domingo, 20 de abril de 2014

Viernes Santo.

“El Poder del Amor de Dios en Cristo” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 52:13- 53:12 Segunda Lección: 2º CORINTIOS 5:12-21 El Evangelio: Juan 19:17-30 Sermón En cierta ocasión un periodista me dijo lo que pensaba respecto al cristianismo. Su opinión es la que comúnmente da el moralista o el humanista: “Trato de hacer lo que es recto, y respeto la religión de cada persona en el mundo.” Cuando le pregunté si él se consideraba pecador, replicó con indignación: “No.” Y cuando le pregunté si sentía que necesitaba a Cristo como a su Salvador, respondió sin el menor titubeo: “No; Cristo no entra en este asunto.” Entonces le sugerí cortésmente que no debía usar el nombre de cristiano, ya que el fundamento, el centro y el corazón de esa palabra es “Cristo.” Es evidente que este hombre no había entendido en lo más mínimo el significado de las siguientes palabras de nuestro texto: “Dios estaba en Cristo.” Este amigo había formado para sí mismo la clase de dios que quería tener; había creado un dios a su propia imagen; pero aún no se había enfrentado con el verdadero Dios, que tan poderosamente se ha revelado a sí mismo en lo que sucedió hace 2.000 años en aquel memorable viernes, que ha venido a conocerse con el nombre de Viernes Santo. Tan imposible es separar a Dios del Calvario como lo es separarlo de cualquier cosa que haya sucedido en la historia del mundo. Y precisamente porque el mundo sufrió un cambio tan radical a causa de lo que sucedió en el Calvario, no es definir a Dios debidamente si se pasa por alto el poderoso mensaje del Viernes Santo de que “Dios estaba en Cristo.” Dios estaba en Cristo porque Dios es amor. Lo que sucedió en el Gólgota fue un acto de amor. Es ciego a la hermosura y la gloria del Calvario el que no ve resplandecer, en medio del abatimiento, de la avaricia y de la terrible crueldad, la cruz de Cristo como demostración efectiva del amor de Dios. “Dios da prueba de su amor a nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). El apóstol San Juan declara: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1 Juan 4:10). Por unos momentos en este día santo fijemos nuestra vista en la cruz de nuestro Señor a fin de que descubramos con mayor intensidad “El Poder del Amor de Dios en Cristo” 1. Es el poder que crea una nueva relación entre nosotros y Dios; 2. Es el poder que transforma al hombre; 3. Es el único poder que puede vencer al mundo. 1. Al declarar que es el poder que crea una nueva relación entre nosotros y Dios, queremos decir, por supuesto, que hay algo roto en nuestra relación natural con Dios. Todo el que mira a la vida con seriedad y busca a Dios, siente y ve esa rotura. El profeta Isaías se dio cuenta de esto cuando dijo: “pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2). Fundamentalmente es el pecado de adorarse uno a sí mismo y de rebelarse contra la autoridad y la soberanía de Dios. “los designios de la carne son enemistad contra Dios” es la manera como el apóstol San Pablo hace el diagnóstico (Romanos 8:7). El problema está en cada persona en el mundo. Y he aquí por qué “Dios estaba en Cristo” y por qué “al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros.” A través de los siglos ha resonado el mensaje del Calvario: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Y: “Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo” (1 Pedro 2:24). Piensa por un momento en lo que eso quiere decir. Piensa por un momento en los pecados de tu propia vida de los cuales tienes conocimiento. Multiplícalos por los billones de habitantes que hay en el mundo. Añade al resultado los billones de habitantes que han pasado de este mundo al otro. Esa inmensidad de pecado, esa carga colosal, onerosa, condenadora de pecado fue puesta sobre nuestro Señor Jesucristo. Por esta razón no te es difícil darte cuenta del poder del amor de Dios en Cristo, y de saber por qué Cristo fue crucificado. Llevar toda la carga del pecado de todo el mundo sólo puede resultar en la muerte; pues “la paga del pecado es muerte.” Y sólo esto explica la siguiente declaración de nuestro texto: “Por todos murió.” Pero tu fe debe ver el poder del amor de Dios allí en el simple hecho de que Jesús murió. Es menester aprender el lenguaje de San Pablo: “Si uno murió por todos, luego todos murieron.” Debes darte cuenta de que a ti te atañe la muerte de Cristo de una manera muy personal e íntima. El gran poder del amor de Dios te ha identificado tan completamente con Cristo que realmente puedes decir: “En Cristo Jesús yo morí por mis pecados en el Calvario. No sólo llevó Él mis pecados sobre sí mismo, sino que también me llevó a mí mismo y me hizo parte de Él.” Cuando comprendes claramente la maravilla de esta gloriosa verdad, entonces comprenderás qué quiere decir San Pablo en Romanos, capítulo 6, al declarar que cuando somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte. Participamos de su muerte. Ya que en Cristo y con Él he muerto por mis pecados, puedo comprender la buena nueva de nuestro texto de que Dios no imputa a los hombres sus ofensas, es decir, no las atribuye a los hombres. Y con razón, pues nosotros morimos por ellas en Cristo. Y aún más. No sólo ha desaparecido nuestra culpa, sino que también el vacío ha sido llenado con el don de la justicia misma de Dios. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él.” En estas palabras se relata el trueque más grande que se ha hecho en el mundo. Yo doy a Jesús mis pecados; Él me da, mediante la fe en Él, la justicia de Dios. Quizás ningún otro apóstol sintió tan profundamente este poder del amor de Dios como San Pablo. A los filipenses expresó su ardiente deseo de ser hallado más y más en Cristo. “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9). Aquí tenemos, pues, el fundamento para una nueva relación con Dios procede de Él. (v. 18.) Es obra absoluta de Él. Mediante el poder de su amor “nos ha reconciliado consigo mismo por Cristo.” Nos ha adoptado en su familia, de modo que podemos exclamar con San Juan: “Ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). Y no es meramente que Dios haya quitado nuestra culpa o cancelado el castigo que hemos merecido a causa de nuestro pecado. No; restauró la comunión personal con Él mismo, haciendo algo por nosotros. No es meramente que Dios haya cambiado de parecer respecto a mí. No; Él me transformó. 2. Cuando un esclavo es liberado, se cambia la condición de un ser humano que se hallaba en la servidumbre. Desafortunadamente, no se obra ningún cambio milagroso en la personalidad o el carácter o la naturaleza de los que se hallaban en la servidumbre. Mucho tiempo se echa para obrar una regeneración y borrar el daño causado por el mucho tiempo de esclavitud de la mente y el aprisionamiento del espíritu. Pero la libertad obrada en el Calvario hace más que anunciar o promulgar nuestra libertad. La Cruz es más que un manifiesto vacío y mecánico. El poder del amor de Dios es tal que “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (v. 17). La Cruz hace más que meramente anunciar la exculpación legal del culpable pecador; es un poder que produce una transformación interna y crea una comunión nueva y vital y personal con Dios. El viejo punto de vista humano ya ha pasado, y empezamos a mirar la vida desde el punto de vista de Dios. Nuestra filosofía, nuestra perspectiva y nuestra manera de pensar se hacen más y más divinas, porque somos nuevas criaturas en Cristo. La Cruz que ha sido sembrada en nuestro corazón crea un nuevo corazón dentro de nosotros. Existe el verdadero arrepentimiento; un cambio completo de mente acerca de Dios, de nosotros mismos, del pecado y de nuestra salvación. La historia del mundo resplandece con la luz que emana de la Cruz del Calvario, la cual creó una nueva época, sociedad, filosofía, literatura, código moral y un mundo totalmente nuevo. Y el esplendor de la Cruz puede ser visto en todo siglo y en toda civilización en que hombres y mujeres se han entregado al poder del amor de Dios en Cristo Jesús. El cambio, ante todo, marcha en dirección hacia el amor nuestro. “y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” La mayor victoria es la victoria sobre uno mismo. En Cristo hallo el gozo de dejar que Dios sea Dios, y siento satisfacción y suprema felicidad en ser simplemente hijo de Él. Es que ya yo no soy el centro del universo, sino Dios. Él se hace el centro de todo, y el gozo de nuestra vida consiste en pensar como Él piensa, hacer su voluntad y realizar la obra que Él nos ha encomendado. Por la gracia de Dios podemos lograr la altura de San Pablo y exclamar con él: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Cristo y su amor: esa es la llave, el secreto, el poder de la nueva vida que es eterna. “El amor de Cristo nos constriñe”, declara San Pablo. Su amor nos impulsa, nos estimula. Eso nos hace triunfar. Las grandes victorias de la fe cristiana no se fundan en los afectos débiles y variables de nosotros los pecadores. Son la creación del gran poder reformador y transformador del amor de Dios que hace nuevas todas las cosas. 3. Todas las mañas que han propuesto los hombres para salvar a la humanidad son panaceas anémicas. La teoría de proporcionar espléndidas comodidades educativas y programas de recreación y viviendas modernas y seguridad económica se basa en que si se cambia el ambiente, también cambiará la naturaleza humana. Pero la historia del mundo y la experiencia humana y la revelación divina ponen de manifiesto con la mayor claridad que algún poder tiene primero que cambiar al hombre, y así el hombre transforma el ambiente, y no al revés. El único poder que puede realizar este milagro es el poder del amor de Dios en Cristo. Y la responsabilidad, el reto que debemos sentir vivamente se nos transmite en expresiones como las que hallamos en nuestro texto: “Dios nos dio el ministerio de la reconciliación… Y puso en nosotros la palabra de la reconciliación… Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” La verdad respecto al amor de Dios resplandece desde la Cruz del Calvario y cubre a todo el mundo. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo.” El mensaje que la Iglesia debe promulgar es claro y poderoso: “¡Reconciliaos con Dios!” El mensaje quiere decir lo siguiente: Acepta la verdad de lo que Dios ha hecho, cree en su mensaje de amor, y deja que este mensaje de amor te transforme. No existe otra esperanza. En este mensaje del Evangelio se halla inherente el poder del amor de Dios en Cristo. Los creyentes somos la voz con que Dios se dirige al mundo. Quiera Dios que este Viernes Santo nos ayude a darnos cuenta de que tenemos la responsabilidad de ser “los oráculos de Dios” de modo que sintamos en lo más profundo de nuestra alma el impulso de Cristo y por ende digamos con San Pablo: “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” Amén. P. Gerken.

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