domingo, 15 de abril de 2012

Domingo de Ramos - Ciclo B

“El valor de las sagradas Escrituras”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección:

Hechos 4:32-35

Segunda Lección: 1 juan 1:1-2:2

El Evangelio: Juan 20:19-31

2 TIMOTEO 3 : 15 - 17

Entre todos los libros del mundo, la Biblia representa un caso especial y único.

Anualmente se venden de ella más ejemplares que de cualquier otro libro en el mundo. Ningún otro libro ha sido tan combatido, criticado y hasta ridiculizado en el correr de los siglos, y sin embargo, la demanda por la Biblia no muestra tendencia alguna de decrecer, sino al contrario, va en continuo aumento. Muchos otros libros famosos, que por un tiempo gozaron de vasta estima, han pasado de moda; el contenido de la Biblia sigue siendo hoy tan oportuno como lo fue hace
mil o dos mil años. Importantes organizaciones, como la Sociedad Bíblica Americana, la Sociedad Bíblica Británica y otras, con un movimiento anual que asciende a muchos millones de euros, se dedican exclusivamente a la publicación y venta de Biblias o porciones de ella. Algo debe haber en la Biblia que motive hechos tan asombrosos. Verdad es que no todas las Biblias que se venden año tras año son también leídas por quienes las adquieren. Muchos utilizan la
Biblia como un cómodo obsequio que siempre queda bien, y no pocos de los obsequiados guardan ese libro en su biblioteca como mero recuerdo para no tocarlo más, a no ser con el plumero. Pero verdad es también que muchos, muchísimos hacen de su Biblia el compañero de todos los días del que extraen incalculable beneficio. ¿Qué valor tiene para ti tu Biblia? ¿La usas con el provecho adecuado a su importancia? Para ayudarte en ello te hablaré hoy, a base de las palabras del inspirado apóstol San Pablo, sobre: El Valor de las Sagradas Escrituras
Te mostraré,
1. Cuan grande es ese valor, y
2. Cuan Importante es tenerlo siempre presente.

1. “Desde la niñez has conocido las Santas Escrituras, que pueden hacerte sabio para la salvación, por medio de la fe que es en Cristo Jesús", v. 15. ¡Qué hermoso testimonio para el valor de las Sagradas Escrituras: ¡Ellas te pueden hacer sabio para la salvación! Quien lo expresa es el apóstol San Pablo. ¿Será que ese Pablo obtenía un provecho personal con propagar el Libro Sagrado, y que por eso lo recomendaba con tanto entusiasmo? Nada de eso. El hecho de ser un propagador de las Sagradas Escrituras, un predicador de la Palabra divina que ellas presentan, le acarreó a San Pablo una multitud de sinsabores y peligros: fue combatido, perseguido, azotado, apedreado, le tuvieron por loco, fue encarcelado varias veces, y finalmente sufrió el martirio. ¿Qué le impulsó
entonces a ponderar tanto un libro que al parecer resultaba tan funesto para él?

Examinemos las propias palabras del apóstol. Él dice a su alumno Timoteo: “Desde la niñez has conocido las Santas Escrituras.” Santo es el contenido de esas Escrituras. Con eso la Biblia se diferencia de toda otra literatura. Otros libros podrán ser instructivos, conmovedores, amenos, reveladores de profunda sabiduría, pero un solo libro es santo, intachable, y ese único libro es la Biblia. ¿A qué se debe su santidad?

San Pablo nos da la respuesta: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”, v. 16. Todo otro libro tiene como autor a un hombre. La Biblia también fue escrita por hombres, pero el autor es Dios mismo. “Hombres santos de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” afirma el
apóstol Pedro (2 Pedro 1:21) al referirse a la profecía de la Escritura; y enfáticamente recalca: “No de la voluntad del hombre fue traída la profecía en ningún tiempo”
(v. 21a). “Siendo inspirados por el Espíritu Santo”, esto no significa un cierto estado elevado del ánimo, como por ejemplo la inspiración del poeta; tampoco significa que Dios haya usado a
estos santos hombres como meros instrumentos impersonales como nosotros usamos una pluma o máquina de escribir, sino que fueron “personas” en la más hermosa acepción del vocablo, por ellos sonaba la Palabra de Dios, Dios se valió de la inteligencia, grado de cultura y estilo propio de cada uno de ellos, y los impulsó a expresar con estos medios lo que Él les dictaba. Esto es la Biblia inspirada: Palabra de Dios desde la primera, hasta la última página, pues toda la Escritura es inspirada por Dios, puesta en boca y pluma de santos varones para ser comunicada a la humanidad como “carta de Dios a los hombres”, como lo expresa Lutero. Por esta razón, todas y cada una de las palabras de la Escritura son de origen divino, son verdad eterna, exentas en absoluto de error alguno; ni aun cabe admitir la posibilidad de errores. Escribe San Pablo en su
Primera Epístola a los Tesalonicenses (cap. 2:13): “Cuando recibisteis de nosotros la palabra del
mensaje de Dios, la aceptasteis, no como palabra de hombres, sino- según lo es verdaderamente, la Palabra de Dios”. ¿Se habría expuesto el apóstol a los ya mencionados peligros por propagar la
Palabra de Dios, si no hubiese estado convencido de la santidad e infalibilidad de esta Palabra?

¿Podría un libro humano, aun el más excelente, ser fuente de dicha y consuelo para incontables millones de hombres de las más diversas razas, civilizaciones y esferas sociales, de todos los tiempos, y en las más dispares condiciones de vida? Por cierto que no. Sólo “la palabra de Dios vive y permanece para siempre”, como afirma San Pedro (1 Pedro 1:23).

Ya por esa su índole peculiar como libro sagrado, inspirado por Dios, la Biblia sería de Inmenso valor, acreedora a nuestro más amplio respeto y aprecio. Pero hay más. Valiosa es la Biblia por su forma, y valiosa también por su contenido.

Si poseyésemos un documento de puño y letra de un ilustre personaje, el solo hecho de poseerlo nos llenaría de orgullo. Pero si además de esto el documento en cuestión nos testificase el derecho al usufructo de importantes beneficios, su valor sería mucho mayor aún. Ahora bien: la carta de Dios a los hombres no es un mero documento histórico, no es ni quiere ser una venerable pieza de museo, sino que es una carta cuyo contenido supera en utilidad práctica a
cuanto libro se haya escrito jamás por hombre alguno. San Pablo dice: “Toda la Santa Escritura es útil para enseñanza, para reprensión, para corrección, para instrucción en justicia”, v. 16.

Claramente, sin rodeos, la Biblia nos enseña qué es el hombre: un ser nacido en pecados, incapaz por sí mismo de hacer el bien. Llama a las cosas por su nombre; nos muestra, como espejo infalible, cuáles y cuántas son nuestras faltas, y al describir un pecado, no trata de embellecerlo ni de restarle importancia, sino que lo muestra como es en realidad: una transgresión de la ley divina que atrae la justa ira de Dios y el castigo eterno sobre quien comete la transgresión. Así la Santa Escritura nos previene seriamente contra el mal y nos exhorta a corregir nuestras faltas. Nos enseña además qué son ante Dios obras buenas, y de tal modo nos guía en el bien hacer.

Pero la utilidad más grande de la Biblia es que puede hacernos sabios para la salvación, v. 15. Y en ese sentido la Sagrada Escritura es verdaderamente única, absolutamente indispensable para todo aquel que siente inquietud por su alma; ¿y quién no habría de sentirla? Un libro de autor humano me puede enseñar buenos modales, puede guiarme en mi relación con los demás hombres, puede indicarme cómo lograré aumentar mis ingresos, todo lo cual es muy útil. Pero
donde acaba la existencia humana, acaba también la ciencia humana. Sólo el libro de Dios puede enseñarme el camino hacia Dios, hacia la dicha eterna. Y ésta es en verdad la una cosa necesaria. ¿Cómo se alcanza esta dicha? La Santa Escritura dice: Por la fe que es en Cristo Jesús, v. 15b; en ese Jesús, Hijo del Dios eterno e Hijo de la virgen María, Dios-Hombre, Substituto nuestro, que
“fue entregado a muerte a causa de nuestras transgresiones, y fue resucitado para nuestra justificación”, Rom. 4:25. Este camino de la salvación por la gracia, por los méritos de Cristo, mediante la fe, es enseñado en la Biblia en forma completa, clara y suficiente, porque completa, clara y suficiente es la Biblia en todo cuanto dice. Con razón nos exhorta el apóstol Santiago: “Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual ft poderosa para salvar vuestras almas” (1: 21), y San Pablo: “No me avergüenzo del Evangelio; porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree", Rom. 1:16.

De todo lo dicho se desprende claramente que la Palabra divina hace que el hombre de Dios sea perfecto, estando bien preparado para toda buena obra, v. 17. ¡Qué tesoro inmenso, amados míos, es ese libro que Dios nos ha regalado! Con el corazón lleno de gratitud podemos cantar, pues: "¡Libro divino, guía supremo! en ti confiando marcho en la fe.
¡Oran don precioso del cielo al mundo! por ti poseo el sumo saber."

2. Siendo tan grande el valor de las Sagradas Escrituras, importante será tenerlo siempre presente. Pero: ¿Podrá haber una persona que no tiene siempre presente el valor de las Sagradas Escrituras una vez que lo ha conocido? Sí, por desgracia. También el cristiano fiel sigue siendo un débil hombre, expuesto a las astutas tentaciones del diablo; y ese diablo dirige su mayor odio precisamente contra la Palabra de Dios y trata de arrancarla de nuestro corazón, porque sabe
muy bien que sin el sostén de esa Palabra somos presa fácil para él.

Diferentes métodos emplea el diablo para alcanzar su fin. Te recomiendo que luego leas una
vez más en tu Biblia la parábola del sembrador, en el cap. 8 del Evangelio según San Lucas. Allí Jesús te enseña algo al respecto. ¿Notas tú que a veces eres un oidor descuidado y olvidadizo de la Palabra de Dios? Entonces recuerda las terribles palabras que Jesús dijo a los judíos: “El que es de Dios, oye las palabras de Dios; por esto vosotros no las oís, por cuanto no sois de Dios”, Juan 8:47, y ruega a Dios que te dé oídos para oír.

¿Te resulta difícil permanecer fiel a la Palabra de Dios en tiempos de tentación?

Recuerda entonces que “los padecimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que ha de ser revelada en nosotros", Rom. 8:18; ¿acaso el favor para con Dios no vale muchísimo más que el favor para con los hombres? Ruega pues a Dios que te ayude a “retener firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona" Apoc. 3:11.

¿Corres a veces el peligro de que te ahoguen los afanes y las riquezas y los placeres de esta vida, y no traiga los frutos que la Palabra de Dios quiere producir en ti? Recuerda entonces que “nada aprovechará el hombre, si ganare todo el mundo, mas perdiere su alma”, Mat. 16:26, y ruega a Dios que te conceda el ánimo del salmista Asaf, que dijo: “¿A quién tengo en el cielo sino a ti? y comparado contigo nada quiero en la tierra”, Sal. 73:25.

Así, con la ayuda de Dios, llegarás a ser uno de aquellos que con corazón leal y bueno, habiendo oído la palabra, la retienen, y llevan fruto con paciencia.

También de ti Jesús dirá: “Al que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo también
delante de mi Padre que está en los cielos” Mat. 10 : 32. Donde no hay Palabra de Dios, sólo hay muerte y perdición; pero si crees en la Palabra de Dios y confías en ella, esa tu fe será, al decir
del apóstol San Juan, “la victoria que vence al mundo”", 1 Juan 5:4. Y en esa fe victoriosa y en esa firme confianza exclamamos:
“Santa Palabra, grato tesoro, ya canta mi alma tu plenitud.
Guíame a Cristo, que da reposo, paz, regocijo, vida y salud.”

Amén.

Rvdo. Érico Sexauer

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