sigue orando porque Dios te sostenga en su justicia contra tu adversario Satanás, cuando ores la oración del Señor: “Mas líbranos del mal”, ora con la confianza de saber que Dios responde una vez y para siempre y te garantiza la bendición de que al terminar esta vida te llevará del mundo de dolor, de este valle de lágrimas, a su presencia en el cielo. Él respondió rápidamente en el momento justo, adecuado, ya que “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. (2 Pedro 3:9). ¿Qué estímulo no las palabras de Jesús nos dan para mantener esta oración? Sigue orando por la justicia contra el adversario. Debemos orar lentamente, listos para su respuesta. Así que vamos a tomar en serio la promesa que Jesús nos da cuando dice: “acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?” (Lucas 18:7). Por supuesto que lo hará. Porque no es un juez injusto, sino todo lo contrario. Ya que Jesús es “quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. (Romanos 3:25-26). Así que “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24) clamamos día y noche agradeciendo nuestra Justicia que es Cristo. ¡Qué estímulo! Es más, tú no eres una viuda insignificante. Eres uno de sus elegidos, su hijo adoptivo. Desde toda la eternidad Él te eligió de acuerdo a su amable y buena voluntad. Él envió a su Hijo para redimirte a través de su sangre. Él te trajo a la fe a través del agua y de la palabra en el Bautismo otorgándote los beneficios en Cristo. Él te da la riqueza de su gracia en su Palabra y Sacramento para mantenerte en esa fe. Porque eres parte de los elegidos, de sus escogidos, sus hijos e hijas renacidos. Así que sige orando por la justicia contra su adversario. Tu Padre celestial contestará rápidamente, ya que has sido perdonado de todos tus pecados y rescatado de la muerte y del poder del diablo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.Amen. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

domingo, 29 de septiembre de 2013

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 29-09-2013 Primera Lección: Daniel 10:10-14, 12:1-3 Segunda Lección: Apocalipsis 12:7-12 El Evangelio: Mateo 18:1-11 “¿Reinos y grandeza?” I. La grandeza en el reino de Dios ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Eso es lo que los discípulos quieren saber. Esta discusión sucede varias veces en los Evangelios y la pregunta la podemos interpretar de diferentes maneras. Una interpretación negativa sería que esté relacionada a la ambición de poder. En ese caso el centro de la pregunta es: “Señor, vemos que eres muy poderoso, por lo que queremos ser parte de tu reino. Queremos tener parte de ese poder para nosotros, porque nos gusta el respeto y el reconocimiento que trae. Entonces, ¿cómo podemos ser grandes y poderosos como tú?” La interpretación positiva sería en el sentido de una búsqueda de la excelencia, de querer sacar el máximo provecho de ser un seguidor de Jesús. En ese caso, la pregunta sería algo así como “Señor, queremos ser los mejores discípulos que puedas tener. ¿Cómo podemos hacer esto?” Sea cual sea la carga de la pregunta, Jesús responde llamando a un niño hacia él y diciendo a sus discípulos: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Tenemos que aclarar qué significa y qué no significa esto. No se trata de comportamiento, Jesús no está diciendo, “Tienes que dejar de ser adulto y empezar a ser respetuoso y obediente como este pequeño niño”. De hecho, no tenemos idea de cómo ese niño ha estado comportándose, puede haber sido un terror para sus padres la mayor parte del tiempo. Algunos niños se comportan mejor que otros. Jesús no está hablando de la inocencia o la bondad de los niños. Él no está diciendo: “Dadas las condiciones de los niños, tenéis que limpiar vuestras mentes, deshacerse de las sospechas y empezar a actuar como personas ingenuas, como los niños que una vez fueron”. En el mundo antiguo, con sus realidades de esclavitud, el infanticidio y la violencia, es muy discutible cómo podría ser un niño. Por lo tanto Jesús no está hablando acerca de la conducta o la inocencia de los niños. Él está hablando de algo completamente distinto. Para establecer el escenario, consideremos el niño en el texto. En primer lugar no hay nada en el griego que nos diga que el niño no sea una niña. Ahora, esto sí que sería una sorpresa para los discípulos y serviría a los fines de Jesús así: si quieres ser grande en el reino de los cielos, se igual a esta niña. En el tiempo de Jesús, las niñas no tenían ningún poder en la sociedad. No tienen derechos, no recibirán herencia. Tenían que ser protegidas de algunos hombres hasta que alcanzaban la edad adecuada y luego eran casadas con alguien sin tener mucho que decir en el asunto. Ningún derecho, ni poder, ni riqueza, no decidían cómo serían sus vidas: ¿cómo alguien así puede ser grande en el Reino de los cielos? Debido a que la grandeza en el reino de los cielos es completamente diferente a la grandeza de los reinos de este mundo. La grandeza en el reino de los cielos se mide en términos de necesidad, debilidad y vulnerabilidad. Vale la pena repetirlo: el mayor en el reino de los cielos es el más necesitado, más débil y más vulnerable. ¿Por qué? Porque el más necesitado, más débil y más vulnerable es el que va a confiar en Cristo con todo su ser. Considere la posibilidad de un niño y una niña en la época de Cristo. El muchacho se levantó con el conocimiento de que él va a tener derechos, tal vez recibirá una herencia y tiene potencial para mejorar su situación por lo que trabaja duro para ello. Por ser quien es, su destino es algo para él, por lo menos mucho más que su hermana. Sin derechos, poder, riqueza o algo que decir en su vida, la niña es vulnerable: no tiene más remedio que confiar en sus padres durante su infancia y luego confiar en su marido cuando está casada. Por supuesto, para la chica en los reinos de este mundo puede funcionar bien o no, porque en los que ella debe confiar son personas imperfectas: sus padres pueden ser crueles y su marido podría ser un cerdo. Pero cuando se trata del reino de los cielos, en quien debemos confiar es totalmente digno de confianza, porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia. El que está en el reino de los cielos, es una persona de las más necesitadas, las más débiles y las más vulnerables, es quien va a confiar en Cristo, porque no tiene nada más en qué confiar y el que confía en Cristo es el más grande es el reino de los cielos. Tú eres de los más necesitados, de los más débiles y de los más vulnerables en el reino de los cielos. Pero tú puedes sentir y creer otra cosa, así que vamos a hacer un breve cuestionario: ¿Eres santo y perfecto sin Cristo? No. Eso te hace pobre en justicia y santidad. ¿Eres pecador? Sí. Eso te hace demasiado débil para salvarte a ti mismo. ¿Puede levantarte a sí mismo de entre los muertos? No. Eso te hace vulnerable a la muerte y el infierno. Esto es el motivo por el cual vives una vida de arrepentimiento, confesando tus pecados. Por esto sigues diciendo: “Yo no puedo salvarme a mí mismo, pero Jesús es mi Salvador”. Por eso, cuando se trata de tus acciones, dices con Pablo “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Y es por eso que nos maravillamos y expresamos nuestra acción de gracias por esta asombrosa verdad: el mayor en el reino de los cielos es Jesucristo. ¿Esto implicaría afirmar que Jesús es el más necesitado, más débil y más vulnerable? Sí, en la cruz. Como quien lleva los pecados de todos en el Calvario, allí Jesús es el más necesitado y el más injusto, el más débil, el más pecador y el más vulnerable. Sufre la muerte y el infierno por todos. Confiesa esto con sus palabras: “Tengo sed” y “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Hasta el momento, la Ley afirmaba que tú eras el más necesitado, el más débil pecador, el más vulnerable y que nunca podrías entrar en el reino de los cielos. El Evangelio es que Jesús se convirtió en el más necesitado pecador, débil y vulnerable en tu lugar para que el reino de los cielos sea tuyo. Como redimidos, a vivir una vida diciendo: “Por naturaleza, sigo siendo necesitado, débil y vulnerable. Es por eso que necesitamos a Cristo, su gracia y su victoria sobre el pecado y la muerte”. Esto prepara el escenario para el resto de nuestro texto. En el reino de este mundo, obtienes grandeza aprovechándote de las debilidades de tu oponente, y en una vista previa a la segunda parte de este sermón, y no es necesariamente una mala cosa. Pero en el reino de los cielos, está prohibido. Esa es la razón por la que Jesús dice: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños”. En el reino de este mundo, la debilidad es rechazada y despreciada. Es curioso ver en los colegios como se arman los equipos para competir entre compañeros. Nadie quiere a los patosos, a los que no son atléticos. Imaginaos como es la selección en un nivel más profesional. Se dice que la cadena en este mundo es tan fuerte como el eslabón más débil, por lo que la debilidad es despreciada y evitada. Si una oveja se pierde, es probable que los lobos se la fueran a comer de todos modos. Pero no es así en el reino de los cielos. Si una oveja se pierde, Cristo va tras ella. ¿Por qué? Debido a las ovejas que dicen: “Estoy perdida”, son las que saben que son vulnerables y necesitan del Pastor. Y por eso Jesús sigue hablando de la disciplina eclesiástica, sobre qué hacer cuando tu hermano peca contra ti. Si tu hermano se niega a arrepentirse es porque dice: “Yo no soy tan débil. Yo puedo tener este pecado y ser bueno con Dios. El resto de vosotros sois demasiados débiles para vivir el pecado sin arrepentimiento en sus vida, pero yo puedo manejarlo”. Cuando un cristiano no se arrepiente, sus hermanos y hermanas en Cristo, van hacia él y le dicen: “Está engañándote a ti mismo. No eres fuerte, sólo estas engañado. Confiesa tu pecado y confía en Cristo, para que puedas estar en el reino de los cielos una vez más.” En el reino de este mundo, la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. En el reino de los cielos, el más grande es el más vulnerable de todos. Si vas a ser grande en el reino de los cielos necesitas ser como un niño pequeño. Ora y sigue adelante Habiendo dicho todo esto, también debes darte cuenta de que, como cristiano, te encuentras actualmente en dos reinos, estás tanto en el reino de los cielos como en el reino de este mundo. El reino de Dios es un reino de gracia, donde se te dan todas las cosas buenas. El reino de este mundo es un reino de la ley, en la que trabajas para obtener ganancias. Cuando se trata del reino de los cielos, se vive como uno que es débil y depende completamente de la gracia de Cristo. Cuando se trata de reino del mundo, tienes que dar todo lo que tienes. Así que hay que aplicar un excelente proverbio ruso: orar duro y seguir remando. Confiesa tus pecados y debilidades ante Dios y luego haz todo lo que puedas en la medida de tus capacidades en este mundo. Sería un error terrible para, por ejemplo, un estudiante de la escuela secundaria decir: “Ya que el pastor dijo que soy débil, ni siquiera voy a tratar de pasar Algebra porque soy cristiano”. Sería un error para un cristiano decir: “Como yo soy necesitado y Dios provee todo, ni siquiera voy a tratar de ganarme la vida, sino que voy a vivir del trabajo de los demás”, o para un padre que decir: “Como yo soy un pobre y miserable pecador, ni siquiera voy a tratar de criar a mis niños”. También sería erróneo decir que los cristianos no deben aspirar a posiciones de liderazgo en este mundo, ya que deben mantener su vulnerabilidad. Estos son más que errores, estos son ejemplos de falsa doctrina, una confusión de vivir en dos reinos. He aquí cómo funciona la naturaleza pecaminosa para que las cosas queden totalmente al revés: en la naturaleza, la gente quiere trabajar por un lugar en el cielo y al mismo tiempo conseguir cosas gratis en este mundo sin mover un dedo por ellas. Eso es precisamente lo contrario de cómo Dios ordenó que las cosas sean. Dios ordenó este mundo para que funcione conforme a su ley. Esto es así antes de la caída en pecado. Él le dio a Adán y Eva cosas que hacer, leyes a seguir como el cuidado de la tierra y no comer de cierto árbol. La diferencia es que, antes de la caída, el parto era una delicia para la mujer. Después de la caída, no lo sería, y después de la caída el trabajo tendría todo tipo de espinas y cardos, a causa del pecado. Tenemos que ser claros en esto: si no te gusta el trabajo, la razón por la que no quiere trabajar duro en este mundo no es un deseo piadoso de ser como un niño vulnerable de Dios. La razón por la que no quiere trabajar duro en este mundo es porque el trabajo es un don de Dios y tu carne no quiere hacer uso de ese don. Como aquellos que entienden que todo es un regalo de Dios, los cristianos se esfuerzan por la excelencia en todo lo que les es dado a hacer. Para decirlo de otra manera, Dios te ha dado dones y habilidades para que podáis estar al servicio de los que te rodean. Decir que para demostrar mi necesidad, no voy a hacer uso de estos dones para servir a los demás, es estrangular tu fe con la falta de amor. Cuando se trata del reino de los cielos, tú eres el más necesitado de todos. Cuando se trata del reino de este mundo, tú eres el instrumento de Dios para trabajar por el bien de los demás. Esto nos lleva a un aspecto más de este mundo. Este mundo no tiene injusticias porque Dios ha ordenado que se ejecute de acuerdo con la ley, Dios da su ley para frenar el mal. Este mundo tiene injusticias porque los pecadores abusan de la Ley que Dios da. En lugar de trabajar duro en el servicio a los demás, la tentación es trabajar duro para servirse a sí mismo. Debido a que este es un mundo de pecado, de las personas vulnerables son explotadas, abandonadas, asesinadas o utilizadas por los poderosos. Pero como cristiano, trabajamos duro en el servicio a quienes nos rodean. Salimos en defensa de los no nacidos, ayudar a personas con discapacidad y al cuidado de los más débiles y frágiles. Lo hacemos porque tenemos voz y capacidad para ello, pero sobre todo porque Cristo salió a nuestro encuentro en su camino a la cruz para darnos vida y fuerza. Así que a rezar mucho y seguir remando. Recuerda que estás en el reino de este mundo y el reino de los cielos a la vez. En este mundo, trabaja duro para utilizar los talentos y habilidades que tienes en la búsqueda de la sabiduría, la excelencia y el servicio, y brinda lo mejor en cada cosas que haces en el mundo. Pero siempre recuerda que también eres un niño en el reino de los cielos, donde la grandeza del mundo no cuenta para nada. Allí, sigues siendo el más necesitado, más débil, más vulnerable. Allí, Cristo declara que Él ha ido a la cruz para morir por tu pobreza de justicia, tu debilidad frente a la tentación y la impotencia frente a la muerte. Él ha tomado tu lugar en la muerte, para que pueda tener el reino de los cielos para siempre. Ese reino es tuyo. Es todo tuyo, porque Aquel que murió por tu pecado ha resucitado de nuevo para darte su reino con estas simples palabras: estás perdonado de todos sus pecados. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

lunes, 23 de septiembre de 2013

Decimoctavo Domingo después de Pentecostés.

”Siervos fieles de Cristo” Primera Lección: Amós 8:4-7 Segunda Lección: 1ª Timoteo 2:1-15 El Evangelio: Lucas 16: 1-15 Introducción Administrar algo implica una responsabilidad y exige poner nuestra atención en cuidar de aquello sobre lo que tenemos la potestad. Y si es algo que nos ha sido dado o dejado a nuestro cargo en nombre de otro, la responsabilidad aumenta por el hecho de la confianza que se ha depositado en nosotros. En la administración pues debemos poner atención en hacer una buena gestión de lo que nos ha sido encomendado a nuestro cuidado, demostrando que hemos somos fieles administradores y que la confianza que se ha depositado en nosotros estaba justificada. Pues haciéndolo nos haremos merecedores del respeto y la consideración como hombres íntegros y confiables. Ahora bien, ¿podemos aplicar esta misma idea en lo que se refiere a nuestra vida personal?, ¿cómo la administramos?, y lo más importante, ¿qué uso hacemos de todos aquellos bienes que el Señor ha puesto a nuestro cuidado?. Pues aquí está la clave, en entender que todo lo que somos y tenemos, no es sino un depósito que el Señor ha dejado temporalmente bajo nuestra administración. ¿Administramos nuestros bienes pues sirviendo a los intereses de nuestro Señor?, ¿o servimos por el contrario a otros señores?. Reflexionemos sobre si, como el siervo infiel, estamos trabajando ahora por administrar de manera inteligente y sabia los bienes que nos han sido dejados bajo nuestra tutela en esta vida, y teniendo presente el futuro eterno. •Todo proviene de Dios Nos encontramos en la lectura de hoy con una parábola que contiene una gran sabiduría, y donde un mayordomo es descubierto haciendo un mal uso de los bienes de su señor: “y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes” (v1). En primer lugar dice la Palabra que este hombre los disipaba, o lo que es lo mismo, los malgastaba sin su consentimiento. Ya de por sí esto demuestra que este mayordomo confundía gravemente el hecho de que aquellos bienes, aún siendo él su administrador, no eran suyos en realidad sino de su amo. Pero descubierto el engaño, la realidad se impuso para él y fue destituido de su cargo: “Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás ser más mayordomo” (v2). Todo lo tenía, y todo lo perdió por su mal comportamiento y su deslealtad. Detengámonos sin embargo ahora a reflexionar un momento sobre nuestra propia vida, y sobre todo aquello que tenemos. Pues es fácil perder el sentido de la realidad muchas veces por el uso y abuso del término posesivo “mi”. Solemos decir a diario: mi casa, mi familia, mi coche, mi dinero, mi vida, y un largo etcétera de “mies” que nos hacen pensar que los bienes que poseemos son nuestros por derecho y mérito propios. Olvidamos así que en realidad todo ello y nuestra vida incluida, no pertenecen a otro sino a Dios mismo, y que sin su voluntad nada tendríamos, ni siquiera nuestra existencia. Este Universo y en particular este mundo donde habitamos con todo lo que contiene, son creación de Dios en Cristo, y nosotros vivimos esta vida en esta tierra gracias al favor y el Amor de Dios. Él nos entregó este mundo para habitarlo y disfrutarlo sabiamente, y esta sabiduría incluye el no olvidar quién es en realidad el Señor de esta viña, y que en cualquier momento él puede reclamar lo que es suyo: “Jehová dió y Jehová quitó” (Job 1:21). Sin embargo el mayordomo cometió otra grave falta contra su señor. Disipó los bienes de su amo. Es decir, no solo se enseñoreó de ellos creyendo poder usarlo cual si fueran suyos, sino que además no los usó sabiamente ni con un fin noble. Sencillamente los derrochaba. Sí, el pecado del hombre hace que sea seducido a menudo por los bienes materiales, y así, transite los caminos del egoísmo y la insensatez. Pues es insensatez pensar que estos bienes nos han sido dados para el derroche, y no para ponerlos al servicio de una vida dedicada a vivir según la voluntad del Señor. Y suele ocurrir que la dura realidad se impone cuando, como a este mayordomo infiel, el Señor nos hace entender que no hemos sido fieles administradores de Sus bienes y que debemos ser destituidos y destronados del pedestal que nos habíamos construido torpe e insensatamente los seres humanos: “mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos” (2ª Tim 3:9). •Usando los bienes con sabiduría La lectura explica que, sabiéndose descubierto en su engaño, el mayordomo visitó a los deudores de su amo para rebajarles su deuda. Pensaba que así se aseguraba el favor de estos en un futuro y que podría ser ayudado por ellos y recibido en sus casas. La sagacidad humana en las cuestiones mundanas es rica e imaginativa: “porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de la luz” (v8). Mas en realidad todos somos, a causa del pecado, mayordomos infieles de los bienes de Dios. Y son muchas las ocasiones en que no hacemos un buen uso de ellos. Pues aquí está una de las claves de esta parábola, en buscar las maneras de usar los bienes que hemos recibido con sabiduría y con la mira en que sirvan de la mejor manera posible a los deseos del Señor para nuestra vida y, desde ella, a la de nuestro prójimo. Recordemos que Dios espera que nuestra vida en toda su extensión, sirva a Su voluntad y que pongamos nuestra inteligencia y recursos no solo al servicio de nuestras necesidades personales, sino también de la extensión del Reino y del Amor de Dios para este mundo. Y cuando hablamos de bienes, no hablamos solo de recursos materiales o simplemente dinero. También los dones o habilidades que tenemos, o sencillamente nuestro tiempo pueden ser útiles y valiosos para este fin. Pero ¡solemos excusarnos y quejarnos tantas veces de tener poco de esto o aquello!. Sin embargo para el Señor poco nunca es poco realmente, y valora siempre ante todo la sinceridad de un corazón entregado y generoso pues: “el que es fiel en lo muy poco; también en lo más es fiel” (v10). Y para esto nada mejor que seguir el modelo que para nosotros es Cristo, el cual fue el primero en disponerse al servicio fiel a favor de la humanidad, no escatimando nada y entregando voluntariamente hasta la última gota de su sangre por nosotros. Tengamos en definitiva en mente siempre que nada hemos traído a este mundo, y nada nos llevaremos del mismo; todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios nuestro Creador, y en realidad, como proclama el Ofertorio en cada Oficio: “todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. Recordemos además y es importante tenerlo presente, que cuando hacemos un buen uso de los bienes terrenales, no buscamos con ello recompensa alguna de parte de Dios. No, pues nuestra recompensa se halla en aquella Cruz que nos liberó de la muerte y el pecado y a partir de ella, todo lo demás brota de la fe en la obra de Cristo y sus promesas. Confundir esto sería errar gravemente, y quitaría a Cristo el mérito que sólo a Él pertenece. Y nuestro mérito, nuestra Justicia ante Dios es precisamente Cristo y sólo Cristo (Gal 2:16). •Sirviendo a un solo Señor Administrar lo ajeno ya hemos dicho que es una responsabilidad. Y cuando alguien demuestra celo en ello, se le considera persona confiable y fiel, y digna de recibir mayores responsabilidades. Jesús nos enseña sobre este hecho en relación a nuestra salvación: “Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?, y si en lo ajeno no fuisteis fieles ¿quién os dará lo que es vuestro?” (v11-12). Es decir, si en la administración de los bienes terrenales demostramos insensatez y falta de responsabilidad, ¿cómo podemos pretender recibir y apreciar el bien supremo que es la salvación eterna?. Y si no reconocemos a Dios en nuestra vida y en todo lo que hemos recibido de Él en ella, ¿cómo lo reconocemos cuando estemos en su presencia en las moradas celestiales?. El ser humano es advertido así de su responsabilidad sobre cómo administrar todo aquello con lo que el Señor lo bendice en su caminar en la Tierra. Sin embargo, otro de los peligros para nosotros a la hora de ejercer nuestra mayordomía es, como le ocurrió al mayordomo infiel y les ocurría a algunos fariseos avaros, sucumbir al amor por las riquezas. Pero el esplendor de ellas, lo “sublime” como es llamado por Jesús, especialmente cuando sirve al egoísmo o la avaricia no es ante Dios sino abominación. Pues llegados a este punto, el hombre se ha convertido en realidad en un esclavo, y ya no sirve al verdadero Dios, sino que está atado a lo material, a lo corruptible. ¡A todo aquello que no es sino podredumbre y muerte!. De nuevo Jesús nos advierte: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt 6:19.21). No, debemos tener presente que nuestra riqueza, nuestro tesoro no está aquí en la Tierra, y que no hay nada en ella que pueda ni deba ser el objeto de nuestros anhelos más profundos. Nuestro tesoro está en el Cielo, y tenemos aquí en esta vida un anticipo del mismo en las promesas de vida y salvación que Cristo nos ofrece. (Jn 6:47). Y especialmente tenemos un anticipo de este tesoro del Cielo aquí en la Tierra, en el cuerpo y sangre que Cristo nos ofrece en cada Oficio para donarnos vida y salvación: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Jn 6:54). ¿Quién sería pues tan insensato de buscar otros tesoros mayores o servir a otros señores?, pues ¿qué puede darnos mayor plenitud que sabernos herederos del Reino celestial?. •Conclusión Por tanto preguntémonos cada uno a nosotros mismos: ¿Cuáles son los bienes con los que he sido bendecido en esta vida?, y ¿a quién sirven estos bienes?. Es indudable que aquello que Dios nos ha dado, lo ha dado para que hagamos uso y disfrute de ello, pero un uso con sabiduría. Sin embargo también estos bienes deben servir llegado el caso al prójimo, al necesitado, a aquél donde Cristo se nos manifiesta en su necesidad. No verlo así implica una concepto de la vida egoísta y lejos del Amor que, como cristianos, deberíamos proyectar alrededor nuestra. Somos por tanto mayordomos de Dios aquí en la Tierra, y estamos llamados a administrar con fidelidad los bienes con que Él nos ha bendecido. Y de entre todos el mayor es la gracia y el Amor que disfrutamos en Cristo. Al mundo puede parecerle poco, pero para nosotros es nuestro tesoro más preciado: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25:21). ¡Que así sea, Amén!. J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

viernes, 23 de agosto de 2013

Bautismo.

Thiago Ian recibió el sacramento del Bautismo, en el nombre del Dios trino, Padre, hijo y Espíritu Santo. Lo realizó el pastor Gustavo Lavia, y se nos permitió, excepcionalmente, ingresar a la UCI para presenciar, junto a Valeria y Horacio, este momento tan importante para los cristianos.

lunes, 15 de julio de 2013

8º Domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Génesis 18:1-14 Segunda Lección: Colosenses 1:21-29 El Evangelio: SAN LUCAS 10:38-42 “A Los Pies De Jesús” La historia de nuestro texto ocurre en una aldea bien conocida de la Tierra Santa. Se llama Betania. Esta aldea era de gran importancia durante la vida de nuestro Señor Jesucristo. En ella vivía una familia que había evidenciado y demostrado claramente que su hogar era verdaderamente cristiano. Los miembros de la familia mencionados en las Escrituras consistían en un hermano llamado Lázaro y sus dos hermanas que se llamaban María y Marta. Nuestro Señor Jesucristo tuvo siempre mucho gusto en visitar la casa de estos amigos tan buenos y sinceros. Cristo siempre era un huésped muy bienvenido, y con frecuencia, después de un largo viaje, se complacía en visitar a sus amigos. Nuestro texto Indica la relación que existía entro el Salvador y sus amigos de Betania. Juan, el discípulo y apóstol del amor, nos dice: “Y amaba Jesús a Marta y a su hermana, y a Lázaro” (S. Juan 11:5). No podemos sabor cuando ellos se hicieron discípulos del Señor, pero hay una cosa que puede afirmarse con toda seguridad: siguieron fielmente a su Señor y Salvador. En nuestro texto tenemos la historia de otra visita que hizo el Señor a esta casa en Betania. También esta vez, como siempre, llegó Jesús no sólo para hacerles una visita amigable y social, sino también para otro fin divino. Llenó para darles una lección, una instrucción sobre las cosas más importantes de esta vida y la venidera. Lo que Cristo les proporcionó en aquella ocasión y en aquel ambiente familiar es también para nosotros y para nuestra edificación espiritual. Si hacemos caso serio de esta joya entre las muchas palabras de Jesús, ciertamente mejorarán nuestro conocimiento y aprecio de las espirituales. Sentémonos a los pies de Jesús. Acompañemos a María, escuchemos las palabras del Maestro. Él fija sus ojos en nosotros; habla claramente. Nadie puede entender mal sus palabras "Una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte.” En con traste con lo que precede a estas palabras, esta “una cosa necesaria” no se refiere a ninguna cosa material. Cristo deja a un lado, pasa por alto un servicio netamente de la carne, un servicio que hacemos o cumplimos solamente con las manos. A María, la otra hermana, se le atribuye otra clase de servicio, otra cosa distinta de la de María. Se nos dice: “Marta se distraía en muchos servicios”: servicios domésticos; servicio de la cocina; servicio diario y corriente; servicio de una que sirve. La expresión “servicio material” abarca o encierra toda esa clase de servicio. No hay necesidad de menospreciar o culpar a Marta. Lo que hizo era bueno. Cristo también reconoció el valor relativo de su actividad. Ese día había mucho que hacer. Cada voz que llegaba Jesús con sus discípulos, había más trabajo que en otros días. La presencia de trece personas adicionales en la casa exigía que se pusiera más atención a las necesidades del hogar. Si no había lugar en la casa para todos, había necesidad de salir a buscarles alojamiento en otra parte. Los viajeros, los discípulos, y aun Cristo, que también era verdadero hombre, ya sentían el cansancio. Una visita como ésta siempre causaba mucho trabajo. Pero, ¿cómo hizo Marta su trabajo? No se quejó del trabajo ni murmuró. Lo hizo con alegría. Tuvo gran placer en hacer algo para su Señor y para sus discípulos. Manifestaba Marta una disposición muy agradable en todas las visitas de Jesús. El Señor estaba muy agradecido por todo lo que tan bondadosamente le había hecho Marta. Pero, en nuestro texto, Jesús quiere enseñar que tal servicio, que al fin y al cabo es un servicio carnal, un servicio material, un servicio manual, no es aún el servicio mayor en el mundo. Tal servicio, a pesar de sus méritos, no puede llamarse “una cosa necesaria.” Mientras Marta sigue trabajando, observemos a María, la otra hermana. No vemos a María trabajando en la cocina, o en otra parte de la casa. No salió a hacer compras para la comida. Ni siquiera la vemos poniendo la mesa o ayudando con la preparación de la comida. San Lucas dice que Marta “tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (S. Lucas 10:39). María escogió hacer eso, fue su voluntad, su decisión, su preferencia. No debemos pensar que María era perezosa, que no quería o que no le gustaba trabajar. En otras ocasiones, estando solamente la familia presente, hacía lo que le correspondía. No aprovechó la visita de una persona distinguida como pretexto para ausentarse de la cocina. Pero ésta era una ocasión muy especial. Había venido el Maestro. Ya ella tenía cierto conocimiento de las enseñanzas de Jesús. Pero quería aprender más. Deseaba saber más acerca del mensaje de la salvación. Su propósito era oír otra vez la dulce consolación, gozo de todos los creyentes fieles. Está sentada a los pies de Jesús como los alumnos se sientan a los pies del maestro para oír todo lo que él les va a decir. No quieren perder ni siquiera una Palabra. Asimismo presta atención María a las palabras de Jesús. Nada le va a quitar su atención. También fija su atención en el rostro del Salvador, para captar todas las expresiones. Por el momento no le interesa su hermana, el trabajo, los discípulos, absolutamente nada. La única cosa que le interesa al momento es la Palabra de Dios. María ya había oído la palabra de Dios. Pero también sabía que tenía necesidad de seguir oyendo continuamente la Palabra de Dios. María sabía que había pecado contra su Señor, y que tenía que pedir diariamente la gracia y el perdón. Conociendo sus verdaderas obligaciones, se sienta a los pies de Jesús, para oír la Palabra de Dios de la boca del Señor mismo. Jesús se fijó en lo que hacían estas dos hermanas. Sí, eran hermanas, miembros de la misma casa, la misma familia. Pero sus actividades en cuanto al Señor eran completamente diferentes, tan distintas como el día y la noche. Cuando vino Marta, preocupada por algo, le dijo Cristo: "Marta, cuidadosa estás y con las muchas cosas estáis turbada: empero una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada” (S. Lucas 10:42). Con esto quiere decir el Señor que aunque conviene trabajar, ser diligente y estar muy ocupado en las cosas materiales, es mucho mejor, es necesario, ocuparse en las cosas del alma, las cosas espirituales. Así contesta Cristo la queja, el comentario de Marta. Pero esta hermana no es una excepción. Ella representa una gran parte de la gente, de aquellos que se llaman cristianos, pero que se afanan también en las muchas cosas. La pregunta de Marta a veces se encuentra también en nuestras mentes. Aunque somos cristianos y cumplimos con ciertos deberes en la iglesia, sin embargo es fácil olvidar la única cosa que es necesaria. En esta era tan materialista, si el cristiano no lucha sincera y tenazmente contra las tendencias generales en el mundo, también se interesará demasiado en las cosas de este mundo. Como pretexto para no asistir a los servicios divinos en la iglesia y ocuparnos en otras cosas, no debemos decir que podemos estudiar y aprender mejor la Palabra de Dios en el hogar que en el culto divino. Tampoco debemos caer en el error de Marta, opinando que la preparación de una cena es de más importancia que nuestra asistencia a los servicios divinos y que Dios puede aceptar nuestras buenas intenciones. Si poseemos ese concepto o punto de vista, estamos haciendo lo mismo que hizo Marta: distrayéndonos en muchos servicios. Muchas personas han construido templos; han levantado escuelas. Han contribuido grandes cantidades de dinero a la iglesia. Han dado la impresión de ser cristianos muy activos y nobles en la iglesia. Pero no todos han tenido siempre la única cosa que es necesaria. Éstos han ascendido a lugares prominentes en la iglesia; han grabado sus nombres en la memoria de muchas generaciones. Pero, nunca han aprendido a sentarse a los pies de Jesús. Ojalá que nos turbemos o inquietemos al leer esta historia de María y Marta, y al oír este mensaje. Pero que nos inquietemos no con muchas cosas, sino con la cosa que es necesaria. Cristo en su Sermón del Monte también tuvo que mencionar el valor relativo de estas cosas, diciendo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas casan os serán añadidas” (San Mateo 6:33). También conviene saber por qué esta necesidad de que habla el Señor se limita no a varias cosas, sino a una sola cosa. Mientras Marta trabajaba con afán y María estaba sentada a los pies de Jesús escuchando sus dulces palabras, vino Marta a Jesús y le dijo: “Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile, pues, que me ayude” (S. Lucas 10:40). Inmediatamente, Jesús interrumpe la instrucción que estaba dando a María, fija sus ojos y su atención en Marta y le dice: “Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada” (v. 41). Cuando somos indiferentes, cuando no hacemos caso de las cosas del mundo, entonces nadie puede acusarnos de estar turbados con ellas; pero, cuando esas cosas nos causan inquietud, cuando requieren toda nuestra atención, cuando no hay tiempo para otras cosas, entonces estamos turbados con ellas. Cuando nos afanamos demasiado en las cosas de este mundo, entonces nos olvidamos de la única cosa que es necesaria. Ya no nos sentamos a los pies de Jesús; ya no buscamos el aliento espiritual y la consolación que siempre proceden de Él. Nos escondemos en el rincón de nuestra propia mente y razón. Amados, hay que llenar nuestros corazones de un deseo ferviente de las cosas espirituales, la cosa necesaria. No es posible servir al mismo tiempo a nuestros deseos materiales y a las necesidades espirituales. También aprendemos del ejemplo de Marta que cuando ella estaba muy turbada con las muchas cosas, se ponía a censurar a otros. Asimismo nos pasa a nosotros: censuramos a aquellos que saben apreciar la única cosa que es necesaria. Entonces la gente incrédula pregunta: “¿Por qué lee usted su Biblia siempre? ¿Por qué va usted con tanta frecuencia a su iglesia?” Estas son las preguntas no sólo de los incrédulos, sino también de aquellos que no evalúan las cosas correctamente. El verdadero cristiano contesta así: “Amigo mío, yo sé qué valor tiene el Salvador en mi vida. Yo sé que tengo que seguir escudriñando las Escrituras.” Cada niño puede decir a otro niño vecino: “Oye, cada vez que voy a la escuela dominical o a la de doctrina, aprendo más acerca de las buenas nuevas, lo que Cristo hizo por mí.” Gracias a Dios, que no sólo los adultos, sino también los niños tienen la costumbre de ocuparse en la única cosa que es necesaria, a los pies de Jesús. ¿Qué en realidad encontramos en los servicios divinos y en el estudio de la Palabra de Dios? Descubrimos la fuente de toda confianza. Recibimos aliento espiritual, el consuelo que el mundo no conoce. En la Palabra de Dios tenemos un mensaje amoroso, una Palabra verdadera y distinta de la parlería y las mentiras de los falsos profetas. Los que se sientan a los pies de los grandes filósofos, los sabios, los teólogos modernos, reciben argumentos humanos, esperanzas vanas y vacías, teorías superfluas. Pero a los pies de Jesús, se reciben palabras de autoridad. Por eso la Biblia tiene un valor y mérito absoluto, una revelación completamente verdadera. Cuando abrigamos dudas en nuestras mentes, cuando empezamos a perder nuestra confianza, nuestra esperanza, cuando se debilita la fe, ¿dónde vamos a recobrar nuestra seguridad cristiana, dónde vamos a fortalecer y reavivar nuestra fe? Ciertamente no vamos a acudir a los libros escritos por hombres insensatos de este mundo, sino al Evangelio, a la única fuente de consuelo y promesa. Jesús dice: “Una cosa es necesaria; y María escoció la buena parte, la cual no le será quitada.” Ésa es la promesa absoluta, la esperanza sin par que recibe María. María quiere estar sentada a los pies de Jesús, recibiendo en su mente y en su corazón la bendita Palabra de Dios, porque sabe que su Palabra y la fe en esa Palabra no perecerán. Esa es la gran diferencia entre las cosas de este mundo y la única cosa que es necesaria: lo espiritual. El dinero, las casas, Ios grandes edificios, los imperios, los gobiernos, las reputaciones, los sueños del hombre: todo esto pasará. En cambio, las cosas espirituales son eternas. Por eso dijo Jesús en cierta ocasión: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (San Mateo 24:35). Edifiquemos nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestro interés y devoción, en ningún otro fundamento, sino en el de Jesucristo mismo. Ciertamente, la parábola del hombre que edificó su casa sobre la arena, y el otro que edificó la suya sobre la roca, sirve para hacer aún más clara la bendición y dicha que obtendrán todos aquellos que se sientan a los pies de Jesús. También estamos seguros de que Dios nos ayudará por medio del Espíritu Santo, conservándonos en la verdadera fe, para que continuemos fielmente en su gracia y en su camino. Los enemigos de nuestras almas: el mundo, el diablo y nuestra propia carne siempre tratan de quitarnos esta confianza. Tienen estos enemigos la meta, el propósito común de matar nuestras almas. Estos enemigos también buscan la manera de hacer que estemos turbados con muchas cosas. No les conviene a estos enemigos que estemos sentados a los pies de Jesús. Pero si imitamos el ejemplo de María; si comemos y bebemos el alimento espiritual que Dios nos proporciona por medio de su Palabra, entonces tenemos para nuestra defensa las mejores armas, la mejor protección. Dios mismo nos asegura que si tenemos esa defensa, ni aun las puertas del infierno podrán hacer nada contra nosotros. Por esta razón, sigamos siempre en el camino de nuestro Señor Jesucristo. Recordemos siempre el bendito ejemplo de María, nuestra hermana en la fe. Apreciemos el ambiente piadoso y consagrado que existía en aquel hogar de Betania. Aprendamos a sentamos, al igual que María, a los pies de Jesús. Si siempre conservamos viva la advertencia y la promesa hecha por Cristo en este caso, también nosotros seremos elogiados por Cristo por haber escogido la única cosa que es necesaria. Se requiere conocer bien estas promesas, se requiere aceptarlas, se requiere confiar en ellas incondicionalmente. Hay que meditar en ellas de día y de noche. El corazón tiene que darles completa cabida. El premio de gracia de tal fe y confianza es un premio eterno. El servicio carnal, el servicio hecho por las manos sólo recibe recompensa terrenal y pasajera. Anhelamos y esperamos ese premio en los cielos, donde no habrá ningún servicio carnal, donde los fieles no estarán turbados con las muchas cosas, donde se encontrarán todos aquellos que han escogido por medio de Cristo la única cosa que es necesaria. Es un privilegio que sólo pocos alcanzarán. Sólo se logra por los méritos de nuestro Señor Jesucristo que recibimos mediante la fe en Él, por la gracia divina. F. B. G. Púlpito Cristiano

domingo, 14 de julio de 2013

7º Domingo después de Pentecostés.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 66:10-14 Segunda Lección: Gálatas 6:1-10, 14-18 El Evangelio: Lucas 10:1-20 “Jesús principio y fin de la Iglesia” Introducción Hoy día hay mucha confusión con respecto a la Iglesia Cristiana. ¿Cuál es la verdadera? ¿Por qué hay tantas? ¿Por qué son tan distintas? ¿todas son iguales y creen lo mismo? Lejos de acabar con estas preguntas el texto de hoy nos presenta una base sólida sobre qué es la Iglesia, cuál es su función y de quién debe depender. Cristo llama a sus discípulos. En primer lugar se nos dice que Jesús escogió a los suyos y los envió. Realmente no somos dignos de ser llamados y menos de ser enviados a anunciar un mensaje tan sublime y transformador. No somos dignos porque en otro tiempo éramos enemigos de Dios, nuestros pecados nos separaban de Él. Sin embargo Dios no es pasivo, ni se queda mirando a la distancia, sino que viene y se involucra en nuestras vidas, viene a cambiar nuestra realidad y la percepción de la misma. Llega a nuestro encuentro y nos da vida, nos incorpora a la familia divina y envía. Esto lo hace únicamente por medio de su Palabra, esa Palabra que es utilizada en nuestro Bautismo, allí Dios se hace presente en nuestra realidad dar vida espiritual a quienes no la tienen, para recibir a un nuevo integrante en la familia divina, para anunciar un compromiso de manera pública, el compromiso de que Él será el Dios de esa persona, que ya no está más bajo el reino de satanás, que ya n o es esclavo del pecado y que la muerte no tiene poder sobre él. Allí se nos anuncia que hemos sido librados de estos males, para servir con alegría a nuestro Dios, para anunciar sus buenas noticias en medio de lobos. El Señor sigue llamando por medio de su Palabra, ya que a todos los arrepentidos de sus pecados no solo se los perdona, sino que los envía a que vivan en su Paz. Ante la realidad que nos rodea, este Señor nos invita a rogar por más personas en el reino, por más personas comprometidas a anunciar su mensaje, más personas que dependan del buen pastor. Cristo es el pastor que cuida a sus corderos. A quienes Dios les da vida son enviados como corderos en medio de lobos. Generalmente la realidad suele ser inversa. Suponemos que lo malo ataca a lo bueno, que lo sucio contamina lo limpio, que la enfermedad desplaza a la salud, pero no es así en el reino de Dios. Lo bueno viene a influir y cambiar lo malo. El Señor promete cuidar que los lobos no se coman a sus corderos, para que estos puedan vivir juntos. Los corderos son portadores de la gracia divina que transforma a los lobos en corderos. No es una cuestión de quién es el más fuerte, el más agresivo, incluso de quién es el más razonable. ¿Cómo puede sobrevivir un cordero en medio de una manada de lobos? Dependiendo totalmente de su pastor, de Cristo, de su presencia, de sus promesas, en su poder. Estando a su alrededor. Como cristianos no tenemos que temer estar en medio de lobos, lo único que debemos temer es abandonar o perder la compañía de nuestro pastor. Individualmente o congregacionalmente corremos el peligro de querer sobrevivir en medio de esta sociedad agradándola, conformándonos a sus exigencias, oyendo y cumpliendo con sus caprichos. Muchos creen que si no lo hacemos corremos el riesgo de no ser escuchados o tomados en serio. El mayor riesgo que corremos personal y grupalmente es el de abandonar a nuestro Pastor por ir detrás de estos caminos, distorsionando la voluntad de nuestro Buen Pastor. Es natural que no quieran oír o creer nuestro mensaje. Pero la tarea que tenemos es la de anunciar más allá de los resultados o las reacciones. Por ello en el Padrenuestro oramos “más líbranos del mal”, para recordarnos que si bien somos ovejas en medio de lobos no dependemos de las bondades de los lobos para sobrevivir. Dependemos del tierno cuidado de nuestro buen y generoso Dios. Él prometió estar todos los días con los suyos, cuidándolos y yo le creo. Cristo es la base de la paz. Solemos escoger nuestras amistades. Este sí, este no. A veces acertamos otras nos equivocamos. Con respecto a nuestra función de mensajeros hay cosas que no escogemos. No escogemos qué anunciar ni a quienes. Solo debemos anunciar y compartir lo que nos ha sido dado: Que por medio de Cristo Dios nos ha reconciliado consigo mismo no tomando en cuenta nuestros pecados. Todos necesitan vivir el perdón y la Paz de Dios. Aun aquellas personas que creemos son indignas de oír o incluso que presuponemos que rechazarán el mensaje de Cristo, necesitan oírlo. No perdemos nada, el mensaje no disminuye, no se devalúa por ser predicado y rechazado. Las personas que no crean deben serlo porque rechazan el mensaje de Paz y no porque no han oído a nadie que haya anunciado esa Paz. El reino de Dios se ha acercado por medio de Cristo Jesús y lo sigue haciendo en la predicación de su Palabra y presencia en el Bautismo y Santa Cena. Cristo nos apremia a anunciar el Mensaje La solicitud de nos saludar a nadie en el camino tiene que ver con la prisa de nuestra tarea. Es imperioso que no nos distraigamos con cuestiones que no tienen que ver con nuestra tarea. Esa labor es de vida o muerte, eternidad junto a Dios o lejos de Dios. Quienes rechacen el evangelio de Cristo, lamentablemente serán condenados y no tendrán paz en la vida eterna. Pero aquellos que reciben la reconciliación de Cristo Jesús disfrutarán de la paz ahora y por siempre. Cuando comprendemos lo importante de nuestra tarea, no podemos descuidarnos ni dejar pasar más tiempo. Pablo exhorta a Timoteo a que “predique La Palabra; insiste a tiempo y a destiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando los hombres no aceptarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias apartarán de la verdad el oído y se volverán a los puros cuentos”. Piensa en cuantos te rodean y no saben de Cristo, cada vez que ores, pide a Dios ser uno de sus obreros que vaya a trabajar o anunciar a su mies. Comparte con ellos de manera sencilla lo que Dios ha hecho por ti y por él. Cristo es nuestro Mensaje. Quizá no tengas respuestas a muchas preguntas, hay muchas cosas que no sabemos y respuestas que no podemos dar. A pesar de estas cosas sí podemos hablar de las cosas que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús. Que por su muerte y resurrección tenemos seguridad del perdón de pecados y vida eterna, de comunión con el Padre y con la Iglesia universal de todos los tiempos. Como Pedro y Juan ante el paralitico en el templo: Hay muchas cosas que no tengo, pero de lo que tengo te doy: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. No hubo elocuencia, ni siquiera un gran discurso, solo fue anunciado Cristo. Somos portadores de un mensaje que en primer lugar nos afecta a nosotros. El llamado de Dios, la nueva vida en Él y su envío están íntimamente relacionados. Los discípulos volvieron a contarle a Jesús qué había sucedido durante su viaje misionero. Nosotros deseamos pasar tiempo con nuestros amigos y conocidos pero también necesitamos y deseamos pasar más tiempo con Él, con su Palabra, con su presencia, para que nos enseñe, ilumine y fortalezca en la fe. Deseamos conocer más y mejor a aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable para anunciar sus virtudes. Cuando nos reunimos en los Oficios Divinos para leer su Palabra, lo hacemos invocando su presencia, lo hacemos en el nombre de Dios trino. Esto no es un amuleto o un ritual, es recordarnos a nosotros mismos que allí donde dos o tres se reúnen en nombre de Dios, Él se Hace presente. Sucede lo mismo con el Bautismo, lo hacemos en el nombre de Dios trino porque Él nos asegura su presencia divina y donde Dios se hace presente hay perdón vida y Salvación. En la Santa Cena Cristo no solo nos recuerda su perdón logrado en la cruz, sino que además nos lo da de la misma manera que lo dio a sus discípulos. Este es el verdadero poder del cristiano y de la Iglesia. Cuando perdemos este mensaje de Paz entre el hombre pecador y Dios por medio de Cristo, perdemos la autoridad que Dios nos ha dado. Cristo ha vencido al mal. El diablo ha caído otra vez. En la primera ocasión cuando se reveló contra Dios y otra vez más cuando fue derrotado por Cristo. Por la victoria lograda por Cristo en la Cruz y la tumba vacía, el diablo ha perdido su poder y autoridad sobre los hijos de Dios. No hay una lucha eterna entre el bien y el mal, o la búsqueda de un equilibrio universal como el Ying y el Yang. El mal está vencido y tiene sus días contados. Cuando el Señor nos llame a su presencia o venga a buscar a su pueblo, el pecado, el diablo y nuestra propia carne no tendrán más poder sobre nosotros. A pesar de que en esta vida tengamos que sufrir por causa de nuestros pecados o influencias externas, el Señor nos dice “No temáis... yo he vencido”. No son tus fuerzas, no es tu astucia, es tu Señor quien da la victoria sobre estos males. Cuando Él te anuncia el perdón de todos tus pecados, te dice que estás en paz con Dios por medio de su sacrificio en la cruz, recordamos, celebramos y recibimos la victoria sobre el mal. Cristo es nuestra mayor alegría. Puede haber muchas cosas en esta vida que te produzcan alegría, pero la mayor alegría como discípulo de Dios es estar en el libro de la Vida, gracias a la obra que Cristo ha hecho por todo el mundo y que ha otorgado a cada cristiano por medio de la fe. Humanamente solemos basar nuestra alegría en cosas que nos pasan, en la Iglesia suele pasar lo mismo, se está alegre cuando hay muestra de poder sobrenatural, si crecemos numéricamente o económicamente nos va bien. Pero nada de eso debe enorgullecer a los discípulos. Esto pondría nuestra mirada en el sitio equivocado. Es normal que nuestra sociedad ponga los ojos en los resultados, en el éxito, en la gloria. Pero en el reino de Dios la alegría llega a nosotros por la Promesa, por los resultados que aún no se ven, sino que se esperan. Que tu nombre esté escrito en el libro de la vida, indica que por la gracia de Cristo tienes la seguridad de tu vida no termina en la muerte y que tu destino eterno está junto a Dios, alabándolo por siempre porque has sido perdonado de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Congregación Emanuel. Madrid.