sábado, 23 de marzo de 2013

Domingo de Ramos.




”Cuando Dios guarda silencio”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      24-03-2013

Primera Lección: Deuteronomio 32:36-39
Segunda Lección: Filipenses 2:5-11
El Evangelio: Lucas 23:1-56
Sermón
         Introducción
Iniciamos esta Semana Santa escuchando la voz del salmista: “Oh Dios, no guardes silencio; No calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, Y los que te aborrecen alzan cabeza”.(Salmo 83:1-2). Pues asistimos hoy a algo inaudito: Dios guarda silencio ante los hombres. Espera el pueblo una palabra de su boca, una defensa ante aquellos que lo menosprecian y rechazan. Mas sólo recibimos silencio sin embargo. Pero, ¿qué significa este silencio de Dios?, ¿cómo entenderlo e interpretarlo?, ¿calla Dios en el silencio en verdad, o por el contrario su voz no necesita palabras en determinados momentos para hablarnos?. Y cuando este silencio es notorio y evidente ¿qué quiere decir Dios por medio del mismo?. No debiéramos confundir el silencio de Dios en un determinado momento, que es en sí mismo un mensaje para el mundo, con el hecho de que su Palabra recorre la tierra cada día hablando alto y claro a aquellos necesitados de la misma. Y sobre todo con el hecho de que Su voluntad es soberana e inmutable. Una voluntad personificada por nosotros a partir de este Domingo en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el Señor.
         Un silencio que clama al mundo
La sangre aún goteaba por sus mejillas probablemente cuando Jesús, después de haber sido escarnecido por Herodes, fue situado de pie frente a Pilatos una vez más, tras haber sido además menospreciado y ridiculizado. Y al igual que la primera vez, las autoridades romanas, las religiosas y el pueblo, aguardaban expectantes las palabras de Jesús. Sin embargo sus labios no pronunciaron ni un leve susurro. El silencio era absoluto ante las máxima autoridades de las que dependían su vida o su muerte. “Y le hacía muchas preguntas, pero él nada respondió” (v9). Y muchos allí, pudieron pensar que Cristo callaba pues nada tenía que decir. El mundo había triunfado y lo había silenciado, podían pensar algunos regodeándose en su orgullo. Para éstos, silenciar a Dios en su Palabra era su mayor triunfo, sin ser conscientes de que ni remotamente Dios puede ser acallado cuando en su Ley, nos muestra cómo somos realmente. Sin embargo Dios estaba hablando alto y claro en ese momento, con una rotundidad tal que las palabras humanas no eran suficientes para abarcar la profundidad de su mensaje. Y ante aquellos como Pilatos, Herodes, los sacerdotes y escribas, y la multitud, Dios se manifestó en el silencio. Este silencio de Jesús era ahora la acusación contra aquellos que se regocijan en su pecado y su orgullo, y que cegados por la dureza de sus corazones, rechazan el puro Evangelio del perdón y la gracia. Pues cuando Dios nos retira su Palabra, en la cual hallamos Vida, el hombre es arrojado entonces a la oscuridad y la muerte. “Desfallecieron mis ojos por tu palabra, diciendo: ¿Cuándo me consolarás?” (Sal 119:82) . Allí, en esos últimos momentos de la vida de Jesús, Dios estaba hablándonos por medio del escarnio público de su Hijo. Y cada uno de los insultos proferidos contra él, cada bofetada, cada latigazo, cada humillación que Él soportó sin abrir su boca, eran los que nos correspondía recibir a cada uno de nosotros, pecadores todos, y no a Él, nacido sin pecado. Mas la Palabra de Dios siempre encuentra cumplimiento, y así, era necesario que Cristo padeciese todo esto en silencio: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 56:6-7). El silencio de Dios debiera hacernos reflexionar a los seres humanos, y no caer en el error de pensar que es un silencio indicativo de su ausencia de nuestras vidas. Dios es Dios siempre y por siempre es su señorío sobre este mundo: “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; Yo hago morir y yo hago vivir, Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deut. 32:39). No caigamos en el engaño: Dios puede guardar silencio, pero no puede ser silenciado ni por todos los poderes de este mundo que Él ha creado. El silencio de Dios nos habla pues a nosotros; a los que lo negamos, a los que lo escarnecemos con nuestro orgullo, y a los que confiamos en nuestras propias fuerzas más que en la Cruz de Cristo. ¡Imploremos a Dios para que nunca nos retire su Palabra de Vida y recibamos a cambio su silencio!.
         Nada digno de muerte ha hecho este hombre
A estas alturas eran evidentes dos cosas: que el pueblo no cejaría hasta ver muerto a Jesús, cegado por su insensatez, y que Jesús era absolutamente inocente de delito alguno. Y paradójicamente la justicia humana, cometió una injusticia aún mayor al condenar a muerte a aquél al que no pudo culpar de nada (v14), a causa del testimonio de aquellos que no tuvieron rubor en cometer falso testimonio. Pues a la culpabilidad por sus pecados, añadieron al mismo tiempo la culpabilidad por pedir la muerte de un Justo usando la falsedad como medio para conseguirla Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohibe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey” (v2). Faltaron a la verdad y eran conscientes de ello, pues Jesús sólo pedía arrepentimiento a su pueblo, y lo exhortaba a enderezar sus caminos. No se inmiscuyó tampoco en cuestiones políticas, cuando estos mismos trataron de tentarle buscando luego acusarle: “Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción?. Y respondiendo  dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20:24-25). Separó así la crítica necesaria a la injusticia terrenal, viniera de donde viniera, del mensaje espiritual de un Evangelio centrado fundamentalmente en la liberación del alma humana. Pero aún así, su pueblo permaneció cegado y obstinado en pedir la muerte de Jesús, y en apartar de entre ellos al que era la Luz de sus vidas: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (Jn 1:11). ¿Cómo entender tanto rechazo y desprecio por la misericordia divina?, ¿cómo después incluso de haber escuchado tales palabras de esperanza, y haber presenciado además el poder de Dios restaurando a los abatidos?. Jesús era inocente del todo, y por ello nos resulta más inconcebible tal dureza de corazón: “Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (v31). Pero ¡cuidado!, en realidad el pueblo de Israel de su época no es peor que cualquier pueblo de cualquier época. Pues a todos los seres humanos nos iguala la necesidad de liberación de la esclavitud en que el ser humano se halla y que sólo en la sangre de Cristo es posible conseguir. Y ¿acaso no hay muchos hoy que entienden que el Evangelio es un obstáculo que pervierte y alborota al mundo moderno?, o ¿no lo ven otros como una amenaza para la sociedad civil y el Estado?. Sí, Cristo sigue siendo zarandeado y vituperado también hoy día en nuestra sociedad. Por desgracia aún se oyen voces que claman contra Él: “¡Crucifícale, crucifícale!” (v21).
         Despojemos a Jesús de las ropas espléndidas
El silencio de Dios no es tal silencio, como hemos visto, sino la afirmación de que la voluntad del Padre se cumplirá irremisiblemente. Y es un silencio dirigido en especial a aquellos que dan la espalda a Dios, pensando que así imponen su propia voluntad y anulan la del Creador. A ellos se aplican sin embargo las palabras de Jesús ante el concilio: “Pero desde ahora el Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios” (Lc 22: 67-69). Para estos es el anuncio de que ¡Cristo es Cristo, ahora y por siempre!. Sin embargo, muchos no se conforman sólo con dar la espalda a Cristo o menospreciarlo. Después de haber hecho esto mismo, Herodes dió un paso más, y trató de convertir a Jesús en una burla, en un esperpento: “Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato” (v11). ¿Qué podía ser más eficaz para anular a Cristo que disfrazarlo y transformarlo en la imagen de un rey humillado?, ¿qué mejor para acabar con él y su mensaje que presentarlo como una caricatura viviente?. Hasta tal punto tuvo efecto la idea de Herodes que Pilatos y él, grotescamente, acabaron reconciliándose (v12). Y una vez más debemos meditar en este pasaje, pues podemos como Herodes, convertir a Cristo y su Evangelio en una imagen ridícula y deforme. Y no necesariamente hay que añadir a su persona y obra elementos que causen un claro rechazo, no. Podemos conseguir el mismo efecto añadiéndole a nuestra fe todo aquello que, aparentemente, se ve apetecible a nuestros intereses o simplemente del gusto de las mayorías. Así, podemos ir añadiendo “ricas” vestimentas a Jesús y al Evangelio, re-decorándolo y añadiéndole todo aquello que nuestra mente pueda imaginar. Lo más frecuente en este caso suele ser añadirle todo tipo de doctrinas de hombres, que presentan a Cristo y la Cruz como una imagen confusa y deforme donde no reconocemos ya al original, y que terminan por exaltar finalmente la capacidad del ser humano de labrar su propia salvación por sus propios medios. No, no hagamos esto con Jesús; no lo convirtamos a Él y al Evangelio del perdón de pecados sino en la Palabra hecha carne que trae perdón y salvación para los corazones arrepentidos. Cualquier otra cosa será echar caras ropas sobre sus hombros, pero que en realidad Dios detesta. Es sin embargo en la sencillez y originalidad de su mensaje y fundamentalmente en su Obra en la Cruz por nosotros, donde encontraremos y reconoceremos al verdadero Jesús el Cristo, el Hijo de Dios verdadero: “y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn 5: 20-21).
         Conclusión
Los judíos pidieron la muerte de Jesús y la liberación a cambio de un sedicioso y homicida (v24-25).Y Él, hasta en el momento de encarar su camino al Calvario, pidió si embargo perdón para ellos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (v34). Pero no sólo para ellos, pues por cada una de nuestras traiciones, por cada uno de nuestros pecados una y mil veces repetidos, pidió para nosotros también misericordia y perdón. Y fue en ése momento, donde la voluntad del Padre iba a ser llevada a cumplimiento por nosotros, donde Jesús sí habló, alto y claro, con palabras de Vida y salvación eternas. Por tí y por mí, pues infinito es su Amor por nosotros. Y, “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4:10). Éste es el Jesús que viene hoy a la Jerusalén de nuestras vidas; recibámoslo con júbilo y gozo. Pues viene a nosotros nuestro Salvador, y no con ricas vestimentas, ni rodeado de esplendor y de los poderes de este mundo. Viene a lomos de la humildad, de la mansedumbre, y del espíritu misericordioso y perdonador. “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas”(Lc 19:38).    ¡Que así sea, Amén!.                                              J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

5 comentarios:

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