sábado, 4 de enero de 2014

Epifanía de Nuestro Señor.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 60:1-6 Segunda Lección: Efesios 3:1-12 El Evangelio: Mateo 2:1-12 “VEN A ADORAR A JESÚS” En el día de mañana comenzamos con el periodo de Epifanía, 12 días después de Navidad. Mientras terminamos nuestras celebraciones de Navidad, noche vieja y “Reyes”, comienza la temporada de Epifanía, que hace hincapié en la revelación de Jesús como Dios y hombre. La palabra epifanía significa “revelar o dar a conocer”. A lo largo de estas semanas venideras nos centraremos en cómo Dios se nos reveló. Empezamos esta temporada litúrgica con la invitación a ir y adorar a Jesús con los Magos, que desde lejos llegan para postrarse ante su Rey recién nacido. No sabemos sus nombres. No sabemos cuántos eran. Tampoco sabemos con precisión cuando llegaron. Eran hombres misteriosos llegados de Oriente siguiendo una estrella en el cielo para adorar al Cristo, el Hijo de Dios. Ellos llegaron después de que los pastores habían regresado al campo y los ángeles al cielo. María y José habían cambiado el pesebre por una casa en Belén. ¡Ven a adorar a Jesús! Aunque puede sonar como una invitación muy común, no hay nada de ordinario o de común en ir a adorar a Jesús, nuestro Rey. Los hombres sabios o magos que viajaron desde Oriente llegaron sin invitación o promesa de lo que iban a encontrar, pero llegaron para adorar a este niño que había nacido como el Rey de los Judíos. ¿Cómo supieron conectar la estrella al nacimiento de Jesús? ¿Qué esperaban encontrar? ¿Por qué razón creen que como extranjeros y gentiles serían bien recibidos en su nacimiento? Hay muchas preguntas interesantes que nos gustaría saber acerca de estos Reyes Magos, pero incluso el evangelio de Mateo no da ninguna información específica salvo que eran “del este”. Por lo general se cree que vinieron de Babilonia o Persia, porque la palabra “magos” era utilizada en Persia para describir a los astrólogos reales o asesores. Además, la gente de allí habría estado en contacto con los judíos exiliados llevados a Babilonia y Persia como prisioneros de guerra. Tal vez oyeron o leyeron las escrituras hebreas sobre este gran acontecimiento. ¡Ven, adora a Jesús! con la convicción que da el Espíritu Santo de que Jesús viene a tu encuentro! Aquel que está apartado de Dios, que venga a adorarlo con el corazón arrepentido del hijo pródigo que se fue de casa, pero ahora vuelve a su padre. Quien no conoce a Dios, venga, adórele y vea cómo este rey redime y salva. Quien se esconde de Dios en la timidez o el miedo de sus pecados, que venga, le adore y reciba un nuevo corazón y el coraje que Dios da a los creyentes. Quien este triste y perdido, que siga la luz de su estrella, que es su Palabra, a la presencia de Dios y compruebe cómo Dios se ha hecho hombre para incorporarlo en su eterno reino y cuida de los suyos. ¡Ven, adora a Jesús con la sinceridad y la verdad de los Reyes Magos! Ellos vinieron al rey Herodes buscando la verdad sobre Jesús. ¿Dónde se encuentra la verdad? En las Sagradas Escrituras, en el profeta Miqueas, diciendo que Jesús nacería en Belén. El pueblo humilde e insignificante de Belén que ganaría un nuevo honor y fama porque a partir de ahí nacería un nuevo rey de Israel, un Pastor que establecería un reino mucho más grande y duradero que el de David. Los sumos sacerdotes y los maestros de la ley en Jerusalén conocían la verdad de las Escrituras, conocían la profecía sobre el Mesías y ahora unos extraños personajes les confirmaban que esta profecía se estaba cumpliendo en ese mismo momento ¿Qué hicieron? ¿Alguno fue a adorar al Mesías con los Reyes Magos? Ninguno. ¿Fue el miedo al rey Herodes que les impidió unirse en esta búsqueda del Mesías? ¿Fue una fría indiferencia o escepticismo a la realidad de esta promesa? Que esto no te detenga para adorar a tu Señor. ¡Ven, adora a Jesús a pesar de los obstáculos! Tal vez tu vida está llena de “Herodes”. Hay mucha gente en tu vida que quieren que creas que se puede confiar en ellos, pero una vez que bajas la guardia te apuñalan por la espalda. Tal vez haya una batalla con un Herodes dentro de ti, que no quiere dar a Jesús un segundo de su tiempo o simplemente relegarlo a un segundo plano. Tal vez por el Herodes te tienes en tu interior, Jesús fue eliminado de tu vida. Herodes no quiere que asistas a iglesia, que estudies la Palabra de Dios. Este Herodes dentro de ti quiere convencerte de que la Paz es algo que tú solo puedes ganar. Isaías fue honesto acerca de la oscuridad a la que nos enfrentamos, pero también fue honesto acerca de la esperanza que tenemos. Él escribió: “más sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria” Isaías 60:2 b. Tu vida, no es ordinaria y común, porque Dios está aquí por ti. En todos y cada momento de tu vida, Él te acerca cada vez más a la vida eterna que ha puesto a tu disposición a través de Jesucristo. A través de Jesús, todo se vuelve nuevo. ¡Ven, adora a Jesús con la alegría de los hombres sabios! Cuando salieron de Jerusalén y vieron de nuevo la estrella que brillaba delante de ellos, señalando el camino a Belén, se regocijaron con muy grande gozo. ¿Alguna vez haz sentido ese tipo de alegría que sólo se derrama desde lo más profundo de ti, que parece que tu corazón fuera a saltar de tu pecho? El miedo y la oscuridad a menudo pueden conspirar para apagar nuestra alegría, para tapar la luz natural de Dios, pero la luz de Cristo, la estrella de la mañana que se levanta en nuestros corazones (2 Pedro 1:19, Apocalipsis 21:16) proyecta su luz, aún en la más profunda oscuridad. ¿Están tus ojos puestos en la esperanza de ver la luz de Jesús o están fijos en las miserias que nos afectan? Ven a adorar el milagro de Cristo, nacido en el pesebre y asómbrate ante el milagro de la salvación de Dios. Alégrate con gran gozo en el camino de la salvación obrada por Dios. ¡Ven, adora a Jesús con tus regalos! Cuando los Reyes Magos llegaron a su destino y vieron al niño Jesús. Fue digno de apreciar el ver a los sabios inclinarse en adoración ante un niño. Aquellos asesores de los reyes, que ahora se inclinaban ante el Rey. Quienes eran libres, terrenalmente hablando, y no tenían necesidad de riquezas, de poder o ejércitos. Ante la presencia de un rey como Jesús ¿qué otra cosa se puede hacer sino inclinarse en adoración y ofrecer los pequeños regalos uno tiene? Incluso los costosos regalos que trajeron, dignos de un rey, eran un tributo insignificante para el Creador de todo el Universo, el que tiene toda la tierra en sus manos, recibía regalos de unas personas mortales. Pero ¿Qué podemos ofrecer en la adoración a nuestro Rey? Nada menos que nuestra alma, nuestra vida, nuestro todo. Sabemos, gracias a los Salmos, que Dios desea de nosotros una cosa por encima de todo: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:16-17). Nosotros, que no tenemos ningún tributo digno para traer a nuestro Rey, sólo podemos traer lo que Él quiere, un corazón quebrantado y arrepentido. Porque sólo Él puede tomar nuestro corazón, roto por el pecado, y darnos un corazón nuevo y lleno de alegría. Recién entonces podemos traer el tributo de nuestras alabanzas, con nuestras voces, podemos hacer de nuestra vida una ofrenda, con las manos y los pies ofrecer el servicio de su reino a quienes nos rodean. Pero aun así, estos regalos que podemos ofrecer en adoración a Jesús son pequeños. Así como los magos, podemos abrir nuestras cajas de pequeños tesoros y ofrecer nuestros dones. Estas cosas que traemos como ofrenda ya pertenecen a Dios y Él nos las dio primero a nosotros. Pero a medida que comenzamos a adorar a Jesús vemos que el hecho real de la adoración no es nuestro sacrificio y alabanzas. El hecho real del culto para los sabios y para nosotros es que Dios abrió sus tesoros y los compartió por medio de Cristo. Cualquiera pequeña acción de gracias que mostramos a Dios en la adoración nos recuerda que es porque Él obró primero y de manera mucho más grande al darnos el gran tesoro de la salvación. Tanto los Reyes de Oriente como nosotros adoramos a quien nació como Rey, lejos del palacio real, muy cerca de un cofre de tesoros similar a una caja para alimentar animales y nació para ser Rey Siervo. Él no vino a ser servido, sino a servir. Así que abrió sus tesoros dando su vida al servicio a la humanidad, curando a muchos y anunciando la buena noticia a los demás. Hasta que sus manos y pies fueron fijados con clavos a un madreo en forma de cruz. Pero allí en la cruz, sus manos y pies indefensos lograron el más grande acto de servicio de un Rey. Allí fue vertido el tesoro más preciado, Su sangre inocente en rescate por todos los pecadores. Esta obra de Jesús fue de valor infinito, porque con ella ha logrado nuestro perdón, vida y salvación. El único indicio que tenemos de que los Reyes Magos podrían haber anticipado este acto de sacrificio real, era para ellos y para toda la gente, fue el regalo de la mirra, una especia que se utilizaba para la sepultura, de hecho, también se utilizó en el entierro de Jesús. Fue este sacrificio que hizo que nuestro acercamiento a Dios sea posible. Por esto no adoramos a Jesús solo por ser un Rey recién nacido como los Reyes Magos lo hicieron. Ahora adoramos al Rey que llegado la plenitud de su edad y sabiduría, vivió rectamente, murió en justicia y se levantó victorioso de entre los muertos y está sentado como Rey en el trono de Su Padre. Es a Él a quien venimos a adorar. ¡Ven, adora a Jesús donde Él se encuentra! Así como la estrella de Belén indicó a los Magos donde estaba Jesús, Él nos sigue indicando dónde se encuentra realmente, para que vayamos y disfrutemos de su presencia. Nos indica que Él nace en nuestros corazones cuando leemos u oímos su Santa Palabra. Nos invita a su presencia en la Santa Cena, donde se hace presente para perdonarnos y animarnos una y otra vez. Ya lo hizo en tu Santo Bautismo, donde te incorporó a su Familia Real. Fuera de estos sitios es imposible encontrar a Jesús para adorarlo realmente. Allí encontraras la felicidad de estar en la Presencia de tu Señor y Salvador. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid.

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