viernes, 10 de abril de 2009

Domingo de Ramos.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Domingo de Ramos

“Cristo transforma la Cruz como símbolo de triunfo ”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Zacarias 9:9-12

La Epístola: Filemón 2:5-11

El Evangelio: Juan 12:20-43

20 Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. 21 Éstos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. 22 Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús. 23 Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. 24 De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. 25 El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. 26 Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor.

Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará. 27 Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. 28 Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. 29 Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. 30 Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. 32 Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. 33 Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.

La cruz. ¿Puedes ir a algún sitio sin ver una cruz en tu camino? En la parte superior de una capilla. En una lápida del cementerio. Grabada en un anillo o suspendida en una cadena. La cruz es el símbolo universal de Cristiandad.

¿Una extraña elección, no crees? Es extraño que una herramienta de tortura llegase a ser un símbolo de esperanza. Los símbolos de otras religiones son más positivos o bonitos: La Estrella de
David, la Luna Creciente de mahometismo, la flor del loto para el budismo. Pero ¿una cruz para el Cristianismo? ¿Un instrumento de ejecución como estandarte?. Sería como llevar puesta una silla eléctrica diminuta alrededor de su cuello o una soga de ahorcamiento colgada en la pared.

¿Imprimirías un cuadro con un pelotón de fusilamiento en una tarjeta de presentación. Pero si hacemos estas cosas con la cruz.

Muchos aun hacemos la señal de la cruz cuando oramos. ¿Harías el signo de una guillotina? Está claro que no tenemos la misma percepción entre una señal y la otra.

¿Por qué lo cruz es el símbolo es de nuestra fe? Para encontrar la respuesta no necesitamos ir más allá de la cruz misma. Su diseño no podría ser más simple. Una viga horizontal la otra vertical. Una muestra el alcance del amor de Dios. La otra la santidad de Dios. Una representa la anchura de su amor, la otra refleja la altura de su Santidad. La cruz es la intersección. La cruz está donde Dios perdonó a la humanidad sin dejar de lado su justicia y su Ley. ¿Cómo pudo hacer él esto? Dios puso nuestro pecado en su Hijo y lo castigó allí.

Sermón

SAN JUAN 12:20-33

Nos encontramos en el final del tiempo de Cuaresma. En este tiempo acompañamos espiritualmente a Jesús camino al Gólgota y nos ocupamos en la cruz del Salvador. Seguramente ningún creyente quisiera privarse de este tiempo de meditación, porque la cruz ocupa el primer plano en este tiempo que nos hace recordar la muerte de Cristo y también nuestra propia muerte. Por ello hasta los incrédulos más notorios sienten algo del profundo respeto que infunde la cruz con su mensaje sobre la Pasión y muerte, y llevan una vida de recogimiento al acercarse el Viernes Santo.

Para el creyente el tiempo de Cuaresma no es simplemente un tiempo de compasión y de emoción vaga, sino más bien un tiempo de bendiciones, porque el creyente sabe que de la cruz brota la vida para el mundo, pues el tiempo de Cuaresma es un período preparatorio para la Pascua de Resurrección, la fiesta máxima de la cristiandad.

A fin de obtener el máximo provecho de este tiempo, debemos entender con la mayor claridad la obra de Jesús. Escuchemos a Jesús mismo explicar su obra, en tanto que explica en nuestro texto el Triunfo de la Cruz y como este se manifiesta en la conversión de pecadores; y en la santificación de los mismos.

Jesús fue a Jerusalén por última vez. Había ido con la intención de cumplir “todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre.” (Lucas 18:31.). Así como se pone Sevilla a esta altura del año, la ciudad de Jerusalén estaba dominada por la un gran espíritu festivo, producido por los millares de peregrinos procedentes de todos los países. Habían ido a Jerusalén para asistir a la fiesta nacional de la Pascua judía. El pueblo abrigaba la esperanza de la aparición repentina del Mesías. Los judíos creían que podría acontecer en cualquier momento, en cualquiera oportunidad, porque sentían que había llegado el tiempo predicho por los profetas.

Creían que cualquiera de ellos, ungido por el Espíritu de Dios, podría revelarse como el Mesías prometido. Un grupo entusiasmado preparó la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, como nos lo relata el texto para el Domingo de Ramos. La excepción a este entusiasmo estaba dada por el grupo de los fariseos, que acerbamente comentaron: “He aquí, que el mundo se va tras él.”

Entre los peregrinos que habían llegado para la fiesta, se encontraban ciertos griegos. Habían abandonado la idolatría grosera del pueblo y se habían convertido al Dios vivo. Conocían el Antiguo Testamento y sabían que vendría un Salvador. Por esta razón estaban ansiosos de ver a Jesús y así cerciorarse si era el Cristo. Se acercaron, pues, a Felipe, que les inspiraba simpatía y confianza, por su nombre griego, o quizás porque ya le habían conocido personalmente en Betsaida de Galilea, región donde vivían muchos paganos mezclados con los judíos. Expresaron el siguiente deseo a Felipe: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” No era esto una mera curiosidad, sino el ardiente deseo que sentían de seguirle, si es que era el Mesías, y ser salvos por la fe en Él.

La presencia de los griegos recordó a Jesús que se había cumplido el tiempo de que habían hablado los profetas. (Isaías 2, Génesis 49:10.) La conversión de los gentiles era el principio del endurecimiento del pueblo judío, ante el cual Cristo aparecería por última vez, como reo, entregado en manos de los gentiles. Pero por su Pasión y muerte se convertirían los pecadores y sería glorificado el nombre de Dios. Por lo tanto, habló a los griegos acerca del triunfo de la cruz.

(23 - 24.)

Para hablar de su muerte, Jesús se vale del ejemplo del grano de trigo. El grano debe caer en la tierra, antes de dar fruto. Sería una insensatez guardar el grano en un valioso recipiente, pues nada produciría. Para el hombre ignorante puede parecer insensato echar el trigo en tierra sucia, húmeda, oscura, donde, según su opinión, se echará a perder. Mas la experiencia demuestra que la disolución es necesaria para la reproducción: el exterior del grano se deshace para alimentar el germen que la semilla lleva en sí, para así dar origen a una nueva planta, vida y fruto abundante.

Un Mesías terrenal, como el que esperaba el pueblo, para elevarlo material y políticamente por encima de todas las naciones, para nada serviría respecto a la eternidad. Tampoco habría valido un Mesías espiritual, aunque habría sido glorificado sin ver la muerte y subido al cielo, como Enoc o como Elias, porque su obra no habría sido suficiente para salvar a los pecadores. Pero ahora su vida y su obra desembocarán en la muerte. Su cuerpo será quebrado en la cruz. El que nació de una virgen será puesto en un sepulcro virgen. El que de casualidad hubiera sido espectador, podría haber dicho: “Éste es el fin de su misión.” Pero la cruz triunfa. Por su muerte y resurrección Cristo se manifiesta como Salvador del mundo, que convierte pecadores, transforma vidas, como se observa en el caso del malhechor a su derecha en la cruz, que de malhechor fue convertido en santo digno del paraíso; del publicano Mateo, que fue convertido en apóstol; de la mujer pecadora, que fue convertida en creyente en Jesús. (Lucas 7:36.)

Asimismo debemos nosotros ver a Jesús. El que ve en Él sólo un ejemplo que se debe imitar, un mártir de su convicción, un hombre ejemplar, como lo presentan los modernistas y otros que dicen llamarse cristianos liberales, no ha visto a Jesús, como Él mismo se presenta. Para esa persona el mensaje de la cruz es insensatez.

Pero el que ve a Jesús, como lo describen los profetas del Antiguo Testamento y como Él mismo se presenta a los griegos, la cruz le es poder de Dios para la salvación; pues por fe en Jesús alcanza la vida verdadera, la gloria del mundo venidero que es la meta que Dios nos destinó desde un principio.

Por la muerte de Jesús, Dios es glorificado.

Jesús es verdadero hombre para poder, como representante de los hombres, cumplir la Ley, sufrir y morir.

Como hombre, no es insensible, pues su alma se inquieta ante la perspectiva de tener que cargar o llevar los pecados del mundo, y sufrir la muerte, que es la paga del pecado. Por esta razón pregunta “¿Y qué diré?” Acaso pida: “Padre, sálvame de esta hora.” No. Esto no dirá, porque “por esto mismo vine a esta hora.” Según la voluntad de Dios sufrirá la muerte del pecador, por ser el único medio de convertir al pecador y darle ánimo de volverse del pecado hacia Dios.

Por ello es fortalecido por la voz del cielo, que acredita el mensaje de su muerte, por la que Dios es glorificado y el diablo echado de este mundo. Pues la muerte de Jesús es el juicio de Dios sobre el pecado. A causa de ella el diablo pierde el derecho sobre los hombres y es desechado como acusador; pero por medio de ella Cristo entra en su reino para dominar todas las cosas y principalmente gobernar y proteger a su Iglesia. La voz del cielo prosigue en la predicación del Evangelio, que para unos es voz de trueno, u olor de muerte para muerte, pero para otros es voz de ángeles u olor de vida para vida. (2 Cor. 2:16.).

El triunfo de la Cruz se manifiesta en la santificación del pecador (25-26.). Por la conversión, el pecador aún no ha alcanzado el estado de la perfección de la vida cristiana, sino que mientras vive, tiene que luchar contra el diablo, que aunque es desechado como acusador, anda alrededor
como león rugiente buscando a quien pueda devorar. A éste debemos resistir, y proseguir en la lucha, para crecer en la vida cristiana o la santificación. En el ejemplo del grano de trigo debemos ver nuestra propia condición. El que quiere vivir en Cristo debe morir antes a la carne y al pecado.

En Cristo el sentido nuestra vida toma otro camino, esto es, disfruta de otro, rehuir ganancias sórdidas, renunciar a comodidades que impidan servir a Dios, sacrificar nuestro tiempo para trabajar por el bien de la congregación de Cristo y desprendernos de nuestro dinero para divulgar el reino de Dios. Los que así proceden buscan la santificación y es señal de que la cruz del Salvador ha triunfado en ellos. El Salvador también vino, no para hacerse servir, sino para servir y dar su vida por muchos.

El hombre que trata de impedir el triunfo de la cruz, procede de manera diferente, porque ama su vida terrenal. Sólo busca su comodidad y piensa así: “¿De qué me aprovecha ir a la iglesia, contribuir con mi dinero, sacrificar mi comodidad y perder el tiempo? Más valor tiene para mí quedarme en casa y aprovechar el tiempo para aumentar mis ingresos, o descansar de la tarea de la semana.” Cree que está empleando bien su vida, si la aprovecha para su progreso material, y cree que está perdiendo el tiempo que dedica a buscar la santidad. Mas perderá su vida. La perderá tarde o temprano, y si muere sin haber alcanzado la paz de Dios por la fe en Cristo,
perderá también su alma, pues el que no cree, será condenado. Si cuesta mucho el ser creyente, más cuesta el no serlo, porque el impío pierde esta vida y la venidera; “la piedad empero para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera.” (1 Timoteo 4:8.)
Esta santificación es el triunfo de la cruz, en el creyente. Al considerar cómo Jesús aceleraba su obra, aunque ésta significaba su Pasión y muerte, el creyente es impulsado a llevar sobre sí su cruz. Y al pensar en el indecible dolor en cuerpo y alma que sufrió Jesús para pagar nuestras transgresiones, el creyente es impulsado para sacrificar su carne con todas las concupiscencias y malos deseos.

Si se aleja la cruz de la religión cristiana, ésta quedaría reducida a una suma de preceptos morales, como es el caso en las religiones paganas, a las que el diablo usa para que sus adictos no acepten la cruz.

Sin la cruz el hombre pecador no puede entrar en comunión con Dios. Mas ella es el medio de reconciliar el amor de Dios con su santidad. Con ella se quita la pared que separa al hombre de Dios. Por eso dice Jesús: “Y yo”, el Hijo de Dios, capaz de vencer el pecado, la muerte y el diablo, el Hijo del hombre, capaz de sufrir y morir para pagar el castigo como substituto de todos los hombres, levantado de la tierra a la cruz y de la cruz al cielo, “a todos atraeré a mí mismo.” Éste es el triunfo de la cruz.

Es por el Evangelio de la cruz que Dios realmente es glorificado. Puede haber mucha actividad en una iglesia, puede tener mucho éxito aparente un pastor, pero la conversión del pecador se consigue únicamente por medio del mensaje de la cruz. Los hombres fácilmente pueden cansarse de oír hablar aun a grandes oradores sobre hombres famosos, pero jamás se cansará el mundo de oír el mensaje de la cruz, aunque ese mensaje sea presentado con humildad, porque en él está el Espíritu Santo, que toca el corazón.

Aprovechemos pues este tiempo de Cuaresma para buscar a Jesús donde, según su propia promesa, podemos encontrarle, a saber: en su Palabra, la que se debe escudriñar; donde es la voluntad de Dios salvar al pecador mediante la insensatez de la predicación (1 Corintios 1:21); en su Santa Cena, donde Jesús mismo explica el misterio de la cruz, declarando que su cuerpo fue dado y su sangre derramada para la remisión de los pecados.

Y el Señor bendiga su Palabra para que la cruz triunfe en nosotros y se cumpla en nosotros la siguiente promesa de nuestro texto: “En donde yo estoy, allí también estará mi servidor.” Amén.

J. Felahuer.

Adaptado por Pastor Gustavo Lavia.

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