martes, 9 de noviembre de 2010

Carta pastoral.

Estimados amigos en Cristo:

Con estas breves líneas, vuestros pastores queremos compartir con vosotros algunas sencillas reflexiones, desde una visión espiritual de la realidad, para caminar juntos en este Camino que es la vida de fe.

¿Quién anda ahí?

Escuchar a alguien y no poder identificar quién es nos suele desconcertar. ¿Quién ha dicho eso? Para nosotros es muy importante reconocer y vincular una palabra o un discurso a alguien concreto. Esto nos da seguridad y un parámetro válido para medir el impacto de esas palabras a la luz de quién las pronuncia.

En mi vida diaria intento identificar ¿quién anda ahí?, o ¿quién es el que dijo eso? Y no es que sea bipolar, más bien soy simul iustus et peccator. En mí, como en todo cristiano, conviven dos naturalezas e ignorar sus existencias y no identificarlas claramente, además de ingenuo, es contrario a la Palabra y causa confusión y dolor. El viejo hombre combate contra el nuevo por hacerse un lugar y salir a la luz. Por eso es bueno preguntarnos: ¿Quién está hablando: El viejo hombre lleno de rencor, orgullo, egoísmo, etc., o el nuevo hombre, lleno de paz, amor, benignidad, etc.?

Diariamente aprendo e intento rastrear de dónde nacen mis palabras. Y para ello el único parámetro válido es la Palabra de Dios y la definición que ella hace de las características de "la carne y el espíritu": El hombre carnal nacido a imagen de Adán o el espiritual creado a la imagen de Cristo.

Os recomiendo ejercitaros diariamente a la luz de la Palabra, a fin de identificar cuándo vuestro viejo hombre desea irrumpir y así acallarlo a tiempo, o si no ha sido posible contenerlo, saber reconocer vuestro desacierto y pedir perdón a Dios y al prójimo víctima de nuestras luchas.

Aplicando este criterio a los demás, también podremos perdonar con mayor facilidad los desaciertos que otros cometen con nosotros.

LECTURA RECOMENDADA: Efesios 4:22-24, Gálatas 5:13-26

walter.ralli@luteranos.net

P. Walter Ralli

La religión ¿cosa de viejos?

Suelo pasarme de vez en cuando a charlar con mi amigo Alberto, párroco católico del barrio donde vivo. Hablamos de lo humano y lo divino, y siempre que le pregunto por la parroquia puedo observar cómo la presencia de los jóvenes ha menguado significativamente. Las cosas en el lado protestante no van mejor, no crean, pues de una de las históricas iglesias evangélicas de Sevilla sólo quedan algunas personas dispersas. En otra iglesia sevillana protestante, también histórica, el panorama de un domingo cualquiera es desolador: no más de diez personas con sus más que respetables canas.

Observando al nutrido grupo de niños que tuvimos en la última Asamblea en Madrid, me asaltó la pregunta: ¿Y nosotros?, ¿nos pasará igual dentro de unos años?, ¿veremos nuestra IELE
despoblada de jóvenes y niños en un futuro? Y ahora viene la pregunta del millón: ¿cómo evitar esta situación? La cosa no parece fácil en principio, ¿o quizás sí? Queda claro que no hay recetas "mágicas", ni técnicas secretas para retener a un joven dentro de la comunidad. Pienso que una buena educación cristiana, empezando por el hogar, es fundamental. Luego viene lo difícil, que es ayudarlos a no ser deslumbrados por los atractivos sin fin de nuestra sociedad, es decir, enseñarlos a ser parte del mundo, pero sin que por ello tengan que renunciar a sus valores o a su fe, en el peor de los casos.

Estaremos de acuerdo que el papel de la familia es fundamental, pues son las primeras "iglesias" donde nuestros niños, y luego jóvenes, vivirán su fe y se impregnarán de los valores que los acompañaran toda su vida. Estemos atentos a este punto, y cuidemos de nuestros hijos, pues ellos son el futuro de nuestra Iglesia, sin presionarlos, sin forzar nada, con sabiduría. El resto queda en manos del Espíritu Santo.

LECTURA RECOMENDADA: Proverbios 22:6, 2ª Timoteo 3:15


P. J. C. G.

La vida ¿fuente de problemas?

El otro día en el parque he visto algo que me llamó la atención. Una niña de unos diez años tratando de pasear a un perro. Digo tratando porque parecía que en realidad el perro la paseaba a ella. Cuando la niña llegó a los juegos, estaba exhausta, no podía más, hasta se le habían quitado las ganas de jugar en el parque. Sólo quería sentarse y dejar pasar el tiempo. Su padre la acompañaba y luego la ayudó a retornar a casa.

Me hizo pensar en nuestras vidas. Hay cosas que deberían ser un placer y están para que las disfrutemos, pero terminan siendo un suplicio, un dolor de cabeza o algo de lo cual queremos huir: Jefes que no nos comprenden y complican la vida laboral, empleados que no cumplen con sus trabajos, hijos que no realizan lo esperado, padres que no saben amoldarse a los pensamientos y exigencias de sus hijos, amigos, cónyuges, etc.; y así podemos mencionar un sin fin de complicaciones. Tú tendrás tus propias situaciones que te hacen pensar que la vida te va arrastrando por donde ella quiere, y no justamente por donde tú deseas. Déjame recordarte que hay un Dios, tu Dios, que camina y lucha a tu lado, sufre y se alegra contigo.

Ese Dios ha afirmado que estará acompañándote dónde quieras que vayas, todos los días de tu vida (Mateo 28:20), que no te abandonara ni dejará (Josué 1:5, 9). Aun cuando estés agotado de todas tus tareas puedes esbozar una sonrisa, como aquel que tiene un "as" en la manga y sabe que ha ganado la partida. Puedes estar seguro, como esa niña sabe que su padre llevará el perro a su casa, de que tú también tienes un Padre que te ama, acompaña y cuida en aquellas cosas que te agotan.

Cuando estés exhausto o veas que los problemas te superan, respira hondo y recuerda las promesas del amor de Dios para tu vida.

LECTURA RECOMENDADA: Romanos 8:35-39

gustavo.lavia@luteranos.net

P. Gustavo Lavia

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