martes, 24 de diciembre de 2013

Sermón de Navidad

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 40:17-21, 34-38 Segunda Lección: Tito 3:4-7 El Evangelio: Juan 1:1-14 “EL SEÑOR ESTÁ ENTRE NOSOTROS” Introducción: En casi todas las iglesias cristianas, el relato del nacimiento de Jesús para esta Navidad será el capítulo 2 Lucas. Aquí es donde se habla de María, la mujer comprometida con José, la cual estaba encinta, dando a luz su Hijo primogénito, que lo envuelve en pañales. Oiremos del ángel que trajo la buena noticia a los pastores que estaban turnándose para cuidar sus rebaños por la noche, diciendo con el ángel: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. Estos son los eventos que desde pequeños se nos enseña en las Iglesias cristianas y ellos son los eventos de los seguramente oímos esta semana, en la víspera de esta fiesta de la Natividad de nuestro Señor. El evangelista Juan, que por divina inspiración del Espíritu Santo, escribió las palabras de la lectura del Evangelio designado para el día de hoy y en ella no incluye los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesucristo. En los primeros versículos del Evangelio de Juan, no se oye de José y la Virgen María ni de la visita y el numeroso coro de los ángeles. Tampoco se oyen hablar de los acontecimientos que tuvieron lugar en Palestina con el fin de cumplir las profecías del Antiguo Testamento. No, Juan comienza su Evangelio en un momento antes de la Natividad de Cristo e incluso antes de Juan el Bautista. De hecho, las primeras palabras del Evangelio de San Juan se encuentran en un tiempo que precede al comienzo del universo mismo, un tiempo cuando sólo existía el Verbo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. En el primer versículo de su Evangelio, Juan va al grano en la revelación de la identidad del niño que yacía en el pesebre de Belén. Él lleva a sus oyentes de nuevo a la creación y revela que el Verbo que estaba con Dios era Dios. Él declara que Jesús, el Cristo o Ungido de Dios, es el Hijo eterno, que estaba con el Padre desde toda la eternidad. Además declara en el versículo 3 que este mismo Jesús es el Creador de todas las cosas. El pequeño Señor Jesús, que estaba con su dulce cabeza en el heno, en el pesebre, es de hecho el Dios Todopoderoso, que formó y creó los cielos y la tierra. El pequeño niño, a quien los sabios trajeron oro, incienso y mirra una vez que se alojaron en una casa en Belén, es el Señor, el Dios de Israel, que había sido esperado por este pueblo para traer Paz y Gloria a la humanidad. ¿Quién es ese niño en el pesebre? Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. Con estas palabras Juan atribuye la creación de todas las cosas a Jesús. San Pablo, en el primer capítulo de su epístola a los Colosenses, afirma esto cuando escribe: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17). No sólo sabía que Jesús creó el cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, también confiesa que es el sustentador de todas esas cosas. Fue él quien liberó a su pueblo, Israel, de la esclavitud de Egipto y los condujo a la prometida tierra. Fue Él quien, después de la muerte de Moisés y Josué, los gobernó a través de los jueces y luego a través de los reyes de Israel, el mayor de los cuales era su padre David. Fue Jesús quien los guio y les dio esperanza mientras que estaban en cautiverio en Babilonia y él fue su alegría cuando regresaron a la ciudad santa de Jerusalén y reconstruyeron su templo. Él es el Mesías, el Santo de Dios. Él es el Aquel de quien los profetas del Antiguo Testamento habían proclamado ser el eterno Rey y Salvador. Después de declarar que Jesús es el Verbo, que es Dios y la luz de los hombres, Juan nos habla de lo que ocurría cuando el Espíritu Santo lo concebido en el vientre de la humilde mujer, de la Virgen María. Nos dice que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La concepción y el nacimiento de Jesús fueron los primeros eventos en el tiempo de la encarnación de Cristo. El Dios todopoderoso y eterno, el Señor del universo, había llevado a cabo algo incomprensible, hacerse presente entre los suyos, pero ahora en carne humana y así habitar entre su pueblo. Este fue el último escollo tanto para los Judíos que vivían en la época de Jesús como para todos los que se pierden hoy. Aquí se nos presenta el problema que el Dios infinito, que creó todas las cosas, nos amara tanto hasta el punto de que se hizo hombre. Como los seres humanos somos seres finitos, que no tenemos la capacidad de entender cómo esto podría llegar a ser posible. La simple idea va en contra de toda razón. ¿Cómo podría el Dios infinito y creador del universo ser un hombre finito? No existe una respuesta satisfactoria a esta pregunta planteada, por nuestra débil razón. Pablo escribiendo a Timoteo, lo describe como el gran misterio de que Dios estaba manifestándose en la carne (1º Timoteo 3:16). El Señor mismo nos dice que sus caminos están por encima de nuestros caminos y sus pensamientos por encima de nuestros pensamientos. Pero él también nos ha revelado que con Dios todas las cosas son posibles, a través de la obra de su Espíritu Santo nos ha concedido la fe para creer en esto y todo lo que Él nos ha revelado en la Sagrada Escritura. Pero aún más importante que la comprensión de cómo esta milagrosa encarnación llegó a suceder es entender por qué aconteció. Navidad es sin duda todo acerca de la encarnación y el nacimiento de nuestro Señor, pero incluso cuando se habla del “verdadero significado de la Navidad” nos estamos engañando a nosotros mismos si no lo reconocemos la razón por la que Cristo, el Señor se hizo carne y habitó entre nosotros. Lo hizo con un propósito: salvar a la humanidad del pecado y de sus consecuencias. El ángel Gabriel, cuando habló a José en un sueño, le dijo que el niño concebido en el vientre de María se llamaría Jesús, porque Él salvaría a las personas de sus pecados. Dios tomó forma humana por una sola razón, para sufrir y morir para expiar los pecados del mundo. El niño Jesús, que yacía en el pesebre, nació para sufrir y morir en la cruz. El mundo necesita de esa Navidad. Necesita el nacimiento de Jesús, porque desde la caída de Adán y Eva en pecado, cada hombre, mujer y niño en este mundo nace en pecado y por lo tanto es pecador. Esto nos hace estar sujetos a la consecuencia final del pecado, la muerte. Los seres humanos somos rebeldes por naturaleza y por lo tanto mortales. Nuestra Necesidad de Navidad Fuimos creados para ser inmortales y vivir en perfecta armonía con Dios y unos con otros. Pero hemos caído en pecado, lo que hace que nosotros mismos no podamos pagar por nuestras transgresiones de manera perfecta y ni ser santos como Santo es el Señor que nos creó. No podemos alcanzar a su nivel. Nosotros no podemos reconciliarnos con Dios. Al contrario, Dios tuvo que reconciliarse con nosotros. Es por eso que incluso tenemos la alegría de Navidad para celebrar. Como Pablo escribe a los Corintios, Dios estaba reconciliando al mundo consigo en Cristo (2º Corintios 5:19). El que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros y fue maldecido hasta la muerte para pagar el precio por nuestros pecados. Pablo escribe a los Filipenses en el capítulo 2 que, en la encarnación, cuando Jesús tomó sobre sí la forma de siervo, se humilló. Se despojó a sí mismo y se humilló a sí mismo haciéndose en el semejante a los hombres. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, la muerte de la cruz. Pues al ver el pesebre de Jesús recuerda que este no tiene importancia sin su cruz. La cruz es donde la propia encarnación recibe su significado. Jesucristo, el todopoderoso y eterno Hijo de Dios, tuvo que sufrir y morir para salvar que lo se había perdido. La crucifixión tuvo que acontecer Cristo para redimir a la humanidad caída. Esta es la razón por la que la iglesia a lo largo de su historia ha mostrado el crucifijo y lo ha convertido en un elemento visible. El crucifijo representa la fuente de nuestra fe en Cristo y éste crucificado. De hecho, Pablo ha profesado predicar nada sino a Cristo crucificado, para los nosotros esta es la única manera de que podamos tener perdón. Porque la Ley de Moisés había declarado que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Por esto Jesucristo murió para redimirnos de nuestros pecados. Él pagó el rescate para comprarnos y rescatarnos de las garras de Satanás. Él declaró que a pesar de que murió por los pecados de todo el mundo, sólo aquellos que reciben su don en la fe serán salvos, para quien en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna, como el famoso pasaje de Juan 3 proclama. Como hijos de Dios hemos sido limpiados en el Santo Bautismo, nos ha lavado por medio del agua y su Palabra, allí has recibido el regalo más bendito posible para celebrar estas fiestas, el don de la fe y el perdón de los pecados. Nuestra Celebración. Hoy también recibimos de parte del Señor Jesús, su perdón en su Palabra, su regalo más preciado que podríamos recibir Navidad también nos llega por medio del Cuerpo y Sangre de Jesús, su misma presencia en nuestra vida. Pues la encarnación no terminó cuando Jesús resucitó y fue recibido en el cielo. Él todavía permanece en la naturaleza humana, corporal, entre hoy y hasta el fin de este mundo. A través del sacramento de su cuerpo y sangre, Jesús te da a comer y beber su cuerpo y sangre. Allí Jesús nos afirma y otorga el perdón de nuestros pecados para que podamos disfrutar de la Paz con Dios y con quienes nos rodean. Él se ha dado a su iglesia como una garantía tangible de su perdón. Cuando Jesús fue presentado en el templo cuarenta días después de su nacimiento, un hombre llamado Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios. El Espíritu Santo le había prometido que no vería la muerte hasta que hubiera visto al Cristo. En cuanto sostuvo al bebé en sus brazos, dijo, “han visto mis ojos tu salvación”. Simeón estaba listo para partir en paz. A lo largo de la historia de la iglesia, se reconoció a los sacramentos como Evangelio visible. El pueblo de Dios ha contemplado con sus propios ojos las promesas unidas a los humildes elementos del agua, pan y vino. El Verbo que en el principio era con Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, todavía habita entre nosotros hoy. Cuando recibes a tu Señor hoy en el Santísimo Sacramento, habrás recibido su salvación. Habrás recibido el perdón de todos tus pecados y la seguridad de la vida eterna por medio de Cristo Jesús, tu Señor. En todo esto, habrás visto y vivido el verdadero significado de la Navidad Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

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