domingo, 20 de abril de 2014

Domingo de Resurrección.

“El Poder del Amor de Dios en Cristo” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 14:10-15:1 Segunda Lección: 1º Corintios15:1-11 El Evangelio: Juan 20:1-18 Sermón La pascua de María Magdalena. Allí está ella, llorando junto al sepulcro. Temprano, ha ido con las otras mujeres tan pronto como les fue posible tras el día de descanso, y trayendo las especias con el fin de preparar el cuerpo para el entierro apropiado. Sin duda María Magdalena tiene un profundo y piadoso amor por su Señor. Se ha arriesgado mucho al ir a la tumba, pero nada de eso le importa. De lo primero que se da cuenta es que la piedra ha sido quitada del sepulcro, la tumba de su Señor ha sido profanada y su cuerpo ya no está allí. Va a ver entonces a Pedro y a Juan con la conclusión lógica: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. Pedro y Juan se dirigen a la tumba: Está vacía, salvo por los lienzos doblados con cuidado. ¿Quién haría una cosa así?. Ellos se vuelven, pero María Magdalena no va a ninguna parte. ¿Dónde se puede ir después de que Jesús ha muerto?. Ella sigue llorando, y cuando mira dentro de la tumba, ve a dos ángeles que le dicen: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella repite: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. En verdad, se trata de una mujer que ama profundamente a Jesús y no encuentra consuelo por su muerte. Después se enfrenta al que cree que es el hortelano: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. La respuesta es: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré”. María es una devota de su Señor y no descansará hasta que vea que su cuerpo ha sido debidamente atendido. María llora junto a la tumba, siente un gran amor por Jesús. Ha sido testigo de su poder, porque fue Él quien la libró de siete demonios (Lucas 8:2). Aún después de su crucifixión, aunque muchos huyeron y se escondieron, ella no lo hizo. Ella permanece fiel hasta el final, tratando de cuidar a su Salvador, incluso tras su muerte. Admiramos su amor, su devoción y su entrega. Sería una pésima Pascua si nos quedamos en esta vivencia de María Magdalena. Si este es el final, si toda esta entrega y devoción solo sirve para llorar junto al sepulcro, tenemos un gran problema. Su ejemplo de devoción, amor y duelo, es genuino; pero no trae ninguna esperanza, porque no se cree en la resurrección de entre los muertos. ¿Importa esto?. Claro que si. Si esto termina así, María está más triste y con menos esperanza que al principio, pues está buscando a un Salvador que no puede salvarse a sí mismo. Ella está poniendo su confianza en un hombre muerto. No importa cuán fiel y devota sea, su fe y devoción no harán nada por ella. Hasta aquí el mensaje de la Pascua sería: “No importa cuán dedicado y comprometido seas, al final, no hay esperanza, no hay vida, no hay nada, solo lágrimas”. Gracias a Dios este no es el final de la historia, porque el supuesto hotelano conoce la respuesta a su pregunta: Jesús no está en la tumba porque Él está de pie delante de ella. Él no está muerto. ¡Ha resucitado de entre los muertos! ¡Ha resucitado!. Este no es un día para que María llore y piense en lo que podría haber sido. Este es un día para creer que su vida, no importa cuán grande o pequeña haya sido, no termina en la muerte. Este es un día para llorar de alegría porque la muerte ha sido derrotada y porque Jesús es verdaderamente el Salvador del mundo. Él ha sufrido el castigo de Dios por los pecados del mundo sobre la cruz, pero su Padre no lo ha dejado en la tumba. Cristo está vivo, ha resucitado de entre los muertos. Esto significa que Él ha vencido el pecado, la muerte y el diablo. Pascua es que Dios está vivo y presente. Jesús está fuera de la tumba y no se sacude el polvo de sus sandalias, ni se va al cielo diciendo: “Estoy harto de estos pecadores e ingratos”. Se aparece corpóreamente a María, no es un fantasma, sino que ha resucitado de la muerte en cuerpo y alma. Trae muy buenas noticias: Él está vivo y está vivo para perdonar. A sus discípulos no los llama canallas, cobardes, traidores, los llama hermanos, con quienes quiere reunirse y hablar. El Señor quiere estar con su pueblo y proclamar su Palabra de gracia, para garantizar que sean herederos de la vida eterna. El Señor resucitado también declara a María que Él va a ascender a los cielos y allí, se sentará a la diestra de Dios, Padre Todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Lejos de lo que María esperaba cuando llegó esa mañana, la tumba no es el final de la historia. Es allí donde la historia comienza a ser grandiosa. Menos mal que no dejamos a María cuando ella estaba llorando en la tumba. Ahora, en lugar de admirar su devoción, podemos regocijarnos con ella. Jesús ha resucitado de entre los muertos, lo que significa que Él ha vencido a la muerte. Está a punto de ascender al cielo, lo que significa que Él gobernará todas las cosas bajo sus pies, para el bien de María y de todo su pueblo. María ya no llora, el Señor ha borrado toda lágrima de sus ojos. Nuestra Pascua. El día de Pascua es una bendición para todos nosotros, porque celebramos nada menos que el triunfo sobre la muerte misma. El triunfo sobre la muerte es real, no es una historia que utilizamos como anestésico, para sentirnos mejor sobre la vida y las dificultades. Nos alegramos de que Cristo haya consumado lo que la ciencia, la medicina y el esfuerzo humano no han podido hacer: vencer la muerte. Él venció para que podamos vivir de verdad en la presencia misericordiosa de Dios. Lo celebramos a sabiendas de que pocos celebrarán este mismo milagro. De hecho, la mayor parte del mundo, no ve ninguna utilidad en creer en la resurrección de Jesús. Para muchos no importa si Jesús resucitó de entre los muertos o no. Razonan: si creer en la resurrección te trae consuelo, entonces es importante que creas en ello. Por otro lado, si la creencia de que llegas al cielo porque vives una buena vida te trae consuelo, entonces es importante que creas en ello. Esta es clave para entender la religión en nuestro mundo de hoy: lo que realmente ocurrió, no importa. Hoy la religión no trata sobre el obrar de Dios, sino acerca de ti. No se trata de lo que el Señor ha hecho para ganar tu salvación, se trata de lo que tú crees. Lo que importa es cuán sinceramente lo creas. Si la religión no es sobre el obrar de Dios, sino acerca de ti, entonces lo que crees, sientas y hagas te dará la vida venidera. Por esto es por lo que muchos se alegran cuando clérigos de diferentes creencias contradictorias se unen en la adoración y pretenden que todos adoran al mismo Dios. No te engañes, pocos analizan las religiones por sus enseñanzas o doctrinas. Sin embargo aplauden el sincretismo porque éste desacredita las enseñanzas de cada una de estas religiones: “No importa si crees que eres salvo por Jesús o por las obras, o por cualquier otra cuestión humana. Cree lo que quieras y haz solo el bien”. Se dice que hoy tiene que haber tolerancia: “Hay que aceptar todas las religiones y todo lo que enseñan”. Pero no te dejes engañar: aceptar lo que enseñan todas las religiones es estar obligado a aceptar cualquier creencia aunque sea contraria a la propia. Sin embargo y paradójicamente, la verdad de que solo hay salvación en Jesucristo no será tolerada, porque niega que haya salvación en otras creencias. La gran noticia de Pascua es que Jesús no da opción a otros dioses. Así la demanda de este mundo por la tolerancia es en realidad intolerante, pues el mundo busca quitar a nuestro Señor del centro de la fe. En lugar de ello, se nos susurra seductoramente que la fe no sólo tiene que ver con Jesús, y que lo importante en realidad es creer. No te equivoques, esto es una tentación seductora: muchos quieren que todo gire sobre nosotros y no sobre Dios. Si sufres tal tentación, recuerda a María Magdalena en la tumba. Ella es sincera, está de duelo, se dedica en exclusiva a su Salvador. Esto es lo correcto y apropiado. Sin embargo, todo esto no vale nada si Jesús no resucitó de entre los muertos. Si Jesús se encuentra todavía en la tumba, la fe de María es inútil porque no tiene esperanza en la vida eterna. Por ello es vital que tengamos fe, pero también es vital y más importante que tengamos fe en lo que es la Verdad. Pues no importa cuán sincera sea, la fe en lo que es falso no puede salvar. Es el Señor quien nos da la vida eterna por medio de su muerte en la cruz y es el Espíritu Santo quien nos da la fe para creer en Él. El Señor ha dado a su único Hijo para morir en la cruz por los pecados del mundo, pero el mundo trata de hacer del Hijo sólo un salvador más entre muchos. Esto diluye su sacrificio en la cruz, porque si hubiese en realidad otros caminos al cielo, ¿qué sentido tendría la muerte de Jesús?. Su muerte hubiera sido en vano, algo totalmente innecesario. Necesitamos entender que la enseñanza del mundo, sin Cristo, no ofrece ninguna esperanza. ¿Se podrá dividir el cielo en un reino fantasmal para los que creen que solo queda el alma y nada más y en otro reino físico para aquellos que creen en la resurrección de la carne?. Aquellos que declaran que Jesús no es el Hijo de Dios ¿vivirán junto a quienes confiesan que si lo es? ¿Podrá tu fe en aquello que no es Cristo darte vida cuando estés muerto?. Para muchos esto “no importa”, otros dicen “no te preocupes por ello”. Pero en esto está precisamente en juego tu vida por toda la eternidad. Es por ello que Pablo declara en 1º Corintios 15:17 “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana”. Está claro que lo que crees es importante. Esto lo sabemos porque la Palabra de Dios proclama: Cristo ha resucitado de entre los muertos. El unigénito Hijo de Dios se hizo carne y murió por los pecados del mundo, sufriendo el juicio de Dios por nuestro pecado. Tres días más tarde, resucitó de entre los muertos, está presente y como había prometido, ascendió al cielo. En esta Pascua: Alégrate. Porque Cristo ha resucitado de entre los muertos, Él vive y reina para siempre. Esta es una buena noticia para el culpable de pecado y por lo tanto es una buena noticia para todos nosotros: El precio por tus pecados ha sido pagado, el sacrificio se ha consumado. Puedes estar seguro que Dios aprueba lo que Cristo ha hecho en la cruz, porque Él ha levantado a su Hijo de entre los muertos. Por lo tanto, estás en verdad perdonado. Estas son buenas noticias para aquellos que se enfrentan a la muerte y es buena noticia para todos: Cristo ha resucitado de entre los muertos y Él nos garantiza en fe esta misma resurrección a nosotros. Aunque te enfrentes a la muerte, ésta no es el fin porque Cristo ha vencido a la tumba. Esta es una buena noticia para los que sufren: Aunque hay que llorar por los que han muerto en el Señor, el Señor declara que seremos consolado. La tumba no es el final de la historia. La Resurrección es el comienzo de la eternidad: ¡Cristo ha resucitado! Cristo ha resucitado y Cristo está presente. Se apareció a María Magdalena en el huerto, pronunciando sus palabras de gracia y perdón. Él no abandona a su pueblo. Él está presente en los medios de gracia. En tu bautismo, Él lavó tus pecados, te unió a su muerte y al compartir su muerte contigo, ya no tienes que morir eternamente a causa de tus pecados. En Su Palabra, Él anuncia sus promesas de fe, asegurando que nos han sido perdonados todos nuestros pecados y que tenemos vida eterna. En su Santa Cena, Él nos da su cuerpo y sangre para el perdón de los pecados. Cristo ha resucitado y Cristo está presente para darnos una nueva vida. Cristo ascendió a los cielos, y “está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos ya los muertos”. Pero Él está presente con nosotros también por medio de sus medios de gracia. Por lo tanto, puedes estar seguro de que no has sido abandonado, porque el Señor que murió y resucitó por ti, sigue obrando en todas las cosas para tu bien. Todo esto es verdad porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Lo que celebramos hoy es nada más y nada menos que el triunfo sobre la muerte, la muerte física y la muerte eterna. Tales bendiciones son derramas sobre nosotros libremente en este día: “Cristo ha resucitado”. Cristo está presente. Cristo ascendió a los cielos. Debido a que estas cosas son ciertamente la Verdad, somos perdonados de todos nuestros pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid.

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