domingo, 19 de enero de 2014

2º Domingo de Epifanía.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Amos 9:11-15 Segunda Lección: Efesios 5:22-33 El Evangelio: Juan 2:1-11 “El gran Milagro de JESÚS: Nuestra Fe” La temporada de Epifanía nos muestra la manifestación de Jesús y cómo Él se da a conocer. En Navidad, se revela su llega y durante la Epifanía hace saber que Él ha venido a salvar. En el Evangelio de la semana pasada, escuchamos sobre el bautismo de Jesús y que vino a tomar el lugar de los pecadores. Allí Dios el Padre declaró que Jesús es Su Hijo amado, también el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma. Esta semana oímos que Jesús va a una boda y convierte el agua en vino. Pero hay mucho más en este texto donde Jesús que el hecho de convertir el agua en vino. Esto fue un milagro, algo sobrenatural, pero allí Jesús está manifestando algo muy importante acerca de sí mismo. Nuestra Voluntad vs. La de Dios: En el dialogo entre el Señor y su madre, ella le dice: “No tienen vino”. Quizá la respuesta de Jesús es un poco desagradable: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”. Reconocemos que María ha tenido el increíble honor de concebir a nuestro Señor, pero también recordamos que ella es un ser humano necesitada de redención. Al parecer, quiso utilizar su posición como madre de Jesús para que use su autoridad divina. Aunque Él es el autor del mandamiento de “Honra a tu padre y a tu madre”, también es el Hijo de Dios, con sabiduría y voluntad divinas, que ni María ni nosotros podemos comprender. Él no está aquí para hacer la voluntad de María ni la nuestra, aun cuando nuestras peticiones estén hechas con la mejor de las intenciones. Ha venido a hacer la voluntad de Su Padre que está en los cielos: ir a la cruz para morir por los pecados del mundo y la de no “rescatar” del escándalo al servicio de bodas que no se han preparado para esta ocasión. Él hará el milagro, aunque con un propósito diferente: lo hará para que su gloria sea conocida. Aquí la Ley nos muestra una valiosa lección: una de las mayores tentaciones que enfrentamos, cuando estamos metidos en cualquier crisis, es la tratar de influir en el Señor para que haga lo nosotros deseamos. Si el Señor no permitió que su propia madre le influyera, Él no va a dejar que su santa voluntad sea alterada. En cambio, la fe nos lleva a orar y a confiar en lo que oramos regularmente: “Hágase tu voluntad”. Nuestra Fiesta eterna. En Deuteronomio 18:18, fue profetizado que el Mesías sería un segundo Moisés enviado por Dios que pondría sus palabras en su boca y todos los que le escucharan y creyeran se salvarían. Jesús fue el segundo Moisés. Al comienzo de su ministerio público, Moisés convirtió el agua en sangre ante el Faraón. Se trataba de un anuncio del juicio de Dio por la incredulidad del rey, una advertencia de que debía dejar en libertad al pueblo de Dios. La primera plaga trajo la muerte a los peces del Nilo, así el milagro de Moisés tornó el agua en un elemento de juicio y muerte. Al comienzo de su ministerio público, Jesús convierte el agua en vino, pero esto no es un anuncio de juicio, sino un anuncio de alegría y gracia. El Señor está en una boda, allí su milagro transmite una promesa. El abundante vino es un símbolo de redención y restauración (Amós 9:13-14) pero ahora el nuevo pacto es por su muerte y resurrección, Jesús restaurará al hombre llevándolo a la relación íntima con Dios, aquella que tenía en el Edén. A la vida en la eternidad se la conoce también como “la fiesta de Bodas del Cordero”. Por lo tanto, Jesús, “el segundo Moisés”, no es como el primero. El primero advirtió Faraón de juicio, mientras que el segundo llegó a lograr y dar la redención. Algunos nos dirán que Jesús tiene que ver con juicio, prohibiciones o castigos, que su cruz es una razón más para que nos sintamos culpables por nuestros pecados. Pero nosotros sabemos que Él trae perdón y vida, por el derramamiento de su propia sangre. Que no vino a traer culpa y vergüenza sino a morir en nuestro lugar para que puedas ser liberado del pecado y llevado a la vida eterna, al banquete de bodas del Cordero. Volviendo a las reglas de Dios. Jesús usa grandes tinajas de aguas que se usaban para los ritos de purificación. Podemos ver en otros evangelios la insistencia en los ritos (Marcos 7:3-4) de lavarse las manos, utensilios, vasos e incluso la mesa antes de comer, eran leyes que habían hecho los hombres, quienes decían lo que había que hacer para estar limpios. Ellos creían que así se ganaban el favor de Dios y podían alcanzar el cielo, teniendo que cumplir un montón de leyes. Pero el lavarse las manos o los cubiertos no nos libra del pecado, por lo que Jesús tiene un mejor uso de esas tinajas: Tienen que llenarlas con agua y esa agua será convertida en vino por Su Palabra. Es otra faceta del milagro: Jesús reemplaza el agua con vino, una declaración visual de que Él es el que limpia, purifica. Reemplaza las reglas del hombre que nunca podrían salvar con las de Él, que va a morir por los pecados del mundo. Hay algunos cristianos que declaran que el consumo del alcohol es un pecado y se llega a decir que cuando Jesús convirtió el agua en vino, era vino sin alcohol o en realidad era sólo agua a la que se llamó “vino” de una manera bondadosa. Pero eso no es lo que dice la Palabra. Es vino. Por lo tanto, la doctrina de que todo el consumo de alcohol es un pecado, es una doctrina falsa. No afirmamos que se debería beber sin control ni mucho menos. La mayor lección es la siguiente, no debemos inventarnos leyes que Dios no nos ha dado, mucho menos atar las conciencias de las personas a ellas. Haciéndolo se crea una falsa culpa y orgullo, además se convierte al Evangelio en una nueva Ley y las personas nuevamente son esclavos en lugar de liberarlos por medio de la gracia. A excepción de María, sus discípulos y algunos sirvientes, no hay pruebas de que otros supieran el milagro que se ha producido. A ellos y a ti, la gloria de Jesús se ha manifestado. Pero ¿cómo un invitado de la boda iba a saber que algo así había sucedido? El encargado de la fiesta pensó que el novio había abierto un nuevo tipo de vino, porque todo lo que sabe es que los criados le trajeron un poco de vino para degustar. No hubo ningún rayo, trueno, fuerte viento o luz cegadora. Nada sobrenatural parece haber ocurrido. De hecho, si hubieras estado allí para ver el milagro, lo que hubieras visto es a Jesús hablando con los sirvientes para que llenaran algunas tinajas de agua. Que tomen un poco de agua y la lleven al maestresala. Cuando el maestresala lo degusta comprueba que es un muy buen vino. Pero esta simpleza no disminuye el milagro, allí Jesús manifiesta su gloria. Aun cuando no se ve nada glorioso en absoluto. Algo así como su nacimiento en el pesebre, como lo sucedido en la cruz. Así es como Jesús trabaja para salvarnos, manifestando su gloria no como esperamos, sino como a Él le place, por medio y de manera simple y sencilla. Gran consuelo para nosotros y para este mundo. Jesús está presente allí en la boda y Él realiza un milagro. Él usa su Palabra para hacerlo y usa a unos sirvientes como sus instrumentos. Los criados no hacen nada milagroso, pero sin embargo, fue por este milagro que Jesús manifiesta su gloria. Es por este milagro que sus discípulos creyeron en Él. Cada uno de nosotros tenemos el privilegio creer en Él y de ser uno de los criados de la fiesta. Cada cristiano es un instrumento de Dios. No eres un hacedor de milagros, pero si eres las manos y la boca del Señor. Cuando compartes la Palabra y hablas o llevas a otros a los sacramentos, el Señor está presente para dar perdón, vida y salvación. Quizá no lo veas, no sientas y habrá momentos en los que tendrás que estar con las personas en situaciones extremas. Pero esto no se trata de ti, tú eres un siervo que está haciendo lo que el Señor te ha dicho que hagas. Se fiel a ese llamado y déjale los milagros a Él, que obrará las maravillas y manifestará su gloria como le parezca adecuado. Jesús se hace presente en nuestra realidad. Nos reunimos en los Oficios o en torno a su Palabra porque Cristo está presente entre nosotros. No le vemos, pero Él promete estar allí. Escuchamos su Palabra y recibimos su Cena y porque Él nos da el perdón de los pecados allí, es un servicio anticipo de la fiesta por venir, el banquete de bodas del Cordero en la eternidad, cuando estemos en la presencia de Jesús. Quizá no veas a tu glorioso Salvador con los ojos, o habrá veces que desearas un milagro, de sanidad, para arreglar conflictos, para que las cosas sean como antes, para sacarte de la situación donde estas metido, del miedo, del dolor o de la incertidumbre y cuando confrontado por la aflicción, estés tentado a impacientarse y a orar para que el Señor te libre ahora mismo. Sabemos que Él puede hacerlo si así lo desea, hay muchos milagros en las Escrituras donde el Señor obró de manera espectacular para que todos lo vean. Pero cuando es tu turno de sufrir el tiempo se hace eterno, el diablo nos tienta a ser impacientes con Dios, a cansarnos de esperar que Dios obre milagros. No hay que olvidar que fe significa confiar en lo que no se ve, a menudo, a pesar de lo que haces. Romanos 8:24-25. El Señor es fiel, incluso cuando tú no ves los milagros. Prueba de ello es la cruz, porque si Dios ya ha sacrificado a su Hijo por ti, Él no te abandonará ahora. El mayor de los milagros. El mensaje de las bodas de Caná no es la paciencia, no es la espera de un milagro. Cuando se le dijo que el vino se estaba acabando Jesús no dijo: “Ten paciencia y no te preocupes que en el cielo hay suficiente vino”. Él hizo un milagro en ese momento, a pesar de que muchos no se dieron cuenta del milagro. El Señor está presente aquí, contigo y cuando el Señor está presente, Él está obrando milagros. Los milagros que obra son mayores al de convertir el agua en vino: Él está convirtiendo personas pecadoras y muertas espiritualmente en hijos de Dios. Es lo que sucede en el Bautismo, somos llevados del pecado y la muerte a la vida y salvación. El diablo es echado fuera y Cristo es ahora nuestro rey. En las películas cuando se hacen exorcismos, el diablo es echado fuera por medio de todo tipo de maravillas y señales sobrenaturales, pero tú no recibes tu fe de las películas. Es por medio de la Palabra que se te asegura que Cristo estaba presente en tu bautismo. Él hizo algo milagroso, por eso el Bautismo es que hemos resucitado de la muerte a la vida eterna. No desestimes la predicación de la Palabra, ya sea el sermón proclamado o leído. El diablo intentará que creas que no sirve de nada, que es puro mito y que es algo que hay que soportar y evitar de ser posible. Pero se trate de un sermón o de su lectura, la Palabra de Dios es su poderosa Palabra, la misma Palabra de Dios que creó los cielos y la tierra, la misma palabra que Jesús pronunció para sanar a los enfermos y resucitar a los muertos. Por esa Palabra, Él todavía crea la fe y perdona los pecados. Cuando tú lees o hablas de la Palabra es el Señor el que está obrando por su Palabra para dar vida. Eres la boca de Dios y el Señor es el que obra el milagro de la vida eterna a los demás. No nos atrevemos a dejar de lado la Cena del Señor, porque Jesús está sin duda presente allí. La recibimos a menudo porque Jesús nos dijo que lo hagamos con frecuencia. Pero con el tiempo viene el desprecio y la tentación de pensar que es sólo otro rito o algo que se hace en el servicio. Pero una vez más, allí Cristo da perdón y vida. Es allí donde el cielo y la tierra se unen. Allí dispones de un anticipo de la fiesta por venir. El hombre puede llegar a todo tipo de descubrimientos espectaculares, pero sólo Cristo puede dar la vida eterna y Él lo hace allí. Después de esta lectura el Señor va contigo. Vuelves a la vida familiar, la escuela, el trabajo, cualesquiera que sean tus vocaciones. Algunas de las cosas que tengas que hacer serán frustrantes y decepcionantes. Pero recuerda que eres un hijo de Dios, viviendo una vida santificada, que eres la voz y las manos de Dios para cuidar de otros. Él te usa en el servicio a los demás. Esa es la lección de las bodas de Caná, donde Jesús realizó su primer milagro, manifiesto su gloria y casi nadie se dio cuenta. El mismo Señor está contigo, presente para salvar, obrando para darte el milagro de la vida eterna y Él manifieste su gloria porque has sido perdonado de todos tus pecados por su obra. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

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