domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de Resurrección.

«¡HA RESUCITADO!»

Textos bíblicos del día:

Primera Lección: Job 19:23-27

Segunda Lección: 1 Corintios 15:19-26


Santo Evangelio: Lucas 24:1-9
Acontecimientos de tremendas consecuencias se suceden rápidamente durante aquellas
trascendentales horas entre la noche del Jueves Santo y la mañana del domingo de Pascua. Nosotros leemos
acerca de ellos veinte siglos después y por lo tanto difícilmente podemos apreciar o darnos cuenta de sus
poderosos pormenores. Pero conviene que nos detengamos a estudiarlos cuidadosamente. Nuestro mensaje
de Pascua esta mañana tendrá mayor significado si lo abordamos mencionando la poderosa influencia que la
muerte y la resurrección de Cristo ejercieron en todo su alrededor. Tal parece que todo el universo participó
compasivamente en el acontecimiento. Durante las últimas horas antes de que Cristo inclinara su cabeza en
la ignominiosa muerte en el Gólgota, el sol glorioso del firmamento fue cubierto por densas tinieblas.

Cuando Cristo murió, los fundamentos de la tierra fueron sacudidos por grandes temblores. Además, hubo
actividad en el mundo de los espíritus. Ángeles bajaron del cielo y fortalecieron a Jesús en el huerto. Y al
resucitar Jesús, los ángeles se apresuraron a anunciar su gloriosa victoria.
Todo esto estimula a la Iglesia Universal a echar a un lado todo abatimiento y tristeza respecto a la
Pasión y unirse a las exclamaciones de triunfo y victoria. Pletóricos de gozo frente a la realidad de la
resurrección de Cristo, los creyentes se unen al grito de triunfo del apóstol San Pablo: ‘‘¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el
Señor nuestro Jesucristo”. Que Dios mismo nos lleve a un mayor aprecio de esta verdad mientras meditamos sobre el gran mensaje de Pascua.

“¡Ha Resucitado!”
“Ha resucitado” es el mensaje celestial pronunciado en un sepulcro. Proclama la resurrección de
Cristo después de haber sido ella un hecho consumado. Los evangelistas, al relatar por inspiración del
Espíritu Santo este acontecimiento de suprema importancia en la vida de Cristo, no se esforzaron por narrar
detalladamente el suceso mismo de la resurrección, En esto conservan un silencio solemne. Sabemos que no
hubo testigos oculares de la resurrección. Los discípulos vieron a Cristo resucitar a otras personas, pero
ningún humano vio con sus propios ojos la resurrección de Cristo. Ni tampoco es necesario. Existe
evidencia suficiente y convincente de que Jesús realmente se levantó de entre los muertos. Muchos le vieron
después de su resurrección u oyeron el mensaje de su resurrección pronunciado por labios angelicales.

Algo extraordinario es el pulpito que usó el Ángel; extraordinario y no obstante muy apropiado. Las
mujeres habían acudido al sepulcro, llevando los aromas que hablan preparado. Querían dar la última
demostración de amor a su querido Salvador. En realidad esperaban preparar su cuerpo para su sepultura
final. Nos dice San Mareos que en el camino estas mujeres se decían entre sí: “¿Quién nos removerá la
piedra de la entrada del sepulcro?” Pero al alzar los ojos, observaron que la piedra había sido removida. Al
entrar al sepulcro, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Esto las sorprendió mucho. Pero de repente, “se les presentaron dos varones con vestiduras resplandecientes”. Eran ángeles de Dios que les traían un mensaje.

Fue un lugar apropiado para proclamar a aquellas mujeres que ya no era necesario preparar el cuerpo del
Señor para la sepultura final. También era apropiado porque proporcionaba un gran contraste entre la muerte y la vida, todo lo cual recalcaba la verdad positiva de que Cristo había resucitado. Allí el ángel pudo
preguntar: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Allí pudo declarar: “No está aquí, sino que ha
resucitado”. Allí pudo decirles: “Ved el lugar donde le pusieron” y así proporcionarles evidencia de la
resurrección.

“Ha resucitado” es el mensaje que a través de los siglos ha sido víctima de los más severos ataques.
Fue atacado ya poco después de la resurrección. Algunos de los guardias que habían estado junto al sepulcro corrieron a la ciudad a referir a los enemigos de Cristo lo que había acontecido. Entonces los enemigos de Cristo los instruyeron para hacer esta ridícula y absurda declaración: “Sus discípulos vinieron de noche y lo hurtaron, estando nosotros dormidos.” A los guardias no se les permitía dormir. Y si estaban dormidos, ¿cómo podían saber que los discípulos habían ido de noche al sepulcro? Además, el temor que tenían los discípulos les impedía ir al sepulcro donde estaban los guardias. Sabemos que también el apóstol San Pablo en un tiempo pertenecía al grupo de los que ridiculizaban y negaban la resurrección de Cristo. La mera mención de la resurrección de Cristo le causaba tanto furor que respiraba amenazas y muerte contra los que se atrevían a confesar que el Crucificado había resucitado. No había uno que odiara más la religión cristiana y tratara de acabar con toda semblanza de su testimonio que Saulo de Tarso. Si se examina cuidadosamente el asunto, se verá que aquella furiosa enemistad procedía de la verdad de la resurrección de Cristo. En cambio, después que el Redentor resucitado se apareció al apóstol en el camino hacia Damasco y le hizo la sorprendente pregunta: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” y le dijo que Él era Jesús, el Jesús que había resucitado, el apóstol se hizo el más ardiente defensor de la resurrección, y estaba dispuesto a padecer encarcelamiento y aun la muerte antes de desistir de promulgar la verdad acerca de la crucifixión y la resurrección de Cristo. En cierta ocasión declaró lo siguiente: “Jesucristo fue declarado Hijo de Dios con
potencia, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos.” ¡Qué insensatez cometen, pues,
los que en la actualidad tratan de ridiculizar y negar la resurrección del Redentor!

“Ha resucitado” es un mensaje que proporciona irrefutable prueba de la deidad de Cristo. Es el
argumento más poderoso que se puede aducir en cuanto a lo que Cristo mismo declaró y lo que la Sagrada
Escritura declara respecto a que Cristo es el Hijo unigénito de Dios. Aunque el mensaje sorprendió a
aquellas mujeres, también las convenció de que su querido Salvador era realmente lo que Él decía ser.
Aunque actualmente hay quienes no aceptan la deidad de Cristo y no admiten que Él es verdaderamente
Dios y Hombre, sabemos empero que Jesús invitó a que se creyera en É1 a causa de las obras que hacía.
Obraba milagros que ningún mortal podía obrar. Aun los elementos, el viento y las olas, obedecían a su voz.
Y hasta la muerte tuvo que soltar de sus garras al joven de Naín, a la hija de Jairo y a Lázaro. Todos estos
milagros proporcionan prueba indiscutible de la deidad de Cristo. No obstante, la mayor prueba será siempre la siguiente: “Ha resucitado”. Por primera vez la muerte, el terrible enemigo de la humanidad, a quien nadie había podido vencer y de quien nadie había podido huir, sufrió la más humillante derrota. En cierta ocasión Jesús dijo a las personas: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. En la cruz majestuosamente citó a la muerte a reclamarle. Parecía que la muerte había triunfado y se había apoderado de otra de sus muchas víctimas. Pero ahora se oye el victorioso mensaje: “Ha resucitado”. La muerte no pudo detenerle. Rompió sus cadenas. Se deshizo de sus garras. Destruyó su poder. Aquí tenemos prueba positiva de que Cristo es verdaderamente el Hijo de Dios.

Su resurrección fue el cumplimiento de una promesa. El ángel dijo a las mujeres: “Acordaos de lo que
os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en
manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día”. Esto dirigió a las mujeres a la
prueba más segura, más clara y más convincente de todas, a saber, la Palabra de Dios. La Palabra de Dios y sus promesas siempre se cumplen. Son sí y amén. Son la cosa más fiel y confiable que existe. Se nos dice
que las mujeres, al oír las palabras del ángel, se acordaron de lo que Jesús habla dicho. Sabemos, además,
que mientras Jesús caminaba con los dos discípulos hacia Emaús, comenzando desde Moisés y siguiendo
por todos los profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que a Él mismo se refería. Les preguntó: “¿No
era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?”. Conviene recordar siempre
que en todo lo que se relata acerca de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo hay referencia constante a
las profecías. Se nos proporciona como evidencia convincente de que Jesús es verdaderamente el Mesías
prometido, el Salvador enviado por Dios el Padre.

“Ha resucitado” es un mensaje que cambia la tristeza en gozo. No cabe duda de que la muerte de
Cristo en la cruz produjo honda tristeza en los corazones de todos sus discípulos, tanto entre los once como
entre los demás. Nosotros difícilmente podemos darnos cuenta de esto. Poseemos la ventaja de saber que
Cristo resucitó. En ese tiempo los discípulos no disfrutaban de esa ventaja. Sabemos que la muerte de Cristo
no fue una derrota, sino que fue seguida de una gloriosa victoria. Los discípulos sólo podían ver la batalla
con sus horribles resultados. Pero cuando las mujeres se enteraron de que Jesús había resucitado, cuando se
acordaron de sus palabras, inmediatamente volvieron del sepulcro para anunciar todas aquellas cosas a los
once y a todos los demás.

La resurrección de Cristo cambia verdaderamente nuestra tristeza en gozo. Razón tenemos para estar
tristes. Hemos traspasado los santos mandamientos de Dios, somos enteramente culpables ante Dios. Ahora
se nos dice que Dios envió a Cristo para expiar nuestra culpa. Jesús, mediante su Pasión y muerte en la cruz,
se hizo nuestro Sustituto. A nosotros nos beneficia mucho su Pasión y muerte. La pregunta que nos atañe es
si su obra en realidad expió nuestra culpa, si nos remueve el peso del pecado que nos aplasta, si nos quita el
profundo dolor que sentimos en nuestros corazones. ¿Aceptará Dios el sacrificio que Cristo hizo por
nosotros? ¿Recibimos en realidad el perdón de los pecados mediante su Pasión y muerte? San Pablo dijo en
cierta ocasión: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”. Pero, ¡afuera con
toda duda y tristeza! “Ha resucitado” Tenemos un Salvador vivo. Toda su obra de la redención es real, Dios
aceptó el sacrificio. Cristo nos reconcilió con Dios. Ahora tenemos paz con Dios y Él con nosotros. Razón
tenemos para sentir un gozo triunfante. El acontecimiento de la resurrección de Cristo, visto desde el punto
de vista de todo lo que encierra, aun la salvación misma de nuestra alma, debe servirnos de estímulo para
entonar cánticos de alabanza en este día.

“Ha resucitado” es un mensaje que nos pide que demos testimonio de nuestra fe. Las mujeres que
oyeron el mensaje de Pascua del ángel y “volvieron del sepulcro y dieron nuevas de todas estas cosas a los
once y a todos los demás”. San Marcos nos informa que el ángel dijo a las mujeres: “Id, decid a sus
discípulos y a Pedro”. Los que oyen este mensaje deben compartirlo con otros, anunciarlo a otros. La buena
nueva es tan maravillosa y es de tanto valor para los pobres pecadores que no podemos menos que
promulgarla. Ésta es una lección muy importante para nosotros en la actualidad. Hay tantos en el mundo
que ignoran por completo el hecho de que Jesús murió y resucitó por ellos. Cada día se hace mayor el
número de los que no conocen a Cristo como su Salvador. Nosotros nos alegramos del precioso mensaje
acerca de la muerte y resurrección de Cristo. Sabemos que nuestra salvación es real. También sabemos que
éste es el único mensaje que puede ayudar a los que todavía andan a tientas en la incredulidad. Quiera Dios
que también nosotros nos afecte profundamente este mensaje de Pascua que el Espíritu de Dios nos mueva a aceptar de todo corazón la maravillosa verdad de que Cristo “ha resucitado” y que a la vez promulguemos
este mensaje de gozo a cuantas personas podamos en el mundo. Amén.

Juan W. Behnken

1 comentario:

Anónimo dijo...
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