sábado, 24 de diciembre de 2011

Natividad de nuestro Señor.

“Y vimos a Dios cara a cara”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 52:7-12

Segunda Lección: Hebreos 1:1-6 (7-12)

El Evangelio: Juan 1: 1-14 (15-18)

Sermón

Introducción

¿Quién no se ha imaginado alguna vez cómo sería el ver a Dios cara a cara?. La Palabra sin embargo nos dice que ningún hombre puede ver a Dios y seguir viviendo. Su Gloria y su Santidad son tales, que la carne corruptible no puede soportar la presencia divina directamente. Sabemos que esto sólo será posible cuando lleguemos a Su Reino eterno pero, ¡qué maravilloso sería poder mirar el “rostro” de nuestro Creador y Padre, aquí en la Tierra!. Y sin embargo, ¿estamos seguros de que esto es totalmente imposible?, ¿existe al fín una posibilidad de ver de alguna manera el rostro de la divinidad entre nosotros?. Probablemente esto mismo pensaron los pastores la noche en que les fue anunciada la buena nueva, cuando ente asustados y sorprendidos se asomaron a aquel pesebre de Belén. Y para su asombro ¡vieron el rostro de Dios hecho hombre en un niño indefenso!; el Creador de todo lo que existe y sostenedor del Universo, mirándolos cara a cara a través de unos ojos humanos. La pura mirada de la gracia y la Verdad por medio de Jesucristo, al cual los hombres pueden mirar sin temor alguno, en busca de amor y compasión.

El rostro oculto de Dios es desvelado en Cristo

Siempre que una relación se rompe, se sufren luego una serie de consecuencias. Parece que la distancia entre las personas aumenta, que se pierde parte de la confianza que existía antes, que aquel sentimiento que propiciaba la unión se enfría y muere lentamente. Y aquél dia en que el pecado se apropió del corazón y la mente del hombre, la relación espiritual entre este y su Creador, también sufrió cambios drásticos. Y entre estos, perdimos el privilegio de poder estar en la presencia de Dios frente a frente, y nos vimos obligados, como Moisés, a volver nuestro rostro a Su paso: “no podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá” (Ex.33:20) . Un duro castigo causado por nuestro orgullo y anhelo de autosuficiencia. A partir de entonces nuestro Dios sólo fue accesible para los hombres a través de su Ley, como manifestación de Su voluntad. Ella era la única faz que podíamos “ver” y con la que podíamos relacionarnos con la divinidad. Entre Dios y sus criaturas había un velo que no podía ser traspasado por culpa de nuestro pecado. Una relación perfecta se había truncado y la posibilidad de restaurarla era algo imposible para el hombre. Y ciertamente para el hombre era imposible restaurarla, pero no para Dios. Nunca dejó nuestro Padre celestial de acudir a nuestro encuentro, de escuchar nuestras súplicas, de mirar a Sus criaturas perdidas y desorientadas. Y para darnos confianza y alentarnos a mantener la esperanza, envió a sus profetas a proclamar noticias de restauración, de salvación.

Y tras un profeta muerto o despreciado por la dureza del corazón del hombre, Dios enviaba otro a proclamar aún más alto el anuncio de liberación de su pueblo. Porque Dios no nos abandonó a nuestra condenación a causa de nuestras transgresiones, sino que desde el mismo momento en que: “el pecado entró en el mundo por un hombre” (Rom 5:12), nuestro Creador estableció un plan para romper ese velo que nos separa de Él. Un plan de salvación inaudito, donde Dios Hijo sería encarnado en un hombre no sólo para traer palabras de salvación, sino para ser salvación él mismo por medio de su sacrificio vicario.

Como nos recuerda el Apóstol Pablo: “más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20), y de esta manera, sin mérito alguno por nuestra parte, Dios derramó Su amor hacia nosotros en la sangre de Cristo. Y es en este Cristo donde sí podemos ver ahora a Dios cara a cara, sin temor a ser aniquilados, pues Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, rió con nosotros, lloró con nosotros y sufrió por nosotros. Y en todo ello vemos las facciones de Dios que no son sino manifestaciones de Su amor, del verdadero Amor. Pues ése es el rostro de nuestro Dios: el Amor (1 Jn 4:8), y para el creyente el rostro completo y definido toma forma en la figura de Cristo, el Mesías anunciado, el Dios encarnado, aquél al que vieron los pastores en un pesebre hace más de dos mil años, una noche en Belén.

Conociendo a Cristo desde la fe

La imagen del portal con María, José y el Niño nos trae recuerdos entrañables a los cristianos. Pocas escenas transmiten tanta ternura y revelan de manera tan elocuente el misterio de Dios encarnado en la figura de Jesús. Y sin embargo, esta idílica escena contrasta con los sentimientos de indiferencia y desconocimiento, o de rechazo abiertamente, que gran parte del mundo tiene respecto de su Salvador. Y esto es precisamente lo que proclama la Palabra: el mundo definido en clave material, no conoció y no conoce a Cristo: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció” (v10). Quizás se conoce al Jesús histórico, o al profeta de los cristianos, tal como es visto en otras religiones, pero el mundo no conoce al Verbo hecho carne para la salvación del mundo. Sin embargo, ¿acaso Cristo no está presente por doquier en estas fechas en la iconografía religiosa navideña?, ¿no es este Cristo el que inundará las calles de nuestro país en Cuaresma y Semana Santa?, ¿no es Cristo la figura principal del cristianismo, que es a su vez la religión imperante en un Occidente que influencia al resto del mundo con sus valores y cultura?. Podríamos pensar que con estos antecedentes, el mundo ya conoce suficientemente a Cristo, pero la realidad es que ni las tradiciones, ni la cultura, ni los valores y ni siquiera la inundación social de eventos y símbolos religiosos, hacen que Cristo sea más conocido por ello, en su sentido espiritual. Pues este conocer a Cristo sólo se materializa en la acción de creer en Su nombre, y esto es algo que sólo podemos hacerlo por medio de la fe. Una fe que viene por el oir la Palabra de Dios (Rom 10:17), la cual, tal como decía Lutero, es el pesebre y los pañales donde está recostado y contenido este niño salvador de los hombres. Sólo por medio de ella y la acción del Espíritu Santo, podemos adquirir el verdadero conocimiento de Cristo, aquel que tiene la capacidad de transformarnos y de darnos el mayor galardón que un ser humano puede recibir: la filiación divina: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (v12).

Proclamemos a Aquel que es superior a los ángeles

Precisamente debido a este desconocimiento del que hemos hablado sobre Cristo como redentor del mundo, una gran parte de la humanidad aún lo rechaza y se niega a recibirlo: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (v11). Por ello la Iglesia, y cada creyente debe proclamar en estas fechas e igualmente el resto del año, la gracia y la misericordia de Dios para los hombres. Somos embajadores de su Paz en este mundo, y podemos ser transformadores de nuestra realidad y nuestro entorno, de amigos, vecinos, familiares y del prójimo en general. Para que ellos también puedan repetir junto al profeta Isaías: “Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion, ¡Tu Dios reina!” (Is. 52:7). Los Profetas de Dios anunciaron a Cristo, “Juan dió testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí,es antes de mí, porque era primero que yo” (v15), y ahora nosotros proclamamos que: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (v17). Pocas veces este mundo escuchó y escuchará un mensaje como éste, el cual es en definitiva el Mensaje por excelencia, la Buena Noticia, el puro Evangelio de salvación y perdón de pecados. Y este mensaje necesita ser proclamado y escuchado, en un mundo que en estas fechas aparenta felicidad y despreocupación, pero donde sabemos que existen muchos que necesitan la gracia y la misericordia de Dios en sus vidas. Gente que quizás estén más cercanas a nosotros de lo que creemos, y a los que podremos llegar si prestamos atención. Ellos también necesitan a Cristo, a aquél que fue “hecho tanto superior a los ángeles, cuando heredó más excelente nombre que ellos “ (Heb.1:4). Y ¿qué cosas podemos hacer para colaborar en esta Obra del Señor?, ¿cómo podemos llegar a estas personas que esperan la Buena Noticia para ellos?. Empecemos por
pequeños gestos cotidianos, no sólo en Navidad, sino también el resto del año : adoptemos una actitud amorosa, sensible, seamos amables, sonriamos de corazón, estemos atentos a las necesidades y estados de ánimo del prójimo cercano. Seamos luces que brillan cuando la oscuridad trata de ensombrecer las vidas de otros. Y al fín, sin forzar nada pero al mismo tiempo, sin dejar de hacerlo cuando entendamos que el Espíritu predispone el momento, demos un testimonio claro de Cristo, de nuestra fe, de aquello que da sentido y esperanza a nuestra vida.

¡Jesús es nuestra alegría y salvación de los hombres!, ¡Proclamémoslo pues al mundo!.

CONCLUSIÓN

Los creyentes anhelamos el día en que veremos a nuestro Creador cara a cara. Sin embargo la
Palabra nos enseña que en este mundo y por culpa de nuestra relación rota con Él, a causa del pecado, esto no es posible. Pero ello no significa que el mundo no pueda conocer plenamente a su Dios, pues para ello Cristo vino al mundo. Por tanto, si en verdad queremos mirar a Dios a los ojos, y traspasando esta mirada compasiva experimentar su Amor en nuestras vidas, debemos mirar dentro de ése pesebre de Belén, y allí podremos ver a Dios, y regocijarnos en Él, pues en verdad: “A Dios nadie le vió jamás”, pero “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (v18). Que así sea, Amén.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

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