sábado, 28 de marzo de 2009

5º Domingo de Cuaresma.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo vino para servirte”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Jeremías 31:31-34

La Epístola: Hebreos 5:1-10

El Evangelio: Marcos 10:32-45

Marcos 10:32-45

32 Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: 33 He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; 34 y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará. 35 Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. 36 Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? 37 Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. 38 Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? 39 Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; 40 pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. 41 Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. 42 Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. 43 Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 44 y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. 45
Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos..


Sermón

En una de las estaciones de ferrocarril de la ciudad de Chicago se había dado cita una inmensa muchedumbre con el propósito de dar la bienvenida a un ilustre viajero, a uno de los nombres más notables del momento actual, el Dr. Alberto Schweitzer. Entre la multitud se encontraba una comisión de recibimiento.
Cuando el tren detuvo su marcha y mientras la multitud aclamaba al ilustre viajero en tres idiomas distintos, apareció éste en la portezuela de uno de los coches y observó desde allí a una anciana que hacía esfuerzos desesperados para poder salir de la estación. Al verla, el Dr. Schweitzer descendió rápidamente del vagón y,
abriéndose paso entre la multitud, fue hasta donde se encontraba la anciana y tomando entre sus grandes manos la valija e invitándola a seguirle, la llevó hasta el vehículo que la esperaba. Luego, volviéndose, se dirigió hacia
la comisión de recibimiento y le dijo: “Discúlpenme, señores, que los haya hecho esperar; pero tenía que practicar mi pasatiempo cotidiano.” Uno de los corresponsales que presenció la escena la comentó diciendo: “Fue la primera vez que vi un sermón caminando.” El Dr. Schweitzer, ganador del premio Nobel, filósofo, músico, médico y misionero, demostró en esta oportunidad en forma sencilla y sin afectación alguna que los hombres grandes entre los hombres son aquellos que ponen en práctica las palabras de nuestro Señor Jesucristo según se hallan éstas en nuestro texto, palabras que resumiremos así:

1. Jesús, Nuestro Señor, Es la Demostración Objetiva del Espíritu de Servicio que Hay en Dios El que existió desde antes de la fundación del mundo; Aquel por quien todas las cosas fueron hechas, cuando vino el cumplimiento del tiempo, dejó la gloria del cielo, descendiendo a la tierra “anonadándose a sí mismo hasta tomar la forma de siervo” con un propósito definido: “Servir a los hombres llevándolos hasta Dios, ya que los hombres eran incapaces de salvarse a sí mismos.”

Al leer esas cuatro pequeñas biografías de Jesús que han llegado hasta nosotros no nos es difícil descubrir en ellas que la carrera terrenal de Jesús fue una de servicio. En dondequiera que encontraba a alguien en necesidad, la pregunta que se agolpaba en su mente divina era: “¿En qué puedo ayudar? ¿Cómo puedo servir?”

Fue al oír el grito quejumbroso de un ciego que deseaba acercársele para que lo sanara, que mandó que le trajeran hasta él al ciego para darle la vista; fue al ver a Zaqueo, lleno de ansiedad por verle, que le pidió que descendiera del árbol al que se había subido y le rogó que le hospedase en su casa; fue ante un menospreciado de la sociedad, un leproso, que Jesús extendió su mano y le tocó, y al momento ese pobre hombre se sintió curado; fue ante una mujer que trajeron los falsos religiosos de su época acusándola de adulterio que Jesús bajó los ojos
al suelo para no avergonzarla más con su mirada pura y, dirigiéndose a los acusadores, invitó a los que se sintieran libres de pecado a arrojar la primera piedra contra aquel cuerpo pecador. ¡Servir, servir... he aquí el ideal de aquella vida que hace dos mil años estuvo entre nosotros! Y si un epitafio pudiera colocarse sobre su sepulcro, bien podría ser el siguiente: “Pasó haciendo bien”, aunque es verdad que es imposible colocar este epitafio sobre el sepulcro de Jesús porque el sepulcro permanece vacío desde el domingo aquel en que Él
resucitó de entre los muertos.

“Para Jesús”, dice un eminente predicador americano, “Dios no se encontraba encerrado entre las paredes del templo; Dios estaba en medio de las necesidades, en medio de la humanidad pecaminosa, en medio de los hombres que se sentían cansados y agobiados por culpa del pecado y a quienes deseaba ofrecer descanso
permanente.” Y Jesús, “que era uno con el Padre”, no podía sino revelarse en su servir al Padre mismo.

“Religión”, dice el Rdo. Beecher, “significa obrar en un mundo enlodado como el nuestro. Significa peligro; dar golpes y recibirlos.”
Cristo era Dios manifestado en carne. “Quien me ha visto a mí”, dijo en cierta ocasión al apóstol Felipe, “ha visto al Padre.” Cristo fue el credo viviente de Dios.

Nosotros nos llamamos cristianos, y el cristiano anda en las pisadas de Jesús. “Ejemplo os he dado, para que como yo he hecho, así también hagáis vosotros.”

¿Estamos sirviendo, hermanos míos, con tanto entusiasmo y tanto amor como sirvió nuestro Señor y Maestro? ¿Qué efecto está produciendo nuestra religión
ante Dios y los hombres? Recordemos que no todo aquel que dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino, sino el que hace la voluntad del Padre que está en los cielos.

¡Que nunca tenga que decir Dios de ninguno de nosotros los cristianos lo que dijo del pueblo judío en los tiempos de Isaías: “¿Para qué a mí la multitud de vuestros
sacrificios? Harto estoy de holocaustos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos? No me traigáis más vanos presentes; cansado estoy de todos ellos.

Aprended a hacer el bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda.” (Isaías 1:11 y sigs.)
Dios desea que nuestra religión envuelva bondad, que nuestra fe esté saturada del espíritu de justicia. No quiere adoración sin humanidad. El hermano del Autor y Consumador de nuestra religión dijo: “La religión pura y sin mácula delante de Dios y Padre es ésta: Visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo.”

Hermanos, sigamos a Jesús que nos dijo: “El mayor de vosotros sea vuestro siervo.” “Yo soy entre vosotros como el que sirve.” “Cualquiera que oye mis palabras, Y NO LAS PONE EN PRACTICA, lo compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena.” (Mateo 7:26.) “Porque no los oidores de la ley son justos para con Dios, mas los hacedores de la ley.” (Romanos 2:13.) Y agrega Santiago: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores engañándoos a vosotros mismos.” (Santiago 1:22.)

2. La Misión de Servicio de Jesús

Jesús, nuestro Señor, tenía plena conciencia de su misión de servicio. Repetidas veces le oímos decir: “Yo he venido.” “Para esto he venido.” Y, como dice nuestro texto: “El Hijo del hombre vino para servir.”

En su carrera de servicio hay algo sorprendente y que siempre llena de gozo a nuestros corazones. “Él había venido”, dijo en cierta ocasión, “para buscar lo que se hallaba perdido.”

“Perdido” es una palabra dominante en la vida de Jesús. Lo es porque Él sintió gran tristeza por esa masa de seres humanos que se hallaba perdida en el mundo. Para ellos Él quiso ser Luz, Guía y Salvador.

Cristo miró al mundo y lo encontró perdido en todas las esferas de la vida. El evangelista San Lucas nos presenta esta gran verdad en el capítulo 15 de su Evangelio, recordándonos tres parábolas que pronunciaron los labios divinos de Jesús: la de la moneda perdida, la de la oveja perdida y la del hijo perdido; tres aspectos de la sociedad palestina de los días de Jesús que todavía perduran en todas las sociedades.
La moneda representaba a los escribas, los eruditos del tiempo de Jesús. Esa moneda era pulida, como son pulidos los hombres instruidos de nuestro tiempo, y poseía un valor. Ellos depositaban toda su confianza para lo presente y para lo futuro en una instrucción elevada, materialista y utilitaria, en una instrucción que no
necesitaba estar saturada del Espíritu Santo y de las enseñanzas de Jesús.

Los hombres actuales, como los escribas de antaño, se hallan perdidos en nuestra sociedad contemporánea y a ellos los busca Jesús y les dice: “Venid a mí, sedientos de conocimientos, y yo os saciaré.” La instrucción que no está impregnada de Cristo es de poco valor para el hombre mismo y para los demás hombres. El hombre pulido que confía en el valor de su instrucción está perdido, como la moneda de la parábola.

La segunda clase, representada por la oveja, se refiere a los religiosos del día de Jesús, a los fariseos. Eran ellos los dirigentes espirituales del pueblo y poseían una religión llena de formulismo, pero desprovista del espíritu que caracterizó a los profetas y de lo que en realidad era el propósito que Dios perseguía para con los hombres.

Estos hombres, los fariseos, que en su celo religioso rodeaban tierra y mar para hacer un prosélito; que devoraban las casas de las viudas y de los huérfanos, so pretexto de largas oraciones; que diezmaban la menta y el eneldo y el comino, y no se ocupaban en el juicio, la misericordia y la fe; que se mostraban entre los hombres justos por fuera, mas por dentro estaban llenos de hipocresía e iniquidad; que cerraban, con su dogmatismo, el reino de los cielos a los hombres, y que impedían la entrada a los que eran sinceros o estorbaban a los que estaban entrando, no eran otra cosa que “religiosos perdidos.” Mansos como una oveja, pero perdidos. Ellos, como los escribas, también necesitaban ser buscados y llevados al redil del cual se habían apartado a causa de su hipocresía religiosa. ¡Cuántos de éstos quedan todavía en tu Iglesia, Señor! ¡Cuántos que aún se atreven a acercársete en oración, diciendo: “Te doy gracias que no soy como los demás hombres”, pero que en su orgullo no pueden golpearse el pecho y decirte con sinceridad: “¡Sé propicio a mí, pecador”! ¡Cuántos religiosos perdidos existen en el mundo, semejantes a los fariseos de la antigüedad, perdidos como la oveja de la parábola!

¡Sigue buscándolos, Señor! No descanses en tu esfuerzo hasta encontrarlos y tocarlos y tocarles sus corazones e iluminarles sus inteligencias!

Forman la tercera clase todos esos hijos pródigos que un día, cansados del pan hogareño, dijeron al padre: “Me voy, no puedo vivir más al lado de tu amor y de tu cuidado”, y se fueron de la Casa de Dios, al mundo, para seguir las inclinaciones de su voluntad, para hacer todas las cosas que no podían ni debían hacer, para convivir con los puercos.

El mundo está lleno de ellos. Los que trabajamos en programas radiales religiosos los conocemos por millares.

Un día se divertían escuchando en sus radios un programa profano; pero repentinamente alguien, por medio de esa misma radio, les habló acerca de Dios, del amor de Dios, de ese Dios que había dado a su Hijo para buscar y salvar lo que se había perdido.
Cuéntase de una pobre niña que fue llevada a la ciudad por uno de esos truhanes que viven en las ciudades. Se aprovechó de ella y la abandonó y entonces, la pobre niña, sintiéndose perdida, vagó por los arrabales de la ciudad. Su madre, que, como toda madre, seguía amándola, elevaba diariamente hasta el Trono de la Gracia sus brazos descarnados por el dolor. Cierto día se le ocurrió enviar su retrato a una de las casas de socorro que existían en aquella ciudad. La encargada de la casa hizo una ampliación de la fotografía, la colocó en el comedor, en un lugar bien visible y puso debajo del retrato estas palabras: “Hija, te estoy buscando.”

Una noche de invierno la jovencita entró en la casa de socorro, estaba cansada de vagar y de pecar y sentía su alma asqueada por su miserable condición. Pidió una taza de café y mientras se la servían sus ojos se fijaron en el retrato de su madre.

Se acercó, leyó las palabras que manos caritativas habían escrito al pie del retrato, lloró, se arrepintió y volvió al hogar.

A vosotros los que os sentís cansados y agobiados por el peso que produce una vida de fracasos y de caídas; a vosotros los que os sentís alejados de la casa paterna, la Iglesia de Dios, a vosotros os digo: Cristo os está prestando el gran servicio de deciros que Dios os llama, que Dios os espera, y que os dice: “Volved, hoy, porque hoy es el día de salvación para vuestras almas.”

Cristo, el que vino a servir, está buscando pecadores como tú y sigue llamándolos al arrepentimiento. Si oyeres su voz, no endurezcas el corazón; acude a Él y Él te dará descanso, paz y perdón.

3. Finalmente, Cristo Prestó su Mayor Servicio a la Humanidad Doliente Muriendo por ella sobre la Cruz del Calvario.

Uno de los más sublimes “Yo he venido” de Cristo está expresado en estas palabras: “Yo he venido a salvar lo que se había perdido, dando mi vida en rescate por muchos.”

La corona de la creación, el hombre, se perdió desde el día aquel en el cual su representante, Adán, desobedeció a Dios y con su desobediencia hizo que el cielo se cubriera de nubes, la tierra de abrojos y el rostro de lágrimas.

En aquel día el hombre perdió su alma, porque desobedeció a Dios y se apartó de Él.

No intentaré dar una definición del alma humana, ni intentaré mostrar que el hombre tiene alma. Como cristiano me aferró a las palabras de Cristo y creo firmemente que tengo alma, que ella es la fuente del amor, de las esperanzas, de las plegarias, de las creencias, de las aspiraciones, de las tentaciones, de los pecados, del arrepentimiento. Creo que esa alma mía podía ser salvada porque se encuentra perdida. Ésa es mi conciencia y ésa sigue siendo. Al igual que el apóstol San Pablo he descubierto que hay en mí dos hombres que están continuamente en guerra, la ley de la carne y la ley del espíritu, que algo anda mal en mí, como en todos los otros hombres, que había sido creado para la gloria del universo, pero que por mi culpa llegué a convertirme en una vergüenza. ¡Mi alma, mi yo, descubrí que estaba perdido, perdida eternamente!

¿Qué podría hacer por mi alma?... En lo más recóndito de mi mente sabía y entendía que no podía ofrecer a Dios mis lágrimas más puras, ni mi arrepentimiento más sincero, ni mis oraciones más ardientes.

Una noche entré en un salón evangélico en la ciudad de Buenos Aires. Alguien estaba dirigiendo un culto para jóvenes. Escuché atentamente sus palabras, y cuando dijo: “Una gota de la sangre de Cristo puede limpiar al pecador de todos sus pecados y darle paz y descanso”, mis ojos se clavaron por la fe en la cruz, y aquella noche mi alma confío en las manos del que pendía de la cruz.

Sí, esa noche descubrí que Cristo me había prestado un gran servicio. Había llevado sobre el madero de la cruz mis propios pecados, había gustado la amargura de la agonía y la más infame de las muertes... todo por mí.

Había muerto el justo por el injusto, el santo por el pecador. Sí, Él había dado su vida para redimirme. Cierto viernes a la tarde, hace dos mil años, moría clavado en una cruz que se alzaba en el Calvario, Jesucristo, el Hijo de Dios. Su muerte fue expiatoria, por los pecados del mundo.

Él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz cayó sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores.

En ese viernes Jesucristo, Cordero de Dios, nos prestó el mayor de sus servicios, pues todo aquel que lo mira con arrepentimiento y fe y se apropia su muerte, salva su alma. ¿Lo miras así? ¡Que el Espíritu de Dios ilumine tu corazón y abra tu vista pura que así sea! Amén.

A. L. Muñiz. Pulpito Cristiano.

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