domingo, 8 de mayo de 2011

3º Domingo de Pascua.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Cristo viene a nuestro encuentro.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 08-05-2011

Primera Lección: Hechos 2:14, 36-47

Segunda Lección: 1º Pedro 1:17-21

El Evangelio: San Lucas 24:13-34

Sermón

Introducción:

Un día Lutero estaba muy desanimado. Personas con mucho poder procuraban aniquilar a la iglesia que estaba surgiendo y el reformador sentía su fe flaquear. Su esposa se presentó a la hora del desayuno vestida de luto. Lutero le preguntó: “¿Quién se ha muerto?” Su esposa contestó: “Dios, porque te veo tan decaído que es de suponer que Dios se ha muerto”. Martín vio su error y dijo: “Quita ya esos vestidos de luto, Dios aún vive y no dudaremos más”. Y su esperanza recobró fuerzas.

Nuestro caminar: Los dos discípulos no habían ido al sepulcro. No tenían la alegría de vivir el domingo de Resurrección como un domingo de victoria. Ellos no fueron a comprobar personalmente los hechos y además, Jesús resucitado no se les había aparecido para mostrarse victorioso y vencedor. Por ahora tenían que conformarse con las noticias de otros.

Nosotros a veces caemos en el mismo error. En vez de comprobar personalmente los hechos, nos guiamos sólo por los comentarios o rumores ajenos. Pero cuando empleamos tal procedimiento con la doctrina de la resurrección, nos privamos de su influencia transformadora.

Cuanto más nos centramos en nuestras dudas, problemas, desilusiones espirituales, más grande es la lucha. La lucha en nosotros crece y con ella la tristeza. Muchas veces ante la impotencia y la falta de respuestas satisfactorias, el camino que tomamos es el de huir, alejarnos y dejarnos de preguntar cosas respecto a Dios y su voluntad.

El problema que compartimos con los discípulos de Emaús es que no podemos creer en la resurrección de Cristo por nuestra propia voluntad. Vivimos en una época donde la información abunda y está al alcance de un click. En Semana Santa vemos que nuestra sociedad recuerda y pregona los hechos, las palabras y las promesas de Jesús antes de su muerte, el anuncio de los ángeles y la tumba vacía. Pero a pesar de conocer la historia de Jesús no podemos creer. No podemos hacer que la fe aparezca en nuestros corazones. No podemos fabricar una fe que crea rotundamente que Jesús se levantó de entre los muertos por nosotros. De por si nos cuesta creer lo que para nuestra razón no es verdad y mucho más cuando nuestra naturaleza nos impide creer y confiar en Dios. Ante los problemas, la muerte o el pecado, la fe creada por nuestras propias fuerza o mente se llena de dudas.

Debemos dar gracias a Dios porque sabe que no podemos generar una verdadera fe en nuestros corazones pecaminosos. Nosotros no podemos, pero Dios si puede y crea en nosotros la fe que necesitamos para creer Él. La fe que Dios da es la fe que salva, consuela, anima y fortalece. Eso es lo que Jesús hace en el camino hacia Emaús con sus discípulos, y es también lo que sucede en nuestro caminar diario. En medio de nuestro dolor, tristeza y duda, un hombre parece caminar con nosotros. Casi de manera imperceptible, no nos damos cuenta de cuando se unió a nosotros, sin embargo Él no lleva la misma expresión de dolor que nosotros tenemos. Camina por nuestra misma senda, y sin embargo ve las cosas de manera diferente a como las vemos nosotros. Pregunta: “¿De qué estás hablando?” (Lucas 24:17). ¿Que los tiene preocupados y agobiados? Es difícil creer que alguien no sienta tristeza y dolor por lo que está sucediendo a nuestro alrededor. ¿Cómo esta persona no se da cuenta del desconsuelo, dolor y sufrimiento que tenemos? ¿Por qué no ve las cosas que nosotros vemos? ¿Por qué Dios no habrá hecho algo para evitar esto?

Nuestros compañeros de viaje. Aun cuando Cleofás y su amigo trataron de consolarse uno al otro, no lo lograron. Hay ocasiones en que los buenos amigos nos hacen mucha falta. Cuando estamos tristes, nos sentimos fracasados o débiles, los compañeros pueden ser de mucha ayuda. Cuando nos desilusionamos, los amigos pueden darnos ánimo. Un antiguo refrán dice: “Comparte tus tristezas, para que sean la mitad de tristes y comparte tus alegrías, para que sean el doble de alegres”.

En cuestiones espirituales y de relación con Dios ningún compañero puede ayudarnos. Así como Cleofás y su amigo necesitaron a Cristo como compañero para salir de su tristeza, asimismo a nosotros también nos hace falta Cristo en la senda de nuestras vidas.

La solución a nuestros problemas espirituales, pecados, desesperanza, falta de visión, la tenemos que buscar fuera del hombre, sobre todo porque Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate. Porque la redención de su vida es de gran precio, Y no se logrará jamás (Salmo 49:7-8). Por eso “era necesario que el Cristo padeciera estas cosas” que tanto entristecieron a Cleofás y a su amigo.

Nuevo compañero de viaje. El resucitado. Cleofás, nuestro compañero de viaje, dice lo que todos estamos pensando, ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe las cosas que han sucedido en estos días?” (Lucas 24:18). Comienza a repasar y dolerse por relatar todo de nuevo: Jesús, el gran profeta de Dios, crucificado, muerto y sepultado, tres días en la tumba, Jesús, que pensamos que tenía que ser el Mesías, el que nos redimiría a todos nosotros, entregado a los romanos y la muerte en la cruz, Jesús, cuyo cuerpo está desaparecido y unos ángeles dicen que ha resucitado. Queremos creer, pero ¿cómo podemos creer que Jesús está realmente vivo? ¿Cómo podemos creer que Dios nos ama y protege si estamos viviendo en semejante desgracia?

De manera dura pero necesaria Jesús nos dice: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! (Lucas 24:25-26). De principio a fin, utilizando nada más que la Palabra de Dios se nos da un panorama totalmente distinto de los hechos. Se nos muestra a Jesús en aquello que Moisés escribió sobre Adán, Eva y la caída en el pecado. Nos enseña que Jesús es el cumplimiento de la promesa de Dios, que aplastaría la cabeza de Satanás (Gen 3:15), y que Jesús es el cumplimiento de la serpiente de bronce que Moisés levantó sobre un poste, para que cualquiera que la mirase fuese salvado de la mordedura de las serpientes en el desierto. (Num. 21:4-9) Él nos muestra cómo los profetas nos dicen que Jesús es el que ha nacido de una virgen (Is. 7:14), sufre en tiempos de Poncio Pilato (Is. 50:6), es crucificado (Isa 50:13-53:12), muerto y sepultado y que volvería a la vida. Nos muestra el más preciado tesoro que poseemos: Jesús por nosotros. Ésta tendría que ser nuestra única preocupación o afán, en lo único que deberíamos ocuparnos y temer: En no perder la compañía de Dios.

Este compañero nos indica cómo toda la Biblia apunta a Jesús. Es así como se abre ante nosotros el verdadero significado de la Palabra de Dios.

Al escuchar a Dios que nos habla acerca de su promesa de perdón de pecados a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús, nuestras dudas desaparecen. Nuestros corazones arden a medida que aprendemos la verdad sobre Jesús. Porque la fe que ahora tenemos viene de Dios a través de su palabra, sabemos que es la fe que nos salva. La fe que Dios da es la fe que no se debilita con la duda por nuestros pecados, sino que los reconoce en la confianza de que Cristo murió y resucitó para pagar por todos ellos.

Nuevo huésped familiar: Nos vamos a casa pero no hemos terminado de escuchar lo que nuestro amigo tiene que decir. A pesar de que parece que nuestros caminos se separan, nuestros corazones se llenan de alegría cuando él decide quedarse y acompañarnos.

Reunidos alrededor de la mesa se nos abren los ojos a una nueva realidad. Los hechos externos no han cambiado, pero ahora nuestro dolor, confusión y duda desaparecen. De repente, la cosa más increíble sucede. Cuando Jesús toma el pan, lo bendice, parte y nos lo da para comer, todos nos damos cuenta que todo este tiempo en el camino, Jesús ha estado con nosotros. No nos deja permanecer en nuestra propia fe, incertidumbre o confusión. Se hace presente por medio de su Palabra para abrirnos los ojos a la realidad de Dios. Ha caminado con nosotros sabiendo de nuestras dudas, miedos, dolores y por medio de su Palabra nos ha guiado.

Conclusión: Cristo viene a nosotros en el camino de nuestra vida por medio del Bautismo, Su Palabra y Santa Cena. Nos trae la fe que necesitamos para creer. Esto es lo que hace cada vez que nos reunimos para escuchar su Palabra. Lo hace cada vez que partimos el pan y celebramos esta comida tan especial que nos ha dado.

Tú y yo no tenemos nada para generar la fe que Dios da. No hay nada que podamos hacer en lo profundo de nuestro corazón para que crezca la fe salvadora. Puesto que es un don de Dios, podemos estar seguros, incluso cuando tenemos dudas. Jesús no nos dice, “Aléjate de mí hasta que creas en mí”. El Jesús resucitado que fue crucificado, muerto y sepultado, viene a nosotros y nos da la fe para creer. Entonces, ¿qué hacemos? Vivimos en la fe que se nos da. ¿Tienes dudas? Puede ser. La vida es difícil y llena de problemas. Habla con Dios de todos modos, y cuando ores dí: “Padre nuestro que estás en los cielos...” ¿La muerte te amenaza con el miedo y la desesperación? Por supuesto que sí, pero sabemos que no tiene poder para llevar a cabo dicha amenaza.

Reúnete con el resto del pueblo de Dios para oír el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús. Ve allí donde la Palabra es proclamada como la historia de amor de Dios por los pecadores, centrada en Jesucristo. Reúnete para recibir a Cristo en el pan y el vino, con su cuerpo y sangre. No te mires a tí mismo en busca de una fe fuerte. Mira a Jesús que viene a tí y te otorga el don de la fe a través de su Palabra y los Sacramentos.

Atte. Pastor Gustavo Lavia.

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