domingo, 24 de febrero de 2013

2º Domingo de Cuaresma.



”Caminando con Cristo hacia Jerusalén”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      24-02-2013

Primera Lección: Jeremías 26:8-15
Segunda Lección: Filipenses 3:17-4:1
El Evangelio: Lucas 13:31-35
Sermón
         Introducción
El Evangelio lleva siendo proclamado en este mundo casi dos mil años, desde la ascensión de Cristo a los cielos. Y desde entonces han sido miles aquellos hermanos de fe entregados a proclamarlo y a testimoniar con sus propias vidas,  sobre él. En muchas ocasiones este anuncio fue recibido con gozo y alegría por los corazones contritos y arrepentidos. Pero también en muchas ocasiones el rechazo, el desprecio y la persecución fueron los frutos de esta proclamación a los hombres. Pues este Evangelio vino a un mundo que ciertamente lo necesitaba (y necesita), pero no a un mundo que esperase un mensaje  basado en el perdón y la misericordia de parte de Dios. Este mundo como decimos, ha puesto mucho de su parte para expulsar esta Buena Noticia de entre nosotros, de marginarla y frecuentemente también de corromperla hasta hacerla irreconocible. El poder religioso y político de la época de Jesús, trató destruirla matando en último término al Mesías, e igualmente los poderes de nuestro mundo actual tienen sus propias estrategias para combatir a la fe salvadora. Y debemos estar preparados en todo tiempo para hacer frente a esta realidad.
         La proclamación de Dios perseguida por el mundo
A estas alturas del ministerio público de Jesús, era ya evidente que el mensaje de nuestro Señor era incómodo para muchos en Israel. Habiendo dado muestras del poder de Dios mediante milagros y curaciones, también había acusado a las autoridades religiosas de impedir el conocimiento del plan salvador de Dios para su pueblo, e imponerles leyes de hombres basadas en la auto justificación y en no pocas ocasiones en el egoísmo y la hipocresía : “¡Ay de vosotros, intérpretes de la Ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (Lc 11: 37-53). Y a estas acusaciones contra el estamento religioso, se unían igualmente las proclamadas sobre la corrupción, impenitencia, impiedad y falta de fe del pueblo en general. Así Jesús, era mirado con odio y desprecio por muchos que trataban de deshacerse de este incómodo e inaudito profeta. Y los fariseos, queriendo animar a Jesús a evitar ir a Jerusalén sin estar clara del todo su intención, le comunicaron que su vida corría peligro de muerte: “Aquel mismo día llegaron unos fariseos, diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar”. (v31). Fuese o no bienintencionado el consejo, y no habiendo atacado Jesús especialmente al poder político de su tiempo, sí es cierto que había llegado a inquietarlo con sus acciones y su mensaje, temiendo el rey Herodes que Jesús fuese un nuevo Juan el Bautista, a quien se había ya ejecutado, o algún otro enviado religioso incómodo para su reinado (Lc 9:7-9). Así entre unos y otros, el Evangelio del perdón de pecados y Jesús mismo eran el blanco de acusaciones y recelos que iban aumentando conforme se acercaba el tiempo predestinado para su sacrificio. Sin embargo, Jesús no cejó en su misión y de una manera contundente envió un nuevo mensaje a estos poderes que trataban de obstaculizar su obra: “Y les dijo: Id y decid a aquella zorra: He aquí, echo fuera demonios, y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra” (v32). Con uno de los términos más despectivos en el judaísmo (zorra), Jesús responde a esta amenaza y reafirma su misión contra el pecado y la corrupción del hombre, y anuncia además el cumplimiento del plan divino que se llevará a cabo tras su resurrección. Pues ningún poder oscuro, ni tampoco humano podrá impedir el cumplimiento de la reconciliación entre Dios y los hombres en Cristo, siguiendo la voluntad divina. Y ciertamente desde la época de Jesús, estos poderes han estado activos y han desplegado numerosos recursos y estrategias para acabar con la proclamación del Evangelio. Persecución, muerte, corrupción del mensaje, e incluso el sincretismo impuesto desde el poder, han sido amenazas constantes a lo largo de la Historia con un único fin: impedir al hombre recibir el puro Evangelio del perdón de pecados y arrancar de su corazón la esperanza de salvación que tenemos en Jesús por medio de la fe en su obra. En este mundo hostil pues a la Buena Noticia, preparémonos nosotros para dar justificación de este Evangelio, siempre dispuestos a dar testimonio de palabra y con nuestra vida misma, y sobre todo “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5: 16).
         Caminando hacia Jerusalén tras los pasos de Cristo
Para Jesús, lo más razonable humanamente hablando, hubiese sido escapar y huir del peligro que se cernía sobre él. Es lo que la razón humana hubiese recomendado a cualquier hombre amenazado de muerte, tal como hicieron los fariseos. Sin embargo Jesús vino a cumplir la voluntad del Señor, y su meta no era sólo dejar un mensaje, por muy prometedor que fuese, sino llevar a cabo una obra; la Obra de Dios. Y así respondió a los fariseos: “Sin embargo es necesario que hoy y mañana y pasado mañana siga mi camino; porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén” (v33). No, él no escaparía, pues aunque como hombre experimentó los miedos y angustias que preceden a su muerte, era consciente de su misión clave para la salvación del género humano. Su ser carnal sufrió, pero él nos enseña también a nosotros como seres carnales a superar el sufrimiento, fijando nuestra atención en que lo peor para el hombre no es siquiera, llegado el extremo, la muerte física, sino la muerte del alma: “Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquél que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí os digo, a éste temed” (Lc 12: 5). Y en nuestro mundo, aún hoy día, la persecución y la muerte son ciertamente las amenazas que se esgrimen con frecuencia contra los testigos de la fe, y junto a ellas también la burla, la ironía, el desprecio, la marginación o la discriminación. Todas estas son las armas que los poderes de este mundo utilizan contra los miembros del Cuerpo de Cristo allí donde su acción y proclamación toman cuerpo de manera eficaz. Sin embargo, en nuestra sociedad Occidental puede que estas amenazas no sean tan evidentes, pero sí podemos reconocer en ella no obstante otra estrategia igualmente poderosa y sutil contra el Evangelio: la indiferencia que nace del relativismo. En esta nueva amenaza, el Evangelio debe ahora mezclarse y confundirse con todo tipo de ideas y creencias, siendo asimilado como una más de ellas. La Palabra ya no es considerada la Verdad revelada de parte de Dios para los hombres, ni el Evangelio el anuncio definitivo del perdón y la reconciliación, sino una opción más de creencias entre muchas “verdades” de todo tipo. ¿Cómo es ello posible?, ¿acaso la Palabra ha perdido su eficacia de conversión en el corazón humano?. En realidad la Escritura nos enseña que es precisamente esto lo que debemos esperar y el papel que la Iglesia debe asumir en nuestro mundo. No un papel de poder o influencia masiva sobre las conciencias de los hombres, sino más bien el de un rebaño indefenso y perseguido: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15: 20). Y así Cristo, amenazado y perseguido, llevará finalmente a cumplimiento el plan de Dios dando su vida en Jerusalén, y así nosotros igualmente debemos imitarle llevando a cabo el plan de Dios en este mundo. Caminando hacia nuestra Jerusalén personal, permaneciendo, “hoy, mañana y pasado mañana”, siguiendo al Señor y enfrentando las amenazas que encontraremos en el camino.
         Viviendo en un mundo necesitado de perdón
El corazón del hombre puede ser duro como la roca, siendo necesario que sea el mismo Espíritu quien lo disponga para la conversión. De nada sirve algunas veces el testimonio sincero de aquellos que son enviados por Dios a testificar, o como en el caso del pueblo de Israel, ni la misma presencia del Mesías entre ellos: “Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados” ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste!. (v34).  Y es que el pecado que mora en nosotros hace que el hombre no quiera saber de Dios, que lo vea como un enemigo suyo que limita su plena libertad. ¡Craso error!. Pues es precisamente en Dios, y haciendo nuestra su Palabra donde el hombre es realmente un ser libre en el sentido pleno del término. Ya que fuimos creados para disfrutar de una libertad plena en la compañía de nuestro Creador (Gen 1:26-31), pero nuestra autosuficiencia y desconfianza hacia Dios nos hizo perder este regalo precioso de nuestra libertad. Y ahora sin embargo, creemos ser libres y señores de nuestra vida, pero no podemos siquiera aumentar o retardar uno solo de los minutos que tenemos asignados aquí en la tierra. El hombre es ciertamente un esclavo desde que nace, y sólo la misericordia y la gracia de Dios en Cristo pueden ganar su libertad. Y Jesús a esto mismo vino, pagando con su sangre el precio de nuestra libertad del pecado y ganando para nosotros la liberación eterna de nuestra almas. ¿Qué necesita pues el mundo para creer esto?, ¿qué lo tiene tan cegado que cree poder prescindir de Aquél que es el único en quien puede tener esperanza?. La dureza de corazón y el rechazo al Evangelio tienen consecuencias graves, hay que decirlo con claridad, y por ello Jesús anunció a Jerusalén las oscuras nubes que se cernían sobre ella: “He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor” (v 35). El pueblo de Israel no sólo no supo ver la libertad eterna que se le ofrecía, sino que a causa de su orgullo perdió también la terrenal. El templo fue destruido por los Romanos en el año 70 de nuestra era, e Israel terminó desecha como la nación que fue. Nosotros vivimos también tiempos difíciles para la fe, con nubes igualmente amenazadoras en el horizonte, pero no nos paralicemos por ello. Tenemos ahora la oportunidad de entrar triunfantes junto a Cristo en la Jerusalén celeste por medio de la fe en Su Obra, y de llevar a otros igualmente este mensaje de salvación: “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! (Lc 19: 38).
         Conclusión
Estamos ya inmersos en la Cuaresma y la Palabra de Dios sigue llamando a la conversión y el arrepentimiento. Pero este mundo necesitado del perdón de Dios sigue en muchos casos, como en los tiempos de Jesús, rechazando el ofrecimiento divino de reconciliación. Tenemos pues mucho por lo que orar: orar por los que aún no conocen a Cristo, orar para los que conociéndolo lo han rechazado y para que vuelvan a Él, y orar por nosotros mismos, para que el Señor nos mantenga en la fe salvadora y no seamos víctimas del orgullo espiritual. Los poderes del mundo están activos contra el Evangelio, es una realidad, pero “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn 4:4). ¡Que así sea, Amén!.                        
                                           J.C.G./ Pastor de IELE/Congregación San Pablo                                                        

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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