sábado, 11 de diciembre de 2010

3º Domingo de Adviento.

“Jesús es aquel que había de venir”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Isaías 35.1-10
Segunda Lección: Santiago 5.7-10
El Evangelio: San Mateo 11.2-11
Sermón
Introducción
Jesús y su Reino son una incógnita para muchas personas, y algunas veces nos hacemos una imagen de ellos a la medida de nuestras circunstancias personales. Ello puede generar confusión y frustración al creyente, por lo que es importante tener claro quién es Jesús, para qué vino al mundo y cuáles son las señales de su Reino. Sólo así podremos seguirlo con fidelidad y sin que nuestra fe peligre ante las dificultades de la vida.
  • El Reino apunta a la cruz
Las horas probablemente se hacían interminables en la cárcel para Juan el Bautista, la desesperación y la posibilidad de su muerte lo atenazaban. Y su situación lo llevó a formularse una pregunta que, probablemente no fue fácil para él plantearse, ¿es éste Jesús realmente el Mesías? Este Juan que afirmó no ser digno de desatar las correas de las sandalias de Jesús (Mc.1:7), que lo anunció públicamente como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn.1:29), y que tuvo reparos para bautizar a Jesús por reconocerse un pecador ante Él (Mt.3:14); este mismo hombre ahora, bajo la presión de sus circunstancias y en la oscuridad de la cárcel y de su propio corazón, duda sobre quién es en realidad Jesús. Su seguridad se derrumba, y la desconfianza lo corroe. ¿Qué le ocurrió a Juan?
Probablemente Juan esperaba un Jesús libertador del pecado, pero de una manera más contundente, más directa podemos decir. Las palabras que emplea refiriéndose a la liberación del pecado así lo indican: hacha, cortar, echar al fuego, quemar. Todo ello parece indicar que Juan esperaba una transformación social radical, inmediata. Jesús acabaría con el pecado y sus consecuencias en breve. Y he aquí que el profeta sufre prisión y el Mesías no hace nada aparentemente por liberarlo. Tampoco se perciben grandes cambios a su alrededor y Juan no lo entiende, duda y quiere respuestas. Pero Jesús no ha venido a resolver cuestiones terrenas, no ha venido a traer paz social, ni tampoco a impartir justicia tal como nosotros la entendemos. Pues su reino no es de este mundo (Jn. 18:36), su Justicia no es nuestra justicia, y su camino no es el camino de la gloria a la manera humana, y mucho menos es el camino del éxito: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). Por tanto cada día junto a Jesús, es un camino de cruz donde él promete estar junto a nosotros, sostenernos, aliviarnos, fortalecernos en nuestra lucha contra el pecado. Pero un camino, que en algún caso como el de Juan el Bautista, pasa incluso por el valle de la muerte.
· Las señales del Reino son evidentes
Los discípulos de Juan corrieron a Jesús a preguntarle: “¿Eres tú aquél que había de venir, o esperaremos a otro?” (v3). Nuestro maestro está en la cárcel y tú no haces nada, parecen decir los discípulos a Jesús. ¿Por qué no blanden Él y sus discípulos la espada?, ¿por qué no hay alboroto, lucha o enfrentamiento?, ¿es éste el cambio que anunciaron los profetas? Pero, ¿realmente Jesús no hace nada? El profeta Isaías anunció con claridad las señales de la instauración del Reino de Dios: “los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas; en la morada de los chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos” (Is.35:5-7). Y Jesús responde a los discípulos de Juan y a Juan mismo, ¿acaso no es esto lo que veis?, ¿no reconocéis lo anunciado por los profetas?, “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (v5). El Reino está aquí (Lc. 17:21) y ¿no sois capaces de verlo?, ¿tan ciegos estáis?. Podemos imaginar la escena: los discípulos de Juan se miraron unos a otros confusos, sin entender nada, y sin saber quizás muy bien qué explicación darle a su maestro, volvieron a ver a Juan con el mensaje liberador de Jesús: Él es Aquél que había de venir, el Cristo anunciado en las Escrituras y su reino ya está en marcha. Este reino espiritual, no sacaría a Juan de la cárcel ni le evitaría la cruel muerte que padeció, pero sí dejaría al profeta lleno de certidumbre y paz, ya que la confirmación de Jesús aclaraba la duda que le carcomía, y le permitía dejar este mundo con la seguridad de que el Mesías prometido estaba en la tierra instaurando su Reino.
· El Reino de Cristo es la victoria sobre el pecado y la muerte eterna
¿Alguna vez una circunstancia personal nos ha hecho dudar de Jesús?, ¿nos han asaltado las mismas inseguridades que a Juan el Bautista?. En realidad todos somos Juan en algún momento, pues al igual que él sabemos quién es Jesús, lo reconocemos como aquél que había de venir (el Cristo), y sin embargo ante la presión y los problemas de la vida, la duda y la inseguridad aparecen de repente. ¿Es este Jesús realmente el Mesías?, ¿será en verdad el Hijo de Dios? Queremos un Jesús que nos libre del sufrimiento, que haga desaparecer los problemas de nuestra realidad, que acabe con aquello o aquellos que se enfrentan a nosotros y nos oprimen. Queremos en definitiva un Jesús a la medida de nuestras necesidades terrenales, queremos que Él sea lo que nosotros queremos que sea, en función de nuestras prioridades. Y desorientados por la vida y sus dificultades, terminamos desesperados, nos enfadamos con Dios, queremos respuestas a nuestros problemas inmediatos, y damos la espalda a Jesús alejándonos de su presencia. Pero tengamos esto claro: lo que en realidad Jesús trae al mundo, es una lucha espiritual contra el pecado y su consecuencia más terrible: la muerte eterna. ¿Cómo identificar claramente entonces su Reino entre nosotros?. Las señales de éste Reino de Jesús aquí y ahora, son la proclamación del Evangelio del perdón de pecados, su espada es la Palabra de Dios, y la liberación que trae es la de las cadenas de la muerte y la condenación eternas. No esperemos pues solución inmediata a las dificultades de la vida, porque para esto Jesús nos promete consuelo y amor divino. Nosotros esperamos sin embargo algo mucho más importante: la solución al problema de la vida eterna junto a nuestro Creador, vida que Cristo ganó para nosotros con su muerte y resurrección.
El Bautista tuvo que pasar las puertas de la muerte, no sin antes haber escuchado cómo las promesas de Dios se cumplían en Jesús. Igualmente nosotros tendremos que vivir en esta vida afrontando dificultades, dolor y sufrimiento, pero con la alegría y la confianza de que en la consumación de este Reino de Cristo, seremos definitivamente liberados de todo dolor y sufrimiento, para vivir eternamente junto a Él. Como anticipo de ello, junto a Jesús los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos saltan; pues el pecado ha sido vencido por medio de la sangre de Cristo (Ef 1:7), y con ello hemos sido liberados de la esclavitud del mundo (Gal 4:3).
Juan era el profeta más grande, y sin embargo Jesús dice que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. ¿Cómo entender esta afirmación?, ¿quiénes son estos pequeños? Jesús nos lo aclara en su Palabra (Mt 18:1-5) cuando poniendo a un niño en medio dice: “cualquiera que se humille como éste niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (v4). Ésta es la clave y la llave de la vida eterna: la fe simple y sencilla como la de un niño. Una fe que confía sólidamente en Cristo, y que ante los problemas de la vida, se entrega con confianza a la providencia divina. La misma fe que nos ha sido dada por medio del Bautismo.
Conclusión
Por tanto hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (St. 5:7). Esperar la consumación del Reino, perseverar en la fe, afirmar el corazón (v8), tomando como ejemplo de aflicción y paciencia a los profetas (v10). Esta es la exhortación que nos hace el Apóstol Santiago en su epístola, para que el día de la consumación del Reino, podamos presentarnos ante Jesús con la humildad y la fe sencilla de un niño. Y cuando en esta vida las aflicciones hagan tambalearse nuestra fe, hagamos como Juan el Bautista, pongamos nuestras dudas ante Jesús y dejemos que Él nos dé Paz y luz para nuestra vida. Que Él calme todas nuestras inquietudes y miedos, y que el Espíritu Santo nos fortalezca en esta batalla espiritual diaria. Amén.
J. C. G.   Pastor de la IELE.


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